Amistad
Mario era un niño de 7 años con una vida acomodada muy feliz, pues sus dos padres se amaban con locura y los tres vivían con él en una enorme y hermosa casa. Todo esto era gracias al dinero que su padre ganaba en su trabajo.
Su madre, en cambio, cuidaba de la casa muy diligentemente y con mucho amor, por lo que Mario nunca estaba solo, siempre tenía a papá o a mamá para cuidarle.
Pero Mario no tenía amigos. Porque su familia era rica y todos le tenían envidia, haciendo que fuese ignorado por sus compañeros de clase.
Sus padres lo sabían, pero no podían hacer nada para evitarlo, así que decidieron hacer algo para animarle... ¡Comprarle un cachorro!
Pero Mario era alérgico al pelo de los animales, así que el padre de Mario decidió innovar un poco. Como él trabajaba en una empresa de robótica, decidió darle el prototipo de uno de los proyectos a su hijo, para que sí tuviese un amigo con el que jugar.
Este era un perrito robot muy tierno y muy realista. Se movía con mucho realismo y casi no gastaba energía... ¡Era perfecto para Mario!
El niño se alegró mucho cuando le dieron el juguete. Se la pasaba todo el día de arriba a abajo con el perro, el cual estaba programado para decir siempre "Wof, amigo, wof". Sí, fueron unos meses muy divertidos, pero llegó el día en que la empresa del padre sacó el proyecto final, uno más tierno y bonito que el perro de Mario, mucho más inteligente y encima, al alcance de todos los niños.
Los padres compraron a un precio muy bajo los juguetes y pronto todos tuvieron su propio perro robot... Pero el problema era que todos tenían un perro robot mejor que el perro robot de Mario... Y a Mario eso no le gustaba.
Cuando los compañeros de Mario, descubrieron el perro robot de menor categoría, se rieron de él todo el día, humillándolo de tal forma que Mario decidió pedirles a sus padres que le comprasen el mejor perro.
Pero los padres de Mario le dijeron que mientras el otro funcionase bien, no se lo comprarían. Mario, pidió y pidió, pero al final se rindió al recibir siempre la misma respuesta.
Pasaron las semanas y Mario añoró los tiempos en los que le ignoraban, pues ahora era molestado cada día, pero lo peor vino cuando la maestra dijo que todos debían traer su juguete favorito la semana que viene a clase para una exposición.
Mario sabía que todos traerían a sus perros y que si traía algo que no fuese un perro robot de última generación, se reirían de él otra vez, solo que esta vez pasaría de ser solo su clase a todo su curso, o peor... ¡Toda su escuela!
Mario sabía que sus padres no le comprarían el juguete siempre y cuento tuviese ya un perro robot, por lo que urdió un plan. Ese mismo día, al llegar a casa después de clases, el perro robot le fue a recibir moviendo la cola y con cara de felicidad.
Mario cogió al perrito, quien se acurrucó en respuesta entre sus brazos. Casi parecía real, pero Mario sabía que era un robot y que no tenía que sentir lástima por lo que iba a hacer.
Se acercó a la piscina poco a poco sin que su madre se enterase. El perrito acercó su cara a la de Mario y justo cuando iba a lamerle como muestra de cariño... Mario lo arrojó al agua.
Mario corrió con su madre, quien se encontraba en la cocina haciendo huevos fritos. El niño lloraba y lloraba mientras decía que su perrito había muerto. La madre al darse cuenta de que el robot había caído al agua, consoló a su hijo mientras le daba palmaditos en la espalda, sin saber que era solo una actuación y que el perrito había sido tirado por él.
Ella no sabía qué hacer, el niño no paraba de decir "¿Y con quien jugaré yo ahora?" una y otra vez, haciendo que su corazón se rompiese... De verdad que parecía que quería mucho a ese perrito.
La madre decidió prometerle que le compraría el nuevo perrito robot si se calmaba, palabras que llenaron a Mario de alegría. Pero no podía sonreír o si no, su plan saldría a la luz, por lo que fingió resignarse a esa solución.
Mario llegó a su habitación muy feliz y esperó pacientemente a que su padre llegase a casa para que le informasen de "accidente" del perrito y que había que comprar uno nuevo. Como trabajaba para la empresa que los fabricaba, bien podía traerle uno personalizado... ¡O mejor! Una versión más nueva... Así seguro que los otros niños no solo dejarían de meterse con él, sino que por fin se harían sus amigos.
El padre de Mario llegó a casa y él se escondió para escuchar a conversación de sus padres mientras se aguantaba la risa... Esperaba que cuando la madre le comentase lo del perrito, entrase en razón... Después de todo, solo tenía que llorar por algo y sus padres hacían lo que quería... Esta vez no tenía que ser diferente.
Pero ocurrió algo que no se esperaba... El padre le dijo a la madre que un perro robot le había arrancado la garganta a un niño porque este le había tratado mal... Que había pasado varias veces y que se estaban devolviendo los perros robot a la fábrica.
En ese momento el niño comprendió que nunca volvería a tener a un perro robot... Los nuevos eran malos y el único bueno lo había roto él. Por lo que con toda la decepción del mundo se fue a la cama para llorar arrepentido hasta que se durmió.
Los días siguientes los pasó en casa, pues la escuela había cerrado porque muchos estudiantes habían enfermado de repente y eran demasiados pocos los que podían ir, como para que se les pudiera dar clases... O al menos eso le dijo su madre.
El papá de Mario no salió a penas de su habitación y nadie tocó el tema de los perritos durante ese tiempo... No hasta que Mario vio a su perrito de vuelta, en el jardín, al lado de a piscina... Ahí estaba, mirándole.
No se lo podía creer... ¡Su padre le había arreglado el perrito! ¡Por eso se la había pasado tanto tiempo encerrado! ¡Para darle una sorpresa!
Pero cuando salió a coger al perrito, este no estaba. Al principio se asustó al pensar que se había vuelto a caer en la piscina, pero cuando miró, no estaba ahí. Así que le fue a preguntar a sus padres donde estaba el perrito.
Pero ni el padre ni la madre sabían de lo que estaba hablando, por lo que se cabreó y empezó a insistir para que dejasen de mantener el secreto, pero lo único que consiguió fue que lo castigasen a su habitación el resto de la tarde.
Mario estaba mosqueado, sabía que había visto al perrito ¿Por qué se lo ocultaban? ¿Es que no estaba del todo arreglado? ¡No había que castigarle por tan poco!
Y mientras pensaba tumbado en la cama, Mario volvió a ver al perrito en una esquina oscura de la habitación y pensó que lo habían mandado a la habitación para que lo encontrase, pero el perrito desapareció tan pronto como Mario pisó el suelo.
A partir de ahí, esa situación se repitió. Mario sabía que cada vez que se acercaba, el perrito desaparecía y que nadie más lo veía a parte de él.
Mario se sentía mal por haber roto al perrito, era su perrito y ahora que no estaba, no había nadie con quien jugar. Pero le consolaba un poco que lo mirase desde la lejanía, fijamente y en silencio... A veces le saludaba y cuando su madre o su padre le preguntaban el porqué del saludo, Mario, que no comprendía que era el único que podía verlo, les decía que al perrito, recibiendo siempre miradas de lástima.
Pasaron los días y la gente empezó a gritar a las puertas de casa sin ninguna razón y a tirarles cosas, por lo que Mario y sus padres salieron en coche del pueblo una noche para mudarse a un lugar lejano.
Mario se sintió triste porque el perrito se había quedado en la casa, sintió que lo había abandonado otra vez. Pero cuando pasaron varios días y el perrito volvió, se sintió muy feliz.
Era verano, por lo que no había clase y Mario no jugaba fuera de su nueva casa, pues por la calle no le seguía el perrito... El perrito había crecido casi el doble y ahora se movía en vez de quedarse quieto, aunque solo era un leve movimiento de cabeza.
Pasó el tiempo y el padre de Mario encontró un nuevo trabajo, pues al parecer lo habían despedido... Mario se sintió culpable porque pensó que podría haber sido porque le había regalado al perrito en secreto.
Su único consuelo fue saber que el perrito también estaba triste y podían compartir sus penas y consolarse mutuamente, pues este se había vuelto completamente azul. Eso era que esta tan triste como él.
Pero el perrito siguió azul incluso después de que Mario superase el despido de su padre, lo cual no duró mucho en realidad, él era de superar los traumas fácilmente.
Por su parte, el robot siguió creciendo y cambiando con los días... Sus ojos brillantes y alegres se volvieron fríos y negros, su pelo antes suave como el algodón se encrespó como si de púas se tratasen y por si eso fuera poco, este siempre parecía mirarle ferozmente.
Mario empezó a asustarse de ver al perro todo el tiempo... Le aterraba encontrárselo en su habitación por la noche, pues cada vez estaba más cerca de su cama... Y ni siquiera salir a la calle ayudaba para librarse de él, ya que ahora le seguía a todas partes desde la lejanía.
Pero justo a finales de las vacaciones, cuando la situación se hizo insoportable, el perrito desapareció. Y con él, todo el estrés y angustia que había estado acumulando.
Mario empezó a prepararse para la nueva escuela y se prometió que esta vez haría amigos. Ya no le importaban los robots ni el perrito, ahora solo quería seguir con su vida. Por lo que la noche antes del primer día de clases se fue a dormir pronto para no estar somnoliento al día siguiente.
Pero cuando todo se puedo oscuro y la calma lo invadió, Mario se despertó sobresaltado por un gruñido...
La luz de la luna entraba por la ventana y cubría todo el lugar con un manto grisáceo, pero de igual manera no podía ver quién era el responsable, pues el sonido había venido de la esquina oculta bajo la sombra que proyectaba el armario, una sombra tan oscura y profunda que por mucho que mirase, nadie podría discernir ninguna forma en su interior.
Mario volvió a escuchar el gruñido y una parte de él le dijo que había vuelto, que el perrito estaba otra vez mirándole... Pero esta vez era peor, pues desde el incidente de la piscina nunca había emitido ruidos... Siempre era como si solo se tratase de una ilusión de su mente, hasta el punto en que Mario se había creído de verdad que solo se trataba de un invento de su imaginación.
Pero ahora hacía ruidos realistas en vez de existir silenciosamente en la lejanía. Ya no era solo aire vacío, los crujidos de la madera por soportar un enorme peso se lo dejaban más que claro.
Asustado se cubrió la cabeza con la manta y esperó a que todo lo malo desapareciera mientras cerraba los párpados con fuerza y temblaba de miedo... Pero los gruñidos aumentaron de volumen, casi como reclamándole que le mirase directamente.
Mario, como si sintiese los deseos del perrito, se destapó poco a poco con la esperanza de que al mirarle se esfumase como siempre lo había hecho... Pero esta vez no lo hizo... Porque ese no era su perrito...
Estaba delante de la puerta de la habitación, sentado, pero su tamaño igual rivalizaba con el de una persona adulta. Le miraba fijamente con sus ojos obsidiana mientras su pelaje azul oscuro parecía mimetizarlo con las sombras del lugar.
Permanecieron mirándose el uno al otro en silencio lo que pareció una eternidad, hasta que el gran lobo resopló con molestia y empezó a caminar hacia él, arañando el suelo con sus anormalmente grandes garras con cada paso que daba.
Una vez llegado al borde de la cama, subió una de sus patas encima y aunque el colchón se hundió profundamente al hacerlo, milagrosamente el mueble no pareció que cedería ante el descomunal peso de la criatura.
Así pues, no necesitó subir el resto de su cuerpo, pues su parte delantera se alargó hasta abarcar toda la cama, permitiendo que su cabeza se situase justo encima de la de Mario, quien no paraba de temblar de miedo mientras lágrimas coronaban su rostro deformado por el terror.
Las patas delanteras se colocaron a ambos lados de su cuerpo como un impedimento para su escape, mientras su hocico plagado de colmillos que escapaban de su mandíbula fue acercándosele poco a poco a medida que el pelaje del lobo se oscurecía.
Asimismo, los ojos del animal se fijaron atentamente en su pecho, que subía y bajaba con la rapidez de un ataque de pánico, luego se dirigieron hacia su garganta descubierta y fue subiendo su mirada hasta encontrarse por fin a los cristalinos ojos castaños de Mario.
Ahí fue cuando entrecerró los suyos con enfado y abrió sus fauces dejando ver su interior verdoso como la carne putrefacta... Entonces, con una voz gutural dijo antes de completar su cometido...
- ¿Por qué...? ¡¿Por qué me hiciste eso?! ¡¿No éramos amigos?!
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