Cuestión de Fe
"¿Por qué vacilaste, hombre de poca fe?"
Mateo 17-31
Él creía que los vampiros no existían, que sólo se encontraban en las películas y en los clubs de video. Había leído a Bran Stocker, a John Polidori y a Thomas Prescott cuando era niño y estaba cansado de los estúpidos estereotipos que había generado o degenerado Hollywood, según su punto de vista. Para él, estos no eran más que pantomimas y sandeces, creadas para gente con cultura y gustos mediocres. El mito del humano hematófago había muerto con la época Victoriana y los únicos decesos por vampiros, fueron las victimas del psicópata y asesino en serie: Peter Kurten y el inmigrante polaco, Demitrious Myicuiria.
Pero esa noche tan silenciosa en Snagov, a pocas millas de Bucarest, no dejaba de ser sugestiva y envolvente. Al principio, la idea le había emocionado, poco a poco fue cambiando de ánimos, como el clima se alteraba de calma a tormenta. Había ido a Rumanía para conocer la tumba del legendario Vlad Tepes, soberano del antiguo principado de Valaquia. Conocido como Vlad, El Empalador y también con el seudónimo de Dráculea, que significa Hijo del Dragón. Siempre le había fascinado las historias acerca de la crueldad de este príncipe, quería conocerlas y experimentarlas en el lugar de su descanso eterno. Lo cierto era que, sin quererlo, estaba más nervioso de lo que quisiera admitir. Tratando de engañarse y tranquilizarse así mismo.
Y como si fuera un producto psicosomático, de repente, escuchó un ruido en la habitación y le pareció observar una sombra moverse en la misma. Se frotó los ojos. ¡No! Él no iba a morir como el tonto de Mycuiria que, obsesionado por sus miedos a los vampiros, fue encontrado muerto, encerrado en su habitación. La cual estaba infectada de amuletos, cruces, ajos y toda clase de objetos anti vampiros. Eso pasó en 1976 y todavía recordaba la expresión de horror del polaco, cuando vio la noticia en la televisión. Murió asfixiado, entre sacos de sal y dientes de ajo. Él no quería ese destino para él o tener un ataque cardiaco o algo parecido; no quería caer presa del nerviosismo, pero allí estaba esa extraña sombra. ¿Era real?
Pasaron un buen rato observándose en la oscuridad. El ambiente estaba cargadísimo, ya que la posada para turistas en donde se hallaba hospedado, estaba decorada con motivos vampíricos, con cortinas y muebles al estilo victoriano. Por si fuera poco, al lado de su cama, en la mesita de noche, estaban los diferentes suvenires que había comprado con motivo de su estadía en Snagov y Transilvania.
Encendió las luces como un último recurso para escapar de la supuesta visión. ¡Pero allí estaba! Un hombre de aspecto corriente que le observaba divertido. No parecía una persona agresiva, pero su mirada era irreal y vaporosa. Sus pálidos ojos se reían con los destellos de luna que penetraban a través de los vitrales de la habitación.
—¿Quién diablos es usted? —le inquirió con su British English bastardeado por el miedo.
El hombre no respondió, sólo mostró sus colmillos acerados, con una ingenua sonrisa dibujada en su rosto. El británico tomó una cruz de plástico, que estaba entre los suvenires y apuntó con ella al presunto vampiro. Este retrocedió al verla, en medio de gemidos y muecas de rechazo al símbolo sagrado. El británico se armó de valor y se levantó, dirigiéndose hacia el monstruo, que yacía derrotado en el piso.
Se inclinó y procedió a quemar la frente del Nosferato que tenía delante de sí, para exterminarlo o neutralizarlo. Entonces, el vampiro volvió a su antiguo semblante sereno y, arrebatándole la cruz de las manos e incorporándose con tranquilidad, le dijo en inglés con ligero acento griego: "has intentado protegerte con esa cruz de plástico. Que ingenuo y estúpido eres, amigo ¿Cómo crees poder hacerme daño con semejante objeto, si tú no tienes fe en él? Si al menos tuvieras algo de fe en ella hubieses tenido una pequeña oportunidad; pero de todas maneras ese símbolo se ha degenerado tanto, por la corrupción de sus patrocinadores, que ya no es un símbolo verdadero del bien o de lo bueno, quizás nunca lo fue, ni lo volverá a ser".
El británico le veía; perplejo, asustado y con los ojos fuera de sus órbitas. Era verdad, él no era un fiel creyente y se había defendido con la cruz más por un impulso subconsciente (grabado de las novelas y películas) que por un convencimiento total de que sería salvado por ella. Él vampiro prosiguió su monólogo:
"Tú símbolo, si no te has dado cuenta, es un instrumento de matanza y tortura, practicado e ideado por los antiguos romanos. El Empalador. ¿Tú cómo crees que él ganó ese apodo? ¿Por buena gente? ¿Acaso si tu Cristo hubiera muerto decapitado, tú símbolo sagrado sería una guillotina o la filosa hoja de un hacha? ¿Dónde dejarías la cabeza seccionada? Ya no sería uno o varios Santos Sudarios, sino también habría una o varias Cestas Sagradas, en donde supuestamente hubiese caído su cabeza. Y harías comercio con ella, tal como se ha hecho con tu cruz".
"Ahora borra esa expresión inútil y ridícula de tu cara y prepárate a morir, porque hoy el espíritu de Vlad, de Drácula y de Kurten han renacido en mí; porque hoy tus pesadillas se han convertido en realidad para acabar contigo".
Fue encontrado muerto, encerrado en su habitación, la cual estaba infectada de motivos vampíricos, aferrado fuertemente a una cruz, sin una gota de sangre, con las clásicas marcas en el cuello. Y como nota irónica y sarcástica: Varios dientes de ajo introducidos en cada orificio natural de su cuerpo.
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