Prosecución
Zenith me dijo: “¡mire!” Y yo miré. Divisando como un ave gigantesca sobrevolaba en círculos el mar. Cuando movía las alas se transformaban en vuelo; mas, ya batidas, estas se convertían en rocío, en polvo de estrellas, en una estela nebular infinita e incesante. Estas escarchas luminosas demarcaban la travesía de un camino recorrido.
Observé en sus garras un huevo esmaltado, brillante y dorado. Ella lo protegía con celo y amor maternal, su mirada prometía venganza si se viere agredida. ¡Qué ojos aquellos! Seguro que nadie se atrevería a profanar esa vida ovoide sin conocer la furia de sus pupilas color ocre. ¡Qué vista aquella! Vasta mirada del valiente guerrero, pero este sería un campeón por amor y seguridad de los suyos no un soldado de la muerte y la destrucción, no un agente de la ruina y la miseria, no un rumiante insensato del combate y la ambición.
Sus plumas eran opacas pero sedosas. Se podría decir que no era un plumaje sino una envoltura de terciopelo que le vestía. La extensión de las alas era de unos once codos sagrados, sus garras semejaban puñales o garfios, las patas se veían fuertes y firmes; el aguileño pico tenía líneas delineadas y esculpidas con realeza y magnificencia.
Zenith y nos llenamos de júbilo al ver semejante creación de los dioses. Nos asombraba su magnífico porte y como planeaba llena de seguridad. Sobre ella reposaban las leyes del Agua, la Tierra, el Aire y el Fuego. Estas leyes pueden tener muchos significados, pero los elementos que dominan las Aquilias Roch se podían dividir en dos pares de elementos, en dos senderos duales de coexistencia inmaterial: El camino de la derecha y el camino de la izquierda. La vía de la derecha es la representación de la Tierra y el agua, es la ejemplificación de las cosas terrestres y de la superficie marina. Son aquellos objetos y entes que vemos a diario, almas con las que tropezamos y alternamos todos los días. Son esas aguas en donde nos sumergimos, pero no nos ahogamos en ellas; esas lluvias en las que nos bañamos, bendecimos y regamos nuestras semillas, nuestras cáscaras espirituales; nuestros carcelarios y confinantes cuerpos. Es la roca que pateamos, algunas veces con desprecio y arrogancia, y otras con alegría juguetona y despreocupada; es el agua que no bebemos pero que tampoco dejamos correr.
La vereda de la izquierda es la semblanza del Aire y el Fuego, es la simbolización de las cosas que están abajo y arriba de la superficie. Son los vientos que sentimos a diario pero que no vemos y nos olvidamos de ellos, almas que deambulan a nuestro alrededor y que desapercibimos. Es el fuego luminoso de nuestro Sol y toda su luz, el acompañamiento de las estrellas en las noches despejadas. Es la luz que no se puede tocar, que no podemos jugar con ella y en la cual nos podemos quemar, con sus líneas caloríficas. Es en general el Aire: espíritu; el Fuego; muerte; la Tierra: materia; y el Agua: vida.
Y desde donde nos encontrábamos Zenith y yo pudimos divisar una nave que pretendía, sin duda alguna, imitar el vuelo majestuoso de la Roch en el agua. De manera burlesca, y hasta brusca, el barco que antes mencioné zigzagueaba y luchaba en cada cambió de compás con el viento y con las olas para mantenerse en homóloga ruta con la Roch.
Nos encogimos de hombros mi alumno y yo, e intercambiamos unas pequeñas sonrisas, supliendo de esa manera la falta de comentarios coherentes. Seguimos vigilando el extraño baile que protagonizaba el Aquilia Roch.
Hasta ese momento no caímos en cuenta de un pequeño y decisivo detalle de aquel barco. Parecía una embarcación pirata, por las señales de su casco y por su constitución de tipo cazador. En su proa estaba una figura representativa de la muerte y en el mástil había una cabeza disecada de una Aquilia que, con su muda expresión de esfinge momificada, delataba el verdadero sentido de aquella danza.
En babor estaban apostados arqueros esperando la mejor posición para lanzar sus flechas. En la proa, una catapulta cargada, se encontraba también presta a disparar sobre el ave, y en estribor marineros manipulaban un gigantesco espejo con el cual atacaban los ojos del ave, tratando de cegarla, deslumbrarla y confundirla.
Y, desde donde nos encontrábamos Zenith y yo, observamos como impotentes testigos, lo que ya no era un baile sino una persecución. De manera irónica, y hasta absurda, desde ese barco se precipitó una lluvia inversa. La granizada se hallaba compuesta de flechas, mojadas de tormentosas trayectorias y deseos de muerte, que hicieron blanco en el ave. La Aquilia Roch se tambaleó en su trono aéreo y pareció perder por un momento toda la grandeza y fuerza que antes habíamos admirado. Las leyes le abandonaron o le traicionaron, de ello no cabría la menor duda. Comenzando por el Agua, porque de allí venía el ataque. El agua parecía abandonarle, la vida parecía traicionarle. El próximo baño que podría darse la Roch era de sangre. ¡Su propia sangre!
No sé si podíamos colocarnos en el elemento Tierra. Los piratas eran criaturas terrestres y les estaban atacando; mientras Zenith y yo estábamos en contra de esa procesión salvaje. Ellos eran los protagonistas y ejecutores de la misma. Así se concluye que la Tierra le había traicionado también, aunque parte de ella (nosotros) seguía fiel.
Quizás el Aire era la única ley que continuaba de su lado. Los espíritus estaban inquietos y se manifestaban con violentos vientos, llegados de manera rauda desde lugares desconocidos hasta el área de agresión. Rugían, soplaban y aullaban con desgarradoras sacudidas y compases. Era el Aire quien creaba incesantes y fuertes olas para dificultar la navegación del barco; era él quien exhalaba vendavales que batían las velas piratas; quizás sustentaban a la desfallecida ave en el vacío aéreo.
El Fuego (último, y más noble de los elementos) sólo era un espectador. Esperaba el final de la danza para saber quién era el mejor bailarín, cuál concursante ganador y cuál el perdedor. Y el Fuego le recibiría con los honores meritorios del caso: una alfombra amarilla y roja, una alfombra de crepitante movimiento, la alfombra del descanso eterno del hálito animal.
Pero la danza macabra ya había llegado a su término y la Aquilia se derrumbaba con su templo de color. El hombre una vez más había triunfado sobre la bestia; que lastima. Ella cayó emitiendo un agudo lamento, un canto mortuorio de despedida. Ellos recobraron el cuerpo moribundo del mar y le arrastraron hasta la playa cercana a nuestra posición.
Yo contemplé la escena, adolorido, no comprendía las razones del hombre para cometer tales crímenes. ¿Codicia? ¿Placer? Quizás no les entendía porque a mí me enseñaron a amar la naturaleza y a sus criaturas, conocí de cerca la sencillez e inocencia propia de su ignorancia del existir, como ente íntegro de la fauna. Los animales son sabios por instinto, el hombre es necio y asesino por inclinación. Descubrí en ellas que, a pesar de o tener una consciencia clara del Ser y de los otros seres, son más sociables y pacíficos que nosotros los auto proclamados pomposamente: Seres racionales.
Lleno de una profunda tristeza, por la degradación de la humanidad y por la muerte de la hermana ave, no caí en cuenta de la ausencia de Zenith. Éste se había lanzado en veloz carrera hacia la playa y, para cuando volví de mis cavilaciones, él estaba a mitad de camino.
Corrí tras él, preocupado; nunca antes le vi actuar de esa manera. Un mal augurio me llenó de pronto con su negativa señal telepática. “Ojalá no fuera a cometer una locura”, pensé mientras iba tras él. Pero su juventud le prestaba una celeridad y agilidad demasiado fuerte para mí. Yo no podía correr y saltar sobre las rocas como lo hacía él. Y en un abrir y cerrar de ojos se perdió entre los peñascos, para luego parecer (como transportado), en la rada, junto a los piratas.
Yo tardé mucho en bajar esa pendiente, llena de rocas y piedras sueltas. De hecho, bajé sólo para presenciar una escena grotesca y decepcionante. Mi alumno más querido, el más avanzado, el más sensato, al que pulí como una delicada pieza de mármol y quien había entendido mi propuesta y prohibición de toda clase de violencia, contra hombre, animal o naturaleza; él, él estaba peleando con los piratas. Mi jadeante pecho, sofocado por la carrera y la impresión, me impidió llamarlo por su nombre. Aunque en el estado brutal en el cual se hallaba sumergido, de seguro, no podría llamar su atención, ni mucho menos reprenderlo o intentar frenar sus actos.
Luchaba como una bestia y, no obstante, de haber sido herido en varias oportunidades, continuaba despedazándolos uno a uno, con un espantoso salvajismo como jamás había visto en ser humano alguno. Un aquelarre de gritos, aullidos, crujidos de huesos y el canto moribundo que se escapaba de la garganta del Roch, saturaban el ambiente e influyeron en mí el más grande de los desconciertos. ¿Podría ser que ese troglodita sanguinario fuese Zenith? ¿Dónde había quedado aquel joven afable y alegre de antaño?
Zenith, sí en realidad era Zenith, blandía una espada curva en su brazo izquierdo, con la cual había decapitado y mutilado a varios piratas; en el brazo derecho sostenía una pica ensangrentada, en la que estaba clavada la cabeza desmembrada de uno de los piratas. ¡Qué visión tan indigna de un ser lleno de amor! La afilada arma le atravesaba de lado a lado por las sienes y todo indicaba que había sido arrancada de raíz de un solo tirón, en una demostración insólita de fuerza bruta. Colgando de aquel cuello, parte de la columna vertebral, destilaba sangre en sus deshilachadas puntas, además de un horrible y hediondo líquido blanquecino. Yo no pude soportar más aquello y caí derrotado en la arena, llorando y con el pecho descorazonado por mi querido alumno.
Estaba consciente aún, pero me era imposible mover un solo músculo, me encontraba paralizado de horror y estupor. Por instinto levanté la cabeza cuando no se escuchó el ruido de la lucha y observé a Zenith, mutilado, sin un brazo, sin la mitad de una de sus piernas y el cuello parcialmente degollado. Estaba cruzado su cuerpo por incontables e indeterminables heridas. Su cuerpo no era más que una grosera piltrafa sanguinolenta. ¡Y sin embargo respiraba! Pero eso no duraría mucho puesto que sus hilos de vida ya se hallaban cortados y las Parcas ya habían determinado su tiempo.
Me acerqué a él y vi, con repugnancia, que faltaba uno de sus ojos y con el que todavía conservaba me miró, balbuceando unas palabras casi ininteligibles, que lucharon con la sangre para no ahogarse en ella y poder fugarse, de lo que le quedaba de sus labios. Fue la última frase, antes del esputo coagulado que selló su acto final.
En medio del desorden de miembros y cuerpos inanimados escuché un grito. Era uno de los piratas, estaba todavía vivo, muy malherido. Al verme maldijo a los dioses. Yo extraje la pica de la cabeza seccionada y me propuse atravesarlo, para acabar con la absurda comedia protagonizada por mi alumno. El pirata me miró vacilante, tratando de parecer valiente. Esto me hizo volver en mí y lance la pica lejos, con su colección de carne, piel y sangre.
Después cerré el ojo a aquello que alguna vez fue Zenith ¡El amable Zenith! Y le presté auxilio al maltrecho pirata. Doy gracias a los dioses por haber conservado mi humanidad en armonía con la existencia de aquel individuo. El pirata moriría tres días después, preso de fiebres y pesadillas; fallecería a pesar de mis cuidados.
El huevo del ave fue robado de la escena en que sucedió la masacre, sin que yo supiera luego cuál fue su destino. Gracias al pirata pude averiguar el porqué de la matanza de las Aquilias Roch. Los huevos, el pico, las garras y algunos de sus otros huesos eran de un marfil más preciado que el de los elefantes; sus plumas las utilizaban para la escritura, como amuletos y para fabricar telas con su sedosidad; los ojos, según algunos hechiceros y pronosticadores baratos, tenían poderes curativos. Pero de ninguna manera podría yo aprobar o aceptar esa conducta movida por la ambición.
¿Acaso la codicia era una excusa aceptable? ¿Cuántas Dracmas valían una vida para ellos? ¿Qué quiso decir Zenith con sus postreras palabras? “Prosecución Maestro, ¿Acabé con la prosecución?” ¿Acaso se refería a la prosecución de su malvado comercio?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro