21 de febrero
Cuando Cupido se aburre en la copa de un árbol pasan cosas interesantes, ¿no me crees?
En la mañana del primero de otoño, los débiles rayos solares chocaban contra la ventana, dándole de lleno a una señora de avanzada edad que tejía al Knitting durante el viaje. Sally la observaba con suma atención como pasaba las agujas, logrando un nuevo punto.
—¡Qué fresco que está! —comenzó a sacarle conversación la señora.
—Sí. Está muy fresco.
—Y eso que recién empezamos otoño... ¿Quieres que te enseñe? —preguntó alzando las largas y gruesas agujas grises.
Sally sonrió con gentileza, queriendo dar un claro «No. Gracias». Pero la señora prefirió decidir por ella.
—Mis nietas nunca quieren aprender, prefieren hacer videitos para las redes sociales. Y yo les digo «Ven que la abu te enseña», pero nada. No dan ni bolilla. Eso es porque la madre las crio muy libres. ¡En mi época aprendíamos y no había tu tía!
La joven tenía ganas de reír, por lo que le contaba la señora rezongona; solo se dispuso a sonreír y asentir con la cabeza.
—¿Qué llevas en la caja?
—¿Acá? —preguntó e inmediatamente se sintió una estúpida por la pregunta. La señora miró la caja con determinación—. Es una torta. Es para festejar el aniversario con... Con mi pareja.
—¿Quién te la hizo?
—Yo. Desde chiquita me gusta la cocina —habló con una sonrisa llena de orgullo.
—¡Qué bueno! Eso es lo que le gusta a los chicos.
—Sí —afirmó, incómoda, rascando su nuca.
—Volviendo a nuestra conversación inicial, te enseño... Creo que traje el otro juego de agujas en el bolso —dejó su trabajo a medio hacer sobre la caja que tenía en mano Sally y se dispuso a buscar las agujas de repuesto.
—Otra vez ser...
—Aquí están. Usarás estas —aclaró dándoselas— y yo las que tenía recién. Son mis favoritas.
—Bien —aceptó sin ánimos de aprender a tejer por las próximas dos horas.
—Mientras hablemos, ¿tu novio no vive en la misma ciudad?
—No. Ella tuvo que mudarse para estudiar la carrera de sus sueños.
—Ella —repitió, la señora, en forma de memorizar aquella información—. Podría decirse que es una relación ¿a distancia?
—Sí, hace tres años estamos así. Mañana cumplimos cuatro años juntas.
—¡Qué lindo! Se deben de extrañar mucho.
—Sí... Al principio fue muy duro, ahora ya estamos acostumbradas. Este es el último año de la carrera, si todo sale bien volvería a nuestra ciudad natal.
—La convivencia es algo complicada —dijo concentrada en el tejido que intentaba lograr Sally—. Así no. Préstame que te ayudo.
—Puede ser —le dio la razón—. Igual no viviríamos juntas, al menos el primer tiempo.
—Mejor —respondió con entre risas.
El viaje se estaba haciendo eterno, por suerte tuvieron que parar en una estación de servicio para cargar gasolina. Aunque no podían bajar del micro, podían entretenerse con los celulares porque agarraban red del sitio.
Sally quiso aprovechar ese momento para aislar el molesto llanto del bebé del fondo con música, en parte también era para ignorar a la señora adicta a tejer durante los viajes.
Con el cambio de canción llegó un mensaje.
«¿Sal, cómo estás? Te quería decir que lo mejor sería terminar todo acá. Fueron 4 años preciosos, pero solamente disfrute 1. Y no es porque la relación se haya vuelto tóxica, sino que es porque tenemos que esperar a vernos los fines de semana o las festividades. Si no te lo digo hoy no te lo podré decir nunca. Te quiero», los ojos de Sally recorrían cada renglón a una velocidad veloz.
No podía creer lo que veían sus ojos. ¡Tenía que ser una alucinación por falta de horas de sueño!
—Querida, ¿cuál era tu nombre?
—Sal... Sally —habló tragando sus lágrimas.
—¿Te encuentras bien? El chófer es amigo mío, puedo pedirle que te compre una botellita de agua.
Ella no respondió, pero la señora tomo su expresión como un «Sí» e inmediatamente se levantó de su asiento y se acercó al hombre justo cuando estaba bajando los escalones para cargar el tanque del vehículo y para comprarse algunas consumiciones para aliviar la hora que le quedaba. Le pidió tres botellas de agua y unas pastillitas sabor a café.
—Niña, ¡¿Qué te pasa?! —preguntó alarmada a verla llorar.
—Nada —limpió sus lágrimas con el puño de su manga.
—Estás llorando —dijo volviéndose a sentar en su asiento.
—Estoy bien, no se preocupe.
—¿Necesitan ayuda médica? Soy estudiante —se asomó una cara entre ambos asientos.
—Nen... Sally, anda con ella —habló, suave, mientras la ayudaba a pararse.
Sally se acercó a ella justo cuando aquella chica estaba corriendo la mochila del asiento para dejarle el lugar. La rubia no tenía compañía, por lo que había usado el asiento libre para dejar sus pertenencias que no había dejado en el baúl del micro y así ir más cómoda.
—Me llamo Mía. ¿Me podrías decir que te sucede?
Por alguna razón la voz de Mía la estaba tranquilizando como una mamá cantando una canción de cuna a su bebé llorón.
—Estoy bien... Solo que... Solo que me acaban de terminar por teléfono. Por mensaje.
—Oh, entiendo —fue lo único que le ocurrió decir. Después de meditar sus siguientes palabras, continuó mirándola fijamente—. Mereces algo mucho mejor.
—Supongo que ella es quien se lo merece.
—Lo dudo —negó las últimas palabras de Sally apoyando su pequeña mano sobre el suéter lila de lanilla que llevaba puesto Sally.
—Gracias por los ánimos, pero no la conoces... ni a mí. De las dos es la que merece otra pareja y otra relación —contradijo con la voz entre cortada.
Mía iba negando cada palabra de Sally.
—Tengo pañuelos, ¿quieres?
Sal afirmó con una sonrisa, un intento flojo de decir «Sí, por favor».
Buscó en el Interior de su mochila los sagrados pañuelos descartables y cuando los encontró le entró el paquetito.
—Tengo lo que me pidió, señora Du...
—Shhh... Cállese, ¿no ve que las niñas están hablando? —preguntó, susurrando, mientras lo sentaba de un tirón a su lado.
—Sabes... No entiendo... —volvió a hablar con el paquete en manos— ¿Qué demonio estaba pensando? Digo, eres preciosa, tus vibras son muy puras... Y en el buen sentido, cosa que es muy difícil de percibir en estos tiempos. Se nota que tienes mucho que dar. Si fueras mi novia no te dejaría... Perdón.
—Está bien. No me molestó, al contrario. Eres buena dando ánimos.
Mía sonrió con amplitud.
—Tengo que arrancar, los pasajeros se están poniendo inquietos —susurro, el chófer.
—Vaya, hombre, vaya —respondió, la señora, sin dejar de prestar atención a las chicas de atrás.
El hombre dejó la bolsa en donde segundos antes se encontraba sentado y fue a su asiento para terminar con el último tramo del viaje.
—¿Me pasas tu número telefónico? Así te paso la foto que nos sacamos —preguntó Mía cuando el señor le entregó su valija.
—Me la puedes pasar por Bluetooth, ¿no?
—No... No porque no hay buena señal en la terminal, ya sabes.
—Ahh, sí. Anda muy mal —comentó para después pasarle el número.
—Bien, esta es la despedida extraña.
—Parece que sí. Chau.
—Chau.
Sally comenzó a encaminar hacia el interior de la terminal.
—No es de acá —comentó una voz a su lado
—¿Qué? —giró a verla.
—Que la chica no es de acá. Probablemente, no tenga donde quedarse después de lo que le pasó.
Mía no supo si lo que sintió después fue una imprudencia de su locura o si fueron ganas de ayudarla, pero comenzó a correr por todo el lugar en busca de la chica con la que había pasado la última hora hablando, en cuanto la vio de espaldas gritó su nombre. Esta se dio media vuelta encontrándose de lleno con la estudiante de medicina.
—Sally... —usó unos segundos para recuperar el aliento— Si no tienes donde quedarte te puede hospedar una amiga, yo estoy yendo a su casa. Podrías venir conmigo, si quieres.
—No, seguro que encontraré una habitación de un hotel, o algo. No te preocupes.
—Entiendo. Si no encuentras, escríbeme.
—Ten por seguro que lo haré.
—Por favor, no quiero que te agarre la noche en la calle.
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