9 de febrero
—¡Amor! Ven rápido —habló, entusiasmada, arrastrando la caja pesada hasta el living—. ¡Acaba de llegar la caja con mis pertenencias de niña! Mamá me dijo que también me dejó un álbum de fotos, pero que las más importantes se las iba a quedar ella —dijo una vez que su esposo llegó a su lado.
—Me gustaría ver las fotos primero —comentó cuando vio a su amada levantando una muñeca con melancolía en sus ojos—. Para saber cómo sería nuestra futura peque.
—Para eso faltan años. Yo no pienso tener hijo ahora —dijo sin apartar la vista de la muñeca—. A mí me gustaría tener un mini Joe —levantó la vista para ver su reacción.
Ambos rieron.
—Sería un dolor de cabeza.
—Coincido —ella le dio la razón.
Ambos se sentaron en el gran sillón de la sala con la caja delante de ellos y comenzaron a ver las pertenencias de una pequeña Jessica. A medida que ella sacaba un objeto que le había enviado su madre, Joe escuchaba las historias que tenía como protagonista lo que su esposa sacaba de la caja.
¡El momento de las fotos había llegado!
—Me da vergüenza que mires estas fotos —dijo, apenada.
—¿Cuál es el problema? Ya te he visto desnuda más de una vez.
—¡Joe!
—Solo decía —posó un beso en una de sus sienes—. Busca las fotos de más grande, yo no miro —rio.
—¡Mira esta! Recuerdo muy bien este día, me habían dicho que iría a un campamento. Seguramente debe de haber una ahí —dijo pasando rápido las páginas del álbum de fotos—. Sí, acá hay una. Este fue el primer día —señaló la foto.
—Permíteme —pidió tomando el cuaderno.
—¿A qué no sabes cuál soy? —preguntó con picardía.
—Esta. La de dos colitas y remerita rosa —señaló una niña sentada en el piso sonriéndole a la cámara.
—¿Me adivinaste por las fotos anteriores?
No recibió respuesta.
Poco a poco la sonrisa de Jessica se fue borrando para convertirse en una expresión seria.
—Jo... —decidió no nombrarlo cuando vio que dejaba el álbum sobre el regazo de ella y se dirigía a dirección a la habitación.
Lo siguió sin decir ninguna palabra.
—Entra —habló él cuando sintió la presencia de su esposa en el marco de la puerta—. Te quiero enseñar algo —comentó sacando una cajita de madera de su mesita de luz.
Removió un par de objetos y papeles hasta encontrar un paquetito rectangular de papel color rojo.
—¿Te suena? —extendió el pequeño sobre.
Ella lo desdobló con tanta delicadeza que se veía muy lejano el momento en el que lo abra.
Dentro de aquel rectángulo sacó un trozo de papel doblado en dos y una pulserita.
—¿Qu...? Esta es la p... ¡¿Sabías?!
—No —rio—. No lo sabía. Cuando vi la foto ate clavos.
—No lo puedo creer.
—Yo tampoco. Recordaba que te llamabas Jessica, pero nunca imaginé que podías ser ella.
Jessica bajo la vista a la pulsera y comenzó a jugar con los dijes de la misma. Estaba desconcertada.
—¡La guardaste todo este tiempo! —quiso susurrar para sí misma, pero el oído agudo de su esposo no se lo permitió.
—Sí. La usé varios años, después decidí guardarla —admitió—. Tenía esperanzas de verte el verano siguiente, pero fue algo complicado después del divorcio de mis padres, y el siguiente tampoco me pude inscribir porque había cumplido los doce.
—Yo también. Al siguiente año hice que llamaran a los míos a los cinco días porque no estabas —recordó en voz alta—. No te sientas importante, las chicas que había conocido tampoco fueron.
Sus risas se mezclaron creando una melodía.
—¿La vas a u...?
—Dame —la interrumpió sin notarlo. Jessica le devolvió la pulsera.
Frente a los ojos de la chica se encontraba sentado en la cama su primer amor. El chico que hizo despertar el huracán de emociones en su interior con ocho años deslizando en su muñeca la pulsera que una pequeña Jessica le había regalado a un pequeño Joe.
Querido lector, esa noche de verano del 2000 la estrella fugaz había escuchado las súplicas de ambos. Y si bien no se reencontraron al siguiente año, juntó sus caminos para que lo hagan en un futuro. Más maduros. Con una edad y mentalidad para tener una relación.
Luego de la cena, ninguno de los dos se animaba a cerrar los ojos por miedo a que el reencuentro con su preciado amor de la niñez haya sido un simple y bellísimo sueño. Pero tarde o temprano el cansancio les ganó.
Al despertar notaron que Jessica se encontraba envuelta en los brazos de Joe. ¡Nada había sido un sueño!
—¿Las piedras también las guardaste? —preguntó, sonriendo ella después del beso.
—Cada una —respondió acariciando la mandíbula de la joven, y seguido de eso la acercó a él y la volvió a besar.
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