Los ojos del tiburón
Una tarde observaba el océano y un hombre estaba sobre las rocas. Yo le veía a lo lejos y se escuchaba una voz en la lejanía, que parecía llamarle y llamarle. El hombre estaba sentado y las olas rompían en sus pies, y el aliento del fragor de las aguas me impedían escuchar su nombre. Toda mi atención se centró en él y absorbí en su figura.
Ya en la noche, su sencilla silueta se alzaba sobre el mar y alguien le llamaba desde el ocaso. Yo seguía absorto intentando descifrar sus sentimientos. Una solitaria lágrima rodó en la oscuridad y se perdió en la inmensidad del océano. Y como un hechizo, como si fuera el ingrediente mortal, después de caer la lágrima, se desató una horrible tormenta. Y pude ver sus ojos en la oscuridad; y pude sentir su mirada clavarse en mi corazón como los dientes de un tiburón hambriento y sediento de mi alma.
Al día siguiente no había rastro de él. Intrigado me trasladé hasta las rocas y traté inútilmente de buscar su cuerpo desvanecido entre ellas, pero sólo encontré a un hermoso escualo azul–pizarra jugueteando en los arrecifes.
Desde entonces tomé su lugar en las rocas y no escuché a la brisa, ni a sus llamados. Y comprendí que en el silencio de su corazón se agitaba un ciclón de vientos sangrientos.
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