El Señor de las Cadenas
I
El mundo da vueltas a mi alrededor. Sé que estoy en movimiento. Es un auto pequeño, no uno oficial de la agencia. No siento anuladores de glamur o sellos de protección. No abro los ojos. Eso sería como condenarme, o condenar los asientos a mi poderoso vómito de trol. Me están protegiendo. No me gusta ser protegida.
Entiendo por qué lo hacen. Los seres de las estaciones muertas nunca han sido correctamente estudiados, etiquetados, mucho menos hemos sido capaces de dialogar con ellos. Trato de no pensar, de dormir, pero mi cabeza no deja de dar vueltas, de buscar referencias.
Recuerdo un caso de mi padre, de sus años patrullando la noche. Fue un caso bullado en la comunidad, pero empezó disfrazado de normalidad. Un comerciante djinn recién llegado fue asesinado. Todo parecía ser un caso típico de xenofobia entre clanes, o quizás una colaboración con los humanos. Las cosas iban bien hasta que apareció un nombre viejo, uno de nosotros que se transformó en uno de ellos: Netón. Según los apuntes de mi padre, el nombre correspondía a un dios hispánico de la guerra y señor del rayo. Fue adorado en la zona de Turdetania y Oretania tanto por celtas como íberos. Un encantador tipo que gustaba de sacrificar a sus propios hijos. Aquel hombre se creía un dios de los abismos o dios infernal, lo cual no quiere decir que fuera un demonio real, sino un subterráneo de los elementos caóticos y juez de los muertos.
Este imitador cazó a otros dos subterráneos. Cada uno fue «juzgado» y castigado de una manera especialmente cruel. Mi padre lo acorraló en las alcantarillas, pero lo que vio no era subterráneo, pues no tenía glamur, y no era humano pues no lucía como ningún otro normal que hayamos visto. Atacó al viejo con furia. Casi lo mata consumiendo su glamur. Era un ser de otoño, uno de nosotros que había llegado demasiado lejos en su adicción. Un monstruo de tiempos inmemoriales, traído a nuestra época. Fue el primero, pero otros llegaron.
—¿Qué sucedió, Cali? —La pregunta de Peter retumba en mis oídos.
—¿Recuerdas el caso de Netón?
Peter suelta un resoplido, detiene el auto.
—No te muevas, o te dispararé.
La amenaza me da risa, mi cuerpo me duele. Hasta mi cabello está en agonía. Lo escucho abrir la puerta. Mis ojos siguen cerrados. Cuando vuelve, pone un vaso de cartón entre mis manos. Es un té caliente, puedo olerlo.
—Le puse once cucharadas de azúcar —dice—, Bébelo y cuéntame lo que ocurrió ahí. Necesito que confíes en mí. ¿Cuánto crees que tardará Isabela en averiguarlo?
No es una curación milagrosa, pero el azúcar me hace recuperar mi peso sobre la tierra.
—Maldito snob, me trajiste té verde.
No veo su rostro, pero estoy segura de que Peter sonríe. Le cuento cuanto sé del Señor de las Cadenas y algo sobre los mitos. No mucho. Sé que él sabe. Mi Peter es del tipo estudioso.
—Hace un mes —dice—, tus amigas, las pu'ka, atacaron el cuartel de Nunca Jamás en Marruecos. No dejaron a nadie con vida. Subterráneos, mediasangres, humanos... Sabíamos que estaban atrás de algo antiguo, algo de poder. Isabela no nos reveló qué. Prometí a las familias de las víctimas que las atraparía, pero fallé.
Enciende el motor del auto y comienza a andar.
Claro que no, Peter, pienso para mí misma. Melusina es demasiado, incluso para ti. Una chica como esa tiene que estar convencida de que está haciendo lo correcto o no lo haría.
—Gracias por el té.
Damos un par de vueltas. Nos siguen o al menos eso cree Peter. Está tratando de perderse entre el tráfico. Acelera, doblamos una esquina, luego otra. Habla por teléfono. Reconozco la voz de Isabela, aunque no logro entender qué es lo que ordena.
Aparta uno de sus brazos del volante y trata de abrazarme.
—No me gusta hacer esto Cali —dice poniendo una de sus manos en mi cabeza—. Sentirás algo de frío. Lo más probable es que vuelvas a dormir, pero necesito esconder tu glamur por un buen rato.
El frío del hierro entra en mis venas y casi paraliza mi corazón. Pierdo mi glamur. Soy una humana normal, soy mi madre y su familia. Soy cualquiera. Por un momento me siento liberada.
—¿Peter? Te odio —le digo, aunque sé que es mentira.
Es lo último que le digo antes de desvanecerme.
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