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7 de febrero

—¿Vino Mel? —preguntó su mejor amiga.

—No —respondió la niña de dos trenzas de lado.

—¿Estará enferma?

—No creo. Ayer hablé con ella por el Facebook de la mamá y no me dijo nada.

—Es raro que todavía no haya llegado.

—Muy raro —respondió en un susurro cuando la maestra las reprendió por hablar mientras izaban la bandera.

Una hora después de la hora de sociales llegó el primer recreo.

—Lu... —la llamó Celeste por quinta vez desde la puerta.

—Ya voy, espera que me falta copiar las últimas dos preguntas.

—¿Te copio? —se ofreció a ayudarla mirando el final de una de sus trenzas.

—No, no. Voy por la última... Listo —dijo cerrando el cuaderno azul.

Se sentaron en el mismo lugar que lo hacían siempre, en las baldosas debajo del gran árbol, con la diferencia de que esta vez eran un dúo y no un trío.

—Traje caramelos. Hay de naranja, los que te gustan —dijo Lucía.

Celeste sonrió y tomó uno.

—Estoy preocupada por Melody —al hablar se le caía por un costado la babita naranja.

—Sí... Yo también. No es de faltar.

Celeste le dio la razón moviendo su cabeza de lado a lado, en un intento de decir «No, no es de faltar».

El fin de la mañana llegó, y con ella aparecieron las nubes que amenazaba con que se aproximaba una tormenta.

La mamá de Celeste la estaba esperando en el auto. Cuando su hija se sentó en el asiento de atrás, la saludo con alegría y le preguntó cómo estuvo su día, la pequeña comenzó a contarle todo; incluso de la falta de Melody, su madre frunció los labios.

A la mañana siguiente Lucía y Celeste decidieron sentarse juntas porque la pelinegra no había llegado, todavía faltaban unos minutos para cantar la canción e izar la bandera, pero Melody siempre era la primera en llegar.

Se equivocaron.

Dos minutos antes de que la maestra se asome por la puerta para que todos salgan a cantar, entró la pelinegra con su característica cola de caballo con los ojos rojos. Claramente, había llorado antes de salir de su casa.

—¡Mel! —la abrazó Celeste cuando esta dejó la mochila en el banco de atrás donde se habían sentado sus amigas— ¿Qué te pasó? —el tono que usó fue desgarrador.

—Nada —dijo secando su cara húmeda.

Nada no. Estuviste llorando —Lucía la contradijo.

—¡Chicos! —habló la maestra aplaudiendo para tener la atención de sus alumnos— ¡A izar la bandera! Vamos, no quiero a nadie en el salón.

Celeste y Lucía esperaron a que su amiga pase para caminar detrás de ella.

—¿Te querés sentar con ella? —susurró Lu—Digo, para no dejarla sola, ¿o voy yo?

Celeste hundió los hombros. Le daba lo mismo, prefería que elija Melody que era la que no estaba pasando un buen momento, por lo visto.

—¿Cómo nos sentamos? —le preguntó Cele a Mel cuando entraban al salón.

—Como nos acomodamos estamos bien.

—¿Querés que le preguntamos a la seño si nos podemos sentar de a tres?

—No. Siempre hay un chico que queda solo, me siento con él.

Celeste no le dio más vuelta al tema. Solo mostró que estaba de acuerdo moviendo la cabeza, haciendo que parezca que sus trenzas saltaban.

En el primer recreo el trío de amigas no pudieron hablar porque la vicedirectora llamó a Melody a dirección. En el segundo estuvieron sentados cada uno en su banco porque estaban en penitencia, algunos nenes habían hecho enojar a la señorita de educación física. Recién pudieron estar solas en el tercero, en el último.

—Si necesitas hablar nosotras te escuchamos —tomó la palabra Lucia dejando la bolsa de caramelos en el medio de la ronda.

—Emmm... Yo... Mi familia... —empezó a tartamudear.

—Tranquila. Me quedaron unas papas de recreo anterior, las traigo, comes y hablas ¿sí? —intentó ayudar Cele.

—¿Caramelos? —ofreció Lu viendo como Celeste se llevó puesto a un chico de quinto.

Cuando volvió con las papitas y su botella de agua se las ofreció a su amiga.

—Gracias, chicas. Las quiero.

—Nosotras a vos —respondieron al unánime Lucia y Celeste.

—Me voy a Mendoza...

—¡Qué lindo! —la interrumpió Cele— Tengo una enciclopedia en casa de las montañas. El viernes vienen a casa y las vemos juntas.

—Mi tío dice que los vinos de allá son ricos —dijo, riendo, Lu.

—No, chicas. ¡No! No entendieron —ambas la miraron perplejas—. Me mudo para siempre —comenzó a llorar.

—¿Cuándo? —inquirió Lucía.

—Eg... El lu...lu-nes.

—Podríamos visitarte antes de que te vayas —intentó alegrarla.

—Sí, y también nos podemos ver en vacaciones. Yo quiero ver tu nueva habitación.

Celeste estaba más que feliz porque con lo que había dicho pudo sacarle una sonrisa a Melody.

—Gra... Gracias. De ver-dad muchas gracias —agradeció tomando a cada una del hombro para poder abrazarlas.

El timbre sonó dando por hecho el final del último recreo.

—Mel, ay... ¿Ayer faltaste por esto? —preguntó con cuidado Lucía.

—Sí, me dieron la noticia el domingo a la noche y me dejaron faltar el lunes. Ayer empezamos a guardar las cosas que no vamos a usar en estos días en cajas.

—¿Por qué se mudan? —quiso saber desde la inocencia Celeste.

—Por mi papá. Nos mudamos por su trabajo, la fábrica... La agencia de la fábrica en la que trabaja está por cerrar y como conoce al jefe desde muchos años le dio un puesto en la sucursal de allá.

Ambas amigas asintieron sin entender muy bien el mundo de los adultos y empleos.

—Jovencitas, ¿se pueden saber qué hacen acá? —preguntó enojada la directora—. Vayan al aula si no quieren llevar a casa un comunicado en el cuaderno.

—Disculpe, no va a volver a suceder —habló, arrepentida, Melody.

—Las acompaño al aula, vamos a decir que estaban conmigo, ¿sí? —propuso al sentir pena por la alumna que en unos días pasaría a dejar de serlo.

Querido lector, el fin de semana Celeste y Melody se quedaron a dormir en la casa de Lucía, la noche del viernes mientras los padres de la anfitriona dormían hicieron un juramento.

«Hoy viernes 5 nosotras Lucía, Celeste y Melody de ocho años, juramos solemne seguir siendo mejores amigas por toda la eternidad. Aunque no nos veamos todos los días cada vez que nos juntemos vamos a actuar como si viviéramos juntas.
También prometemos hablar por el grupo de Facebook de nuestras mamás para seguir comunicadas».

«Con Cele viajaremos para el cumpleaños de Mel y ella para el nuestro».

«Lucía y yo le seguiremos contando nuestros secretos a Mel y a ella a nosotras».

«Aunque haga más amigas, ninguna ocupará el lugar de Cele ni el de Lu y si ellas hacen más amigas no podrán ocupar mi lugar».

Esa promesa fue el mantra de ellas.

¡Y bien que cumplieron sus palabras! Lo hicieron incluso después de que las vueltas de la vida hicieron que vivan nuevamente en una misma ciudad.

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