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- ¿Te fuiste en moto con él? ¡Un segundo que te dejo sola y le tirás los perros a mi empleado! - amistosa y de mejor humor que el día anterior, Camila se mostraba más repuesta de su gripe. Aun con estornudos y la nariza sonrojada, dirigía Hunton House.
- No digas bobadas. Era tarde y se ofreció a llevarme. - mirando hacia una mesa cercana recientemente ocupada, se distraía para no quedar en evidencia.
Lógicamente, Camila no caería en su trampa, pero al menos la tendría en paz por un momento.
- Hola Emma... ¿otra vez por acá? - Bautista aparecía en escena, con una carpeta bajo el brazo.
- Sí. ¿Molesta mi presencia? - distante, las cosas no habrían quedado bien.
- No lo dije con mala onda...no estés a la defensiva - pacífico, se acercó hacia la banqueta donde estaba sentada.
- Tenés razón. Disculpá mi hostilidad.
- Quería agradecerte por ayudar aquí. Camila me dijo que nos salvaste el pellejo.
- Lo hice por ella, estaba sola y se sentía mal.
- Lo agradezco de todos modos.
- De nada.
Aunque plantaran bandera blanca, la tensión era palpable.
- Bueno, creo que mejor me voy. Vine a dejarles las llaves y a cerciorarme que mi amiga estuviera bien. - bajando de su asiento, Emma aclaró ante los hermanos Hunton.
- ¿No querés quedarte un rato más? - como nena caprichosa, Camila imploraba juntando sus manos en un rezo.
- Amiga, tengo que trabajar....
- Supongo que sí...- rascándose la cabeza, saldría del otro lado de la barra donde ubicaba unos vasos altos para abrazarla con fuerza.- Gracias Emma... ¡no sé que haría sin vos!
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Contenta por salir ilesa del cuestionario impartido por Camila, Emma llegó a su casa con intenciones francas de hacer una visita por la cocina. Ansiosa, quizás como nunca en su vida, aun faltaban menos de dos horas para que Rodrigo la buscase con su motocicleta.
Un mensaje a las 7 de la tarde, previo a su ingreso a Hunton House, vistió de promesas sus esperanzas. Desconociendo el destino que los esperaba, optó por un vestuario cómodo. El pronóstico aventuraba lluvias y tormentas, presagiando además, el resurgir de viejos miedos.
Repensando en la noche anterior, consideró con esmero aquella palabra utilizada por Rodrigo.
"Capricho", se denominaría. ¿El acaso era un capricho para ella?¿Un desafío al que deseaba alcanzar para aumentar su ego femenino?
Desestimando de inmediato ese atroz pensamiento, Rodrigo era visto por ella como un hombre, por fuera de cualquier elemento de análisis laboral. Al mismo tiempo, cruzar esa línea pintada de ética, presuponía un gran riesgo. Mezclar las cosas, podría resultar catastrófico.
¿Cómo callar que las posibilidades de que viese a su hija estaban más cerca de lo que él mismo sospechaba?¿Cómo ocultar que los padres de Ornella deberían viajar a Buenos Aires en represalia por no mencionar su mudanza al juzgado?
Pero así como la alegría de imaginar la felicidad de Rodrigo la animó, un complejo sentimiento de vacío y mal augurio rasgó sus seguridades con una pregunta certera: ¿ella estaría al nivel de Ornella? ¿Sería capaz de responderle con ese amor que tanto lo había colmado?
Era cuestión de tiempo, pero las marcas de un pasado tan difícil no cicatrizarían jamás en la mente de Rodrigo. Ornella lo habría conocido en otro contexto, encontrándose con un muchacho de otro carácter e inexperto. Contrariamente al caso de Emma, quien enfrentaba a un hombre aplomado, de sentimientos medidos y con el temor carcomiendo sus huesos.
¿Pero no eran acaso sentimientos compartidos?
Tras su relación con Bautista, Emma se vería incapaz de encarar una pareja. Con las cavilaciones de no ser suficiente mujer para ningun hombre, su obsesiva dedicación al trabajo, a su carrera y a la enfermedad de su padre, la apartarían de su círculo social y afectivo.
Con una incipiente tristeza opacando el estado de alegría con el que arribó en ese momento a su vivienda, se sirvió una copa de vino. Por fortuna, el sonido de un mensaje interrumpió sus pensamientos, vagos y volátiles.
"En camino".
Y gracias a esas dos palabras, la sonrisa tonta no tardó en llegar.
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Aquella noche no encontraría otro destino que la costa de Vicente López. Extrañada por ir al mismo sitio, descubrió lo intrigante que le resultaba el modo en que Rodrigo contemplaba el movimiento del río.
Sumergiéndose en su pecho, se acurrucaba como un cachorrito tierno bajo su cuerpo.
Sentada con ambas piernas flexionadas, su cuerpo encajaba a la perfección entre las de Rorro. Su espalda se arqueaba con la curva del torso y de la cabeza de su acompañante, encuadrando en el hueco de su cuello y hombro.
Posesivo, más no asfixiante, Rodrigo la abrazaba con fuerza, con el deseo latente de no despertar de ese sueño. Emma le entregaba una vitalidad desconocida; su inocencia, invocaba a las primeras épocas de su noviazgo con Ornella, cuando escapaban a escondidas.
- ¿Sabés qué es lo que más me gusta de venir hasta acá? - para complacencia de Emma, se aproximaba a develar el misterio.
- ¿Mi compañía?- susurró bromista.
- No iba a decir eso, pero bien podría serlo.
- Es muy poco caballero reconocerlo tan abiertamente - obteniendo un beso cálido en su mejilla izquierda Emma se contentó.
- Bueno... ¿Sabés qué lo que más me gusta de venir hasta acá? Además de tu compañía, por supuesto - siendo sarcástico, resumió.
- ¿Qué cosa? - ella se refregó aún más en su camisa a cuadros.
- La libertad.
- ¿No te es algo a lo que te acostumbraste a estas alturas? - preguntó curiosa, sin despegar la mirada del anochecer difuso por las nubes de tormenta.
- No me refiero a mi libertad, sino a la libertad del río. A la libertad del viento. Ambos hacen lo que quieren, nadie prejuzga si el oleaje es muy fuerte o no; nadie critica si el viento sopla en dirección norte o sur...
- ¿Te gustaría ser libre como el río?
- Por momentos sí...
- ¿Y qué te hace pensar en eso?
- En que nada sera fácil para nosotros Emma...- reconoció con una pizca de emoción en su voz. Estaba nervioso.
- ¿A qué te referís? - irguiendo su espalda, rotó el cuello para mirarlo.
- Que si pretendemos no jugar a las escondidas o intentar algo más serio, tenemos que estar dispuestos a enfrentarnos a la mirada maliciosa de la gente que nos rodea.
- Ya lo pensé. - y vaya que sí.
- ¿Te decepciona que yo tenga razón?
- Me decepciona que la gente sea así.
- Pues lo es...y no la cambiaremos...
- ¿Estás arrepentido? - el semblante tembloroso de Emma estaba al borde del abismo. Un sí de parte de Rodrigo quebraría sus defensas y la cicatriz sería más grande de lo imaginado.
- En absoluto, pero tampoco puedo dejar de decirte que no tengo dudas.
- ¿Dudas?¿Cómo cuales?
Rodrigo reacomodó su espalda. Emma hizo lo propio; se puso de rodillas para captar cualquier expresión que le fuese de ayuda.
- ¿Cuáles son tus dudas Rodrigo? - serena pero firme, repreguntó.
- No sé si seré...poco...quizás te aburras de mi monotonía. No soy de salir a boliches ni tener un entorno de amistades muy desarrollado.
Emma lo vio menear su cabeza, compungido.
- Rodrigo, no sos un juego para que me aburra de vos; y poco no es algo que te distinga. Sos...como sos...tal como yo. Nadie sabe qué nos depara el destino. Quizás quién dice que vos no seas quien desee alejarse de mí.
Resoplando por la nariz, él se entregó a su errada conclusión. Siendo acariciado, sintió los dedos lánguidos de Emma vagar por los músculos de su rostro, tan rígido por la preocupación.
- Me gusta el brillo de tus ojos. Destilan verdad.- concluyó con voz melosa.
- Gracias. Ojalá el juez Acuña me hubiera dicho lo mismo diez años atrás.- con pesar, recordó el momento de su cruel sentencia.
- ¿Cómo es que nadie te creyó? -
- Te lo dije, Emma. Vladimir Krauss tuvo, tiene y de seguro seguirá teniendo muchas influencias.
- ¿Y no pudiste hacer nada para denunciarlo?¿Para dejar en evidencia que era un corrupto?
- Nada de lo que dijera iba a ser tenido en cuenta, bonita. Yo era un negrito hijo de panaderos que se ganaba la vida amasando. Probablemente mi hija esté mejor con ellos que conmigo.- ronco, con aquella posibilidad como latente, Rorro sintió su pecho desgarrarse bajo su camisa leñadora.
- ¡No digas eso!- con la voz quebrada, impactó sus puños en su duro pecho. Rodrigo tensó su mandíbula.
- Emma, la nena no va a querer estar conmigo así porque sí. De seguro debe estar rodeada de lujos, de regalos, de confort que yo no tengo y no puedo darle.
- Pero vos sos su papá...ella es grande, va a entender...- en un hilo, sus ojos canela se enturbiaban.
- Ella no me considera como tal. ¿Cómo explicarle qué fie de mí en todo este tiempo?¿Cómo decirle que por 10 navidades quise regalarle algo más que una carta sin destino?¿Cómo hacerle entender que el único recuerdo que tengo de ella son sus ojos grandes y oscuros y su berrido antes de acostarla en la cuna?
Observando el desaliento en su rostro, Emma no quiso que bajara los brazos.Para entonces, la angustia presionaba su garganta.
- Me dijiste que te llamaban Camaleón por tu capacidad de adaptarte a las situaciones de la vida. Pues esta es una. Tendrás que ganarte el cariño de Valentina, adaptarte a lo que ella necesita.
Ladeando la cabeza, Rodrigo pasaba la lengua por su labio inferior con el retruque en la punta de su lengua.
- Ya no es un bebé. Tiene casi 12 años. Mi rol paterno se ha desdibujado. Sus abuelos ni siquiera le habrán descripto una imagen tierna de mí.
- Más a mi favor, Rodrigo; podrás decirle tu verdad, ser honesto con ella. Transmitirle cuánto amabas a su madre. - con la emoción en forma de lágrimas, unas gotas díscolas rodaron por su mejilla. ¾ Vos sos la persona más valiente que he conocido en mi vida, no dejes que la corrupción te venza esta vez.
Rodrigo tragó con la emoción de estar frente a una mujer íntegra y especial por segunda vez en su vida. No podía ser tan tonto de dejarla escapar. Finalmente, sus ojos verdes se clavarían en los castaños de Emma para entregarle una mirada tiesa y melancólica.
- Decís cosas muy lindas.
- Digo lo que siento.
- Sentís muy lindo entonces...
- Siento que quiero que seas feliz - un beso apacible, fue capturado de sus labios carmesí en movimiento.
Hundiéndose en la humedad de su boca masculina, bebió de él, de su necesidad y su dolor. Rodrigo no sólo era pura fortaleza, sino también puro amor. Amaba a su hija y era capaz de sacrificar todos estos años de espera en pos del bienestar de Valentina.
Las manos de Rorro desordenaron el largo cabello de su compañera compitiendo contra el viento; las de Emma, sin embargo, contorneaban las orejas, el cuello y se daban impulso para conocer más profundamente la calidez de su lengua.
Unos jadeos sumaban intensidad al cuadro, pero la palabra tiempo se interpondría entre ellos como una intrusa. Presionando sus pechos, unían sus palpitaciones. Agitados, con el temblor de la tensión sexual, tomarían distancia. Sin abandonar el hilo que conectaba esos dos pares de ojos, se hablaron con la prudencia del silencio.
Haciendo amistad con la paciencia, Emma giró retomando su antigua posición; entre sus piernas y de espaldas a él.
- ¿Qué hacías en tus tiempos de ocio en el penal?
Tomándose un segundo para pensar, pudo imaginarle una mueca de asombro a pesar de no verlo.
- Leía. La Biblia ha sido un gran aliado en mis momentos de soledad espiritual. - afirmó - Sin embargo, mucho de mi tiempo era empleado para trabajar en la panadería del penal. Gracias a ese pequeño sueldo, hoy puedo comprar ropa, ponerle combustible a la moto...
- ¿Vendían mercadería sin vidrio, verdad? - bromeó en relación a su anécdota de mal gusto.
- Por supuesto, Emma. - bufó por ser acaso uno de los detalles más recurrentes.
- No me extraña que leyeras.
- ¿Por qué?
- Porque tenés un lenguaje bastante rico, tu modo de expresarte es correcto y moderado...
- No todos los presos son incultos, bonita. -echando por tierra otro prejuicio social más, ella se sintió una tonta por mencionarlo.
- No es lo que quise decir...al menos, no quise que sonara de ese modo. - tímida, se refugió aun más en la calidez del cuerpo de Rorro.
- Ya lo sé - arrullando como un consuelo en su oído, la voz del varón se mezclaba con la intensidad del oleaje.
- Además de La Biblia, ¿qué leíste?
- ¡De todo! Muchos libros eran prestados de otros reclusos y hasta mi madre me compraba algunos usados en la feria de Parque Rivadavia.
- ¿Cuál es tu plato preferido?
- ¿Pasamos de un tema al otro de la nada misma? - divertido, cambiaba la posición de sus brazos para apoyar sus manos sobre los hombros de ella; un leve masaje aflojaría las tensiones subyacentes.
- Mmm ajá...- entregándose a aquel contacto tan relajante, Emma volcó su cuello hacia atrás.
- Tenés un perfume exquisito - dijo él, seducido, y perfiló la vena lateral de su compañera con la punta de su nariz, quien al entreabrir los labios, dejó escapar una exhalación aguda. - Ni siquiera puedo imaginarme el sabor de tu piel - besando aquel sendero marcado previamente, elevó su propia temperatura, siendo cada beso, una antorcha para el cuerpo de ambos. - Me gustan las milanesas a caballo- gimió entre sonrisas por lo que estaba haciendo y por el giro inesperado de la conversación.
- ¿Y cambiás de tema de la nada misma? - emulándolo, interceptó sus besos.
Unas gotas, de a poco, caerían sobre ellos generando vapor por el contraste del enfriamiento de la atmósfera y sus temperaturas en claro ascenso.
- Por haber pasado 10 años encerrado, sabés cómo encender a una mujer. - desjuiciada, disparó inclinando el cuello de un lado al otro.
- Hay cosas que evidentemente, no se olvidan.
- ¿Has tenido otras parejas además de Ornella? - alejándose del momento de erótica perversión (porque no era momento ni lugar de continuar) Emma escapó por un instante.
- No - algo molesto, pero con el afán de sobrevivir intacto, comprendió que lo mejor era no ceder a sus bajos instintos.
- ¿Ella fue tu...primera? - rotando el cuello bruscamente, inquirió con curiosidad innata.
- Sí. Mi primera todo. Y mi última también...- ¿A qué te sorprendí Emma, verdad?
- Oh....- dibujó una O con sus labios.
- Éramos chicos cuando empezamos a salir y desde entonces, nunca nos separamos.
- Cuando ella comenzó la Universidad...- afirmó Emma convincente.
- En realidad, desde antes...- Rodrigo entrecerró un ojo, con la anécdota a flor de piel.
- ¿Antes?¿Cómo es eso?- cómplice, ella preguntó con voz acusadora.
- Su tía vivía a unas cuadras de la panadería en la que trabajaba yo cuando no iba al colegio. En alguna que otra vacación, coincidíamos en el club FerroCarril Oeste. Yo jugaba Handball y ella iba acompañada de su prima a vernos practicar. - con atención, ella escuchaba su relato sin interrumpirlo - Una tarde, convencido de que siempre me miraba mucho, la encaré...y empezamos un romance. A lo lejos.
- Porque ella vivía en Entre Ríos...- echó la reflexión.
- Exacto. Pero sus padres no conocían de nuestra relación sino hasta que vino a Buenos Aires y se anotó en la Facultad.
- ¿La extrañas mucho, no?
El eco de su pregunta se propagó en el silencio de la noche. Echando sal a la herida, Emma necesitaba saber hasta qué punto podría competir con el fantasma de la difunta y cuán arraigado estaba el recuerdo de Ornella en él. Era chiquilín y hasta absurdo ponerse a la par, pero las inseguridades amorosas, la hacía tropezar con la ansiedad.
- Extraño cosas compartidas con ella. Nuestra rutina, nuestros paseos en bicicleta...
- ¿Alguna vez la trajiste hasta acá? - con la desilusión por la "falta de exclusividad" a cuestas, formuló.
- No - la negativa, la alivió inconscientemente. - Ella era bastante miedosa, por lo que andábamos por el barrio.
- ¿Qué es lo más lindo que recordás haber vivido junto a ella?
Levitando entre la incomodidad y la nostalgia, Rodrigo se removió sobre el pavimento duro a sabiendas que de a poco tendría que abrirse; era justo hacerlo. Emma se encontraba ávida por conocer de él, por hacer de su carga, algo más fácil de manipular.
- Recuerdo nuestro casamiento...el nacimiento de Valentina...
- Contame más...- sacar aquellos recuerdos a flote significaban remover una herida antigua; sin embargo, era la mejor terapia que podrían hacer en conjunto.
- La boda fue en verano. Ella vestía un solero estampado con florecitas pequeñas de color lila. - detallando aquel momento, se entregaba a la imagen vívida de la melancolía - Fue un casamiento muy sencillo; ella estaba embarazada de tres meses para ese entonces.
- Me extraña que siendo un chico católico hayas pecado de ese modo. - observó Emma quitando un poco de sentimentalismo.
- Mi madre montó una escena terrible cuando le comenté que nos casábamos y que Ornella ya estaba embarazada. Dejó de hablarme por una semana entera...hasta que aflojó porque supo que el bebé sólo había sido algo que adelantó el compromiso.
- ¿Y qué más? - instó ansiosa.
- Llevaba una tiara de rosas rococó en la cabeza. Lucía como un ángel.
Rodrigo inspiró profundo con un nudo ajustándose en su cuello, para tomar impulso y proseguir por la segunda anécdota.
- Valentina fue muy ansiosa...casi tanto como vos - dijo desestabilizando sus gestos. Rodrigo movió la boca de lado, vislumbrando la graciosa expresión del rostro de Emma.
- ¿Por qué?
- Porque nació a poco de pasar los 7 meses de gestación. Salió antes de lo previsto. - riendo por la simpática confesión, Emma fue una inyección de energía en el espíritu de Rodrigo, quien siguió en su relato por un momento más. - Fue un 8 de julio; Ornella había pasado una mala noche, descompuesta y con una terrible jaqueca a cuestas. De repente, sintió una puntada fuerte, fue al baño y rompió bolsa. ¡De más está decir que salimos corriendo a las 6 de la mañana!
- ¿En moto? - preguntó la joven con un tono agudo.
- No, Emma. Fuimos en taxi - ella le resultaba una bocanada fresca.
- ¡Menos mal!- posando su mano sobre su propio pecho, Emma se contentó por el rumbo del parto.
- Valentina nació por cesárea porque el cordón le apretaba el cuellito. Estuvo más de tres semanas en incubadora por muy bajo peso. Pero ella fue una luchadora, logró salir adelante. ¾ recordar sus manitos pequeñas y su fragilidad, dibujó una lágrima en el duro rostro de Rorro.
- No lo dudo. Es una cualidad heredada de su padre, sin dudas...-deslizó ella, visiblemente consternada.
- Quizás.- resopló ligeramente por la nariz, aceptando el cumplido.
Las gotas de lluvia para entonces se intensificaron y la fuerza de la emoción, también.
- No quiero manejar en plena tormenta. Es mejor que nos vayamos ahora y la sigamos mañana¾ abandonando la melancolía, Rodrigo se puso de pie a la par de la joven, que con fuerza, sacudió la tierra de su pantalón.
El estruendo de un rayo al romper, perturbó la seguridad autoimpuesta por Emma con respecto a las tormentas. Se había prometido ignorarla. Sin lograr resultado positivo alguno.
- Le tengo miedo a las tormentas... - confesó alterada al ver el reflejo del refusil morir en el horizonte.
- ¿Por qué?
- Porque me recuerdan a la madrugada en que mi mamá murió. - con la angustia instalada en la voz y su semblante, se entregó a los brazos de Rodrigo ya preparados para acogerla.
- Tranquila, Emma...shhh- arrullando en su oído, removió su cabello dejándole libre la oreja.
- Sin un Valium no concilio el sueño. Nunca pude dormirme un día de tormenta sin ayuda de medicamentos.
Aferrándose intensamente a su torso ella flaqueaba; no obstante, él aceptaba aquella muestra de debilidad para transformarla en comprensión.
- Emma...miráme - limpiándose la lágrimas, la muchacha obedeció - una tormenta no puede vencerte. Vos sos más fuerte que un recuerdo, vos sos...un camaleón...- su aliento se interpuso entre ambos.
- ¿Yo? - preguntó a desgano, con el temor enredando sus cuerdas vocales.
- Vos también te supiste adaptar a todas las dificultades que te puso la vida por delante. Perdiste a tu mamá siendo una nena, perdiste a tu papá en el mejor momento de tu carrera...
Emma era un remolino de emociones, recuerdos y pesares. Llevando las palmas a su rostro, intentaba tapar su dolor.
- Linda...no te cubras la cara - tomando con paciencia y dulzura a sus manos, Rorro le besó sus palmas. - No me prives de ver tu luz en esta noche tan oscura.
Sus cumplidos eran gentiles y amables y a pesar de instarlo a intentar un mañana juntos, el miedo por perder ese mágico momento, era inmediato.
- Vamos ya...es hora de irnos- tomando su mano, Rodrigo la llevó tras de él.
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*Mala onda: mal predispuesto.
*Parque Rivadavia: gran parque sito en el barrio porteño de Caballito, donde existen puestos feriales de compra-venta de libros usados a bajo costo.
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