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17 de febrero

Dos bandos con líderes muy poderosos y el amor no van de la mano, ¿no me creen?

Los reyes de un reino, el cual ya no recuerdo su nombre porque actualmente no existe por la disolución de su monarquía constitucional, tuvieron una bella hija.

Ella había sido entrenada desde muy pequeña para poder ser una líder y defender a su pueblo de invasiones al cumplir los dieciocho años.

A los veinte de la joven se presentó la amenaza, un bando de un reino vecino que tenía la orden de destruir el de la joven princesa, había sido dictada por el Rey de aquel reino.

—Nunca tendrán el placer de ganar —dijo, segura, la princesa cuando el bando contrario comenzó a abordar la misión.

—¡Eso lo veremos! —le gritó el líder girando para verla.

Ella rio, con la cabeza agacha. Desde hacía dieciséis años había sido entrena por si este momento llegaba. Podían luchar contra su ejército, pero nadie podía ganarles.

—Excelente, como siempre.

—Gracias —hizo una reverencia a uno de sus primeros entrenadores.

—Con su permiso me retiro, este viejo no es el mismo que diez años atrás, sino también defendería al reino, aunque pase la edad máxima.

Ella asintió comprensiva.

Pasaron varios meses desde el primer encuentro de los bandos, cuando se escuchó un ligero y sutil ruido golpeado la ventana. Piedra. Piedras lanzadas hacia su ventana para llamar su atención.

La primera que llegó a golpear el vidrio la distrajo de la lectura.

La segunda logró que comience a estar en alerta.

La tercera llegó y con esa decidió caminar hacia la ventana.

La cuarta se escuchó antes de que pueda abrir la ventana.

La quinta cayó al interior de la habitación, pasando por encima de su hombro.

Miró el recorrido de la pequeña roca y dirigió su mirada al suelo para saber quién la había tirado.

—Perdón —levantó sus manos para mostrar inocencia y arrepentimiento.

—Si esto —levantó del alféizar uno de los minerales que había usado para llamarla— era para que lleguemos a un acuerdo, te digo desde ya, que en la medianoche no será, mañana a primera hora lo hablamos.

—No es para llegar a un acuerdo. Me darías el honor de bajar, por favor.

—Depende.

—Necesito hablar de lo que me pasa desde hace tiempo. Contigo. A solas a ser posible.

—Espérame en la puerta de empleados.

—Princesita, la idea es no levantar sospechas. Salta.

—No, ¿sabías que hay cincuenta pies de distancia? Podría morir.

—Yo te atrapo.

—¿Confiar en el enemigo? Sí, claro, ya voy —ironizó.

Él sonrió.

Ella amagó a cerrar la ventana.

—No era que bajabas por acá.

—¡No! Espérame donde te dije —cerró la ventana.

Se cambió de ropa porque no pensaba ir en pijama, tomó un abrigo y bajó con sumo cuidado los escalones.

—¿Qué es lo importante que no puede esperar a mañana? Nosotros no deberíamos de estar juntos y menos solos.

—¿No me digas que la princesita tiene miedo de enamorarse de un integrante de bando contrario?

—No. Él que lo tiene será otro —contraatacó con enfado.

—No tengo miedo porque ya lo hice.

Ella comenzó a reír a carcajadas, cubriéndose la boca con ambas manos.

—Espera, ¿es verdad? —preguntó a ver su cara.

No hubo respuesta.

—Dime que no es verdad —su tono salió más preocupado de lo que quiso—. Por favor —susurró.

—¿Por qué crees que quiero hablar a mitad de la noche a solas? ¿Para pedirle a las estrellas que mis reyes nieguen su propia orden?

Ella miró sus pantuflas.

—¿De verdad supusiste que era para pedir deseos como niños?

—No, bueno... En realidad pensé que tenías un plan.

—¿Para qué? ¿Para desautorizar a mi máxima autoridad? —rio.

—¿Desde cuándo? —se animó a preguntar al cabo de unos segundos.

—¿Podemos caminar? Me ayuda a no estar nervioso —ella sonrió y asintió a la par, comprensiva—. Desde hace un par de semanas atrás. ¿Te acuerdas cuando te lastimaste el tobillo, y te dejé entre los arbustos para que no te lastimaran mis compañeros? A eso súmale quince días.

—Dos meses —sus palabras salieron sin reflexionar.

—Casi tres.

—Deduje que era una estrategia.

—¿Cómo?

—A los seis me enseñaron que si no puedo con el enemigo lo mejor es aparentar ser su amigo para la próxima atacarlo desprevenido —habló mirando el viejo árbol—. ¡Estás haciendo eso!

—¿Qué? —no terminó de formular la pregunta que ella lo había tumbado al pasto.

Le sujeto ambas manos encima de la cabeza, una de cada lado, como le habían enseñado, en un tiempo récord, y quedó de rodillas encima de él.

El chico la miraba fijamente con una mezcla de enojo y de confusión. Debajo de ella podía sentir como su pecho subía y bajaba a toda velocidad, estaba hiperventilando.

—¿Se puede saber que bicho te picó? —preguntó antes de calmarse.

—Puedes dejar de fingir —dijo sin escucharlo, apretando más fuerte sus muñecas.

—¿Fingir? —enarcó una ceja.

—¿Qué pretendes hacer?

—¿Yo? —intentó soltarse pero le fue imposible— ¿No fui bastante obvio con todo lo que te dije?

En la mente de él, la única pregunta que daba vueltas era: ¿Cómo siendo tan delicada y pequeña podía tener tanta fuerza?

—No te creo nada. Si viniste en busca de plata solo di el precio.

—No quiero tu dinero, el cual dudo que tengas, y menos que menos el de tus padres.

—¿Entonces? ¿Qué quieres? —aflojó la fuerza que ejercía sobre las muñecas del chico al notar que estaban más rojas de lo que pretendía.

Este pequeño descuido fue usado a su favor.

—Tu amor —se soltó del agarre.

Dejó una mano en la cintura de ella, comenzó a besarla y posó la otra mano en la nuca de ella.

De a poco fue guiándola al suelo donde segundos antes él estaba. Ahora él era el que estaba arriba del otro.

Antes de poder intensificar el beso como le hubiera gustado, ella se apartó de su boca.

—Juro que si esto es una estrategia te mato con mis propias manos.

—No lo es —sonrió ampliamente, le corrió el pelo dorado de la cara, acarició con el pulgar una de sus comisuras y volvió a besarla.

Así pasaron seis largos meses, viéndose a escondidas de ambos ejércitos y de todos los que formaban parte de la corte noble, incluidos los reyes.

—Hola —saludó como de costumbre cuando lo vio en su escondite—. ¿Estás bien?

—¿Eh?

—¿Qué te pasa?

—Nada. Estoy bien —se acercó a ella para besarla.

—¡No! —tomó distancia apoyando las palmas de sus manos en el pecho—. Así no. Cuéntame qué te pasa —habló suave y pausado.

—Me llegó una carta —contó sentándose en una punta del campanario.

—¿De tu madre?

—No exactamente. Era sobre ella... Y sobre mi hermana.

No se animó a preguntar. Dejó que se tomará su tiempo para hablar.

—Decía que... Dice que está grave de salud. Mamá. Y mi hermana está en algo con un comandante para conseguir algo de dinero para que puedan curarla.

—¿Tu hermana no era menor?

—Sí. Quince... En primavera cumple los dieciséis.

La princesa se quedó sin palabras.

—¿Cuánto necesitan?

—Eso no importa.

—Sí, si importa.

—No. La carta tiene como emisor a la familia real y hasta que no cumpla la orden no harán nada por ella.

—Podrían venir y...

—¡No! Gracias, pero no es necesario.

—¿Seguro?

Él asintió.

Ambos se quedaron callados por un largo rato.

Ella se atrevió a hablar.

—Este es el final, ¿no?

—¿A qué te refieres?

—Al final de esto —lo señaló y luego a ella—. A lo de nosotros.

—¿Por qué preguntas?

—Porque viniste con el propósito de destruirnos.

—No sé que voy a hacer, pero ten por seguro que no cumpliré con ese mandato. Ven —la llamó con los brazos extendidos.

—¿Quieres que me quede esta noche?

—No. No quiero que tengas problemas con tus padres.

—Ellos piensan que estoy en una pijamada con unas antiguas compañeras de la Academia.

Él negó con la cabeza, divertido.

—Además, esta noche está lloviendo... y hace frío, no me vendría mal un poco de compañía —bajó la voz acurrucándose en el pecho del chico.

—¿No? —sonrió.

Había preguntado, únicamente para escucharla decir una vez más, que se quería quedar con él.

—No. A vos tampoco te vendría mal —esta vez torció la cabeza para verlo a los ojos.

—Podría ir a la casa de una chica que...

No terminó su broma que ella unió sus labios con los de él.

De a poco empezaron a dejar el control del tiempo de la guerra.

El chico dos noches antes de ese día hizo lo mismo que los llevo a estar juntos. Tirar piedritas a la ventana de su amada.

—Querida, ¿podemos hablar? —consultó apresurado cuando ella se asomó.

—¿Ahora? —cuestionó dubitativa.

—Ya.

—Dame unos minutos que arreglo un asunto.

—¿Bajas por la ventana o...?

—Por acá.

Pasaron más de diez minutos hasta que volvió a aparecer su cara a través del vidrio.

—¿Me atrapas, por favor? —demandó sentada en la ventana.

—Siempre.

Puso sus manos sobre el alféizar de la ventana y se impulsó para delante. Él la atajó en el aire.

—Necesito que recuerdes. Cuando te fui a buscar por primera vez, ¿qué fue lo que pensaste que te iba a decir? No lo digas en voz alta. Solo necesito que me digas si lo recuerdas.

Ella asintió reiteradas veces con expresión confusa.

—Bien. Ahora necesito que te grabes mis siguientes palabras.

—Me estás asustando.

—No hay de que asustarse —los ojos de ella comenzaron a aguarse—. ¡Ey! ¡Ey! Mírame —acunó su rostro en sus manos—. Te amo. Te amo mucho, querida. Nunca lo olvides. Lo que haga va a hacer por nosotros.

—Yo también, pero tus palabras no me quitan el mal presentimiento. ¿Qué vas a hacer?

—Es mejor que no lo sepas.

—Dormimos juntos.

—No, hoy no podemos.

—No te pregunté, te avisé. Si hoy no dormimos juntos, después no vamos a tener tiempo con la guerra.

La guerra había empezado oficialmente hace doce horas.

El bando de los atacantes tenían mucho que perder en caso de no cumplir con la orden de sus gobernantes. No solamente ellos saldrían perjudicados, sino que también su familia, la mayoría tenía esposa e hijos, y los que no tenían a alguien que esperaba su regreso, una abuela solitaria, su pareja, una madre, hermana o un padre viejo que no fue recluido por su edad.

El amante de la princesa era un de ellos, no solo su madre se encontraba enferma y no la atendería hasta que él vuelva a su reino con lo solicitado, sino que tenía que salvar a su hermana de cometer una locura por tal que su madre sea asistida correctamente.

Fue al campanario, ya estaba todo listo para que en cualquier momento ella aparezca.

No le agradaba la idea de hacer eso, pero no le quedaba de otra si tenía que salvar a su familia.

La chica rubia avanzó hacia él. Él la ayudo a cortar distancia.

Al mirar la ciudad por última vez vio a espaldas de la chica dos hombres viéndolo desde atrás de un árbol. Eran los mismos dos que lo tenían bajo la mira en todo el tiempo que llevaban en aquel reino, los había mandado los reyes de su reino a vigilarlo y estar seguros de que no se atreviera a desobedecer con el encargo.

La guerra era una excusa para exponer a la princesa de ese reino y así acabar con ella. A los reyes vecinos no les importaba en sí la guerra, sino la princesa que comenzaba a ser un estorbo para ellos porque cada vez estaba más metida en su corte y comenzaba a sacar algunos trapitos al sol contra ellos.

El joven de su espalda sacó un objeto punzante e hizo un movimiento a toda velocidad.

—Lo siento, querida, pero la venganza terminó consumiendo cada parte de mí —habló mirando la daga al estrellarse contra el suelo—. Conocí el amor a tu lado, pero lo que más me duele es que eso no sea lo único, sino que también descubrí una parte de mí que estaba enterrada hasta tu llegada. Esa parte se quedará nuevamente enterrada, pero esta vez al lado de tu cuerpo —se confesó de rodillas, acariciando cada hebra del cabello, al cual le quedaban los últimos minutos antes de que se detenga el crecimiento. Se acercó a su oído y susurró sus últimas palabras antes de abandonar el lugar—. Con tu sangre grabaré una nueva profecía —declaró a la par que tomaba la daga cubierta de sangre para escribir en una tabla de madera. Decidió escribirla en el idioma que habían creado para mandarle cartas al otro y verse en secreto, los padres de ella nunca hubieran permitido la relación; ya tenían planes para el futuro de su hija—, «En esta vida no pudimos estar juntos, pero eso no me impedirá a buscarte en la siguiente y ser el héroe que pensabas que era».

Bajó la larga escalera de doble hélice tan deprisa que pudo de la escena.

—Está hecho —confirmó cuando se acercó a los dos hombres musculosos.

—No te vemos llorar —sospechó uno.

—La amo... Llegué a amarla en un tiempo, pero esto fue a lo que vine —respondió—. En unas horas la encontrarán, lo mejor será volver a nuestro escondite hasta que los reyes decidan qué hacer. Les pido que les avisen inmediatamente que fue todo un éxito y que pongan en marcha su parte del trato.

—Se lo comunicaremos al Rey una vez cuando lleguemos. Nosotros viajaremos antes del amanecer, si se lo comunicamos mediante una carta cualquiera podría leerla.

—Está bien.

Dicho eso comenzó a caminar en sentido contrario al campamento que habían armado.

—¿A dónde vas?

—Necesito estar solo.

—¿Sabes que fue lo mejor? —preguntó el hombre que hasta el momento se había quedado callado.

El chico afirmó con lentitud en un movimiento de cabeza y una sonrisa triste hizo su aparición.

—Si necesitas algo puedes contar con los del ejército. Estamos seguros de que te apoyarán. De todas formas sabías que esto iba a pasar, no tendrías que haberte encariñado.

Él les dio la espalda y camino rumbo a un río que había unas millas antes de llegar al mercado del reino.

—Te tardaste.

—Tenía algo que hacer.

—¿No me vas a contar? —preguntó entre risas mientras dejaba besos en su cara.

—No. No por ahora —ella dejó de demostrar cariño en cuanto escuchó sus palabras—. No te preocupes, es por suerte. Si todo sale bien, la guerra terminó.

—¿Y si no?

—¿Puedes confiar en mí por una vez? —rio para sacarle la preocupación de encima a la princesa—. Tienes al novio más inteligente y lindo.

—Y misterioso.

—Y misterioso para protegerte —respondió.

—¿Vamos al campanario? —sugirió con picardía.

—Es mejor que por unos días no vayamos ahí... ni nos veamos tan seguido. Por favor no preguntes el porqué.

—¿Me vas a contar?

—Algún día. So... Solo quiero que me entiendas cuando lo hagas.

—Hablas como un asesino —dijo divertida.

El cuerpo de él se tensó ante tales palabras.

—No mataste a nadie, ¿no?

—Querida, recuerdas lo que te dije hace dos no...

—Responde la pregunta —exigió.

—Yo... Yo no quise, las cosas se salieron de control y... y no tenía otra opción —gimió.

—Sos... sos un monstruo —susurró tapando su boca.

—No quise, estaba acorralado.

—Siempre hay otra salida —se paró, sacudió su vestido y comenzó a caminar hacia el palacio.

—¡SÍ! —gritó para llamar su atención—. ¡Siempre hay otra salida, pero no cuando tu madre la están dejando morir y tu hermana menor se está arruinando la vida en busca de una solución! —habló, enfadado, mientras sus lágrimas recorrían su rostro.

—Perdona. No me di cuenta —cayó en cuenta—. No llores —lo abrazó.

—Necesito que todo salga bien. Se llegan a enterar de que no fue la chica y mi familia puede salir herida —se aferró más a ella.

—¿Qué...? ¿Qué chica? —preguntó con miedo.

—Querían que me deshiciera de ti... No pude, nunca se me pasó por la mente hacerte daño, entonces busqué a una chica que se pareciera a ti de espaldas. Perdón. Perdón. Perdóname. Por favor no te alejes. Te prometí que no te haría daño y lo voy a cumplir.

—Shhh... Ya está —intentó consolarlo acariciando su espalda. —Ven, vamos a dormir. —dijo cuando se paró, extendiendo sus manos para ayudarlo a levantarse.

Él la miro perplejo.

—No podemos ir al campanario, y mucho menos a tu castillo.

—Hay un granero cerca.

—¿Estás segura? ¿No estás enojada?

Ella negó sonriente.

—No, perdona si te hice creer lo contrario. Yo hubiera hecho lo mismo por los míos.

Al subir los primeros rayos del Sol, los reyes fueron avisados del cumplimiento del joven con el mandamiento que le habían asignado individualmente, cómo recompensa mandaron al mejor médico a su casa para que su madre sea revisada correctamente.

A los que integraban el ejército les llegó la noticia al mediodía de abordar misión, y así lo hicieron.

Llegó el momento de que la pareja se tenía que separar.

—Podrían venir de visita.

—Me haré algunas escapadas —sonrió durante el abrazo antes de salir del granero que habían usado para pasar la noche juntos.

—Cumple tu promesa. No voy a estar esperándote toda la vida.

Él rio y deshizo el abrazo para verla a los ojos.

—¿Todavía no me fui y ya me extrañas? —bromeó para ocultarle las ganas de llorar— No te culpo, provoco ese efecto en las jóvenes.

Ella lo empujó jugando. Él sonrió ampliamente.

—Si vuelves podrías ser príncipe. Estoy segura de que mis padres te aceptarán.

—Lo dudo.

—De verdad te lo digo. Si todavía no me casé es porque esperan a que yo elija. Siempre dijeron que aceptarían al hombre que yo ame.

—No voy a ir a la boca del lobo, y menos sin tener un título de realeza.

—A ellos no les importa.

—A los habitantes sí.

—¿Desde cuándo te importa la opinión de un tercero? Prométeme que vendrás a visitarme con tu familia.

—Lo prometo —antes y después de tratar besó su frente.

—Cada viernes te mandaré una carta, y si no las respondes dentro de cinco días dejaré de hacerlo.

—A veces las cartas se pierden —protestó, travieso.

—Rezarás para que no pase.

—Podría reconquistarte —la tomó de sus caderas y comenzó a besar su cuello—. ¿Qué opinas?

—Ambos sabemos que te costará —habló entrecortado al sentir sus labios húmedos.

—¿Segura? —carcajeó— Si fuera tú no estaría tan fiado.

—Segura. Ahora me tomaste con la guardia baja.

La risa de él hizo eco en todo el granero abandonado.

—Me voy. Cuídate —intentó despedirse por segunda vez.

—Cuídate —respondió dándole un abrazo.

—Le contaré a mi familia sobre ti.

—¿También le dirás cuando te tumbé contra el suelo?

—Sí —rio— y del dolor que me quedó por días —ella hizo un puchero en súplica para que no cuente nada de la agresividad de esa noche—. Tranquila. Les caerás bien. Mi hermana lo hace desde que tiene cinco, indudablemente la dejo ganar —contó, engreído, y guiñó un ojo.

—¿Conmigo también lo hiciste?

—No. Todavía no entiendo como lograste derrumbarme.

La princesa corrió un mechón de su cabellera, un gesto de superioridad bastante común en ella.

Él se recostó con cuidado sobre ella, dejándola tumbada sobre trigo que había en el suelo y comenzó a hacerle cosquillas.

—¡No! Por favor —pidió entre risas—. ¡Basta! No es divertido cuando lo haces.

—¿Y cuándo eres tú?

—Ahí sí.

Se recostó a su lado.

—Sabes que si fuera por mí no lo diría, pero ya es hora de que...

—No lo digas —pidió cortando su frase—. Unos minutos más —pasó una de sus manos al redor de su abdomen.

Él comenzó a acariciar su pelo pensativo después de asistir a las palabras de su amada.

—Estoy más que seguro que mi hermana va a querer que vayas para su cumpleaños. Conociendo a mamá te hará dormir en la habitación de mi hermana.

Ella sonrió.

—¿Por qué estás tan seguro que seré aceptada por ellas?

—Solo lo sé. Tu personalidad es muy similar a la de mamá, y tienes ciertas cualidades que me dejó en claro desde pequeño que las debería de tener su primera nuera, y el carácter es un poco más fuerte que el de...

—¿Primera nuera? —se interesó por esas palabras unidas.

—Sí, primera nuera. ¿Cuál es el problema?

—No hay problema, solo que... ¿No has tenido novia?

—¿Qué tanto te interesa? —intentó que sus nervios disparen.

Y bien que lo logró.

—No, lo que quiero decir es no... Viste que tu form...

—No, nunca tuve novia.

—¿Novio?

—Menos novio —estalló en carcajadas.

—¿Nada de nada?

—Fuiste la primera que me llamó la atención de tal forma para tener algo contigo.

—¿De verdad? No suelo llamar la atención de no ser por quienes son mis padres.

—Yo caí rendido a tus pies sin saber quiénes eran ellos.

—¡Mentira! —objetó con una mueca.

—Puede ser que sabía quiénes eran, pero no me importó, no me enamoré por ellos.

—Gracias —susurró cerca de su oído.

—Este es el momento en el que me rompes el corazón diciendo que tuviste siete novios y estuviste a punto de caminar en el altar con dos —cambió de tema bromeando para liberarla de la pesada conversación.

—Solo uno y fue a los trece. Nada de que preocuparse.

Aunque les costó, tuvieron que despedirse. No sin antes repasar nuevamente todo lo que había pactado hasta ese momento.

Él la visitó varias veces, y algunas se quedó a dormir en un cuarto de visitas que había en el palacio.

Los reyes lo aceptaron como a uno más desde el primer día, incluso se podría decir que el Rey lo adoptó como el primogénito que nunca llegó a tener.

El saber que él había pertenecido al ejército invasor era un dato casi sin importancia, por eso decidieron guardarlo para ellos.

La primera vez que ella visitó a la familia de él fue en primavera, justamente para el decimosexto cumpleaños de su cuñada.

Como le había asegurado su novio; la madre de él le armó un lugar en la misma habitación que su hija, y como ella lo imaginó durante el viaje, no los dejó estar ni un segundo solos, cosa que no le molestó en absoluto porque quería aprovechar esos días para conocer a la familia de él y que ellos la conozcan a ella.

Querido, lector, me retracto de mi primer párrafo; el amor puede ir de la mano con los líderes de bandos diferentes, solo hay que saber hacer un balance entre ambos.

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