1. La noche del hurto
Ya era pasada la medianoche cuando aquella persona se coló por encima de los altos muros de la Base Uno, el bastión de Alba Dorada en la zona sur del país.
Los dos agentes que tenían que hacer la guardia nocturna no la vieron pasar prácticamente por encima de sus cabezas, aunque cuando cayó al suelo e hizo un ruido sordo, se vio obligada a dispararles dardos en cuanto uno de ellos le preguntó al otro si había escuchado algo. Primero uno y luego el otro, ambos uniformados cayeron de bruces al suelo, totalmente sedados.
Aquella persona enmascarada y de traje grisáceo y opaco contempló por un momento el llamativo uniforme de los agentes de Alba Dorada; le recordaba un poco a los de la serie Voltron, aunque todos esos trajes estaban en color amarillo, detalles blancos y hombreras negras con el símbolo de Alba Dorada grabado (un medio sol superior en color amarillo opaco.
— Pensé que me iban a dar más trabajo - Suspiró aquella persona misteriosa, caminando en dirección a la entrada.
Se tomó el tiempo de contemplar Base Uno: Era más grande de lo que fue originalmente y se notaba el trabajo arquitectónico necesario para mantenerla en pie, ampliarla y prácticamente derribar el segundo piso para rehacerlo y añadir un tercero y un cuarto, que actualmente no era más que un pequeño cubo de cuatro paredes, probablemente usado para las escaleras al techo de la construcción.
En el amplio patio de Base Uno, tres camionetas y cuatro motocicletas estaban estacionadas. Era un lugar bonito y funcional, pero eso no le impediría usar la información de una de sus amigas, una ex-alba dorada para infiltrarse.
— Si no me equivoco, hay una llave extra en... - Balbuceó aquél sospechoso intruso cuyo tono de voz era algo andrógino.
— ¿Buscabas esto? - Quiso saber una persona a espaldas del infiltrado, quien alzó las manos y retrocedió lentamente
— Identifícate - Le ordenó quien parecía ser un agente de Alba Dorada que no estaba junto a los otros dos cuando se coló al patio de la Base Uno.
— Llámame... "Caleidoscopio" - Contestó aquella persona.
— Gastón, agente de seguridad de Base Uno. Estás en propiedad privada y me veo en la obligación de arrestarte. No te resistas o...
El extraño y descolorido traje de Caleidoscopio comenzó a brillar, emitiendo luces refulgentes de todos colores, obligando a Gastón a cerrar los ojos durante varios segundos, totalmente cegado por las frenéticas luces que se habían encendido frente a su cara.
— Espero que me dejes pasar - Contestó aquel intruso de figura esbelta antes de patear en la cara a Gastón, cuya quijada estuvo a nada de salir volando y abandonar al resto de su rostro.
Gastón encendió su bastón de puntas eléctricas en ambos extremos, decidiendo que no podría ser piadoso con esa persona, pues parecía dispuesta a todo con tal de entrar a la Base Uno. Sin embargo, Caleidoscopio no se le acercó tanto como la vez pasada, pues ahora se desprendió un pequeño cilindro de un costado del apretado traje que portaba, aplastó dicha cápsula y se la aventó a la cara a Gastón, quien no pudo percibir aroma alguno, aunque sí un ligero regustillo amargo en la boca.
— ¿Qué mierda fue eso? Tendrás que esforzarte más.
Su oponente no dijo nada, simplemente se limitó a evadir los cada vez más lentos ataques de Gastón y cuando consideró que ya había pasado tiempo suficiente, volvió a encender las luces de su traje, no solo cegando momentáneamente a Gastón, sino haciéndolo perder el equilibrio directamente.
— M-me drogaste - Balbuceó él, tratando de no caerse de espaldas, tambaleándose con su arma eléctrica en las manos.
— Hazme un favor y no despiertes, ¿vale?
Aprovechando que el mundo ante los ojos de Gastón comenzaba a deshacerse en su cara, Caleidoscopio le dio una patada de lleno en el pecho, confiando en que eso fuese suficiente para dejar inutilizado al guardia durante un buen tiempo. Posteriormente, forzó la entrada de la Base Uno.
Afortunadamente, al interior no había más gente (y habría sido raro que la hubiese, dada la hora que era). La sala común y recibidor de la Base Uno era bastante bonita, con sillones en las esquinas, mesitas de centro frente a ellos y un espacio vacío en medio de las mesas por el cual Caleidoscopio pasó. Consultando brevemente el mapa que tenía descargado en su móvil (cortesía de su informante), localizó rápidamente el archivo de expedientes en una habitación del segundo piso, junto a la sala de juntas.
Después de forzar aquella otra puerta y asegurarse de que no hubiese movimiento en el pasillo, Caleidoscopio empezó a revisar la caja marcada en la letra "C". Cuando encontró el expediente de Carlos Rivera, empezó a leerlo rápidamente. Se saltó la sección biográfica (que mayoritariamente ya conocía) y sus logros dentro de la organización. Nada de eso le interesaba.
Al final de su expediente ponía "paradero clasificado" después de un sitio tachado al frente y reverso de la hoja. Intentó ver lo que hubo debajo anteriormente con ayuda de distintas luces y ángulos, pero fue imposible.
— Bueno, si no puedo con él...
Rápidamente, Caleidoscopio cogió otro expediente titulado "Candy Castillo". Aparecía en muchas misiones con Carlos Rivera (Kai) y también como una de sus lugartenientes durante su desaparición previa al asedio a La Ciudad que fue efectuado hacía aproximadamente un año.
— Esto me servirá - Chilló aquella persona, emocionada por haberse topado con semejante mina de oro; a partir de Candy Castillo, podría encontrar el paradero de Kai y desquitarse de todo lo que le había ocasionado durante este tiempo.
Caleidoscopio hurtó aquella carpeta, dejando el archivo de Kai sobre una mesa mientras tiraba al suelo el papeleo de otros agentes y personas fichadas en aquellos archiveros, tratando de difuminar un poco lo que buscaba.
Una vez terminó su desastre, dejó varias de sus cápsulas de gas atoradas al interior del mecanismo de la puerta y acto seguido, la cerró; en cuanto alguien la abriese, inhalaría por accidente el gas liberado al romperse las cápsulas y quedaría drogado durante algunas horas. Caleidoscopio estaba de acuerdo con que eso no era ni remotamente necesario, aunque sí bastante placentero.
Tras cerrar la puerta, se retiró por donde vino, cuidando no dejar ningún otro desperfecto y así ganar tiempo para cuando los agentes de la Base Uno se diesen cuenta de lo que había venido ella a buscar.
Sacó su teléfono para ver la hora: Era ya casi la una y media de la madrugada y ella tenía que poner algo distancia entre el cuartel general de Alba Dorada y ella para cuando amaneciese (o Gastón el guardia y sus amigos idiotas recobrasen el conocimiento.
Al cobijo de la noche, Caleidoscopio saltó el muro valiéndose de una camioneta para acercarse, cayendo del otro lado y rodando para reducir el impacto de la caída. Con la carpeta de Candy Castillo en brazos, aquella anónima persona se perdió entre las vacías calles de La Ciudad.
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