XXI
—Yo les dije que no fue una buena idea mirar esa película de terror —murmura Penny, con los ojos puestos en la revista que está leyendo.
Las dos primeras horas de clase en el instituto fueron una verdadera tortura. Me quedé dormida varias veces y no tuve a nadie a mi lado que me codeara para que me despertara. En este mundo, en el de verdad, Dylan no es mi compañero de mesa. Lo único que me despertó fue el golpe seco de un libro sobre mi pupitre. A la profesora Watson no le gustó nada que usara su clase de historia para echarme una siesta. Me regañó, desde luego, pero aun así no me sacó de su clase. Vaya suerte la mía.
Lo que acaba de decir Penny, es solo porque he apoyado la cabeza contra la mesa en un gesto claro de cansancio. Apenas dormí durante la anoche. Después de regresar a casa de Jill con Kyle, no le he dejado de dar vueltas al asunto suyo con Debbie. Las cosas se complicarán bastante si no se hace a un lado de ese tema. Ella no es la misma persona que conoció en ese otro mundo que yo creé. Debería olvidar el asunto. Si Miracle llegara a enterarse de esto... no sé si lo comprenda. Una cosa es amar a alguien que ya murió, porque todos sabemos que el amor seguirá estando por siempre. Pero ¿amar a alguien que aun sigue vivo? Peor aun, ¿amar a dos personas al mismo tiempo? Definitivamente, Kyle debe apartarse de ese asunto.
Por otro lado, eso no fue lo único que no me dejó dormir. Estuve gran parte de la noche pensando en Taylor. Según lo que Dylan y Kyle me dijeron, él no se encuentra para nada bien. Y todo por mi culpa. La ausencia de Jill lo está... matando. Me cuesta siquiera pensar en eso. Si llegara a sucederle algo a mi hermano no me lo perdonaría jamás. Así que, mientras mis amigas dormían decidí que hoy después de clases cruzaré el portal e iré a verlo. Intentaré que hable conmigo. Quiero ayudarle.
—Debí haberte escuchado —disimulo, fingiendo que el miedo por la película fue lo que me mantuvo en vela.
—Yo me desperté en un momento y no te vi en la cama —dice ahora Jill, con una ligera sospecha.
¿Nos habrá oído a Kyle y a mí?
Levanto la cabeza de golpe, comenzando a sentir ese familiar nerviosismo que aparece cuando están a punto de descubrir nuestra mentira.
—Había ido al baño —suelto rápidamente, rogando que se lo crea.
—Fui allí y no estabas —la rubia entrecierra los ojos en mi dirección.
Penny levanta la mirada de la revista y la centra en nosotras.
—Entonces fue cuando bajé a la cocina a tomar una vaso de leche —digo con naturalidad, rezándole a todos los dioses habidos y por haber para que ya deje de interrogarme.
—La leche estaba vencida —puntualiza, con una sonrisita de triunfo en el rostro.
No puede ser, ¿y ahora que le digo?
Improvisa.
—Eso no es cierto —espeto con seguridad.
Jill me observa por unos segundos más que me parecen eternos, hasta que la veo soltar una risita maliciosa.
—Vale, era mentira lo de la leche, solo quería ver si mordías el anzuelo.
Si será...
—¿Creíste que me había escapado? —le pregunto, fingiendo sentirme indignada y ofendida por su acusación.
Sí, lo hiciste.
Ya lo sé, pero hay que disimular, ¿no?
—Pues claro que sí —responde con obviedad—. Ya me veía yo yendo a buscarte a lo de Aristeo.
—¿A lo de Aristeo? —pregunta Penny confundida.
Dios, ¿por qué justo tuvo que mencionarlo? No quiero recordar el problemita que se me armó con él. Espero que Aristeo no sea tan idiota como para querer cruzar al otro mundo de vuelta. A lo mejor, si tengo mucha suerte, ya se fue del país para no verme jamás.
—Aristeo y yo ya no tenemos nada. Tampoco seremos amigos, corté toda relación con él —digo en un murmullo, mirando hacia otro lado.
Pensar en eso duele, porque a pesar de todo en el poco tiempo que estuvimos saliendo llegué a tomarle cariño. Jamás quise herirlo de esa forma.
Él tampoco es la víctima, recuerda que te ocultó que tiene un hijo.
—¿Ni amigos con derecho? —pregunta la rubia con una ceja en alto.
—No, estoy con Dylan —suelto sin pensar.
Toda la sangre huye de mi rostro al darme cuenta de lo que acabo de decir. Giro rápidamente la cabeza hacia ella, que me está mirando como si fuese una fugitiva de un manicomio.
Bueno... yo lo creería.
—Sí, claro. Y Taylor es mi novio —se mofa, riéndose de su propio chiste. Toma su refresco de la mesa y le da un sorbo.
Taylor siempre será su novio. Díselo.
—¿Te gustaría que así sea? —cuestiono, tanteando un poco el terreno.
Penny regresa la vista a su revista, volteando los ojos al oír el nombre de mi hermano. De seguro Jill ya se ha encargado de quemarle los oídos a su prima con ese nombre.
Observo como la dramática de mi amiga apoya su refresco con más fuerza de lo normal, provocando que un poco de su contenido se vierta en su mano y en la mesa. Inmediatamente lleva su mano limpia contra su pecho y abre su boca de manera exagerada.
—Tu pregunta me ofende, Caitlin —murmura indignadísima—. Taylor y yo no seremos novios. Él no me pide ser su novia porque está esperando el momento indicado para pedirme ser su esposa, ¿entiendes?
Pues sí lo entiendo. No veo nada raro en todo lo que ha dicho, porque en el otro mundo hubiese sido así. Ellos se hubiesen casado y también hubiesen tenido una linda casa para llenarla de hermosos niños.
—Imagínate tener todo eso —continúo con una sonrisa soñadora.
A Jill se le borra la sonrisa lentamente, como si cayera en la cuenta de algo.
—¿Por qué lo dices? —pregunta perspicaz—. ¿Qué me ocultas? ¿Taylor te habló de mí?
—No. Solo estoy imaginando un mundo paralelo a este, donde Dylan existe, y Taylor y tú están juntos —me encojo de hombros para aparentar desinterés.
—¿Esa no es la idea de tu segundo libro? —inquiere algo perdida.
—Sí, pero imagina por un momento que fuese real.
Jill aparta la mirada para posarla en un punto cualquiera de la nada, pensativa, imaginándose esa vida tan encantadora.
Eso es, muerde el anzuelo.
Una de las posibles opciones que pensé para sacar a Taylor de ese pozo oscuro y deprimente, sería regresarle a Jill a su mundo. Por supuesto, eso implicaría que ella atravesara el portal. Me preocupa ese asunto, pero también me tiene inquieta la salud mental de mi hermano. Ya no sé que hacer para ayudarle.
Una gran sonrisa se forma en el rostro de Jill, pero solo dura unos pocos segundos, ya que enseguida las comisuras de sus labios caen en picado.
—No lo haré. Me niego a imaginarlo —se cruza de brazos—. Sería muy bonito todo, pero me estaré haciendo falsas ilusiones. Prefiero seguir pensando que tu hermano pasa de mí olímpicamente.
No paso por alto su tono de voz melancólico. Ella lo ama de verdad, que va, Jill está loca por él. Es lo que le toca sufrir a ella en este mundo, un amor no correspondido. Mientras que en la otra dimensión mi hermano la ama con locura. Que extraño es esto.
Ella está negada en creer que Taylor podría llegar a quererla. Al menos en esta realidad yo también podría creer eso de él, pero no en el otro lado. ¿Cómo le hago entender eso?
En fin, ya se me ocurrirá algo.
Al terminar las clases, me despido de mis amigas y emprendo el camino hacia el único lugar donde se encuentra el portal que me sacará de esta realidad y me transportará a otra.
Durante el viaje, no puedo dejar de pensar en el discurso que le daré a Taylor. ¿Qué se supone que debo decirle? ¿Qué se le dice a una persona en una situación como esta? No hay consuelo que valga cuando se pierde a un ser querido. Solo hay dos opciones: dejarte llevar por esas emociones que te consumirán hasta el último soplo de vida, o intentar vivir el presente hasta que el pasado solo sea un vago recuerdo que pueda rememorarse con una sonrisa y no con una lágrima.
Ahora bien, ¿dónde debo ir a buscarlo? ¿Estará en el cementerio o en mi casa? Solo espero que dónde sea que se encuentre, tengamos la suficiente privacidad para poder charlar.
—¿Estás pensando en qué le dirás a Taylor? —una voz conocida suena a mis espaldas, lo que casi hace que las tripas se me suban al cráneo.
Maldito Kyle.
—Ya deja de asustarme —le digo cuando volteo hacia él.
Ya me parecía raro no verlo merodeando por mis alrededores. Hasta donde sé, hoy también le toca hacer de mi guardaespaldas en esta dimensión.
Una amplia sonrisa se forma en sus labios cuando lo miro de frente. Aunque enseguida mis cejas se juntan al ver sus pintas.
—¿Vas a algún lado? —le pregunto con curiosidad.
Kyle se ha arreglado muy bien, tan así que casi no lo reconozco. Una camisa de color verde oscuro se adhiere a su torso bien definido, realzando de buena manera su musculatura y haciendo juego con el exótico color de sus ojos. En las piernas lleva puesto un pantalón de color marrón claro rodeado por un cinturón de cuero de color chocolate, el cual combina con los zapatos de vestir del mismo color.
Sí, el muy bueno para nada está que arde. No me extraña que mientras caminamos por las calles medianamente concurridas, varias mujeres, incluso las que podrían ser sus abuelitas, volteen a verlo fascinadas. Encandiladas.
—Ya deja de babear, Caitlin, por favor —sonríe de lado—. A veces es duro lidiar con estos encantos, no me lo hagas más complicado.
Lo llaman el humilde Kyle.
Volteo los ojos al oír eso. Yo creo que a estas alturas ni ego tiene, de tanto que lo elevó hasta las nubes ya se le debe de haber perdido por allí arriba.
—No estoy babeando, no eres la gran cosa —digo para molestarlo. De todas formas, yo ya tengo a alguien que es incluso mil veces más lindo que él, o al menos eso creo yo—. Ahora dime, ¿por qué vistes así?
—Reunión con Dylan —responde, pasando por alto mi primer comentario—. Estamos expandiendo el negocio de joyas de sus abuelos; abriremos nuevas sucursales en otros estados. Y bueno, ahora estamos en medio de los papeleos. Lo más aburrido. La gente es aburrida, ¿sabes?
—Puedo imaginármelo —murmuro, algo desconcertada por toda esa información. ¿Abrirá más sucursales en otros estados? Eso es increíble.
Me sorprende que siendo tan joven, Dylan supiera como manejar el negocio de la familia para que continuara a flote luego de la muerte de Sarah, su abuela. Me siento realmente orgullosa de él.
No tardamos en llegar al portal y cruzarlo sin ningún problema. Nadie nos ha seguido esta vez.
Lo que sí me deja algo sorprendida, es el brusco cambio de clima. El cielo en este mundo se encuentra cubierto de grandes nubarrones. Al parecer aquí se anuncia una tormenta fuerte y yo recién me entero.
—Te veré luego, entonces. Adiós, Caitlin —Kyle se despide de mí, luego de haberme acompañado hasta mi otra casa.
—Adiós —respondo, viéndolo marcharse a toda velocidad hacia el lado contrario por el que hemos venido.
Camino unos pocos metros hasta llegar a la puerta de entrada, rezando porque Taylor esté aquí. Entro sin más miramientos y cierro la puerta a mis espaldas.
Me quedo un momento en silencio, oyendo con atención los ruidos de la casa. Como siempre, lo primero que escucho son las patas de mi perro que se acerca a toda mecha para poder recibirme.
—Hola, precioso —me agacho a saludarlo y le doy un beso en un cabeza.
Me gustaría jugar un poco más con él, pero primero debo hacer eso por lo que he venido. Le acaricio su suave pelo por última vez y enseguida comienzo la búsqueda de mi hermano.
Bueno, tampoco es que tengo que ir muy lejos. Un ruido proveniente de la cocina me advierte de la presencia de alguien allí. Me encamino hacia ese sitio y enseguida doy con quien estaba buscando.
Taylor está sentado en la mesa con una taza de algo caliente entre sus manos. Sus ojos están fijos en un punto cualquiera, no se mueve, apenas sé si está respirando. Luce ido, sus pensamientos están perdidos en algún lugar que desconozco, pero que me gustaría conocer para poder entender y saber que decirle.
Su estado depresivo es muy evidente. Además, el ambiente en la cocina se ha cargado de la misma energía volviéndolo demasiado denso.
Carraspeo para llamar su atención.
Mi hermano se sobresalta al oírme, ni siquiera había notado mi presencia. Lo he estado observando por al menos tres minutos enteros y él en su mundo. No, Taylor no está bien.
—Hola —dice rápidamente, ocultando su sufrimiento con una sonrisa que me resulta totalmente forzada—. ¿Cómo estás?
Me molesta que haga eso. ¿Por qué no se permite mostrar conmigo lo que verdaderamente siente?
—¿Cómo estás tú? —le devuelvo la pregunta. Me quito la chaqueta que traigo sobre una camiseta rosa y la cuelgo en el respaldo de la silla donde también dejo la mochila. Yo me siento en la otra, quedándome frente a él para tenerlo bien a la vista.
Su ceño se frunce al notar mi voz más demandante de lo normal. Que no se haga el tonto, ya se imagina por qué estoy aquí.
—¿No era qué ibas a volver a tu mundo por unos días? —decide esquivar mi pregunta para saltar con otra.
—Regresé —me limito a responder, mirándolo fijamente, esperando que se de cuenta de mis intensiones.
Las comisuras de sus labios inician su descenso al descubrirlo. Su rostro rápidamente se descompone, volviendo a ese semblante agónico de antes. Las marcadas ojeras bajo sus ojos le dan un aspecto aun más pálido a su rostro demacrado.
Verlo así me parte el alma. Creo que si me cortaran un brazo ahora mismo, sin anestesia, dolería menos que verlo a él en este estado.
De pronto, algunas gotas de lluvia comienzan a golpear suavemente los cristales de las ventanas. La tormenta no se ha hecho esperar.
—¿Quién de los dos te envió? —pregunta entonces, dándole un sorbo a su café para ocultar tras la taza su gesto contrariado.
No necesariamente fui enviada por Dylan o por Kyle, yo ya había tenido la oportunidad de ver a Taylor en este estado antes de que siquiera los chicos me dijesen nada.
—Ninguno —me apresuro a decir.
Mi hermano suelta el aire bruscamente mientras una sonrisa carente de emoción curva sus labios. Niega levemente con la cabeza y clava sus agonizantes ojos azules sobre los míos.
—No necesitas mentirme. Y tampoco necesitas estar aquí.
—No me iré —digo con contundencia—. Tú estuviste en mis peores momentos, yo también haré lo mismo.
Taylor le da otro sorbo a su café y deja la taza con brusquedad sobre la mesa.
—Vete, Caitlin. Por favor, te lo pido —murmura con voz contenida.
—Dime que puedo hacer para ayudarte —me lanzo a decirle, sin importarme más nada.
Pero entonces me doy cuenta de que no he elegido las palabras correctas.
No puedes traer de la muerte a Jill.
Ese mismo pensamiento es el que ahora me están gritando sus ojos, los cuales reflejan su dolor interno.
—Me iré yo entonces —murmura, poniéndose de pie.
—¡Espera! —intento detenerlo, imitando sus movimientos y corriendo tras él, que ya ha salido de la cocina.
—No me sigas —ordena entre dientes, sujetando el pomo de la puerta, dispuesto a marcharse de la casa.
—No te dejaré ir hasta que hablemos —le digo, respirando agitadamente por la carrera que me eché desde la cocina y por la tensión que esta situación me causa.
Por suerte estamos solos, hasta ahora no he visto a ninguno de nuestros padres. Así que podríamos hablar con total libertad.
Taylor se gira hacia mí rápidamente, clavando su mirada cargada de enfado y dolor en la mía.
—¿Para qué? Estoy bien, no necesito que ninguno de ustedes esté encima de mí. No tengo cinco años —masculla con la mandíbula tensa.
—No, no estás bien —le contradigo—. Ya no sé que hacer para que vuelvas a ser feliz. Te juro que me arrepiento muchísimo de haberte arrebatado a Jill. Pero sabes bien que ella no está muerta, incluso...
Taylor se planta frente a mí inopinadamente y me sujeta por los hombros, dejándome con la frase a medias.
—Ni se te ocurra hacer que cruce el portal —murmura con los dientes apretados, conteniéndose de gritarme.
—¿Por qué no? —le pregunto desconcertada.
—Porque ella no es Jill —escupe con disgusto—. No la que yo conocí.
Consigo soltarme de su agarre y dar un paso atrás.
¿Cómo que no es Jill? Ella es la misma en ambos mundos, su personalidad es exactamente igual.
—¿Qué estás diciendo? Sí lo es —alego con el entrecejo fruncido—. No modifiqué nada en ella, incluso sus sentimientos por ti son los mismos, y...
—¡Basta! ¡Jamás será ella! —ruge repentinamente, llevándose las manos a la cabeza—. ¡¿Y todos los momentos que vivimos, ah?! ¡Todo eso ella ni los recuerda!
—¡Eso no es así! —yo también elevo mi tono más de lo normal.
Debo explicarle que eso podría cambiar una vez que ella atraviese el portal, como yo mismo lo viví. Mis sentimientos por Dylan se hicieron mucho más fuertes apenas puse un pie en este mundo. Incluso todos los recuerdos con él me golpearon con contundencia, y todo lo vivido a su lado fue recuperado al instante. De todas formas, yo jamás lo había olvidado, viví en carne propia esos momentos. O al menos eso pensaba que hacía mientras mi cuerpo estaba postrado en una cama, lleno de cables por doquier.
Pero cuando estoy por abrir la boca de nuevo Taylor se gira hacia la puerta y la abre de un manotazo, saliendo al exterior sin más contemplaciones.
—¡Taylor, espera! —le grito desesperada, corriendo tras él.
Al salir al exterior me percato de que la lluvia se ha vuelto aun más intensa en estos pocos minutos. Sin importarme en lo más mínimo, me sumerjo debajo del agua, alejándome solo unos pasos de la casa.
No veo por ningún lado a mi hermano. Es como si se hubiese evaporado en medio de esa cortina de lluvia.
—No... —susurro nerviosa.
¿Ahora qué hago? Ni siquiera me dejó explicarle nada. Está totalmente cerrado a escuchar.
Lo mejor será esperar a que regrese.
Sí, creo que es lo mejor. Luego llamaré a Dylan para que venga por mí, debo contarle sobre esto. Tal vez él sí crea que mi idea no es tan descabellada.
Me doy la vuelta para deshacer el camino que hice hasta aquí cuando el rugido de un motor y el chirrido de sus neumáticos me obligan a mirar en esa dirección. Un auto de color negro mate se acerca a toda velocidad hacia donde estoy, resbalando en esa calzada mojada. Desde aquí soy capaz de ver los rostros de las personas que van a bordo. Y es justo en ese momento cuando mi corazón se paraliza.
Esas miradas malvadas podría reconocerlas a kilómetros de distancia. Su sed por el poder los haría distinguibles hasta entre una multitud de miles de personas.
Raezers. Vienen por mí.
Mi corazón retoma su bombeo, pero ahora lo hace con frenetismo, impulsando la adrenalina que rápidamente invade todos mis órganos y músculos, cargándolos de una nueva energía.
Mis piernas responden de inmediato la orden que mi cerebro les envía con urgencia y comienzan a correr hacia el interior de la casa. Sé que allí no estaré segura, pero ¿a dónde debo ir?
El coche frena de golpe a mis espaldas y una puerta se abre incluso antes de que el vehículo llegue a detenerse por completo.
Mis pulmones comienzan a hacer su trabajo con más insistencia, producto del miedo que rápidamente me invade.
Estoy a punto de alcanzar la puerta cuando alguien me impide hacerlo.
—¡No! —grito presa del pánico, sintiendo como me jalan de vuelta hacia atrás—. ¡Suéltame!
Su fuerza es descomunal. Me sujeta por la cintura como si mi peso fuera el de una pluma y me conduce dentro de aquel vehículo con rapidez. En un parpadeo me veo en el interior de ese coche. El ambiente desprende una energía tan negativa y mala que los vellos de mi nuca se erizan al sentirlo.
—¡Arranca! —ordena quien me ha arrastrado hasta aquí.
Las llantas emiten un fuerte chillido al ser liberadas con rapidez. La misma fuerza me impulsa contra el asiento bruscamente.
Dios mío, esto tiene que ser una pesadilla.
Me tomo una milésima de segundo para poder apreciar mejor mi entorno. Quien está sentado junto a mí en la parte trasera del coche es un hombre de unos treinta años. Lleva su cabello, castaño claro, engominado y peinado hacia atrás. Un estremecimiento me recorre entera al bajar mi mirada hacia su uniforme Raezer. El símbolo de plata que todos utilizan también me saluda desde la esquina de su pecho.
Quien está en el asiento del conductor es un joven de unos veintitantos. A diferencia de su compañero, este no lleva el uniforme Raezer. Solo va vestido con un vaquero negro y una camiseta del mismo color.
Mi acelerado corazón ya no puede con tanto. Mis pobres oídos son los que más sufren por culpa de ello. Se siente como si tuviera dos tambores dentro de cada uno.
¡¿Qué está pasando?!
—¡Suéltenme! ¡Déjenme ir! —les grito, revolviéndome para poder escaparme de las garras de ese sujeto, que se aferra a mi brazo con una fuerza que a poco está de rompérmelo.
Pasamos unos pocos minutos de esta guisa. Yo gritando y luchando por poder escapar, y ellos manteniendo sus semblantes imperturbables. Confiados de su poder sobre mí. Hasta que a uno de ellos termino por colmarle la paciencia.
—¡Cállate! —grita una mujer que se asoma desde el asiento del copiloto.
¿Y esta de dónde salió?
Su mirada fulminante hace que guarde silencio de inmediato. La mujer, de unos treinta y cinco años, tiene el cabello teñido de un rubio tan llamativo que podría dejar ciego a alguien. Lo que más repelús me da de ella son sus ojos. A pesar de ser de un color negro como el carbón, la inquina que desprenden me traspasa el cuerpo entero.
¿Así tiene que ser? ¿Ellos me secuestran y yo debo quedarme en silencio sin luchar por mi vida? No, creo que se están equivocando conmigo.
—¡Cállate tú! —le grito enfurecida, y además le doy una patada en su asiento.
Su rostro adquiere una expresión asesina que infunde demasiado terror, pero aun así no me amilano.
—¡Será mejor que la hagas callar, Elliot, o te juro que no llegará viva a él! —brama enfurecida.
¿A él? Oh, por Dios. Argus. La sola idea de verlo me hace temblar por dentro.
El conductor gira en una esquina que, si no fuese porque el tal Elliot aun tiene sujeto mi brazo, me hubiese estampado contra la puerta.
De pronto, su mano libre me tapa la nariz y la boca con un pañuelo humedecido con algo.
¡No!
¡No respires, Caitlin!
Aguanto la respiración mientras me remuevo en el asiento, forcejeando con ese Raezer para quitar sus manos de encima de mí, aunque es lo mismo que intentar mover un gran bloque de concreto. Su fuerza supera en creces a la mía, es casi imposible apartar sus asquerosas manos de mí.
—¡Ya duérmela! —demanda la mujer, desquiciada.
—¡La maldita no está respirando! —responde el otro, aumentando la presión de su mano—. ¡Respira!
¡No lo hagas!
Aferro mi mano a la suya y entierro mis uñas con fuerza. Él ni se inmuta. Hace una mínima mueca de dolor, pero ni repara en las heridas que estoy abriendo en su piel. Sé que es inútil, porque a los pocos segundos sanarán, pero ya no sé que más hacer.
Mis pulmones reclaman oxígeno urgentemente. Intento gritar que se detenga, pero es en vano. No lo hará, y además mi voz sale en un quejido que queda amortiguado por el trapo. No podré aguantar más tiempo.
Cuando estoy a punto de rendirme, algo embiste la parte trasera del coche con una bestialidad que nos impulsa a todos hacia adelante. Ni siquiera me da tiempo a preguntarme qué demonios está pasando, todo surge tan rápido que apenas soy capaz de captar algo. Mientras el vehículo se inclina hacia el costado, listo para empezar a rodar por el asfalto, un estallido suena junto a mí, en mi ventana. De repente, soy jalada del brazo hacia afuera, atravesando la ventana a una velocidad que casi ni noto. Lo que sí alcanzo a sentir es como el filo de un cristal se adhiere a mi brazo y abre un tramo longitudinal en mi piel. Chillo de dolor al sentir el ardor que le sigue al instante.
¡Maldición!
El vehículo golpea el suelo en el momento en que yo me estampo contra un fornido pecho. En medio de este aturdimiento solo puedo distinguir el sonido que hace el metal y lo cristales al estrellarse contra el pavimento. Los recuerdos del accidente automovilístico que yo misma viví hace unos meses llegan a mí como una gran bofetada. Esto es horrible.
Sacudo la cabeza para olvidarme de esos pensamientos que tan mal me hacen.
Despego mi mejilla de ese pecho empapado por la lluvia y alzo la mirada para ver quien me ha sacado de ese infierno. Me llevo una gran sorpresa al encontrarme con los ojos azules de mi hermano, que me observan con preocupación.
¿Embistió al vehículo con sus manos?
Cosa de Raezers, no lo entenderías.
No voy a mentir, me siento realmente aliviada de verlo aquí, pero también estoy perpleja, ¿cómo me encontró? Creí que se había marchado antes de que llegaran ellos.
Estoy tan consternada, que cuando me baja me tambaleo hacia un costado. Mi hermano alcanza a sujetarme de la muñeca antes de que me caiga sobre mi trasero.
Vaya... por poco casi consiguen dormirme.
—Lo siento, te he hecho daño —murmura preocupado al ver mi brazo sangrante, pero enseguida percibe algo más—. ¿Qué es ese olor?
Yo también lo siento, está impregnado en mi nariz. Es ese maldito líquido con el que quisieron dormirme. ¡Hasta entró en mi boca! Puedo sentir un ligero sabor dulce. ¡Qué horror! Me limpio rápidamente con mi camiseta, intentando quitar la mayor parte posible.
—Malditos hijos de puta —masculla Taylor al darse cuenta de sus intensiones.
Entre la falta de oxígeno y lo poco que alcancé a percibir de ese aroma, han conseguido dejarme media grogui, aunque no lo suficiente como para dormirme.
—Espabila, Caitlin —me zarandea—. Debes irte de aquí, ahora.
Parpadeo varias veces para quitar todo rastro de sueño, pero aun sigo media atontada. La lluvia tampoco me lo deja fácil, ya que solo se empeña en meterse en mis ojos y nublar mi visión.
Dirijo mi vista hacia el vehículo que ha parado de girar y se ha quedado dado vuelta en medio del descampado en que nos hemos metido. Observo lo mejor que puedo mi entorno. Entre la lluvia alcanzo a vislumbrar un enorme, pero avejentado, galpón en medio del pastizal. El sitio me resulta extrañamente familiar, a pesar de no haber estado nunca por aquí. Entonces, caigo en la cuenta de que a unos pocos metros del lugar cruzan las vías del tren donde está el portal en la otra realidad. Que tonta.
—Los dos... los dos debemos marcharnos —digo en un murmullo, aun algo aturdida.
El lado positivo de esta tormenta es que las gruesas gotas de agua están consiguiendo espabilarme un poco.
Regreso mi vista hacia aquel coche que continúa en la misma posición. Suelto un jadeo de horror al ver como una de sus puertas se abre y el primer Raezer no tarda en salir. Es ese sujeto que estaba a mi lado en el asiento trasero. El muy maldito consigue escapar de esa trampa mortal solo con un corte en su pantorrilla. Eso sí, luce algo confundido por ese golpazo que se ha llevado. Al menos la ha sacado barata, siendo un Raezer mortal hubiese tardado mucho más tiempo en curarse si sus heridas hubiesen sido peores que esa.
—No, yo me quedaré —responde Taylor, mirando a su rival de una forma distinta, una forma que me deja totalmente descolocada. Sus ojos brillan con un nuevo deseo: matar.
En ese momento consigo despertar súbitamente de estado alelado. No... ¡No! ¡Se enfrentará a ellos él solo!
—¡¿Qué?! ¡No! ¡Salgamos de aquí ahora! —insisto, tirando de su mano hacia el lado contrario.
Hago una mueca de dolor cuando mi brazo se reciente por la herida que no deja de sangrar en medio de esta lluvia.
Las otras dos puertas del vehículo se abren de golpe y los últimos Raezers no tardan en salir con una expresión de desconcierto e ira en sus rostros.
—¡Vete! ¡Yo te cubriré! —me ordena justo antes de que un trueno se haga oír por toda la ciudad.
Yo ya ni sé si estoy temblando de frío, debido a mis ropas mojadas, o por el miedo que se ha apoderado de cada célula de mi cuerpo.
Los tres Raezers no tardan en recuperarse del todo. Madre mía, un accidente así a mí me costó dos meses en un hospital mientras que ellos ya pueden ponerse de pie con todos sus huesos intactos. Un momento, ¿cómo lo han hecho tan rápido? Se supone que los Raezers mortales tardan más en regenerarse, ¿o no?
Los tres al mismo tiempo giran sus semblantes furiosos hacia nosotros y nos lanzan una mirada llena de odio.
No puede ser, ¡no puede ser!
—¡No puedes tú solo! —grito desesperada, intentando hacer entrar en razón a mi hermano.
Él está a punto de abrir la boca para rebatirme eso, cuando se queda estático en su sitio, mirando a nuestros enemigos con una repentina perplejidad.
—Ellos no son Raezers mortales —susurra estupefacto—. Solo uno lo es.
Mi corazón se detiene por un instante. ¿Cómo? Se supone que al haber destruido el primer Duxilum, todos los Raezers que no llevaban escudo murieron. Solo los mortales como Taylor, que gozan de un escudo, tendrían que existir. ¿Qué está pasando?
—¿Qué dices? —pregunto atónita.
Taylor parpadea un par de veces y mueve la cabeza, como si intentara aclarar sus pensamientos. No, es imposible. Ellos... ¡ellos están usando su energía negativa contra él para aturdirlo!
—Vete, yo los distraeré y me encargaré de ellos —murmura en mi dirección. Con mucha suerte, ellos no han logrado oírlo por la lluvia que no cesa.
Ya sé que no soy de mucha ayuda aquí, pero es que no quiero abandonarlo. No podrá con ellos. Taylor es un Raezer mortal, hubiese sido distinto si fuese una batalla con los de su misma especie. Aun así tres contra uno no seguiría siendo justo. ¡Lo matarán!
No tienes poderes, tampoco servirás quedándote aquí estorbando.
No digo que él no sea bueno luchando, porque sí lo es, pero en este caso tiene mucho en su contra. No podrá hacerlo solo. Debo... debo hallar a Dylan y a Kyle. Lo peor de todo es que no puedo llamarlos porque dejé mi teléfono dentro de la mochila, la cual quedó en la silla de mi casa. Estúpida, ¡estúpida!
—¡Vete! —me grita Taylor repentinamente, provocando que pegue un pequeño salto en el lugar.
Sí, debo hallar a los chicos.
Los tres Raezers se lanzan por mí para intentar atraparme, pero se detienen abruptamente en medio del camino. Taylor ha actuado. Varios trozos de tierra húmeda salen despedidos en todas direcciones al recibir el impacto del poder de mi hermano.
Yo me doy la vuelta, echando a correr en sentido opuesto a esa lucha que se ha desatado a mis espaldas.
Mientras mis pies pisan con fuerza la tierra húmeda, ruego que ninguno me persiga. No puedo perder más tiempo, ¡necesito encontrar a Kyle y a Dylan ya!
Lo peor de todo es que ni siquiera sé donde ir a buscarlos. ¿Al trabajo de Dylan? ¿A su casa? ¿Dónde demonios queda su trabajo? No tengo ni la más remota idea.
Sí, lo sabes. Tú creaste ese sitio. Piensa, Caitlin.
Mientras avanzo a toda prisa, cierro los ojos con fuerza, haciendo acopio de toda la concentración que soy capaz de reunir dada las circunstancias. Pero los abro de sopetón cuando el chirrido de otras llantas sobre el asfalto provoca que clave los pies en el suelo de manera automática. Un auto negro ha girado en una esquina, a unos cuantos metros de mi posición, y se acerca como un bólido hacia mí.
¡¿Más?! ¡Ya está bien de esto! ¡Basta, por favor!
Pero antes de que cambie la trayectoria de mi carrera, el conductor de ese vehículo pisa el freno súbitamente, provocando otro ruido espantoso de los neumáticos. En menos de un segundo, dos personas a las que reconozco de inmediato se plantan frente a mí.
El aire se me queda trabado en la garganta al ver a los dos Raezers que buscaba. ¿Cómo me encontraron ellos primero? Dylan y Kyle me observan perplejos. Es inevitable para mí sentir ese familiar cosquilleo en mi estómago al ver al primero. No puedo controlarlo. Está mal que piense en esto ahora, pero Dylan se ve jodidamente sexy. Al igual que Kyle, él también lleva puesta una camisa, negra, como siempre, una pantalón de vestir y unos zapatos del mismo color. Está buenísimo.
—¡¿Qué carajos está pasando?! —él es el primero en abrir la boca. Su mirada desciende hacia la herida de mi brazo y abre sus ojos con horror al ver la sangre.
De pronto, un gran estruendo nos sobresalta a los tres. Los chicos llevan la mirada a ese sitio, que ha quedado a varios metros por detrás de mí, y por fin encuentran la batalla de la que yo estaba escapando. Al girar medio cuerpo en esa dirección observo atónita como han destruido uno de los laterales del galpón con uno de sus campos de energía. Vaya uno a saber de quién ha sido ese tiro y para quien iba en realidad... Los trozos de madera vuelan en todas direcciones, y eso es de ayuda para Taylor, que comienza a distraerlos al lanzarles los tablones como si fueran flechas. Uno de ellos logra alcanzar a su contrincante, clavándose en su hombro ante su grito de dolor.
Tanto Dylan como Kyle están a punto de correr a asistir a su amigo cuando les advierto de lo más importante.
—¡Dos de ellos no son mortales! —digo histérica—. ¡Deben ayudar a Taylor, decidió enfrentarlos de todas formas!
Los dos se muestran asombrados ante la noticia. Sí, de seguro yo también puse esa cara. Las cejas de Kyle se juntan tanto que casi forman una sola.
—¡Tu hermano está loco! —brama de pronto, echando a correr para ayudarle.
—Es un idiota —masculla Dylan, apretando los dientes y mirando en esa dirección. Está a punto de seguir al de rizos cuando se gira hacia mí. Mete la mano en el bolsillo de su pantalón y me tiende las llaves de su auto—. Quédate dentro hasta que esto termine.
Tomo la llave con mis temblorosas manos y lo veo a él desaparecer delante de mis narices.
No pierdo el tiempo. Corro hasta su vehículo sin dejar de echar miraditas sobre mis hombros para ver que los tres están bien.
¡Jesús! ¡¿Por qué todo tiene que ser tan complicado?! No salimos de un problema que ya entramos en otro. Esto es increíble.
No tardo en llegar hasta el coche. Mis temblorosas manos no son capaces de meter la llave en la cerradura. Lo intento un par de veces, pero fracaso estrepitosamente.
Tú puedes.
Respiro profundamente para intentar relajarme. Primero me enjuago las gotas de lluvia que se acumulan en mis pestañas y me impiden ver con claridad.
Yo puedo, sé que puedo hacerlo. Dios, no soy capaz de abrir una puerta y recién quería quedarme en medio de la lucha...
Vamos, Caitlin.
Una vez que me siento más tranquila vuelvo a intentarlo, consiguiendo meter la llave a la primera. ¡Sí! Abro la puerta del lado del conductor y me meto dentro temblando como una gelatina.
La deliciosa fragancia de Dylan me invade las fosas nasales apenas cierro la puerta. Uf, gracias al cielo, necesitaba esto. Inspiro profundamente, llenando mis pulmones de su increíble aroma, recargándome de energías.
Hago a un lado ese sentimiento de pena que quiere aparecer por haberme metido empapada en el coche y enfoco mi vista en lo poco que se puede ver de la batalla.
Me siento algo inquieta aquí sola. Una parte de mí quiere luchar como solía hacerlo junto a ellos. Detesto no poder hacer nada. Soy una completa inútil. Vaya creadora de universos paralelos...
La cabellera rubia de esa vil víbora se nota incluso en la distancia. Todos hacen movimientos raros, se mueven de aquí para allá, esquivando y lanzando campos de energía de distintas dimensiones. Claro que yo no puedo ver ninguno. Debo conformarme con verlos hacer esos movimientos extraños, como si estuviesen haciendo un ritual de un culto satánico o algo parecido.
Centro toda mi atención en esos tres chicos, sin perder de vista a ninguno. Sus contrincantes son ágiles como todos los de su especie, lo que les permite esquivar los ataques de sus oponentes con facilidad. Me detengo un instante en Dylan quien no deja de sortear los ataques de su rival para que no alcancen su escudo, a la vez que él también le devuelve los ataques. Al menos eso es lo que creo que hacen, no puedo ver más que sus rápidos movimientos. Por otro lado, Kyle va a por todas, no le importa nada. Se ve que lo disfruta. Y Taylor... bueno, es un idiota. Siento rabia de solo pensar que, pudiendo haber escapado conmigo de esos Raezers, quiso quedarse a enfrentarlos por su propia cuenta. Tuvo la opción de escapar, y no lo hizo. ¿Hubiese sido más fácil para él si esos Raezers lo mataban?
Sí, porque hubiese conseguido la paz que está buscando.
¿Paz? ¿Quiere paz? Eso no lo va a encontrar allí ni en ningún otro sitio. Esa paz solo la va a encontrar en una persona.
Sin detenerme a pensar en lo que estoy por hacer, me abrocho el cinturón de seguridad y acomodo el asiento hasta que mis pies alcanzar a tocar cómodamente los pedales. Ajusto el espejo retrovisor y me observo a mí misma por un instante. Estoy hecha un desastre. Aunque enseguida veo algo en la parte trasera que me llama mi atención: una sudadera de Dylan. ¡Perfecto! Me servirá para tapar el corte en mi brazo y amortiguar un poco el frío.
Me la visto rápidamente e inspiro su maravilloso aroma hasta que mis pulmones quedan satisfechos. Me queda bastante grande... y me encanta. La prenda no tarda en absorber el agua de mi cabello y de mi camiseta, poniéndose igual de perdida. Aun así, ya no le presto atención. Ahora solo tengo una cosa en la cabeza: salir de este sitio.
Tomo una respiración profunda, intentando relajar mis repentinos nervios.
Mi padre me enseñó a manejar el año pasado. He aprendido todo sin ningún inconveniente. El único detalle es que no he sacado mi licencia y tampoco practico desde entonces. Así que, a lo mejor no recuerde mucho como se hace esto...
Coloco la llave en su lugar y enciendo el vehículo. Intento recordar los pasos que me enseñó papá, pero solo consigo que el vehículo se sacuda dos veces y se pare. Genial.
Vuelvo a intentarlo otra vez. Hago todos los pasos que recuerdo de mis clases de manejo y por último retiro lentamente el pie del embrague, consiguiendo que el auto finalmente acelere sin detenerse. ¡Sí!
Observo la batalla por última vez, agradeciendo a Dios que ninguno se ha percatado de mí.
Debo hacer esto rápido.
Me marcho del sitio a una velocidad moderada, tampoco quiero confiarme mucho. Al menos por ahora vengo bien. Consigo avanzar por las calles de la ciudad, hasta llegar al sitio que estaba buscando.
Me bajo del vehículo y vuelvo a ponerme debajo de esa lluvia helada una vez más. Corro hacia el interior del callejón y no dudo ni un segundo en atravesar mi nuevo portal.
El cambio brusco de clima vuelve a dejarme desconcertada. El sol brilla más que nunca en lo alto del firmamento, llenando todo de vida y alegría; a diferencia del otro mundo, donde el cielo parece estar a punto de caerse.
El trasero me duele un poco por haber caído sentada sobre la acera frente a la fachada de la casa de mi amiga. Si algún vecino me llegara a ver... yo en su lugar llamaría al manicomio para reportarme como fugitiva.
Con la ropa empapada, goteando desde todos los extremos, me pongo de pie y camino directo a la casa de Jill. Admito que estoy un poco nerviosa, no sé como ella se tomará todo esto.
Una vez que llamo a la puerta y espero a que me abran, me dispongo a peinarme un poco el pelo que está en las mismas condiciones que mi ropa.
¿Qué haces?
A los pocos segundos, se escuchan unos pasos detrás de la puerta. Cuando finalmente abren, los ojos curiosos de mi amiga se encuentran con los míos, que la observan desesperados. Ella pasa a hacerme un rápido repaso de mi ropa mojada y alza una ceja cuando termina con su inspección. Se asoma a ver el cielo y vuelve a verme a mí sin comprender.
—¿Te escupió un dinosaurio? —pregunta con extrañeza.
Me hubiese reído de su chiste si fuese otro momento, pero ahora mis labios se niegan a hacer cualquier mueca.
Le sujeto la mano con una rapidez que incluso me sorprende a mí, y jalo de ella para que salga al exterior.
—¡Ahora vuelvo, mamá! —alcanza a gritar antes de que se cierre la puerta.
—Necesito que me acompañes a un lugar —le ruego con la mirada.
Ella frunce el ceño, sin embargo no se niega. Así que aprovecho el momento para echar a correr hacia el sitio que nos conducirá muy, muy lejos de aquí.
—Bueno, ¿tengo opción? —dice con sarcasmo—. Al menos explícame que te sucedió. ¿De quién es esa sudadera?
Acelero el paso, obligándola a ella también a seguir mi ritmo. Necesitamos llegar a esas dichosas vías cuanto antes.
La gente en la calle nos observa raro. Yo parezco una loca, mojada de pies a cabeza, y Jill... bueno, parece la amiga de la loca, claro.
—Lo haré. Cuando lleguemos te lo explicaré todo. Ahora tú solo corre —le insisto.
El miedo se convierte en un nudo en mi garganta. El temor de llegar al otro lado y encontrarme con que uno de los tres no lo logró... no quiero ni pensarlo.
—¿A dónde estamos yendo? —pregunta mi amiga al cabo de unos dos minutos.
Solo estamos a unas pocas calles, ya casi llegamos...
¡Más rápido!
Incremento mis pisadas, rogando llegar a tiempo.
—Prométeme que mantendrás la mente abierta —le suplico, sin quitar la vista del camino.
Ya puedo visualizar las vías del tren en la distancia.
—Por supuesto —contesta de inmediato, aunque su voz tiembla al final de la oración.
Esto será difícil. Solo espero que la teoría que pensamos con los chicos sea verdad y no me falle ahora. Jill tendría que cruzar el portal sin ningún inconveniente, porque ella existe en la otra dimensión.
—¿Por qué estamos aquí? —pregunta con recelo, mirando hacia todos lados.
Las vías se extienden a ambos lados del camino, siendo lo único que puedo destacar de este lugar.
Finalmente nos detenemos. Hemos llegado.
A lo lejos, puedo ver el mismo galpón que vi en el otro lado. Desde aquí se ve muy pequeño en comparación con su tamaño real.
—Porque lo que te mencioné del segundo libro no son ideas mías —le confieso—. Todo lo que te dije es cierto.
Ella suelta una risita nerviosa y vuelve a mirar a su alrededor, desconfiando de la soledad del sitio.
—No juegues conmigo, Caitlin —murmura finalmente.
—No lo hago —me apresuro a decir. Observo en la distancia si el tren está de camino, pero no da señales—. Tienes que creerme.
—¿Estás oyéndote? Suenas como una desquiciada —dice con una evidente preocupación—. ¿Qué tomaste? ¿Por qué estás mojada?
—Existe otra dimensión. Los mundos están conectados. Yo creé... un mundo nuevo. Todo lo que leíste en mi libro sí existe —le explico, moviendo mis manos con nerviosismo.
Su rostro de estupefacción está para una foto.
—¿Qué? —es lo único que puede articular.
—Dijiste que mantendrías la mente abierta —le recuerdo.
—Ya lo sé, pero hay límites. Y tú los cruzaste a todos.
Un pequeño escalofrío me recorre el cuerpo de repente. Necesito cambiarme de ropa urgente. Lo último que me falta es pescar un resfrío.
Jugaré mi última carta.
—Taylor te necesita.
Sus ojos se abren ligeramente al oír su nombre.
—No, él está estudiando en Stanford —se niega a aceptar la otra realidad.
De pronto, el sonido lejano del tren provoca que la adrenalina invada nuevamente mi cuerpo.
—Escúchame —le exijo, sujetándola por los hombros—. Taylor está poniendo en riesgo su vida porque ya no le encuentra sentido vivirla. Yo te maté en la historia y tú desapareciste de ese mundo. Ahora él está sufriendo por eso, y no quiero perderlo a él también por mi culpa.
Respiro una buena bocanada de aire al terminar de decir eso. Listo, ya se lo solté todo.
La rubia continúa con esa expresión de perplejidad y preocupación por mí, pero ahora algo ha cambiado en su mirada. Algo de lo que le he dicho le ha tocado
—Él te sigue amando —continúo—. Por favor, Jill...
Ella suelta un suspiro cargado de inquietud y termina asintiendo.
—Está bien —acepta para mi alivio, aunque no muy convencida—. ¿Cómo vamos a ese mundo tuyo?
El suelo comienza a vibrar ligeramente por el tren que se está acercando a toda prisa.
—De la misma forma en que los Raezers como yo nos transformamos —respondo, tomando su mano para comenzar a caminar hacia el centro de las vías.
—¿Qué? ¡No, es una locura! —espeta, soltándose de mi agarre y dando un paso atrás.
La observo con nerviosismo. El tren está a unos pocos metros, si no entra conmigo ahora, no tendremos otra oportunidad.
—¡Por favor, Jill! —grito ya con histerismo—. ¡Confía en mí!
Le extiendo una mano en su dirección esperando a que la tome.
Sujétala, por favor, por favor...
Ponte en su lugar. ¿Quién querría hacerlo?
Debe creerme, jamás le he mentido en nada. Además ella es la persona correcta para cruzar el portal. Jill conoce mejor que nadie el otro mundo.
Aristeo también.
Bueno, él también. Pero no viene al caso.
Mi amiga es la única capaz de ayudar a Taylor. Si él vuelve a verla, si comprueba con sus propios ojos que sigue siendo la misma de siempre, a lo mejor evito otra futura tragedia. No puedo seguir viendo como expone su vida de la manera en que lo está haciendo, sin importarle absolutamente nada, como si un poco de adrenalina le ayudara a olvidar su dolor, o le devolviese a Jill... No, no lo hará. Lo único que conseguirá, si continúa de esta manera, es que lo maten a él también. Aunque a esta altura ya ni sé si en verdad eso es lo que está buscando...
Jill oscila la mirada entre el tren y mi mano varias veces antes de decidirse. Cuando finalmente lo hace, la determinación asoma en sus tiernos ojos azules.
Ha elegido la opción correcta.
El tren llega más rápido de lo esperado. Cierro los ojos, deseando que todo esto acabe lo más rápido posible.
El viaje entre mundos termina cuando caigo de bruces sobre un suelo polvoriento. Toso un poco para quitar de mis pulmones las partículas que he inspirado sin darme cuenta.
Al levantar los párpados, me encuentro con la oscuridad de un sitio desconocido. Mis ojos logran captar algunas cosas, como los tablones que se ubican dispersos por varios sitios, o las cortinas blancas que cubren distintos objetos. También capto algunos muebles viejos y rotos, y muchas, muchas telarañas. Además de todo ese polvo, por supuesto.
—¿Caitlin? —la voz de Jill a mi lado me hace llevar un pequeño susto.
Giro rápidamente la cabeza hacia ese lado y la encuentro inmediatamente junto a mí. Ella ha caído de espaldas contra el suelo. Tiene la mirada clavada en el techo, y en su rostro lleva una mueca de espanto que hasta resulta graciosa. No quiere mirar a los costados. Sus dedos se clavan en el sucio suelo, como si fuese lo único sólido a lo que aferrarse en este nuevo mundo.
—Estoy aquí —le aviso, incorporándome hasta quedar sentada.
Observo a mi amiga con cautela, atenta a cada uno de sus movimientos. Ella lleva una mano a su pecho y aferra su sudadera en un puño.
—Taylor —es lo único que consigue susurrar. Desvía la mirada del techo y la lleva hacia mis ojos—. Oh, por Dios.
Mi corazón se acelera al oír esas palabras.
—¿Qué sientes? —quiero saber, ansiosa.
—Taylor —vuelve a repetir estupefacta—. ¿D-dónde está él? Necesito verlo.
¿Estará sintiendo lo mismo que yo sentí por Dylan cuando crucé a este nuevo mundo? Recuerdo la sensación. Eran muchos sentimientos que procesar. Lo único de lo que sí estaba segura es de cuanto lo amaba, tanto que incluso llegaba a doler. Ya de por sí yo sabía lo que sentía por él, pero todo se incrementó diez veces más al entrar aquí.
En este momento, seguramente Jill esté sintiendo lo mismo. Ella siempre ha amado a mi hermano, y ahora eso se ha incrementado a niveles que resultan abrumadores. La entiendo. Aquí ellos se aman con locura, y ahora tendrá que asimilar eso. Es difícil adaptarse a ese cambio tan brusco de amar a alguien... ya saben, lo normal, a amarlo con una intensidad desmedida.
—¿Puedes sentir su amor? —quiero saber con un deje de esperanza, ignorando lo que ella preguntó.
Jill asiente, aun algo confundida.
—Han aparecido recuerdos en mi cabeza que no sé de dónde han salido... Yo... esto es... es muy confuso —murmura consternada.
Se incorpora y también se queda sentada. Lleva una mano a su frente, manteniendo ese estado de confusión que no abandona su rostro. Casi que puedo escuchar los engranajes de su cabeza mientras trabaja en ordenar y procesar todos los recuerdos y sentimientos.
Jill no entiende nada cuando sonrío abiertamente, emocionada. Mis ojos se humedecen al darme cuenta que lo hemos logrado. Jill pudo cruzar el portal sin ningún inconveniente y también recuerda sus vivencias con Taylor. No puedo pedir más.
—También puedo sentir algo —murmura con extrañeza—. ¿Qué es esto?
No lo veo venir. Ni siquiera hago tiempo de apartarme del calor abrasador que se estrella contra mí y me arroja unos dos metros lejos de ella. Mi espalda choca bruscamente contra la puerta de un mueble casi desecho, a la vez que varias cosas se apartan de alrededor de ella cuando la misma fuerza las empuja lejos.
Ahogo un grito de dolor mientras me retuerzo como un gusano en el suelo. ¡Esto quema, maldición!
—¡Oh, lo siento! —se disculpa mi amiga rápidamente. Se pone de pie torpemente y se acerca a mí a una velocidad impresionante. Jill no mide la rapidez con la que sus piernas se mueven, así que apenas llega a mi lado, le resulta imposible frenar y se lleva por delante un espejo cubierto por una tela blanca, la cual amortigua el estruendo que le sigue a continuación. Aun así, el espejo no consigue salvarse de hacerse añicos contra el suelo.
—Jill... —consigo murmurar, ahora preocupada por ella.
Ella se pone de pie de inmediato, aunque algo aturdida. Sí, es una Raezer y le han regresado sus poderes y demás habilidades.
Y a ti no.
¡¿Qué problema hay conmigo?!
—Estoy bien —dice rápidamente, acercándose a mí. Se arrodilla a mi lado y me sujeta una mano. Su expresión de preocupación provoca que mi corazoncito se encoja en mi pecho—. Lo siento, lo siento. No sabía que ese era...
—Tu poder —termino la frase por ella. Mis dientes se resienten por la presión que estoy haciendo con mi mandíbula. Ya he dejado de retorcerme, pero la sensación de tener el cuerpo en llamas aún no ha desaparecido del todo—. Estaré bien no te preocupes.
—No puedo creerlo —dice entonces, con la mirada perdida en un punto de la nada—. Esto no puede ser real.
Ese atosigante calor se disipa poco a poco de mi sistema, lo que me permite volver a tomar aire e incorporarme.
—Lo estás viendo —respondo tranquilamente.
—¡Cuidado, Kyle! —el grito alarmado de Dylan provoca que ambas miremos en la dirección de donde provino su voz.
Y ahora también lo oye.
¿Dónde...? No puede ser, ¿estamos dentro de ese galpón que vi minutos antes?
Me pongo de pie de inmediato, aunque aun algo dolorida por el pequeño accidente que acabo de tener. Jill también me imita, con el rostro descompuesto por la sorpresa de haber oído ese nombre. Esquivando algunas de las cosas que se interponen en mi camino, y guiada por una luz proveniente de algún sitio, me encuentro con el gran agujero que se formó en uno de los laterales gracias al campo de energía que recibió de uno de ellos. El hueco mide metro y medio, aproximadamente, y es lo suficientemente grande como para que podamos salir por el mismo. Pero ni eso puedo hacer.
Me quedo inmóvil cuando tengo frente a mí esa horrible estampa. La lucha ya casi ha acabado. Dylan, Kyle y Taylor aun siguen de pie, pero no los cuatro Raezers que descansan en el suelo. Sus cuerpos se encuentran quemados y carbonizados en distintas partes. Me resulta extraño no ver ese humo que sus cuerpos deberían desprender, pero la lluvia, que aun no ha cesado, se ha encargado de barrer todo rastro de ello.
¿Cuatro Raezers?
Lo peor no es eso. A esos cuatro se le suman otros dos que aun siguen vivos, en plena pelea contra Dylan y Taylor. Kyle justo acaba de cargarse al cuarto, que yace muerto sobre la hierba. Ahora él está intentando quitarse un pedazo de madera que le atraviesa el muslo derecho de lado a lado.
¡Santo Dios! ¿De dónde salieron esos otros Raezers? ¡Solo eran tres antes de que me fuera!
—¡No! —grita Taylor de pronto, erizándome la piel.
Los dos discípulos de Argus, ambos portando sus respectivos uniformes, lo han atacado al mismo tiempo.
—No... —susurra Jill, que no me había dado cuenta que estaba a mi lado, mirando todo con una expresión de horror en el rostro.
Nadie necesita decírmelo, yo misma me acabo de dar cuenta. Mi hermano acaba de perder su escudo. ¡Maldita sea! Mis manos comienzan a sudar y mi respiración se agita al notar el peligro en que se encuentra ahora.
Una imperiosa necesidad de salir a pelear me invade de repente; es como un instinto que surge de lo más profundo de mi alma. Claro, lo haría si tuviera poderes, lo haría sin dudarlo. Siento que mi mente no es consciente de la falta de mis poderes, únicamente mi cuerpo lo es.
No puedo salir ahora, eso los desconcentraría. Además, seré una molestia, porque nada puedo hacer para ayudarles. Lo mejor sería esperar a que todo termine. Confío en que ellos pueden hacerlo. Sí, tiene la capacidad de lograrlo.
Dylan actúa rápidamente y liquida a uno de esos dos, quedando solamente un niño de unos doce o trece años. Su pecho sube y baja al ritmo de su agitada respiración. Ya no tiene salida.
—¡No me maten, por favor! —les ruega, aterrorizado.
Kyle ha logrado quitarse el pedazo de madera del muslo, que no tardará en cicatrizar, y ahora se ha sumado a sus amigos, los cuales han rodeado al niño para evitar que se escape.
La tensión en el ambiente es palpable. ¿Quién hará el trabajo sucio? ¿Quién querría matar a un niño?
Desde mi posición puedo distinguir su cabeza anaranjada llena de pequeños rulos bien formados. Su piel es blanca como la leche, y desde aquí soy capaz de visualizar las miles de pecas que cubren su rostro. Es un niño muy bonito. Al menos desde la distancia solo eso soy capaz de apreciar.
Lo único que sí me da muy mala espina, es su uniforme. Jamás había visto uno de su tamaño, no suelo cruzarme con Raezers de su edad. ¿Por qué moriría un niño?
Hazte tú esa pregunta, este es tu mundo.
Taylor, Kyle y Dylan se observan entre ellos sin saber que hacer.
¿Y si Argus lo obligó a esto? ¿Y si él no tuvo oportunidad de elegir?
—¿Por qué haces esto? —la dulce voz de Dylan llega a mis oídos, eso sí, a una frecuencia bastante baja para mi gusto. En este momento envidio los oídos de Jill.
—Yo... no lo sé —creo que le responde el chiquillo. No he oído muy bien.
—¿Cómo sabían que sus amigos estaban aquí? —lo interroga ahora Kyle, quien tiene una expresión de severidad realmente atemorizante.
—Los estábamos siguiendo —responde automáticamente, oscilando su mirada hacia el de exóticos ojos verdes.
—¿Cuántos de ustedes son como tú?—le pregunta Taylor, acercándose un paso al niño. Su enojo soy capaz de sentirlo hasta aquí—. ¿Cómo es que tienen de vuelta sus poderes?
Esa es una buena pregunta. Cuando se destruyó el Duxilum, todos los Raezers que no tenían escudo perecieron junto con aquel. ¿Cómo es que ahora han reaparecido?
Tienes un buen ejemplo a tu lado.
No puede ser. Observo a Jill con los ojos como platos. Es imposible...
Al parecer no lo es.
Maldito Argus, ¿está rearmando de nuevo su ejército? Al darme cuenta de esto, un escalofrío me recorre de pies a cabeza. Está reclutando del otro mundo a todos sus Raezers.
Exacto.
No entiendo, ¿cómo es posible? La fuente de su energía se destruyó, no hay Duxilum que pueda mantenerlos con vida. Bueno, sí los hay, dos para ser exactos. Pero el segundo da vida a otros Raezers muy distintos, los mortales como Taylor, por eso ahora el mundo está plagado de ellos y ni Dylan ni Kyle pueden distinguirlos.
Pero entonces, ¿el tercer Duxilum sería capaz de crear nuevamente a estos Raezers con escudo, que protegían el castillo, y a la vez mantener con vida a los que han cruzado el portal? Estoy tan confundida que ya no sé que pensar.
El niño los observa a los tres con temor, aunque algo en él no me termina de cuadrar.
Al ver que no consigue respuesta devuelta, Taylor se acerca otro paso, enfrentando al niño. A esa distancia, la diferencia de alturas es abismal.
—¿Qué carajos es lo que quieren de Caitlin? —inquiere, ya perdiendo la paciencia.
Entonces me doy cuenta enseguida de lo que no me cuadra en ese chiquillo. A simple vista, su rostro aun aniñado e inocente compraría a cualquiera, pero la maldad que desprenden sus ojos no es difícil de ocultar. Al menos no a mí. Apenas mi hermano termina de hacer esa pregunta, el rostro del pequeño se transforma. Ese miedo que fingía en un principio se esfuma por completo y es reemplazado por una maldad que me congela la sangre.
—Matarla —responde automáticamente, clavando en Taylor su mirada cargada de odio—. Y a ustedes también.
Incluso antes de que cite esas últimas palabras, yo ya veía venir su siguiente movimiento.
—¡TAYLOR! —exclamo horrorizada.
Pero nada puedo hacer para evitar la tragedia.
El niño actúa con una rapidez que deja a más de uno confundido. Cuando todos al fin reaccionan, Taylor es lanzado por los aires con una potencia descomunal.
—¡NOOOOO! —el desgarrador grito de Jill se me clava en el pecho como una puntiaguda estaca.
Todo sucede tan rápido que mis ojos apenas alcanzan a percibir nada. Solo veo como Kyle se carga a ese mocoso en una milésima de segundo, mientras que Dylan posa su atónita mirada en mí. Ya nos ha encontrado.
Jill y yo observamos horrorizadas como el cuerpo de mi hermano finalmente se rinde a la gravedad y cae con una fuerza bestial, formando un gran boquete en el suelo que levanta trozos de tierra y hierba, los cuales salen disparados por doquier.
Mi corazón se detiene por un instante, al igual que el de todos. No puedo respirar. Mis ojos están fijos en el cuerpo de Taylor, que yace en el suelo sin dar señales de vida.
Esto no está pasando. Tiene que ser una pesadilla. Sí, eso es. Estoy soñando.
¡No estas soñando!
Nada puedo hacer para contener a mi amiga. Ella sale del galpón por esa misma abertura y echa a correr hacia Taylor a un velocidad que no seré capaz de seguir.
Obligándome a volver a respirar, me apresuro a salir de ese polvoriento lugar. La lluvia, que ha bajado un poco su intensidad, no tarda en volver a mojar mi ya de por sí ropa mojada.
Dylan y Kyle se han quedado inmóviles en su sitio, observando a Taylor y a Jill con la misma expresión de estupefacción de la cual no pueden salir. Ellos tampoco pueden creerlo.
—¡TAYLOR! —grita mi amiga con el mayor dolor del mundo, dejándose cae de rodillas a su lado.
Yo tardo unos segundos más en alcanzarlos. La tierra está tan mojada y resbalosa, que podría hacerme caer si no ando con cuidado.
Cuando llego a donde se encuentra mi hermano y mi amiga, me quedo de pie, a dos metros de distancia, viéndolo todo con una mezcla de angustia y estupor que me oprime el pecho y bloquea mis vías respiratorias.
—¡Por favor, despierta! ¡No me hagas esto! —le ruega Jill entre lágrimas. Sus manos recorren el rostro de él con fervor, nerviosas, sin saber que hacer para ayudarle.
Taylor permanece inmóvil en el suelo. Sus ojos se encuentran cerrados y sus labios ligeramente entreabiertos. Sus facciones se encuentran tan relajadas que por un momento llego a creer que ha encontrado la paz que buscaba. No, no, ¡no! ¡Él no puede morir ahora!
—¡Taylor, abre los ojos! ¡No me dejes! —continúa implorándole la rubia, sin dejar de ser sacudida por esos constantes sollozos—. ¡Por favor, te lo pido! ¡No me abandones!
Un par de lágrimas ruedan por mis mejillas, calentando ese tramo de piel fría. Esto es demasiado para mí. No puedo soportarlo.
Dylan y Kyle no se atreven a acercarse, siguen en la misma posición, mirando todo con esos rostros lánguidos. Puedo sentir el dolor que me transmite el primero, su alma sufre al igual que la mía, potenciando el sentimiento aun más. Pero además de eso, no puede dejar de observar a Jill con la misma perplejidad que Kyle. Sí, ella ha vuelto.
—¡Regresa! —solloza mi amiga, abrazando el cuerpo de mi hermano—. ¡He vuelto! ¡Lamento haberme ido! ¡Ahora no me dejes tú, por favor! ¡Te lo ruego! ¡No me dejes!
—Taylor —gimoteo en voz baja, tapándome la boca con mis manos para acallar mis sollozos.
Mi hermano...
El cielo continúa llorando por encima de nuestras cabezas, ambientando la escena con esas tonalidades grises y tristes que se adecúan al momento.
—¡NOO! —los lamentos de mi amiga me parten el corazón al medio. No puedo verla así—. ¡Te amo, Taylor! ¡Te amo! ¡Despierta!
Cuando estoy a punto de derrumbarme, un par de brazos me envuelven y me acogen contra un cálido pecho. No necesito mirarle el rostro para ver de quien se trata. Envuelvo mis brazos alrededor de su torso y hundo mi rostro en su pecho, dando rienda suelta a mis emociones. En este momento ni siquiera su maravilloso aroma es capaz de tranquilizarme. Nada puede hacerlo.
He llegado tarde. Esto no debía acabar así. Taylor tenía que reencontrarse con Jill. Ellos se merecían esa oportunidad. ¡¿Por qué el universo me odia?! Ahora lo perderé a él también, ¡y todo por mi culpa! Jamás debí destruir su vida como lo hice al arrebatarle a Jill. ¡¿Qué clase de monstruo soy?!
Los brazos de Dylan me estrechan aun más al sentir como me castigo a mí misma. Y esto no es nada. Lo peor está por venir. Sé que cuando todo esto termine y regrese a casa, no habrá nada que pueda calmarme, porque no solo acabé con mi hermano, ahora he involucrado a Jill en esto. Ella no me lo perdonará jamás.
—¿Taylor? —la repentina pregunta de Jill es lo que cambia la situación por completo.
Giro rápidamente la cabeza en su dirección, pero sin apartarme de Dylan. Mis manos continúan aferradas a su vigorosa espalda, pero ahora han disminuido su tensión.
Entonces, mis atónitos ojos ven como la mano de mi hermano se ha alzado para tocar la mejilla humedecida de Jill.
—¿Estoy... muerto? —pregunta en un frágil susurro.
Ambos se han perdido en la mirada del otro, ninguno es capaz de apartar la vista. Se miran como si fuese la primera vez que lo hicieran. El amor que flota entre ambos me envuelve incluso a mí. Después de todo lo que pasamos, es realmente un privilegio poder presenciar esto.
—No, no lo estás. Y yo tampoco lo estoy —logra contestarle Jill, mirándolo anonadada.
Taylor baja las cejas y la observa extrañado.
—Es imposible, tú... —él no capaz de terminar la frase. Enseguida su mirada se aparta de ella para comenzar a buscar algo desesperadamente.
Y lo encuentra.
Sus ojos se clavan en los míos con una mezcla de decepción y molestia. Él me advirtió que no lo hiciera, sin embargo no le hice caso. Traje a Jill desde el otro mundo y se la planté en la cara. Pero ¿qué más podía hacer? Ellos pueden tener otra oportunidad, solo tiene que aceptar que esa Jill que murió en este mundo sigue siendo la misma que tiene delante suyo.
Taylor no hace tiempo de emitir ninguna palabra, la mano de mi amiga se posa en su mejilla y ladea su rostro para que la mire.
—Soy yo, sigo siendo la misma de siempre —murmura, intentando hacerle entrar en razón.
—No, no puede ser así. Tú no...
—Je t'aime, mer bleue —le interrumpe ella, diciéndole algo que no llego a comprender por el idioma en que habla.
¿Francés? Vale, debí prestar más atención en las clases de francés. Soy conocedora de que mi amiga se defiende mejor que yo en ese idioma, mucho mejor. Y Taylor... bueno, él siempre ha tenido notas sobresalientes en cada asignatura, así que esa no habrá sido la excepción.
Observo fascinada la escena que tengo delante. Mi hermano clava sus pupilas en las de Jill con una intensidad abrumadora. La mira maravillado, como si esa oración fuera un código secreto entre ellos. Y al parecer es más que suficiente para abatir cualquier duda en él.
—Je t'aime, mer bleue —le responde Taylor en un murmullo, pasando a acariciar su mejilla con adoración—. Oh, Jill...
Él ya no es capaz de seguir luchando contra ese amor que jamás ha dejado de existir entre ambos. Sus labios se lanzan a los de ella para besarlos con anhelo, mientras que Jill envuelve sus brazos alrededor de su cuello, correspondiéndole el beso con la misma intensidad.
Ya luego tendré tiempo de preguntarle a Jill qué significa eso que se dijeron, porque, que yo recuerde, jamás escribí una cosa así en el primer libro. Esto es asombroso.
Aquí, bajo la insistente lluvia que nos baña a todos por igual, soy testigo del renacimiento de estos dos Raezers tan especiales para mí. Porque no solo Jill acaba de volver, Taylor también lo ha hecho. Su alma no estaba lista para abandonar este mundo. Y ahora él finalmente ha encontrado esa paz que tanto buscaba. Ambos la han encontrado. Su amor durará mucho tiempo, lo sé. Ellos están destinados a estar juntos y disfrutar por mucho, mucho tiempo su relación. La vida es corta, pero al lado de la persona que amas se vuelve infinita. Se vuelve una hermosa eternidad.
...
N/a:
¡Hola mis preciosos Raezers! ¿Cómo están?
¿Qué les pareció el capítulo de hoy? Ha sido demasiado largo, lo sé, hasta ahora el capítulo más largo en ambos libros, pero tampoco quería dividirlo en dos y dejarles con la duda.
De ahora en más, intentaré escribir lo más que pueda en cada actualización para intentar acortar la cantidad de capítulos que tendrá este libro para continuar con un pequeño plan que tengo pensado... Les dejo sacar sus conclusiones.
Taylor y Jill, ¿qué opinan de su relación? Nunca he preguntado esto, quiero leer lo que piensan de esta pareja que, por mi parte, siempre me ha encantado ❤ Es más, los últimos siete renglones están relacionados con el último párrafo del capítulo "JILL" del LIBRO I.
Si les gustó el capítulo no olviden dejarme sus votos y lindos comentarios que leerlos son mi mejor parte del día! ❤
Besos!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro