Nieve y arena
Felices fiestas y muy venturoso año nuevo. Espero que el año que viene sea mejor para todos. Muchas bendiciones de mi parte y gracias por leerme.
Una sonrisa se le dibujó en el rostro. Terminó de recortar una estrella de papel y estaba orgulloso de si mismo. En el pequeño cuarto donde vivía con su mamá no había espacio para nada más que el colchón donde dormían y para las bolsas de plástico donde guardaban su ropa. Pero como la navidad estaba cerca, necesitaban un árbol para que Santa pudiera dejarle su regalo.
Sentado sobre el suelo, regresó los crayones, lápices de colores y la tijera a la mochila escolar, fijándose de no olvidar nada. Con mucha alegría, encontró lo que quedó del almuerzo que le dieron en la escuela el día anterior. Patrick solía guardarse en los bolsillos todo lo que quedaba en las charolas de los otros niños, antes de que terminara en la basura.
Estuvo a punto de sacar el panecillo de arándano de su bolsa, pero lo guardaría para la cena. Claro que, si pudiera encontrar papel de regalo, lo envolvería para su mamá y lo pondría debajo del árbol de papel que pegó en la ventana.
No tenía cinta adhesiva, pero si un paquete de curitas que sustrajo del salón de la enfermera. Adornó la ventana que daba a la ruidosa calle con un árbol de navidad que pintó en la escuela y recortó lo mejor que pudo. Con mucho orgullo podía decir que ya no se salía de las líneas al colorear. Pero tuvo que pararse de puntitas para poder colocar la estrella en la punta y usar otro curita para cumplir sus propósitos decorativos.
Contento por su trabajo, retrocedió para poder ver bien como quedó el árbol y su estrellita en la ventana. En la escuela le dijo a todo el mundo que tenía uno, muy bonito y bien decorado. Los otros niños los tenían en medio de sus salas, cubiertos de luces y ornamentos con el suelo repleto de regalos, pero Patrick Johnston tenía uno en su propio cuarto.
Este año Santa no iba a poder olvidarse de él. Este año tenía un árbol en la ventana, imposible que no lo viera. Entendía muy bien que Santa tenía mucho trabajo para una sola noche. También que en el mundo muchos otros niños se portaban mejor que él y merecían regalos. Pero este año, se esforzó mucho para ser bueno. Ya tenía siete años, ya no era un niño. Ahora iba a la escuela de nuevo, coloreaba dentro de las líneas, ya no peleaba en la clase y trataba de escuchar a la profesora.
Lo único que faltaba era dejar su carta en el buzón. Pensó mandarlo por correo, pero sin estampilla postal era imposible. Y como que no tenía dinero en los bolsillos como para comprar nada. Desde que decidió ser bueno, dejó de buscarle en los bolsillos a los novios de su mamá. Bueno, desde la última vez que lo atraparon y...
Pero eso quedó en el pasado. Ahora que era un niño bueno, así que Santa no tenía más opción que darle lo que pedía.
Resopló y casi pudo ver el vaho de su propio aliento. Patrick se abrazó a sí mismo para darse calor. Escondió las manos en sus bolsillos y encontró un reloj que recogió de la calle. No tenía una correa, pero algún día tendría dinero para reponerla y cambiarle las baterías. Ah sí, también aprendería a ver la hora en sus manecillas
En la escuela anterior quisieron enseñarle. Llegó a casa y quiso practicar con el reloj que tenían en la cocina. Maggie se enojó con él por tocar lo que no era suyo. Su novio, ese tal Paul, lo gritó también y hasta lo sacudió del brazo. Maggie lo vio y cuando le reclamó terminaron peleando.
Cuando peleaban él tiraba cosas. Ella gritaba y la policía llegaba para dejaran de pelearse. Todo eso asustaba mucho y corría a esconderse en el closet del dormitorio. Nunca olvidaba llevarse consigo a Scout, su perrito de peluche. Lo abrazaba con fuerza hasta que todo terminaba. Cuando sólo había silencio, salía a buscar a Maggie.
A veces no la encontraba. Ese tipo Paul la echaba de la casa a empujones. Maggie se quedaba en la calle sin saber que hacer.
Pero todo eso quedó en el pasado. El tal Paul era historia. Maggie ya no hablaba con él, porque ahora estaba encerrado en la cárcel y de ahí no saldría en varios años.
A pesar de todo, extrañaba a Scout. su única mascota y su único amigo. Pasaron por muchas cosas malas y era Scout quien siempre lo acompañaba.
Maggie se estaba tardando. Patrick se acurrucó entre las frazadas tratando de ignorar el sonido que hacía su estómago. No podía esperar al desayuno que recibía en la escuela. Tenía hambre y nada que comer. Ese panecillo sería para Maggie, no podía comérselo él solo.
Pero tenía tanta hambre.
No, pensó con firmeza. No iba a dejar que su apetito lo metiera en problemas una vez más. Ya bastantes estragos causaron sus ganas de comer en el pasado. Scout lo sabía, pero no se lo diría a nadie. Porque esa noche en la que se encontraba solito, fue a la cocina en busca de algo que comer. Encontró cereal de hojuelas y al comer un poco, le pareció que le faltaba azúcar.
Recordó entonces que su mamá guardaba una bolsa de azúcar en su bolso y también en un hueco que hicieron el closet. Paul y ella se sentaban en la mesa a poner esa azúcar en bolsitas que su mamá luego vendía en la calle. Fue ahí cuando tuvo la brillante idea de tomar un poquito, tan sólo un poquitito, para endulzar su cereal.
Lo que pasó luego, Scout seguro lo podría contar, porque él no recordaba nada. Sólo que dejó caer la cuchara al suelo. Cuando despertó, lo hizo en el hospital, luego de varios días.
La enfermera que lo atendía le alcanzó a Scout. Ella le dijo que cuando lo encontraron, se estaba aferrando a su mascota. Luego llegó la policía y le quitaron a Scout, porque dijeron que residuos del azúcar que estuvo comiendo quedaron sobre el juguete.
Perdió a su único amigo. La policía se lo llevó y nunca se lo devolvieron. En ese momento su corazón se partió en mil pedazos y decidió que haría lo que fuera para recuperarlo. Incluso arrojarse de la cama, arrancarse la vía y la aguja que tenía en el brazo, perseguir al policía por el pasillo y encajarle un mordisco en la pierna.
No se arrepentía de nada. Lo volvería a hacer una y mil veces. Mordió al policía y este lo llamó crack baby, pero no le importó para nada. Pero ahora que lo analizaba con más detenimiento, esa tenía que ser la razón por la que Santa no le daba ningún regalo.
Todo eso quedó en el pasado, es lo que Maggie siempre decía. Cuando por fin dejaron que Maggie lo viera, ella le prometió que todo estaría bien y que conseguirían un nuevo Scout.
Patrick le dijo que no quería otro, que quería a su mascota y la recuperaría así tuviera que morder a todo el cuerpo de policía de la ciudad. Al final Maggie pudo convencerlo de que desistiera, pero nunca pudo comprarle otro Scout.
Por eso era tan importante llevar su carta al buzón de Santa. Tenía un sólo pedido. Quería a Scout, quería que Santa le devuelva a su mejor amigo de toda la vida.
La bulla en la calle disminuía, se hacía muy tarde y Maggie no regresaba. ¿Y si salía a buscarla? No, ya la había metido en problemas por salir a la calle tan de noche. Alguien lo vio deambular en sus pijamas y llamó a la policía. No iba a darle más problemas a su mamá. Santa estaba mirando y tenía que ser bueno.
La noche anterior cayó tanta nieve que resultaba difícil caminar en la acera. Al despertar Patrick se topó con dos sorpresas. La primera: Maggie estaba dormida a su lado. No la escuchó llegar, tampoco la sintió recostarse. Sonrió al verla profundamente dormida, todavía con la ropa con la que salió puesta. Intentó cubrirla con una frazada para que no tuviera frio.
Hizo su mejor esfuerzo para no hacer ruido y despertarla. Maggie trabajaba mucho y siempre estaba cansada.
La segunda de las sorpresas fue descubrir la calle vestida de blanco. Le dio una mirada a la ventana y la ciudad parecía desierta. Tal vez durmió demasiado y el bus escolar lo había dejado. A prisa se vistió y salió del cuartito, con las botas en las manos.
Llegó a la vereda y se quedó un momento mirando la calle en medio del silencio frío y gris. Al dar el primer paso, la nieve lo recibió hundiéndolo hasta sus pantorrillas. Patrick suspiró hondo y acomodó su mochila escolar sobre su espalda. Tendría que llegar a la escuela por sus propios medios. El desayuno lo esperaba y su estómago rugía de hambre.
La escuela quedaba a varios bloques de distancia. Pocos autos pasaban a su lado en lenta cadencia, para no resbalar sobre la nieve. Las botas que llevaba, las obtuvo de la escuela, la chaqueta y el gorro también. No alcanzó a recibir guantes y ahora se arrepentía de no haber llegado antes a la repartición de ropa. Escondió sus manos dentro de sus bolsillos, eliminando así la tentación de lanzarles bolas de nieve a los autos que pasaban.
Quedaba un bloque de distancia y no había el tráfico de siempre. Ni un solo bus, ni gente alrededor. Esa era una mala señal. A Patrick se le formó un mohín en el rostro y algunas lágrimas amenazaron con escapársele.
Cruzó la calle desierta, resbalando al llegar a la vereda. La nieve lo acogió como una almohada fría. Desolado, se arrastró como pudo hasta llegar a las puertas.
—No, no, no, no. —Fue un quejido rabioso que reventó contra las puertas cerradas—. ¡Abran! ¡Tienen que abrir! ¡Abran!
Al ver que nadie atendería su pedido buscó otra puerta que tocar. Para ese momento lágrimas calientes rodaban por sus mejillas quemadas por el frío.
—¡Abran! ¡Quiero mi desayuno! ¡Tengo mucha hambre! ¡Tienen que abrir! ¿Qué voy a comer? ¿Quieren que coma nieve? Abran la escuela, abran la puerta.
Un sollozo fue su queja final. Nadie abriría. El edifico estaba tan vacío como su estómago. Vencido, pero no derrotado, pensó en buscar algún modo de escabullirse dentro. Alguna ventana, algún agujero, lo que fuera.
Patrick se secó el rostro con la manga de su chaqueta y le dio una vuelta al edificio. El estómago le dolía y su cabeza decidió imitarlo.
Tendría que volver a casa. Le pediría perdón a Maggie, pero tendría que comerse el panecillo que le guardó. Lo partirían en dos. Su mamá también necesitaba comer algo.
El camino de regreso no fue tan terrible. La gente empezó a aparecer en la calle, armadas de palas para la nieve. Pasó por una tienda de barrio, donde vendían comida. El olor lo hizo entrar sin ponerse a pensar en las consecuencias.
Dos personas esperaban en línea sus pedidos. Unos hermosos emparedados de desayuno, con huevos, queso derretido y jamón. El olor era tan envolvente que Patrick no pudo resistir. Se acercó al mostrador, en medio de los dos sujetos que esperaban y se empinó para aspirar el delicioso perfume.
—¿Vas a querer algo? —preguntó el cocinero agachándose un poco para verlo mejor.
Por un momento pensó en salir corriendo. No tenía dinero para pagar, pero si mucha hambre y nada que hacer durante el resto del día.
—Sí —respondió tajante, captando la atención de los demás presentes.
—¿Qué vas a querer, niño? No me hagas perder el tiempo.
—Un trabajo. La escuela está cerrada y necesito dinero para comprarme comida.
Fue una respuesta sincera y acorde a sus necesidades. Ese tipo seguro entendería.
Una carcajada fue lo que obtuvo como respuesta. Patrick se sonrojó entero y las lágrimas amenazaron con escapar de nuevo. ¿Qué quería que le dijera?
—La escuela está cerrada, sí. Pero un trabajo, ¿ah? Si estás muy chico. No tengo un trabajo para ti, ni siquiera llegas al mostrador.
—Entonces me subo en un maldito banco. Además, puedo trabajar muy bien, como soy chico puedo limpiar espacios pequeños. Debajo de los mostradores...
Las risas no cesaron, pero se convirtieron en halagos. Los comensales celebraron su respuesta. Uno de ellos hasta le palmeó la espalda. Patrick se contrajo contra el mostrador algo sobresaltado.
—Así se habla muchacho. Enséñale quien manda al Boris. Mira que tan chico y buscándose la vida. Otros a tu edad ni saben limpiarse el culo y andan sentados todo el día delante del televisor.
—Yo me sé limpiar el culi —replicó Patrick—. ¿Me das trabajo entonces?
Otra ristra de risas acompañó su respuesta. El cocinero se rascó un brazo, ajeno a la diversión de sus comensales.
—Oye Boris, dale a este chico lo que pida. Se lo ha ganado.— El que le palmeó la espalda sacó un billete del bolsillo y lo puso sobre el mostrador—. Sigue así hijo, con ese espíritu trabajador vas a llegar lejos. Que tengan buen día caballeros.
Fue el turno de Patrick de sonreír. Sus ojos ambarinos brillaron de emoción al ver el billete tan a su alcance. Agradeció entre dientes, sin quitarle la mirada al dinero que el cocinero se apresuró a tomar. Oyó que mascullaba algo en otro idioma, para luego prestarle atención de nuevo.
—Entonces, ¿qué vas a querer mocoso?
—Dos de esos que estas preparando ahì, viejo. Y date prisa que ando con hambre.
La habitación donde vivía quedaba en un piso muy arriba de un edificio que parecía abandonado. Cuando emprendieron una nueva vida, luego que Maggie dejara a su novio, fue el único lugar que ella pudo conseguir.
No tenían dinero. Maggie pudo rescatar algo de ropa del departamento que compartió con su exnovio. Tampoco tenía un auto, así que tuvieron que vivir un tiempo en la calle. Pero eso era historia, ahora tenían un techo sobre sus cabezas y un árbol de navidad en la ventana.
Maggie seguía durmiendo para cuando regresó a su lado con la comida dentro de su mochila escolar, para mantenerla caliente.
Patrick regresó algo ofuscado. Quiso que el tal Boris le diera un café para su mamá y una leche para él, pero sólo consiguió los emparedados. ¿Ahora qué bebería Maggie? Se descalzó con cuidado y entró con los zapatos en la mano, para no enlodar la habitación.
Ella debía estar muy cansada, porque a pesar de que hizo bulla, no se movió de su sitio. Patrick sonrió sentándose en el suelo. Sacó los emparedados y decidió que bebería algo de agua para acompañarlos.
En la casa del exnovio, había una refrigeradora, la cual no podía tocar, porque cuando nadie veía, la saqueaba entera. Maggie compraba algo de leche, a veces jugo de naranja para que tomara mezclado con agua. También tenían un televisor donde de vez en cuando podía ver caricaturas.
No quería aceptar que extrañaba tener una refrigeradora, un televisor, una cama donde recostarse a dormir. A Scout para hacerle compañía y ese carrito de control remoto, que aun sin baterías, lograba entretenerle.
Era lo mejor. Su mamá no necesitaba a ese perdedor que lanzaba cosas y llamaba por nombres horribles. Solos los dos estarían muy bien. Ya tenía siete años y pronto sería un adulto. Se haría cargo de Maggie apenas consiguiera un trabajo. Ella no tendría que marcharse a la calle y regresar tan tarde para poder pagar la renta de ese cuarto.
Iba por buen camino, le trajo comida a su mamá. Ella no necesitaba a nadie más. Él la cuidaría. Patrick dejó la comida sobre el suelo y se recostó a su lado. Maggie se movió apenas. Olía a licor y seguro por eso dormía tanto. Porque cuando tomaba un poco màs de la cuenta, se pasaba el día durmiendo.
Le acarició el cabello y la dejó descansar. Regresó a sitio en el suelo, cerca de la calefacción donde dejó el emparedado de su mamá, para mantenerlo caliente. Patrick sacó de su mochila un periódico que tomó de donde obtuvo la comida.
Para entretenerse solía recoger diarios de las bodegas y los hojeaba de cabo a rabo. Si bien no acababa de entender varias palabras, no le importaba demasiado el contenido de lo que leía. Necesitaba un modo de distraer su mente y un diario siempre era su mejor aliado. El tiempo pasaba más rápido mientras leía las notas policiales. La soledad era menos pesada cuando pasaba sus ojos sobre las columnas de espectáculos.
Recostado contra la pared y dándole de mordiscos a su desayuno, encontró una nota acerca de vacacionar en islas tropicales. Justo lo que necesitaba, algo que lo sacara del frío invierno y lo llevara a pensar en el calor de una playa.
Una playa tropical, llena de palmeras, pensó mirando la foto de un atardecer en colores rojos y naranjas. Le gustaba el océano, nació cerca a uno y en sus primeros años vivió cerca a la playa. Al menos eso pensaba. Maggie hablaba poco de esos tiempos. Fueron muy duros para ella, porque cuando quedó embarazada su familia la echó de su casa.
Fue entonces cuando se dio cuenta de dos cosas. La primera era que todavía no había enviado su carta a Santa. La tenía lista, la hizo en la escuela, la decoró con calcomanías que le obsequió la maestra de arte.
Querido Santa:
Vamos al grano. Me he portado bien todo el año. Si quieres que siga así sólo quiero pedirte que me traigas a Scout de vuelta. Nada más.
Espero que estés bien de salud y si tienes galletas de sobra, me puedes dejar algunas para mi mamá y para mí.
Con cariño
P.J.
La segunda realización fue que estaba siendo egoísta. Le pedía a Santa solo unas galletas sobrantes para Maggie. Sólo eso. Nada más. Para Maggie, para una madre que se esforzaba tanto por él, para ponerle un techo sobre su cabeza. No podía ser tan mal hijo, pensó arrepintiéndose de no haber pensado en ella cuando escribió su pedido.
—Menos mal todavía hay tiempo— murmuró.
Sin perder un momento más, tomó un lápiz y agregó, dónde no cabía un pequeño pedido extra. Sonriente, porque lo escribió solito, sin ayuda de nadie, dobló el papel y con cuidado lo puso en el sobre que le dio la maestra de clase. Antes de cerrarlo, recortó con mucho cuidado la foto del atardecer en la playa y lo añadió al resto de la misiva.
Contento con su trabajo levantó la mirada y se dio con la sorpresa de ver a Maggie despierta. Ella se veía confundida. A veces le pasaba que despertaba y no sabía donde se encontraba. Le tomaba un momento darse cuenta.
Debía tener cuidado de no hacer ruido. Ella podía tener dolor de cabeza. Patrick se quedó muy quieto esperando que ella reaccione. Maggie sólo lo miraba como tratando de recordar su rostro. A veces le tomaba tiempo hacerlo. A veces tenía que dejarla sola para que pudiera hacerlo.
Patrick se puso de pie a prisa. Tomó el sobre y lo guardó dentro de su pecho. Atrapó su chaqueta con una mano, se puso el emparedado en la boca y salió corriendo, tomando sus zapatos en el camino.
Apenas cerró la puerta escuchó algo que la golpeaba tras él. Acabó de vestirse fuera de la habitación. Estuvo cerca, pensó sentado en el suelo mientras se ponía los zapatos.
—Otra vez esa borracha te dejó afuera —sentenció una vecina pasando a su lado sin detenerse—. Hay gente que ni debería reproducirse.
Patrick dejó de escucharla y se alejó por la escalera, con el pan en la boca impidiéndole responder como quería. Por lo menos tenía su carta consigo. Volvería luego, cuando Maggie se hubiera despertado y se le pasara el dolor de cabeza.
Ella trabajaba demasiado y tenía que descansar. Cuando comiera algo y durmiera bien, iba a estar mejor.
Las tiendas por departamento reventaban de gente. Quedaban pocos días para navidad y los compradores abarrotaban las escaleras eléctricas, los pasillos, las cafeterías, las áreas de juegos. Patrick se hartó de jugar y jugar casi toda la mañana. Era hora de almorzar, porque el patio de comidas también empezó a llenarse de comensales.
Su estomago traicionero hacía ruidos anunciando que la tregua terminó. Tenía hambre de nuevo. Tal vez si se acercaba a las mesas, algo podía caerse. Sería rápido en atrapar la comida. Optó por darse una vuelta por las tiendas, para distraerse un poco.
Tenía una misión que cumplir. Dejar su carta para Santa en el buzón, pero no sabía donde encontrarlo. El centro comercial era enorme y siguiendo su recorrido, encontró lo que buscaba.
Una larga fila de niños ataviados con sus mejores trajes y sus padres esperando a su lado. Patrick se acercó a la cola y descubrió que Santa en persona estaba ahí, a su alcance, sentado en un sillón entrevistándose con cada niño.
Sonrió lleno de alegría. Sacó la carta algo arrugada y trató de plancharla lo mejor que podía. Se formó en la fila, desentonando con el resto de los presentes. Esperaría todo el día si era necesario. No tenía más que hacer si no entregarle su carta en persona. Tenía que asegurarse que la leyera. Que este año no se olvidara de él.
Le diría a Santa que entendía su ausencia de años pasados. Cambió de dirección muchas veces y no se portó del todo bien, pero eso quedó en el pasado. Pensó. Ahora todo era distinto. No tenía que mentirle a nadie acerca del dinero que a veces llevaba en los bolsillos, porque ya no le sacaba billetes al exnovio de su mamá. Tampoco dar excusas falsas de porque faltaba tanto a la escuela.
Ahora que Maggie y él vivían solos, estaban a salvo.
La fila avanzaba con lentitud y entre la gente que aguardaba su turno, pudo ver a una de sus compañeras de clase. No quiso saludarla, ni siquiera mirarla mucho. Prefería que nadie lo viera esperando la última hora para dejar su carta. Aunque se aburría esperando, era mejor quedarse escondido en la cola.
Una chica vestida de elfo de Santa se acercó a la fila, muy sonriente. Repartió bastones de dulces para todos los niños y les dijo a los padres que tuvieran listo su recibo.
Patrick no entendió a lo que se refería y prefirió comerse su bastón de dulce sin preocuparse. Cuando llegó su turno, la misma chica casi lo hace entrar con la familia que esperaba antes que él.
—¿No vienen juntos?
La familia negó y lo dejaron en la fila.
—Vengo solo—replicó Patrick sin prestarle atención a su pregunta. Santa estaba tan cerca que casi podía tocarlo.
No se sentaría en sus piernas como los otros niños, sólo le daría su carta. ¿Para eso esperó tanto? Los demás niños se tomaban fotos y hablaban con Santa. Pero no era lo que quería.
—¿Vienes solo? ¿Dónde están tus padres? —interrogó la muchacha extrañada.
—Vengo solo para darle mi carta a Santa —respondió Patrick con cierto fastidio.
—¿Te mandaron solito? ¿Te dieron dinero para la foto?
¿De qué estaba hablando? ¿Dinero? ¿Tenía que pagar para hablar con Santa? Fue el turno de Patrick de mirarla extrañado.
La otra familia ya iba a terminar y sería su turno. No le tomaría mucho tiempo. Apenas un hola, acá está mi carta, léela toda, no te olvides de mí y adiós.
Patrick se adelantó y se la tendió la mano, pero Santa se quedó pasmado ante la situación. La chica lo alcanzó y tomó de un brazo para alejarlo. Lo hizo con cuidado, porque había gente mirando.
—Lo siento, es mejor que vayas por tus padres. Diles que vengan contigo para que puedas tomarte una foto. ¿Ok? Lo siento, en serio. Vuelve con tus padres y te tomas la foto.
Patrick no la escuchaba. Solo miraba a Santa quien se quedó con su carta en la mano como sin saber que hacer con esta.
La muchacha se siguió disculpando hasta apartarlo del puesto de fotos. Patrick no alcanzó a ver el destino de su carta.
Estaba captando demasiada atención y había una compañera de clase entre la gente. Tendría que confiar en que Santa leería su carta. Era un pedido simple, pero ambicioso.
El encuentro con Santa fue uno afortunado. Maggie consiguió comida para la cena. Tuvieron que pedirle prestado el microondas a una vecina y comieron juntos frente al árbol de papel. Patrick la llenó de besos y se dejó mimar por su mamá. Hasta que ella tuvo que alistarse para salir a trabajar.
La vio tomar su cartera, ponerse su chaqueta abrigadora y ceñirse unas botas que no eran apropiadas para caminar en la nieve. Patrick dejó que partiera y se dirigió al baño. Tomó una ducha tibia y se puso la pijama.
No tenía sueño. En momentos como esos extrañaba la televisión. Algo de ruido para ahogar la bulla que se desató en la calle. Recostado en su cama, se hizo un ovillo. No conseguiría conciliar el sueño ni calentarse ni un poco.
Atraído por el griterío Patrick se acercó a la ventana. Las peleas callejeras eran constantes. Sin embargo, su corazón dio un vuelco al reconocer una figura familiar entre quienes protagonizaban la gresca.
—¡Maggie!
Gritó para si mismo entrando en pánico. Alguien lastimaba a su mamá y no iba a permitirlo. Buscó a prisa algo con que salir a defenderla, pero al no encontrar nada fue a defenderla sin pensarlo más.
Con el pijama puesto, descalzo y merced del frío, Patrick se lanzó por las escaleras hasta la calle donde provenía el ruido. Corrió hacia donde su mamá se liaba a golpes con un tipo que la tenía arrinconada contra el chasis de un auto estacionado.
Patrick atacó por la espalda, sin que nadie alcanzara a detenerlo. Uno de los vecinos lo sacó de la pelea antes que saliera lastimado. Maggie notó su presencia y le gritó que regresara al cuarto. Pero Patrick no la oía. Iracundo y fuera de sí peleó por soltarse e ir en su ayuda.
Las luces de un patrullero aparecieron a un lado de la calle y las sirenas ocuparon el ambiente. Los vecinos llamaron a la policía. Patrick supo que la buena suerte se le terminó de golpe. Una ambulancia también apareció. Los oficiales separaron a Maggie y a quien la estaba agrediendo a viva fuerza.
Patrick alcanzó a Maggie antes que la metieran al auto de policía. Se abrazó a una de sus piernas para que no se la llevaran. Otro oficial que llegó a la escena tomó al niño de la cintura y con más cuidado que la misma Maggie, lo separó de ella.
La noche terminó peor de como empezó. En la delegación le dieron una frazada para que se proteja del frio. Dormitó sentado en la oficina del comisario, en espera de que lleguen servicios sociales a recogerlo. De todas las preguntas que le hicieron, no respondió a ninguna. Ni siquiera les dio su nombre. Se mantuvo en silencio porque quedarse callado era lo mejor que podía hacer. Dejaría que Maggie hablara por él.
Después de todo, fue su culpa que ella se metiera en problemas. Nadie tenía que decírselo. Él lo sabía. Maggie fue a trabajar para darle techo y comida. Si no hubiera salido, nada de eso hubiera pasado. Ahora seguro la enviarían a la cárcel y a él a un hogar sustituto. No vería nunca más a su mamá.
Patrick decidió que no iba a llorar. Tendría que esperar y ver el modo de volver a Maggie. Llorando no iba a conseguir nada, murmuró a solas.
Una oficial entró a buscarlo y otra mujer venía con ella. La policía le dijo a la asistenta social lo sucedido. Odiaba cuando hablaban de él como si no estuviera presente. Finalmente se puso de pie y avanzó en silencio hacia la puerta. Quería salir de ese lugar y ya conocía el camino.
Para llegar al auto de la asistenta social tenía que atravesar el estacionamiento cubierto de hielo y nieve. Ella no perdió el tiempo y lo tomó en sus brazos sin hacer mucho esfuerzo. Patrick no protestó, sino que, al sentir el contacto del cuerpo cálido de esa mujer, sintió ganas de llorar.
Era muy liviano y no parecía de su edad, comentó la asistenta. Patrick decidió ignorarla aun cuando ella lo depositó en un asiento para niños pequeños. Cuando le ajustó las correas se aseguró que estuvieran tirantes, pero no tanto como para lastimarlo. Suzie lo cubrió con la manta que le dio la policía y hasta le acarició el cabello.
Tenía tantas preguntas. ¿A dónde lo llevarían? ¿Cuándo volvería a ver a Maggie? La incertidumbre lo iba a volver loco. No podía hablar, no iba a meter a Maggie en màs problemas contándole su vida a una completa extraña.
Suzie, así dijo que se llamaba, encendió el auto y puso música suave en la radio. Abandonaron la estación de policía y Patrick sintió que se ahogaría en sus lágrimas. Maggie estaba dentro. Suprimió un sollozo mordiéndose una mano.
—Te llevaré a comer algo primero. Debes estar hambriento. Pero antes tenemos que pasar por tu ropa. No puedes andar en pijamas y sin zapatos.
Patrick decidió dejar de escucharla. Cerró los ojos para pensar que ella no existía. En la radio el locutor anunció que era víspera de navidad y ya no pudo contener más el llanto. Se cubrió el rostro con ambas manos y Suzie tuvo que parar a un lado de la calle para revisar su estado.
Inconsolable, Patrick no podía más con el sentimiento de culpa. Dejó que Suzie le secara el rostro con pañuelos de papel. Bebió un poco de agua de una botella de plástico y tosió hasta perder el aliento.
Retomaron el viaje y Suzie compró comida en el camino. Una vez regresaron al edificio, Patrick supo lo que tendría que hacer. Recoger algo de su ropa y partir hacia un hogar de acogida. Al bajar del auto, Suzie lo tomó en brazos y dejó sobre la entrada.
No tenía hambre. No quería nada. En la habitación que compartía con Maggie las luces quedaron prendidas. Sus zapatos en el camino, su chaqueta roja sobre el colchón, esperando a ser usada. El árbol de navidad seguía pegado con un curita en el vidrio lo llenó de tristeza. ¿A dónde lo enviarían en esta ocasión? No vería más a su maestra de arte ni a la que le ayudó a escribir su carta a Santa.
¿Cómo haría Santa para entregarle su regalo esa noche, si ya no estaba en ese cuarto?
Patrick ingresó primero que Suzie y recogió la ropa de Maggie. La metió toda dentro de la bolsa de basura que era su equipaje. No había mucho por recolectar así que terminó pronto. Su propia ropa no era demasiada, acabó más rápido todavía. Tomó su mochila y se la puso en la espalda.
Suzie lo observó en silencio. No era ajena a la tristeza de ese niño silencioso. Lo vio apilar todas sus pertenecías y meterlas en una bolsa de basura que anudó con maña.
—No tenemos prisa—anunció porque era cierto—come algo primero.
La realidad era que, a vísperas de navidad, le fue imposible encontrar un hogar sustituto para un niño tan pequeño. El único lugar donde podrían acogerlo quedaba a hora y media de viaje. Sería un hogar provisional hasta que se decidiera la suerte de la madre del niño. Lo viera por donde lo viera, era demasiado trajín para ambos. Así que hizo que Patrick se acomodara sobre el colchón en el suelo y le dio la comida.
Suzie se disculpó un momento y salió de la habitación, para hacer una llamada dijo. Patrick la dejó partir sin prestarle atención. Sus ojos quedaron en el árbol de navidad y en el panecillo de arándano que envolvió con papel periódico. Lo dejó al lado de la calefacción, justo debajo del árbol. Tenía planes de dárselo a Maggie esa noche, antes que ella se fuera a trabajar.
Hasta le hizo un dibujo.
Todo le salió mal. Lo único que quería era pasar la navidad con su mamá, darle su regalo y esperar que Santa cumpliera su deseo. Tachó su pedido egoísta en la carta que le envió y pidió que Maggie no tuviera que trabajar tanto. Si no que pudieran irse ambos a pasar unas vacaciones a una isla como la de la foto.
Nieve y arena. No importaba que Maggie se fuera solita. Ella trabajaba mucho. Era una madre tan buena. Merecía un descanso de todos los problemas que tenía cuidándolo. No importaba que él se quedara en la nieve. Sólo quería que Maggie pasara un buen momento jugando en la arena de una playa paradisiaca.
Las ganas de llorar lo alcanzaron cuando intentó dar el primer bocado. No pudo comer nada. Sólo quería recostarse en la cama, hacerse un ovillo y esperar que Maggie regresara a calmar sus pesadillas. Era su único deseo, uno egoísta. Ya no quería a Scout, tampoco quería ir a la playa con su mamá. No le importaba quedarse en esa ciudad llena de nieve. Lo único que quería era a su mamá de vuelta.
Pudo oír los pasos de Suzie acercarse y hasta la sintió acuclillándose a su lado. No quiso moverse. Tal vez ella pensaría que estaba muerto y lo dejaría en paz.
—¿No tienes ganas de comer? Está bien. Tal vez quisieras dormir un rato—murmuró Suzie mirándolo con tristeza—. ¡Oh, un árbol de navidad! ¡Está muy lindo!
Con esas palabras consiguió que Patrick levantara el rostro. Sollozó un poco más y se acomodó sobre el colchón. Sí quería dormir un rato para deshacerse del cansancio que pesaba sobre sus hombros.
Tal vez de tanto llorar se durmió y ni se dio cuenta cuando. Pero al despertar de su siesta, Patrick se llevó una gran sorpresa.
Le tomó un momento darse cuenta donde estaba. Era la habitación donde dormía con su mamá. En la ventana su arbolito de navidad se iluminaba con las luces de la calle.
¿Durmió tanto que ya se hizo de noche? Pensó. La asistenta social no estaba por ningún lado. ¿Fue un sueño? Entonces seguía soñando porque sobre su cuerpo una manta lo mantenía calientito. Patrick se frotó los ojos. Recién notaba que bajo el árbol había un regalo para él.
Temeroso de moverse y despertarse de tan extraño sueño, Patrick optó por quedarse en su sitio. La comida que no ingirió, tampoco estaba donde recordaba haberla dejado.
Las luces estaban apagadas y apenas podía ver gracias a las de los autos. Escuchó ruido fuera de la habitación y se escondió bajo las mantas. La puerta se abrió despacio y alguien ingresó con cuidado de no despertarlo.
Patrick se contrajo dentro de su escondite. El sueño terminó y era momento de enfrentar la realidad.
—¿Pj? ¿Ya despertaste bebé?
La voz de Maggie lo hizo saltar en su sitio. Abandonó su escondite tan rápido que tropezó y cayó en brazos de su mamá.
—P.J, bebé. —Maggie lo acunó como cuando era más pequeñito—. Ya no llores, todo está bien. Mamá está aquí. Todo va a estar bien.
Sus palabras tenían un efecto extraño en él. Por un lado lo llenaban de felicidad, pero no podía dejar de llorar de angustia. Maggie le acariciaba el cabello y la frente, lo llenaba de besos, pero no era suficiente. Patrick se enroscaba ansioso en los brazos de su mamá, porque necesitaba más que su cariño.
Necesitaba que sus palabras fueran una realidad. Quería decírselo, cuanto miedo tuvo al estar solo, cuanto temía que los separaran de nuevo, cuan culpable se sabía. Por fin gritarle cuanto la quería. Pero las palabras no salían de su boca, solo sollozos de un niño aferrándose a su madre, aterrado de que sí la soltaba, ella desaparecería.
Fue una lucha entre ambos. Maggie tratando de consolarlo y Patrick llorando sin control. Luego de varios minutos consiguió que Patrick dejara de ahogarse en su propio llanto.
—¿Quieres saber qué pasó? ¿Por qué me dejaron volver? Pues por ti, mi bebé. Les dije que no tienes a nadie y que no quería dejarte solito en navidad. Además, yo no hice nada malo. A mi me atacaron en la calle.
Patrick sonrío secándose el rostro con ambas mangas.
—No tenían nada en mi contra. Estoy limpia, no tengo nada... malo conmigo. Así que no tuvieron de otra que dejarme ir, cariño. Y mira... te traje un regalo. ¿Quieres abrirlo?
Solo pudo asentir. En ese momento era inmensamente feliz. Gateó hacia el paquete envuelto y tomó el que guardó para Maggie. Hicieron un intercambio de regalos y Patrick casi se pone a llorar de la alegría.
—No es lo que esperabas, lo siento mucho. Pero este puede ser Scout 2. ¿Te parece? Es un perrito también y necesita un hogar—ella tomó el peluche y lo hizo hablar—. ¿Me darías un hogar? No tengo familia y hace frío afuera.
Patrick asintió y abrazó con mucha fuerza el regalo que su mamá le hizo. Lo cuidaría con su vida, pensó. Scout 2 y su mamá eran toda su familia. Algún día podrían encontrar a su hermano mayor, ese niño que Maggie decía que quería recuperar.
Serían una familia feliz. Claro que sí, se lo iba a prometer a su mamá cuando pudiera hablar de nuevo.
—Entonces mi querido PJ bebé. ¿Qué te parece si vamos a cenar al albergue ese que queda allá por el parque? Seguro tienen algo muy rico y de repente hasta regalos para los niños buenos.
Ante tal noticia Patrick pensó que explotaría de felicidad. Abrazó a su mamá y Scout 2. Se vistió pronto y arrastró a su mamá fuera de la habitación.
En la calle la temperatura descendía a cada paso que daban, pero no le importaba. De la mano de su mamá, podía soportar los inviernos más fríos y los veranos más calientes.
Porque estaban juntos. Eran una familia y eso era lo único importante.
Sentado sobre el sofá, abrió los ojos y regresó a la realidad. Dejó que los recuerdos se diluyeran entre la música suave y el calor del ambiente.
Patrick sonrió al sentir la piel tibia de Noel bajo su palma. No tenía idea de cuando se le durmió y si es que escuchó su relato completo. No importaba.
Acarició la frente de su hermano, como Maggie lo hacía. Cuando lo acunaba y dejaba que pusiera su cabeza sobre su regazo. Con la yema de sus dedos repasó las cejas pobladas de Noel y se rindió a la tentación. Descendió despacio por el tabique nasal hasta recorrer los labios de su hermano mayor.
Noel abrió los ojos sobresaltado. Odiaba esa expresión de terror que veía en su hermano, aunque durara apenas segundos.
—¡Oye, soy yo, Noel! Soy P.J, tranquilo. Todo está bien. Te quedaste dormido para variar.
—¿P.J?
—Sí, pero tú me puedes seguir llamando Pat. P.J era como Maggie me llamaba. Es por mi segundo nombre. Si no te vuelves a dormir te enteras de cual es.
Ahí iba de nuevo a dormirse. Noel cerró los ojos y se acomodó sobre su regazo. Esta vez se puso de lado y hasta lo vio sonreír un poco antes de acurrucarse contra su cuerpo.
—Mi segundo nombre es Jace —murmuró casi seguro de que Noel no alcanzó a oírlo.
Debajo del árbol de navidad, uno real, grande y decorado con muchas luces y ornamentos, dejó un regalo especial. Le compró a su hermano un libro, uno que tanto le gustaba.
En la etiqueta escribió con su mejor caligrafía:
Para Noel.
De: P.J.
Hacía tiempo no se llamaba a sí mismo de ese modo. Desde que Maggie ya no estaba. Pensar en ella era una combinación agridulce. Sensaciones distintas, sentimientos opuestos, algo así como la nieve y la arena.
Recordar los momentos que pasaron juntos le traían una profunda alegría, así como una gran tristeza. Pat le dio una mirada a la ventana escarchada. El próxima año iría a pasar la navidad en una playa cálida, entre palmeras y cocos. Lo tenía decidido, llevaría a Noel consigo. Ya tenía cierto dinero ahorrado para pagar el viaje.
Maggie sería feliz de saber lo lejos que llegó, a pesar de que ella ya no estaba a su lado. Encontró a Noel y ahora tenía una familia de nuevo. Lo que ella quería para él, lo logró sin que ella estuviera presente.
—Nieve y arena—murmuró para sí mismo a sabiendas que Noel se paseaba por el mundo de los sueños —¿Sabes Noel? No podemos tenerlo todo en la vida, pero por lo menos yo tengo todo lo que necesito a mi lado.
Gracias a todos por leer. Espero que tengan lindas fiestas, un año nuevo maravilloso y que todo sea felicidad para todos lo que lean estas líneas.
Escribí esta historia con mucho amor. Confieso que hasta me puse a llorar en algunas partes. Quería darles la versión de Patrick de mi novela Cachorros y Amos. Es un personaje al que le tengo mucho cariño. Gracias a todos los que leen y siguen mi novela Cachorros y amos.
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Gracias de nuevo y felicidades.
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