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Concierto de ruiseñores


Antes de que empiecen a leer les tengo que contar dos cositas:

Decidí escribir una historia usando a dos personajes muy queridos de una de mis novelas, Rapsodia entre el cielo y el infierno. Si les provoca darle una mirada, les dejo el enlace en comentarios.

El tìtulo se lo debo a mi papá. Él soltó ese título para una historia que estaba pensando: Concierto de ruiseñores programado para esta semana. Así que su idea inspiró esta pequeña historia.

Espero la disfruten, felices fiestas para todos.




El frío calaba y aunque recién comenzaba el invierno, Anelka lo sentía en sus huesos.

El dolor en sus manos, no evitaba que sostuviera con fuerza un papel donde invitaban a la comunidad a un recital en el Parque Central.

Concierto de ruiseñores programado para esta semana.

La oportunidad de llevar a su pequeño pupilo consigo, primero a misa y luego al recital. A su dushen'ka le caería bien asistir al recital y de paso una cena caliente.

Era víspera de Navidad y la anciana tenía todo planeado. Salvo el dolor en sus rodillas, todo iba saliendo de maravilla.

Tenía preparada una muda de ropa para su nieto postizo. Desde calcetines, que ese niño no usaba, hasta mitones de colores. Todo listo y dispuesto para ser usado por el inquilino de la puerta del lado.

Desde temprano se dedicó a la labor de espiar. Esperaba que la madre del niño se mandara mudar de una buena vez, como hacía siempre.

Podía saber si la mujer esa aún no se marchaba, porque del otro lado de la pared, escuchaba llanto del niño y gritos desaforados. Anelka rezaba todas las oraciones que se sabía, pidiéndole a Dios paciencia, mucha paciencia para aguardar el momento y poder ir a rescatar a su dushen'ka.

No pedía fuerza, porque cruzaría esa puerta, arrancándola de su marco y acabaría con esa mujer a la que no se permitía odiar. Pero June, la madre del niño del lado, hacía tantos méritos.

Por fin, June lanzó un portazo y se fue por el pasillo oscuro del edificio. Anelka acariciaba la idea de empujarla escaleras abajo y si la caída no la... No, no podía pensar en esas cosas. Se persignó contrita y esperó un par de minutos.

Abrió la puerta de su departamento y se asomó a la escalera. Tenía que asegurarse de que June se haya ido, bien ida, pensó. Otro par de minutos pasaron y ya segura de sus movimientos, prosiguió con el plan.

Llegó a la puerta de sus vecinos y a través de la madera, podía escuchar a su querido niño. Con el corazón haciéndosele añicos le pidió que abra la puerta. Dominick intentó hacerlo, pero quedó claro que tenía llave.

Anelka hizo uso de uno de sus recursos más escondidos. Jamás confesaría a quien tuvo que chantajear para conseguir una copia de la llave. Esperaba que todavía sirviera, porque a June intentaban desalojarla cada fin de mes y siempre conseguía evitarlo de algún modo. Le cambiaron la cerradura un par de veces, pero para su fortuna, la llave que tenía abrió la puerta.

El departamento no tenía calefacción y la temperatura ahí dentro era muy escasa. Sus rodillas protestaron, sin embargo, Anelka se acuclilló como pudo. Abrió los brazos y recibió a su amado niño quien se lanzó sobre ella.

—Calma, calma...—intentaba contener las lágrimas, pero esas son contagiosas.—Ven conmigo, vamos.

Dominick no la soltaba. Tuvo que hacer un esfuerzo superior a su reumatismo y levantarse con el niño en brazos.

A prisa como fugitivos, a escondidas del mundo, Anelka se llevó a su dushen'ka a su propio departamento; cálido y limpio.

Dejó que el pequeño llorara en sus brazos hasta que recobró cierto calor. No necesitaba la razón por la cual lloraba, escuchó todo desde su departamento mientras sucedía.

Dushen'ka tengo algo para ti. Es muy especial, pero antes vamos a que te asees un poco.

Dominick se limpió el rostro con la manga de la camiseta sucia como el resto de sus prendas. El cabello del niño estaba pegoteado y olía mal. Anelka fue a preparar la tina y el pequeño la siguió, asustado de quedarse solo.

Buscaba abrazarla, apegarse a ella por todos los medios. Anelka tuvo que maniobrar su pobre cuerpo reumático para prepararle el baño.

Tuvo que desvestir al niño y meterlo al agua tibia. Dominick siguió llorando al verla partir; Anelka tuvo que quedarse con él y bañarlo.

Solo la dejó alejarse, para que pusiera algo de música. Una vez regresó a su lado, sus silencios decían todo lo que ellos no podían.

Dominick casi no hablaba y a sus seis años, quizá siete, no se le entendía. Anelka tenía que hacer un esfuerzo para descifrar lo que intentaba decirle.

Consiguió aflojarle los nudos del cabello, luego de mucho champú y peinarlo con cuidado. Una vez Dushenk'a estuvo bañadito, lo envolvió en una toalla. Le mostró la ropa limpia sobre la cama y Dominick no supo que hacer con esta.

—Para ti, póntela que afuera hace frío.

Anelka consiguió una mirada confundida que encontró adorable. Tuvo que ayudarle a vestirse y cuando por fin lo tenía listo, lo abrazó con fuerza.

Le tenía comida preparada, porque sospechaba lo hambriento que estaba. Dominick devoró lo que le puso en el plato, mientras Anelka le secaba el cabello con una toalla.

Tenían tiempo aún para gastar viendo algunas caricaturas en la televisión. Era un especial navideño y Dominick se durmió en su regazo. Luego de la comida, el baño y estar calientito, se rindió al cansancio.

Al cabo de un par de horas, Anelka no tuvo que despertarlo, Dominick lo hizo por su cuenta. Así que lo llamó a su lado y le puso una chaqueta gruesa. Luego lo envolvió en una bufanda, le colocó el gorro y los guantes. Hasta le consiguió unas botitas de nieve que sospechaba serían de su talla.

Suspiró al verlo tan bien vestidito y le tomó la mano.

—¿Estás listo?

Dominick asintió perdido dentro de la chaqueta, el gorro y la bufanda. No sabía para qué, pero tampoco importaba demasiado.




Anelka apuró el paso. Cruzaron la calle junto con otros peatones, mientras sujetaba con fuerza la mano de su dushen'ka.

El niño marchaba en silencio. Era tan dócil y callado, que cualquiera olvidaría que estaba presente. No hizo pregunta alguna acerca de dónde irían; parecía distraído mirando la calle y sus decoraciones.

En la puerta de la Iglesia, les dieron la bienvenida. Anelka sonrió cuando halagaron a su nieto, al cual apenas se le veía la punta de la nariz y los ojos.

—Necesito que te mantengas en silencio y le prestes atención a la música. Cuando termine la misa, iremos a un concierto y luego a cenar.

Dominick asintió sin prestarle demasiada atención y se dedicó a mirar el interior del edificio. Nunca vio algo similar, amplio y lleno de bancas. Pasillos largos, luces de velas, gente sentada mirando a una pared decorada con estatuas y una especie de mesa en el centro.

Anelka habló de ir a comer, así que se preguntó que servirían. En eso estaba cuando de pronto la anciana se detuvo. Otra mujer la abordó y la saludó con un efusivo abrazo. Dominick dejó que le acaricie el rostro y ambas mujeres empezaron a conversar en otro idioma.

A Dominick la conversación no le interesaba así que de un ligero tirón se soltó de la mano de Anelka. Iría a investigar el lugar. Divisó un piano junto a esa pared de estatuas y quería verlo de cerca.

—¡No te alejes mucho!—le encomendó la anciana y Dominick no le respondió.

Encontró algo interesante en las paredes de los costados. Las estatuas, pinturas y velas encendidas.

Gente iba llegando y se acomodaban en las largas hileras de asientos. Algunos se acercaban a esas imágenes de yeso y se las quedaban contemplando.

A Dominick le llamó la atención una que tenía animales dentro de una casita. Se preguntó si alguien estaba jugando con esas estatuas y si podía pedir un turno. Solo que no sabía a quién; Anelka lo llamó con un susurro y tuvo que regresar a su lado.

—¿Estabas mirando el Nacimiento? ¿Dushen'ka te gustó lo que viste?

El niño asintió sin quitarle los ojos a las estatuas. Le llamó mucho la atención la que tenía los animales.

—Esa es la Natividad, es la razón por la que se celebra la Navidad. Es el nacimiento de Dios. ¿Ves a esa mujer al lado del pesebre? Es la virgen María y San José está a su lado esperando la llegada de Jesús.

Anelka le señaló aquellas estatuas rodeadas de velas, de luces y de una casita hecha de madera.

—El bebé no está puesto en el pesebre porque todavía no nace.

Dominick quedó todavía más confundido que antes. ¿Un bebé? Si lo dejaban en ese lugar iba a llorar mucho, de repente si no hacían ruido se dormía. Pensando en ello y sentado al lado de la anciana, se acurrucó a su lado sintiendo la modorra invadiéndolo.

El burrito se veía muy lindo y le provocaba abrazarlo un rato. Anelka quizá lo notó y rodeó con el brazo. Dominick se lo agradeció, pero antes que pudiera acomodarse bien, tuvieron que levantarse.

Así transcurrió el tiempo, entre pararse, sentarse y volverte a parar. Después arrodillarse sobre unas tablas mullidas y esperar que Anelka haga cola para recibir algo que parecía una galletita.

Con cierta tristeza, Dominick descubrió que Anelka no iba a compartir su galleta, aquella que uno de esos señores de traje le daban a todos los de la fila. No tenía hambre, solo se le antojaba probarla para ver a qué sabía.

Espero tranquilamente que el coro terminara de hacer lo suyo. La música fue lo mejor de toda esa extraña cena donde sirvieron galletitas.

A la salida, Anelka se detuvo para saludar a otros ancianos como ella. Pero el que estuvo sirviendo la mesa los esperaba en la puerta. Al verlo se agachó a su altura y le acarició la cabeza.

—S Rozhdestvom!—le dijo y Dominick solo lo miró sin saber que decir.

Tal vez por eso no le invitó galleta alguna, porque no hablaban el mismo idioma.

Tal vez si Anelka no se quedaba conversando con toda esa gente, no tendrían que correr para no llegar tarde.

—Ya va a empezar, por lo menos alcanzaremos lo último de la primera pieza.—decía mientras cruzaban la pista con más prisa de la que sus piernas les permitían.

Al llegar al Parque Central, a Dominick le pareció que llegaron a un bosque encantado, en medio del tráfico de la ciudad. En el camino se les unió una multitud de peatones que parecían dirigirse al mismo lugar.

No sabía leer, pero pudo reconocer un pentagrama y notas musicales en un letrero enorme. Cuando se señaló a Anelka, está detuvo la marcha.

—Hacía allá nos dirigimos. ¿Quieres sabe qué es lo que dice? —Anelka señaló con el conjunto de letras frente a sus ojos.—«Concierto de Ruiseñores, un programa de Navidad para toda la familia.» La orquesta filarmónica estará presente, será algo muy digno de escuchar, dushen'ka.

Dominick la miró confundido aún prestándole más atención al pentagrama que a lo que ella decía.

—¿Qqq... qqqq....qqqq?—enfadándose consigo mismo, Dominick tomó aire e intentó terminar su pregunta. Si pudiera leer podía apuntar con el dedo las palabras que no entendía.—¿Qu... ssss...rrrr...ssss...rrr?

Ya incluso se olvidó de cómo sonaba la palabra que no entendía. Anelka medio que entendió su pregunta deshecha e intentó ayudarlo.

—¿Qué es... concierto? ¿No? ¿Qué es ruiseñor? ¿Eso es? Ruiseñor es un ave, un pajarito que canta muy bien. Por eso esta gente del coro se hace llamar ruiseñores y...

El Niño ya no la escuchaba, algo más captó su atención: la música que ya sonaba.

—No perdamos más el tiempo. Si tenemos suerte encontramos un lugar donde sentarnos.

La anciana emprendió la marcha, arrastrando a su querido nieto postizo por la calle helada. El tumulto les indicó el camino y la música les decía que no tardaran.

Sin embargo, Dominick tenía otros planes. Sí quería ver esos pájaros cantores, pero también de cerca todas esas luces que decoraban el parque central.

Nunca salía a ningún lado y ver tanta ciudad de un solo tirón era demasiado tentador para perdérselo. De la mano de Anelka, llegó al lugar del concierto. Tuvieron suerte, en seguida la anciana se apoderó de una silla en una esquina. Dominick se acomodó sobre sus piernas.

La gente se seguía congregando, las luces y la música, todo era algo que nunca vio. No podía perdérselo. Se levantó escapando de los brazos de la anciana.

—¿A dónde vas? Si nos movemos perdemos el sitio.

Dominick le señaló las imágenes llenas de  luces que quedaban a pocos pasos de la entrada al concierto. Santa, un hombre de nieve, los renos...

—No, regresa aquí. Te puedes perder.

No se movió de su sitio, pero tampoco le hizo caso a la anciana. Solo quería mirar un ratito todas esas decoraciones que el resto de gente disfrutaba. Vio a varios tomándose fotos con los renos iluminados y la imagen de Santa.

Señaló con sus dedos enguantados el lugar a dónde quería ir y hasta le gruñó a la anciana. Tendría que ser firme si quería ver de cerca todos esos adornos.

—Iremos después, concierto primero.

Dominick nunca protestaba, porque no servía de nada hacerlo. En casa su mamá no solo ignoraba sus demandas, si no que hacía que se arrepintiera por atreverse a desafiarla. Pero las luces...

—¡Nnnn nnnooo... lu...lu...lu...sss...luz mmm mero!

A Anelka el rostro se le arrugó. Dominick no podía estar seguro si estaba en problemas o si debería correr a esconderse. Se quedó en su lugar, intentando mantener su posición, a pesar de estar en medio del camino. Un par de jóvenes pasaron a su lado y una de ellas le acarició la cabeza.

Ahora no solo estorbaba, si no que la gente encontraba adorable que estuviera parado en medio del paso, apuntando con un dedo.

—¡Iremos luego, ahora ven aquí!—insistió Anelka y el tono neutro de su voz lo asustó de verdad.

La anciana no gritaba, tampoco intentaba perseguirlo o lanzarle cosas. Dominick se rindió ante la tercera persona que le acariciaba la cabeza. Regresó donde su «abuela» y por ser tan buen niño, otra anciana le dio un bastón de caramelo.

—Santa te está mirando.—le dijo aquella anciana desconocida y Dominick giró a hacia los lados.—Recuerda que le trae regalos a los niños buenos.

Dominick seguía sin divisarlo. A los pocos minutos se rindió, sería imposible encontrar a Santa en medio de ese gentío. Para su buena fortuna, Anelka entendía su inquietud.

—Cuando termine el concierto iremos a ver a San Nicolas.

No, a ese no quería conocer, a Santa sí. Dominick iba a quejarse a su modo, pero de pronto la música inundó el ambiente. El público se quedó en silencio, el espectáculo empezaba.

Siendo tan pequeñito no alcanzaba a ver nada. Por más que estiraba el cuello, no lo conseguía. Anelka le dijo que no necesitaba ver, si no apreciarlo con sus oídos. Lo intentó, de verdad que sí, pero era demasiada la tentación.

Quería ver a los pájaros cantores de cerca. Se bajó de las piernas de Anelka y avanzó en busca de un lugar donde ver.

La anciana lo llamó y pronto dejó de escucharla. La música era demasiado fuerte y Dominick interesado en ver más de cerca a esa gente en el escenario. ¿Dónde estarían los pájaros?

Sin pensarlo más, se acercó al lugar donde provenía toda esa música. En el centro se ubicaban en hilera, varias personas vestidas todas iguales. Sus voces iban acompañadas de la hermosa melodía de los instrumentos musicales ubicados a un lado del escenario. Toda esa gente cantando y tocando era muy agradable de ver, pero seguía sin ubicar a aquellas aves cantoras.

Tal vez tendría que esperar a que aparecieran. Pensándolo bien, si él fuera un pajarito, iría derechito hacia las luces.

Y sin más miramientos, para allá se fue.

Las decoraciones de luces no le llamaron tanto la atención.  Sí, eran muy bonitas, pero un ave volando entre los arboles atrapó su atención. Tal vez era una de esos pajaritos; por fin los vería.

A pesar de la penumbra, su curiosidad era mucho mayor al miedo a la oscuridad. Dominick avanzó sobre el pasto congelado, hasta que se dio cuenta que no tenía idea de donde se encontraba.

Quiso volver sobre sus pasos, pero nunca estuvo tan lejos de casa y no sabía el camino de regreso. ¿Qué iba a hacer? Anelka seguro se marchaba sin él. ¿Cómo volvería al edificio? De repente tendría que quedarse a vivir en ese lugar, sobre la nieve, entre los árboles.

Los pájaros cantores ya no le interesaban como antes.

Caminó un poco más y encontró una acera. Se quedó de pie sin saber para a dónde dirigirse. Una pareja caminaba de la mano y al notar su presencia, se le quedaron mirando.

—¿Qué haces solo acá? ¿Dónde está tu mamá?

Dominick retrocedió asustado, no sabía cómo contestar a esa pregunta. Porque era una muy buena. No tenía idea de donde podría estar, ella nunca le decía a dónde iba.

—No te asustes. Creo que está  perdido. Voy a llamar a la policía para que contacten a tus padres.

No, no a June. Ella se iba a enojar mucho si lo encontraba fuera del departamento. Dominick se dio media vuelta y empezó a correr seguido por la pareja. El hombre estuvo a punto de alcanzarlo, pero resbaló con el hielo del pavimento. La mujer le dio alcance a su pareja y le gritó que no se marche.

El niño no le hizo caso y apuró el paso entre los árboles, internándose más en el bosque.


Anelka sentía que se moriría. La temperatura seguía bajando y la muchedumbre disminuía. En su desesperación por encontrar al niño, se acercó a un policía, pensando en lo que le diría. Dominick no era su nieto, no tenía permiso de su madre para sacarlo de casa y a esas horas. Intentó seguirlo cuando se alejó en pleno concierto, pero no pudo alcanzarlo. Se le perdió entre los demás espectadores y la bulla.

Temblando de nervios y remordimiento, tiró de la chaqueta del oficial que le daba la espalda. Tenía que hacerlo, sola no podría encontrarlo.

—Mi nieto, se ha perdido—exclamó con un hilo de voz que se terminó quebrando al terminar la oración.

El oficial dejó el sobresalto, la taza de café y giró hacia la compungida anciana. Tomó los datos del niño y en seguida avisó a sus compañeros, por radio, si alguien vio a Dominick. La respuesta fue negativa, así que pidió a las unidades que empiecen la búsqueda.

La anciana se alejó unos pasos. No podía perder el tiempo, tenía que encontrarlo. ¿Dónde podría estar? Le dio varias vueltas a las decoraciones, preguntando si alguien lo vio, sin conseguir nada. Llamó a Dominick con todas sus fuerzas, pero su voz se perdía entre la bulla.

El concierto aún no terminaba y Anelka contemplaba la idea de subirse al escenario a pedir ayuda para encontrar a Dominick.

—¿Han visto a mi nieto? Como de esta altura, lleva un gorro rojo, pantalones azules, chaqueta roja, bufanda y guantes... ojos color avellana...

Más negativas, nadie lo vio. Arrepentida de traerlo consigo, Anelka daba vueltas por el parque como alma en pena.

Todo por su afán de llevar a ese niño consigo a escuchar música clásica. Tuvo lo mejor intención del mundo de albergarlo en casa, darle calor, una cena decente. Sólo deseaba darle un  poco de felicidad a ese pobre niño y pasaba esto. Su dushen'ka, su Dominick perdido en aquel enorme parque; seguro muy asustado.

—Seguro alguien se lo llevó.—murmuraba Anelka empezando a perder la cordura. Un niño tan pequeño sería presa fácil de algún indeseable, malviviente, monstruo desgraciado... —¡Ahora que hago! ¿Dónde lo busco?

Regresó sobre sus pasos y encontró al oficial de  antes hablando por radio. Era mejor confesarle la verdad.

—Mi nieto no habla,—bueno, la verdad a medias.—Tiene problemas para comunicarse, tartamudea mucho y si lo llaman no va a responder. Es muy tímido y debe estar muy asustado.

El oficial pasó la información recibida a sus compañeros y como respuesta le llegó algo que le devolvió a Anelka las ganas de continuar viviendo.

—Una pareja lo vio del lado este del parque. Hay una unidad rastreándolo en estos momentos. Pronto encontraremos a su nieto.

La anciana retuvo lágrimas que amenazaron por volcarse de sus ojos como avalanchas de tristeza. Se serenó como pudo y exigió que le indicaran la dirección hacia dónde vieron a su querido Dominick.

—Va a estar muy asustado, lo más probable es que huya, porque no los conoce. No sale mucho de casa, no conoce la calle.

Quizá hablaba de más, pero los nervios le ganaban la partida. Dominick tenía que estar bien, a salvo y en sus brazos. La radio del oficial les avisó que lo perdieron de vista, que cruzó la calle en medio del tráfico. Anelka sintió que el corazón se le destrozaba dentro del pecho.  El policía tuvo que ayudarla a subir a la patrulla e intentó animarla.

Activaron la alerta Amber, los datos de Dominick serían enviados a las delegaciones de todo el precinto. El oficial hablaba por radio y Anelka se volcó a la ventana. Si lograba divisarlo, saltaría del auto en movimiento sin pensarlo.

Ese niño estaba aterrado, por eso corría de la policía. Es muy pequeño, le decía al oficial, apenas tiene siete, no puede hablar bien, no sabe leer todavía. Debe tener frío, debe estar muy hambriento.

Elevó una plegaria al cielo, lo deseó desde el fondo de su corazón, que su Dushen'ka estuviera a salvo. Le pidió a su ángel de la guarda que se fuera corriendo a velar por Dominick. Que lo mantuviera fuera de peligro, hasta que lo encontraran. Porque lo iba a encontrar así tuviera que recorrer el parque entero ella sola y a pie.

La radio de nuevo y el corazón de Anelka no resistiría otra mala noticia. Una persona reportó a un niño perdido hacía unos minutos y coincidía con la descripción que tenían. El oficial le dijo que no se preocupara, que la llevarían a la delegación para que pudiera recogerlo.

—Déjenme ir por él—pidió Anelka aferrándose a la puerta del patrullero. La delegación sería un problema, tendría que explicar muchas cosas. Empezando por el hecho que no era su abuela y no tenía permiso de la madre.

Diría la verdad, que lo acogió en su casa porque June, la madre del niño, era negligente y abusiva. Que revisaran todos los reportes que ella hizo a servicios sociales y que nadie le prestaba atención cuando ella denunciaba.  Una vez se supiera todo, iba a perder a su  dushen'ka . Sería lo mejor para ese niño. Lo sacarían de ese lugar horrible donde vivía con esa mujer que no se acercaba ni a la noción más burda de lo que es una madre.

Sería lo mejor, aunque no volviera a ver a su amado Dominick.

—Vamos para allá, díganle a Dominick que su abuela va por él.—el oficial seguía en comunicación con la otra patrulla.

—El menor dice que su nombre es Carter.—respondieron del otro lado de la línea.— Confirmado, el nombre es Carter, no Dominick. 

El oficial de policía quedó tan desconcertado como Anelka en su asiento. Intentó de nuevo verificar la información, el nombre, las características físicas, la edad del niño. No era Dominick el niño que llevaban a la delegación.

Anelka no podía más con la angustia. Aprovechó que el auto se detuvo y se bajó a toda prisa. Buscaría por su cuenta, así le tomara el resto de su vida hacerlo.


Dominick hizo un buen trabajo escondiéndose de esas personas que lo persiguieron. Los perdió de vista pronto y supo que no lo seguirían. Ahora que era libre de toda persecución, tendría que pensar en algo importante.

Lo tenía decidido: viviría en el bosque. No le quedaba otro remedio, porque si regresaba a casa y su mamá supiera que salió, le iba a ir muy mal.

Si se quedaba en ese bosque, Anelka podía visitarlo cuando quisiera. Viviría en algún árbol, como lo hacen los pájaros.

Lo malo era el frío que no lo dejaba dormir. Tenía sueño y hambre, demasiado cansado para seguir caminando. La música lo llevó de regreso al lugar de donde partió. Sintió un gran alivio, porque empezaba a sentirse solo. La gente empezaba a marcharse, no podía dejar que lo vieran. Regresaría a la penumbra, a buscar un lugar donde recostarse. Hasta encontrar a Anelka. Tendría que avisarle de sus planes, porque no pensaba regresar con su mamá. June estaría mejor sin él, de todos modos.

Dominick arrugó los labios sintiéndolos a punto de quebrársele por el frio. Tal parecía que la buena suerte dejaba de sonreírle. Las decoraciones de luces estaban apagadas. Todas, salvo una.

Una que pasó sin mirar demasiado, aunque no por ello le llamó menos la atención. Era una de esas, ¿cómo les decía Anelka? Esas que tenían un burrito, una vaquita y una estrella en la casita. Una de esas. Más grande de la que vio en esa Iglesia. En el centro había un bebé de yeso, como el resto de los presentes. La estrella era más grande y encendida. Lo más bonito del asunto era el piso cubierto de paja, como si fuera un establo.

Dominick no perdió el tiempo y se acomodó lo mejor que pudo en su nuevo hogar. Tenía luz y un techo sobre su cabeza. La paja picaba un poco, pero por lo menos podía recostarse sobre algo suave. Además sentía menos frío, aunque seguro era su imaginación.

Su nuevo hogar, en medio de un parque. Quiso sonreír pensando en que quizá sería feliz en ese lugar, pero  ¿Se podría quedar? ¿Tendría que pagarle renta a alguien? No tenía dinero y June siempre se quejaba de que era una carga. Por lo menos su mamá por fin iba a ser feliz por no tener que verlo más.

Era lo mejor, porque no podía volver con June. Ella le gritó que si no se callaba lo iba a matar. Lo más seguro era que lo hiciera, porque parecía que eso intentaba. Le ordenó que se fuera a dormir y lo arrastró hacia su habitación. Dominick no quería quedarse solo a oscuras. Tenía miedo y June se enojó mucho; se enojaría más cuando viera que salió. Pero si no lo encontraba, no le iba a poder hacer nada.

Cuando escuchó a Anelka en la puerta, supo que estaría bien. No tendría que quedarse solo y ella le daría comida, también. No sólo lo alimentó, si no que le dio ropa para usar y estar abrigadito.

Era tan afortunado.

La música que sonaba a lo lejos empezaba a arrullarlo. No consiguió ver a esos pájaros que Anelka dijo que cantarían. Una lástima, porque le gustaba mucho escuchar... mú...sssi...ca. Y se estaba quedando dormido sin darse cuenta.


El oficial de policía desistió por fin. La fue siguiendo para convencerla que se detenga. Dijo que regresara a la patrulla, que buscarían juntos. Anelka no le prestó atención. Dushen'ka la necesitaba, no podía esperar a que la policía lo encuentre.

Era su culpa, su egoísmo fue el causante de toda la desgracia. Se podrían haber quedado en su departamento, no era necesario llevaloo a ver el espectáculo que ella consideró sería apropiado para educarle el oído. Dominick no necesitaba escuchar conciertos o asistir a eventos similares. Lo que de verdad le urgía era un hogar donde lo cuidaran.

Quedaba claro que ella no sería capaz de tal tarea, si apenas lo sacaba de casa se le perdía en la noche. Sería mejor que cuando apareciera, se descubriera todo el embrollo. Que servicios sociales se lleven a su querido niño y que tuviera la oportunidad de ser feliz. Ya no importaba si lejos de ella.

Elevó una plegaria al cielo, pidiendo con el corazón en la mano que su dushenka apareciera.

—Aunque no lo vuelva a ver, con tal que esté a salvo, con tal que sea feliz...

Intentaba no llorar, tenía que mantenerse serena para seguir buscando entre los árboles, aunque sus rodillas estallaran de dolor. Caminaría la ciudad entera, buscando en cada rincón, cada resquicio. Con tal que aparezca... Murmuraba Anelka, haría lo que sea con tal que esté a salvo.

Sin darse cuenta regresó hacia el lugar donde perdió a su nieto. Quizá Domick volvió a buscarla. El concierto terminaba y la gente abandonaba el recinto.

—Estoy buscando a mi nieto, tiene siete años, es así de chiquito. Viste una chaqueta roja y gorro. Tiene los ojos color...

Tuvo que detenerse. El llanto la venció por fin. La gente la miraba y a ella solo le importaba una cosa, encontrar a su nieto.

—¡Dushen'ka!—llamaba casi para si misma.—¡Dushen'ka!

Seguro la multitud pensaba que era una anciana desequilibrada; poco le importaba. Continuó llamando a su nieto del único modo que Dominick respondería. Sabría que era ella, la que lo llamaba cariño en su lengua natal.

Alguien se le acercó, le preguntó si necesitaba que la llevaran a casa. Pensaba que era una indigente. Dijo que no, que buscaba a su nieto, que si no la ayudaba a buscar que la dejara en paz. Anelka se alejó del gentío.

—Dushen'ka.—con la voz que le quedaba insistía en llamarlo.

Hasta que divisó una natividad encendida, la única luz entre la oscuridad en la que se encontraba inmersa. Anelka quiso correr como una niña a los brazos de su madre, a llorar por haber perdido a su querido niño.

Llegó como pudo, casi arrastrando sus pobres pies cansados, ante el portal iluminado con una estrella. Quiso persignarse, pero no le quedaban fuerzas para hacerlo. Juntó las manos para orar como cuando a solas, escuchaba a través de las paredes, el llanto de Dominick.

—Por favor, que este a salvo. —murmuraba desconsolada. —Si tan solo puediera verlo una vez más... Mi pequeño, mi dushen'ka.

Anelka sintió el sonido de algo moviéndose entre la paja regada sobre el suelo del nacimiento. Tal vez era un gato que buscaba calor acurrucándose entre las estatuas. No, era algo más grande emergiendo desde detrás del pesebre.

Anelka contuvo un grito de sorpresa, pero al de felicidad lo dejó escapar. Reconoció el gorro que le compró y los zapatos abrigadores que le puso antes de salir. Dushen'ka volteó algo confundido y muy adormilado. Le tomó un momento darse cuenta de donde se hallaban y estiró los brazos hacia la anciana.

Ni sus rodillas doloridas, ni el cansancio en sus huesos la detuvieron. Se sintió como una niña corriendo hacia lo que más amaba. Tomó a Dominick en los brazos sin preocuparse por que alguien los viera a ambos invadiendo establo ajeno y  en plena Nochebuena.

No necesitaban hablar para entenderse bien. Dominick recostaba su rostro contra el pecho de la anciana y ella lo abrazaba con fuerza. El miedo de perderse mutuamente, lo compartían también. Pero no querían pensar en ello; era la noche previa a Navidad y por lo menos Anelka acababa de recibir como regalo, lo que más quería.




La cena, tal como dijo Anelka, sería el final de su itinerario. Luego de reponerse del susto, les vino bien comida caliente.

Una de las amigas de la anciana los invitó a cenar y cuando llegaron a la mesa, Dominick casi pierde el aliento. No acostumbraba a ver tanta comida en un solo espacio.

Todo olía delicioso, así que Anelka le preparó un plato que surtió con una variedad de carne de cerdo, hongos, ensalada de papas que llamaban Olivier, pescado, repollo y panes rellenos. Dominick sentía que iba a reventar de tanto comer y comer.

Los nietos de la anfitriona lo invitaron a jugar con ellos, pero Dominick era demasiado tímido. Aceptó ante la insistencia de Anelka y no negaría que pasó un buen rato. Los niños le convidaron dulces y con ello terminaron de conquistarlo.

Cerca de las diez de la noche, Anelka decidió que era momento de marcharse. Uno de los presentes se ofreció a llevarlos en su auto, para que no pasaran frío. Por fortuna, la anciana aceptó y Dominick se quedó dormido casi al instante.

Iba soñando su vida en el bosque, rodeado de aves que se detenían en los postes de luz. Parecían notas musicales. Tal vez esos eran los pájaros que Anelka dijo que verían.

En pleno sueño sentía que se moría de envidia. Esos pájaros pueden hacer música con sus voces y él casi no podía hablar. Deseaba tanto poder hacer música él mismo. Sacarla de su mente donde por ratos la escuchaba.

Quería quedarse a vivir sus ensoñaciones, donde era feliz paseando con Anelka por el parque. No tenía frío, ni hambre, ni ganas de descansar. Solo escuchar música todo el día.

Cuando lo despertaron, sintió ganas de llorar. No quería que el sueño terminara. Tampoco que amanezca y tener que volver a su realidad.

La puerta del edificio donde vivía le dio la mala noticia. Todo fue un sueño. Anelka a su lado le preguntó si se sentía bien, el señor que los llevó tuvo la misma inquietud. Dominick no contesto y prefirió ocultarse en el regazo de la anciana.

—No te pongas triste, Dushen'ka, tengo algo para ti allá en casa.

Dominick se tragó sus propias lágrimas. No quería volver a su casa, quería gritar y arrojarse al suelo con tal de evitarlo. No, no podía hacerle eso a la anciana. Bastante tuvo con desaparecer y asustarla.

Desolado y con el recuerdo fresco de su sueño, encontró en el bolsillo de su chaqueta unos chocolates. ¡Leonid, Yelena, Galina y el pequeño Grigori se los llenaron de dulces, para el viaje!

¡No lo soñó! Estuvo jugando con todos esos niños. Dominick sonrió para si mismo. Hundido en la chalina que llevaba se dejó conducir hasta el departamento de Anelka. Incluso al pasar delante de su propia puerta, no sintió ganas de llorar otra vez.

La anciana lo dejó entrar primero y lo llevó a su habitación.

—Vaya nochecita, Dushen'ka. Este cuerpo viejo ya no está para estos trotes.

Dominick la abrazó todavía envuelto en la felicidad del viaje, la música, la cena, los nuevos amigos y la salida.

—Es Navidad y creo que si alguien merece un regalo ese eres tú, mi Dushen'ka.

Anelka abrió su ropero y le pidió que cierre los ojos. Dominick lo hizo.

—No tuve tiempo para envolverlo, pero es para ti. Quisiera darte algo mejor, pero es lo que puedo.

Dominick abrió los ojos y como nunca antes se quedó sin habla. Frente a sus ojos desvelados apareció el violín de Anelka.

—Pp..pp..rrr...mmm...mi...uuu...

De la sorpresa su voz sonó a maullido, pero Anelka pareció entenderle.

—Es Para ti, Dushen'ka, para que nunca te olvides de esta noche y de esta anciana que te adora.

Anelka recibió otro abrazo más fuerte que el anterior. Dominick balbuceó algo que le sonó a eso nunca pasará, nunca te olvidaré.

La anciana sonrió y dejó al pequeño examinando el regalo. Iría por sus medicinas para el dolor y una taza de leche para Dushen'ka.

Era tarde y hora de irse a dormir. Anelka podía estar segura de dos cosas, esa noche de Navidad. De que sin merecerlo tenía el regalo que siempre deseó a su lado. Y que pasara lo que pasara, fuera a donde fuera, siempre estaría al lado de su amado niño, de un modo u otro; por lo menos en espíritu.



☃️🎄🎅🏻

Gracias a todos por leer. Perdonen por el regalo atrasado. Los quiero mucho. Feliz Navidad y que el año que viene sea mucho mejor para todos.

* душенька (dushen'ka): querido.

** с Рождеством (SRozhdestvom!): Feliz Navidad.

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