SUN-JIN (순-친)
Último día del servicio militar obligatorio. Han pasado poco más de dos años desde que abandoné mi hogar y me embarqué en esta aventura. Es gracioso: mientras me quedaba dormido con un bolígrafo en la mano cuando estudiaba en la preparatoria, soñaba que hubiera algún cambio que me permitiese tener una experiencia similar a cualquier joven de diecinueve años de otros países, que se me permitiese tomarme un año sabático antes de iniciar una carrera universitaria o lo que fuera que yo decidiera hacer con mi vida y no como en efecto sucedió, que justo un mes después de mi graduación ya me estaba preparando para servir a mi país.
Y ahora aquí estoy: con veintiún años, dejando por completo mi juventud atrás para sumergirme de lleno en el mundo adulto.
Y, justo recién es que me doy cuenta que voy a extrañar demasiado todo lo que viví mientras me preparaba para defender a mi país ante cualquier amenaza que lanzará nuestro vecino norteño.
Por eso fue que le pedí a mi madre que no fuera a buscarme en la estación del tren como si hicieron mis amigos, después de todo, ella no tenía porque entender la sensación de desarraigo que siento en este momento.
Mientras recorro las pocas cuadras que separan la casa de mi familia de la parada del autobús, me doy cuenta que, aunque al parecer nada del mundo exterior ha cambiado, yo sí que lo he hecho. Y es lo mejor que he podido hacer, después de todo, para enfrentar lo que me queda de vida debo enterrar para siempre al joven impulsivo y soñador y acompañar en cambio al hombre serio y responsable.
Y eso, cómo no podía ser de otra manera, incluye estudiar negocios en la Universidad de Seúl, conocer a una mujer agradable durante el transcurso de la carrera para posteriormente casarme con ella en cuanto nos graduemos.
Lo que no esperaba era que mi madre había decidido sin querer saltarse un par de puntos que había trazado en mi camino.
Cuando llegué a casa, me encontré con una escena inesperada: una enorme fiesta de bienvenida se desplegó frente a mis ojos, con lo que parecía toneladas de comida y bebida de diferentes grados etílicos, con un montón de gente que no conocía de nada o con las que había perdido todo tipo de conexión, música que nunca había escuchado lo que indicaba que eran canciones que se pusieron de moda mientras estaba en el ejército, en fin, un conjunto de cosas que, si bien mi yo de diecinueve años hubiera recibido con inmensa emoción, mi yo de ese entonces solo lo podía recibir con una enorme aprehensión, ¿Qué se le había metido en la cabeza a mi madre cuando decidió hacer esta celebración en medio de la recesión económica que estaba viviendo el país?
—¿Acaso no piensas saludar a tu madre, jovencito? —cuestionó mi madre tras golpearme ligeramente el brazo donde llevo mi equipaje para sacarme del estupor y traerme de vuelta al mundo real.
—¿Acaso enloqueciste, madre? —contraataqué— ¡Exijo que le pidas a toda está gente que se marche!
En ese momento todo sonido se detuvo, incluso se podía escuchar como cada uno de los invitados dejó de respirar por unos instantes.
—¿Me... Me gritaste? —inquirió mi madre, dolor tiñendo su voz.
En ese momento me di cuenta que había pasado el límite. Cuando me hicieron la última revisión médica antes de salir del servicio me fue informado que tenía serios problemas con el control de la ira, y todo parece indicar que he reaccionado de la peor manera posible con el ser humano más preciado que alguna vez tendré.
—Lo lamento, madre —dije mientras hacía una reverencia, estaba totalmente avergonzado de mi comportamiento—. No debí gritarte, después de todo, este es tu hogar, ¿Quién soy yo para cuestionar tus decisiones?, Por favor, discúlpame, discúlpenme todos —expresé mientras observaba a los invitados—. Supongo que tantas horas de viaje han trastocado mi carácter, de verdad, lo lamento.
—Está bien, hijo, tranquilo —dijo mi madre mientras tomaba mi rostro entre sus manos para hacer que la mirase a esos ojos tan parecidos a los míos.
Enfundé entonces a mi madre en un apretado abrazo. A decir verdad, la única razón por la que no me quise quedar más tiempo dentro del ejército es la intensa conexión que ella y yo tenemos, conexión que no hizo más que crecer posterior al fallecimiento de mi padre cuando yo tenía quince años.
—Ven, Yoongi-ah, tengo que presentarte a alguien.
Mi madre me tomó de la mano y me guió hacia el interior de la casa. Caminaba con pasos rápidos pero a la vez lleno de decisión. Siempre admiré la capacidad de mi progenitora para parecer ser la reina de cualquier lugar, con su presencia imponente pero amable al mismo tiempo.
—Hija, ven, hay alguien que quiere conocerte —dijo mi madre, llamando a la chica que estaba a cargo de la cocina.
—Yoongi, ella es Hook Sun-Jin, es hija de mi amiga Hook Mina, la amiga que te conté que me ayudó a escaparme de mi casa en Busan para venirme a vivir para acá con tu padre, Sun-Jin, querida, él es mi hijo Sun-Jin, ¿Viste que no exageraba cuando te decía que era el chico más guapo de su generación?
—¡Madre! —la reprendí con cariño al ver el rostro sonrojado de aquella joven—. Encantado de conocerte, Sun-Jin.
—Encantada de conocerte, también, Min Yoongi.
—Solo llámame, Yoongi, Sun-Jin, después de todo, si nuestras madres son mejores amigas, nosotros también podemos serlo, ¿No crees?
Ella me dedicó una sonrisa encantadora y ese fue el inicio de todo. En resumen, Sun-Jin se había mudado a la casa de mi madre pocos meses después de mi partida al ejército. Se había transferido desde la ciudad de Busan para poder ingresar posteriormente a la escuela de negocios de la universidad de Seúl y, al igual que yo, planeaba hacer su propia firma de asesoría financiera en cuanto se hubiera graduado. Ella fue quien ayudó a mi madre para la organización de esa fiesta de bienvenida y fue la encargada de preparar cada uno de los platillos que se servían ese día pues, aunque ella no lo quisiera admitir, cocinar era algo que le apasionaba.
A estas alturas, supongo que no es necesario decir que Sun-Jin y yo nos volvimos inseparables, al punto de mudarnos a vivir juntos en un pequeño departamento que compré con el dinero que había ganado cuando presté el servicio militar.
Para todo el mundo nosotros éramos una pareja ideal, vivíamos la vida que todos pensaban que era perfecta. Y, al menos para ella, todo estaba pintado de rosa. Sin embargo, para mí la vida solo era un constante y frío gris. No me malinterpreten, la quería, de verdad que la quería, pero siempre tuve una sensación de vacío que ni Sun-Jin con todo su cariño supo llenar.
Con el paso del tiempo logramos juntos todos nuestros sueños, nos graduamos con el primer y segundo mejor promedio de nuestra generación, formamos nuestra empresa de consultoría financiera y manejábamos una pequeña pero sólida cartera de clientes.
Casi un año después de nuestra graduación, Sun-Jin comenzó a sentirse enferma. En cuanto la doctora que la atendió nos dijo la primicia, ambos supimos que nuestra vida estaba a punto de cambiar: Sun-Jin tenía cinco semanas de embarazo y todo parecía indicar que era un embarazo gemelar.
Tuvimos entonces que adelantar todos nuestros planes y casarnos en una ceremonia sencilla, rodeada de un puñado de invitados entre familiares y amigos, con la promesa de hacer una ceremonia más grande en cuanto la crianza del fruto de nuestra relación nos diera un respiro.
Lastimosamente, esa fue una de las pocas promesas que no pudimos cumplir.
Con el paso de las semanas, la salud de Sun-Jin fue debilitándose poco a poco, al punto que tuvimos que planificar una cesárea de urgencia cuando ella llegó a los siete meses de gestación. La operación, aparentemente sencilla, se agravó en cuanto lograron sacar a mis hijas: el corazón de Sun-Jin dejó de latir, siendo ese el final más triste para la tierna mujer de veinticinco años nacida en Busan una lluviosa tarde de invierno.
Y aquí estoy yo, mirando a mis hijas luchar por su vida a través de la ventana de cuidados intensivos neo-natales. Solo pensar en lo difícil que sería la vida de Yoonji y Sunjae por tener que crecer sin una figura materna me hacía doler aún más mi corazón. No sólo mis hijas habían perdido a una madre que les adoraba aún sin haber visto su rostro sino que yo había perdido a mi mejor amiga , mi confidente y mi roca. Si mi vida antes era un frío gris ahora tambien se había teñido de un triste azul y no sé si alguna vez podrá tomar otros colores.
Primer capítulo publicado:)
Esta historia comenzó a formarse en mi cabeza durante el curso de mi cuarentena por haber dado positivo de COVID y que, gracias a la ayuda que sin saber BTS me dio para hacer este periodo de tiempo más llevadero, pues por ellos me comencé a interesar en la cultura y estilo de vida Coreano.
Espero les guste y me brinden su apoyo, nos leemos pronto,
자기가요
Nota de autora:
Para quienes vuelven a entrar a estar historia, les quiero informar que si, la he convertido en un fanfic de Yoongi, mi Bias de BTS, Para quienes recién la descubren, gracias por llegar, espero que les guste.
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