13
Emma sentía que el viento golpeaba sobre su boca, quizás el único espacio sin la protección del casco desde donde podría recargar sus energías. La brisa era fresca en aquella madrugada veraniega; como un bálsamo, templaba sus hormonas.
Entrecerrando los ojos, se compenetró en absorber con todos sus sentidos el olor de la travesía en la que se envolvía junto a Rodrigo. Deseando acariciarle espalda con su mejilla, contendría las ganas en pos de mantener ese extraño vínculo.
Olía a castañas. Olía a hombre recio. Olía a esperanza.
Concentrados en el entorno, se perdían en el tráfico. Taxis, algunos colectivos y jóvenes festejando en las veredas, eran testigos de su fuga. Huyendo de la rutina, escapaban del ayer para sumergirse en el mañana.
Esquivando con gran cintura los vehículos, atravesaban Avenida Libertador como una saeta.
Junto a Rodrigo, Emma no temía.
Él, que había atravesado las puertas del infierno, la protegía.
Parecían levitar como dos plumas en el aire, suspendidos en el éter de ese viernes de calma. Rodrigo se sentía joven de vuelta; como en aquellas salidas nocturnas junto a Ornella. Emma era un voto de fe. Un voto con un precio demasiado alto que dudaba si podría costear.
Rompiendo los límites de la Ciudad de Buenos Aires, Vicente López les daba la bienvenida; más precisamente en la zona costera, una breve franja de arena y playa de tierra en la cual se detuvieron excitados por la velocidad y la travesía.
— ¡Waw! —dijo ella quitándose el casco, algo aturdida por la descompresión.— ¡Eso estuvo fabuloso! —exultante, miraba el tenue oleaje del oscuro río, sólo iluminado por el claro de luna.
— Extrañaba andar en moto...— sacudiendo la cabeza, Rodrigo agitaba con su mano libre su cabello sensualmente despeinado.
Sumergiéndose imaginariamente en ese escenario, ella vagaría oliendo el perfume de aquella mágica e inesperada noche.Abriría los brazos, acariciando el viento con partículas de agua sin importar salpicarse. Avanzó unos pasos, pisando el escaso manto de césped previo al barro costero.
Emma pensó en su madre, en su padre, en el transcurrir de cada uno de sus días desde que había conocido a Rodrigo. Por primera vez, sentiría entre sus costillas una estampida de burbujas que revoloteaban intrépidamente. Rodrigo era paternal, divertido, medido y honesto. Los atributos que siempre había soñado encontrar en alguien.
— No quiero lastimarte. — susurrándole al oído, la voz penetrante de Rodrigo se colaba entre los cabellos ondulantes de Emma, dispersos por la brisa. — Ya lastimé a mucha gente.
Ella silenció respuestas mientras él permaneció por detrás.
A escasos centímetros de Emma, el bombeo de la sangre de Rorro hacia su corazón anticipaba sus actos, sus anhelos más profundos. Sus manos, anchas, buscaron refugio en la curva de la pequeña cintura de su compañera, cercándola con suavidad.
Su nariz, refundiéndose en el cabello desenmarañado color canela, inhalaría su aroma a expectativa.
Emma era consciente que la atracción era mutua como así también que las limitaciones de un pasado en cautiverio en el caso de Rodrigo y una tendencia a la autodestrucción en el propio, se convertían en la gran muralla a vencer.
Rodrigo buscó apoyar su barbilla en el hombro redondeado de su cautiva, anidando sobre él; ambos miraban el río mecerse sobre la costa. Por varios minutos transitaron en el acogedor mutismo de sus palabras, sin necesitar nada más.
Él pensaba qué era lo mejor. Jamás imaginaría que al salir de prisión la vida le daría no sólo la oportunidad de reencontrarse con su hija, sino además, con un ángel que le conseguiría un empleo y que le ofrecía el mero hecho de conocerse más en profundidad.
Rechazar que Emma sentía cosas por él, era ser un tonto. Pero Rodrigo, quien estaba acostumbrado al dolor de la pérdida, de la injusticia y la traición, no deseaba sufrir por no ser correspondido ni tampoco lastimar por no recordar cómo tratar a una mujer.
Simplemente actuando, sus manos se cruzaron por delante del torso de Emma, abrazándola contra su pecho rígido y forjado.
— ¿Por qué te encaprichaste conmigo? ¿Te atrae el desafío de saber quién soy realmente? — susurró tiernamente, con la duda instalada en el tono ronco de su voz.
— Ni un cosa ni la otra — removiéndose de su caricia posesiva, ella giró situándose frente a él.
Enredándose en su mirada, las manos perseverantes de Rodrigo acomodarían los mechones de pelo de su compañera que se rebelaban contra la ventisca. Era una lucha pérdida, quizás una de las pocas de su vida entera. Y aún así, no le importaba dejarse ganar.
— Entonces explicáme qué es lo que te causa tanta curiosidad.— fundió sus palabras con el aire cinrcundante.
— Por el contrario, no pienso que sos un hombre con secretos por descubrir — firme, descifró convincente — Sos un hombre transparente que ha cometido un aberrante asesinato. Pero saldaste tu deuda con la justicia de los hombres. Simplemente, confío en que merecés dejarte querer. Por mí o por otra mujer...pero que también tenés derecho a armar una vida.
— La tengo. Gracias a vos conseguí un trabajo; gracias a tu ayuda, intento recuperar a mi hija...
— Tarde o temprano todos necesitamos de alguien que nos cuide, nos espere con la cena lista, nos pregunte como nos ha ido durante el día...
— Emma, ¿no será que vos sos la que necesitás eso?— lapidario, reflejaba su pensamiento como un espejo.
— Por supuesto que sí. – admitió ella inteligentemente — Y me ilusiona pensar en que tal vez vos puedas cumplir ese rol. Quizás esa es mi única curiosidad. Saber si querrías hacerlo sin temerle a nada.
Rodrigo permaneció pensativo por un instante, descreyendo que una mujer como ella, que podía tener a cualquier hombre en sus brazos, lo quisiera a él. Sólo a él.
— ¿Deseás probar la manzana prohibida del edén? — ante las palabras de Rodrigo, Emma sonrió por su paralelismo cristiano, entregándose a su última deducción.
— Racionalizar las cosas me ha limitado mucho mis acciones en la vida.
— ¿Y conmigo querés descarriarla?
— Con vos quiero probar...lo que sea —asumió, vergonzosa, bajando la vista a sus pies.
Lo cierto era que jamás se había enfrentado a tantas ansias por alguien. Nunca un hombre la atraería de la manera en que él lo hacía. Con sus mil matices, con su pasado a cuestas, Rodrigo la conquistaba de punta a punta.
Tragando fuerte, Rodrigo le elevó su barbilla con el dedo, desnudando sus necesidades de mujer.
— No sé si podré estar a la altura de tus expectativas, Emma. No soy un hombre fácil. Tengo sobre mis espaldas mil errores que subsanar. No sé lo que es estar con una mujer como vos. Hace mucho que no...bueno...vos imaginarás...— sonriendo de lado tímidamente, le arrebató un mueca compasiva a su damisela.
— La diferencia radica en que yo sé de antemano qué es a lo que te estás enfrentando, Rodrigo.
— No quiero defraudarte.
— No tenés por qué...
— No sé si pueda hacerte feliz...
— Nada nos garantiza el éxito. Y mucho menos si no lo perseguimos. — el filo de su dedo índice recorrió entonces, la mandíbula de ella. Con el pulgar, rozó provocativamete su labio inferior.
— Tanta reticencia quizás sea porque yo no te gusto — suspiró desalentada, contemplando aquello como una última y triste opción.
Rodrigo abrió grande sus ojos, incapaz de comprender esa conclusión absurda.
— El problema es que me gustás demasiado...desde el primer día. — mató sus conclusiones erradas de un soplido. Emma sonrío aniñadamente, capturándolo en el puño.
— ¿Sí?
— Creí que Diego me había preparado una broma.
— ¿Por qué?
— Una tontera...no quiero hablar de eso ahora.
— ¿Y qué quisieras hacer ahora?— caminando por la cornisa, sus respiraciones se entrelazaban con el ruido de la noche de fondo.
— Besarte...— farfulló
— ¿Y por qué no lo hacés?— provocó ella.
— Porque esperaba tu permiso, desde luego — inocente, retraído, Rodrigo no disimulaba su timidez.
Sería ella, entonces quien daría el primer paso hacia el vacío acariciándole los labios con los suyos, en apariencia tersos y carnosos. Rozándolos, poco, su boca masculina entraría en confianza para tomar el mando.
Sintiéndose cerca del paraíso, los dedos tibios de Rorro se alojaron en el hueco de la quijada y orejas de Emma; sensualmente, encontraría la comodidad de sus besos junto a los de ella.
Entreabriendo sus labios, Emma daba acceso franco a su interior cálido y resplandeciente. Tomando aquello como una clara señal de admisión, la lengua de Rodrigo inquietó la propia, despertándola de su letargo.
Aterciopelada como su voz, él sintió el verdadero fogonazo de deseo en Emma. Era dulce, exquisita. Un leve gemido salió de su boca carmesí, encendiéndolo.
— Hace diez años que no beso a nadie — masculló sonriente por la exploración mutua.
— ¿No practicaban en la celda?— bromeó ella.
— Estas cosas no eran las que se practicaban — levantando una ceja, Emma se apartó de su rostro exageradamente. Él, divertido, exhaló una carcajada al aire que la dejaría sin habla. — ¿Te asusté? — agregó nervioso y asombrado...— ¿Qué se te pasó por esa cabecita? ¡Era un chiste! —sin despegar sus dedos del rostro pálido y bello de la joven, Rodrigo no abandonó la risa.
— Sí...ahora me di cuenta — sin estar acostumbrada del todo a sus comentarios en doble sentido, relajó los hombros.
— Alejémonos de la orilla — bajando sus palmas, pasando su mano por encima del hombro de Emma, la atrajo hacia él. — está haciendo frío.
Caminando rumbo a la Honda que dormía contra un arbusto, él frotó el brazo de Emma brindándole calor. Alcanzando la ubicación de la motocicleta, Rodrigo dio un paso hacia adelante, poniéndose frente a ella para tomarle las manos y besarle los nudillos con cautela.
— No tengo idea cómo se hacen estas cosas. Pasé un tercio de mi vida intentando sobrevivir en la cárcel y cuando finalmente lo aprendí, la justicia humana dictaminó que era tiempo de regresar al mundo exterior. Ahora — su voz era rasposa y casi inaudible — tengo que aprender a sobrevivir de este lado.
— Dejáme ayudarte, va a ser fácil.
— Es lo que más quisiera...pero no puedo garantizar ser un buen alumno.
— Ya lo veremos juntos...
Un beso de Rodrigo en su frente, cuidadoso, cosquilleó su piel de alabastro.
— Desconozco cómo se hace el papel de novio o pareja — redondeó el tema, significativamente denso.
— Yo tampoco sé hacer muy bien el mío – frunció la nariz en respuesta.
— Entonces, lo veremos juntos eso también...¿no? — tomando el control, Emma lo abrazó fuerte, mucho, hasta sentir que el estómago se le comprimía contra su vientre de puro acero.
Apoyando su mentón en la cima de su cabeza canela, Rodrigo relegaría un beso sobre la linea del crecimiento del pelo.
Hundiéndose en su torso, Emma esperó encontrar finalmente su refugio allí; su hogar, su mundo.
— —
Recostados en un arbusto tupido y sumamente verde con florecillas amarillentas, descansaron por un par de horas. Rodrigo sostenía fuerte a Emma entre sus brazos, mientras que con su campera de cuero la tapaba a la altura del tórax.
Dolorida por la posición, ella se regocijaba por poseer a Rodrigo a su lado. No se habían escapado uno del otro. Una sonrisa bobalicona adornó su rostro por un buen rato, como aquella vez en que lo vería descansar en el sillón de su casa.
Él respiraba sereno, quieto.
Reacomodándose, se entregó a las visuales que les daba el amanecer en ese verano; sus rojizos y dorados, se apoderaban del cielo de febrero. Una media esfera brillante y voraz lo teñía todo a su paso.
Los primeros rayos la enceguecían un poco, bañándole con el calor matinal, las mejillas. Impiadoso, el sol parecía decir "aquí estoy, junto a ustedes"
— Hola, preciosa — como un trueno en la luz, Rodrigo habló y el cielo se abrió ante ella con su sonrisa varonil.
— Hola, lindo — replicó ensimismada en sus ojos verdes, aclarados más por el sol. — No quiero despegarme de vos, pero debo decirte que no estoy muy cómoda que digamos...— deslizó sin romanticismo alguno.
Colocándose de rodillas frente a él, extendió su blusa azul oscura agradeciendo además, tener jeans.
A diferencia de ella, Rodrigo lucía descansado. Apoyando su espalda de lleno en el verde follaje, entrelazó sus dedos sobre su regazo, observándola con detalle. ¿Hace cuánto no dormía así de tranquilo?
— ¿Qué pasa? —dijo ella colocándose un mechón de su cabello tras la oreja.
— Solamente te miro. —"y deseo que esto no sea un sueño".
— ¿Y qué ves? — sugerente, Emma avanzaría de rodillas para colocarse frente a él, entre sus piernas.
— Una mujer hermosa.
— ¿Sabés lo que veo yo?
— ¿Qué?
— ¡Un mentiroso de la peor calaña! — intempestiva, estamparía un beso sediento en la boca de su acompañante quien se mostraría desorientado por semejante actitud; Emma olvidaba que no debía abrumarlo. — Soy un poco bruta...perdón—se disculpó pasando los dedos sobre sus propios labios, deseando que cada célula de su boca no olvidara aquel beso robado.
— No sos bruta, Emma. Es que...me cuesta procesar esto — con un ademán de manos rodeaba su cabeza. — Dame tiempo...es lo único que me atrevo a pedirte a cambio.
"Tiempo"... evitó llorar de emoción; perpleja solo le entregó un beso puro en la mejilla.
¿Este hombre existía de verdad? Era muy bueno para creerlo.... ¿o quizás debería creer que el destino los había cruzado para sanar sus heridas en conjunto?
— Vamos....vos tenés que descansar...esta noche trabajás — incorporándose con dificultad, Emma extendió los brazos aun sabiendo que su fuerza ni siquiera le movería ni un pelo. A Rorro, que, agradecido, los recibió pero a sabiendas que el mayor esfuerzo, provenía de su propio cuerpo.
Tomando el casco, Emma desajustó la correa comenzando con el ritual de colocación del mismo para cuando Rodrigo interrumpió sus actos: como un torbellino, ella terminó en sus brazos, siendo contenida por ese magnífico y enorme cuerpo. Bebiendo de él, sus besos cálidos satisfacían cada poro de su necesidad entrelazándole los dedos en su nuca, fantaseaba con un poco más. Pero sería suficiente por hoy.
— Gracias por darme otra nueva oportunidad — gentil, su beso masculino marcó la urgencia por mejorar.
— Te la has sabido ganar — respondió medidamente, con el aire de la expectativa ahogándose en su garganta.
____
— ¿Vos creés que mi amiga sospechará algo si me ve hoy sábado de vuelta en su local y con este casco? — dibujando una linea con su dedo sobre la barbilla del dueño de aquella espectacular Honda, Emma se mecía en la puerta de su casa.
— Sabe que odiás salir los fines de semana...y sabe que no tenes moto. Excepto que digas que fuiste a una fiesta de disfraces. — como siempre, parecía tener una respuesta para todo. —Pero vos misma le prometiste devolverle las llaves del local...¿Ya te olvidaste?
— Es cierto...— pestañeó Emma sabiendo que tendría que organizar su día para ir más temprano a Hunton House — ¿Querés quedarte a desayunar? — jugueteando con el cuello de la camisa de Rorro, su tono susurrado dejaba involuntariamente al desnudo cuáles eran sus intenciones: que no la abandonase.
— Si me quedo a desayunar, me invitarás a almorzar y luego a merendar...
— ¿Y por qué no?
— Porque no es momento de más —Rodrigo deseaba hacerlo, pero aún sostenía que la magia se acabaría al momento de tener relaciones, cuando el misterio, ya no sería tal.
"Tiempo, Emma...no lo aturdas con tus ansiedades" pensó ella.
— Tenés razón — asumió bajando las manos con lentitud.
— Lo sé...
— ¡Pedante!
Rodrigo atrapó abruptamente el quejido con su boca, al igual que cuando la besó antes de subir a la moto y emprender el regreso. Apasionadamente, se adueñaba de sus labios.
Tomándolo por la cabeza, Emma desordenaba su corto cabello; lo acariciaba, necesitada y posesivamente.
Sus lenguas danzaban en perfecta armonía. Las manos calientes y fornidas de él se deslizaban sobre la espalda de su tutora, hasta recalar en la curva convexa de su espina dorsal. Rodrigo, cultor del autocontrol, sentía que con Emma estaba lejos de contenerse. Ella lograba desbordarlo, lo hacía reír, enojarse, ir del cielo a la tierra con sólo mirarlo fijamente.
La humedad se retorcía entre sus piernas femeninas pidiendo clemencia. En puntas de pie, quería más y más de él.
Pero Rorro, comprendiendo que no deseaba comportarse como un salvaje, se apartó con el sabor del dulce beso impregnado en sus labios.
— Es mejor que paremos acá — dijo agitado, con su miembro pujante contra sus vaqueros.
Con poca fuerza, Emma asintió. Ella deseaba en el fondo de su ser, que si existiría una primera noche a su lado, ésta fuera especial, con cierto tinte romántico y repleta de caricias cadenciosas y no un arrebato estrangulado por las ansias.
Abanicándose las mejillas sonrosadas, ellas eran la muestra de su desvergüenza.
— Te sienta bien ruborizarte. —perverso, su voz espesa la seducía aun más.
— ¿Sí?
— Combina con tu bello color de pelo y tus pecas seductoras.
— Jamás pensé que mis pecas fueran seductoras.— como una niña, caminó hacia la ventana, para verse reflejada en el vidrio.
— ¿No me creés que necesitaste comprobarlo por vos misma? — fingiendo enojo, él cruzó los brazos por sobre su pecho,
— ...eso de ser...seductora..no creo que sea tan así. — disparó sucumbiendo a su cruel honestidad.
Sin abandonar la imagen que les reflejaba el cristal, Rodrigo se aproximó con parsimonia a su delgada figura. Abrazándola por detrás, la cubría bajo su torso, para menearse de un lado al otro al compás de una música imaginaria.
— Sos demasiado hermosa. Tanto, que debería dolerte.
Sus cumplidos eran tiernos; lo mejor que los oídos de Emma podían y quería escuchar.
Uniendo sus miradas a través de aquella semejanza, ambos serían testigos de un beso amistoso en lo bajo del pómulo izquierdo de la joven.
— No me retengas más. Tengo que irme ahora mismo.— soltándose, él se apartaba rumbo al pasillo que lo conducía a la entrada de la casa.
— ¿Cuando volvemos a...vernos? — como una colegiala, jugaba con un mechón de pelo propio sin reparar en ello.
— Cuando quieras. Soy un hombre libre en la plenitud de la palabra. — abrió sus brazos.
— Camila me va a torturar a preguntas cuando aparezca esta noche por Hunton House.
— Entonces le diremos la verdad.
— ¿Cuál...verdad? — escucharlo de su boca, le daba un tinte de credibilidad superior.
— Que era muy tarde ayer como para regresaras sola a tu casa y te traje. Como no tenía otro casco, tomamos uno prestado del local. Felicitará nuestra prudencia.
— Ah...sí sí...— "esa verdad".
Rápidamente, respetando su palabra, dejaría un beso en la sien derecha de Emma para galopar hasta la reja de entrada del corredor; montando su corcel, se perdería en el tráfico con mil pensamientos a cuestas y una enamorada en puerta.
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*Vicente López: localidad ubicada al norte de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, perteneciente al Gran Buenos Aires, la cual es bordeada por el Río de la Plata.
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