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Eran las 9 de la mañana y Diego Bellenger la habría convocado la noche anterior para tener una reunión en su estudio, junto a Lila Beltrán y a Rodrigo. Pero de momento, su cliente, no estaba allí. Sentada en una pequeña sala con vista al contrafrente gris de otro edificio, la oficina de Lila y Diego, se ubicaba en un recoleto edificio en la esquina de las Avenidas Callao y  Corrientes.

 Las ansias de Emma por ver a Rodrigo tras el episodio de su segundo bochorno etílico, eran mayores que por saber lo que se tenían entre manos los abogados de Montero. Lila lucía alterada; iba y venía atendiendo llamados telefónicos y recogiendo papeles, en tanto que su socio, intentaba, por cuarta vez, la infructuosa tarea de hacer el nudo de su corbata color celeste.

— ¡Odio usar corbata! — refunfuñaba como un chico de secundario.

— ¡Y yo odio que haga calor acá dentro!— agregaba su socia — ¿Llamaste al técnico del aire acondicionado?— reprochaba la abogada de elegante vestimenta, abanicándose con un expediente.

— Por supuesto, pero con esto del verano, tienen mucho trabajo pendiente — avanzando hacia Emma, Diego hizo un mohín con la boca. Le estaba mintiendo descaradamente a su colega. —Shh, no digas nada.— guiñó sumando un cómplice — Es una mentirita blanca — lidiando con su corbata, continuaba sin tener éxito.

— ¡Vení para acá! — extendiendo sus manos, Emma le ofreció ayuda — Ya me estás poniendo nerviosa a mí.

Diego le entregaría la fuente de sus problemas, en tanto que ella, en un hábil movimiento, conseguiría lo que él no.

¡Voilá! —dijo Emma con una sonrisa exagerada de par en par.

— ¡Sos maga! — Diego y su humor — ¿Cómo es que sabés hacer nudos de corbata? Ustedes no tienen la necesidad de usarlas — acomodándosela bajo el cuello de la camisa, se observaba en el reflejo del vidrio de la mesa de reuniones

— A mi ex pareja le encantaba usar traje y corbata...digamos que aprendí a la fuerza.—levantó los hombros, recordando su triste papel.

— Mmm ¿ex novio? — acusó entrecerrando sus ojos oscuros, rascándose la barbilla.

— ¡Dejá a la chica en paz! — Lila golpearía con una carpeta el brazo de Bellenger, a lo que respondió con una mueca de dolor.— ¿Tenés idea si Rodrigo estaba viniendo? — observando su reloj Cartier, se la notaba irritada.

— Él no suele llegar tarde a ningún lado —susurró Emma sin imaginar la repercusión de sus palabras. Ambos la miraron tiesos, expectantes — ¿Qué?¿Qué pasa? —curioseó.

— Nada — agregaría Lila con su rictus habitual en tanto que el timbre sonó para cuando Diego osó agregar comentario. Emma agradeció por su buena suerte. Como una flecha, Bellenger iría entonces hacia la puerta, encontrando a Rodrigo del otro lado.

— ¡Hey! ¡Pensamos que te habías perdido en la Gran Ciudad! — abrazándolo con extrema confianza, daba paso a su patrocinado.

La perfecta ubicación de Emma, próxima a la puerta de la sala, le permitía obtener una vista franca hacia la entrada de la oficina consiguiendo ver a Rodrigo después de varios días.

Una sombra de barba ajustaba sus rasgos; con una camisa blanca arremangada hasta los codos y un jean desgastado, lograba que las rodillas de ella pidieran a gritos una prótesis. Diego, tendría que llamar cuanto antes al reparador de aires acondicionados; Emma provocaría la primera chispa de calor.

— Por acá — marcándole el paso, indicó.

Desde su ingreso, Montero Viedma no miraría ni por un instante hacia adelante. Hasta que finalmente, su mirada encontró a la de Emma.

Rodrigo tragaba fuerte, inspirando del mismo modo y con ambas manos en los bolsillos de sus pantalones, caminó la distancia que lo separaba hasta la sala donde Emma se encontraba bastante acalorada. Verla nuevamente, le repondría las energías, a pesar de continuar con la duda latente en su pecho: ¿Se habría revolcado con Bautista Hunton la noche del boliche?

— Hola Emma — saludó inclinando la cabeza. Su actitud era un tanto distante. Él necesitaba marcar los límites para no seguir confundiendo las cosas.

— Hola, Rodrigo. ¿Cómo estás? — culpándose por su gesto remoto, Emma saludó sin perder la cordialidad.

— Bien, curioso — tomando asiento frente a ella, aceptaba el vaso con agua que Diego le ofreció al mismo tiempo que a Emma.

— ¡No tenés idea lo rápido que esta chica hace los nudos de las corbatas! — el comentario de su abogado, le generaría una absurda sonrisa.

— ¿Ah, sí? — dijo mirándola, levantando una ceja.

— Sí. Debería incluirlo en mi currículum, ¿no te parece? — repreguntando, era un buen modo de no perder el diálogo y retomar aquel viejo sentimiento de confianza que en algún momento tendrían.

— Lila ya viene. Salió por un instante — aclaró Diego, frotándose las manos ante los presentes.

Rodrigo recurrió a un gesto complacido. Emma deseaba leer su mente, inmiscuirse en la intimidad de sus pensamientos. Él, esquivaba su mirada, por miedo a que sus intenciones quedasen al desnudo frente a ella.

— ¿Un poco más de agua? —Diego obtendría una aceptación por parte de Emma, que se relamía sedienta. En tres tragos, había vaciado el primer vaso servido.

— Lila tiene razón con lo del aire acondicionado. Hace un calor de infierno — abanicándose con su carpeta, ella acompañó resoplándose el flequillo.

— No te pongas de su lado. — dijo el socio del bufete, ubicándose al lado de Rodrigo — Ya bastante tengo con una feminista en el estudio, como para que ahora te sumes vos.

Sonrió intensamente; aunque estuviese preocupada por otras situaciones, Diego le aconseguía arrancar una sonrisa a la humanista.

— ¡Acá estoy! —  Lila entraba con una pila de carpetas. Saludando con un beso a Rodrigo, giraría en torno a la mesa de no más de 80 centímetros de ancho, para sentarse junto a la otra mujer de la sala.

— Bueno, ahora que estamos los cuatro reunidos, es hora de la verdad. — alborotó Bellenger.

Tanto Rodrigo como Emma, no estaban al tanto de lo ocurrido. ¿Cuál sería entonces la novedad?

— ¡El juez aceptó el informe preliminar de Emma! — dijo Lila, animada y muy contenta, dejando de lado el enojo por el sofocón — ¡Si todo va bien, podremos hacer el pedido formal para que veas a Valentina en menos de un mes!

Rodrigo abrió sus ojos verdes alimentando de luz su oscuro corazón. Ella, por su lado, llevaría sus manos a la boca conteniendo un gemido emocionado. Ambos permanecían asombrados e inmersos en un sopor gratificante. El objetivo estaba cerca, mucho, demasiado.

— ¿Es verdad? — incrédulo, una lágrima se dibujaba en la mirada de ese hombre de aspecto recio pero alma sensible. Era la mejor noticia desde que había salido de Ezeiza.

— ¡Por supuesto, Rorro! ¡Estamos más cerca que nunca! —con júbilo, Lila sorprendía a todos, incluso a su socio, con una enorme muestra de sus dientes blanquísimos.

El contento por parte de Rodrigo sería inmediato; fundiéndose en un cálido (y no solo por la temperatura) abrazo, se deshacía en palabras de gratitud hacia su defensor, Diego.

— ¡Mirá que nosotras nos ponemos celosas, eh! — demostrando una comicidad desconocida para Emma, Lila reprochaba.

Rodrigo limpió sus ojos brillosos para brindar un efusivo agradecimiento a la socia de Diego. La felicidad sobrepasaba su cuerpo, exultante. Emma quedaría para lo último, y la ansiedad por ver su reacción, la quemaba por dentro.

Sin crearse falsas expectativas, Emma simplemente aguardó por el momento. Rodrigo deseaba mayor intimidad, decirle lo mucho que le agradecía por ese manto de confianza, pero sólo tendría que conformarse con manifestarlo en esa diminuta y calurosa sala.

Lila se puso de pie cediéndole su espacio a Rodrigo; el sitio era de restringidas dimensiones y no había demasiado lugar para moverse con facilidad.

— Sé que esto es gracias a vos — envolviéndole el rostro radiante a Emma, Rodrigo seducía sus sentidos involuntariamente. Parpadeando, ella contuvo su propia respiración.

— No te equivoques, Rodrigo. —dijo en un susurro y agregó — No hice más que describir lo que veo — evitando llorar, se mantuvo firme al hablar.

— Nunca tendría modo de devolverte este gran favor —sosteniendo su mirada, se mantenían cautivos de sus reacciones.

— Tampoco es un favor. Es mi trabajo y vos estás haciendo un esfuerzo enorme por demostrar que te merecés esta oportunidad.

Hipnotizada por sus gestos, por sus ojos verdes, Emma se entregó al perfume de sus palabras. Mordiendo su labio, reprimiendo sus bajos instintos, continuaba conectada a él por un hilo invisible.

— Nunca pierdas las esperanzas — rogó ella, con el último aliento atrapado en su garganta.

— Mientras permanezcas cerca de mí, no lo haré — ¿confesión o deseo? ¿Figuración o realidad?

La imagen de ambos, unidos bajo el mismo techo, el de su casa, días atrás, regresaría a la mente de Emma como un refusil en plena tormenta. La atracción era palpable, aunque se negaran a aceptarlo.

Manteniendo su instinto de conservación en eje, Rodrigo se alejó, uniéndose a su abogado para delinear unos detalles en la pequeña oficina contigua, más precisamente, en el propio despacho de Bellenger.

— Queríamos que fuese una sorpresa para ambos — replicó Lila, colocándose sus lentes una vez a solas con ella.

— ¡Lo ha sido!    —aseveró consternada, Emma. — ¿Cuál es el paso siguiente? ¿El informe final?

— Sí, la semana próxima debemos tenerlo listo para su presentación definitiva.

— ¿Pudiste dar con el paradero de los Krauss?

Lila esbozó una sonrisa amplia, pero sin abrir sus finos labios.

— En efecto, se han mudado hace dos años atrás. Aparentemente, la madre de Ornella lidiaba con unos problemas de salud que obligaron a la familia a trasladarse cerca del mejor hospital de todo Paraná.

— ¿Paraná? ¡Eso es muy cerca de Buenos Aires!

— Pero, puede resultar muy lejos si fallamos.

"Fallar".

Gran e inescrupulosa palabra. Emma se fallaba al mentirse a sí misma, al negar que fuera preocupante lo que le sucedía con Rodrigo.

¿Admiración?¿Compasión?¿Confusión? Mil dudas la abrumaban para entonces como una cascada; sería necesario retomar terapia en cuanto Lucía regresara de México.

¿Qué nuevo modo de regañarla encontraría? Al igual que Lila, Lucía Sotelo solía ser bastante estricta en sus modales. Pero gracias a ella, a su arenga, Emma tomaría la decisión de dar por terminada su relación con Bautista, años atrás. Le abriría los ojos; ella, la ayudaría a ver que era capaz de seguir adelante sin él.

Lucía insistiría en no catalogar el viaje de Bautista a Barcelona como un abandono. Al comienzo resultaría dificil; él absorbía buena parte de la personalidad de Emma, quien se mimetizaba en sus decisiones, en sus elecciones, haciéndolo todo para complacerlo. Pero ni aun así, era capaz de lograrlo. La distancia y el tiempo, como grandes aliandos, colaborarían a su favor.

— Es hora de irme — dijo Emma a Lila, poniéndose de pie.

— Bueno, manteneme al tanto de tu informe. Mientras antes lo tengas, mejor.

— Por supuesto— dándole un beso, salió de la pequeña sala de reuniones.

Torpemente, Emma no repararía que de la puerta de al lado, una tromba apodada "el Camaleón" la embistiría como un tren a un colectivo.

— ¡Perdonáme! — perdiendo el equilibrio, él la desestabilizó haciendo de los papeles de su carpeta, una lluvia.

— Yo tampoco vi que vos estabas saliendo al mismo tiempo — ayudándola, apilaba las hojas sobre la mano de Emma, que mantenía firme sobre su pecho aquellas que no caerían. — ¿Te golpeé fuerte? – preguntó él un tanto preocupado por el impacto.

— Un poco —sonrió ella sin ganas. Lo cierto era que su brazo izquierdo, le molestaba bastante.

Leyendo su mente, Rodrigo le frotaría el sitio de la embestida con insistencia. Los ojos de Emma, hallarían en los de Montero el analgésico adecuado.

— Fue un choque, nomás — susurró ella mientras Diego se reía a carcajadas a sus espaldas.

— ¡Chocaron los planetas! —aplaudía, desbordante de felicidad. ¿Cómo haría Lila para aguantarlo? ¡Era tan ridículo y molesto! pensó una Emma quejumbrosa.

Desestimando una respuesta, se compondría abandonando su postura de cuclillas.

— ¿Te estás yendo? —preguntó Rorro, afiebrado por ese contacto efímero pero determinante.

— Sí, tengo que terminar tu informe.

— No te gustaría... ¿desayunar....? — la sugerencia de Rodrigo la sorprendería.

— Es un poco tarde...son casi las 10:30 de la mañana. —entregándole una sonrisa, obtuvo una mueca disgustada.

— Para almorzar es un poco temprano... — Rodrigo rascaba su nuca, inquieto.

— ¿Querés venir a casa? — sin filtrar sus palabras, Emma mordió su labio — Tal vez me puedas ayudar con algunos detalles del escrito. Y de paso, yo podría cocinar algo. No me olvidé que te debo el almuerzo todavía — conciliando la calma, corregiría sus dichos levantando su dedo.

Rodrigo sintió que la chispa avivaba su llama. Pero lejos de incendiarse, recurrió a aquella calma que lo enfriaba en situaciones de peligro inminente.

___

— Perdón por las cajas, aun no termino de instalarme — aclaró la dueña de casa a metros de ingresar.

— ¿Hace poco que te mudaste?

— Dos meses, pero nunca puedo conseguir el momento de terminar de hacerlo — y descreyó que lo encontraría en breve.

— ¿Dónde vivías antes? — su voz gruesa se perdía en el living mientras Emma buscaba enajenadamente el control remoto del aire acondicionado por la zona de la cocina.

— Alquilaba un departamento por acá cerca —dijo elevando el tono y vitoreó en silencio al localizar el instrumento deseado.

Quitándose los zapatos de taco, ella sintió liberación absoluta. Caminando descalza sobre el parquet lustroso de la casa, adoraba aquel momento de rebeldía. Bautista, por el contrario, lo odiaba, alegando que las medias se ensuciaban mucho y la mancha era difícil de sacar.

— Es una casa muy linda — agregó Rodrigo mirando la alta bovedilla, íntegramente pintada de blanco.

— Era de mis abuelos paternos. La heredé cuando mi papá murió — recordó con un nudo en la garganta.

— Oh — su gesto de sorpresa fue inevitable — Lo siento.

— Gracias...

— ¿Ocurrió hace mucho?

— En unos días más, se cumple un año — un año de ser huérfana, de no tener sus palabras de apoyo y su incondicionalidad.

— Debe ser difícil perder a un padre.

— Yo lamentablemente, he perdido a ambos —reconoció emocionada, conteniendo su lamento.

Rodrigo parpadeó incómodo, reprimiendo sus ganas por cobijarla y protegerla de todo mal.

— Es la ley de la vida — dijo ella, elevando los hombros. Asumirlo, era parte del avance que debía ejercitar.

— ¿Y tu mamá?¿Hace mucho que murió?

— Catorce años. Pero todavía me parece que fue ayer — yendo a la cocina guardó su dolor por un instante — ¿Agua fresca? — ofreció.

— No si antes no te ponés calzado — señalándole los pies desde el vano que conectaba la cocina con la sala de estar, Rodrigo era paternal. —A ver — frunció la boca y avanzó — Dejáme a mí — viendo su inacción, la apartó de la heladera para tomar una botella de agua casi helada.

Buscando los vasos en la alacena, la vergüenza se apoderó de ella: no había ninguno igual al otro.

— ¿La mudanza? — ladino, obtuvo la complicidad en la sonrisa de Emma.

Tomando asiento en las sillas que rodeaban la mesa, una brisa fresca los reconfortaba.

— Nunca me resignaré a haberla perdido —aceptó Emma mirando hacia la ventana de la cocina. Bordeada por una cortina color maíz, el pequeño patio trasero, era su oasis en esos momentos de reflexión.

— ¿Su pérdida fue traumática? — tomando un sorbo de agua, la voz de Rorro era un murmullo.

— Murió en un accidente automovilístico — se sumió en el recuerdo cruel del abandono — Junto a su amante —confesando con la vívida imagen de los policías en su primera casa, sus barreras se quebraban.

Rodrigo prefirió el silencio. No había nada que agregar sino tan solo digerir. El dolor de la pérdida era algo sumamente personal, que ni siquiera habiéndolo vivido en carne propia, sería sentido de igual modo.

— Tengo pesadillas recurrentes con su partida. Sueño que logro detenerla...pero se va...se va de todos modos...— pasando saliva espesamente por su garganta, las lágrimas caerían abruptamente sin detenerse en otro lado que no fuese la mesa. Emma se apresuró por capturarlas con la mano, pero Rodrigo, otra vez, las atraparía con destreza y ternura.

Sus pulgares dieron fin a las gotas que apenas nacían. Acariciándole la barbilla, buscaba su mirada perdida en el lamento.

"El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos" — invocando una frase de William Shakespeare, intentaba calmar sus dolorosas remembranzas.

— Parece que siempre tuvieras una palabra de aliento — sorbiendo su nariz, entre sonrisas y quejidos, exhaló Emma.

— Sin la esperanza, no podría haber salido adelante.

Ella asintió, diluyéndose en sus ojos color del prado, en sus labios perfilados. Unas cicatrices cercanas a sus cejas se trazaban como rutas sin destino, quedando truncas a los pocos centímetros de su origen.

— ¿Cómo hiciste para no caer en la tentación?

— ¿A qué tentación te referís? — intrigado, contestó con otra pregunta.

— A la tentación del suicidio.

Rodrigo la observó, cauto, notando un manto ensombreciendo su mirada lacrimosa.

— ¿Fue cierto que alguna vez lo tuviste en mente como alternativa? — peinando el cabello de Emma por detrás de sus orejas, preguntaba compasivo.

— Sí. Pero el recuerdo de mi hija, me detuvo.

Hundiéndose en la confesión más profunda e íntima de su vida, ella convertía a Rodrigo en la segunda persona que lo sabría. Aquella etapa, la de aceptación de sus problemas, era la más costosa de atravesar.

— No es de valientes suicidarse. No resolvés nada con eso... —dijo él, en contraposición al pensamiento de la muchacha.

— Sólo sé que no me importaba nada, queria evadirme de mis asuntos.

Comprometidos en una conversación de alto vuelo dramático, Rodrigo resguardaba las manos frías de su compañera entre las propias.

— Agradezco a Dios que no hayas tomado semejante decisión — besando sus nudillos suavemente, lograba estremecer cada poro de la piel lozana de la joven.

— ¿Por qué? — con la voz pendiendo de la cornisa, preguntó, invadida por la duda.

— Porque me hubieses privado de conocerte.

— ¡Sos un exagerado! —bufó ella por la nariz, minimizando sus palabras tiernas.

— No, Emma, soy realista. Sin vos, no estaría acariciando mi objetivo principal. Valentina es lo más importante que tengo en esta vida.

"Y como que sigas metiéndote bajo mi piel, vos también lo serás" pensó con aprensión.

— Lo conseguirás...lo tenés merecido.

Sus respiraciones se daban aliento una a la otra; el momento tan deseado por ambos se aproximaba. Era cada vez más cercano e inminente. En cámara lenta, Emma pudo ver encenderse cada chispa dorada de los ojos de Rodrigo que con sus labios, profesaba el silencio.

Cerrando sus ojos, se entregaría al perfume masculino de la piel de Rodrigo, al calor de sus manos fundiéndose en las de ellas. Emma deseaba un beso, una caricia que la abstrajera de esa realidad sórdida que la perseguía sin tregua.

Emma esperaría.

Aguardaría solemne, hasta que un beso, acaramelado y libertino, fue abandonado en su frente. Parpadeando sin comprender, la decepción se arremolinó en sus pómulos, dejándolos sonrojados y calientes. Desilusionada, comprendió que sus deseos eran unos y los de él, claramente, otros.

Rodrigo, otra vez se apartaba.

Protegiéndola de sus fauces, sin embargo, él no deseaba ser su verdugo. La debilidad de Emma no debía ser motivo de su atraco.

— Tu mamá siempre te protegerá...— añadió — Mil veces soñé con decirle esto mismo a Valentina...— recobrando de a poco su espíritu, ella asumiría que lo importante allí, era su hija.

— Ya tendrás oportunidad de hacerlo — agradeciéndole su compasión, sería su turno de besarle las manos, para dejarlas sobre la mesa.

Tomando distancia de aquella escena cargada de emotividad, Emma se incorporó, dispuesta a dar vuelta de página y perderse entre los paquetes de arroz, fideos y algunas latas de arvejas de la alacena. Asimilando el error de exponerse, otra vez, comprendió con disgusto y con un llanto agolpado en su cuello, que era mejor suprimir sus instintos y seguir adelante. Tal como estaba acostumbrada a hacer con cada aspecto de su patética vida.

— ¿Cómo te la imaginás? — hablar de Valentina era lo más sano y quizás, lo único que tendrían que hacer.

— ¿Físicamente?

— Sí. — removió las cosas de su mueble para disimular su nerviosismo.

— Ella tenía ojos oscuros, supongo que no le han cambiado — comenzó distendido su relato — Sus ojos redondos y las pestañas profusas, fueron herencia de Ornella.

— ¿Ornella era bonita? — Emma conocía la respuesta, pero ganaba tiempo para recomponerse.

— Sí. Demasiado hermosa como para irse tan rápido de este mundo. — su voz desbordaba nostalgia. Rodrigo reseguía una de las líneas de colores del mantel con un dedo.

— Por supuesto que sí....— Emma se desinfló con la única esperanza de que todo saliese bien.

Otorgando a la atmósfera un suspiro intenso, revisaría por segunda vez sus suministros; las pocas variantes gastronómicas atentaban contra la idea de preparar un almuerzo digno.

— No tengo muchas opciones — reconoció a su pesar, levantando los hombros, dándole la espalda.

— Yo hago un rico risotto —Emma sonrió; gesto, que Rodrigo se adjudicó con justeza.

— Mmm, eso sería una buen idea, aunque tengo hongos disecados y un caldito de gallina solamente — sacudiendo la caja de arroz, se excusó frunciendo la nariz.

— No hace falta más, el resto es imaginación. En la cárcel los únicos hongos de los que disponíamos, eran los que crecían por la mufa de los colchones — Emma dibujó una letra O gigante con su boca, recordando por cierto, que durante diez años aquella habría sido la vida de Rodrigo. Una vida sin lujos y sin confort, donde sobrevivir, era la premisa.

— Muy figurativo de tu parte — pasándole la caja de arroz, el cubo de caldo y el paquete de hongos, puso a su merced la cocina.

Regresando a la silla ocupada anteriormente por ella, el universo de Rodrigo la intrigaba. Un halo misterioso lo envolvía.

— ¿Cómo tomaron tus padres que te llevaran preso? — aquella camisa blanca arremangada por debajo de los codos, era pecaminosa.

— ¡Uf! — resopló mientras llenaba de agua la olla — Aunque confiaron en mi verdad, mi madre tuvo ciertas dudas al comienzo.

— ¿Cómo cuáles?

— Yo era...bueno, soy un tanto celoso — dijo disgustado por admitirlo, chasqueando la lengua — pero jamás habría matado a alguien por eso. Ella creyó, en principio, que estaría bajo un ataque o algo así — revolviendo el caldo, de a poco el olor colmaría la cocina — Pero cuando pudo ver mis ojos y escuchar mi confesión, supo de inmediato que yo no era la bestia que los padres de Ornella se empecinaron en hacerles creer a todos.

— Los Krauss pensaban que querías quedarte con el dinero de un seguro de vida.

— Un seguro que yo no tenía idea que existía — exhaló incómodo — Cuando Ornella se metió conmigo, sus padres la hicieron elegir entre ellos o yo. Ella prefirió quedarse conmigo porque estaba embarazada.

— Oh...

— Sí, oh — replicó su onomatopeya —Fue para entonces cuando su padre optó por ser drástico. Le cortó la extensión de la tarjeta de crédito, la remesa que le daba para estudiar, la obra social y todo eso; lo que menos imaginé es que mantendría vigente un seguro.

— Fue un poco...extremista.

— Vladimir era así de autoritario. Patriarca por excelencia, dominaba a su esposa y su hija a su antojo. Cuando Ornella se casó conmigo le dijo que si estaba dispuesta a vivir en la pobreza, que empiece viviendo sin un solo peso de él.

— ¿Prefería tenerla en una cajita de cristal?

— Prefería que se casara con un doble apellido de la alta alcurnia, un doctor, abogado o un senador, no con un rasca sin guita en plazo fijo o que viviera al día. Yo no le podría dar todos los lujos como hubiese querido, pero jamás nos faltaría de comer.

— Era muy digno el modo en que te ganabas la vida.

— Pero sus padres no lo veían así, claramente. — levantó una ceja con el sinsabor del recuerdo cruzando su mente.

— Eso también es ser pobre. Pobre de espíritu.— replicó acertadamente, Emma.

— Evidentemente eso cotiza más en bolsa que ser pobre de billetera — sonrió de lado, aun molesto por el debate moral al que habría sido sometido años atrás.

— ¿Conociste a tus suegros personalmente? ¿O sólo por palabras de Ornella?

— Un fin de semana viajamos a Concordia, donde vivían. Apenas nos vieron nos cerraron la puerta de su casa en la cara. Nos terminamos hospedando en un hotelucho de la zona. Ornella no paraba de llorar... —al recordarlo, una fea opresión anudó cada órgano del cuerpo de Rodrigo. Jamás olvidaría la sensación del rechazo anidando en los ojos oscuros de su esposa.

— Me imagino lo difícil que debe haber sido para ella ver que sus padres no te aceptaban.

— La madre era más cautelosa con respeto a su trato, ha intentado acercarse a mí, incluso ha intentado disculparse, a su modo, por la hostilidad de su esposo.

— Contáme de tu infancia — girando 360 grados, salir de aquel cuadro de situación era mejor.

Sin dejar de revolver el líquido burbujeante y aromático Rodrigo colocó el arroz con lentitud. Cayendo como una lluvia, los granos se sumergían.

— Tuve una infancia sin sobresaltos, por lo menos hasta que mi hermana llegó para instalarse – sonrió con la imagen de la pequeña Clara, regordeta y de ojos verdes como él y su madre en la cabeza.

— A mí me hubiese gustado tener hermanos, supongo que debe ser única la experiencia de compartir tus cosas con otro.

— Es única y a veces insoportable — dio una amplia sonrisa con todos sus dientes — Clara tocaba mis juguetes, desmantelaba mis autos y no dejaba de perseguirme cuando jugaba a la pelota con mis amigos ¡Un verdadero dolor de pelotas! —dando una carcajada, liberaba la tensión acumulada en el relato de minutos atrás. Rodrigo agradeció el buen manejo de las situaciones que tenía Emma.

— ¿Cómo tomó Clara tu encarcelamiento? Tengo entendido que era muy chica para ese entonces.

— Clara tenía 17 años y fue muy desagradable lo que ocurrió con ella. La han señalado con con el dedo acusador por mucho tiempo, incluso, repitió el último año de la escuela secundaria por no asistir a clases, ya que sus compañeros la maltrataban y los padres de ellos, discriminaban. Perdió amistades como así también la posibilidad de disfrutar la vida como una adolescente de su edad.

— ¿A qué se dedica actualmente? — preguntó imaginando el maltrato psicológico de aquella adolescente y mascullando la bronca de aquellos de comportamiento injusto.

— Es maestra jardinera.

— ¿Pensaste en cuál será la primera cosa que te gustaría decirle a Valentina apenas la veas?—sosteniendo su quijada sobre las palmas, ansiaba conocer la respuesta. Rodrigo era abierto, no evadía sus cuestionamientos y sus contestaciones, satisfacían plenamente todo aquello que Emma quería saber.

— Muchas noches soñé con ese momento, con esas palabras...pero creo que dejaré que la emoción me arrastre.

— ¿Sos consciente de lo cerca que estamos? —Rodrigo giró para verla. Serena, eficaz y sencilla, Emma era un remanso.

— No —descreído, hubiera deseado que lo pellizcasen en ese mismo instante.

_____

*Mufa: podredumbre.

*Hotelucho: hotel de baja categoría

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