Cantos de Desesperanzas
I
LAS VÍAS
“La vida es un conjunto de ideas,
unión de principios y finales,
es como un tren que corre y corre
sin que nada parezca frenarle”
“Misterios y energías desconocidas”
Las casualidades no existen, hay algo más fuerte que nosotros mismos y nuestras voluntades, algo que la lógica humana no ha comenzado siquiera a comprender. Nosotros en nuestra estúpida ignorancia la denominamos Destino, Hado o Dios (o dioses, según sea el punto de vista). Esta fuerza mueve los cordones de la vida y nos conduce por extrañas sendas. Haciéndonos coincidir en un barullo de ideas y situaciones, que nos confunden. Allí están las llaves, pero… ¿dónde están las puertas?
Mi vida se ha convertido en eso: en un conjunto de ideas, unión de alfas y omegas. Pero al mismo tiempo se ha transformado en una separación de los mismos. Es como un tren que avanza y avanza por una vía diseñada y construida por otros y que sientes que no te pertenece.
Todo está articulado con una velocidad casi imperceptible, lenta pero segura. Así todo corre hasta cierto punto, indetenible, cruelmente avasallante.
Esas energías que me encadenan, son desconocidas para mí. Algunos podrán llamarlas pruebas de la vida y con otros títulos; yo le llamo Destino. Y me han trasladado hasta aquí; a este perenne encuentro con la locura, con la paranoia de estar vivo. Quizás eso sea lo peor: no saber por qué estoy aquí.
II
EL TUNEL
“Mi tren está cruzando un túnel,
frío y oscuro; con las paredes sucias,
con unas lámparas, absurdas,
que intentan iluminar el camino”
“Cada lámpara tiembla con vigilante desespero”
No sé cómo entré a este tren, ni cuando lo hice, sólo sé que está atravesando un vicioso túnel; con las paredes sucias, en las cuales unas mediocres lámparas intentan, de manera absurda, iluminar un camino tubular que se alarga cada vez más: que no parece tener fin ni principio. Es mi propio Dios, eventuado por la eternidad, dado de manera infinita, por su carácter circulatorio y omnipotente; trascendiendo el absoluto del espacio y el tiempo. Es alguien a quien no le sorprende nada de lo que ocurra en el futuro, pasado o presente, ya que Él es (y ha creado) el pasado, el presente y el futuro.
Me parece que este túnel antes funcionaba como una cloaca y fue condicionada para este fin, porque hay aguas putrefactas por todos lados. Como si fuesen parte de una maldición, su olor penetra por las ventilas del tren y el rugido de sus corrientes estacionarias lo envilecen todo, son semejantes a nubes portadoras de virus poderosos que lo alcanzan todo, penetrando vías respiratorias y circulatorias hasta llegar al corazón y el cerebro; infectando todo el cuerpo. Es una especie de ambiente fantasma que envuelve al túnel, una atmósfera enrarecida, una pestilencia con vida propia, propagando y reproduciendo formas negativas de energía. Es una visión que está manipulada por la humedad. Como si lloviera a través de las porosas y manchadas paredes, una lluvia oscura y viscosa como el túnel, una lluvia quejumbrosa como mi propia voz, una lluvia necrótica como las llagas proliferantes de esta vida mía. Esa pluviosidad apaga una a una las lámparas mientras el tren las rebasa, las ciega con una lentitud pasmosa y agobiante (yo creo que hasta musical), una lentitud lúgubre y siniestra. De esta manera el túnel, que está iluminado por sus luces, delante del tren, una vez que él ha cruzado sus posiciones, es dejado a oscuras por la lluvia que apaga las lámparas.
El túnel desaparece en la oscuridad, al paso del tren, como una Boa engullendo su víctima, los movimientos precisos, medidos y espasmódicos. Consumir y regurgitar lo necesario para la supervivencia del más fuerte; la vida que fenece carece importancia, ni siquiera sirve para ser alimento. Ya no se puede dar marcha atrás, ya no hay segundos chances, ya no existen otras posibilidades de vida, ya no encuentras otro rumbo sino el que te marca el túnel. No podrás buscar otros destinos, no verás lo que se encuentra a tu izquierda.
Se está encerrado en un gusano carcelario, en un tobogán invidente y programado, para un fin que desconozco; no sé cuál será su final, ni siquiera estoy seguro de que haya un término para esto; quizás sí, tal vez no.
III
EL TREN
“Dentro del tren hay también luces,
que a intervalos iluminan precariamente
los diversos vagones que transporta
dejándose ver ofidios llenos de aceite”
“Panfletos con rostros sonrientes”
El tren no es muy diferente a su entorno. Hay también luces dentro, pero algunas están allí sólo ocupando espacio, cumpliendo una función antiestética, siendo parte de un ridículo y hacinado paisaje. Existen algunos faros que revientan la penumbra a intervalos bien definidos, con un extraño código, parecido a la clave Morse, que aún no he logrado descifrar, encendiendo y apagando con exactitud fantasmal, dándole cierto toque de vida al tren.
En algunos carromatos donde he estado, o, mejor dicho: uno que vi no hace muchas lámparas atrás (porque aquí no se tiene noción del transcurso del tiempo y lo único que tengo para medir lapsos de distancia y tiempo es la interrupción de las lámparas del túnel al ser apagadas por la lluvia), observé toda clase de ofidios, culebras, babosas, salamandras y batracios esparcidos por el piso de ese vagón. No subían, por alguna extraña razón, en los asientos o butacas y estas se convertían en islas aisladas, libres de esos animalejos. Esas criaturas se movían (o nadaban) en un aceite pegajoso que les cubría como un papel mojado y mugriento. No estoy seguro que mareaba más, si su movimiento hipnotizador e incesante o su olor nauseabundo y hediondo a carroña y excremento fermentado.
No pude dejar de notar que otros carromatos eran todo lo contrario: estaban limpios, pulcros; aunque vacíos. Los únicos acompañantes de los solitarios asientos eran varios panfletos llenos de rostros risueños; con una que otra consigna alienante, esclavizadora; lanzando miradas complacientes, el beso hipócrita, prometiendo mil y un “paraísos” a la miríada que aún no ocupaban sus asientos en la carcomida y tragicómica historia de mi vida.
Los asientos de primera clase eran de un lujo exquisito, aunque se encontraban muy sucios, llenos de telarañas y un holgazán polvo que había hecho del terciopelo su casa y su hogar, y en él rumiará por toda la eternidad que le sea posible cumplir. Segunda y tercera clase son sillas incómodas; húmedas y frías. Impregnando el ambiente con su podredumbre como invadida por un alma de salitre. No existían (ni existen) alfombras allí, el piso está compuesto solamente por rendijas de hierro oxidado, que retienen y coleccionan toda la basura y los restos mortales que caen desde esas sillas. Yo me pregunto: ¿De quién serán esos restos y quién los asesinó?
IV
LOS PASAJEROS
“El chillido producido por los rieles,
que muerden el fangoso lecho,
atormenta a las diferentes personalidades
que viajan cada una en un vagón”
“La ilusión se entretiene con sus utopías”
Además de esa tenue oscuridad reinante, de la que ya he hablado, está el chillido que emiten las ruedas del tren al arrastrarse, como espectros masoquistas del terror y de la penitencia justificada, sobre los rieles lacerantes del fangoso e imaginario lecho. Todo esto es un tormento para las personalidades; porque cada vagón posee una personalidad definida, diferente; aunque parezcan similares. Y lloran, y sufren, y se retuercen en las rendijas; arrastrando sus sentidos y virtudes por el piso (o por lo que conforma el “piso”), enterrando sus voluntades, anclándose al vacío del conformismo irreal de sus destinos. Celando y envidiando, gritan con sus espíritus al máximo del desespero, con un irritante volumen, forzando los decibeles permitidos a las almas. Y gritan, y gritan en mis oídos, yo trato de calmarlos, pero se exasperan más; y me gritan, y me exigen cosas que yo siquiera pero no puedo darles; y me gritan, me dicen que soy egoísta. ¡Yo no soy egoísta! Siempre he querido pensar que no soy así y ellos no van a cambiar eso, yo no puedo dejar que ellos lo hagan no puedo ni debo.
Entonces huyo hacia atrás, los vagones finales, escapando de mí. Quizás son meras elucubraciones, pero mantengo a veces una leve esperanza de que todo cambiará, que todo esto no es más que un mal sueño; un sueño que tengo despierto, los otros sueños son solo eso: lejanas utopías, extraviadas y distraídas.
Ilusiones que se disuelven en aguas amargas y llueven después como criaturas lodoformes, que surgen y marchan con paso de zombis adormecidos. Y con esa caminata triunfante de monarquías silenciosas ellos buscarán tu garganta para asfixiarte.
Cuida tus pasos, pobre forastero de la razón, cuida tus pasos. Por allí se encuentran ellos, en la dirección que señala mi tembloroso pulso, en esa distancia final, allí podrás hallarle; si te interesa sufrir.
V
LOS VAGONES ASESINOS
“Al final de la procesión
están los vagones vetados,
carcomidos por el pensamiento
y que son remolcados con indiferencia”
“Un asesino que no duerme”
Hacia atrás, en el final del tren, están los vagones que han sido desechados, de manera progresiva. Pensamientos los han corroído, destruido y quemado; a ellos y a todo lo que había, existía y vivía en ellos. Son remolcados contra su voluntad por ese largo, tedioso, monótono, angustioso y (por sobretodo) sucio recorrido, con indiferencia, con deshonor y mala fe.
A veces pareciera que no existen. Son memorias que, aunque no quisieras recordarlas siempre estarán allí, rasgando y royendo, desangrándonos glóbulo por glóbulo, quitándonos las energías positivas, aislándonos en cuadros pre-arreglados; porque ellos son los asesinos que no duermen.
Ellos no descansan, me atormentan y se ríen de mí, de ti. Eres un estúpido payaso pisando y cayendo sobre el estiércol que tú mismo has expulsado y te obligan a comer de él una y otra vez; llorando de asco tú escupes y vomitas para luego comenzar esa comedia de nuevo (una especie de unión intermedia de Coprofagia y Bulimia), cometiendo los mismos errores en numerosas y repetitivas ocasiones. ¿Cuántas veces tenemos que resucitar y reencarnar de nuevo para encontrar el verdadero camino? El camino de la verdad de la vida: ¡La luz!
VI
LA LUZ DE VERDAD
“A veces el túnel termina violentamente,
viéndose la luz con los ojos rojos,
de esas luces que ciegan
y que te dejan desorientado e indefenso”
“A los lados precipicios y finales”
Pero, aunque parezca mentira que yo lo diga (bueno, la mentira en realidad me la estaría diciendo a mí mismo en todo caso), el túnel termina en algunas ocasiones; por cortos intervalos, muy, pero muy distanciados uno del otro, que asaltan la impetuosa y orgullosa oscuridad reinante. Lo malo es que cuando llega es de una manera violenta, y con esa misma violencia la luz te golpea, te ciega sin piedad. Casi puedes oír cuando esas luces de verdades engañosas se preguntan a sí mismas o a algún ente poderoso que les controla: ¿lo habremos hecho bien?
Tus ojos enrojecen por el esfuerzo de absorber tanto blanco incandescente y sordo. Y lloras, por las heridas natales infringidas en tu rostro y alma, no por sentimentalismos; aunque este es un dolor más oscuro, más profundo y amplio, más rápido de asimilar. Luego quedas desorientado en el tubular sendero que alguien ha trazado en tu vida, yaces, indefenso por un instante; quizás horas, quizás años, tal vez de por vida.
Y lo peor de esa ceguera es que comienzas a lanzar golpes al viento, a diestra y siniestra, contra fantasmas y fantasías solo existentes (provenientes y originarias) de tus propios miedos, magnificados por una nueva realidad ya vivida con gran anterioridad y locura. Golpe a la nada, tal y como tu nueva condición te lo exige, eres un ciego y, por consiguiente, te tropiezas con todo, hasta con tus seres queridos; Muertos o vivos, lejanos o cercanos. Y, dicho sea de paso, contigo mismo. Pasando por encima de ti, tú eres tu propio obstáculo así que quítate de tu camino si no quieres ser atropellado por ti mismo, aléjate si no deseas morir. Y, mucho después, cuando recuperas la conciencia, ves por todos lados (por las ventanas rojas y vacías) precipicios con sus finales, abajo; rodeados de montañas, cubiertas de nieve, una niebla de arácnida espesura, y un puente sumamente alto (el cuál es cruzado por el expreso) sin barandas ni protecciones.
No se percibe fondo aparente de esos abismos. Es un paisaje de ensueño tenebroso, lleno de grises y negros pululantes y punzantes como los mismos picos de la cordillera. El tren finge volar, ya que no se ven los rieles con claridad (por no decir que no se observan de ninguna forma). Una ráfaga de vientos helados cruza de un lado a otro de las montañas. Y la luz penetra en los vagones transfigurando su silueta en irreconocibles tentáculos pulverulentos y biliosos, introduciéndose de manera lineal y oblicua por las ventanas del lado izquierdo. Y cuando la claridad, insuflada por su anterior victoria sobre mis dolidos instrumentos de visualización, agrede a los asientos de primera clase, esos se disfrazan de muñones sangrientos, un fenómeno visual producido por el terciopelo vino tinto al contacto de la luz.
Esos precipicios y finales te atraen con su fuerza magnética y gravitatoria; una ley que no puedes violar. Y caes en cuenta de que era o fue luz de verdad, pero no era, ni fue la Verdadera Luz de las Verdades de la vida.
VII
LA TIJERA OXIDADA
“Hay una persona en el último vagón
que intenta detener el insípido tren,
una enfermedad corroe su mente
y coarta su conjunto de ideas”
“La tijera oxidada que busca cortar”
Pienso, a veces, que hubo o hay, o qué habrá, una persona en el último carromato, en el vagón más olvidado y corrompido (y que ha de estar esparciendo sus restos por el camino recorrido; en pocas palabras: Esta ensuciando mi vida. Me siento ridículo, o quizás indefenso, al decir mi vida, ¡si esta vida no es mía! Sé que no es mía pero no sé quién es el dueño. No me pregunten quien es mi amo porque lo desconozco. Esa persona en ese vagón intenta (yo no sé para qué) detener el tren; un tren, por lo demás insípido, sin gloria, pero repleto de penas, lleno de esa enfermedad que corroe las mentes y coarta los conjuntos de ideas. Creándo vacíos de naturaleza, abriendo espacio para la soledad, intimidándote con sus aires de autodestrucción, autoconsumo, autocomplacencia. La nada de sus besos en remembranza total de mis cadencias de Espíritu y espíritus.
Esa persona en ese vagón es un pobre estúpido, es como una tijera oxidada tratando de cortar piedras y acero. Solo es eso: un pobre inconsciente de lo que desea. De los que hay en el mundo a montón, creyendo que palabras de falso arrepentimiento, enseñadas a través de un entrenamiento mediocre de su verdad, los puede salvar de algo que ellos ya cumplieron y que ellos mismo crearon; puesto que todos estábamos muertos antes de nacer para morir. Quizás ya habíamos nacido, quizá somos parte activa del juego de mentes superiores, con lógicas diferentes a las nuestras. Allí estaríamos como simples fichas que mueven sobre tableros de vida y muerte. Jugaríamos con y contra sus reglas. ¿Quién les dijo a ustedes que Dios (Yahvé, Jehová, Alá, Buda, como deseen llamarlo, al final eso es lo que menos importa, es sólo cuestión de nomenclaturas y pronombres) los creó para que luego lo derrotaran?
Y si él (la tijera) está desintegrando el último vagón con sus lágrimas convertidas en acido, que corroe toda la estructura del carromato, qué hará entonces si se le deja manejar o guiar desde el primer vagón a la extraña procesión que es este tren. ¿Descarrilaríamos sobre Cantos de Desesperanza?
VIII
INSIGNIFICACION
“Estoy rompiendo una ventana,
la golpeó con palabras y frases,
gritando patadas y silletazos
con la violencia propia de una rosa marchita”
“Estúpido movimiento de sonrisa”
“El viento pasa de largo, sin tocarme”
Ahora que esta etapa de luz se ha hecho larga voy a intentar algo. Una idea que no entiendo como no se me ocurrió antes. ¡Sí! ¡Claro! Voy a romper una de las ventanas. La golpearé con mis gritos, con mis frases suplicantes. Me humillaré ante ellas, quizás se compadezcan y se reduzcan a pequeños fragmentos de vidrios rotos. Y, tal vez, así podré escapar de este encierro.
“Por favor…
…ayúdame…
…libérame…
…te lo suplico!!!”
¡Creo que lo conseguí! Una de ellas se estiró a más no poder y estalló de manera sutil. Acariciándome cuando sus fragmentos se estrellaron con ínfima alegría sobre mi cara; infringiéndome viejas heridas, haciéndome sentir vivo al ver mi sangre (¡si tengo sangre quiere decir que estoy vivo! Y, por consiguiente: ¡Puedo morir! ¡Morir y descansar!).
Trepé por las butacas bañadas de vidrio, presionando con fuerza para sentir dolor, signo inequívoco de mi existencia, e introduje mi cabeza en el horrible orificio, con una sensación de triunfo en mi corazón, pensando en su belleza destructora y grité. Aullé patadas y silletazos, preso de la violencia propia de una rosa marchita. Vociferé a todo pulmón hasta que, sofocado y con la respiración entrecortada, quedé convencido que, si existía alguien o algo en esas montañas (o bajo de ellas), me había escuchado y que de un modo u otro vendría a rescatarme.
Sentí un desahogo increíble, una limpieza de espíritu. Por fin expulsaba la rabia y la soledad anidadas en mi pecho, en mi corazón en mi deshilachada alma. Y con la liberación de ese peso esbocé unos simples movimientos en mis rostros ¡Sí! ¡Acertaron! ¡Esos mismos! ¡Estúpidos movimientos de sonrisa! Me reía como un loco y en verdad lo estaba ¡Creer que me encontraba libre!
¡Ah! ¡Pero qué desilusión! O más bien: tristeza; bueno, en realidad me lo esperaba. A pesar de la velocidad del tren y de la altura del puente que cruzábamos en esta etapa de luz el viento pasaba de largo sin golpearme. La naturaleza denegaba mi existencia. No se percataba, o no se quería percatar, que yo estaba allí; ni siquiera las piedras más recónditas de esos picos son sometidas a esa extraña, pero cruel humillación.
Y así me quedé un largo rato; quizás días, quizás siglos, quizás milenios. Total, el tiempo aquí es lo que menos importa, siempre el tiempo será el mismo, sin evolución ni cambios, siempre serán las mismas lámparas, los mismos quejidos de las personalidades, los mismos miedos que alimentar (estos son muy hambrientos y parecen no saciar sus ansias jamás), las mismas paredes que nunca podré atravesar y que (al parecer) jamás sabré que tesoros se encuentran tras ellas. Tal vez en alguna parte de esos mundos está mi vida encerrada y podría ser liberada, pero solo no puedo, no debo, de verdad que no puedo…
Ya de nuevo el tren ha entrado a un túnel y el llanto de las personalidades me llama a mi deber, reclama la presencia del ser odioso que significo ser yo mismo. ¡Ya voy! ¡Ya voy hacia allá!
Algún día se acabarán las lámparas ¿Qué habrá más allá de ellas?
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