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15. Dimensiones paralelas

Bourgain Ville, Vignes de Chartreuse, en una dimensión alterna y paralela.

Se cuenta que el nombre de las buganvillas le fue otorgado a dichas plantas trepadoras, de origen brasileño al igual que los árboles jacarandás, por la botánica Jeanne Baret, cuya extraordinaria historia no puede pasar desapercibida por ser parte de lo que aquí hay que narrar. Sin embargo, por ahora valga ir más atrás en las causas para entender el fundamento del nombre mismo que va más allá del solo apelativo relacionado con el navegante aventurero Louis-Antoine de Bouganville y en cuya expedición de mil setecientos setenta y seis aquélla se embarcara disfrazada de varón en calidad de asistente del naturalista Philibert Commerson.

Como si fuera un extracto de Los Miserables, en la calle Vignes de Chartreuse, en la aldea Bourgain Ville ubicada en una dimensión alterna, invisible para los ojos humanos, entre los muros del jardín de la Casa de la Mirada de Homero Núñez "Cuentero" y la vecina Casa Española, había una zahúrda, una casa de dos pisos, casi en ruinas, signada con el número trescientos veintinueve guión novecientos veintitrés. Se la conocía como la Casa Gorbeau. Al primer golpe de vista parecía una casucha, pero en realidad era grande como una catedral. Estaba casi enteramente tapada por la hiedra espinosa arraigada en los tapiales. Cerca, en el lote vecino —que, en el mundo de Homero, ocupaba la Casa Santera— había una profunda caverna por donde se llegaba a una enorme geoda de ágata y amatista, en cuyos cristales titilaban las galaxias y estrellas más ignotas y distantes, y a la que sólo a unos pocos no les estaba vedado el ingreso.

La Casa Gorbeau se alzaba tristemente señorial en medio de un entorno desolado, frío y misterioso del cual los habitantes de Sonnenblumendorf, como Homero Núñez, en el mundo que ellos consideraban real, no tenían idea de su existencia; ni siquiera y a pesar de que, en algún momento de la historia humana, el perspicaz Sir Arthur Conan Doyle advirtiera acerca de ella tras conocer las polémicas evidencias de Cottingley.

Pequeñas colinas cubiertas de hierba salvaje estaban repartidas en medio del bosque, en el llano, a lo largo del vado y el cauce del negro afluente Dragonehri Telafieri, cuyo vaho hediondo agregaba un aire místico sin embargo torvo al lugar. Esos numerosos túmulos alrededor de la Casa Gorbeau contenían los restos arqueológicos de antiguas construcciones levantadas con dólmenes y, en conjunto, hacían del feudo de Haus des Blicks una brumosa y hórrida necrópolis donde los murmullos del viento, el brillo de las kûyué y el chirriar de las chan entre las ramas creaban una atmósfera inquietante. Sobre el más grande de los túmulos, cinco torres de piedra, altas y oscuras, se erguían como imponentes guardianes silenciosos de un pretérito olvidado.

En ese ambiente sórdido vivía Liû Mó, Maese de Gorbeau, un enigmático personaje, escritor y artista plástico, conocido alguna vez por los humanos como el Duende Verde. Liû Mó era famoso por ser un regañón incansable, mandamás perfeccionista, travieso y chancero contumaz apenas soportado por su ama de llaves, la aventurera elfo yerbera Elowyn Verdebrote.

La Casa Gorbeau, en sus orígenes, fue conocida como Auberge de Gourd Beau, cuya traducción sería Posada del Bello Arrecido, hace ya mucho tiempo. El nombre fue moldeado por transformaciones etimológicas y declinaciones lingüísticas hasta derivar en Gorbeau. Con el tiempo, el edificio abandonó su función de posada cuando Liû Mó lo adquirió, convirtiéndolo en su hogar y refugio de artista anacoreta.

El exterior de la casa estaba rodeado por ramas trenzadas con espinas semejantes a garras de dragón. Estas, vistas desde la perspectiva de la humana mundanidad de Homero Núñez, se confundían con la hiedra y las buganvillas, y formaban una muralla defensiva, un recordatorio constante de que la naturaleza podía rebelarse incluso ante la más mínima provocación.

Dentro y fuera de la Casa Gorbeau, los muros estaban cubiertos de enigmáticos rostros tallados; los que, en cambio, en su mundo, Homero percibía como manchones en la pared descascarada o juegos de figuras entre el follaje con que la imaginación gestáltica, según él, lo embromaba. Liû Mó había dado vida a la mayoría de estos semblantes esculpiéndolos y, en algunos casos, pintándolos con meticuloso tiento y de vez en cuando los borraba y transformaba en unos nuevos tan bellos u horrorosos como la circunstancia o su ánimo dictaran. Así, Liû Mó había conformado con estos trazos una galería sutil de motivos, efigies y garabatos que eran mucho más que simples adornos y cuyo propósito era doble: camuflarse entre ellos y fusionarse con las paredes en los momentos en que la necesidad de ocultarse así lo exigía. Eran una parte intrínseca del alma de la Casa Gorbeau; cada uno grabado como un resabio de su historia entretejida con los hilos de misterios, sombras y secretos acaso accesibles solo para aquellos capaces de atender más allá de las formas; aquellos, como Elowyn Verdebrote, bendecidos con el don de percibir conexiones invisibles, de esas que tejen un delicado entramado en el tiempo y el espacio.

En un tapiz semejante, las vidas de Liû Mó, Jeanne Baret y Víctor Hugo parecían converger sutilmente como los hilos de una intrincada telaraña, y los signos en las paredes cobraban valor de guardianes silenciosos, eran testigos mudos de los cambios que, a lo largo de los años, habían moldeado la esencia legendaria de la Casa Gorbeau y que inspiraran a Víctor Hugo, nacido cinco años después de la muerte de Jeanne Baret, a incluir el inmueble en su obra maestra, aunque el autor de personajes como Jean Valjean, nunca puso un pie en ese lugar.

En medio de estas capas entrelazadas de tiempo y realidades, Elowyn Verdebrote emergía como un enigma vivo que trascendía las fronteras de su propia dimensión. Su capacidad de transmigrar y viajar en el tiempo le permitía influir en distintas eras y dimensiones, incluyendo el mundo de Homero y las épocas de los ancestros de este. Aparentemente no existía una relación directa entre Elowyn y aquellos como alter egos, aunque la posibilidad se deslizaba en el tejido del tiempo con cada transmigración que experimentaba la elfo.

Originaria de una dimensión paralela ajena a la de Liû Mó, Elowyn trascendió las barreras de su universo para adoptar diversas apariencias, incluyendo la de Jeanne Baret, la botánica cuyo legado influiría en las buganvillas y la Casa Gorbeau. Su don como transformista la convertía en un mosaico de épocas y nombres. Como Tejedora de Metáforas, tejía hebras del lenguaje resonantes en la historia que moldeaba. A través de conexiones invisibles, influía en la evolución de sucesos, conceptos y palabras a lo largo de las eras. Por ejemplo, la noción de ""burgo" unió las dimensiones de Homero y Liû Mó.

En la dimensión de Liû Mó como en la de Cuentero, el término ""burgo" hace referencia a un concepto urbanístico. En el mundo de Cuentero, inicialmente, entre los pueblos germánicos y en época romana, se aplicaba a pequeñas torres o puestos fortificados. En la Alta Edad Media, se consideraba burgo a un castillo construido por un señor feudal con fines puramente militares, como avanzadilla o puesto de vigilancia fronteriza. Los burgos solían ubicarse en posiciones privilegiadas por su carácter defensivo (como una altura), o en posiciones estratégicas (como un cruce de caminos, el vado de un río o un valle en un paso de montaña). Con las mismas características, especialmente en la Baja Edad Media, periodo que ha sido calificado de revolución urbana y también de revolución comercial desde mediados del siglo doce, se aplicó asimismo el nombre de burgo a los barrios formados en torno a un mercado que se había establecido previamente al lado de una iglesia o fuera de las murallas de ciudades preexistentes (figura urbanística equivalente a los arrabales de las medinas musulmanas). Las poblaciones que se pudieran desarrollar en torno a estas construcciones eran conocidas como villas o aldeas, de ahí que los habitantes de Bourgain Ville, cuando transitaban de su dimensión a la de Homero Núñez seguían considerando a Sonnenblumendorf como una extensión del burgo del que provenían. La lengua que determinaba a los burgos y sus villas, el borgoñón o burgundio, también era particular y por ella eran conocidos como reinos burgundios.

Estando en una dimensión paralela a la de Homero, la historia de Bourgain Ville era en algunos aspectos semejante a la que, en el mundo de Homero, tuvieron los asentamientos europeos de Worms, Estrasburgo y Espira desde su fundación alrededor del año cuatrocientos trece después de Cristo, por supuesto con elementales diferencias. La más importante: los burgundios de la dimensión paralela eran un pueblo mágico, categoría a la que, ni siquiera como denominación turística, aspiraba el industrial municipio de Naucalpan donde estaba enclavada Sonnenblumendorf o Villa florida de los Girasoles, hogar de Homero Núñez. Seguro partiendo de especulaciones semejantes, Homero hipotetizó que Louis-Antoine de Bouganville era de ascendencia burgundia sintetizada en su ya célebre apellido. Quizás Elowyn, en calidad de Jeanne Baret, con el nombre de la planta pretendió trazar un lingüístico puente interdimensional secreto, todavía más que un simple homenaje al aventurero navegante, extendiendo el apellido a las plantas buganvillas como una pista sobre la barrera defensiva y el limítrofe umbral entre las dimensiones humana y fantástica.

Parecerá verdad de Perogrullo saber que a los habitantes de los burgos se les conocía como borgoños o burgueses, mientras a los habitantes de las villas se les decía villanos. Pues bien, si Homero era un burgués en decadencia, Liû Mó era un villano nomás en ese sentido y no en el de un ser de tendencia pervertida como gustaron retratar los literatos y cineastas humanos y humanoides como Homero o Ana Gramma. Aunque malicioso, Liû Mó no era malvado. Empero, la vida y la ambición le habían curtido el cuero y el espíritu.

Cierto día, mientras Homero arremetía contra las buganvillas de su jardín en Sonnenblumendorf, los pobladores en su contraparte, Bourgain Ville, sintieron terror porque cada machetazo del escritor cimbraba el portal, y las vibraciones sacudían el suelo de la dimensión paralela de tal modo que parecía un terremoto de proporciones cataclísmicas. Pronto, los duendes y gnomos avocados a mantener el equilibrio entre las dimensiones se transformaron en moscas, escarabajos, arañas, cochinillas, hormigas, caracoles y otros bichos para poder trasladarse a la dimensión del mundo de Cuentero y observar las causas de los sismos desastrosos. Algunos incluso sobrevolaron alrededor de la cabeza y rostro de Homero con la intención de disuadirlo de continuar, pero él, ignorante de sus identidades e intentos, concentrado en su tarea solo lanzaba manotazos al aire para ahuyentar a los que para él no eran más que insectos molestos e impertinentes.

Esa noche, ya habiendo regresado la calma a Bourgain Ville, un comité de duendes, gnomos, hadas, elfos, alushes y troles acudió a la Casa Gorbeau para reunirse con Maese Liû Mó.

—Maese, algo tenemos que hacer— expuso uno de los asistentes con marcada preocupación en su gesto. —El ogro de Haus des Blicks ha destruido el páramo de Sonnenblumendorf, la muralla cercana al portal ha cedido y ahora solo quedan troncos astillados.

—¿Qué les preocupa? El ogro no tiene capacidad ni habilidades para trasladarse desde su dimensión hasta nuestro mundo. Ni siquiera lo percibe. Ningún humano, en ninguno de nuestros reinos burgundios, ha traspasado las fronteras. Jamás en centurias.

—¡Te equivocas! Olvidas a aquel muchachito Jack con las habichuelas mágicas que le cambié por su vaca. Ahora este ha podido, por lo menos, ocasionar una catástrofé como ni siquiera consiguieron sus gardiniers a lo largo de los siglos — afirmó un anciano chaneque visiblemente molesto.

—Por lo que yo he podido observar —dijo un hada acicalando una de sus alas— ha causado tantos estragos que incluso el terreno ahora luce seco, se parece más al espantoso y petrificado bosque en el páramo Shihuà shù.

—Entiendo. ¿Y qué sugieren?

—¡Pongamos un alto! ¡Acabemos con el ogro! ¡Matémoslo!— exclamó un trol furibundo.

—¡Sí, sería delicioso hincar diente en su carne humana!— añadió su acompañante relamiéndose.

—¡De ninguna manera! No seremos nosotros los que violemos el pacto firmado con los humanos. Nuestra palabra vale tanto como la puesta en prenda por el Barón de Münchaussen— intervino airado el viejo gnomo azul Cyanan Souto levantándose de su asiento, enfatizando con su postura la dignidad de su estirpe—. En todo caso tenemos dos cosas por hacer: seguir pendientes de los actos del ogro, por si aumentan en intensidad de estragos; y segundo, convocar a cónclave a los reyes burgundios de la región de Sonnenblumendorf. No creo que baste con la sola reunión de maeses y alcaldes. Aquí solamente estamos reunidos los villanos con afectaciones directas, pero si el ogro imprudente consigue debilitar el portal, no nada más Bourgain Ville correrá el riesgo de contaminarse con la presencia humana. ¡Sería ¡monstruoso!

Los asistentes reaccionaron a las palabras del viejo gnomo. Liû Mó escuchó atento las intervenciones siguientes, tomando nota de las variadas propuestas, unas locuaces, otras juiciosas. Al final y en resumen acordaron que actuarían en tres líneas de acción: alertarían a los reyes burgundios de lo sucedido, se prepararían para la guerra en caso de que hubiera la necesidad de defenderse o incluso asaltar al mundo de Homero anticipando un desastre mayor; pero como primera estrategia preventiva, el propio Liû Mó se trasladaría al universo paralelo para advertir a Homero, al que su pueblo identificaba como ""El Ogro de Haus des Blicks", sobre las consecuencias de su furia insensata.

—Además recuerda, Liû Mó, quién fuiste tú durante un tiempo en la vida del ogro. Nadie mejor que tú, tal vez, para influir en sus decisiones y sus actos —añadió el carismático y sabio Cyanan, sonriente, con sus refulgentes y redondos ojos color de miel que contrastaban con el profundo tono azul marino de su piel por la que era conocida como el duende ultramarino.

—A veces creo que usted, Señor Souto, tuvo más influencia sobre él que yo.

—¡Bah! Haz a un lado los celos. Nadie mejor que un padre para incidir en el ánimo de un hijo.

—Si es que alguna vez fue mi hijo —afirmó musitando melancólico Liû Mó.

* * *

Planeta Su'ur, poco antes de Hangyaku no jidai.

Se había avecinado el mayor desafío para el planeta Su'ur. Shêner Kahartan lo sabía, y por eso había viajado a través del tiempo y el espacio al pasado, a un punto que los historiadores futuros, como él, llamarían Era Hangyaku no jidai o Era de la Rebelión.

Se trasladó justo a donde creía que se hallaba el momento de inflexión histórica que determinaría, de acuerdo con los registros, la evolución del planeta.

En esa época —había contado en uno de sus libros el historiador Tariche Kahartan, ancestro suyo—, Amira, la joven princesa heredera del Reino de Ánonsor, estaba urdiendo un plan que cambiaría el curso de la historia de Su'ur, provocando una larga sucesión de acontecimientos que terminarían con la extinción de toda una especie. ¡Vaya contradicción irónica! La búsqueda de la libertad derivaría, a lo largo de los siglos, en todo lo contrario, y la obsesión de los habitantes de Su'ur por sus ambiciones libertarias y democráticas sería justo el motivo del apocalipsis que Shêner, uno de los pocos sobrevivientes, quería prevenir o evitar. Estaba pues determinado a influir en los actores clave y en los acontecimientos, para cambiar el curso de la Historia.

En el presente del cual Shêner provenía, la sola idea de interferir en la Historia era desafiante, pues sabía que los hilos del destino se extendían por toda la galaxia Calima, y el más mínimo nudo en uno o dos de ellos podía trastocar los destinos de vidas y mundos enteros. Sin embargo, estaba decidido a cumplir su misión, la que en su presente estaba escrita y registrada en los documentos que solía consultar, pero en el pasado al que había arribado todavía estarían por escribirse.

Así pues, ahí se encontraba Shêner Kahartan, un simple escriba y sacerdote de la Orden Drüd, obligado por las circunstancias a convertirse en guerrero. Estaba parado en lo alto de un túmulo, sosteniendo su cayado con firmeza y con la espada lista en su funda, mientras sus ojos escudriñaban el horizonte. Desde ahí, una y otra vez, Shêner se habría adentrado en Ánonsor, consciente de que el viaje en el tiempo le depararía aliados inesperados y formidables enemigos. Desde tal posición privilegiada, una y otra vez, Shêner enfocaría, su mirada en el incipiente Ánonsor, una tierra que, al momento de su visita una y otra vez, aún no había sido moldeada por los eventos que estaban por venir, un reino relativamente joven pero cuya historia estaba marcada por la tiranía del dominante Imperio de Sharivar.

Que Shêner haya enfrentado retos mayúsculos poniendo a prueba, una y otra vez, sus habilidades especiales, su voluntad y valentía, y los sacrificios que él haya estado dispuesto a hacer como incluso el de perder su propia vida, una vez sí y otra también, nada de eso era motivo suficiente para arredrarlo o minar su afán por alterar los destinos de su planeta y otros implicados y, además, en el proceso, desenmascarar una antigua y oscura fuerza. La transformación y la supervivencia de Su'ur lo valían. Para no perder detalle de sus intentos, esfuerzos, desatinos y logros, consciente de la necesidad de viajar más de una vez entre eras y mundos, Shêner habría de redactar una suerte de bitácora que, al cabo, una parte de ella, extraviada, conformaría el así llamado por los estudiosos "Manuscrito Shenfú".

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