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26 de febrero

Un sábado por la mañana, cuando en la oficina marchaba todo en calma, un nuevo empleado corría por las calles en un intento de llegar temprano al primer día de trabajo.

«Dar una buena impresión: Objetivo fallido», pensó al ver su reloj cuando aún le faltaban dos cuadras para llegar.

A pesar de correr contra reloj entró a una cafetería para pedir un café cortado porque según él así se vería más profesional, además de que al despertarse tarde no le dio tiempo a comer nada.

A tres cuadras desde donde él se encontraba en el sentido contrario, una señora le dejaba por quinta vez las indicaciones para ese día a su hijo por llamada telefónica.

—Te lo voy a repetir una vez más... ¡No me importa si te lo dije ochenta veces! Vos siempre te pasas el día con los jueguitos y te olvidas de todo... Después no quiero que me digas que te olvidaste. Te dejo que estoy a media cuadra, los quiero.

Dos personas apuradas en sentido contrario siempre trae caos, y esta vez no fue la excepción.

—Disculpa, no te había visto —se disculpó ella guardando el celular.

—La culpa fue mía —se hizo completamente responsable del accidente—. Por suerte el único que se ensució fui yo —bromeó viendo la mancha en su traje.

—Me encantaría seguir hablando, pero llego tarde —dijo señalando el estudio elegante frente a ellos.

—Yo también —rio—. Es mi primer día. Un gusto, Carlos me llamo —le extendió la mano.

—Igualmente. María, la doctora Acosta.

Carlos sonrió como un niño al escuchar el nombre de la mujer de ojos ámbares oscuros.

La mujer subió los escalones, pasó por la puerta de vidrio y se quedó sosteniéndola para que no se le cierre en la cara a su nuevo colega.

—Gracias —agradeció en un susurro.

Ella le sonrió ladeando la cabeza.

María se dirigió hasta la pequeña habitación donde solía ponerse al día con sus compañeros saludando a cada uno de ellos, acomodó sus pertenencias en el lugar que le pertenecía y sin quererlo sus ojos se posaron en el empleado nuevo que se encontraba hablando con su jefe en una esquina. Lo perdió de vista en cuando ambos hombres entraron a la oficina que le pertenecía al superior del estudio jurídico.

—¿Lindo el nuevo? —preguntó, sonriente, una de sus compañeras al ver que María no dejaba voltear hacia la puerta cerrada.

—No. Solo me llamó la atención que hayan contratado a alguien más.

—Mhjm... —murmuró un compañero antes de darle un sorbo a la taza de café.

—¡A trabajar! —simuló alegría subiendo ambos brazos y dirigiéndose a su pequeña oficina.

Sus compañeros, que se habían quedado terminando sus cafés o pretendiendo hacer algo mientras los clientes llegaban, intercambiaron un par de miradas y negaron en simultáneo.

Las semanas habían pasado volando y cada día la señorita Acosta y Carlos eran más unidos. Ya no solo se veían en el trabajo, sino que también fuera de él, iban a tomar café, salían a tomar aire a la salida de la jornada a una plaza que se encontraba cerca del estudio, las cenas de trabajo con sus compañeros no tardaron en llegar, para después darle lugar a una cena de dos.

Pasaron varios meses para que Brenda y Luca, los hijos de ella, conocieran al hombre que estaba haciendo feliz a su madre.

Y aunque al principio Luca sintió que le estaba robando el puesto del único hombre en la vida de María aprendió a quererlo como uno de la suyo. Incluso llegó a verlo como una figura paterna, pero para esto Carlos tuvo que remarla bastante.

Con Brenda le fue más fácil, tal vez la creencia de que las niñas maduran antes era verdad, o con solo ver a su madre contenta a su lado hacía que lo aceptara... También podían haber ayudado los trucos de magia que le enseñaba cada vez que iba de vista.

—Podríamos ir a cenar el viernes. ¿Qué te parece?

—El viernes... —repitió, dubitativa, la castaña—. Tendría que hablar con mis papás para que cuiden a los chicos.

—Serán dos horas. Solo iremos a cenar.

—¡Genial! Pueden ir con nosotros —hizo un amague a entrar a su oficina.

—¡No! —se apuró a negar—. Una cena de dos.

—¿Cuál es el problema de que vayan con nosotros?

—Ninguno. Sabes que me encanta agregarlos a nuestros planes, pero esta vez y...

—Si es por la cuenta, yo pago lo de ellos.

—No es eso, María —expresó con cansancio. Ya se imaginaba una pelea por la que no quería pasar.

—¿Entonces? No te entiendo —habló, desafiante, cruzándose de brazos, aunque tuviera una carpeta en mano.

—Quería algo más privado. Íntimo. Es eso.

—Cuando empezamos a salir te dejé en claro que lo primordial eran mis hijos y que si no estabas de acuerdo lo mejor era dejarlo antes de empezar.

—Lo sé, lo sé. Solo es una cena. Por favor.

—Si pueden cuidarlos, vamos solos, sino, ellos van con nosotros. Al menos que quieras proponer la salida para otro día.

—¿Te enojaste? —preguntó antes que de su novia entre a la oficina.

Ella giró sobre sus talones, lo miró con enfado y entró a su sala de trabajo, cerrando la puerta detrás de sí.

Carlos suspiró, molesto.

—¿Todo bien, galán? —bromeó.

—No estoy para bromas.

—¿Se pelearon?

—Se enojó —corrigió—. Le dije que no lleve a los chicos a la cena para ya sabes que, y se convirtió en una tigresa para sacarme las garras y colmillos.

—Tendrías que haber sido sutil.

—¡Lo fui! —gritó tanto que una señora que estaba esperando ser atendida por la secretaria dejó de jugar al Candy Crush, para ver qué pasaba— Lo fui —volvió a repetir, esta vez en un susurro exagerado.

—Después hablo con ella —le guiñó un ojo y siguió su camino para su café matutino.

Y tal como se lo prometió, al finalizar la jornada, cuando María se encontraba saliendo del edificio, él se acercó sutilmente para que no le entrarán sospechas.

—¡Mari! ¡Hey! ¿No vas a esperar a Carlos?

—No.

—¿Están peleados?

—Discutimos. Me invitó a cenar pero no quiere que vayan los niños. Que no intente sobreponerse sobre ellos porque va a perder.

—Quiere un momento de pareja; ustedes dos solos. Él ama a los chicos y nunca intentaría hacerte elegir entre ellos y él. Últimamente, no comparten tiempo afuera de la oficina por la cantidad de trabajo que tienen, vos lo dijiste al principio de la semana, quiere intentar recuperar un poquito de ese tiempo perdido, ¿no crees?

—Te encanta demostrarme que estoy equivocada.

Él solo bajó los escalones hundiendo los hombros y se dirigió hasta su auto estacionado.

—Hola —saludó en cuanto Carlos pasó a su lado.

—Hola.

—Estuve pensando y hoy temprano me puse a la defensiva sin ni siquiera escucharte.

—No te preocupes. Olvidémonos de ese choque —habló, despreocupado.

—Si todavía sigue en pie el plan me gustaría aceptarlo —lo miró a los ojos, apenada.

—Siempre sigue en pie cuando se trata de vos —una vez pronunciadas aquellas palabras se acercó a ella y posó un tierno beso en los labios de María.

El viernes llegó y con él dos listas, una de las cosas para hacer y otra enumerando las actividades prohibidas para Brenda y Luca.

Aunque fingieran escucharla y asintieran a las órdenes desde el asiento de atrás, los tres sabían que en cuanto pasaran el umbral de la puerta de los padres de María, nada de lo que ella había dejado dicho se cumpliría. Los abuelos malcriarían a sus nietos con cada pequeña petición que deseen, aunque esta sea en forma indirecta.

En cuanto dejó a sus hijos en la casa de sus padres, se dirigió para el restaurante en el que Carlos la estaba esperando con la reservación y un ramo de flores.

—Se me hizo un poco tarde —dijo al ver a su amado esperándola en la puerta del local—. No me di cuenta del horari...

La interrumpió con un beso.

—Llegaste bien. No te preocupes —la tranquilizo—. Son para vos.

Ella tomó con delicadeza el ramo que tenía frente a sus ojos y cuando lo tuvo en mano lo acercó a sus fosas nasales.

—Son hermosas, no te hubieras molestado.

—No tanto como vos —respondió a la par que le ofrecía el brazo para entrar juntos.

La velada pasó tranquila, aprovecharon a contarle al otro las nuevas novedades por más pequeñas que sean de los últimos días, mientras esperaban al que el mesero les traiga lo que habían ordenado.

Si bien siguieron hablando una vez que empezaron a comer, decidieron prestar atención al los músicos que tocaban en un pequeño escalón circular que se encontraba en el medio del salón.

—La próxima canción será dedicada para un amigo que confió en nosotros para una ocasión tan especial —dijo el cantante antes de que el baterista comenzara a tocar el instrumento.

—¡Qué romántico! —escuchó Carlos, susurrar a María— Seguro va a haber una propuesta de casamiento o de noviazgo.

Él contuvo una gran sonrisa.

Y como si nada estaba planeado antes de que el cantante llegara a la mitad de la canción, él se arrodilló ante ella.

—Mari, gracias por darme la oportunidad para entrar en tu vida y en las de tus hijos. Sé que te costó abrirte por tu anterior relación, pero a pesar de eso supiste dejar el miedo a un costado para dejarme acompañarte en esos años. ¿Recordás el accidente de café? —preguntó, riendo, de solo recordarlo— Desde ese momento supe que quería estar a tu lado sin importar las pruebas que tuviera que pasar, si tuviera que volver a pasar por todas las maldades que podía hacerme un preadolescente lo haría sin pensarlo y con los ojos cerrados —bromeó. María no pudo contener una risita al recordar algunas secuencias de Luca hacia Carlos—. Estoy muy feliz de que me elijas cada mañana, como también lo hacen tus hijos, por eso hoy delante de todos los que se encuentran presente quiero demostrarte que te volveré a elegir al igual que a Brenda y Luca cada día de mi vida; sé que no es mucho pero quiero sellar esta promesa con este anillo —comentó sacando una cajita roja de su traje para después abrirla—, y que estoy predispuesto a repetir esta promesa delate de nuestras familias y de un cura, si así lo requieres. Todo lo que te acabo de decir y lo que no te he dicho por no encontrar las palabras correctas, lo resumo con la siguiente pregunta: María Acosta, ¿quisieras casarte conmigo?

Tanto los meseros con los clientes sentados en sus mesas se quedaron callados, expectantes a la respuesta de la joven.

Todos a excepción de la banda, que por lo visto tenían el mismo lema que los músicos, la banda sonora del Titanic «Tocar hasta el final».

—¡Sí! Sí, quiero casarme con vos, tanto que me ofende la pregunta —chilló en cuanto las lágrimas se lo permitieron.

Acercó a Carlos hacia ella y lo besó. Él dejó la cajita sobre la mesa para poder abrazarla durante «El falso beso del sí», así lo apodarían tiempo después. El oficial fue en el registro y la repetición fue en la iglesia.

Cuando se separaron, Carlos —aún de rodillas—, volvió a tomar la cajita de terciopelo y con mucho cuidado de no cometer una torpeza y perder la sortija, tomó la mano de partir de ese momento su comprometida y la colocó en el dedo anular.

—¿Ahora entendés por qué no quería a los chicos? —preguntó saliendo del salón.

—Disculpame.

Carlos le restó importancia con un movimiento vago de mano.

—Estás temblando, ¡tomá! —le ofreció su traje—. No tengo frío.

—Vine en el auto, no te preocupes.

—¿Segura?

Ella asintió, pero eso no fue suficiente para que él se lo vuelva a poner, sabía que en el camino hasta el estacionamiento se lo pediría; Siempre lo hacía.

—No le cuentes nada a los chicos, me gustaría hacerlo yo mismo mañana cuando los vea.

Otra promesa que sí cumplió.

—Ahora están en casa de mis padres. No te he llevado muchas veces al departamento, pero podés quedarte a dormir —propuso jugando con su nueva adquisición.

—¿Me estás invitando o me lo estás pidiendo? —preguntó, risueño.

—Nunca más te...

No terminó la oración porque Carlos pasó el traje por arriba de ella y con ayuda de él la atrajo hacia su cuerpo para luego besarla.

—Si querés que vaya, solo tenés que decirlo —dijo sin apartarse mucho de ella.

Querido lector, fue tanto el amor que se tuvieron, que no solo quedó en el casamiento y en una familia de cuatro integrantes, sino que tiempo después en el vientre de María crecía la unión de aquel amor, pero eso es una historia que dejaré para otro día.

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