Fantasma (유령)
Las horas del viaje se me hicieron eternas, todavía no podía creer lo que estaba pasando: cuando aún no había aceptado mi verdad, mi padre siempre me amenazaba diciendo que me iba a enviar a estudiar a Corea y que después iba a hacer todo lo posible para que yo ingrese a prestar el servicio militar obligatorio de ese país "vamos a ver si siendo un soldado no vas a comportarte como un hombre". Fue por esa razón que nunca me propuse aprender el idioma ni apegarme a ninguna de las tradiciones Coreanas y sin embargo allí estaba yo, subida en un avión con rumbo a un país donde lo que soy es visto casi como un pecado o algo que no se puede aceptar.
Afortunadamente, mis rasgos siempre fueron bastante femeninos, e inclusive mi voz siempre fue muy aguda, así que, si yo no lo decía, era muy díficil que alguien se diera cuenta que yo nací con el género contrario al de mi apariencia e identidad legal.
Fue por esa razón que mi llegada al aeropuerto y mi viaje rumbo a la casa de mi Minki en Seúl sucedió sin ningún contratiempo.
Cuando llegué a casa de mi abuela, tuve que tomar varias respiraciones profundas antes de que me decidiera a tocar el timbre, consciente como estaba de que sería mi padre la primera persona que me daría la bienvenida.
—Buenas noches, ¿Qué desea?
Después de poco más de seis años allí estaba yo, de pie, con mi cara sin maquillaje y mi largo cabello negro recogido en una cola de caballo baja, frente al hombre que me había dado la vida.
—Uhm... Yo... Yo...
No hallaba que decir. La mirada inquisidora y persistente de ese hombre me borró de mi memoria todo lo que yo había planeado decir o hacer una vez quee viera envuelta en esta situación.
—¿Mariposa? Mi niña, ¿Eres tú?
La débil voz de mi abuela que estaba sentada en una silla de ruedas apareció justo detrás de mi padre.
Hice una reverencia a modo de saludo para mí padre y, sin mediar palabra con él, me adentré en la casa y envolví a mi abuela en un fuerte abrazo, todo aquello ante la incredulidad de Jung Jin West.
—¿Quién..? No... ¿Qué eres tú?
Mi padre salió de su estupor inicial y, como era de esperarse, no dudó ni un segundo en atacarme.
—Ella es mi nieta —dijo Mink, poniéndose delante de mí, poniéndose a si misma como un escudo por si mi padre decidía atacarme.
—¿Tu nieta, dices? —ladró mi padre, fundiendo mi corazón con su dura mirada—. Hasta donde yo sé, tú solo tuviste un hijo y ese hijo tuvo también un hijo único que murió hace más de seis años, por eso, te pregunto, ¿De qué nieta me estás hablando, madre?
No pude evitar que lágrimas anegaran mi rostro en un llanto silencioso.
—Hija, ven, debes estar cansada —dijo mi abuela dándole la espalda a mi padre y tomando mi mano, haciendo que la acompañe a su habitación.
—¡Esa cosa es menos que una persona para mí, Minki West! —gritó mi padre a mi abuela, llamándole por su apellido de casada, antes de marcharse de la casa, dando un portazo al salir.
No pude evitar quebrarme. Escuchar todas esas palabras hirientes no habían hecho más que revivir todos los fantasmas que me atacaron los primeros catorce años de mi vida. Saber que, cómo bien lo había dejado en claro yo había muerto para él y que me consideraba menos que una persona me ahogaba y me arrancaba mi voz y mi voluntad de luchar.
—Camille... Tranquila —dijo mi abuela, abrazándome por la cintura, haciendo que me incline para quedar a su altura.
—¿Por qué, Minki?, ¿Por qué me odia tanto?, ¿Acaso soy un fenómeno tan abominable?, ¿Soy un monstruo, verdad?
—Mariposa, cielo —comenzó mi abuela mientras me acariciaba el cabello—, aquí el único monstruo es el machismo y la homofobia de tu padre, nadie más, tú solo eres una hermosa y colorida mariposa que por fin vuela en libertad.
Las siguientes semanas fueron casi una tortura y, aunque mi abuela intentaba que no suceda, terminé por esconderme tras una gruesa cortina de silencio y oscuridad, donde, para el dolor de mi abuela y vergüenza para mí, solo el alcohol logró hacerme una silenciosa compañía, todo mientras la vida comenzó a abandonar la mirada de mi Minki.
Como si fuera una triste broma del destino, mi abuela dio su último suspiro justamente un día en que los árboles de cerezos volvieron a florecer en Seúl, tras una larga temporada sin hacerlo.
El día de su funeral llegó tan rápido como las olas de un tsunami y, aunque me había dado a la tarea de escribirle un pequeño discurso donde le agradecía todo lo que había hecho por mí, mi padre se opuso total y definitivamente a que yo asistiera a darle una última despedida a Mink.
—¿Y se puede saber para donde vas tú? —Jung Jin West me miraba de pies a cabeza con profundo asco y repulsión—. No esperas que te voy a permitir que manches la despedida de mi madre con tú presencia, ¿O si?
—Por favor, padre, déjeme despedirme de mi Minki, no leeré el discurso que había escrito sino quiere, pero, se lo ruego, déjeme estar con ella en este momento.
—Jung Jin, Cam tiene razón —para mi sorpresa, Sophia había decidido por primera vez en su vida brindarme su apoyo en esta situación—. Además, tienes que recordar que, cuando se fue de casa, fue tu madre quién le dio apoyo, es más, según lo que nos dijo la sicóloga, fue tu madre quién le pagó el tratamiento de reemplazo hormonal.
—La única cosa que jamás le perdoné a mi madre... Sophia, ¿Si estás consciente de que mis ex compañeros del ejército van a acompañarnos en el funeral, no?
—Si, si, lo sé...
—¿Y aún así pretendes que permita que... Esa cosa vaya para allá? —le interrumpió a mi madre, mirándome de forma despectiva—. ¿Acaso no te das cuenta de lo vergonzoso que eso sería?
Solté un suspiro, derrotada. Ni con todas mis súplicas lograría que me permitiesen despedirme de mi abuela.
—Mi padre tiene razón, madre —dije mientras agachaba la mirada—. Vayan, se les hace tarde, ya iré a visitar a Minki en el cementerio en otra ocasión.
Sophia me dedicó una mirada de disculpa mientras que mi padre la tomaba del brazo con brusquedad hasta que salieron de casa. Me sentí mal por ella en ese momento. No era ningún secreto para mí que él apenas le hablaba a mi madre cuando estábamos en casa y, cuando lo hacía, era sobretodo para darle órdenes o criticar su comportamiento. Y es que, si bien por su cultura no estaba bien visto que la maltrate físicamente, la violencia verbal si que estaba presente en su relación.
Por eso, aunque en mi posición es imposible, si pudiera tener una vida de pareja con alguien, jamás voy a permitir que ese hombre me vea cómo menos que su igual.
Mis padres llegaron del funeral de Minki ya entrada la noche y lo primero que hicieron fue alistar su equipaje.
—¿Ya se van? —le pregunté a Sophia en un instante que se quedó sola.
—Si —replicó ella—. Tú padre no se siente cómodo aquí, así que sí, ya nos vamos, tú deberías hacer lo mismo.
Me quedé en silencio, pensando. Si bien no conocía a nadie en Seúl y ni siquiera dominaba por completo el idioma, era en esta ciudad, en este país, donde estaría descansando por siempre mi abuela, ¿Podría irme y dejarla allí?, ¿Tenía acaso algún motivo para retornar a Londres?, ¿Acaso alguien esperaba mi regreso? La respuesta a todas mis dudas era un no. Nadie me extrañaba y nadie me ataba a ese lugar.
—¿Te puedo pedir algo? —le dije a mi madre— ¿Podrías desocupar el departamento que compartía con mi abuela y venderlo? Puedes quedarte con el dinero si quieres, pero hazme llegar sus cosas, ¿Puedes hacer eso por mí?
—¿Vas a quedarte? —preguntó ella, preocupada—. Cam, apenas si conoces este lugar, y pues, por la cultura de aquí... Pues... No es seguro para ti...
—Una vez le prometí a Mink que yo me quedaría con ella donde sea que ella estuviera y no pienso romper esa promesa —se le veía tan angustiada que no pude evitar darle un abrazo, uno que no sabía que necesitaba tanto desde hacía más de seis años—. Estaré bien, Sophia, no te preocupes.
—Camille, cielo —dijo ella, apretando más su abrazo—. Perdóname, perdóname por no defenderte durante toda tu vida, era mi obligación hacerlo y no pude, tenía y aún tengo tanto temor...
—No te preocupes, madre, yo entiendo...
—Haré lo que me pides, Cam, pero, por favor, mantén el contacto conmigo, sé que, aunque te duela lo que te estoy a punto de decir, yo perdí un hijo hace seis años y, aunque no es lo que esperaba y no es lo que tú padre desea, yo sí estoy dispuesta a conocer a la hija que la vida me regaló en su lugar.
Le contesté con un asentimiento de cabeza. No podía prometerle nada. Aún había demasiado dolor en mi corazón y aunque a veces quería cerrar la herida, ésta me lastimaba tanto que me congelaba el alma.
Me despedí de ella y me fuí a dormir. A la mañana siguiente, solo la soledad y los fantasmas de mi pasado me hacían compañía y, por asombroso que parezca, me sentía bien con ello. Y es que, odiaba tanto al amor en ese momento que sentía que la única persona que necesitaba en mi vida en ese instante era a mi misma y nada más.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro