XVIII
El trayecto desde la casa de Dylan al instituto, se vuelve un poco más divertido con Kyle en el coche. Aquel no ha parado de hablar ni por un segundo en todo el viaje. Sinceramente, agradezco su presencia, no hubiese soportado la tensión entre Dylan y yo. Ya sé que nos hemos besado, no niego que no haya sido mágico, porque sí lo fue. Ese beso superó todas mis expectativas, y lo repetiría una y mil veces. Pero a pesar de que mi corazón no deja de saltar de felicidad cada vez que rememoro sus labios, aun me siento inquieta por no haber tenido tiempo para hablar con él sobre el tema. A lo que me refiero es, ¿qué somos ahora?
Dylan me da un rápido vistazo por el espejo retrovisor y yo me encojo en mi asiento, muerta de vergüenza. Dios mío, ¡estuvimos por desnudarnos! Si Taylor y Kyle no hubiesen llegado, no sé que es lo que hubiese ocurrido allí en su cuarto. Me da miedo pensar que nuestra conexión sabe bien como manipularnos, al punto de desconectar nuestra parte racional.
A pesar de que desee con todas mis fuerzas perder el control con Dylan, necesito que vayamos más lento. Ya sé que nada de esto es nuevo, yo viví muchas cosas junto a él, pero todo eso ocurrió en mi mente. Ahora me toca vivir todo desde cero en carne y hueso, y no es algo fácil de digerir.
Además, me da una terrible vergüenza que Dylan sepa en todo momento cuando estoy pensando en él. De seguro ese es el motivo por el cual no ha parado de lanzar miradas furtivas hacia la parte posterior del coche. Estoy más que segura que lo hace porque está sintiendo mis constantes llamados.
Tonta, Caitlin.
Una vez que llegamos al instituto, soy la última en bajar del coche.
—... y ya comienzo a olvidar varias cosas humanas, ¿a ti te sucede? —escucho parte de la conservación que Kyle y Dylan están manteniendo mientras me esperan.
—Sí —responde Dylan, cruzándose de brazos—. En unos días volveremos a ser los de siempre.
Kyle maldice por lo bajo mientras acomoda la mochila sobre su hombro.
—Miracle se había emocionado por mis nuevas habilidades culinarias —murmura apenado.
—Puedes volver a aprender todo eso de nuevo —resuelvo al llegar a su lado.
—Sí... debería. Lo bueno es que no perdí otras habilidades —dice con picardía.
Suelto una pequeña risita mientras que Dylan pone los ojos en blanco. Nos mezclamos entre los demás estudiantes cuando avanzamos hacia el interior del edificio. En el trayecto casi escupo el corazón de la emoción al sentir los dedos de Dylan entrelazarse con los míos. Su cálida mano envuelve la mía, que está fría como el hielo, enviando miles de chispas por toda mi extremidad. Miro por un segundo nuestro amarre y luego lo miro a él que intenta mantenerse serio, aunque le divierte la expresión de mi rostro.
Kyle nos da una mirada de reojo y una sonrisita se insinúa en sus labios al vernos de nuevo juntos. Al final, todas sus tácticas para volvernos a unir han funcionado, hay que reconocerlo. De todas formas, sigo sin saber que es lo que somos, por lo que no sé como comportarme a su alrededor.
Todos estos días, con Dylan no hemos hecho más que discutir, gritar y herirnos el uno al otro. Nosotros jamás fuimos así. Todos los recuerdos que tengo de la relación que creí vivir mientras el coma se llevaba parte de mi vida, son muy distintos a estos que estamos creando ahora. A lo mejor, a partir de este momento las cosas cambien para bien.
Una vez que cruzamos las puertas de entrada, nos dirigimos directamente a nuestra aula. No paso por alto ciertas miraditas envenenadas que me lanzan algunas chicas al verme de la mano de Dylan. Debí imaginármelas menos entrometidas. Lo peor de todo es que para ellas yo soy el problema, a él lo contemplan como si fuese un hermoso atardecer. Malditas víboras.
Al mismo tiempo que tomamos asiento, el profesor de biología ingresa al salón.
Dylan se deja caer sobre el respaldo de su silla mientras cruza sus brazos a la altura de su pecho. Por mi parte, mantengo mis antebrazos sobre la mesa, estrujando mis dedos con un poco de ansiedad. Puedo sentir su mirada clavada en mi nuca y todos los sentimientos que lo asaltan. Ambos sentimos un profundo amor por el otro y eso se hizo más evidente luego de aquel beso intenso que nos dimos. Dios, como extrañé sus labios...
La clase transcurre normalmente, hemos aprendido sobre el ADN, los cromosomas y un poco del código genético. Es un tema interesante, a decir verdad, pero no he podido concentrarme al cien por ciento como me hubiese gustado. La escena del beso no ha dejado de reproducirse en mi mente como una maldita película. Todo mi cuerpo se estremece de solo recordar sus varoniles manos acariciando mi piel, sus labios en mi cuello... ¡Basta! Debo concentrarme, tengo que ser fuerte. Y sería más fácil si Dylan también pudiese olvidarlo por un instante. Me siento constantemente atraída hacia él. Al parecer, no soy la única que tiene la mente navegando por cualquier parte.
Una vez que el timbre anuncia la hora del recreo, Dylan, Kyle y yo, salimos del salón para dirigirnos a la cafetería. Como estos dos días no he asistido al instituto en este mundo, no he podido hablar con Penny aun. Las cosas entre nosotras no están muy bien desde la muerte de Jill, ella cree que todo fue culpa de Dylan y mía por ser quienes Argus busca. Pero lo que realmente no sabe es yo soy responsable de su muerte. Yo fui quien escribió eso.
Justo cuando estamos a cinco metros de la puerta de la cafetería, Dylan tira de mi mano para que me detenga. No deja de sorprenderme la reacción de mi cuerpo ante su contacto. El solo roce de su mano provoca que mi estómago se llene de mariposas. Él se sitúa junto a los casilleros, arrastrándome consigo. Kyle se gira extrañado al ver que nos detenemos, pero enseguida una sonrisa se insinúa en sus labios al ver la escena.
—Los veo adentro, tortolitos —canturrea mientras continua con su andar despreocupado.
Una vez solos, sin contar a los demás estudiantes que caminan de un lado a otro por los pasillos, me giro hacia Dylan para enfrentarlo. Mi respiración se torna irregular al notar que nuestras manos siguen unidas.
—¿Estás bien? —me pregunta entonces.
—Sí —respondo algo confundida—, ¿por qué?
—Solo quería asegurarme que lo estuvieras. Lo que sucedió hace unas horas... —su voz se va apagando a medida que su mirada se concentra en algo que le llama la atención. Levanta su mano libre y me aparta con suavidad parte del cabello con el que oculto su pequeña marca. Sus ojos se abren ligeramente al descubrirla—. Mierda, Caitlin. Lo lamento, fui un bruto contigo.
Más bruto, más disfruto.
Tú cállate, consciencia pervertida.
Ni siquiera he visto la marca. ¿Tan mal se ve?
Su mirada de arrepentimiento me ablanda el corazón.
—Descuida, pronto desaparecerá —le resto importancia.
—A veces olvido que sigues siendo humana, esto no pasaba antes —murmura, volviendo a colocar el pelo en su lugar para luego acariciar mi mejilla con el dorso de sus dedos—. Tendré más cuidado la próxima vez.
Mi corazón da un salto en su lugar, y no sé si es por sus caricias o por lo último que dijo.
Me quedo mirándolo embelesada. A pesar de que dije que deberíamos ir más lento, me es imposible no caer bajo el encanto de su mirada.
Él desciende sus ojos a mis labios y todo mi ser grita de emoción al intuir su siguiente movimiento. Dylan acerca su perfecto rostro y roza cariñosamente su nariz contra la mía. Mis labios se entreabren en el mismo segundo en que él decide besarlos. A diferencia de hace unas horas, este beso es lento y menos atrevido debido al sitio donde nos encontramos. Sus labios son mi propio paraíso, suaves, cálidos, perfectos.
Me siento un poco desilusionada cuando Dylan finaliza el beso, pero no nos queda otra opción, tampoco queremos montar un numerito aquí.
—Hablaremos de esto luego, ¿vale? Este no es el mejor sitio —murmura, mirando a Trevor con el semblante serio, que justo pasa por al lado nuestro con todos los del equipo de béisbol. El muy idiota le lanza una mirada desafiante a Dylan, pero solo lo hace porque está acompañado de sus amiguitos.
Si estuviese solo saldría corriendo.
Quiero sonreír con malicia al recordar la expresión de su rostro cuando Dylan y yo le lanzamos un pequeño campo de energía accidentalmente. Ese día había sido toda una revelación; ninguno de los dos sabíamos que nuestro poder podía potenciarse si tan solo sujetábamos nuestras manos. Y, claramente, Trevor tuvo que entender por las malas que no iba a ir al baile de graduación con él. En este mundo, todo sucedió de aquella forma.
—Está bien —le respondo a Dylan una vez que los del equipo de béisbol entran a la cafetería. Al decir eso, enseguida recuerdo otra cosa igual de importante—. Necesito hablar con Penny.
Él suspira y asiente.
—Lo sé —contesta—. Espero que las cosas mejoren entre ustedes.
—Yo igual —coincido.
Al cabo de unos minutos, ya me encuentro sentada junto a Penny en una de las mesas de la espaciosa cafetería. Dylan y Kyle se han sentado en la otra punta del lugar para darnos espacio, aunque de sobra sé que pueden oírnos.
He intentado entablar una conversación con mi amiga, pero sus respuestas cortas y concisas no me lo han permitido. Sé que está esperando que hable acerca de lo que quedó pendiente entre nosotras, pero no sé como iniciar, más aun que he estado ausente estos últimos dos días.
Giro la cabeza hacia ella y la observo detenidamente. Cabizbaja, Penny pincha un trozo de tomate de su ensalada y se lo lleva a la boca sin muchas ganas. No necesito preguntarle para darme cuenta que apenas está comiendo, desde la muerte de Jill ha perdido unos tres kilos y cualquiera que la conozca se puede dar cuenta de eso. Sus mejillas lucen más hundidas, sus ojos están contorneados por unas grandes ojeras, y su piel y cabello han perdido vitalidad. En resumen, Penny luce bastante deprimida.
—No viniste estos días —dice entonces.
Perdí dos días de clase en este mundo, lo sé, pero me había peleado con Dylan y no quería ni aparecer por aquí. Sin embargo, en el mundo real jamás dejé de asistir al instituto, por lo que en realidad no perdí esas clases.
—Yo... me sentía mal del estómago —miento con facilidad.
Penny me observa en silencio por un momento.
—¿Y Dylan también? —pregunta de manera inquisitiva.
Maldición.
Claro que Dylan tampoco vino, solo se dedicó a beber y tocar el piano de manera solitaria.
Miro arrepentida a mi amiga y ella niega con la cabeza. Ya no confía en mí.
De pronto, la tentadora idea de contarle la verdad viene a mi cabeza. Esto no tendría que ser así. ¿Por qué solo Dylan, Kyle y Taylor deben conocer el otro mundo? No digo de llevar a Penny a ese sitio, pero sí que sepa que Jill no está muerta como ella cree.
En su mundo sí lo está. Tú la mataste.
Pero en el mío sigue viva. Si tan solo ella pudiera verla...
—Oye Penn... —murmuro con cierto nerviosismo.
Mi amiga me mira de vuelta, esperando a que hable. Su entrecejo se frunce ligeramente al verme tan inquieta.
Me tomo un par de segundos antes de hablar. Necesito encontrar las palabras correctas.
¿Las hay?
Mis ojos vuelan hacia la mesa de Dylan y Kyle y veo como este último habla con dos chicas que están de pie junto a su mesa. Las dos son altas y con un físico despampanante, recuerdo haberlas visto con su traje de porristas varias veces. Que yo recuerde no he cursado ninguna asignatura con la rubia de rizos, pero sí curso arte e historia con la de melena colorada como una zanahoria, que carga una libreta entre sus manos.
Lo gracioso de esto es que la de cabello colorado intenta llamar la atención de Dylan, pero para él es como si no existiera, solo se dedica a observarme a mí. Pero la parte mala de todo esto, es que lo hace porque creo que ya se ha dado cuenta de mis intensiones.
—¿Qué dirías si te digo que Jill en realidad no murió? —le pregunto a Penny sin más vueltas.
Desvío por un segundo la mirada hacia Dylan y veo que sus ojos me observan sorprendidos y molestos a la vez. Kyle también ha puesto su atención en mi mesa. Las dos chicas han desaparecido.
La expresión del rostro de Penny es lo que más me duele. Al principio se muestra confundida, pero enseguida una profunda tristeza se instala en sus ojos de color café.
—¿Que estás diciendo, Caitlin? No puedes jugar con eso —me reprocha, elevando su voz más de lo normal.
Miro a los costados para ver que nadie nos esté observando. Al percatarme de que todos siguen en su mundo y nadie la ha oído, le sujeto el brazo y me acerco unos centímetros para que solo ella me escuche.
—Debes creerme. El mundo en el que vives no es más que una fantasía. Jill está viva —las últimas palabras las pronuncio lentamente para que pueda entenderlas.
Su boca queda colgando cuando termino de decir todo eso.
—¿Qué? —pregunta sin dar crédito a lo que acaba de oír.
Sí, ella cree estoy loca. No la culpo, yo a veces también lo creo.
—Jill vive, Penny. En mi mundo no está muerta. Todo lo que ves a tu alrededor es parte de mi imaginación, tú también formas parte de ella —intento explicarle lo mejor posible—. Mira, necesito que leas lo que te voy a pasar.
Desbloqueo mi teléfono y le envío una copia de mi libro. Sabía que algo como esto algún día sucedería, así que mejor tener pruebas de que es cierto lo que digo. Ella abre lo que acabo de enviarle y mira por arriba las ciento de páginas donde está toda la verdad.
—No entiendo, Caitlin. ¿Qué es esto? ¿Qué está pasando? —pregunta entre preocupada y confundida.
De pronto, una mano se posa sobre mi hombro. Sé de quien se trata sin tener que verle el rostro. Me giro sobre mi asiento y levanto la cabeza para dar con mis bonitos ojos grises que me observan ansiosos. Kyle también está a su lado, escaneando el lugar con atención.
—Debemos irnos de aquí, ahora —murmura Dylan por lo bajo.
Él mira hacia la entrada de la cafetería y yo lo imito. Mis ojos se abren grande cuando veo a dos sujetos, de unos veintitantos años, entrar. Jamás los he visto por aquí, y por como observan el sitio parecen estar buscando a alguien. A mí. Son Raezers.
Ambos son altos y fornidos. Uno de ellos lleva su media melena rubia a la altura de los hombros, mientras que el otro mantiene su cabello negro bien corto. Los dos visten de negro, por supuesto, aunque no son sus típicos uniformes. Solo basta con una camiseta y unos pantalones.
—Vamos —susurra Dylan sujetándome del brazo.
Me pongo de pie torpemente, algo aturdida por lo que está pasando.
—¿Qué sucede? —pregunta Penny preocupada.
—Tú quédate aquí, no te harán nada —le dice Kyle.
—Espera —lo detengo—. En el otro lado reconocieron a Jill en la feria, ¿quién dice que a Penny no la reconocerán?
Kyle se queda pensativo por una fracción de segundo. Comparte una mirada con Dylan, el cual solo se limita a asentir.
—Carajo —masculla el de ojos verdes. A continuación, sujeta con discreción a Penny del brazo y la obliga a ponerse también de pie.
—¿Qué haces? —le pregunta ella, asustada.
—Salgamos de aquí —nos apura Dylan.
Con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, comienzo a caminar en dirección a la puerta trasera. Dylan y Kyle se posicionan por detrás de nosotras para evitar que esos dos Raezers nos vean.
A cada paso que doy siento como el nerviosismo va en aumento dentro de mí. Hay demasiados estudiantes aquí, si esos dos discípulos de Argus llegaran a descubrirme... Esto podría convertirse en un matadero.
Si bien este mundo no es más que una creación mía, existe. Es una dimensión paralela a la realidad donde pertenezco. Y como este, deben de haber miles. No puedo tomármelo a la ligera, aquí hay personas, hay vida.
Suelto el aire que he estado conteniendo una vez que llegamos a la dichosa puerta. Para comprobar que no nos han visto, miro a través del pequeño espacio entre los cuerpos de Kyle y Dylan, pero palidezco al notar un par de ojos observándonos con atención. Su mirada es oscura y desprende hostilidad por cualquier ángulo que se lo vea. Ese Raezer le avisa a su compañero y el otro también mira en nuestra dirección. ¡Mierda!
Dylan me empuja con prisa para que atraviese la puerta que conduce al pasillo del ala norte del instituto, donde están los de primaria.
—Tápense los oídos —dice Kyle de pronto.
Mi corazón salta en mi pecho cuando una ensordecedora alarma comienza a sonar por todo el instituto. Me giro hacia Kyle y lo veo con la mano sobre el interruptor de la alarma de incendios.
¡¿Por qué hizo eso?!
—¡Estás loco! —le grita Penny.
—No, está perfecto —lo felicita Dylan, tomando mi mano y comenzando a caminar.
Penny y Kyle nos siguen con apremio por los pasillos que rápidamente comienzan a llenarse de estudiantes que salen corriendo de sus respectivas aulas, y de los que vienen de la cafetería. Mi ansiedad incrementa entre el sonido de la alarma y todo el jaleo que se monta.
Varios profesores comienzan a gritar por encima del ruido para que sus alumnos guarden la calma y así guiarlos de forma ordenada hacia la salida.
Giramos a la derecha para caminar por otro pasillo igual de concurrido. La mano de Dylan se aferra a la mía como si le fuese la vida en ello. Caminamos por otros dos corredores más hasta llegar a uno que se encuentra ya casi despejado. Kyle abre la puerta de un salón vacío y nos adentramos los cuatro sin dudarlo. Es el aula donde se dan las clases de música. Varias sillas se encuentran en medio del salón, apuntando hacia la puerta, y frente a estas se alzan los atriles para apoyar las partituras. En una de las esquinas hay un piano blanco de madera pulida, y en los laterales se encuentran apoyadas contra la pared dos guitarras y un cello.
En ese momento, el teléfono de Dylan comienza a sonar.
—Dime —contesta Dylan, acercándose a la ventana que tiene la puerta para observar si viene alguien—. No, ella y Penny están con nosotros en el salón de música... Iremos ahora... Sí, descuida.
Cuelga la llamada y guarda de nuevo el teléfono en su pantalón. Se gira hacia nosotras dos y, por su expresión y los sentimientos que lo embargan, debe hacer algo que no quiere: abandonarnos.
—Taylor dice que siguen aquí. Él ya está adentro, está buscando a esos Raezers, pero no podrá hacerlo solo. Debemos ir a ayudarle —nos explica.
—¿Raezers? —repite Penny, desconcertada—. ¿Cómo se metieron aquí?
Me resulta extraño que en este mundo ella sepa todo sobre lo que somos.
—Mejor dicho, ¿cómo saben donde estudio? —quiero saber yo, sintiendo un sudor frío bajar por mi espalda.
—Eso mismo me pregunto yo —masculla Dylan con la mandíbula tensa.
Kyle mira a su amigo con el semblante más serio de lo normal, ¿qué está pensando? Dylan lo ignora y se acerca a mí a paso decido. Me toma el rostro entre sus manos y me mira fijamente.
—Te ruego que te quedes aquí, nosotros iremos a ayudar a Taylor. Volveremos a buscarlas, ¿está bien?
Lo único que puedo hacer es asentir, me encuentro tan perpleja que apenas tengo reacción. Lo peor de todo es que el miedo que siento no es por el hecho de morir o que me hagan daño, sino más bien por no tener poderes para defenderme y defender a las personas que quiero. No me agrada el hecho de tener que quedarme aquí sin hacer nada. Esto de seguir siendo humana me complicará las cosas aquí. ¿Cuándo regresarán mis poderes?
Dylan besa mi frente y luego se gira hacia Penny.
—Tranquila, no dejaré que les hagan daño —le dice para intentar tranquilizarla, ya que se encuentra bastante alterada por los nervios.
Ella asiente frenéticamente y se aleja hacia el fondo del aula para estar lo más alejada posible de la puerta.
Dylan me da una última mirada antes de marcharse junto a Kyle, al cual le brillan los ojos con cierto entusiasmo por tener que salir a cazar a esos Raezer. Sí, Kyle disfruta asesinarlos. Adora sentir la adrenalina corriendo por su cuerpo, o como la sangre de sus rivales tiñen sus manos, eso último es lo que más le divierte. Y él no tiene la culpa de ser así, yo lo hice de esa manera.
Observo como la puerta se cierra y mis nervios ascienden hasta la estratosfera al verme sola con Penny.
Una más humana que la otra.
Me giro hacia ella y veo como intenta desarmar uno de los tantos atriles para quedarse con el eje y usarlo de lanza... o algo parecido. Me encantaría decirle que eso no le servirá para nada, pero si al menos la hace sentir segura, no seré yo quien rompa su ilusión.
—No sé tú, Caitlin, pero no me siento muy segura quedándome aquí —susurra a mi lado, sujetando con firmeza su nueva "lanza".
—Yo tampoco —concuerdo con ella, mordiéndome las uñas en un gesto nervioso—. Pero dijeron que ya vendrán... Todo estará bien, tranquila.
Detesto sentirme tan insegura. Mis poderes al menos me hubiesen sido útiles para no solo proteger a Penny, sino también para ayudar a los chicos.
De pronto, un fuerte estruendo en la planta superior provoca que el suelo, las paredes y las ventanas vibren con fuerza. Desde lejos se oyen varios gritos que se filtran por la ranura de la puerta.
—Maldición —susurro, sintiendo mi respiración más pesada de lo normal.
No creo que sea buena idea quedarnos aquí. Si alguien llegase a resultar herido por mi culpa... no quiero ni pensarlo.
Comienzo a caminar de lado a lado, ideando un plan en mi cabeza.
—No saldré al pasillo, pero tenemos las ventanas, Caitlin —dice Penny, acercándose a una de ellas.
Corro hacia donde está mirando a través de una y observo hacia el exterior. Algunas cabezas de varios estudiantes se han amontonado afuera, esperando que todo pase. Agradezco que no estemos en el piso superior, porque sino no se me hubiese ocurrido como bajar.
—Bien, si salimos tenemos la oportunidad de mezclarnos entre las demás personas para que no nos vean. Taylor dijo que esos dos Raezers aun siguen aquí dentro.
¿Tú crees que es buena idea?
Ya no sé que es mejor, si permanecer en el mismo sitio que esos malditos locos o estar afuera con la posibilidad de correr y escondernos si fuese necesario.
—Sí... tienes razón —murmura Penny con voz temblorosa, intentando convencerse de que es la mejor idea.
Sin dudarlo, abro la ventana y le permito a Penny salir primera. Una vez que mis zapatillas tocan el suelo del exterior, obligo a mis piernas, que parecen de plomo, a moverse hacia el tumulto de gente.
—¿Crees que ya habrán acabado con ellos? —me pregunta Penny con el semblante preocupado. Por suerte, ya se ha desprendido de su arma mortal.
—Eso espero —murmuro esperanzada.
Pero esas esperanzas se evaporan cuando mis ojos recaen en el sujeto que acaba de salir por unas de las puertas de emergencia que está a unos metros de nosotras. Freno en seco y mi cuerpo se paraliza de repente al ver de nuevo al Raezer de cabello rubio. Esta vez va solo, su compañero no está con él.
¡Reacciona!
Un chispazo de adrenalina me recorre el cuerpo entero y me hace despertar de aquel trance. Penny se percata de lo mismo que yo y queda paralizada. Reacciono rápido y la sujeto del brazo para arrastrarla detrás de una columna de ladrillos que está adosada al muro. Esta puede ser nuestra única salvación.
Ni siquiera me animo a respirar o parpadear. El único que no deja de latir como loco es mi corazón, y me da miedo que nos delate. Solo ruego que la alarma de incendios sea lo suficientemente fuerte para camuflar el sonido de este órgano.
En otro momento, la expresión de pánico en el rostro de mi amiga me hubiese resultado incluso divertida, parece una caricatura. Pero ahora lo único que puedo pensar es que ella podría resultar herida si llegan a encontrarnos. No me preocupo por lo que a mí me hagan, porque matarme no podrán, Argus me necesita viva.
Con cuidado, me asomo desde atrás de la columna y observo que el Raezer se ha alejado lo suficiente, en dirección al resto de estudiantes, para continuar con su búsqueda.
—Tendremos que rodear el edificio y salir por la parte posterior —le digo a Penny en voz baja para evitar que nos oiga.
Ella asiente, algo aturdida todavía por lo cerca que estuvimos de ser descubiertas. Al ver que sus pasos son medios torpes al principio, sujeto su mano y la arrastro conmigo por el camino contrario al que tomó ese Raezer.
Rodeamos el edificio con apremio, mirando de vez en cuando hacia atrás para corroborar que nadie nos esté siguiendo. Una vez que conseguimos alejarnos lo suficiente, echo a correr lo más rápido que me permiten mis piernas humanas. Penny, que tiene su mano aferrada a la mía, tarda un par de segundos en poder seguirme el ritmo.
—¿A dónde vamos? —me pregunta, respirando agitadamente.
—No lo sé, tú solo corre —respondo sin quitar los ojos de enfrente.
Siento que en este momento somos el blanco de miles de Raezers que están planeando atacarnos en el primer despiste nuestro.
—Vayamos a mi casa —propone entonces.
Supongo que si saben donde estudio, de seguro también sepan la dirección de mi casa. Ya no sé que pensar. Me volveré una completa trastornada.
—De acuerdo —acepto.
De todas formas, su casa no está muy lejos de la mía, solo a unas pocas calles.
Corremos por al menos cinco minutos enteros sin parar. En otro momento nos hubiésemos detenido a los diez segundos, pero supongo que la adrenalina está haciendo de las suyas en nuestro sistema.
Las personas que pasan a nuestro lado por la acera, nos observan extrañadas al vernos huir despavoridamente. Es gracioso de ver como regresan la vista a su camino, pero con cierta desconfianza, como si esperaran que la horda de zombis salga de su escondite a correrlos.
—Detengámonos un momento, por favor —me pide Penny, disminuyendo sus pasos paulatinamente.
—Vale —concuerdo con ella. Yo también necesito un descanso.
—Escondámonos aquí —señala un callejón a nuestra derecha, y me arrastra a ese sitio para ocultarnos del resto.
Recorro con la mirada el sitio y mis piernas se vuelven algo torpes cuando reconozco este callejón...
De pronto, la mano del maldito gemelo se enroscó en torno a mi cuello y me estampó con fuerza contra el muro, golpeando por segunda vez mi cabeza. Esta vez el mareo fue inevitable.
Un extraño chispeo se instaló repentinamente en mi pecho, pero no podía detenerme a pensar en eso. Carl me estaba asfixiando.
—Dame lo que tienes. Será rápido, no te dolerá —susurró en mi oído.
La cercanía de su cuerpo me producía unas fuertes ganas de vomitar. O tal vez podía deberse al golpe que sufrió mi cabeza...
—¡Caitlin, no! —Dylan se distrajo solo un segundo al verme, pero fue más que suficiente para que Richard, el otro hermano, arremetiera contra él a una velocidad alucinante.
Dylan cayó al suelo, sujetándose el abdomen. Sus rostro estaba contraído en una mueca de dolor.
—No... —quise gritar, pero Carl estaba apretando cada vez más fuerte mi cuello, llevándose consigo casi todo mi oxígeno.
Un fuerte golpe, acompañado de un relámpago, me pusieron en alerta de nuevo.
A medida que me quedaba sin aire, otro chispeo en mi pecho volvía a hacerse notar.
—Última oportunidad —me dijo Carl.
¡¿Qué es lo que quería?! ¡Yo no tenía nada!
Algunos puntos rojos aparecieron en mi campo de visión. Ni siquiera era capaz de distinguir las figuras, la vista se me iba tornando oscura lentamente. Rasguñé sus manos en un intento desesperado por apartarlo de mí.
Inesperadamente, un flujo de energía me recorrió el cuerpo entero. Inició hace un minuto atrás en mi pecho como un suave chispeo y ahora se extendía como una corriente eléctrica por cada una de mis extremidades. Descontrolada y voraz, esa corriente iba cargando de una renovada energía cada célula de mi organismo.
Mis oídos dejaron de escuchar. Mis manos hace rato dejaron de hacer el intento de alejar las de ese sujeto. Ya no tenía fuerzas para seguir luchando por mi vida humana, tan frágil y delicada.
Cerré los ojos y dejé que lo inevitable sucediera.
Pestañeo un par de veces para borrar ese horrible recuerdo el cual creí vivir hace ya varios días. Ese suceso marcó un antes y un después en mi vida. Fue mi pase directo hacia este nuevo mundo. Al menos lo fue para la otra Caitlin...
No existe otra Caitlin. Tú eres parte de ambos mundos.
Aun no entiendo como es que yo no tengo mi doble, ¿por qué todos tienen uno menos yo?
Mientras mi mente divaga en esos pensamientos, nos detenemos a mitad de camino para evitar atravesar todo el callejón. Estos sitios no me gustan para nada, en ambos mundos he tenido encuentros poco amigables con Raezers que me han quitado la vida, así como también me la han devuelto. Se supone que en este mundo mi vida humana acabó justo en este sitio. Morí para ser algo mejor, menos débil y más fuerte. Pero nada de eso importa ahora, perdí mis poderes y aun sigo siendo una humana. ¿Para qué ser dueña de un increíble mundo si ni siquiera tengo el poder para cambiar lo que soy?
De un momento a otro, todos los vellos de mi nuca se erizan cuando siento una extraña energía rodearme y empujarme sutilmente hacia un sitio en específico. Penny me suelta cuando me nota inmersa en aquel trance.
—¿Qué tienes? —su voz suena lejana a medida que mis pies se mueven en dirección a uno de los dos muros que nos rodean.
La energía es tan insistente que incluso me ha hipnotizado. Ya no soy consciente de lo que sucede a mi alrededor. No quiero hacer otra cosa que no sea tocar los ladrillos de ese enorme muro. Y lo peor de todo es que mi mente me castiga recreando el momento en que mi espalda es estampada contra esta pared. Soy capaz de ver a través de los ojos de mi otro yo, la novata Caitlin, que no es Carl quien me está matando lentamente al dejarme sin aire, sino que soy yo. Mis manos se aferran a su cuello con fuerza, quitándole el oxígeno, arrebatándole su vida humana.
Yo escribí todo esto. Yo soy responsable de la muerte que le tocará. Mis latidos golpean con fuerza en mis oídos al darme cuenta de la verdad. ¿Cómo pude hacerme una cosa así?
La otra Caitlin, quien está a punto de transformarse en lo que yo también debería ser, me observa con miedo. Sabe que morirá.
—¡Caitlin! —Penny intenta hacerme regresar de aquella visión, pero esto es mucho más fuerte.
—Lo lamento —digo con voz ahogada, mirándome a mí misma.
Desearía que esto no le estuviese pasando. Por mucho que en este momento yo deseara ser aquella persona en la que se convertirá ella, nada de lo que le seguirá a su transformación será fácil. Las cosas se complicarán cada vez más hasta el punto de querer dejar de existir. Lo recuerdo. Recuerdo aquella sensación de desesperación.
La mano de Penny se enrosca entorno a mi brazo y me sacude para despertar de aquella ensoñación.
—Lo lamento —vuelvo a repetirle a esa Caitlin que mis ojos creen estar viendo. Desearía poder escapar de esos recuerdos.
De pronto, la imagen desaparece y me encuentro con el imponente muro delante de mis narices. Estiro las manos para no dármelo de lleno en la cara cuando siento que pierdo el equilibrio después de semejante revelación. Y es entonces cuando todo lo que me rodea se transforma en un fondo negro que me absorbe hacia sus profundidades.
Mi cuerpo queda suspendido en medio de la nada como ya más de una vez me ha pasado. Todo se repite igual que antes. Una cálida brisa danza a mi alrededor hasta meterse por cada uno de los poros de mi cuerpo. No soy capaz de ver absolutamente nada. Cierro los ojos por un instante, rogando salir de aquella inmensa oscuridad. Al abrirlos, exhalo maravillada como siempre lo hago cada vez que veo aquellos minúsculos destellos dorados que se mueven a mi alrededor, chocando unos contra otros. Es como mirar a través de un enorme rayo de luz que entra por alguna ventana. Quiero tocar aquellas partículas con mis dedos, pero me olvido de que aquí no tengo el control de mi cuerpo.
Tardo un rato en darme cuenta de lo que acaba de ocurrir. Un portal. Acabo de encontrar otro portal.
¡Por Dios, Penny! Ella... ella debió entrar conmigo.
¡Penny! ¡Penny!
Quiero gritar su nombre, pero en este sitio no encuentro mi voz.
No sé con exactitud cuanto tiempo transcurre. Aprieto mis párpados con fuerza cuando la gravedad me empuja hacia las profundidades de la nada misma.
De repente, mi trasero choca contra una superficie sólida y fría. Maldición. Kyle tiene razón, debemos hallar la forma de aterrizar de una mejor forma.
—¿Qué pasó? —oigo la voz de Penny luego de lo que pareció una eternidad.
Abro los ojos rápidamente y me encuentro con su expresión de desconcierto y temor. Ella ya está de pie y no deja de ver hacia los lados, como un cachorro asustado. Yo la miro atónita. ¿Por qué no le pasó lo mismo que al pájaro de Kyle?
Interesante...
—¿Qué hacemos aquí? —continúa indagando.
Saliendo de aquel trance, me encuentro envuelta en la misma duda que ella. No entiendo que es lo que ha pasado. ¿Cómo es que...? ¿Se abrió otro portal? ¿Dónde estamos?
—Dime la hora, por favor —le pido mientras me levanto del suelo. Hago una ligera mueca de dolor al sentir los huesos de mi trasero resentidos. Que bien.
—Van a ser las cuatro —responde ella, consultando el reloj de su temblorosa muñeca.
No puede ser... Estamos en el mundo real.
¿Cómo sucedió eso? ¿No se supone que solo hay una entrada y una salida que comunican ambos mundos?
Ya ves que no.
Al mirar a mi alrededor, me doy cuenta de que estamos en el mismo sitio del cual queríamos escapar minutos antes. Los altos muros de ladrillo rojo que caracterizan a mi instituto se alzan a un par de metros de nosotras. A estas horas ya nadie queda dentro, a excepción del equipo de béisbol que siempre entrena luego de clases.
—¿Cómo es que estamos de nuevo aquí? —pregunta Penny, confundida—. ¿A dónde se fueron todos?
—No estamos en el mismo lugar —murmuro desconcertada.
—¿Qué?
—Este es el otro mundo del que te hablé —respondo finalmente.
Penny se queda estática en su lugar, puedo notar lo tensa que se ha puesto de repente. Entonces, me toma por sorpresa cuando echa a correr lejos de mí.
—¡Penny! —grito a sus espaldas, corriendo tras ella.
Jamás pensé que mi amiga fuera a correr tan rápido. Sus piernas se mueven frenéticas por el asfalto, esquivando con torpeza a quien se le ponga en su camino. Por mi parte, voy disculpándome con todos los que protestan por la prisa que lleva mi amiga.
—¡Penny, detente! —le pido a gritos.
Ya sé a dónde estamos yendo, y no quiero imaginar lo que está a punto de pasar.
En menos de diez minutos llegamos a la casa de su prima. Penny frena en seco cuando sus ojos ven lo que tiene delante. Su rostro se torna blanco como el papel al ver a Jill ayudando a su madre a bajar algunas bolsas de mercadería de la parte trasera del coche.
Antes de que su prima la vea, sujeto a Penny del brazo y la arrastro hasta escondernos detrás de la valla de una casa vecina. La castaña asoma la cabeza por un lado y yo la imito.
La madre de Jill cierra la puerta del lado del conductor y rodea el coche para ir a ayudar a su hija con las bolsas.
Observo a Penny solo para corroborar que sigue respirando, y me encuentro con sus ojos rojos y cristalizados que observan a la rubia como si fuera un ángel. Una lágrima se desliza por su mejilla en el momento en que decide correr tras Jill.
¡No!
Estoy a punto de arrojarme sobre ella cuando se detiene de inmediato. Observo en la misma dirección que lo hace y mis ojos se abren de par en par al ver a la verdadera Penny asomarse desde la puerta de entrada de la casa.
—¿Necesitas ayuda, tía Ella? —pregunta entonces.
—No, cariño, descuida, ya está todo —responde la madre de Jill, tomando en brazos la última bolsa.
—¿Por qué no llamas a Caitlin para que se quede a dormir esta noche aquí? —le pregunta Jill apenas cruza la puerta, cargando con dos bolsas.
—Me leíste la mente —contesta la castaña con una sonrisa.
Toco el teléfono en el bolsillo de mi pantalón y mi respiración se acelera al darme cuenta de que sonará y nos expondrá a las dos. Sin dudarlo, sujeto del brazo a una Penny atónita, y comienzo a correr hacia el lugar que nos llevará de vuelta al mundo al que ella pertenece.
A los pocos segundos, mi teléfono empieza a sonar con insistencia.
—Esa debo ser yo —susurra Penny una vez que logra salir de aquel trance, su voz suena algo agitada por la carrera—. ¿No me vas a contestar?
—Luego le marcaré de vuelta. Solo hazme el favor de no contestar tú cuando lo haga —le aviso.
Penny me mira confundida, pero al menos ya no me ve como si fuese una loca que se ha escapado de un manicomio de máxima seguridad.
—¿A dónde vamos? ¿Por qué no me dejaste abrazarla al menos? No te entiendo —me reprocha, secándose con la mano libre sus ojos humedecidos por las lágrimas.
—Lo lamento, pero ella aun no sabe sobre esto —respondo, quedándome sin aire por la carrera—. Prométeme que leerás lo que te envié hace un rato.
—No es justo, Caitlin —protesta. Sin embargo, no se detiene para regresar.
Tardamos unos pocos minutos en llegar al sitio donde se encuentran las vías del tren. Como siempre, no hay personas alrededor que puedan vernos cometer semejante locura. Aun así, mientras veníamos hacia aquí, a mitad de camino, he tenido la incómoda sensación de estar siendo vigilada. Me pone de los nervios saber que estoy sola en esto, si algún Raezer apareciera ahora, no sabría como defendernos.
Ruega porque el tren esté por llegar.
Eso hago.
Miro en todas direcciones, asegurándome de que no haya nadie.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunta Penny con recelo.
Me posiciono en medio de las vías y ella se suelta de mi agarre de un tirón, alejándose dos pasos para ponerse a salvo.
—¡¿Qué demonios haces?! —exclama asustada, intentando sujetarme de algún lado—. ¡Por el amor de Dios, Caitlin, muévete de ahí!
Esquivo sus manos al mismo tiempo que escucho el familiar sonido del tren a lo lejos.
¡Ahí viene! No hay tiempo para discutir, Penny debe entrar como sea a la otra dimensión.
—Aquí está el portal hacia el otro mundo, tú mundo, Penn —le aclaro rápidamente—. No hay otra forma de entrar.
Si hubo otra forma de salir, a lo mejor hay otra forma de entrar...
—No me pondré en medio de las vías —exclama indignada.
Observo el tren que está a solo unos metros. ¡Maldición! No tengo otra opción, ella debe entrar al otro mundo. Ya suficiente tengo con que Dylan, Taylor y Kyle puedan salir y entrar a su antojo.
Y ni hablar de Argus y sus secuaces.
Dios, esto se me está yendo de las manos.
—Lo lamento —digo en un susurro.
Me abalanzo sobre ella y la sujeto con fuerza para arrastrarla nuevamente a las vías.
—¡Suéltame! ¡No hagas esto! —grita con horror.
No lo entiende. Ella no lo entiende.
Sus gritos de desesperación incluso tapan los del tren, no soy capaz de oír nada más que eso. Toda esta escena solo provoca que un enorme nudo se forme en mi garganta. Yo no quería obligarla a hacer esto.
Penny se revuelve entre mis brazos, intentando zafarse, y más de una vez casi lo logra, pero no sé de donde he sacado la fuerza para contenerla.
Ella no pertenece a este mundo, es producto de mi imaginación. Debe volver al sitio al que pertenece.
Penny chilla aterrada al ver al colosal tren delante suyo. Pero segundos antes de que nos embista, oigo las pisadas apresuradas de alguien justo a mi derecha.
—¡CAITLIN, NO! —grita una nueva voz, una muy familiar para mis oídos.
Como última cosa que hago, giro la cabeza en esa dirección y abro mis ojos desmesuradamente al ver a Aristeo corriendo hacia nosotras con el fin de apartarnos de las vías.
¡NOOO!
La vista se me torna negra de repente, como si hubiesen apagado la luz en el momento menos indicado.
¡Aristeo! ¡No! ¡No, no, no! ¡Maldición! ¡¿Por qué demonios se tuvo que meter?!
Quiero llorar de la desesperación, pero en este limbo no soy capaz de controlar mi cuerpo. Ahora estoy sola con mis pensamientos, y quiero sentir nauseas al imaginar lo que estoy a punto de encontrar cuando traspase al otro mundo. La imagen de lo que quedó de Henry Junior, la mascota de Kyle, se me viene a la mente al instante.
¡No! No hay forma de que Aristeo cruce al otro lado, él ni siquiera forma ni formó parte de ese mundo. ¡¿Por qué lo hizo?! ¡Idiota, idiota! No tendría que haberle dicho nada de esto, debí haberme callado.
Lo único que me queda hacer es rezar porque ocurra un milagro.
De un momento a otro, soy arrastrada hacia abajo por la gravedad y caigo bruscamente sobre el cuerpo de alguien, que suelta un gemido de dolor.
Un poco desorientada al principio, parpadeo varias veces para poder acostumbrarme a la repentina claridad. Mis manos se posan sobre la tela de una camiseta que cubre un pecho firme, pero no deseado. Despierto del aturdimiento en un plis y observo pasmada a quien tengo debajo de mí.
Esto no es posible...
Sus ojos de color miel me devuelven la mirada con el terror reflejados en ellos. La expresión de su rostro es la misma que la de un sujeto que ha visto un fantasma.
Me levanto de un salto y él hace lo mismo sin quitar sus ojos de mí. De reojo, veo a Penny que nos observa con el mismo desconcierto que nosotros.
Aristeo da un paso atrás, y solo por un segundo aparta la mirada de encima de mí para poder observar el entorno. Yo lo imito y enseguida reconozco su casa a nuestra derecha. ¿Por qué justo en este sitio vengo a pensar?
Porque allí dentro tú le revelaste el secreto. Ahora sientes culpa.
Más que culpa, siento mucha curiosidad. Si Aristeo no se convirtió en una pila de polvo, eso quiere decir que a lo mejor él sí existe en este mundo, pero ¿cómo? ¿De qué forma? Ni siquiera recuerdo haberlo visto alguna vez aquí.
Sus ojos regresan a los míos al segundo, y en ellos noto, no solo la confusión y el temor que todo esto le causa, sino que también distingo cierto enojo hacia mí. Lo miro extrañada. Él no puede reprocharme absolutamente nada, porque yo a esto se lo conté una vez, cuando mirábamos las estrellas con el telescopio que él me había regalado, y no quiso creerme.
Sin embargo eso no es lo que me preocupa ahora. Mi mente no deja de maquinar, intentando encontrar ese recuerdo donde está él aquí, en este mundo. Tal vez haya sido un simple peatón, un cajero en un supermercado, un ciclista, alguien saliendo de una tienda, o cualquier persona. Lo último que quiero imaginar es que es alguien malo, él no puede serlo. Aristeo es demasiado bueno como para lastimarme.
—¿Quién eres? —le pregunto en un hilo de voz.
De pronto, todo mi cuerpo se estremece al sentir una presencia a mis espaldas. Aristeo me lo confirma al mirar sobre mi hombro. Penny también observa con curiosidad. Puedo hacerme una idea de quién se trata sin tener que mirar. Las emociones que comienzo a sentir me lo dejan muy en claro. Ay, Dios.
No quiero ver.
Aristeo observa perplejo a quien tengo a mis espaldas. Estoy segura de que lo habrá reconocido, la descripción de su físico es muy precisa y particular.
Me giro lentamente y levanto la cabeza para poder ver y reconocer esos ojos grises que ahora no me observan a mí, sino a su rival. Su mirada es fría, incluso podría decir que hasta amenazante.
Cuando al fin encuentro mi voz, lo único que soy capaz de pronunciar es su nombre.
—Dylan —susurro perpleja.
...
Algunos minutos atrás...
Narra Dylan:
Mis dedos repiquetearon sobre la mesa, ansiosos. Desde que Caitlin se fue a sentar a solas con Penny, no he dejado de pensar en que dejarla sola tal vez no haya sido una buena idea. Es posible que ella le quiera contar toda la verdad, complicando aun más las cosas. Ambos mundos están mezclándose más de lo que deberían, y eso no es bueno.
Desvié mi atención de ella cuando dos chicas se acercaron a la mesa que estaba compartiendo con Kyle. Era gracioso de ver como se ponían nerviosas cuando los dos poníamos nuestra atención sobre ellas. Ambos estábamos más que acostumbrados al ver las reacciones que tenían las mujeres a nuestro alrededor. Sus corazones se aceleraban y el rubor que siempre teñía sus mejillas podría derretir la mismísima Antártida.
Una de ellas, la del cabello colorado, me miró con cierto descaro. Al parecer alguien necesitaba una lección...
La puse en su lugar cuando clavé mi fría mirada sobre la suya. Inmediatamente, la pobre desvió la mirada hacia la libreta, que tenía en una de sus manos, con la cara roja como un tomate. Se acomodó detrás de la oreja un mechón de su pelo color anaranjado y carraspeó antes de hablar.
Mejor dejaba a Kyle manejar la situación. Yo regresé la vista hacia la única chica que era capaz de darme vida con solo una de sus sonrisas.
No sé si Caitlin sea consciente de lo que causa en mí. Hace dos días, cuando le pedí que se alejara de mí y no volviera, fue lo más doloroso que hice en toda mi vida. En su presencia, me aguanté el dolor que sentía lo mejor que pude, pero al estar solo dejé que las emociones me embargaran. Ese día lloré como nunca antes lo había hecho, parecía un maldito crío. El dolor que sentía era indescriptible.
Puse todo mi empeño en poder olvidarla, quería sacarla de mi cabeza, pero fracasé estrepitosamente. Ella era una parte de mí, era como si intentara quitarme un pedazo de alma, desde luego sería imposible. La amaba, y lo seguía haciendo. Por ella sería capaz de matar y morir.
Desde el primer momento en que la vi, al cruzar a este mundo, no había sentido ni un solo momento de felicidad. Esta mañana, por primera vez, pude ver un rayo de luz entre toda la oscuridad. Hace unos días, compartir tiempo con ella, volver a besar sus suaves labios y acariciar su glorioso cuerpo era un lujo con el que solo podía soñar. Pero alguien más podía hacer todo eso, provocando que una enorme bola de fuego quemara mi estómago cada vez que pensaba en eso. Hasta hace poco, ese imbécil de Aristeo ha tenido el descaro de pintarse como el novio perfecto, pero claro, todos somos perfectos si ocultamos parte de quienes somos en realidad.
Podía sentir las punzadas en mi pecho cada vez que ella estaba con él. Sabía que Caitlin se negaba a admitir lo que en realidad sentía, quería forzarse a amar a alguien más para poder superarme. Pero olvidó que nuestra conexión es más fuerte de lo que ella creía, haciéndole ver, finalmente, que estamos hechos el uno para el otro.
Sé que al principio es difícil de digerir, hace mucho tiempo, incluso mucho antes de que nosotros comenzáramos a salir, yo mismo me vi envuelto en esa batalla de dudas y remordimiento, que me tuvieron despierto más de una noche. ¿Por qué debía ser así? ¿Por qué estábamos destinados a terminar juntos? Tantas dudas y tan pocas respuestas. Lo único que sabía es que ella me seguía amando, y eso era suficiente para mí.
Las constantes punzadas se habían detenido el mismo día que ella decidió marcharse a su mundo, dándome un breve respiro. Aun así, continué torturándome a mí mismo por no haber hecho algo cuando aun estaba a tiempo. Decidí que las botellas de alcohol serían mi única compañía, eso y el piano, que de un día para otro aprendí a tocar.
—Hola, preciosas —oí que Kyle saludó a ese par de chicas, y por el tono de su voz podía deducir que tenía una gran sonrisa en el rostro—. ¿En qué podemos ayudarlas?
Kyle siempre disfrutó quitarle el aliento a cada mujer que pasara por su lado. Cualquiera podría decir que es un maldito mujeriego, pero los que en verdad lo conocían, sabían que era todo lo contrario a eso. En lo que a una relación respecta, Kyle era una de las personas más fieles que podía existir en el planeta.
—Oye, Penn... —le escuché decir a Caitlin.
Me tensé de repente, imaginándome a donde iría esa conversación. Lo hará, le contará. Maldición.
Estaba a punto de levantarme, cuando una mano se aferró a mi brazo con fuerza, impidiendo que me marchara.
Giré la cabeza hacia Kyle y le lancé una mirada fulminante.
—¿Tú que opinas, Dylan? —me preguntó entre dientes, haciéndome un pequeño gesto para que le respondiera.
Ni siquiera oí lo esas chicas dijeron.
—Me da lo mismo —opté por ir por la tangente, era lo más seguro.
La pelirroja sonrió abiertamente y se puso a anotar algo en la libreta, su amiga observaba lo que ella escribía con la misma emoción, aunque a cada tanto miraba a Kyle por el rabillo de su ojo.
—¿Ven? Les dije que era fácil de convencer —les sonrió mi amigo.
Volteé los ojos y no le di importancia. Las chicas se despidieron y se fueron contentas por donde vinieron. Genial, ahora no sabía que era a lo que había aceptado.
—La temática del baile de invierno será de color azul cielo, blanco y gris —afirmó Kyle.
Si no fuera por las chicas, jamás habría bailes. Ellas eran las únicas que siempre organizaban todo. Al menos ahora no me sentía mal por mi elección de palabras, esos colores me parecían perfectos para el decorado.
—¿Qué dirías si te digo que Jill en realidad no murió? —las palabras de Caitlin llegaron a mis oídos y a los de Kyle, que paró la oreja al igual que yo.
¡Mierda!
—Tiene que saberlo —se apresuró a decir el de rizos, antes de que me pusiera de pie por segunda vez.
—¿Sabes lo peligroso que puede ser? Querrá pruebas, y no sabemos que tan seguro es que cualquiera atraviese el portal —le recordé—. Ya viste lo que pasó con tu pájaro.
Kyle resopló por lo bajo y se cruzó de brazos para dejarse caer contra el respaldo de la silla.
—Debes creerme. El mundo en el que vives no es más que una fantasía. Jill está viva —continuó Caitlin en un intento por convencer a su amiga, que no hacía más que mirarla espantada.
—Sutil —murmuró Kyle en un tono irónico—. Me encanta.
Aparte de eso, había algo más que me inquietaba, algo que podría desatar un caos en ambos mundos.
—Solo espero que Caitlin no abra más portales —dije en un murmullo.
—No lo hará, Dylan —intentó tranquilizarme Kyle—. Ella cree que los portales que conoce son los únicos. Nadie le dirá que es capaz de crear cuantos quiera.
—Eso espero...
De pronto, mi teléfono comenzó a sonar sobre la mesa. Sin mirar el número, atendí la llamada.
—Salgan ya de ahí, entraron dos —la voz preocupada de Taylor sonó a través del parlante del aparato.
Lo que faltaba.
—¿Son solo esos? —pregunté con disimulo.
Kyle, que ya escuchó todo, observaba la entrada de la cafetería a la espera de que esos Raezers hicieran su aparición.
—Maté al tercero, pero esos dos desgraciados se me escaparon.
—Bien. Encuentra la forma de entrar tú también —demandé y colgué la llamada. Me puse de pie al mismo tiempo que Kyle.
Era muy temprano para mancharnos de sangre, pero no había otra forma. Era tiempo de hacer rodar algunas cabezas.
...
N/a:
¡Hola mis preciosos Raezers! ¿Cómo están?
Tardé demasiado en subir el capítulo, lo sé y lo siento. La universidad me está consumiendo todo mi tiempo libre y hago lo posible por subir lo más rápido que puedo. Intentaré actualizar la siguiente parte cuanto antes, así no se pierde el hilo de la historia.
Espero que el capítulo de hoy les haya gustado ❤ Por primera vez en este segundo libro, he contado la historia desde el punto de vista de Dylan. Una perspectiva que Caitlin no conocerá, ella ya no es quien dirige sus pensamientos.
Y también de a poco vamos conociendo los secretos que todos ocultan, nadie es un santo en esta historia...
Hasta aquí mi reporte. Gracias por leer ❤ Les deseo una bonita noche/día ❤ Los quiero!
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