"¡Y tú!!! No te abandones, no te dejes envolver,
es duro, la nada no perdona, te elimina sin dejar rastros…"
María. Gabriela Silva T.

Era un día lluvioso y veía a través de las ventanas. Las gotas se deslizaban en la superficie pulida del vidrio y un frío penetrante se filtraba en el ambiente. Detrás de mí, una triste habitación azul, que era como una cárcel, un ámbito desierto, estaba adornada con los decorados del desamparo: un vacío y mudo sofá, una rústica mesita con un par de fotos que no deseaba ver y una alfombra vieja y sucia.
Al caminar entre esos recuerdos levanté polvo y telarañas, elevé olvido y abandono. ¿Lo haré hoy Dios mío? Si es que ahora llueve dentro de mí y mi sangre se ha convertido en una corriente de lodo y nieve que arrasa con todo a su paso. Si es que hoy, ayer y anteayer, y más aún, quizás mañana, estaré en esta depresiva orfandad. ¿Dónde estará el hombro amigo que yo no tengo? ¿Dónde estará el calor de una amada que se me ha negado? ¡Si es así, correré a buscarle en esta tormenta emocional que vive en mí!
Esos siempre fueron mis dispares pensamientos, sin embargo, nunca los llevé a cabo. Allí estaban esas reminiscencias del pasado y allí seguirán estando por el trágico ayer, por mí malévolo ángel guardián. Jamás intenté sacarlos de mi vida ni limpiarlos o alejarlos de mí y de mi vista. Me pregunto de nuevo ¿Lo haré hoy Dios mío? En esta jornada borrascosa que vuelve a mí todas las noches, como una apasionada amante. ¿Lo haré hoy? ¡Dímelo por favor! ¡Necesito una respuesta y te lo exijo ahora!
¿Deberé escuchar las palabras de la nada, esas que me absorben y me impulsan a la muerte? ¿Será que ha llegado el momento de irme, de acabar con el sufrimiento vivo de mi alma? ¿Lo haré hoy Dios mío? ¿O es que hay esperanza para mí?