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Capítulo doce.


Doy una tercera vuelta en la cama para ver el despertador en la mesita de noche. Dos de la mañana. Solté un suspiro y fijé mi mirada en el techo. Desde la confesión de Timothée que no podía concentrarme en otra cosa que no sea en eso. Pude ver en sus ojos la decepción cuando me fui tropenzándome a mi apartamento.

Todavía me costaba hacerme a la idea de que quizás era cierto. Aunque nos habíamos besado, nunca pensé que me tomaría en serio. Y de alguna manera, dentro de las bromas y el estereotipo que creé de él en mi cabeza, yo tampoco podía tomarlo con seriedad. 

Tampoco era necesario huir como una rata de alcantarilla...

¿Qué fue lo que me asustó? ¿Gustarle a Timothée? Ese muchacho le gusta una mujer distinta cada que se pone el sol. ¿Entonces?

Quizás... me asuste el comenzar a sentir algo por él.

¡Por dios! ¿Qué cosas se me ocurren? ¿Yo? ¿Sentir algo por Timothée? ¡Es absurdo! Ese tipo no es más que un mujeriego, inmaduro, altanero, imbécil... Aunque esa vez que nos cocinó el desayuno, o la vez que me salvó de mi propia implosión de borrachera y me trajo a casa...

Me senté de un sopetón en mi cama. ¡Es suficiente!

Bajé las escaleras para cambiar de locación y me senté en el sillón donde Pipper dormía placidamente, aunque al caer a su lado se sobresaltó y continuó su jornada de sueño en el suelo a mis pies. 

El apartamento de al lado estaba sospechosamente silencioso. Por lo general, si la música no está al tope aún así puedo oír los sonidos provenientes de los juegos online de Timothée o algún que otro grito como: "¡Qué idiota eres!" o "¡Estaba justo detrás de ti, imbécil!". Pero no escuchaba nada, absoluto silencio, como si a mi lado el departamento estuviese vacío. 

Dejé caer mi rostro entre las palmas de mis manos. Me sentía una idiota por haber escapado ayer en vez de tratar el tema como dos personas adultas. Es decir, de los dos la más adulta era sin dudas yo. Pero esta vez, y seguramente única, él se comportó más maduro. 

Casi por inercia, me levanté del sillón y antes de siquiera darme cuenta de lo que estaba haciendo, mis nudillos estaban tocando la puerta de mi vecino. Dos toques, nada. De nuevo, nada. Extraño.

Suspiré y volví a mi departamento. Tomé un papel del escritorio y con un bolígrafo escribí mi mensaje que nunca pudo llegar verbalmente a su destinatario. Más tarde, lo deslicé por debajo de su puerta.

De alguna manera, eso me hizo sentir más liviana. Lo suficiente como para enredarme en mis sábanas y poder conciliar el sueño.

(...)

A la mañana siguiente me pesaban tanto los párpados que tuve que ponerme gafas de sol. Desayuné una fruta antes de proponerme salir de casa. Pensaba si Timothée habría visto la nota que dejé ayer en su puerta, y en un punto, también pensaba en lo mucho que me gustaría cruzármelo hoy.

Colgué el morral en mi hombro izquierdo y cuando puse las llaves en el cerrojo, mi teléfono celular comenzó a sonar. Al ver el remitente, atendí de inmediato.

—¡Samuel! 

—Hola, Nina —La voz de Samuel se escuchaba entrecortada— Espero que no suene extraño, pero estoy fuera de tu edificio. Quería saber si te interesaría ir por un café conmigo antes de ir a clases.

Me mordí el labio y un cosquilleo recorrió mi pecho — Claro, stalker. Ya salgo.

Al salir del apartamento no pude evitar mirar la puerta de Timothée. Fruncí el ceño al ver la sombra de la nota por el espacio de la puerta. ¿Es que acaso no había vuelto a casa? ¿Estará bien?

Me propuse esperar hasta las clases antes de iniciar un operativo de rescate. Y... no voy a mentir, un poco me olvidé de ello al ver a Samuel recargado en el pórtico del edificio. Se veía bien con sus pantalones vaqueros y esa chaqueta de cuero que la recordaba como su sello distintivo. 

Seguro Timothée estaba en la casa de alguna chica, o babeando la alfombra de alguna casa que fue testigo de las fiestas interminables a las que solía asistir. Decidí dejar de preocuparme tanto. Él ya aparecería.

—Te ves fenomenal —Samuel me saludó con un beso en la mejilla y me ayudó a bajar los escalones del pórtico para luego subir a mi coche e ir a la locación elegida.

La cafetería quedaba a pocas calles de la Universidad, así que no me preocupaba por el tiempo. Era un café inspirado en las patisseries parisinas, muy fresco y repleto de flores (reales, no ficticias, lo cual me fascinó). Nos sentamos en una mesa doble afuera, bajo el techo que proporcionaba el lugar. 

—Si te soy sincero, es asombroso volver a verte. Mamá no puede creerlo, incluso mencionó la palabra destino —Ambos soltamos una carcajada.

Samuel y yo tuvimos una historia breve pero intensa. Podría decirse que fue mi primer amor. Él era un gran partido, y encajábamos a la perfección, pero el tiempo hizo de las suyas y cada uno siguió su vida. También estábamos creciendo, conociéndonos cada uno individualmente, descubriendo qué queríamos hacer de nuestra vida y cuáles eran nuestras ambiciones. El amor y la pasión pasaba a segundo plano entre tanta vorágine.

De igual manera, con el tiempo que pasó y los cambios que inevitablemente sufrimos, él seguía causándome una sensación difícil de explicar en el cuerpo. Se sentía bien volver a conectarnos.

—Digo lo mismo. Me sorprendió tu regreso. Y, por supuesto, es increíble reecontrarnos.

La camarera interrumpió para dejarnos nuestros respectivos cafés. Le di un sorbo largo, disfrutando el contacto de éste con mi boca. Dios, amaba un buen café por la mañana.

—¿Y cuál es la historia con ese vecino tuyo? ¿Cómo se llamaba?—Samuel también bebió un sorbo del café, pero sus ojos se mantenían firmes en los míos.

Me apresuré en responder— No hay tal historia —Samuel frunció el ceño, y caí en cuenta en lo defensivo que sonó — Quiero decir, como tú lo has dicho, es mi vecino. No hay nada más para contar. 

—De acuerdo, si no hay historia...—Una sonrisa burlona emergió de los labios de Samuel, y antes de que siquiera pueda asimilarlo, su mano buscó la mía por encima de la mesa. Me congelé— ¿Está mal si hago esto?

La yema de sus dedos acariciaban mis nudillos con tanta suavidad que casi me hacen soñar despierta. Sus caricias me remontaban a la relación que tuvimos, a los recuerdos que atesoraba de ella. Me seguía causando electricidad, y sus ojos, dulces, me invitaban a viajar a través de ellos sin ticket de regreso. 

—Nunca dejé de pensar en ti, Nina —Mi corazón cayó desplomado en mi cavidad torácica. Sus ojos viajaban desde los míos a mis labios y viceversa, acelerando mi pobre corazón, que ya tuvo demasiado en las últimas horas — No sé que opinas tú, pero no creo que haya sido una coincidencia que nos volvamos a encontrar. 

¿Dos confesiones en menos de un día? ¡¿Quién lo diría?! ¿Yo? ¿La misma chica que por los últimos cuatro años su única compañera de cama y de ocio era Pipper? Se sentía como si hubiese alguien escondido entre los arbustos con una cámara, esperando a que yo caiga para salir de su escondite y confesar que todo fue una broma para algún programa de televisión. Algo así como Punk'd

—Samuel...—Me las arreglé para decir, aunque la situación me dejaba sin aliento, y terminó saliendo como un murmullo casi ininteligible. 

Él sonrió y apretó mi mano, para soltarla después— Tranquila, no espero que me digas que piensas ahora. Primero déjame invitarte a cenar este fin de semana. Si quieres.

Ahora la que sonrió fui yo — Por supuesto. 

Aunque todo esto me volvía loca de los nervios, no podría negarme a una cena. 

(...)

Ya me encontraba en la última clase del día. La profesora hablaba de algo, pero no podría saber decirles de qué, ya que mi cabeza se encontraba entretenida creando una lista de Pros y Contras de Samuel y Timothée. Hasta ahora, venía ganando Samuel. Pero en defensa de Timothée, a Samuel no lo veía hace tiempo y no nos habíamos internalizado tanto como para poder adjudicarle alguna contra. Y Timothée vivía al lado mío, así que las contras pasaban a ser en muchos casos problemas de pseudo-convivencia. 

Me sobresalté cuando todos comenzaron a levantarse de sus lugares y rodé los ojos. Ahora tendría que pedir prestadas las notas de la clase por estar distraída como una niña de preparatoria. Genial, Nina.

Me dirigí a los pasillos mirando a mi alrededor. Nunca pensé que diría esto, pero comenzaba a preocuparme de veras por Timothée. No lo había visto en todo el día, y digamos que ayer las cosas no terminaron de la mejor manera. Por no decir, que fue un descarrilamiento completo.

Estaba caminando a través del campus, completamente desolada, cuando un grito me llamó la atención.

—¡Pequeña Sellers! 

Traté de no voltear como el exorcista al oír su voz. Era él. Venía corriendo en mi dirección con su mochila en el hombro, y de un sospechoso buen humor. Pasé de un estado de exaltación y repentina culpa, a sentir una confusión absoluta. 

—¡Qué noche la de anoche! Bebí cerveza de una manguera que medía como dos metros, Sell. ¡Dos jodidos metros! ¡Y de cabeza! —Su brazo rodeó mis hombros mientras soltaba una gran carcajada — Para el momento que aterricé sobre mis pies de nuevo, ya tenía una borrachera impresionante. 

Fruncí el ceño, completamente aturdida por lo que estaba aconteciendo. Y también enfurecida, porque yo no pude dormir luego de la charla de ayer, y él parecía haberse olvidado completamente. Dios, era obvio, ¡es Timothée! ¿En serio pensé que podía sentir algo por mí?

Me zafé del agarre de su brazo y él frunció el ceño —¿Qué sucede, Sellers? Te prometo que no hice nada estúpido. Eso creo. Digamos que beber de una manguera hace que todo lo que pase después se vuelva un poco borroso. 

—Realmente eres un energúmeno. Es que en serio, no doy crédito. —Continué caminando hacia mi auto, apurando el paso con la ilusión de dejarlo atrás y no llegue a subirse al asiento del copiloto. Aunque sus piernas eran más largas, y terminó lográndolo. Lo fulminé con la mirada— Bájate del coche.

—Oh, vamos, Sellers. Todos los santos días la misma disputa. Arranca el coche. —Él se abrochó el cinturón de seguridad y encendió la radio. La apagué. — Qué aburrida eres, en serio.

—¿Es en serio, Timothée?— Lo observé, intenté estudiarlo, a ver si alguna de sus expresiones me daba una pista de qué bicho le había picado. 

—Y no lo digo por tus pijamas de abuelita, que no me mal interpretes, te quedan muy bonitos. Acentúan tu trasero de una manera formidable. Pero no te vendría mal soltarte un poco, Sell. 

Nuevamente, me vi repitiendo más para mi misma que para él— ¿Es en serio?

Timothée posó el dorso de su mano en mi frente— ¿Te sientes bien? ¿Tienes el síndrome del disco rayado?

—¿No dirás nada sobre lo que pasó ayer?

Timothée soltó una carcajada, y mi furia creció— Ah, olvídate de lo que dije. Fue una estupidez. 

Anonadada, me las arreglé para murmurar— ¿Una estupidez?

Él asintió mientras se acomodaba los rizos en el espejo retrovisor  — Si, Sellers. Supongo que me hirió el ego verte con Samuel y dije cosas que no pretendía decir.

Fue entonces que me di cuenta que sí, la charla de ayer había despertado en mí un interés en Timothée que pensé que no existía. Y solo necesité que él se comporte como el imbécil que siempre fue para demostrarme que eso existió y también que solo era una fantasía. Una torpe confusión. Mis manos apretaron el volante con fuerza y mis ojos se fijaron al frente, y comenzaron a picar. La impotencia comenzaba a apoderarse de mí. Qué idiota fui.

—Bájate del coche.

—En serio, Sellers, deja de bro...

Volteé a mirarlo, perdiendo completamente la paciencia y exclamé— ¡Bájate, ahora!

Timothée se sobresaltó ante mi reacción, y pareció quedarse perplejo por solo unos segundos. Sus ojos buscaron los míos, pero mi vista ya había vuelto al frente. No podía siquiera mirarlo. Me enervaba su presencia. 

Antes de bajarse del vehículo, lo escuché murmurar por lo bajo—De acuerdo, joder. Lo que tú digas. Jesús, que mal ánimo. 

Al cerrarse la puerta, fue mi señal para acelerar el coche. Las lágrimas comenzaron a bajar por mis mejillas sin que yo pudiera controlarlo demasiado. Hasta esta mañana Timothée me enervaba como ser humano, como usualmente, pero luego de lo sucedido, estudiaba la idea de que él quizás podía tener sentimientos genuinos. Y qué pasaría si eso fuera recíproco. 

Cuando llegué al departamento, él aún no había aparecido. La esquina del papel que dejé por debajo de su puerta se asomaba hacia el pasillo. Me agaché y lo tomé, leyendo lo que éste recitaba: 

"Lo siento, Timothée. Fui una idiota. ¿Podemos hablar más tarde? Hay algunas cosas que me gustaría poder decirte. 

 - Nina"

Estúpida. Estúpida. Estúpida. 

Abollé el papel en mi mano y al entrar a mi apartamento, lo tiré en la basura. Subí las escaleras a mi habitación y agarré la PlayStation de mi vecino y la dejé en la puerta de su departamento con una nota encima de ella que decía "Métete la PlayStation por donde te quepa, imbécil". Ya no habían excusas. Ni palabras que sirvieran. 

A partir de hoy, si dependiera exclusivamente de mí, Timothée Chalamet podía irse al infierno. 


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VOLVIIII jajaja. ¿Hay alguien todavía por acá? Qué lindo se siente volver a escribirrrrr. Espero que hayan disfrutado del capítulo, ¡cuentenme que les pareció! Estoy atenta.

Y por supuesto, como estoy de vuelta, seguiré actualizando esta historia☻

Les dejo a Samuel en multimedia.

Les mando un abrazo enorme a todas. Las estuve leyendo y sus comentarios me ensanchan el corazon<3

-Cía

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