Cama De Cartón
Se les habían presentado muchas opciones para que las actividades del sexo siguieran como de costumbre a la joven pareja de la selección nacional japonesa.
Incluso en ellos habían recaído las ideas: ¿hacerlo en el baño? Sí, en uno de los enormes cubículos privados de la Villa Olímpica sería lo ideal. ¿En las duchas? Cuando nadie estuviera presente y estuvieran vacías, bien que podrían hacerlo a gusto. ¿Qué tal ser personas civilizadas y aguantarse hasta que las Olimpiadas acabaran? ¿Qué? ¿Las personas civilizadas podían hacer eso? ¿Por qué mejor no poner algunas cobijas en el suelo y ahí follar con gusto? Sí, sonaba excitante y hasta tentador para Tobio y Shoyo, pero... ellos eran ellos. Les decías que no hicieran algo, y a los pocos segundos ya lo estaban haciendo, siempre habían sido así incluso cuando apenas eran unos adolescentes idiotas en el club de voleibol de la preparatoria Karasuno.
Fue por eso que cuando recibieron la advertencia del entrenador sobre la fragilidad de las camas, para que no se emocionaran y se volvieran locos a la hora de intimar, la llama de la competencia se encendió dentro de sus cuerpos: ¿cuánto podría aguantar una cama «anti-sexo» con ellos teniendo sexo? Sí, su cabeza llena de voleibol había empezado a llenarse de esa estúpida idea que crecía y crecía dentro de ellos. Incluso las advertencias del número 11, Atsumu Miya, tratando de advertirles como buen compañero para que no lo hicieran, los convenció. Sus palabras les habían entrado por una oreja y les habían salido por la otra.
Al final, el acuerdo había sido a voz de Hinata: «Kageyama, nos detendremos cuando el primer rechinido se escuche, no lo olvides». Kageyama sólo pudo responder con un aire demandante que no lo olvidaría, y que más bien, Shoyo era quien no debía de olvidarlo.
Con esa promesa en mente, y siendo ellos tan responsables y para nada olvidadizos a la hora de la cogida, lo hicieron tal y como lo acordaron...
Ajá, sí.
Pasó todo lo contrario.
Los jugueteos de Hinata en el oral habían sido veloces y bien marcados, lamiendo desde la punta del erecto miembro hasta la parte más baja con su lengua. Por supuesto, la imagen que Tobio tenía gracias a estar sentado en la orilla de la cama, con un Shoyo agachado y de rodillas, frente a él, con sus mejillas infladas un poco y sonrosadas, sólo lo terminaron por dejar caer más en lo que debía y no debía hacer. Su pene palpitaba dentro de la cavidad bucal de su pareja y sentía que explotaría, porque Hinata sabía mover bien sus labios y su lengua para tocar cada espacio donde los cosquilleos golpeaban su espalda. Hinata sabía realizar bien la felación, incluso sólo al tocar con su lengua la punta, era tan bueno que debía ser ilegal.
Por el momento, la cama no había dado indicios de romperse. Debían de subir la intensidad.
La segunda forma de comprobarlo fue tener al chico más bajo ya recostado sobre el mullido colchón, completamente desnudo, miembro erecto, la agitación al límite y las enormes manos de Tobio recorriendo cada parte de su cuerpo, empezando con caricias empalagosas en sus mejillas que reflejaban todo el cariño que le tenía, hasta el toqueteo lascivo en los pequeños pezones de Shoyo al ser atrapados y siendo cautivos bajo los dominios de un Rey que planeaba demandar esas tierras una vez más con sus manos.
Besos en su abdomen, sólo hacían que la temperatura de Hinata aumentara más, caricias en su vientre a mano abierta, besos húmedos en su pecho, creando un recorrido lujurioso donde sus pieles se rozaban hasta que, en medio del camino, los labios delgados de Kageyama se topaban con una pequeña montaña rosada de la cual se adueñaba al instante de meterla por completo en su boca.
Ésa era una de las partes que en su mayoría lograban subir al Cielo al de hebras naranjas. Kageyama sabía perfectamente lo mucho que a su pareja lo debilitaban sus pezones al ser succionados con demanda posesiva y sólo lamer la punta después de toda esa acción violenta. Ésa fue la consecuente de que ya no fuera extraño que Hinata arrancara grandes jadeos de placer, teniendo que doblar un poco sus piernas por la sorpresa contenida y sus manos se aferraron a las sábanas.
La cama seguía intacta, pero las cobijas ya empezaban a removerse de su acomodado uniforme. Podían seguir.
La colocación del condón en el pene de Tobio, una generosa cantidad de lubricante en sus largos dedos, masturbación que consistía en adueñarse del falo sensible de Shoyo con una de sus manos que empezaban a acariciar de arriba a abajo, gemidos ahogados que trataban de guardarse entre las cuatro paredes de la habitación que ya olía a sexo, dos dedos ingresando por el pequeño agujero de Hinata con el lubricante incluido, y el movimiento de esos dos como si fueran unas pequeñas tijeras que eran recibidos cálidamente por lo estrecho que era el espacio y lo mucho que apretaba.
—Estás demasiado apretado —susurró cerca de su oreja Kageyama, con un tono ronco y ahogado por la exaltación que estaba empezando a sentir. Después de ese aviso de lo que había encontrado, casi como un acto de querer provocarlo, sopló cerca de su oreja, dejando que el cálido aliento golpeara la sensible piel del menor.
Hinata no pudo ocultar sus sentimientos que se mezclaban con sus sensaciones, teniendo que aferrarse a la espalda de su pareja con sus cortas uñas al arañar su espalda, y apretó sus labios para no dejarse vencer por esa afirmación demandante de hacía un momento atrás. Claro que se sentía indignado, ¿cómo osaba Kageyama a creerse el dominante en esos momentos? Gruñó por lo bajo, y trató de no dejarse llevar más de lo necesario porque su pene seguía en posesión de las manos del Rey, su interior siendo atrapado por esos dos dedos que trataban de prepararlo para recibir ese pedazo de carne que colgaba entre las piernas del ansioso Kageyama y su mejilla, lóbulo de la oreja y labios siendo devorados por la boca ansiosa de Tobio, el número 9 de la selección nacional, la persona con la que había jugado esa tarde.
—Es tu culpa... ¡ah! —exclamó en un grito que se le escapó, cuando Tobio quiso buscar una respuesta en su comportamiento. Shoyo explotó todavía más en rojo por el sonido que había escapado de sus cuerdas vocales al querer sacar un reclamo, realmente se le escapó lo mucho que disfrutaba el sexo duro de Tobio—. Tienes unos dedos demasiado largos y eres malditamente atractivo... —declaró después de creerse más razonable, logrando sólo por unos cuantos segundos que el trabajo de Kageyama se detuviera al escuchar la grosería suave entre esa afirmación que acompañó a un halago.
Tobio no dijo nada al principio, sabía bien que era su culpa que parte de su vocabulario grosero se le pegara a Shoyo (una vez lo vio golpearse en el dedo chiquito del pie con un mueble en el departamento compartido donde vivían, y escuchó como le decía de hasta cómo se iba a morir... a un mueble), pero también sabía que ese lado de Shoyo lo excitaba. Lo volvía a comprobar, lo caliente que lo ponía que Shoyo soltara palabras despectivas no tan fuertes, lo duro que se puso su pene incluso más de lo que ya estaba gracias al oral de Hinata.
Hinata también notó claramente como Kageyama sacaba sus dedos de su interior, completamente húmedos y pegajosos por el poco rastro que quedaba embarrado de lubricante, después de todo ser regado y esparcido en él para la fácil penetración. Alejó su mano de su pene que seguía palpitando y acomodó el suyo en su entrada.
—¡Kageyama! —farfulló Shoyo en un ambiente ansioso por lo que podría ocurrir a continuación. Los ojos de Kageyama se lo decían claramente, también el pequeño empuje que sintió ahí abajo porque la punta ya había ingresado.
—Hinata, te voy a dar la cogida de tu vida... —contó sus planes, colocando una de sus manos en las rodillas flexionadas del chico que estaba abajo de él, sólo para abrirle un poco más las piernas y facilitara le penetración.
Hinata jadeó deseoso ante esa advertencia, mirando primero hacia el techo en un arranque de placer, al sentir como la verga caliente de su pareja empezaba a entrar cada vez más. Justo ahora, Hinata se creía la persona más afortunada del mundo, dejando de preocuparse por los quejidos que estaban escapando de su boca, sin importar que las paredes fueran tan delgadas que Atsumu Miya y Sakusa Kiyoomi (compartían la habitación de al lado) los escucharan, y que la promesa que ambos se habían dado sobre detenerse con el primer rechinar de la cama, sólo quedara como algo que nunca ocurrió y que nunca se cumpliría.
Por un momento olvidaron que no estaban en su departamento, ni tampoco en su cama que por alguna extraña razón era demasiado resistente al estilo rudo de Tobio y Shoyo a la hora de fornicar como unos atletas salvajes que les gustaba probar su resistencia en la cama.
Entró por completo. Hinata gimió con más fuerza.
Kageyama dejó de escuchar a su alrededor sólo para concentrarse en ese chico del cual se había enamorado, en sus oídos sólo existían los sonidos lascivos de Hinata y el sonido de sus cuerpos chocando con violencia con las embestidas que no perdieron el tiempo para iniciar.
—¡To-tobio, hazlo más fuerte! —exigió el usualmente amable Shoyo, enrollando más sus brazos alrededor de la ancha espalda de Kageyama. El punto del éxtasis era lo único importante, por supuesto, ya no importaba el sonido de las camas avisando su colapso al crujir con una desesperación bien marcada—. Tobio, más... ahhh —gimoteó, dando un pequeño gruñido cansado.
—Shoyo —llamó el mayor, logrando captar su atención en plena acción, mientras acercaba su boca a la ajena, antes de unirlas como todos unos locos enamorados donde sus lenguas jugueteaban entre ellos al acariciarse con demencia.
Para Kageyama ya no existía el cuarto, ni la cama, ni nada, sólo en su campo de visión estaba el rostro de Shoyo, con sus ojos entrecerrados, atrapado entre el placer del momento, rubor en sus mejillas y el sudor corriendo por sus despeinados cabellos naranjas. Sólo existía la sensación de sus estocadas y como eran atrapados cada vez que entraba y salía de él.
Hinata resopló con gusto cuando Tobio llegó en el punto que más la gustaba, y poco a poco sentía su piel húmeda y el líquido blanquecino empezaba a escurrir de su falo: había empezado a eyacular. Kageyama resolló, satisfecho por lo que generaba en Shoyo.
Un último crujido...
Y fue ahí cuando todo se vino abajo, literalmente.
A media estocada, el ruido sonoro de la cama de cartón al romperse hizo que los dos sintieran un extraño vértigo en su estómago, Hinata soltó un grito por el susto y Tobio no pudo pronunciar sonido alguno por el pánico que sintió. La espalda de Hinata pudo salvarse gracias al colchón, pero sí sintió una corriente eléctrica en su espalda al caer; para colmo, sólo pudo atinar a darse un tope con Kageyama en su frente.
Ahí fue cuando todo volvió a tener sentido. Kageyama aún adentro de Hinata, desnudos y con los flujos del sexo como delatores, con los entablados que sostenían el colchón partidos a la mitad y con un ruido sonoro que de seguro había sido escuchado por todo el piso de la Villa Olímpica. Los dos se miraron a la cara y empezaron a enrojecer lentamente.
Oh, no, ¿cómo le explicarían al entrenador? ¿Cómo le dirían que rompieron la cama teniendo sexo sólo porque querían ver cuánto podía aguantar la cama, y después de un rato lo terminaron olvidando y lo hicieron demasiado fuerte?
—¿Te lastimaste? —Fue lo único que pudo pronunciar Kageyama después de un rato. Hinata negó, todavía mudo.
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