Capítulo uno.
Nina's POV
Un mes después de la mudanza...
Si había algo que odiaría siempre, serían las filas de supermercado.
¿Por qué los cajeros de supermercado siempre eran tan lentos a la hora de hacer avanzar la fila? Si yo tuviese ese trabajo, podría emplearlo muchísimo mejor que esas tortugas de tierra. Apoyé los antebrazos en el carro y tiré el trasero hacia atrás, la posición más cómoda para esperar en la fila del supermercado. Lamento mucho por la inocencia del niño detrás de mí.
—¡Imposible! ¡La ermitaña se dignó a salir de su departamento! —Oí a mi lado. Rodé los ojos. ¿Cómo no reconocer aquella voz?
—Qué extraño verte aquí, Timothée. ¿Ya se te acabaron los condones? —Me burlé. Pero él no se ofende ni un poco, lo que no me sorprende, en cambio me dedica una sonrisa de lado — Espera, olvídalo, no quiero saber.
Él suelta una risotada y cruza los brazos sobre su pecho. Ya podía notar más de una mirada de parte de la población femenina, casi quemando con su propia calentura a mi vecino. Si seguían así, le provocarían un mal de ojo.
El muchacho no era la gran cosa tampoco. Quizá se veía bien (sí, en realidad se veía jodidamente bien), pero los que lo conocíamos -es decir, yo y algunos otros vecinos que siempre se cautivaban por la belleza externa y la sonrisa matadora de Timothée. Mientras que a mí siempre me miraron con cara de asco, quizá porque comparada con aquel rizado puberto con complejo de estrella de cine, yo era un espermatozoide en desarrollo-, algunos, y con eso me refiero a la gran mayoría, tenían una visión de Timothée bastante prometedora. En cambio yo, la vecina que soportaba sus actitudes de niñato, era una fenómeno (para los vecinos chupamedia, es decir, repito, la gran mayoría) porque no soportaba siquiera respirar el mismo aire que él.
—¿Siempre estás tan a la defensiva? —Timothée levanta un dedo y se retracta — Olvida lo que dije. Ya sé la respuesta.
Ruedo los ojos —Ya esfúmate, niñato.
Se ríe entre dientes y comienza a caminar con ese aire chulesco hacia una de las tantas cajas. La chica de la caja once choca miradas con él, y cuando se acerca a ella, a pesar de que la caja estaba cerrada, ella la abre para que el neandertal satisfaga sus necesidades.
La muchacha toma un rizo castaño de su cabello y comienza a retorcerlo alrededor de su dedo índice. Qué patético. Estaba casi segura de que aquel encuentro no terminaría allí; el próximo paso sería pedirle el número, el tercero invitarla al departamento, y el último y el más molesto, tener relaciones con ella de una manera tan salvaje y molesta que las paredes de mi departamento temblarían. Lo sabía, solía suceder. La semana pasada había traído a una rubia con tetas que parecían pelotas de fútbol, y esa misma noche se había ido. Pero a esa altura del partido, yo ya me encontraba con los auriculares en mis oídos, escuchando música al máximo volumen.
Al otro día, el muy imbécil había tocado mi puerta para disculparse por la otra noche. Era obvio que no lo sentía en lo más mínimo, su sonrisa traviesa y burlona me lo decía. Yo le cerré la puerta en las narices, y esa misma noche volvió a traer a otra mujer.
Era un ciclo sin fin.
Me paré de puntillas y observé como la fila seguía sin avanzar. Mi paciencia era tan minúscula como la dignidad de la muchacha que seguía coqueteando con mi vecino sin ningún tipo de escrúpulos. Podía ver cómo una anciana contaba uno por uno los centavos que le faltaban para terminar la paga. ¡Alguien dígale que se detenga!
—¡Oye, Pequeña Sellers! —Oí como mi vecino me llamaba. Estaba apoyado sobre la cinta donde pasaban los alimentos, con una sonrisa de ganador en el rostro y unas garras femeninas rodeando su brazo derecho. — Ven acá.
—¿Y dejar la fila? Sabía que eras tonto, pero no sabía que tanto.
Timothée suelta una carcajada, y la chica que ahora acariciaba sus bíceps con las uñas, me miraba riendo también.
—Francis te dejará pasar por aquí. ¿Verdad, nena? —Se dirigió a la chica que ahora tenía nombre. Qué tipa más patética.
Abrí la boca para negarme rotundamente, pero al ver como la anciana continuaba contando las monedas y la cajera parecía dormirse ahí mismo, me dije que quizás podía aprovecharme un poco de la situación. Hice rodar el carro hasta la caja once, y Timothée se hizo a un lado mirándome con esos ojos burlones, divirtiéndose con mi frustración.
Cuando la chica pasó todos los productos y cerró la caja detrás de mí (cosa que bastantes compradores de la caja diez habían observado con recelo) devolvió su mirada hacia mí, no sin antes de morderse el labio y echarle un ojo a Timothée, que le guiñó un ojo. Todavía no podía entender porqué habían tantas cajas rápidas y solo dos que no lo fueran. Sentía que me había pasado toda la mañana allí.
—Gracias por esto, Franny. —Agradecí, cargando las últimas bolsas de plástico descartables en ambos brazos.
—Mi nombre es Francis —Dijo, mirándome con la típica cara de perra resentida.
—Eso dije.
Acomodé las bolsas y me dirigí al estacionamiento donde había aparcado la camioneta. Abrí el baúl del coche y metí todas las bolsas dentro, agradecida de haber podido al fin salir de ese infierno. Un brazo pesado rodea mis hombros, y antes de que siquiera pudiese virar los ojos o maldecir al idiota que se atrevía a tocarme, él habló:
—¡Sellers, mi gran, gran amiga! —Me apretujó con ambos brazos contra su cuerpo. Le di un codazo en la costilla para liberarme de su agarre, teniendo éxito. Él se quejó, pero nuevamente me miró con una sonrisa.
—¿Qué quieres ahora, Timothée? ¿No te cansas de pisarme los talones todo el jodido día?
Soltó una carcajada.
—Estaba pensando, es decir, suponiendo lo mucho que adoras a tu vecino favorito...
—No. —Interrumpí su vómito verbal y metí mi bolso en el asiento trasero junto con una caja de zapatos que me había olvidado de llevar al departamento la otra noche.
Me subí al auto y cerré la puerta. Sin embargo mi adorable vecino se inclinó en la ventanilla y me dedicó una mirada confundida. Sus brazos se apoyaban despreocupadamente en el marco de la ventanilla, dejando sus manos dentro del coche.
—¡Ni siquiera sabes lo que iba a decir! —Reprochó.
—Conociéndote, Chalamet, sé que de todas formas hubiese respondido lo mismo.
—¡Pero es injusto! ¡Eso es denigrar a los castaños guapos como yo! ¡Eso en mi barrio se conoce como discriminación!
Rodé los ojos. ¿Cabía tanta idiotez en esa cabeza? ¿Esos productos para el cabello que se echaba le derretía el cerebro o algo por el estilo?
—Dime lo que tengas que decir y desaparece, ¿de acuerdo?—Bufé. Una expresión angelical cruzó su rostro, y fue entonces cuando comprendí la gravedad del asunto — ¡Oh, no! ¡No te subirás a mi auto, Timothée Chalamet!
Sus manos se juntaron en forma de súplica e hizo un puchero hacia mí — ¡Por favor, por favor, por favor! ¿Sí? ¡Vamos! Sabes que eres mi vecina favorita de todos los tiempos.
Una sonrisa maliciosa tomó posesión de mi rostro. Podía... aprovecharme un poco, dadas las circunstancias, ¿no? Él necesitaba un traslado... Yo necesitaba una buena cena en la pizzería. Uniendo las piezas, la solución se iluminaba en mi cabeza como un cartel iluminado.
—Con una sola condición.
—¡Lo que sea! Realmente estoy apurado. —Le da un vistazo al reloj de su muñeca.
—Me llevarás a Pizza Hut mañana en la noche. —Timothée me miró con una cara de "¿En serio? ¿Nada más?", a lo que yo levanté un dedo, haciéndole saber que no había terminado — Y tú, querido vecino, pagarás toda la cena.
—¿Y no podría recompensarte de otra forma, nena? Ya sabes...—Enarqué una ceja —. Vale, trato hecho.
—... Y me prestarás tu play-station por dos semanas.
Su rostro se transformó por completo, pasando de estar sereno y hasta aburrido, a uno completamente preso del pánico — ¿Has perdido la cabeza, verdad? ¡Eso ya es abusar de mi encanto!
—¿Es un trato o no, campeón?
Él mordió su labio, debatiéndose la respuesta interiormente. Finalmente, asintió — Vaaale, tú ganas.
(...)
Ya estaba preparando la bañera para terminar el día con un relajante baño. Pipper, el perro que había adoptado hace algunos días, rascaba la ventana y le ladraba a los autos que pasaban a gran velocidad por la avenida. Hoy era miércoles, faltaban menos de un mes para comenzar las clases universitarias. Mi estómago se estruja de la emoción con tan sólo pensarlo. Sentía como si fuera ayer que sentía los nervios de comenzar la secundaria.
Até mi cabello en un moño desordenado y me despojé de mi bata. Al introducir un pie dentro del agua caliente, solté un gemido. Con tan solo pensar en todo lo que había caminado ese día, mi cuerpo se relajaba más ante el contacto del agua. Me hundí en la bañera hasta que el agua me cubrió hasta el cuello. Cerré los ojos.
Estaba por llegar al punto culmine de relajación, ya casi sentía que estaba en un estado zen, cuando una canción desconocida de, quizás, Beyoncé, retumbó en la casa contigua. Timothée, de esta no te salva ni jesús. Miré el reloj del baño (sí, tenía un reloj en el baño) y marcaba la una de la madrugada. ¿Este chico tenía un poco de respeto por el prójimo o le sobaba los cojones si los demás estaban durmiendo, o en mi caso, relajándome en mi propia bañera? Rápidamente supe la respuesta.
Me sequé rápidamente y me coloqué la bata. Me puse la ropa interior y me envolví en mi overol de unicornio. Era tan suave que casi que me olvido del enojo. Pero al oír que subía el volumen de la música, lo volví a encontrar. Toqué su puerta tantas veces y tan fuerte que me sorprendía que no la haya tirado abajo.
Él me abrió la puerta casi al instante, mientras me miraba con esa sonrisa coqueta que poco me simpatizaba.
—¡Oh, vaya! Mira a quién tenemos aquí. A la pequeña Sellers. —Apretó mi mejilla con sus dedos, pero yo le doy un golpe para apartarlo.
—¿Podrías bajar el volumen? No a todos nos interesa oír tu estúpida colección de Beyoncé.
—Pareces una anciana gruñona, Sell—Contrajo su rostro, imitando una expresión enfadada. ¡Si será imbécil! — Baja el volumen, Timothée, me hace doler la cabeza. ¡Baja el volumen, me desconcentras del tejido!
Rodé los ojos y abrí la boca para protestar, y claro que lo hice —¡Baja el maldito volumen! ¡Mi casa parece un jodido terremoto!
—Te recuerdo, linda, que desde esta línea —Señaló con el pie la linea que separaba el pasillo de su departamento — para dentro, es mi casa, mi propiedad, mis reglas.
—Y yo te recuerdo, chico bonito, que del otro lado de la pared está mi departamento. ¡Y me están tocando los cojones con tus canciones de Beyoncé! ¡Ya se me pegaron, y ni siquiera me gusta Beyoncé!
Timothée se tocó el pecho, fingiendo estar herido — Oh, eso no está para nada bien.—Suelto un chillido histérico, que no podía controlar. ¡Ya no podía soportarlo! — Está bien, está bien, tranquila. Y después me dicen a mí que estoy demente.
—Vete al demonio, gracias. —Me dí media vuelta y me dirigí a mi departamento.
—¡Buenas noches, sweetie! —Lo escuché gritar antes de cerrar la puerta.
La música paró, y solté un suspiro de alivio. Por primera vez, Timothée me había hecho caso. Me quité la ropa que me había colocado y regresé al baño, donde Pipper tomaba agua de la bañera con el agua ya helada. Saqué el tapón y llené la bañera con agua caliente nuevamente. Qué desperdicio. Aparté a Pipper, que no tardó en correr hacia la cocina donde se encontraba su comidita. Me metí en la bañera por segunda vez, y esta vez, segura de que había conseguido lo que me había propuesto, cerré los ojos.
Y entonces la música volvió a sonar. A todo volumen. Solté un gritito molesto.
—¡Timothée! —Grité lo más alto que pude mientras mi cuerpo se levantaba de la bañera. Pipper comenzó a ladrar. Y logré oír su risa.
—¿Qué pasa? ¿Algún problema? —Gritó tan inocente que me dio más rabia.
No soportaría por mucho tiempo las actitudes de mi estúpido vecino. ¡Él sólo buscaba molestarme! Y diablos que lo conseguía. Era experto.
n/a: Primer capítulo. No sé, no me gustó mucho pero bueno, espero que a ustedes sí.
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-cía
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