10. El llamado
Haus des Blicks, 2008.
Poco antes de morir, Tere había confesado a su hijo Homero que ella no quería que cambiara de carrera. Estaba segura de que siendo ingeniero en sistemas electrónicos tendría asegurado su futuro al menos en buena parte. El escritor no se sintió sorprendido con la confesión, algo había presumido, aunque en ese momento cuestionó a su madre por qué nunca dijo algo al respecto.
—Lo dije. Tuve una discusión con tu papá por ello, en buenos términos. Pero yo estaba en Tabasco, recuerdas, hacía poco que había muerto tu tío Lamberto y yo me fui a Villahermosa durante un año para acompañar a mi hermana Pipi en el duelo. Le sugerí a tu papá que no te apoyara en tu cambio de decisión vocacional y le recalqué lo que nos había dicho el orientador, César Naranjo, cuando estabas en la preparatoria.
* * *
Preparatoria Sonnenblumendorf, 1981.
—Señores, estoy muy preocupado por Homero. Si observan las conclusiones y el resumen de los tests psicométricos, el muchacho está dividido en dos. Tiene capacidades y habilidades que lo hacen apto para las ciencias sociales, el arte y las ciencias exactas. Su inclinación principal es hacia las artes, lo cual parece ser resultado de su aguda sensibilidad y la influencia materna, pero también tiene interés por las ciencias exactas. Se caracteriza por su pragmatismo, aunque a veces carece de disciplina y tiende a complicarse, lo cual parece ser efecto de la influencia paterna. El papel de ambos es crucial para el futuro de Homero, pero en los exámenes se nota que está confundido acerca de si debe seguir la línea materna o la paterna. Entiendo que entre ustedes existen las diferencias habituales que atraviesa todo matrimonio...
—No tan comunes, señor Naranjo— interrumpió Tere. —Yo estoy muy consciente de lo que usted dice y lo he hablado con Toño. Como pareja estamos en franca crisis, podría decirse que en un matrimonio roto desde que Homero tenía catorce años. Los detalles ahora son lo de menos para comentar, pero sí es cierto que hemos insistido con Homero en decirle que no debe sentirse entre dos fuerzas, que nuestros problemas no tienen por qué afectarlo.
—Cierto, yo mismo he procurado hacerle razonar que no es culpable de nuestra situación ni tiene que elegir entre mamá o papá —acotó Toño.
—Pero eso está ocurriendo —dijo el psicólogo Naranjo acicalando su frondoso mostacho, agitando su negra melena, acomodando sus gafas de fondo de botella—. Aunque el muchacho parece comprender la situación, por otro lado se siente fragmentado en su cariño, y sus decisiones son ambivalentes, porque igual quiere agradar y congraciarse con uno y con la otra. Su conducta tiende más a colocarlo en una especie de puente colgante del que tiran los dos pilares que lo sostienen, es decir ustedes. Parece, sin embargo, entenderse más con usted, señora, que con usted, señor. Tal vez porque hay más convivencia con la madre que con el padre. Si hay más tensión de un lado, el puente se estira. Si la tensión se incrementa de uno, otro o ambos lados, las cuerdas tarde o temprano se revientan y el puente colapsa.
—Yo he intentado acercarme a él para, como hombre, orientarlo, entenderlo.
—Pues sí pero, desde que decidiste dejar la casa, yo soy la que está más en contacto con él, más enterada de lo que le aqueja, de sus sueños, gustos.
—Eso ha sido siempre así, porque eres una sobreprotectora. No puede convivir con sus hermanas.
—¡Porque le llevan muchos años! La mayor, Patricia, once, y la otra, Sandra, cinco. Además como mujeres tienen intereses diferentes, y ahora casadas y con hijos, más difícil. Te consta que he intentado que conviva con sus compañeros, con los vecinos, que haga amigos, amigas, pero desde lo que le sucedió, primero en el jardín de niños y luego en la primaria, eso le cuesta más trabajo.
El psicólogo observaba a la pareja intercambiar pareceres hasta que decidió intervenir. Los conminó a pensar menos en ellos y más en las necesidades de Homero.
—Entonces, ¿usted qué recomienda? ¿Que lo apoyemos en su gusto por el teatro y la literatura? ¡Se moriría de hambre! Pero yo estoy dispuesto, si eso lo hace feliz. Solo espero que tenga el talento y la inteligencia para sobresalir.
—El talento y la inteligencia los tiene— apunto el psicólogo. —Su coeficiente intelectual supera los ciento veinte puntos, o sea que está por encima del promedio. Talentos tiene para destacar en más de un campo de conocimiento. Además tiene una notable capacidad para el autodidactismo. Así que, a diferencia de lo que lo frena emocionalmente, esa no es una razón para preocuparse. Algunos datos me hacen pensar que está en el límite de lo que podríamos catalogar como síndrome de Asperger. No es un joven genial, no es un joven autista, es algo digamos que intermedio. Pero dada su confusión, si ustedes no actúan en consecuencia, ese sentirse fragmentado lo llevará a no terminar las cosas que emprenda en el futuro, por más que su tendencia obsesiva sea concentrarse en una tarea hasta culminarla. Si se fragmenta en sus intereses y objetivos, sucede lo mismo con su concentración y de ahí que se confunda, y acabe por abandonar los esfuerzos bajando su umbral de frustración, y elevando su umbral de tolerancia. Es decir, en parte por sus múltiples gustos e intereses, y en parte por esta fragmentación, llamémosla instrumental, en que se ve envuelto por causa de las contradicciones entre ustedes, Homero pretende, intenta incursionar en todo y sin embargo en nada concreto. Esa indefinición lo frustra con gran facilidad y puede llevarlo a conductas que podrían rayar en lo antisocial, como lo es ya su todavía sutil conflicto con la autoridad. El mismo que explica en buena medida los motivos que colocaron a Homero hace dos años al borde de la expulsión so pretexto de la impuntualidad que lo caracteriza.
—Ese conflicto con la autoridad y esa indisciplina me los explico con lo que vivió en el kínder y luego en la primaria. También porque no lo hurta, lo hereda por partida doble. Tanto Toño como yo hemos sido unos rebeldes desde niños. En cuando a lo otro, yo sé que no solo esas cosas del arte lo hacen feliz —afirmó Tere—; pero no apoyaré esa idea, porque pienso en su futuro. Lo conozco como la palma de mi mano. No en balde yo lo traje al mundo aquí —dijo presionando levemente con la mano su vientre—. Apenas tenía cuatro meses embarazada cuando fui consciente de que mi opción de vida era mi familia y no mi pasión por el teatro. Así como yo dejé el escenario a pesar de contar con el apoyo de ese gran amigo y director de cine y teatro, José "Perro" Estrada, para dedicarme a mi hogar, él necesita disciplinar su mente, formar las habilidades que le permitan saber administrarse y enfocar sus emociones. No significa que en las artes no pueda hacerlo, pero su carácter tozudo y disperso acabará por determinarlo. Le fallamos una vez, no podemos fallarle de nuevo, vida —expuso Tere dejando escapar la palabra que revelaba su aún vigente devoción hacia su leal pero infiel esposo—. Yo soy de la idea de que el señor Naranjo, aquí presente, incline la balanza sobre la base de los resultados de los exámenes, para que Homero se sienta atraído por las áreas físico-matemáticas, pero también por actividades que le permitan relacionarse con los otros. Piénsalo, tú dejaste la publicidad por razones económicas, por la fatua falsedad que impera en el ambiente, y ahora la fábrica de anuncios exteriores la tienes dedicada a la construcción de techos industriales, todo por sacarnos adelante como familia...—. Tere hizo una pausa incómoda y, cambiando el tono, contenida, avergonzada agregó: —... Pero también para solventar tu casa chica. Has querido inculcar en Homero desde niño el gusto por la publicidad, pero en la parte ejecutiva, la comercial, la que propende a la búsqueda de riqueza. Eso no lo veo mal. Has tratado también de provocarle el gusto por la fábrica. Sin embargo, ya ves, cada ocasión que te ha acompañado allá, termina más bien en las máquinas de escribir redactando cuentos, poemas, o poniéndose a dibujar, y tú lo prohijas contradictoriamente porque, así lo veo, es tu forma de entretenerlo para que a la vez no te estorbe en tus quehaceres en la oficina. O sea, lo expones al ambiente, pero no lo orientas ni lo involucras.
—¿Qué hay del área creativa de la publicidad? No ha intentado promoverla, señor, en su hijo. Entiendo que comparten el gusto por la fotografía, la pintura, el dibujo.
—No, ser creativo en México no deja. Si me lo hubieran sugerido con alguna de mis hijas, no habría tenido inconveniente. Pero a Homero, como varón, le esperan otras responsabilidades como cabeza de familia que tal vez vaya a ser.
—Primero tendría que enamorarse; y dudo que eso suceda pronto con el ejemplo que le hemos dado, Toño. No le es fácil relacionarse con las chicas.
—Por tu culpa. Tiene mamitis.
—¡Eso es un prejuicio! Considera que Homero forma parte de la primera generación que experimentó la secundaria mixta a nivel nacional, a pesar de que en las escuelas rurales esta práctica llevaba años siendo común y necesaria. Recuerda las veces que asistimos a cursos y conferencias sobre educación sexual por las tardes, acompañando a Homero cuando estaba en sexto grado. Para algunos chicos, y a veces peor para sus padres, fue un cambio abrumador. Venían acostumbrados a instituciones exclusivamente masculinas o femeninas, por lo que ver a personas del sexo opuesto les resultaba amenazante o extraño. Esto era especialmente difícil para aquellos provenientes de escuelas o familias religiosas. Al crecer, algunos chicos han adoptado actitudes machistas aprendidas de sus mayores o compañeros, atraídos por el sexo opuesto. En el caso de las chicas, también han enfrentado situaciones similares, lo cual ha puesto en duda el prestigio y la dignidad de algunas, que justifican embarazos tempranos en nombre de una libertad malentendida en esta nueva guerra de los sexos. Otros han logrado adaptarse y convivir armoniosamente. Sin embargo, otros más tímidos, como nuestro hijo, han preferido mantener distancia. Y no hablemos de los casos en los que sufren rechazo y discriminación por causa de sus inclinaciones indeseables para algunas familias. Además, Homero ha pasado por experiencias traumáticas en la primaria, a los nueve años, como el problema con la niña que le gustaba o cuando fue acosado en tercer grado. Carga con traumas que aún no ha superado, y nosotros no hemos sabido mediar adecuadamente. El teatro le ha dado confianza, mientras que la literatura ha ampliado su percepción de la realidad. Aunque también siente entusiasmo por las matemáticas y las ciencias, a veces tiende a fantasear demasiado. ¿Recuerdas cuando le hiciste una red para atrapar mariposas en la fábrica? Tú y él solían ir felices al parque, explorando el Río Chico, pescando ajolotes y cazando mariposas, arañas y otros insectos. ¿No le regalaron Los Reyes Magos un microscopio y juegos de química Mi Alegría hasta la secundaria, para hacer cristales y construir cosas? ¿No pasa horas por las noches mirando a través de su telescopio las estrellas y la luna, identificando constelaciones y soñando con otros mundos? ¿Recuerdas cuando emocionado nos llevó a la azotea de la casa para mostrarnos el paso del cometa Kohoutek, cuando aún podíamos disfrutar de cielos estrellados en la ciudad? Todo esto ocurrió cuando apenas tenía diez años.
—Sí, cierto. Y eso, justo, no le quita la mamitis. Muchas de esas cosas que le dimos fueron promovidas por ti. —¡Por lo menos! Y además siempre promoví también que te viera con el gran amor que te tiene como su padre, que te admirara; porque vaya que tienes valores para admirar, Toño —el hombre alzó la ceja incrédulo, tomando la afirmación de su esposa como un guantazo blanco, sutil recriminación sarcástica a su más reciente y determinante infidelidad. —¡Si te adora, igual que tus hijas! Jamás has tenido necesidad de ponerle una mano encima a ninguno de nuestros hijos, salvo aquella vez cuando Homero arremetió a puñetazos contra Sandra. Aquí la que ha disciplinado incluso con el cinto he sido yo. Acuérdate la cintariza que le puse a Patricia, también rebelde como todos en la casa, en el departamento, ¡a sus quince años!, y por andar de coqueta en la ventana. ¡Condenada chaparra, me hizo corretearla por el comedor!, hasta que la pesqué de las mechas a la pelirroja. Y acuérdate de la vez cuando saqué a Sandra del restaurante, chiquitita, para que en la calle desahogara uno de sus fuertes berrinches y no molestara a los comensales...
—¡Mi Changra! ¡Mi Rusita! —acotó conmovido Toño pensando no solo en su amada hija viva sino, por extensión de la memoria, en su otra hija, la homónima, la muerta a los diez meses de edad, y en el vacío que dejara en su corazón de padre.
—A Homero es a quien más veces he tenido que disciplinar con mano dura y no siempre por travieso, sino para forjar su carácter. Acuérdate cuánto lo buscamos.
—¡Mi benjamín! —volvió a acotar Toño conmovido, orgulloso, pero bajando la mirada con cierta melancolía.
—Lo amas, yo no tengo duda. Pero no conectas con él. Porque no es ni hace las cosas como tú esperarías o como tú las harías. Porque no tiene tus mismos gustos y se identifica más con los míos; no porque yo se los inculqué, sino porque lo observo, lo comprendo y le doy lo que lo llena: la música clásica, las lecturas, las manualidades...
—Bueno, esa es tu función como madre. La mía es la de ser el proveedor...
—De acuerdo, pero también hay que proveer atención, tiempo de calidad. Acuérdate cómo se sintió aquella única vez que te pedí, al llegar tú del trabajo, que te pusieras a jugar con él en su cuarto. Estaba jugando a los soldaditos, con sus muñecos distribuidos por el piso armando una batalla campal, feliz de que tú te sumaras a su último juego del día. ¡Cómo lo acabaste en un santiamén! Arrasando sonriente todo con un pie y exclamando «¡La bomba atómica! ¡Pum! Y se acabó la guerra. ¡Viva la paz! ¡A cenar y a dormir!». ¿No notaste su gesto decepcionado? Pero eso sí, siempre que necesitabas de su ayuda para lavar los tinacos, la cisterna de la casa, o podar algún árbol del jardín, o reparar algo, ahí estaba yo atrás, prohijando esa "mamitis", empujando a tu hijo a estar junto a ti, aun cuando eso le significara restar tiempo a sus gustos y diversiones, y a veces sentir más el peso de una obligación que la oportunidad dichosa de la convivencia o de la cooperación. Porque yo sabía que esa convivencia era necesaria para ambos y que tú también tenías, que tienes cosas por enseñarle. César Naranjo intervino de nuevo para encausar la conversación. Explicó de modo breve la importancia de las experiencias vividas entre los nueve y diez años de cualquier infante, y lo definitivas que pueden ser, en efecto, en la conformación del carácter y la personalidad del individuo en su juventud y la edad adulta.
Al final de la cita, los padres y el orientador acordaron que infundirían en Homero el interés por inscribirse en las materias del área físico-matemática y aspirar a una ingeniería. Los sistemas electrónicos y computacionales apuntaban a ser las áreas laborales del futuro y por lo tanto, pensaban, una adecuada opción. El teatro y las demás artes tendrían que pasar a un segundo término, como complementos de su personalidad mejor que como opciones profesionales, por mucha vocación que tuviera hacia ellas.
Esa tarde, Tere llegó a casa con claras ideas y un plan en mente. Al abrir la puerta de la habitación de Homero, se sorprendió al verlo vestido con su bata de laboratorio, un intento por sumergirse en sus estudios de ciencias. Pero lo más curioso era la gorra de beisbolista que llevaba puesta en la cabeza. Tere le cuestionó sobre ello y, sin mediar palabra, Homero se quitó la gorra, revelando una cabeza desaliñada tras haberse cortado el cabello con una navaja. La situación desató carcajadas en Tere, quien recordó el día en que Homero, siendo más pequeño, decidió colocarse un trompo Zizler en la cabeza, arrancándole un mechón. Aquella marca se convertiría en una peculiar tonsura en su vida adulta, una huella que nada tenía que ver con la herencia familiar.
Preocupado por los gastos, Homero decidió evitar que su madre gastara tanto dinero en la peluquería y tuvo la idea de usar la navaja de su padre para cortarse el cabello. Desafortunadamente, su falta de destreza resultó en un corte excesivo, dejando su cabeza con la apariencia de haber sido mordisqueada por un burro.
Aunque el incidente en sí no era motivo suficiente para llorar, ni siquiera se comparaba a aquel accidente del año anterior cuando Homero se chamuscó al encender el calentador, solo quemándose las pestañas, las cejas y el copete. Sin embargo, las risas que se desataron en aquella ocasión le provocaron más vergüenza que las consecuencias físicas. A pesar de todo, para una madre, estas travesuras representaban oportunidades para impartir lecciones de vida, más que sarcasmo.
En respuesta a la risa de su madre, Homero se desató en un llanto amarrido, semejando un crío errante y temeroso. Conmovida, Tere lo abrazó, envolviéndolo en un gesto de amor y comprensión mientras él explicaba su deseo de ser solidario con los gastos del hogar. Por un lado, sus hermanas habían construido sus propias vidas al casarse, mientras que su padre la había abandonado para irse a vivir con Elvira Friedl. Elvira, quien trabajaba como secretaria en el Colegio Irlandés y también como vendedora de seguros en Seguros Monterrey, se cruzó en el camino de Toño durante su declive financiero causado por las políticas gubernamentales echeverriyistas en contra de la publicidad exterior.
Poco después, gracias a la investigación realizada por Carmela Ortiz, comadre de Tere, se descubriría la doble vida discreta de Elvira, involucrándose en actividades como meretriz o escort de lujo. Esta revelación arrojaría luz sobre las circunstancias que llevaron a Toño a dilapidar parte de su fortuna en la remodelación de la casa de la madre de Elvira en la lujosa colonia Polanco de la Ciudad de México.
Tere y Homero nunca imaginaron que estos detalles serían fundamentales para el desarrollo personal del joven, impulsándolo a buscar respuestas en el amor, el sexo y, más adelante, a involucrarse con escorts. Anhelaba comprender por qué su padre se enamoró de una mujer de la vida galante y desentrañar los misterios que moldearon sus vidas.
La vergüenza experimentada por Homero ante la risa estentórea de su madre no era algo desconocido para él. Ya había vivido una situación similar años atrás, cuando, conmovido por la película "Melody", lloró desconsoladamente debido al desamor que experimentó tras el rechazo de Bety, una niña rubia de ojos verdes y delgada que se había adentrado en su tierno corazón durante el Club de Vacaciones de la escuela primaria. Aquel llanto espontáneo en el cine, tan semejante al del momento presente, provocó entonces la otra estruendosa risa, la de su tía Carmela Acuña Barrenechea, la de Veracruz, quien, influenciada por su madre, Carmen Barrenechea, la Tía Carmen, tenía la costumbre de llamar a todos idiotas por cualquier motivo absurdo, convirtiendo esa palabra en un sello distintivo de su expresión.
Sin embargo, tanto la reflexión como el paso del tiempo lograron poner las emociones en su lugar adecuado.
Influido por los afanes de Tere, entre ensayos teatrales y lecturas de novelas, Homero se decantaría por estudiar el área físico-matemática, convencido de su pasión. Al terminar la preparatoria, ingresaría al Instituto Tecnológico donde coincidiría con viejos amigos, y conocería a Arcelia y Armando, dos mentores de los muchos que dejarían hondas huellas en la personalidad del muchacho.
* * *
Biblioteca del Instituto Tecnológico Sonnenblumendorf, 1984.
—Bueno, yo te dejo, debo teminar un trabajo que me falta, si quiero exentar el examen final de la materia —dijo apresurado Jesús, amigo de Homero desde los cuatro años de edad, y se retiró dejándolo solo con sus afanes en un rincón de la biblioteca. Homero miró con ternura y sorpresa a su amigo alejándose. Ya solo cargaba un ligero portafolio. ¿Qué le había hecho al enorme y pesado fardo de la maleta zapatera con que lo recordaba sufriendo los estudios como Sísifo, empujando cuesta arriba la roca en su ascenso por el peñazco? Esa maleta repleta de libros, cuadernos y útiles escolares lo distinguían del resto de los compañeros en la primaria y en la secundaria, que acaso cargaban un ligero portafolio, la clásica mochila de cuero, o innovaban dando un uso distinto a la bolsa de acampar. Esa maleta era un factor más para volver a Jesús objeto de las mofas, las que Chucho trataba de soportar estoico hasta que le colmaban el buche de piedritas, y entonces su enojo daba causa para mayor sorna de parte de los otros, pues se transformaba, como el torpe Tribilín, el personaje de Disney, en una especie de toro energúmeno que, sonrojado, embestía brutalmente, con coraje, bufando, mostrando sus prominentes incisivos centrales. Ello dio pie a la fusión de nombres para denominarlo Chuchín, forma diminutiva más aceptable pero que disimulaba la irrespetuosa metáfora de sus pares, para los que Jesús era el típico "matadito" estudioso, lo que generaciones luego los chavos denominarían con el anglicismo nerd. Si esa maleta amarillo mostaza hablara, cuántas anécdotas no contaría de lo que vivieron juntos en su infancia y adolescencia Homero y Jesús.
Veintinún años. Veintiún años había cumplido Homero hacía poco y se sentía feliz. ¿Feliz? Iba a la mitad de su carrera de Ingeniería en Sistemas Electrónicos. Se encontraba a gusto sentado en medio del silencio, en una mesa de la biblioteca rodeado de libros. Tendrían que pasar muchos años después para que comprendiera el trasfondo de ese, para él, mágico y vital fetiche. Sobre la mesa, abiertos, un libro de Filosofía y Metafísica, un compendio de obras de teatro, un poemario, un libro de texto sobre circuitos eléctricos, el periódico del instituto abierto en su más reciente colaboración ahí publicada, su carpeta de apuntes con una tarea de circuitos a medio terminar, unos papeles sueltos con poemas salidos de la pluma de Homero, un bosquejo para determinado montaje teatral que planeaba realizar con el grupo de teatro del instituto, en su primera asignación como director además de actor; y una maravilla de incunable encuadernado en una tersa, amarillenta piel de cochino con el olor acre del curtido marroquí, que reseñaba las cacerías de brujas por la inquisición en la Europa del siglo XIX. Solo le faltaba algún número de la historieta Archi para solazar su mirada con las efigies idílicas de Betty, Verónica, Poppy y Sabrina, sus amores platónicos de papel desde la infancia. Pero a falta de espacio en la mesa, Homero hacía sitio para ellas en su mente y en su corazón.
De pronto Homero detuvo todo lo que hacía y miró el caos ante sí. La revoltura de conocimientos, información, sueños, fantasías y memorias extendidas sobre la mesa. Y su red neuronal. Sintió un campanazo en su conciencia. Se preguntó qué estaba haciendo. Se había inscrito a tres materias interdependientes para cursarlas a la vez. ¡Una locura! Circuitos eléctricos uno, dos y electrónica uno. El semestre previo había reprobado la primera, y consideró pertinente recursar y adelantar. El sistema lo permitía. Tres de las materias centrales de la carrera se le revelaron como las dudas centrales de su vida, mientras sus inquietudes humanistas palpitaban como lo hace el corazón del amante en plena cópula. ¿De veras quería continuar esos estudios? Se descubrio dividido por sus pasiones hacia el arte, el drama, la literatura, la filosofía y las ciencias. Si alguien se lo hubiera advertido antes, no habría creído que esta fragmentación pudiera ser posible. Se imaginó mirándose ante un espejo quebrado donde su efigie no nada más se mostraba partida, sino sus dudas se repetían total o parcialmente en cada trozo del caleidoscopio.
Esa misma tarde, Homero, confundido y en busca de respuestas, decidió acudir a la orientadora del instituto para plantearle su situación. La orientadora, una joven psicóloga perspicaz y muy atractiva, determinó aplicarle nuevos exámenes vocacionales, diferentes y más profundos que los anteriores. Recordó cómo en la secundaria, la maestra Vicky, profesora de literatura y estudiante de psicología, lo felicitó por ganar el tercer lugar en el concurso de oratoria, en el que sorprendió a la audiencia y los jueces presentándose con el monólogo de Hamlet, un enfoque inusual pero impactante. Al finalizar el año escolar, la maestra Vicky autografió la foto de fin de cursos con un enunciado significativo: «Ojalá algún día resuelvas el dilema. Nunca cambies», haciendo referencia a la dicotomía existencial que definiría la vida de Homero desde una temprana edad.
En la preparatoria, Homero realizó más pruebas vocacionales, pero nunca tuvo acceso a los resultados, excepto años después cuando su madre encontró aquellos papeles y otros recuerdos de su infancia en el baúl donde almacenaba la historia familiar.
Sin embargo, esta vez fue diferente. Tras una semana de espera, Homero recibió los resultados de los exámenes. Para su sorpresa, parecía haber desarrollado una amplia variedad de habilidades, convirtiéndose en una especie de genio multifacético y versátil. La psicóloga le presentó varias opciones y alternativas que se adecuaban a su personalidad única. Homero se tomó otra semana para reflexionar sobre su situación. ¿Debería cambiar de carrera en este punto o sería mejor completar lo que había empezado y luego explorar una vocación complementaria?
* * *
Casa de los Claveles, Sonnenblumendorf, 1984.
Durante ese periodo de reflexión, Homero emprendió la búsqueda de uno de sus amigos de toda la vida, Enrique Mendoza Estrada. Aunque su amistad se había consolidado en la secundaria, recordaba los días de infancia junto a Enrique, Ramiro y Jesús, la inocencia y las travesuras que llenaban su mundo. Ahora, Homero necesitaba el apoyo y la guía de su confidente más cercano.
Cuando llegó a la casa de Enrique, cerca de la suya pero en la Calle de los Claveles, muy a su pesar, Homero se encontró con la desoladora ausencia de su amigo. El vacío en el ambiente parecía reflejar la incertidumbre que consumía a Homero. Con el corazón agitado, decidió entrar en la habitación de Enrique, como si sus recuerdos y pertenencias pudieran proporcionarle alguna respuesta.
En ese espacio cargado de recuerdos, Homero se encontró con un jarrón de claveles rojos sobre el escritorio del amigo y que seguro le había regalado la siempre detallista y sensible novia, Rosaura Tirado, también querida amiga desde la secundaria. Las flores, tan vivas como el intenso color de la sangre, parecían susurrarle una metáfora silenciosa. Cada pétalo era una representación simbólica de su conflicto interno, como si su vida y la situación de sus padres se desangraran en una lucha constante.
En medio de la habitación solitaria, Homero tomó una libreta y, con ojos vidriosos, escribió las opciones, los pros y los contras que se le presentaban. Miró alrededor, buscando respuestas en el aire, en las paredes mudas, sintiendo la presencia de su amigo ausente, fingiendo un simulacro de diálogo y debate. Las lágrimas se mezclaban con las palabras escritas, como un rastro de su lucha interna que se desbordaba en el papel.
La inseguridad y el temor se intensificaron, como el dolor de un sangrado profundo. Homero se enfrentaba a una encrucijada en solitario, sin el refugio de un amigo que pudiera reflejar sus pensamientos y ayudarlo a tomar decisiones. A lo largo de los años, el escritor, el "Cuentero", había sido el vínculo entre sus padres de una forma que sentó las bases de una simulación de armonía que el tiempo acabó pervirtiendo, pero ahora se sentía desorientado y desgarrado, incapaz de encontrar un camino claro.
Entre suspiros entrecortados, Homero tomó una decisión, sintiendo el peso del destino en sus hombros. Como un funambulista en el filo de un precipicio, se adentró en un camino incierto, dispuesto a desafiar las convenciones y a explorar nuevas fronteras. Mientras cerraba la puerta de la recámara, la sombra de la decisión pendía en el aire, dejando entrever el torbellino de cambios y desafíos que lo esperaban más allá de la Casa de los Claveles.
Los pasos de Homero resonaron en el pasillo vacío, mientras se alejaba de la habitación donde se desvanecían los ecos de su antigua vida. Con cada paso, se acercaba al abismo de lo desconocido, a un horizonte donde sus talentos florecerían en nuevas formas y donde encontraría respuestas a los enigmas que lo habían atormentado durante tanto tiempo.
El futuro se desplegaba ante él como un lienzo en blanco, invitándolo a escribir su propia historia. Y aunque los detalles de su elección quedaran ocultos en las sombras, una chispa de esperanza brillaba en sus ojos, revelando la determinación y el coraje que lo impulsaban hacia adelante.
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