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Reminiscencias Moribundas de Rostros Verdaderos

En la vida hay acontecimientos que te marcan, que dejan un recuerdo imborrable. Somos incapaces de hacerlo porque no queremos, esa es la verdad. Quien dice: "no puedo olvidar", está diciendo: "no quiero olvidar". Esa es una ambigua e irónica realidad que muchos no desean reconocer. Aunque tales evocaciones nos inspiren temor o tristeza no les alejamos de nosotros. Necesitamos vivir (revivir) y alimentarnos del recuerdo. ¿Para qué? No lo sé. Quizá sea debido a que en ellos estuvieron involucrados seres queridos y mientras más profundo haya sido, o sea todavía, ese querer, más intensa será la evocación. Sé que no estoy hablando de algo nuevo, pensarán ustedes, cualquiera podría llegar a estas simples conclusiones. Pero de eso mismo se trata, yo no soy más que un simple mortal. No soy superior a nadie y nunca he creído lo contrario. Sólo soy alguna clase de filósofo insensato que pretende saber mucho sobre el comportamiento humano y, sin embargo, no domina sus fuerzas cometiendo más errores que aciertos. Tengo una óptica diferente de ver las cosas, a veces con una sensibilidad, que sólo espíritus elevados podrían captar, y otras tantas con una crudeza tal que muchos retroceden ante las fuerzas de mis palabras, se escandalizan, huyen despavoridos, execrando mis pensamientos, sin saber que lo dicho por mí, es solamente reflejo de su propia crueldad para conmigo.

La verdad es que todo lo anterior es lamentable, el objetivo primordial e ideal sería escribir sobre cosas hermosas todo el tiempo, exaltar lo positivo del mundo y de las personas, hablar del amor. La fuerza que rige el destino de los universos, de la naturaleza, de la mujer, del hombre, de la vida, etc, etc. Pero: ¿cómo hablar de amor a una sociedad que desconoce su significado o su existencia? Para esta sociedad el amor consiste en dominar o ser dominado, mentir, aparentar ser lo que no se es, vejar, abandonar y en utilizar con profusión el orgullo. Hacemos mal uso de ese poder, evitando las bendiciones y la paz. No se puede sublimar lo que quiere ser ordinario, no puedo elevar sus espíritus si ellos los hacen tan densos, tan pesados y negativos. La autodestrucción no sabe apreciar el sencillo esplendor de un cielo dulce, limpio y lleno de estrellas, constelaciones y tranquilidad sin límites.

Con estos argumentos queda explicada parte de la obsesión que me posee y que no me deja otra opción que cantarle y rendirle tributo a la desesperanza en la cual residimos. Es tortura y pecado, es caer inclinado ante los ídolos de la indolencia. Ofrecer sacrificios repugnantes a las vírgenes del desamparo. Es el tributo al odio y la frustración, la ira y a todo lo absurdo de nuestra corrupta existencia. ¿O debería decir que es solo la mía o la de unos pocos? Claro, tú no, ni pensarlo; tú jamás has hecho nada de lo cual te puedas avergonzar o arrepentir.

No tengo necesidad de levantar templo alguno para ejercer la inmoral adoración, no debo redactar largos tratados filosóficos que seduzcan las mentes "puras" hacia el delito y la maldad. No, no tengo necesidad de eso, nací en él. La ciudad y el mundo estaban aquí antes de yo venir. Todos practican su (o nuestro) horrible culto materialista, pretendiendo no ser reconocidos. Vaciando, de forma clandestina, las virtudes en llanos platos de indiferencia. Danzando con frenesi y repulsión sobre los dones propios y encima de los ajenos también. Es un ritual incansable y repetitivo, son las ceremonias nupciales entre el Hombre y la Mediocridad. Actos renovados con el mismo guion, orgías de la mente, aquelarres del corazón. "¡Sacrifiquemos la ternura y el amor!" "¡Qué su sangre colme nuestras copas!" "¡Brindemos por la muerte y su Hijo!" "¡Emborrachémonos en la ignorancia y el lujo lujurioso!" estas son parte de nuestras consignas religiosas; aunque nosotros mismos no nos demos cuenta de ello.

Cuando yo llegué al mundo la política y sus ejecutantes se basaban en la hipocresía y todavía veo en sus caras, rostros que no son ni significan ser ellos mismo. Y me horrorizo de sólo pensar que mi cara no refleje mi verdadero rostro. ¿Acaso seré como ellos? ¿Correrán lágrimas farsantes por las llanuras y praderas fisonómicas de mi semblante?

En la vida hay acontecimientos que te marcan por completo, uno de ellos: verte en el espejo. Mira bien, observa con detalle. ¿Estás seguro que esa cara que tú ves es tu verdadero rostro? ¿O acaso eres tan hipócrita que te mientes a ti mismo? Di la verdad, nadie te oirá, la voz de tu conciencia hace tiempo que ha sido callada. Dime: ¿eres realmente la persona que dices o crees ser? Sé que no responderás, es más fácil callar y seguir en el vicio, dejar todas esas tonterías de estar meditando. Son ideas ridículas, para los tontos, los pueriles filósofos del desastre. ¡Tú! Tú no eres como ellos (o como yo), tú tienes vida (¿Estás seguro que es tuya? ¿Acaso eres tan ciego e insensible para no sentir el férreo control bajo el cual vives?) y deseas derrocharla sin que nadie opine ni te diga lo contrario. ¿Para qué pensar? Para eso están los pensadores. ¿Para qué actuar si ya todo está hecho, ya no hay nada nuevo bajo el Sol? Es un deber de dimensiones genéticas, es la herencia del vicio y la pereza mental, el Espíritu sin espíritu ni razón.

Te diré algo, todo eso que tú llamas o crees conocer por Libertad, no es otra cosa que una idea errónea, que te han inculcado desde niño, sobre la individualidad colectiva, inducida desde el mismo nacimiento y su bautismo posterior. Una iniciación obligada y controlada, confirmando al nuevo creyente como un ser vivo, miembro de la sociedad imperante y mayoritaria. Graban la creencia de turno, en su frente, con aguas supuestamente benditas por la tradición. Tú no estás viviendo una vida sino un rapto, creces para tu destino obligado: La Muerte. Y por consecuencia lo que estás viviendo no es otra cosa que una variación lenta de la muerte. Muerte a la creatividad pura, al sentimiento humano (que debería ser innato) de buscar su origen y su divinidad interna; una muerte al libre albedrío que ellos tanto anuncian en sus bocas, pero al cual rechazan de plano. Una imposición de personalidad, escogencia de todo aquello que tiene que ser un terreno de exploración personal y no un camino recto y angosto.

Y te diré algo más: esa cara que observas, es el reflejo distorsionado que te ofrece el contaminado río de tus bajos instintos. No es tu verdadero rostro. Lo que pasa es que has aprendido tanto a simular y a engañar que ya desestimas todo lo que te muestra el espejo. Eres el colmo de la hipocresía, ni siquiera tienes el valor para ser sincero contigo mismo. Y claro, te justificas diciendo que soy un loco, que no sé lo que digo; un extraño loco sin remedio. Lo lamento por ti, pero esa es la verdad. Lástima que no te aceptes como eres y quieras vivir bajo la sombra de un ser imaginario, como el macho de la película o como la mujer fatal, todos deben creer en tu postura y caer arrodillados a tus pies; la cultura del yo, el egoísmo en pleno desarrollo, el racismo del alma más inútil que he visto en la Galaxia. 

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