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"Gris"

Jisung caminó a casa sin colocarse sus audífonos esta vez. Simplemente miró al suelo, fijándose solamente por donde iba cuando la acera llegaba a su fin, dando por comienzo algún paso de cebra. Miraba la acera para asegurarse que nadie le viera y se diese cuenta de su rota faz.

Había tenido suficiente. Podía aguantar que sus padres tuviesen sus discusiones y malentendidos en casa, pero otra cosa muy diferente era el trato que recibía en su escuela.
En primer lugar, al ser aceptado en el club de ballet por su preciosísima figura y extraordinario talento en su ligereza, obviamente se esperaba ciertas burlas de los demás, pero nunca esperó perjudiciar o involucrar a nadie en sus problemas.

En aquel taller de ballet había hecho dos mejores amigos, los cuales perdió al ser involucrados en un chisme con respecto a su sexualidad. Todos sabían la orientación sexual del pequeño camaleón, y muchas veces vieron la oportunidad de sacar provecho de ello para las constantes molestias.

Jisung había quedado solo y expuesto a las humillaciones, sin decir palabra de ello a sus padres, quienes ya tenían bastantes desacuerdos en casa debido a quién sabe qué exactamente. O, al menos, así pensaba Jisung.

Sus padres adoptivos, Kim Taehyung y Jeon Jungkook, lo habían recibido a sus cinco años con los brazos abiertos. Le había extrañado el que ambos fuesen hombres, pero le dio poca importancia. Lo único que le concernía era la nueva vida que tendría para así enterrar sus traumas y pesadillas.

No obstante, las pesadillas siempre traerían represalias. ¿No?

Hoy en particular, declaró este día como el peor de su vida.

Había entrado a las duchas de los camarines del backstage del teatro de la escuela para darse una ducha. Había quedado practicando una última vez con un par de miembros más para la presentación que sería en tres días más. El instructor estaba ayudándolos a mejorar ciertas estéticas en sus pasos, ya que los cuatro elegidos meticulosamente serían los bailarines principales del baile.
Al acabar el reforzamiento, el instructor se despidió y los demás fueron a las duchas.

Jisung se había roto una uña, así que se demoró un poco antes de entrar a una ducha para ocuparse de su uña del pie. Le punzada y dolía en demasía. Sin embargo, una compañera muy dulcemente le regaló su cortauñas luego de limpiarlo para que lo ocupase. Se veía una herida muy fea y la preocupó, así que también le dio banditas adhesivas.

El peliazul se despidió de la chiquilla dándole las gracias una vez más al verla como la última en abandonar las duchas. Se colocó una bandita adhesiva y deseó a que estas fueran resistentes al agua.

Ya sin nadie al rededor –afortunadamente para su comodidad–, se desvistió y entró a la ducha. Al terminar de colocarse la toalla alrededor de su cadera, suspiró de alivio al ver aún la bandita adhesiva en su pulgar.

—Oye, Kim —se escucharon pasos entrar y Jisung pegó un brinco—. ¿Ya te ibas? ¿Tan pronto?

No sabía quiénes eran ellos.

—Sí —respondió quedito.

—¿Por qué es eso? —preguntó otro, agachándose un poco para encararle— ¿No estás aburrido?

—Qué es lo que quieren — se le acabó la paciencia. Esto no llevaría a nada bueno.

—Queríamos jugar contigo un poco —sonrío uno de los cuatro, cínico—. Sabemos que eres una muñequita. Una nenita —se le acercó un poco más—. Sabemos que te mueves muy bien como princesita. Entonces, ¿por qué no nos das una demostración? —uno de ellos no aguantó la risa.

Jisung quedó quieto. No tenía salida. No con cuatro y la puerta cerrada.

Tristemente, resistió las lágrimas y dibujó el semblante más intimidante que pudo, uno de odio. Y sucedió.

Su entrada fue violada con la intromisión de un largo utensilio de limpieza.

Quedó solo en el camerino, descansado su perturbado cuerpo en las blancas baldosas del piso, sangrando y llorando. En silencio.

Se abrazó a sí mismo y pensó en su mamá, regresando sus recuerdos a la nieve, su casa, la sonrisa de su madre y sus cálidos abrazos.

Reprimió un sollozo tremendo, fallando y abrazándose más fuerte, hasta que otra figura hizo presencia, dejando caer una de las tantas escobas que se usaban para la limpieza. Una de las malditas escobas.

Haciendo un ruido sordo con el choque al suelo, la encorvada anciana se apresuró a arrodillarse frente a Jisung.

—¡Oh, chico! Por Dios... —escaparon gruesas lágrimas con el impacto de la imagen frente a sus ojos— No, no, no... —evitó fijarse en la sangre en el piso para no alterarse más y actuar ya—. Hijo, ¿quién te hizo esto? ¿Quién te hizo esto? —desesperó, más aun oyendo otro sollozo reprimido de Jisung— No, no, no... Ven aquí —lo atrajo con sumo cuidado en un abrazo que el peliazul correspondió en seguida, fuertemente dejando salir sus sollozos—. Está bien. Estarás bien. Ya acabó, hijo —la anciana le acarició los cabellos entretanto dejaba al chiquillo desahogarse en su blusa—. Te sacaré de aquí. Tranquilo...

Con el poco y casi inexistente pudor que le quedaba a Jisung luego de la exposición de su cuerpo, dejó que la anciana le bañara una vez más con suma delicadeza para después secarlo y vestirlo.

—Chico, ¿quién te hizo esto...? —quizo indagar con furia acumulada.

—No sé. No me importa.

Jisung estaba pálido, casi sin vida.

—¿No recuerdas sus rostros? ¿Conocías a alguno?

—No sé... No me importa.

La mujer se deprimió y simplemente abrazó al pobre chiquillo.

—Mira, soy Sonya. Soy encargada de aseo del tercer piso. Cualquier cosa que vuelva a ocurrirte, por favor, no dudes en buscarme. ¿Okey? —vio al peliazul asentir inexpresivo— Vamos. Te llevaré a tu casa.

—Jisung —soltó repentinamente, aún ligeramente desorientado—. Kim Jisung. Me llamo...

La anciana esperó a que dijera algo más.

—Puedo ir solo a casa. Queda lejos. No se preocupe... Sonya.

—Hijo, no puedo dejarte ir así como así... Yo

—Hizo suficiente —le enseñó una pequeña sonrisa—. Muchas gracias —y se apresuró a salir de allí.

Había caminado por más de media hora, haciéndole imposible ignorar el dolor punzante en su orificio. Había caminado para despejar sus pensamientos del incidente, mas simplemente no pudo.

Fue el peor día de su vida.

Llegando a casa, escuchó un par de voces masculinas discutir en la segunda planta de la casa. Sin embargo, las dejó ser y se adentró a su cama, quedando profundamente dormido.

—Jisunggie.

Alguien le sacudía de la cama para despertar. Quería quejarse de cuán adolorido estaba, pero al ver los rostros de sus padres se reincorporó de inmediato y les sonrió al notar cómo sostenían un pastel.

Luego de ese gris día, se había olvidado completamente de su cumpleaños.

—Feliz cumpleaños, Jisunggie~ —su padre, Taehyung, le revolvió los cabellos con cariño y su otro padre, Jungkook, con cuidado de no estropear el pastel, le dio un beso esquimal, seguido por su otro padre.

Comenzaron a cantarle antes de que este dijera algo.

Les agradeció a ambos con fingido contento y sopló las velas sin pedir por nada en absoluto.

Bajaron a desayunar del pastel y un poco de té.

—Hijo, hoy regresaremos más temprano del trabajo para traerte tus regalos.

—¿Te quedarás hasta tarde practicando? —quizo saber Jungkook.

La sola mención con algo relacionado al taller de ballet le regalaba un frío por la columna vertebral y gigantescas ganas de llorar. Pero luchó por no hacerlo.

—Sí —mintió—. Estaré listo a eso de las seis.

—Genial —sonrió con las mejillas llenas su ruliento padre.

—Nosotros iremos ahora a la clínica. ¿Quieres que te llevemos a la escuela? —sugirió Taehyung.

—No, gracias. Aún es temprano y debo acabar una tarea antes —mintió.

—Está bien. Entonces nos vemos para cenar —sonrió Taehyung y le tendió la mano a Jungkook para incitarlo a irse con él y dejar de comer pastel—. Que te vaya bien en la escuela, Jisunggie —juntó sus narices.

—Nos vemos a las siete, bebé —Jungkook también le dio su despedida cariñosa.

—A las siete —confirmó.

Volvió a mentir.

Una vez vio salir el lustroso auto negro del porche, subió las escaleras. Tomó una mochila para llenarla con ropa y zapatos; otra para sus útiles de aseo personal y cosas con las que solía entretenerse; y una maleta con comida, papel de baño, un hervidor y ciertas pertenencias de Dorian, la vieja mascota de la gran casa.

Se dirigió al porche para dejar todo dentro de la casa rodante que usaban para vacacionar. Fue a buscar al malhumorado y gordo Dorian, acomodándolo en el asiento del copiloto y se detuvo por un instante en la escalerilla.

¿Iba a hacerlo? ¿Estaba seguro?

Sacudió su cabeza, extinguiendo esas inseguridades y fue a abrir el portón del porche. Acomodó su oso de peluche junto a Dorian y echó a andar el motor, retrocediéndo lentamente para evitar chocar algo. Mirando el espejo retrovisor se percató de la cámara de seguridad que la casa portaba para dar vista a las diversas entradas a la casa.

Suspiró. Ya no le importó ser descubierto; se darían cuenta de su ausencia muy pronto.

Colocó la radio después de fijarse en cuánto combustible había en el tanque y volvió a exhalar. Casi llora otra vez.

Hacía eso por él. Por su paz.

Recordó una última vez más la nota que había dejado junto al pastel, teniendo escrito un simple "lo siento mucho". ¿Habrá sido muy corto? ¿Tendría que haber dado una explicación?

Le quitó atención a ese asunto y dio la vuelta a la esquina, sin tener un rumbo en especial.

Dorian quedó dormido.

Había conducido durante un día entero, intentando no tener paradas para orinar o  tomar alguna siesta junto a Dorian y Oso.

Estaba llegando a alguna parte, lo sabía. Había visto un cartel que decía "bienvenidos a Anaconda, Montana". Rió al recordar una canción con el mismo nombre y luego pegó un grito de puro terror.

—¿¡Qué!? ¿¡Qué...!?

El insistente pitido que le indicaba la falta de combustible, por tercera vez en el trayecto, le congeló enteramente, porque esta vez no había un lugar en donde recargar el tanque y ya no le quedaba mucho dinero en su tarjeta.

—No, no, no, no, no-

No se había dado cuenta de las más de 1.000 millas que había recorrido.

Dorian simplemente veía sin emoción alguna cómo la desesperación de Jisung le consumía.

—Por la concha de tu madre —maldijo antes de alejarse un poco y dejar estacionada la casa en lo que parecía ser una arboleda, procurando que el lugar no fuese concurrido para no ganarse una multa o reclamo.

Una vez apagado el motor, se colocó su chaqueta por el inesperado golpe de frío. Era de noche y las estrellas adornaban el cielo azabache.

—Bueno, aquí será entonces —encogió sus hombros, restándole importancia,  y fue en busca de Dorian, a quien también abrigó con una prenda a su medida. Este era sensible a los cambios climáticos, pues estaba ya muy viejo.

Cerrando con llave la casa, llevó en sus brazos al regordete gato para merodear un poco el pueblo. Tuvo que caminar un poco endeble por el permanente dolor en su parte baja, demorando un poco en abandonar la profunda arboleda hasta llegar a pisar por fin un poco de pavimento.

Andubo por lo menos media hora por los alrededores. Se notaba un lugar humilde y muy histórico en cuanto a su arquitectura, pero no le disgustó en lo absoluto. No era como Los Ángeles, pero veía su encanto.

Aprovechó la hora y compró una sopa de fideos instantáneos en un minimarket. También una lata de atún.

—Buen provecho, viejo —escuchó al gato estornudar al tener un poco de atún en su nariz—. Ay, qué glotón...

Con un puchero inició a consumir su humeante sopa, sentado con Dorian en el borde de la desolado esfalto. Era de madrugada y no transcurría ni un vehículo por la calles, dándole aun más templanza, olvidándose por completo del incidente en los camarines por un momento.

Siguió sorbeteando junto con Dorian hasta que una campanilla del minimarket resonó frente a él, cruzando la calle, las luces neón le iluminaban. Había salido alguien del local con una bolsa en sus manos, pero no le prestó atención.

Sin embargo, al no sentir los pasos del extraño alejarse, levantó la mirada.

Frunció el ceño y le miró, pausando cualquier movimiento ambos, Jisung y Dorian. Analizaron con la mirada al chico parado al otro lado de la calle, frente a ellos, tapando las luces neón.

—¿Y tú qué? —ladró Jisung.

El castaño se sobresaltó al ser descubierto y enrojeció fuertemente. Bajó la mirada antes de relamerse los labios incómodo y huir.

Dorian maulló.

—Sí sé —rodó los ojos.

Acabaron de comer y Jisung llevó a Dorian en brazos hasta la casa. Se puso su pijama y se adentró con él y Oso a la cama, quedando a oscuras, quedando solo con el brillo refulgente de las estrellas.

—Buenas noches, Dori.

Deseó poder darle las buenas noches a sus padres, mas cayó dormido debido al estrés, pensando en su mamá. Soñando dulcemente con ella.

🦎

la historia de rhampholeon está ahora disponible en mi perfil.

besitos en la nariz.

disfruten esta continuación.

nos vemoooos <3

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