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Procesión

“Y hacia el país afortunado, hacia Licia,
los dos hermanos, Sueño y Muerte, emprendieron el viaje,
y cuando llegaron, entrega hicieron del glorioso cuerpo
y tornaron a sus otros quehaceres y cuidados”.
C. P. Cavafis.

Muchas veces ya, Hipnos me ha trasladado a ese instante cruel. Quizás, bajo injerencia de su hermano Thánatos; me tortura o intenta hacerlo con las imágenes de Zenith, matando y muriendo. Cada noche esas imágenes regresan en las horas que pertenecen a Morfeo y vuelan sobre mí, enturbiando mi descanso y avivando el sufrimiento de los aposentos de Hades y del padre de Hipnos: Erebo.
Por eso he vuelto aquí, otra vez; por voluntad propia no por injerencia de Hipnos. Acá en la fosa común, aquí donde esta una tumba entre tumbas; la de mi alumno Zenith. A esta bahía de recuerdos grotescos, en esta playa manchada con sangre; en este cielo desprovisto de brisa; aquí debe estar la clave, aquí está el principio, el fin.
La historia de la lucha de Zenith contra los piratas se había extendido en el reino y mucho más allá, incluso traspasó las fronteras del océano. Algunos le habían consagrado títulos de héroe; y con aquellos fue comparado, se escribieron odas y cantos, que narraban sus hechos de manera épica. Para otros Zenith sólo fue un pirata descontento con su paga que se rebeló en contra de sus compañeros. La historia se habría tornado en leyenda y de esta forma estuvo en mil bocas, y en mil versiones; en mil verdades, y en mil mentiras.
Observé la placa, y me insufló un sentimiento de nostalgia y tristeza al mirar los caracteres de su nombre: Zenith y limpie al noble pedazo de madera, tal y como quisiera poder limpiar su nombre y evitar de ese modo que siga cayendo en múltiples profanaciones. Y elevé mi vista al cielo, pero mis empañados ojos no permitieron enfoque alguno entonces caí en cuenta de mí llanto. Un llanto silencioso, no tenía caso gritarlo, no había con quién compartir mis recuerdos.
Una brisa agitada e intermitente se dejó sentir en esos momentos de supuesta soledad. Y extraños fenómenos comenzaron a suceder; primero se levantaron varias nubes de polvo, se cruzaron una entre otras y cubrieron con arena la placa del túmulo, describiendo círculos y extrañas figuras en el aire; después un hermoso canto se escuchó entre ellas, un trino brillante, agudo y fantasioso; las voces parecían caer en picada; y como una lluvia de lanzas, se clavaban en mí, llenando mi cuerpo de un temblor emotivo, de un hormigueo semejante a las caricias del entumecimiento. Yo era presa de esas sublimes vibraciones; y otra vez una corriente temblorosa y discontinua se dejó sentir en esos fenómenos y en mí supuesto aislamiento.
El viento lavó la arena de mi rostro y de la tumba también. Sopló y resopló; silbando una triste melodía entre los acantilados. Luego el sol asomó su cara y sus brazos señalaron varias siluetas, varias sombras merodeado encima de mí y mi supuesta soledad.
Levanté mi vista y por fin comprendí, pude ver, admiré la hermosura de su alegría.
Ocho Aquilias Roch sobrevolaban al sitio donde me encontraba, en la tumba donde yace Zenith. Las ocho tomaron tierra. Y yo temblé ante su majestuosidad y volumen. Ante mi atónita mirada recrearon la batalla. El águila de mayor tamaño simulaba ser Zenith, y las otras siete, los piratas.
Y el Aquilia Rex, le llamaré así desde ahora al líder, por su porte de grandeza, apresó un tronco de mediano calibre con su pico, y así obraron las otras águilas. Habían transportado los trozos entre sus patas sólo para representar un papel, para rendir una especie de tributo póstumo, para dignificar y comunicar la verdad de los hechos.
Y las mágicas aves reconstruyeron el combate con eficiencia en los detalles y con elegancia en sus movimientos. Uno a uno cayeron los Roch derrotados por el Rex, tal y como fueron caídos los corsarios aquel día. Rendido, se desplomó luego el Rex, igual que mi abatido alumno. Y de esa manera terminó aquel acto, de su representación.
Nunca había visto una obra interpretada de tal manera, ni siquiera en los anfiteatros de Delfos y Epidauro.
Jamás pensé que unas aves pudiesen actuar, y mucho menos de la forma tan impecable como lo hicieron. Aparentemente no hubo ensayos, lograron todo sin dialógo de ninguna clase entre ellas.
Luego iniciaron una serie de vuelos en picada, en los cuales se golpeaban sin cesar unos a otros; haciéndose daño intencionalmente. Aunque al parecer no eran más que leves toques. Esa parte de su tributo la relacione con el rito de las Memnónidas; las aves que revolotean sin descanso sobre la tumba de su héroe, quien se sacrificó para intentar salvar a una de sus hermanas. El Rex tomó tierra y picoteó el suelo, después se elevó de nuevo y así le imitaron las demás. Fue el último acto de la ceremonia antes de irse.
Les vi alejarse poco a poco en la distancia, hasta que se fundieron con el horizonte y los rayos del sol; con la luz del moribundo día, con los albores de una extraña prosecuencia de eventos.
Quizás, lo más significativo fue su mensaje de despedida. En la arena encontré los siguientes gravados, hechos por ellas con los picos: ŽΣΝΊΤΗ. Algo me dice que el año entrante estarán aquí otra vez, puntuales y expectantes de su propia actuación.

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