3 de febrero
Eran las ocho de la mañana de un lunes de invierno, todo estaba en calma hasta que el molesto e irritante sonido de todas las mañanas empezó a sonar; el cual provocó una caída de la cama de un joven envuelto entre las sábanas en un intento de apagar el ruido.
Necesitaba encontrar su celular con urgencia antes de que ella se despertara.
De pronto la habitación estaba en silencio, la alarma se había apagado sola.
—¿Dónde lo dejé? —murmuró, extrañado por el repentino silencio, cuando vio que arriba de la mesita de luz no estaba.
Al girarse la vio sobre su cama sentada, con sus cortas piernas estiradas, el poco pelo desordenado y girando en su boca un chupete con la imagen de una jirafa púrpura. Él río de ternura.
—Así que apagaste la alarma de papá —le dijo alegre al ver el aparato sobre la cama en el mismo lugar donde lo había dejado la noche anterior—. ¡Muy bien!
Luego de jugar con ella por unos minutos, la alarma que su pequeña pospuso al no saber cuál era el botón para apagarla volvió a sonar.
—Vamos a comer —le informó a la vez que se paraba de la cama—. ¡Upa!
El tiempo que hubo entre la habitación y la cocina, su hija balbuceaba y mordía su manito expresando que tenía hambre.
Dejó a la pequeña sentada en su sillita de comer de plástico. Con un poco de trabajo logró ponerle el babero y se fue a lavar una manzana para después rayarla.
Tomó la cucharita de plástico que hacía juego con el platito y los dejó sobre la bandeja de la sillita para que su bebé empiece a comer. Mientras él iba al baño por el estuche con el cepillo, el peine y unas agarra pelusa con una flor de tela en un extremo que le había regalado su prima cuando a la pequeña le empezó a crecer el pelo.
Luego de peinar y de tomar su café en aquella taza de porcelana blanca con las sobras que su hija dejó de la manzana, padre e hija se quedaron sentados en un acolchado frente a la televisión mirando el programa infantil de todas las mañanas hasta que el timbre sonó.
Al abrir la puerta se hizo presente la prima de Sebastián con dos bolsitas con moños de una tienda de ropa de bebés y una caja envuelta por un envoltorio con un patrón de un dibujito animado.
—¿Dónde está la nena más hermosa que cumple años hoy? —habló con la voz aguda que siempre usaba para hablarle a la niña.
Como si supiera que se refería a ella, su risa y balbuceos resonaron en la sala del departamento. La chica le dejó las bolsas y la caja a su primo y fue en busca de la unión de ese abrazo que ambas ansiaban.
Sin dejar de jugar con la pequeña de la familia, le comentó a su primo que en dos horas su novio salía de trabajar y los ayudaba a trasladar la comida y lo que necesitarían para festejar los dos años de Estefanía a la casa de los abuelos paternos de la pequeña. Sebastián agradeció el gesto con una sonrisa sin dejar de ver a su hija.
—¿Te acordás que te conté de mi amiga que hace maquillaje artístico? La contraté para que maquille a Tiff y los demás niños, sé que son pocos porque todavía no empezó el jardín pero se verían super lindos con dibujitos en la cara o en la mano —habló entusiasmada—. Antes de que te enojes o quieras cancelar te digo que es una decisión tomada —le advirtió—. Además, todavía al ser estudiante no la contratan tanto, y si yo lo hago podemos subir fotos a Instagram etiquetando su cuenta profesional.
—Te dije que no quería maquilladora o cualquier otro animador.
—¿Tiff, te gustarían que te hagan una mariposa en toda la carita?
Tiff sin entender muy bien lo que decía río por las caras graciosas de su tía segunda hacía a espaldas de su papá.
—¿Ves? A la nena le encanta la idea, a vos también debería de gustarte.
—Tal vez una sola maquilladora no vendría mal —habló en un intento de convencerse de la idea.
Su prima afirmó aquellas palabras con un movimiento de cabeza a la par que se levantaba del suelo para ir a la cocina.
—¿Qué pasa? —preguntó Sebastián.
—No, nada. Solo que... Olvidalo, es algo sin importancia.
—Sabri —la nombró con cansancio. Si algo odiaba más que su hija llorara por no conceder el sueño, era cuando Sabrina se hacía la misteriosa.
—Yo no voy a hablar de lo que no me corresponde —dijo llevándose un vaso a la boca. Él la miró mal—. ¡No me mires así!
—Sabri, ¿sabes que sos mi primita favorita? Dale, contame.
—A todas nos decís lo mismo. Que te cuente tu mamá que contrató pay...
—¿Qué hizo? ¡¿A quién contrató?!
—A nadie... Solo... —suspiro—. A unos payasos. No te enojes, es preferible que te enteres ahora antes que allá.
—Dije que no quería que se metieran en la preparación del cumple. ¡Es mi hija! Sé que lo hacen para ayudarme económicamente pero no lo necesito —el enojo había hablado por él. Una vez que se calmó decidió dejar el tema hasta que se terminara el festejo—. Después del cumpleaños vamos a hablar nosotros dos, luego voy a hablar con ella.
—¿Por qué primero conmigo? Es para ayudar a una amiga.
Sebastián hizo oídos sordos a sus palabras.
Tal y como dijo Sabrina, su novio dos horas después estaba tocando el portero para que comiencen a llevar las cosas al auto.
Sebastián le dejó encargado a su prima que se quedara con su hija, mientras que él y su novio hacían los viajes con las decoraciones y la comida que había mandado a hacer.
—No entiendo por qué tu papá se enoja tanto por unos animadores más o menos —dijo mirando a la niña jugando con formas de plástico en sus recipientes de acuerdo al color.
Al llegar las doce del mediodía, Sabrina pidió un remís para ir con Estefanía a la casa de sus tíos —los papás de Sebastián—, que era el lugar que habían elegido para festejar el cumpleaños.
Antes de cruzar la puertita de rejas, lo primero que vieron Sabri y Tiff fueron globos blancos atados a la misma —los cuales resaltaban el negro de las rejas—, indicándole a los invitados que no conocían la vivienda que era ahí.
Al entrar vieron el patio delantero decorado con guirnaldas rosas, más globos blancos, pero ahora comenzaban a aparecer en color rosa y una que otra luz colgante en forma de esfera dorada.
El interior de la casa estaba aún más decorado y siguiendo una temática de Minnie Mouse con los colores rosa pálido, blanco y dorado.
La mesa principal estaba cubierta por un mantel rosa de tela y el centro de mesa consistía en una maceta pintada de rosado metálico, dando la impresión que fuera metálica, en su interior se encontraban flores de plástico y en el medio de ellas los tres círculos característicos de tergopor en dorado con brillo, y para que se parezca a la imagen femenina de Disney Sabrina compró una tela para hacer un moño rosa, y en el medio del mismo colocó perlitas.
Por último, pero no menos importante, estaban las bandejas; En la de pie dorada se hallaba la torta de dos pisos, el primero estaba cubierto con fondant blanco con pequeños corazones rosa pastel, para el de arriba decidieron usar mismo tono que los corazones —para que no sea brusco visualmente— con dispersos círculos negros. Al rededor de cada piso había detalles de chantillí dorados.
Los cupcakes eran de vainillas. Crema chantillí sin colorante y arriba una galletita rosita con la silueta de Minnie, sobre ella se encontraba el número dos en dorado y entre las orejitas había tres rosas de crema, dos blancas y la del centro rosada.
También había dos recipientes de vidrios que contenían confites; en el más ancho estaban los rosas y en el que era más largo y fino los blancos.
Atrás de la mesa principal habían colocado una pared fucsia con Minnie impresa en grande, habían hecho un arco con globos de los tres colores principales —rosas, blancos y dorados—. Habían elegido aquel lugar para hacer las fotos porque entraba muy buena iluminación, además de que se veía perfectamente lo que contenía la mesa, además que el número dos y el nombre de Estefanía en grande y en madera pintados de blanco podrían tener su protagonismo en las fotos.
Las mesitas de los invitados se encontraban los vasos y platos de plástico con un patrón de la forma de la cara de la ratoncita más famosa, los servilleteros eran dorados y las servilletas eran de un rosa más intenso que el de las decoraciones.
En el patio trasero no había tantas decoraciones, pero había juegos, un pelotero inflable, dos toboganes de plásticos, un sector de una casita de madera para jugar a la familia y un metegol, el cual también fue usado por los adultos que no tenían miedo de esconder su niño interior.
Los invitados empezaron a llegar de a poquito, las niñas iban directo a la chica del maquillaje artístico y los chicos... Bueno, ellos también iban, arrastrados por sus mamás, pero al fin y al cabo hacían la cola esperando su turno.
Una vez que la amiga de Sabrina terminó de dibujar mariposas, hombres arañas, mujeres maravillas y parches de piratas en las caras o flores, coronitas, telarañas, arañas o arcoíris en el dorso de la mano, la invitaron a quedarse hasta que termine el cumpleaños.
La única que tenía un diseño diferente al resto era Estefanía, y claramente era de Minnie Mouse. Con la nariz pintada de negro en excepción de un costado en el cual tenía una línea blanca simulando luz, cuatro rayitas negras en cada cachete, la forma de la cara en la frente, al principio de la nariz y al costado de la cara —hasta la altura del final de la nariz—. Por supuesto que también le pintó el moño rojo con círculos blancos, lo último en ser pintado fueron sus finos labios del color del moño.
La maquilladora artística a pedido de su amiga al maquillaje le agregó unos brillitos, uno en el lado en el que empezaban las orejas de ratón y uno por cada costado de la cara, a la altura de los párpados inferiores de la niña.
Después del acto de los payasos, la piñata —la cual era de la cara de Minnie con un hilo para la pequeña tire y salgan las golosinas— y de cantar el «Feliz cumpleaños» los invitados de a poco comenzaron a irse con las bolsitas de cumpleaños que había preparado Sebastián.
—Antes de que te vayas, ¿no me das una tarjetita para contactarte?, es para unos amigos —preguntó el padre de la cumpleañera al ver a la chica a punto de irse.
—No me quedaron más, pero dame un minuto que escribo mi número en un papel —respondió ella dejando el maletín sobre el pasto para escribir en una hoja de notas que tenía a mano.
—Te llamaré —sacudió la cabeza varias veces—... Te... Te... Te llamarán —levantó el papelito con el número de ella y lo movió en el aire.
Ella sonrió mientras tomaba el maletín profesional con el maquillaje adentro.
—Que no se olviden. Tengo que organizar mi agenda con anticipación por el estudio y otros eventos ya programados —guiñó el ojo y dio media vuelta para salir por la puerta de rejas.
—Terminó el cumple —Sabri apoyó su brazo sobre uno de los hombros del chico—, ¿me vas a reprender ahora por contratarla, primito? —finalizó con una sonrisa ganadora.
Sebastián negó y dio media vuelta dejándola riendo sola.
Esa noche Sebastián, mirando el papel cortado en forma despareja, comprendió que estaba empezando a sentir otra vez algo similar a interesarse por alguien más que no sea su hija y él. Algo que le daba miedo y emoción en partes iguales.
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