
Escapando de la Comprensión Mortal
Ayer hablé en sueños con la muerte. Vino a mi descanso nocturno, mostrando sus virtudes curativas. Reí con sus chistes acerca de la vida y el amor. Ella rio cuando le conté algunas creencias populares del mundo mortal, de nuestros miedos, supersticiones y esperanzas. Me preguntó si le consideraba hermosa, si su rostro me transmitía algún tipo de sentimiento. Yo, hasta ese momento, no había pensado en ello y mucho menos escrutado había visto su faz. Y la verdad, no podía negarlo: sí era bonita. Una belleza extraña, pálida, opaca; como si en vez de irradiar su beldad absorbiera la circundante en el ambiente. Sus vahídos ojos grises, con tenues matices de azul le daban un cierto aire de irrealidad. Tal vez la palidez que reinaban en su piel se debía a los años que ha vivido a la sombra de la vida, en la oscuridad de sus aposentos.
Al fin le respondí con sinceridad: no me encontraba seguro, pero podría decir que sí. Ella me miró con extrañeza. "¿Qué clase de respuesta es esa?"- Exclamó compungida.
Le pedí que no malinterpretara mis palabras. Su belleza era arcana y rancia, eso sí, sublime y atrayente. "Por esas mismas razones (expliqué) la gente viene a ti todo el tiempo. Es inútil su resistencia inicial porque al final siempre llegan en tú búsqueda. En cierta forma tu figura es materna, es la estampa de una Madonna de luto. Una mezcla de viuda joven, triste, que se sabe fiel a su esposo y sus principios morales, (por eso carece de remordimientos, sin más pena que la muerte de su amor) y de una virgen ancestral, cuyo himen permanece vigilante e imperecedero, que (ya vieja y sin fuerzas para el romance la pasión y la lujuria) peina sus blancos cabellos, acicalando su nevada cabeza, todos los días y a toda hora; envuelta en la monotonía de sus hilos de plata".
¿Qué reflejaba ella sino eso? Aquel aspecto joven y lozano, suave, mórbido, desprovisto de sensualidad y lleno de una ternura oscura y fantasmal. A ratos mostraba bondades, propias, para curar el alma de los fatalistas como yo. La carencia de arrugas, sus perfectos dientes, el marmóreo cuello que, cual majestuoso pedestal de una divinidad antigua, soportaba su pulido cráneo. ¿Acaso esas débiles ojeras podrían destruir su hermosura? No, jamás, de ninguna manera. Al contrario: realzaba aquel terrible contraste de su impasibilidad ante la vida y la sufrida imagen que se escapaba, como prófuga pregonera de una verdad que no existía, de su blanquecina piel.
El único signo físico de su ancianidad, era la gris cabellera. Esta partía de su inmaculada frente y se esparcía por todo su ser, cubriendo la espalda, cintura, glúteos; hasta profanar los muslos más atractivos y firmes jamás vistos por mis ojos.
Aunque no fue una atracción sexual la que ejercieron sus piernas, ni nada parecido. Era la atracción de una niña arcaica e inocente que ostenta sus pétalos de dulce orquídea, recién florecida. La fragancia de los dioses, los rincones prohibidos a la mirada del mortal.
Sin idilio. No existe el amante insensato que desafié las leyes del juego. Nadie arriesga sus ases, puesto que no hay contrincantes sino un lúbrico espejo deformando su portentosa figura. La belleza muere en el reflejo y el espanto nace con tumulto. La vida llama a sus jugadores y les hace ver por la ventana de la realidad. La muerte puede esperar. Y si esas lánguidas piernas no excitan sus espíritus, es porque no estaban preparados para amar a la muerte.
Tal vez ella necesita un enamorado que llegue hasta su corazón y de vida a los remordimientos no nacidos, que le enseñe toda la angustia que desconoce. Porque si no ha sentido su corazón oprimirse contra el pecho y no ha vertido tormentosas lágrimas de un ego herido, entonces no ha conocido la desazón y la inquietud. ¿Y qué es eso sino lo que el amor nos otorga? Brinca, salta, desde las alturas de tu comprensión mortal y ve lo que es padecer sin sufrimiento. Ella (la muerte) sufre carencia de amor y remordimientos, el pesar no le toca, pasa de largo, cómplice de ese sufrir insensible e imperceptible.
"Tú afirmas que la gente siempre viene en mi búsqueda, no obstante, la mayoría viene a rastras; obligadas por otros o por circunstancias adversas a su vida" manifestó, mirándome a los ojos con toda la tranquilidad que le caracterizaba. "Eso, mi querida y hermosa amiga ocurre por ignorancia. Aquel que no te conoce teme de ti y por lo tanto huye a tu encuentro, la mayoría son seres jóvenes que no vivieron lo suficiente para entenderte; en cambio aquellos que logran vivir muchos años, si alcanza tu comprensión y esperan por tú cálido y suave abrazo, lo hacen felices y llenos de esperanza. Aquellos que van a ti guiados por una voluntad indeseada llegan a tus aposentos en medio de la desesperación. Reciben tu abrazo aterrorizados, no de ti sino de ellos mismos, de la vida. El suicidio ya no es un tierno abrazo de madre sino las asfixiantes tenazas del verdugo de una conciencia llena de culpa". Enuncié.
"Has respondido bien, ahora dime: ¿Tú me amas?" preguntó.
"No lo sé. Creo que más bien te respeto" contesté.
Ella sonrió, diciendo que lo imaginaba. Entonces, poseído de un impulso ciego robé del inalterado néctar de sus labios. Fue un beso de intenso sabor salino, amargos y sangrientos fluidos estimularon mi espíritu más allá de la consciencia que guarda y esconde mi cuerpo. No existió erotismo en la unión, eso (además de frustrante) lo esperaba con insanas ansias.
Y de nuevo se encendió la sonrisa en su rostro, haciéndose acompañar de malicia y vergüenza. Me confirmó lo tonto que soy y mirándome con lastima, me dijo que estaría esperando mi llegada a sus aposentos con los brazos abiertos. Nuevos lazos de amistad revocarán la tristeza de mi corazón. Me anunció, que era hora de despertar y ella desaparecer. El amanecer no es para ella y aún lo es para mí. "Adiós, respetable ladrón de besos", se despidió. "Vigilaré tu sueño desde el más allá (que no es tan lejano como tú piensas) pero no llores más, porque entonces pensaré que nunca amaste, ni a mí ni a la vida. Sonríe en vez de sollozar, demuéstrame que este momento no fue sólo un sueño".
"Por cierto: no creas que eres el único que me ha besado", dijo sonriente antes de irse.
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