XI
N/a:
Hola mis preciosos Raezers! Quería comentarles que por todo el apoyo que le dan a la historia decidí hacerles un regalito!
Creé un video de mis tres personajes Raezers masculinos favoritos: Dylan, Kyle y Taylor. Mi mente imagina a esos bellos chicos del video cada vez que escribo.
Les recomiendo ponerse los auriculares y subir el volumen así el sonido es más envolvente.
Si les ha gustado, no olviden votar y comentar que les pareció ❤
Sin más preámbulos, los dejo con el capítulo. Que lo disfruten!
...
Apenas suena el timbre del recreo, junto mis cosas para marcharme cuanto antes. Necesito ver a mis amigas.
—Adiós, Alessa —me despido de mi compañera de mesa con un movimiento de mano.
Como no coincido con mis amigas en ninguna asignatura, salvo por gimnasia, el asiento junto a mí a veces permanece vacío, a no ser que tenga que hacer algún trabajo en grupo, como hoy.
—Adiós —ella me regala una sonrisa mientras guarda su libro en la mochila.
De camino a la cafetería, recibo un mensaje de texto. Mis pies se detienen en medio del pasillo al leer de quien se trata.
Hola, preciosa. ¿Estás libre luego de clases? Te extraño.
Ay, no. Es Aristeo.
La imagen de Dylan aparece en grande en mi mente, siendo iluminada por cinco reflectores. No, ¡basta! ¡No puede arruinarlo todo!
Si, claro. Estoy libre.
Le envío el mensaje y bloqueo el teléfono.
¿Tu no lo extrañas?
Yo... ¡Por supuesto que sí!
Su respuesta no tarda en llegar.
Entonces, paso por ti a la salida. Te veo luego.
Suspiro mientras leo el mensaje. De verdad quiero verlo, con él la paso bien. Al menos Aristeo no me hace sentir que soy un fastidio.
Guardo el teléfono en la mochila justo cuando entro a la cafetería. Recojo mi almuerzo y busco a mis amigas en la mesa donde solemos sentarnos, pero solo veo a Jill. La rubia tiene la mirada puesta en su teléfono, está tan concentrada en esa cosa que cuando llego a su lado casi se le sale el corazón por la boca.
—Caitlin, por el amor de Jesucristo, ¿quieres matarme dos veces?
Días atrás me hubiese reído de su chiste, pero hoy no es el caso. Ella de verdad murió, en el otro mundo le arrebaté la vida como si no fuese importante para mí.
Apoyo la bandeja en la mesa y me siento a su lado.
—¿Dónde está Penny? —le pregunto, mirando en todas direcciones a ver si la veo venir.
—Castigada junto a todos sus compañeros de curso —murmura, poniendo los ojos en blanco.
—¿Qué? ¿Por qué?
Jill le da un sorbo a su refresco y se prepara para contarme una gran anécdota.
—Un idiota dibujó algo... obsceno en la pizarra.
—¿Y por eso están todos castigados? —pregunto incrédula.
—Sí, bueno, el marcador era permanente.
—Alcohol y listo —me encojo de hombros.
—Y... la profesora de español también aparecía en ese dibujo —me cuenta lo más importante a lo último.
—¡Jill! Debiste comenzar por ahí —la regaño—. ¿De verdad hicieron eso? ¿Y ya atraparon a quien lo hizo?
—Pues no, además fue más de uno, por eso el director Griffin decidió castigar a todos —concluye.
Que niños inmaduros. Pobre Penny, por culpa de esas sabandijas ella debe comerse un castigo.
—Estuvo buena la fiesta de ayer, ¿verdad? —Jill decide sacar el tema a colación.
—Sí... muy buena —murmuro apartando la vista.
Mi amiga entrecierra los ojos y da un golpecito a la mesa que me sobresalta.
—Te sucede algo —suelta de golpe—. Lo sé, puedo oler tu preocupación. Habla ya.
—No me sucede nada... ¿por qué crees eso?
—¿Te peleaste con Aristeo? ¡No, ya sé! ¡Tuvieron sexo y no te gusto! —ella se sorprende incluso de sus propias palabras—. ¡¿Lo hicieron y no nos contaste?!
Miro a los lados rogando que nadie nos haya escuchado. Solo un chico más joven que nosotras nos mira espantado desde la mesa de al lado. Mis mejillas se tornan rojas como la manzana que tiene él en la mano.
Con ambas manos intento tapar la gran bocota de mi amiga, pero me esquiva con facilidad.
—Cuéntame, ¿cómo lo hace? —pregunta, elevando sus cejas una y otra vez—. Dicen que los médicos son muy buenos en la cama, ¿por qué no te gustó?
—¡Eso solo pasa en las series de televisión que miras, Jill! —exclamo, abochornada.
—Oye... —se lleva una mano al pecho, fingiendo sentirse ofendida.
Volteo los ojos y le doy un sorbo a mi jugo de naranja. Luego, pincho un trozo de tortilla de papa y lo llevo a mi boca.
—Hablando enserio, ¿que tienes? —insiste la rubia, ahora un poco más seria—. No dejas de mover la pierna, eso lo haces cuando están nerviosa.
Jill me conoce muy bien, no podré escapar de su interrogatorio. Además si no lo hablo con nadie explotaré.
—Yo vi a... eh... —¿Cómo le explico si sonar como una trastornada?—. ¿Te imaginas encontrar en la vida real al chico que imaginas como personaje de algún libro?
—Ya lo encontré, solo debo ir a tu casa y tocar la puerta contigua a la de tu cuarto —sonríe con travesura.
—¡Jill! —me río por su falta de vergüenza.
—¡Lo digo enserio! —ella también se contagia de mi risa—. Taylor es el único personaje de libro que está suelto en este mundo.
—¿En este... mundo? —le pregunto de manera inquisitiva.
—Me refiero a la vida real, tonta. Ya sabes que esas cosas no existen. Los libros solo son producto de mentes brillantes —me guiña un ojo, haciendo referencia a mí.
—¿Y si las historias fueran... reales? —trago saliva cuando finalmente suelto la gran pregunta. Me siento más nerviosa que antes.
—Pues, Taylor no me ha declarado su amor —se encoge de hombros.
—Porque tal vez ese no es el Taylor que estás buscando... El verdadero está en otra realidad.
Jill alza una ceja y me mira como si, de repente, me hubiesen salido cuatro ojos.
—Déjame probar esa tortilla de papa, yo también quiero un poco de lo que le han echado —me molesta.
—¡Jill! —intento sonar enfadada, pero es imposible no reírme.
—Es que lo que dices no tiene sentido, Caitlin —se defiende—. A no ser que... sea una idea para tu libro, ¿no?
¡Eso es! Puedo ir por ese camino para explicarme mejor.
—¡Sí! ¿Qué opinas de eso? —quiero saber con ansias.
Ella cierra los ojos un momento, como si sopesara la idea. Cuando levanta los párpados solo veo decepción en su mirada.
—Déjame decirte que esa idea es... ¡Estupenda! ¡Me encanta! —exclama más que emocionada, eufórica.
—¿De verdad? —pregunto entusiasmada.
—¡Sí! Mezclarás dimensiones, será grandioso. Menos mal que es pura ficción, imagina lo terrible que sería si fuese verdad.
Mi entusiasmo como mi sonrisa caen en picada al oírle decir eso.
—¿Por qué? —pregunto extrañada.
Tú ya sabías que esto era peligroso antes de que ella te lo dijera.
Yo no... eso no es... Bueno, vale, me ahorraré las mentiras.
—Porque la maldad es un virus, Caitlin. Si la basura de un mundo ingresa en el otro, podría ser un caos.
De repente siento la garganta seca. Me bebo mi jugo de un solo trago.
Lo que dijo me lleva a pensar en Argus. Él ya está aquí. Vaya a saber uno que atrocidades pueda estar planeando, además de intentar secuestrarme.
Los chicos tenían razón, necesito hallar la forma de encontrar la dichosa entrada a ese otro mundo antes de que sea tarde.
El resto de la mañana me la he pasado pensando posibles sitios que puedan tener un portal, pero ninguno tiene sentido. ¿Un ropero? ¿Un espejo?
Vamos, Caitlin, puedes hacerlo mejor que eso.
Mi cabeza va a mil mientras cruzo la puerta del edificio que me conduce afuera. Jill aun no ha salido de clases y Penny y su grupo de compañeros tienen que limpiar el colegio como castigo para irse sin ser suspendidos.
Una vez fuera, me aparto de los demás estudiantes que se quedan charlando sobre trivialidades.
—Es lindo, ¿no? —alcanzo a oír que una chica dice a su grupo de amigas justo cuando paso por al lado de ellas.
—Es un Dios, es perfecto para ti —le contesta otra—. ¿Por qué no le hablas?
Con oír eso me es suficiente. Miro en la misma dirección que ellas y mi corazón pega un brinco al encontrarme con la persona que menos esperaba.
Dylan está aquí. Está recargado contra el muro del edificio, esperando pacientemente por alguien. Viste el mismo atuendo negro que esta mañana, dejando a la vista sus fuertes y bien contorneados brazos. No solo su presencia me deja sorprendida, sino lo que a continuación se lleva a la boca. ¿Eso es un cigarro?
Me acerco casi corriendo hasta donde está él. Luego de vaciar el humo de sus pulmones, baja la cabeza para dar con mi mirada de desaprobación.
—¿Desde cuando fumas? —le pregunto estupefacta.
Dylan me observa en silencio mientras posa el cigarro entre sus labios una vez más y le da una larga calada. Un segundo después, deja salir hacia un costado todo el humo de esa cosa.
—Le he encontrado cierto interés a esto desde hace dos días —murmura, mirando con curiosidad el cigarro entre sus dedos.
—Déjalo, no quiero que fumes —le exijo.
Es inmortal, se supone que eso no le hará daño.
Dylan se ríe sarcásticamente y mira a un lado, al grupito de chicas que no quitan sus ojos de él. Algunas también me observan a mí con curiosidad, se deben estar pensando que tipo de relación tenemos.
De pronto, sin despegarse del muro, acerca su rostro hasta quedarse a un palmo de distancia del mío. Desde aquí soy capaz de ver el perfecto color gris de sus ojos. Es extraordinario.
—Tú no me das órdenes, Caitlin —murmura en un tono bajo, casi amenazador.
Me muerdo la lengua para evitar decirle cosas que no me beneficiarán.
—¿Qué haces aquí? —le pregunto, cruzándome de brazos.
Él vuelve a la postura de antes, dándome un respiro de su proximidad.
—Kyle quiere que regreses a la casa, dice que juntos podemos hallar la entrada —responde.
—Dile que no volveré allí, ya cuando se me ocurra una idea encontraré una forma de avisarles. Además, hoy estaré ocupada.
Maldición. Me arrepiento de inmediato al soltar eso último. Puedo sentir el calor que lentamente toma control de mis mejillas. Sus ojos notan mi rubor y su gesto se endurece.
—¿Ocupada? —pregunta Dylan con un nuevo interés—. ¿Qué tienes que hacer?
Soy una idiota. Debe irse de aquí antes de que Aristeo lo vea. El otro ya debe estar por llegar.
—Eso no es de tu incumbencia —le respondo borde.
Su mirada desafiante se mantiene sobre la mía por un par de segundos, hasta que sucede lo más temido. Sus ojos se desvían por un instante hacia un punto por detrás de mi espalda y su mandíbula se cierra con fuerza.
—Ya veo que no —gruñe entre dientes.
Sin darme tiempo a decir nada, Dylan me esquiva y comienza a caminar en otra dirección. Lo sigo con la mirada mientras se aleja.
¿Seré idiota?
Sí, sí lo eres.
De pronto, me estremezco cuando un brazo me rodea por los hombros y unos suaves labios depositan un beso en mi sien.
—¿Quién era él? —pregunta Aristeo con curiosidad.
Al girar, lo primero que veo son esos bonitos ojos de color miel que me miran con cariño.
—Nadie —contesto, restándole importancia.
Me paro en puntas de pie y le doy un pequeño beso en los labios para poder distraerme a mí y a él de esa pequeña escena. No me conviene que haga más preguntas.
Echa un vistazo una vez más al chico que se aleja en dirección a su coche. Tengo la certeza de que no ha alcanzado a verlo con claridad, ¿lo reconocería a Dylan si le viera el rostro?
No lo creo.
Aristeo leyó mi libro, conoce la descripción de cada personaje.
—Entonces, ¿nos largamos de aquí? —su voz interrumpe mis pensamientos.
—Claro —sonrío, dejándome guiar por él.
Entrelaza nuestros dedos y yo pongo especial atención en esa acción.
Espéralo...
¡Lo estoy haciendo!
No, no funcionará con él.
Un sentimiento de desazón me invade al no sentir esa corriente sobre mi piel. ¿Por qué con él no? ¡No es justo!
—Hoy caminaremos —dice, entonces—. No traje el auto, creí que sería mejor poder pasear de esta manera contigo.
Al terminar de decir eso, levanta la cabeza hacia el cielo y tuerce el gesto.
—Solo ruego que no se largue a llover —masculla.
—¿Y a dónde iremos? —le pregunto con mayor interés, pegándome a su brazo.
—Te invito un café, ¿quieres?
Me gusta la idea, que va, ¡me encanta! Salir a cualquier otro lado me mantendrá con la cabeza lo suficientemente ocupada para no pensar en todo lo ocurrido y relacionado con Dylan.
—Me encantaría —sonrío.
Avanzamos unas pocas calles más hasta llegar a una cafetería de aspecto de los años cincuenta. La decoración se lleva todo el crédito. El color que predomina es el rosa y el azul cielo, que cubre las paredes, los asientos, las mesas y el suelo cuadriculado.
Por otro lado, una gran rocola ubicada al fondo de la estancia transmite una movediza canción que nos transporta a esa época.
Tomamos asiento en una de las mesas y nos disponemos a mirar la cartilla para elegir que ordenar.
Levanto mis ojos del menú solo para estudiar a Aristeo de una nueva forma. Su belleza no se compara con la de Dylan, pero él tampoco se queda atrás. A pesar de ser un humano, Aristeo es un hombre demasiado hermoso. Sus facciones bien marcadas y su ligera barba lo hacen lucir demasiado varonil. Además, su estilo de vestir le da un aire jovial que me encanta. A diferencia de ayer, cuando fui a verlo al hospital en plena crisis existencial, hoy no lleva su bata médica, sino una camisa abierta que deja a la vista una camiseta con el logo de una banda de rock.
—¿Cómo descansaste ayer? —me pregunta, entonces, recordándome un tema que no quiero tocar.
Sin embargo, le debo una disculpa. Interrumpí en el hospital en medio de su hora de descanso. Eso no está bien.
—Lamento mucho lo de ayer, de veras —le digo con la cabeza gacha.
Aristeo estira el brazo por encima de la mesa y con sus dedos me alza la barbilla para que lo mire.
—No me debes ninguna disculpa, cariño —susurra con una media sonrisa.
Oírlo llamarme así me resulta extraño, pero no me disgusta, sino todo lo contrario, me encanta.
Una ligera punzada vuelve a clavarse en mi corazón, recordándome que ese pedazo de músculo aun sigue ligado a alguien más.
No, mi corazón no es de Dylan. Él lo perdió cuando decidió no buscarme cuando tuvo la oportunidad.
—Dean lucía molesto —digo avergonzada al recordar el rostro de su amigo.
Aristeo suelta una risita al pensar en eso. Toma mi mano y con su pulgar la acaricia por encima de la mesa.
—Dean no tuvo juventud —murmura, restándole importancia.
—Tú no te hagas el rebelde sin causa que terminaste el colegio a los catorce años mientras jugabas juegos de ajedrez —le recuerdo.
—Eso fue en la preparatoria. ¿Quién dice que fui un santo en la universidad? —dice entonces, sonriendo maquiavélicamente.
—¿No lo fuiste?
—No —contesta divertido por mi expresión de desconcierto.
Madre mía.
Estoy a punto de preguntarle más sobre el tema cuando una señorita aparece con una libreta en su mano y una sonrisa coqueta.
—¿Puedo tomar sus pedidos?
—Sí—responde Aristeo, luego me mira a mí—. ¿Caitlin?
—Yo quiero un café frío, por favor —le indico.
—Bien. ¿Y tú, lindo? —se gira hacia mi cita.
¿Lindo?
—Un cappuccino, gracias —le indica si soltar mi mano.
La joven le regala una sonrisa y se marcha con nuestros pedidos.
Aristeo se ríe de mí.
—Soy lindo, ¿qué puedo hacer contra eso? —bromea.
—Eres un idiota —le digo, dándole un golpe sobre su mano.
Los dos nos reímos de lo descarada que a veces puede ser la gente.
—Cuéntame, ¿que cosas malas has hecho en la universidad? —le pregunto, realmente interesada.
—Cuales no he hecho —me corrige.
Abro los ojos ligeramente, ¿que tan malo pudo haber sido?
—Embriagarme era una costumbre, mi fraternidad se caracterizaba por ser la más rápida a la hora de las ideas, molestábamos al resto de las fraternidades con bromas pesadas e incluso a los profesores —sonríe con nostalgia al recordar esos tiempos.
—¿Que tipo de bromas? —pregunto, curvando las comisuras de mis labios hacia arriba.
Aristeo de adolescente debió ser muy interesante.
—Un vez robamos la ropa interior de todos en una fraternidad y la colgamos encima de la pantalla de un proyector. Cuando el profesor lo encendió y activó la pantalla para que ésta descendiera, hubo una lluvia de calzones. Imagínate la cara de ese pobre hombre. Por suerte no fuimos suspendidos porque ninguno habló y no podían culpar a todas las casas, pero fue divertido.
Me río por un buen rato de solo imaginarlo. Que bueno que solo sean bromas de ese estilo, yo ya me imaginaba robo de autos, incendios, y cosas como esas.
—También les incendiamos los arbustos de la entrada a nuestra fraternidad rival —agrega.
¿Qué decías, Caitlin?
—¿Qué? —exclamo sorprendida.
—Sí, a los directores les tuvieron que decir que solo fue un decorado para Halloween. Si ellos abrían la boca nosotros les contaríamos la vez que nuestros teléfonos fueron hackeados y nos apagaron todas las alarmas.
—Dios Santo, eran unos salvajes —digo impresionada.
Aristeo se echa a reír de mi comentario.
—Sí, bueno, esas son algunas cosas de todas las que hicimos —se encoge de hombros.
La mujer que tomó nuestros pedidos vuelve a interrumpir con nuestras bebidas ya listas. Antes de irse, vuelve a dirigirle a Aristeo una miradita intencionada, pero él solo me mira a mí.
Me río con malicia en mi interior.
—¿Quien iba a decir que mi doctor tuviese ese pasado tan oscuro? —bromeo.
Su sonrisa se amplía y su mirada se vuelve demasiado intensa. Para disimular mi repentino nerviosismo, le doy un sorbo a mi café. Él también prueba el suyo.
—¿Y tus padres que decían al respecto? —le pregunto—. Porque tú eras menor de edad.
—Nada, no tenían por qué enterarse. Trabajaban la mayor parte del tiempo, prefería no interrumpirles. Mi hermano era el único que estaba al tanto de mis fechorías. Mientras yo no me metiera en problemas graves y mis notas se mantuvieran en el nivel de siempre, no había razón para hablar.
—Esa es una excelente jugada —le digo con asombro.
—A veces es divertido cruzar algunos límites, siempre y cuando sepas cuando detenerte —afirma, dándole otro sorbo a su café—. ¿Tú siempre fuiste una niña buena, Caitlin?
—Pues sí, qué decirte —confieso con pesar—. Jamás me atreví a causar problemas, no quería opacar mi imagen de santa.
Su ceja se eleva con interés.
—Y... ¿Eres una santa? —me pregunta en un murmullo.
Me quedo pensando en sus palabras por un momento.
Tú no tienes nada de santa. Recuerda lo que has provocado y lo que sucederá si no lo detienes.
De repente, un relámpago sacude a la ciudad entera, sobresaltándonos a todos en la cafetería.
—No —respondo finalmente.
Su labio se curva en una sonrisa al oírme decir eso.
—Lo imaginaba —murmura.
—Creo que está por llover —cambio de tema, mirando a través de la ventana.
Como si el cielo me hubiese oído, apenas termino de decir eso el cristal comienza a verse salpicado por pequeñas gotas de agua.
—Mierda —masculla Aristeo—. Tendré que ir por mi auto.
—Te acompaño —le digo rápidamente. Prefiero eso a quedarme aquí esperando sola.
—De acuerdo —acepta él—. Pero debemos ir ahora antes de que se largue a llover peor.
Tiene razón, el clima no presagia nada bueno.
Aristeo paga por las bebidas y yo insisto en dejar la propina. Salimos apresurados de la tienda y nos encontramos con que afuera ya están cayendo gotas gordas.
Entrelazamos nuestras manos y comenzamos a caminar a toda prisa por las calles pocos concurridas debido al clima. A mitad de camino la lluvia se ha hecho tan intensa que nos encontramos empapados de pies a cabeza. Aristeo me mira a través de sus ojos medio abiertos, con el agua goteando desde sus pestañas. Él muerde su labio inferior, conteniendo una sonrisa que quiere asomarse. Sí, esto es demasiado divertido. Rompo en una sonora carcajada cuando ya no soy capaz de reprimirla.
Somos un desastre.
Ya en las últimas calles caminamos resignados bajo el agua.
Aristeo se detiene frente a la entrada de una casa muy bonita y yo lo imito. Saca las llaves del bolsillo de su pantalón y se apresura a abrir la puerta. Me permite a mí primera el paso y por detrás entra él, cerrando la puerta de un talonazo.
Me detengo un instante a apreciar el lugar. La casa tiene techos altos, lo que la hace lucir mucho más grande y espaciosa. Ahora mismo estamos en la sala. Ésta está decorada con muebles de tipo rústico que le confieren al sitio un ambiente cálido y hogareño.
Aristeo tiene una casa preciosa.
—Agradezco que no esté mi madre, sino se volvería loca si nos ve en estas condiciones —murmura, limpiándose los pies con el tapete de la entrada.
Ni siquiera entiendo por qué lo hace si aun así está ensuciando todo con el agua que cae de su ropa.
—¿Estamos solos? Porque me daría mucha vergüenza conocer a tu familia de esta forma —me río, un poco nerviosa.
—Tranquila, ellos están trabajando y Vincent aun no ha salido de la escuela —responde para mi tranquilidad.
—Que bueno —suspiro aliviada.
—Ven, te daré una toalla.
Salimos de la sala y lo sigo por un pasillo que conduce directo a la cocina, al final está el baño y a la derecha se abre otro pasillo.
Aristeo entra en aquel baño y toma dos toallas. Una me la pasa a mí y la otra se la queda él. Me toma de la mano y me conduce hacia una de las cinco habitaciones que he llegado a contar.
Su cuarto.
Está demás decir que solo este lugar está más ordenado que mi casa entera. Cada objeto está meticulosamente bien puesto en su sitio, en una completa armonía con todo el resto. Al igual que el color azul oscuro de las paredes, que hacen juego con las cortinas y el edredón de la cama.
No paso por alto la gran biblioteca que tiene junto a su escritorio, donde hay decenas de libros de su carrera universitaria ubicados prolijamente uno al lado del otro.
—¿Tienes algún tipo de trastorno obsesivo compulsivo? —le pregunto sorprendida.
—No, mi madre siempre entra a ordenar —suspira con pesar.
—Te entiendo mejor que nadie —hago una mueca.
Mamá también me hace lo mismo, a veces ni ella se acuerda donde me guarda las cosas.
Veo a Aristeo moverse por la habitación, abriendo y cerrando cajones del armario y de la cómoda que está detrás de mí.
Me cubro el cuerpo con la toalla cuando comienzo a sentir frío.
—Debemos secar tu ropa antes de llevarte a casa —dice, entonces, plantándose frente a mí y entregándome una camiseta suya.
La tomo entre mis temblorosos dedos y asiento. Es una gran idea.
—Puedes cambiarte en el baño si quieres —me indica.
Mi mandíbula casi toca el suelo cuando lo veo a él quitarse la camisa junto con la camiseta, dejando su bien trabajado torso al descubierto.
¿Qué hice yo para merecer semejante obra de arte? A esto lo llamo suerte.
Dylan es mejor.
Oh, tú cállate.
—¿Qué ves? —pregunta Aristeo con una sonrisita ladina en el rostro.
El maldito está bueno, muy bueno, hay que admitirlo.
—N-nada —tartamudeo como la tonta que soy.
Me doy la vuelta y por poco corro fuera del pasillo antes de que se quite el resto de la ropa.
Madre mía...
Entro al cuarto de baño y me encierro allí.
Necesito controlar mis hormonas de adolescente. Como si jamás hubiese visto un chico desnudo...
En realidad jamás lo has hecho.
¡Claro que sí! Bueno... en la otra dimensión, desde luego.
Abro la mochila, que gracias a Dios es resistente al agua, y tomo un pequeño estuche donde guardo lo necesario para cuando estoy en mi periodo. Tengo la costumbre de guardar una braga dentro, una nunca sabe que tipo de percance pueda tener.
Me desvisto en tiempo record y me visto la camiseta que Aristeo me ha prestado. El sostén también se me ha mojado, asique no me queda otra que no usar nada.
Dejo las zapatillas en un costado para evitar mojar todo, y salgo del baño con la ropa mojada entre manos. Al regresar a la habitación, veo a Aristeo sentado en el extremo de la cama con el mando de la televisión. Él ya se ha vestido, lleva puesto una camiseta blanca con unas bermudas de color azul oscuro. Al verme, su boca se abre ligeramente y sus ojos me repasan de arriba abajo. Me ruborizo por la intensidad de su mirada. Aristeo, al darse cuenta que se ha quedado mirándome como un tonto, carraspea y se pone de pie de inmediato.
Se acerca a mí tragando grueso y sujeta la ropa que traigo en manos.
—Pondré a secar esto, en unos minutos estará como nuevo —afirma.
Me da un tierno beso en la frente y se marcha de la habitación.
Yo me quedo unos segundos jugando con el dobladillo de la camiseta hasta que decido inspeccionar mejor este sitio. Me acerco al escritorio y veo pegados sobre la pared varios dibujos hechos por un niño pequeño. Seguro son de Vincent. En algunos aparece el niño con toda su familia, en otros solo con Aristeo.
O tal vez podría ser Landon, el hermano de Teo, el que se dio a la fuga.
No se dio a la fuga, solo se fue sin dar detalles de su paradero.
Se fugó.
Como sea, en algún momento le preguntaré por eso. A lo mejor ya regresó y su hermano se olvidó de contarme.
Aristeo entra al cabo de unos pocos minutos.
—¿Qué quieres hacer? Podríamos ver una película o...
—¡Bob Esponja! —exclamo con alegría al ver la caricatura en la televisión, el volumen estaba tan bajo que no me había percatado de que lo estaban transmitiendo.
—Es la caricatura favorita de Vincent —me aclara, luego carraspea algo incómodo—. Y... la mía también.
—¿De verdad? —susurro anonadada. Que le guste Bob Esponja suma muchísimos puntos.
—Sí —revela algo avergonzado—. ¿Quieres que miremos esto?
Su ligero rubor en las mejillas me causa ternura. Me paro en puntitas de pie y deposito un corto beso en sus labios.
—Me parece perfecto —respondo con una gran sonrisa.
Nos acostamos en su cama y Aristeo me rodea el cuerpo con sus brazos, brindándome calor. Pasamos una hora entera riéndonos y bromeando mientras miramos la caricatura. Seguramente la ropa ya debe estar lista, pero ninguno de los dos quiere levantarse. Sus dedos peinan mi húmedo cabello y eso me tiene por demás de relajada.
—Bob debería conseguirle una novia a Calamardo para que se le pase su mal humor —comenta Aristeo.
—Y así puedan tener calamarditos bebés —añado yo.
Aristeo se ríe de lo ridículas que son nuestras conversaciones. Sonrío como tonta al sentir la presión de sus labios sobre mi sien. Su cariño me reconforta, por una hora entera he olvidado el resto del mundo, y realmente se lo agradezco.
Giro mi cabeza para poder tener su rostro de frente, ahora solo quiero besarlo. Sus ojos me observan algo confundidos al principio, pero no le doy tiempo a pensar en nada más. Acerco mis labios a los suyos y los beso con dulzura. Él me corresponde de igual manera, con el mismo cariño que yo le transmito en cada beso. Sujeta mi cintura con sus varoniles manos y me pega lo más que puede contra su cuerpo.
Esto se siente bien, sus labios son tan suaves y cálidos que no dan ganas de soltarlos.
No necesito a nadie más que Aristeo, él me hace más que feliz.
Cierta persona podría hacerlo mejor...
No, yo quiero a Aristeo.
El incómodo pinchazo que surge cada vez que niego mi amor por Dylan, vuelve atacar mi magullado corazón.
Debo controlar mis pensamientos, el dolor es solo psicológico. Tiene que serlo.
Aventurándome a ver cuales son mis límites, intensifico aun más el beso. Nuestras lenguas se entrelazan la una con la otra, acariciando con deseo a la otra. Mis brazos se enroscan alrededor de su cuello para atraerlo más contra mí, mientras que sus manos descienden hasta mi trasero el cual presiona contra su pelvis.
Debes frenar.
Ignoro todo tipo de pensamiento que no aporte algo interesante para el momento. Solo me dedico a besar sus dulces labios y acariciar la firmeza de sus músculos.
No sé en que momento Aristeo termina sin camiseta, pero las palmas de mis manos ya están moviéndose ansiosas por su pecho y abdomen perfectamente marcados.
El calor en el cuarto comienza a subir rápidamente. Nuestras bocas se devoran mientras nuestras manos recorren cada centímetro de la piel del otro.
Lentamente, Aristeo se posiciona sobre mí, entre medio de mis piernas, para poder tener un mejor control de la situación. Me acorrala entre sus fuertes brazos mientras continúa besándome apasionadamente. Sus labios bajan a mi cuello, yo suspiro al sentir sus besos húmedos y pequeños mordiscos que me encienden el triple.
Otra vez, los molestos pinchazos se ensañan con interrumpir el momento. Aunque esta vez, a diferencia de las anteriores, es un poco más insistente.
Aristeo, ajeno a todo lo que estoy sintiendo, desliza una mano por debajo de mi camiseta y comienza a acariciar con suma delicadeza la piel de mi espalda y de mi vientre.
Intento no prestarle atención a esos continuos pinchazos que solo quieren arruinar el momento.
Acaricio su ancha espalda con mis manos, sintiendo como se contraen sus tonificados músculos, mientras él asciende lentamente con las suyas hacia mi pecho. Un jadeo se escapa de mi boca cuando una de sus manos llega a mi seno y lo acaricia con gentileza. Pero el segundo jadeo no se lo debo al placer de sus caricias, sino más bien al fuerte dolor que se instala en lugar los inofensivos pinchazos.
Aristeo no tiene ni idea de lo que siento, él continúa besando y acariciando como si nada ocurriera.
El dolor solo está en mi mente, es solo mi maldita mente, me repito más de diez veces para poder creérmelo.
Sabes que no lo es. Detente, ahora.
Beso sus labios con más urgencia, intentando poner mi atención solo en eso. Esto tiene que funcionar, yo soy libre de estar con quien se me plazca. ¡Soy libre!
En respuesta a mi deseo desmedido, su pantalón comienza a apretarle allí abajo, puedo sentirlo en mi entrepierna. Buscando una forma de calmar el deseo que incrementa en su cuerpo, Aristeo dirige su mano hacia otro sitio mucho más... sensible de mi anatomía.
¡No!
El dolor que sigue a continuación me deja sin aire. Mi corazón se retuerce dentro de mi pecho, tan así que por un momento quiero gritar con fuerzas.
Aristeo se da cuenta de mi sufrimiento y detiene al instante sus caricias y besos.
El dolor disminuye casi por completo. ¿Qué demonios fue eso?
—¿Estás bien? —me pregunta algo preocupado—. Te noto tensa.
Dios, ¿por qué me pasan estas cosas a mí?
—Sí... digo, no sé. No... no me siento lista —me excuso.
Aristeo me sonríe con ternura y me acaricia la mejilla con suavidad.
—No haremos nada que no quieras —me calma. Luego de una pausa, añade:—. Lo siento, creo que fui muy rápido.
—No es tu culpa —me apresuro a decir, pasando mis dedos por su cabello—. Yo también me dejé llevar.
Besa mi cabeza con dulzura y se acomoda nuevamente a mi lado, abrazándome.
Nos quedamos un rato más charlando de tonterías y riéndonos, por suerte el clima no se puso incómodo ni nada por el estilo. Eso es lo que adoro de Aristeo, que me respete y no me presione. ¿Qué más puedo pedir? Es lindo, gentil, educado y carismático, una combinación perfecta.
Lo que sí me tiene preocupada es aquel extraño dolor que surgió de la nada, eso no es normal. ¿Es posible que haya sido mi imaginación?
Una vez que nos marchamos de su casa, de camino al coche, diviso en la lejanía un vehículo negro que me resulta particularmente familiar. Resoplo al darme que cuenta que son ellos, tal vez sea Dylan junto a Taylor y Kyle, o solo con uno de ellos.
O solo él...
¿Debo acostumbrarme al hecho de verlos en todos lados de ahora en más?
Sí, te protegen de Argus y sus discípulos.
Volteo los ojos sin que Aristeo me vea y ambos subimos al coche. Luego de un corto trayecto a casa, estaciona frente al porche y se gira hacia mí.
—Lo de hoy... —comienza a decir en tono arrepentido, pero yo le cubro la boca con mi mano para que no siga.
No dejaré que se disculpe nuevamente por lo que sucedió en su cuarto. Los dos decidimos seguir adelante sin poner un freno sabiendo lo que sucedería. Yo debí haberlo detenido antes, pero necesitaba más de él, quería sentirme libre de elegir con quien estar.
No necesitas elegir, tienes a Dylan.
No, él y yo ya no somos nada.
—Tal vez en otro momento podamos volver a intentarlo —digo en un murmullo.
Aristeo se queda absorto ante mis palabras. Toma mi rostro entre sus manos y me besa los labios delicadamente.
Por mi parte, cierro los ojos con fuerza, intentando controlar las punzadas en mi pecho. Son como cuchillos que se clavan y destrozan de a poco mi corazón.
Todo está en mi mente, todo está en mi mente.
—Cuando tu quieras —susurra él sobre mis labios.
No voy a negar que me quedo contemplándolo como una idiota.
—Te... veo... pronto —balbuceo algo atolondrada mientras me bajo del coche.
Aristeo sonríe satisfecho. Si el buscaba esa reacción en mí, lo logró. Debe sentirse muy orgulloso de sus encantos.
Mamá es quien me abre la puerta. Me saluda con su habitual alegría y nos ponemos a charlar un poco de todo; de su trabajo, de la fiesta de Halloween, de las nuevas recetas de cocina que anduvo practicando y por último de Aristeo. Me ha preguntado un poco de él, para curiosear más que nada. Le he dicho lo básico, no entraré en detalles de nuestra relación con ella, eso sí que no.
Al subir las escaleras, me quedo tiesa al ver la puerta cerrada del cuarto de mi hermano. ¿Debería llamar?
Solo para comprobar.
Mis piernas parecen de plomo mientras camino en dirección a su habitación. Me paro frente a la puerta y doy dos golpecitos.
¿Y si el otro Taylor ocupó su lugar nuevamente y continúa tratándome como una basura? No resistiría de nuevo su indiferencia, necesito una pausa.
La puerta se abre a los pocos segundos y mi hermano aparece detrás. Cruzo los dedos en mi espalda esperando que sea el mismo de siempre.
—Hola, princesita —me saluda con una gran sonrisa en la cara.
El alivio que me invade es indescriptible. Bajo la guardia cuando me doy cuenta que el mismo Taylor de siempre.
Él se sorprende cuando prácticamente me tiro encima suyo para darle un gran abrazo. Sus piernas retroceden dos pasos hacia atrás por el impacto de mi cuerpo contra el suyo. Rodeo su torso con mis brazos y lo abrazo con fuerza.
—¿Me extrañaste? —pregunta entre risas.
Aprieta un poco más su abrazo, acariciando cariñosamente mi espalda con una mano.
—Mucho —digo con voz ahogada.
Los ojos se me llenan de lágrimas, pero hago acopio de todas mis fuerzas para no dejarlas salir.
Él siente la angustia en mi voz y me sujeta por los hombros para apartarme con suavidad. Yo no soy capaz ni de verlo a los ojos, no quiero que note que estoy a punto de llorar. Debo ser fuerte.
No, no tienes que serlo siempre. Llorar es normal, todos lo hacen.
—Oye, ¿qué tienes? —me pregunta, preocupado. Una de sus manos se posa en mi mentón y me obliga a ver sus ojos azules que me observan intranquilos.
Al ver la angustia y el dolor en mi mirada, su alegre rostro se transforma en otro mucho más amenazante.
—¿Aristeo te hizo algo? —interroga con el semblante serio.
¿Aristeo? No, claro que no. Él no sería capaz de hacerme daño.
—Respóndeme o juro que iré a buscarlo ahora mismo —insiste. Puedo sentir la tensión de sus manos en mis hombros.
—No, no tiene nada que ver con él. Estoy bien —lo tranquilizo. Ahora debo inventarme algo, él no se quedará tranquilo—. Anoche tuve un sueño horrible.
Su cuerpo y sus facciones se relajan al instante, al igual que su mirada, que se vuelve mucho más cálida.
—Cuéntame, ¿qué fue eso tan horrible que soñaste?
Hace a un lado la portátil que tiene sobre la cama y nos sentamos para estar más cómodos.
—Seguro te parezca una tontería —me río desganadamente, quitándole importancia al asunto.
—No lo creo —se apresura a decir—. A ver, ¿morí?
—No, es mucho peor que eso. Me odiabas, Taylor. Mi presencia te causaba tanto rechazo que al verme se te hacía casi imposible contener las ganas de gritarme —observo como su ceño se va frunciendo cada vez más a medida que escucha todo con suma atención—. Aun recuerdo la expresión de desagrado que adoptaba tu rostro cada vez que me veías.
A pesar de haberlo perturbado, sus hombros se relajan cuando termino de contarle la historia.
—¿Y por qué lloras? —me pregunta, enjuagando mis lágrimas con sus pulgares—. Fue solo un sueño, hermanita. Sabes que jamás haría una cosa de esas.
Porque él no conoce el trasfondo de la historia...
Yo creo que reaccionaría igual que su doble.
Estoy de acuerdo contigo, conciencia.
—Porque fue demasiado real —respondo acongojada.
Es ridículo que llore, lo sé, pero es que vengo acumulando tantas cosas que aun no he tenido tiempo para pensar en todo y asimilarlo.
—Solo olvídate de eso, ¿de acuerdo? Nunca te haría eso, sería un estúpido si lo hiciera.
Lo que más deseo es olvidarlo, pero es imposible, seguiré viendo a su gemelo quiera o no.
Y lo peor de todo es que Taylor, el original, se irá esta semana a Stanford, su universidad, por lo que solo me quedará lidiar con su gemelo malvado. Esto es increíble.
Lo abrazo una vez más, esperando que los miedos que me han atormentado durante todo el día se vayan de una buena vez. Aunque sé que eso es imposible.
Ni Taylor ni nadie puede ayudarme con mis propios temores, esa es una pelea que yo misma debo enfrentar dentro de mi cabeza.
El único detalle es que debo aprender a hacerlo.
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