12
Comiendo, degustando el magnífico risotto elaborado por Rodrigo, reían de anécdotas de su infancia, de la de Emma y cosas sin sentido que los llenaba de paz y armonía. Ambos se sentían a gusto frente al otro, compartían pensamientos, disentían en otros pero mantenían el buen humor y la camaradería.
Ella presintió que Rodrigo sería un excelente padre: era leal, noble y honesto. Lamentablemente, el pasado de Rorro estaba teñido de sangre y aunque le disgustase recordarlo, un hombre había muerto por obra de sus manos. Y para la justicia ordinaria, una mujer también.
— ¿Puedo hacerte una pregunta personal? — poniendo de lado el plato, Rodrigo limpió su boca con una servilleta.
— Sí — Emma accedería sin dudar.
— ¿Fueron novios por mucho tiempo?...digo, Bautista y vos — con la intriga disimulada, enredaba sus dedos en el mango del tenedor. Deseaba no quedar como un chimoso pero la duda y los celos, lo carcomían.
— Por dos años.
— ¿Fuiste feliz a su lado?
— Por momentos— fue escueta.
— ¿Hace mucho que se separaron? — saber más, le daba esperanzas. ¿Pero de qué?
— Otros dos.
— Vos te diste cuenta que él todavía te quiere, ¿no?— sorpresivamente para ambos, Rodrigo sostuvo.
— ¿Por qué decís eso? — Emma quería saber el trasfondo de su cuestionamiento.
¿Eran celos? ¿Chismerío barato?¿Un modo masoquista de pasar el tiempo?
— Por que noté el modo en que te miraba el otro día, cuando nos presentó ante su amigo al entrar al boliche — recordó sabiamente, con una puntada molesta en la boca del estómago.
— Nos tenemos mucho aprecio — deslizó ella, en vano, dándole la derecha en cuanto a su apreciación. Emma había notado que Bautista no sacaría de la ignorancia a su amigo Patricio.
— Si es tu modo de negar lo que sucede, no te voy a desilusionar — tomando el vaso para beber agua, levantó sus cejas. — Se comportó de un modo bastante posesivo con vos en el bar.
— Lo último que recuerdo es que vos te diluías entre la gente para buscarme agua fresca — avergonzada, hundió la mirada en su plato con sobras, jugueteando con la punta de los cubiertos
— Fui a la barra, donde me lo topé hablando con alguien. — con alguien que tenía pechos grandes y operados, era platinada y una gran sonrisa — Cuando notó mi presencia, me preguntó si te había visto, le dije dónde te había dejado y como un enajenado fue a buscarte. Le dije que te estaba por alcanzar agua y que te llevaría en taxi hasta tu casa. Pero me ignoró por completo. Te agarró de los brazos y te sacó en andas, semi desmayada.
— ¿Eso fue lo que pasó? — su relato distaba del contado por Bautista, a la mañana siguiente del suceso. Asqueada, frunció la nariz.
— Ni me permitió acercarme a vos.
"Él quería llevarme consigo y Bautista no lo permitió..." festejó Emma en silencio, con una sonrisita perversa guardada en su pecho.
— No me sorprende — admitió ella, con desdén — Bautista tiende a ser muy autoritario.
Rodrigo permaneció inmutable. Después de todo, Hunton era su jefe, quien le habría dado un voto de confianza a un ex convicto para meter en su negocio pulcro y de categoría.
— Creo que es mejor que me vaya — súbitamente, se pondría de pie como un resorte, presionando sus palmas sobre la mesa.
— Bu...bueno...— balbuceó ella, inocentemente, resiguiéndolo con la mirada — ¿Sabés cómo llegar a tu casa?
— No, pero un taxista bien podría ayudarme— sarcástico, sonrió desarmándola por completo.
"Obvio, Emma."
— Me siento un poco mal — reconoció ella mientras caminaba tras Rodrigo, apostado ya delante de la puerta de salida.
— ¿Por qué?
— Porque dije que te invitaría a almorzar. Lo único que hice fue ser espectadora de lujo de tu preparación. — reconoció con la cabeza gacha, como una niña en falta.
— Eso no quita que te reivindiques en otro momento. — simpático, le regalaría una sonrisa ladeada, desestabilizándole la psiquis en estado latente de debilidad.
— Tenés razón — asumiendo el riesgo para sus propias emociones, Emma se pondría en puntas de pie, acariciando la comisura de los labios de Rodrigo abruptamente.
Él no la detendría, pero tampoco seguiría su maniobra por inocente que pareciera. Por el contrario, se mantendría inerte, esperando el desenlace de aquella maniobra impensada.
Aquella breve porción de sus labios se sentiría suave como terciopelo; el aroma de su perfume masculino acariciando su cuello, era cautivante. Emma detectaría a su nuez bajar de golpe, sin evidenciar otro movimiento; su calma era desconcertante y decepcionante en partes iguales.
Millones de mariposas pretendieron salir por su ombligo, siendo contenidas por la falta de reacción de Rodrigo. Frustrada, Emma tragó con fuerza. No era rechazada ni aceptada.
Rodrigo era plena incertidumbre. Y ella, un manojo de nervios.
— Perdón — diría finalmente al no obtener respuesta corporal de su parte.
— No tengo nada que perdonar — dijo él con su exasperante parsimonia.
— ...no tendría que haber hecho eso...— disculpándose, ella giró adentrándose al centro de su living con una mueca de disgusto.
— Que te arrepientas de algo no significa que me tengas que pedir perdón. No hiciste nada agraviante.
— No fue grave, pero sí desubicado.
Rodrigo avanzaría unos pasos, alejándose de la salida. Compasivamente, buscó una de las manos de Emma para tomarla entre las suyas, besarle nudillos y guiar sus ojos con la luz de los propios.
— Emma, esto no es un juego. — disparó, provocándole asombro. — O por lo menos no es uno que yo quiera jugar. — desnudando temores profundos, Rodrigo era vulnerable después de tantos años.
— Esto no es un juego para mí tampoco — ofuscada, frunció el ceño al responder y retiró su mano del contacto de Rorro.
— No sabés dónde te estás metiendo.
— ¡No soy una nena! — replicó con creciente enojo.
— Por supuesto que no. — con levantar una ceja, él incendiaba la voluntad de Emma.
— Entonces ¿por qué no me dejas que descubra por mí misma en dónde me estoy metiendo?
— Porque te estoy advirtiendo que no lo hagas. Por tu bien. — con sus dedos índice y anular, perfiló la quijada suave y etérea de ella.
— ¿Por qué?
— Porque soy un campo minado, Emma — monótono, su susurro era una brisa que anticipaba el huracán.
— Estás siendo exagerado.
— Estoy siendo objetivo.
Los ojos castaños de ella se nublaban por el obstinado modo de apartarla de él. Con el dorso de su palma, acunó la mandíbula de Rodrigo. Con la yema de sus dedos, rozó su incipiente y sexy barba. Rasposa, era interesante el modo en que se aferraba a su piel como una sombra que delineaba aún más profundamente sus rasgos masculinos.
— Sos un hombre como cualquier otro. — en una quimera, sostuvo con el dolor instalado en su garganta.
— Eso no es verdad y vos lo sabés mejor que nadie.
— Lo que sé es que sos un hombre de bien, que ha aprendido de sus errores y ha pagado por ello. — firme, lo persuadía sin éxito. Su afán por autoboicotearse, era ineludible.
— Emma, agradezco tu interés en mí como mujer. Pero como bien te he dicho, yo no estoy para coqueteos. No quiero involucrarme con nadie; mi único objetivo es conseguir la custodia de mi hija.
— Una cosa no invalida la otra...— Emma no deseaba bajar los brazos.No con él. No, en ese momento.
— No quiero hacerte daño, no deseo confundirte...
— No permitiré que lo hagas...
— Es que lo voy a terminar haciendo tarde o temprano, linda — su voz permanecía serena, pero la fortaleza de sus cuerdas vocales tenía plazo de caducidad. — No quiero que te sientas usada. Ni yo sentir que lo hago.
Emma parpadeó buscando explicaciones, una justificación lógica a su negativa de intentar, al menos, un acercamiento de otro modo. El aire era denso; privativo de cualquier inhalación.
Inseguridad o falta de ganas, eran sus herramientas; ante eso, Emma se sentía incapaz de luchar en contra de ellas. En un hábil movimiento, Rodrigo detendría la travesía de su mano delicada sobre su rostro para besarle la palma.
Acunándole ambas manos, se despediría de ellas con otro beso más, abandonándolas al costado de su cuerpo triste.
— La curiosidad tiene fecha de vencimiento. Cuando uno descubre el misterio, el interés se pierde y se busca automáticamente otra cosa en la cual depositar las energías. — lapidario, Rodrigo pretendía mantenerla a salvo de él mismo.
Retrocediendo, sosteniéndole la mirada, él regresó a la puerta.
— Existen otros intereses que nos unen. Me gustaría continuar manteniendo este vínculo con vos. Pero si realmente no es de tu agrado, podemos intentar otros modos de trabajar en conjunto.
Apresurada, Emma detuvo su pedido. Alejarse de él, no estaba en sus planes.
— Lo que sucedió no fue más que un aspecto de nuestras vidas privadas. Nada tiene que ver con el desarrollo de nuestra relación laboral.— aclaró Emma con ínfulas, teniendo en claro que no deseaba mantenerse al margen del caso.
— Me alegro que así sea. Hemos avanzado mucho como para retroceder — exhaló.
— Tampoco me molestaría continuar con una...amistad — sin saber si era la palabra correcta, dijo elevando sus hombros; Rodrigo se contentó ante las palabras expuestas, agradeciendo con una amplia sonrisa.
Tomando el picaporte con su mano, él bajo su vista, enarcó una ceja y frunció la boca de lado al verla detrás de él.
— ¿Vas a salir así? — señalando a sus pies, le recordó que estaba descalza.
— ¡No! — desaforada correteó hasta el caos de su cuarto. Rebuscando por todos lados, el desorden y su cabeza confusa, le impedirían ver dónde se encontraban sus ojotas rosa chicle. — ¡Ya voy! – gritando, lo retendría.
Apoyada de pecho en el piso, estiró una mano por debajo de la cama. Con dificultad, llegaría finalmente al par de chinelas.
Con premura, se las colocó para regresar a la sala.
— Veo que no abandonas tu glamour por nada del mundo — conteniendo una carcajada, se divertía a costillas suyas...una vez más.
— —
"No vayas demasiado lejos, el camino puede ser largo y doloroso"
El mensaje recibido a las 2 de la madrugada, la sobresaltaba. Con el miedo instalado en su corazón, la taquicardia golpeaba con bravura su pecho. Ya no se trataba de mensajes al azar o con destinatario erróneo.
Alguien la amenazaba y sin causa aparente.
¿Debería denunciarlo? ¿Bajo qué concepto?
Reviendo los mensajes, todos provenían de un número distinto. Con el miedo apoderándose de sus dedos, los marcaría de a uno.
"El número solicitado no corresponde ningún abonado en servicio" respondía la máquina de modo automático tras cada llamado.
¡Mierda!
Apagando el teléfono con las esperanzas de que su silencio le otorgase la calma suficiente para descansar, esto no haría más que sumarse al sinfín de motivos que tenía para no hacerlo.
— —
Como durante los últimos viernes, Camila tendría ese modo tan particular de invitar a salir a su amiga: obstinación pura, desparpajo e insistencia. Pero esa sería solo la punta del iceberg: ver nuevamente a Bautista Hunton tras el episodio de la borrachera que finalizaría con ella durmiendo en su cama, resultaría ciertamente incómodo.
Prometiéndose no tomar una gota de alcohol para no obtener efectos secundarios (y desagradables) fue al restaurante de los hermanos. Para su asombro y alegría, la mayor parte de las mesas estaban ocupadas; en lo general, por parejas cuyas edades oscilaban entre los 25 y 40.
Como una gran postal, todos sonreían bajo la luz amarillenta del lugar: los cortinados blancos sobre los ventanales, los pequeños recipientes de vidrio con velas dentro y un hermoso bouquet de flores en cada mesa, hacían de Hunton House un sitio especial para enamorarse.
Caminando dentro de ese paisaje distinguiría a lo lejos a su amiga, que amablemente, preguntaba a cada comensal cómo la estaban pasando. Gentil, con una sonrisa de oreja a oreja, daba cuenta de una respuesta afirmativa por parte de los presentes.
Emma iría tras Camila, reclinada ya sobre la barra.
— ¡Amiga! — dijo, obteniendo una gran recepción de parte de la dueña del sitio.
— ¡Menos mal que viniste! — diría la rubia con los ojos vidriosos, el pelo revoltoso y la nariz un tanto colorada — Necesitaba que me distrajeras un rato...¡tengo un resfrío de muerte!
— ¿No tendrás fiebre? — le puso el dorso de su mano en la frente. Estaba caliente.
— No lo sé...pero desearía estar en casa tomando un tecito con miel.
— ¿Y Bautista? ¿Él no puede reemplazarte así vos vas a tu casa a recostarte?
— No está. Salió a cenar con unas amistades — revoleando los ojos y poniendo sus brazos en jarra, era evidente que Camila no estaba de acuerdo con la salida de su hermano. Sin indagar, Emma optó por seguir por un camino menos escarpado.
— Estamos desbordados de trabajo, la cocina esta a mil, los chicos sirven a cuatro manos y yo que no puedo con mi cuerpito. — refregándose los ojos sin maquillaje, resoplaba molesta.
— ¿En qué puedo ayudarte? Digamos que los restaurantes no son lo mío, pero si te puedo dar una mano en algo...— rogó por ser encomendada a una tarea simple.
— No sé...— pensaba Camila mirando hacia todos lados visiblemente sobrepasada — Tal vez podés servir algunos platos. No es lo mejor ni más fácil pero los chicos estarían más liberados. Con que vayas de a uno a la mesa que te indiquen, es suficiente. — cambiando la expresión de su rostro, su amiga le deseaba buen futuro como camarera temporal.
Ir a la cocina representaba ver a Rodrigo desenvolverse no como el amo y señor de la cena, sino como un empleado que interactuaba con otros, siendo entonces, un gran momento de análisis laboral para Emma.
— ¡De acuerdo! — Camila aplaudiría la hazaña de su amiga juntando las manos, lapicera de por medio.
Guiándola hasta la zona culinaria (en la cual habrían presenciado el casting de Rodrigo) la presentaría (oficialmente) a Ramón González, el encargado de supervisar a los otros tres muchachos que se desempeñaban como mozos.
— Ramón, ella es mi amiga Emma...— el hombre se sorprendió — ¡Ella no tiene ni idea de cómo servir un plato! Pero estoy segura que la vas a ayudar. – guiñando su ojo, besó la sien de su mejor amiga en señal de agradecimiento y se retiró de allí, dejándola frente a aquel hombre moreno de bigote renegrido y espeso.
— Vine a ayudarlos — justificó elevándose de hombros — Me dijo que quizás sirviendo algunos platos podría aliviarles el trabajo — sonrió, discreta y desconcertada.
"¿Cómo accedí a ser partícipe de esa locura?"
— Por supuesto querida. De a un plato, ya nos facilitarías el asunto — amable, le mostró un sitio donde podría colocarse un delantal y dejar el abrigo liviano.
Pasando por detrás de las barras de acero inoxidable de preparación de comidas, algo alejadas del acceso, se dirigieron hasta llegar a un pequeño cuarto, donde se hallaba un sector con gabinetes de chapa y bancas de madera barnizada.
Entregándole una pechera rallada negra y blanca, eso la protegería de cualquier percance. Agradeciendo con la cabeza a Ramón, Emma se quitó el saco de hilo gris que llevaba encima para colocarse el uniforme.
— En estas mesadas recibirás cada orden y acá arriba — señalando un tablero imantado un papel pegado con un pedido, éste flameaba — verás a qué mesa pertenece el pedido. Contás con la ventaja de que en este restaurante tu amiga nos hizo las cosas fáciles — sonrió — Cada mesa está numerada expresamente, así que no tendrás mayores inconvenientes para dirigirte al lugar correcto. — asintiendo miedosa, recibía una clase veloz de servicio de mesa — La bandeja siempre la manejás con la izquierda, pero como puede que te resulte pesada y no tenés la suficiente práctica – "o nada" pensó ella — la sostendrás con las dos — dijo aquietando inconscientemente el pensamiento de terminar estrellándolo todo en el piso — La apoyás sobre la mesa y servís con la derecha uno a uno. Si no te animás con la bandeja, llevá dos platos por mano y listo. — temerosa, aceptó automáticamente con la cabeza.
"¡Yo tendría que estar en mi verdadero mundo tipeando informes y no padecer este nerviosismo extremo!" luchaba con su razón. Pero Camila se habría ganado su ayuda. Ella siempre habría estado al pie del cañón. Le debía una. O varias. Ya había perdido la cuenta.
— Sonreí siempre, deseá que tengan una buena gala ¡y a otra mesa!
"Como si fuera todo tan fácil, Ramón"
Encomendándose al cielo y a su santo padre, iría tras el mêtre cuando la figura de Rodrigo interrumpiría su concentración; de espaldas a ella, se movía con gran prestancia. Enfundado en una remera íntegramente negra, las mangas cortas se ceñían a sus bíceps. Sus pantalones de gabardina blanca, se ajustaban a su trasero pecaminosamente.
— ¿Estás lista? — la voz espesa de Ramón la quitaría del hurgueteo visual sobre los pantalones de Rodrigo.
— Sí...sí — vacilando y recuperando oxígeno, haría una mueca de asentimiento.
Inspirando profundo, se encontraba ante un desafío fuera de lo común para ella; sin embargo debía tener en claro que sólo sería en pos de ayudar a su amiga por un par de horas.
De pie frente a la barra, saludaría a sus colegas momentáneos. Conocía a los tres al menos de vista: a Miguel, a Raúl y a Mauro. Sonreían graciosos sin entender, hasta que de a uno, Ramón se encargaría de hablarles al oído antes de tomar los platos para llevarlos a la mesa.
Repiqueteando los dedos sobre el frío acero, uno de los muchachos de la cocina, dejó el plato a su merced.
— ¿Emma? — sorprendido, Flavio susurraba.
— ¡Sí, soy yo..!— bufó – Fue una idea de Camila — levantó los hombros resignada, consiguiendo una sonrisa cómplice de ese chico de apenas 21 años que cocinaba como los dioses.
— ¡Suerte entonces! — sus ojos oscuros y vivaces eran sinceros.
Tranquilamente, Emma tomó los dos platos; el de la izquierda tenía sushi con hierbas, decorado de modo elegante, mientras que el otro era un salteado de vegetales, bastante liviano. De seguro, habría sido pedido por una mujer.
Confirmando sus sospechas, se acercó a la mesa 5, que ya estaba lista para ser servida, con dos grandes copas de Rutini siendo degustada por la pareja de jóvenes.
— Espero disfruten de la comida — sin olvidar las precisas instrucciones de Ramón, se retiró exitosamente de su primera incursión como mesera.
El corazón le martilleaba casi tanto como cuando hubo de rendir su último examen en la Universidad. El pulgar hacia arriba de Ramón, le indicaba que después de todo, no lo habría hecho tan mal.
Al regreso de su cuarta vuelta de servicio, el encuentro real entre Rodrigo y ella, llegaría.
— Los muchachos me dijeron que había una nueva moza, muy bonita por cierto — dijo al dejar el plato en la barra.
— ¡Te mintieron descaradamente! – sin establecer demasiado contacto, respondió cauta pero sin dejar del todo su lado irónico. Aún no quedaba en claro cómo seguirían las cosas entre ellos.
— En absoluto. Por el contrario, creo que se quedaron cortos. — guiñando su ojo, se retiraba dejándola de pie, absorbiendo la intensidad de su cumplido. Emma sabía que él no deseaba ilusionarla ni generarle falsas expectativas y que ella, tendría que acostumbrarse a recibir sus elogios sin tomarlos como un intento de seducción.
Rodrigo regresó a su puesto de trabajo, maldiciendo su reacción. Ambiguo, noches atrás le diría que no deseaba ilusionarla y con la clase de actitud que acababa de tener, no hacía más que confundirla.
— Está buena Emma, ¿viste? — Flavio afirmó cómplice, sin imaginar que ellos estaban vinculados profesionalmente.
— Sí...es bonita — opinó minimizando el comentario...y lo que realmente sentía.
___
Para cuando la dos de la mañana se acercaron, los pies de Emma estaban hinchados y le dolían muchísimo, tanto o igual que sus brazos.
Asimismo, estaba feliz por haber colaborado con su amiga.
— No tengo palabras de agradecimiento, Emma — estornudando estruendosamente, Camila empeoraba en su estado gripal — ¡Me duele todo!
— Necesitás irte a dormir ya mismo — acariciando su larga melena, obtuvo una mirada enrojecida de parte de la socia de Hunton House.
— Sí, mejor me pido un taxi.
— Dejame que cierre yo. Mañana vengo más temprano y te alcanzo las llaves.¿Dale?
— ¿Sí? Me harías un segundo gran favor— poniéndose de pie quejumbrosa, se colocó su campera pequeña de cuero con tachas y flecos bajo los brazos. Adolorida, saldría junto a Emma a la vereda; por fortuna un taxi con la palabra libre encendida paseaba por la calle Humberto Primo.
— Avisame cuando llegues— sobreprotectora, Emma susurró al oído de Camila para cuando ésta se acomodó en el interior del vehículo dificultosamente.
— ¡Bueno, mamá!— haciendo una mueca chistosa, cerró la puerta para ir rumbo a su casa.
Frotándose los brazos, Emma entró al local en el cual quedaban Ramón, Miguel y Rodrigo; los tres, hablando de fútbol.
— La jefa se fue, así que ustedes ya están liberados. — acusó Emma acercándose al trío de muchachos.
— Entonces es hora de irnos a casa. – aceptó Ramón en un aplauso.
Tanto el mêtre como Miguel se despidieron con un gesto de cabeza; Rodrigo de pie y sin inmutarse, aguardó a que Emma apague las luces y baje las teclas del tablero de alimentación de electricidad general.
— Vos también podés irte, Rodrigo. — dijo en plena actividad.
— Te espero. No quiero que te quedes a oscuras en soledad.
" Yo sé lo que es vivir en la oscuridad que te propina la soledad...casi tanto como vos"
— No hace falta, debés estar súper cansado. No pierdas tiempo. – con la mano, indicó que se marchara. Sin éxito.
— No estoy perdiendo nada. — tomando su campera, no declinó en su actitud y esperó a por Emma, quien fue al vestuario a recoger su abrigo.
— ¿Tomás un taxi? — preguntó ella al regresar.
— No — respondió con un as en la manga: la sorpresa. Saliendo del negocio, Emma cerró la persiana metálica para poner, luego, un candado de seguridad — Voy con ella — señalando hacia la calle, su moto, aquella Honda que tanto apreciaba, lucía lustrosa amarrada a un árbol.
— ¿Ya tenés registro? — Emma abrió sus ojos canela muy grandes.
— Me lo dieron ayer — con una sonrisa de oreja a oreja, liberaba su casco también amarrado con una cadena al manubrio — ¡Vamos! — súbitamente, extendería sus brazos ofreciendo su casco hacia las manos de Emma que lo observaba sin comprender.
— ¿Vamos? ¿De qué hablas?
— Te quiero llevar a dar una vuelta.
— ¿Estás loco? ¡Ni borracha me subo...!— exclamó ella, negándose rotundamente.
— Mmm, no sé si lo de la borrachera me lo creería, pero no importa. ¿Te da miedo? — lanzó, desafiante.
"Sólo le temo a enamorarme de vos"
— No. — respondió fingiendo superación.
— ¿Entonces? Es una vueltita nomás.— chasqueó su lengua.
— Alguno de los dos no llevaría casco y eso supone infringir una ley de tránsito— Emma intentó persuadirlo...lógicamente, en vano. Él ya tenía un plan pensado; de hecho, desde que la había visto en Hunton House colaborando esa noche, no veía la hora de ponerlo en marcha.
— Adentro están las motos de delivery. Las que usan Beto y Charly.
— ¿Y?
— Por cada moto hay un casco.
— ¿Y? – repitió.
— Que podemos tomar prestado uno. Vos tenés las llaves del local y nadie se enteraría de esto.
La propuesta era tentadora y perversa a la vez. Emma jamás habría subido a una motocicleta y estar bajo el ala protectora de Rodrigo, le daba emoción y tranquilidad en partes iguales.
— ¿Será un secreto entre nosotros?— cediendo, murmuró frente a su rostro, bajando sus ojos oscuros.
— Por supuesto — Rodrigo vitoreé hurras hacia su interior. Moría de ganas por llevarla y perderse junto a ella en el anochecer.
Adentrándose nuevamente al local con la adrenalina de estar haciendo algo incorrecto, Emma fue hasta el sector donde los cascos dormían: una pequeña estantería al lado de la barra de tragos. Tomando uno, como si fuera una ladrona, se escapó mirando hacia ambos lados de la vereda. Acomodando su cabello desprolijo bajo el casco, se lo colocó dificultosamente frente a la cara de expectación del conductor.
Jalando de la correa de seguridad, la traba parecía no correrse, quedándole flojo. Meneando la cabeza cómicamente, el casco se movía de un lado al otro.
— Esto se mueve mucho — dijo frunciendo la cara, sosteniéndose la cabeza con ambas manos.
— Esperá...— cerca, demasiado, Rodrigo interrumpía el paso de oxígeno a sus pulmones. Tironenado delicadamente de la hebilla, ajustaba el casco sosteniéndole la mirada.
El reflejo de la luz de mercurio de la calle sobre la mitad de su cuerpo musculoso, lo bañaba en un tornasol ambarado que la dejaría sin aliento. Tragaría imaginándolo desnudo ante ella. Pecaminosamente, los tonos rojos surcaron sus mejillas. Agradeció entonces, que fuese de noche y la oscuridad las cubriese con su velo.
Rodrigo, sin embargo, ajustó con extenuada lentitud aquel trozo de malla. Las pestañas oscuras de Emma, sus labios de fresa y sus pecas invasoras, lo invitaban a ser besadas. Pero a pesar de su abstinencia, ella no era una mujer para ser tomada a la ligera. Y la promesa por no lastimarla estaba vigente, aunque tuviese que coserse la bragueta con un hilo de acero.
— ¡Listo! Ahora parecés la hormiga atómica— estallando en una carcajada ruidosa, Rodrigo se tomaba del estómago.
— Muy lindo piropo, gracias Montero. — fallando en simular seriedad, ella se acercó a la moto.
Para entonces Rodrigo se arrastró unas lágrimas de risa y velozmente, se equipaba con su casco negro, con una llamarada pintada en tonos dorados en la parte delantera.
Montándola, giró el contacto para encenderla.
— Aferráte a mi cintura — por sobre el rugido del motor, volteó su cabeza para dar sus directivas.
— No quiero lastimarte si te sujeto tan fuerte — gritó ella.
— Jamás lo harías, confiá en mí — guiñó su ojo para regresar la visión hacia adelante.
Tal como propuso Rodrigo, Emma clavó sus propias palmas en los abdominales de piedra de Rorro. Sobre su remera pero debajo de su chaqueta de cuero negra, escondió ella sus manos, aplanando su vientre tallado.
— ¿Estás lista? — él elevó su tono en un último aviso.
— ¡Sí! — respondió Emma alerta y nerviosa con el paisaje circundante el cual comenzaba a moverse a su lado.
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