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VIII


Imposible...

¿Cómo puede ser real? Él... él está aquí conmigo, pero ¿cómo?

Desde hace días que vengo repitiéndome que su existencia es absurda, ¿qué debo pensar ahora? ¿Terminé por enloquecer? O tal vez me golpeé la cabeza al caer.

¿Es enserio?

Sí, me inclino más hacia lo último.

Su intensa mirada provoca que mi corazón incremente su golpeteo y compita con mis pulmones por ver quien trabaja más rápido. Esto es una completa locura.

Desde aquí puedo sentir el aroma de su cuerpo. Huele de maravilla, como siempre imaginé que sería: una mezcla entre el mentol, hierbas frescas y una pequeña nota dulce que hace la contra a las anteriores. Es sumamente varonil y algo adictivo para mí. Y eso no se puede imaginar, ¿o sí?

En los siguientes segundos me devano los sesos pensando en alguna respuesta que tenga lógica, pero no consigo ninguna.

No, es imposible que esto sea real. Estoy tan acostumbrada a la desilusión que me niego a aceptar esto. Desde hace días que vengo intentando cambiar mi manera de pensar, olvidando cosas que creía importantes y añadiendo nuevos recuerdos junto a otras personas. Si acepto lo que mis pocos confiables ojos ven, es probable que termine de perder la cabeza.

Cuidadosamente, Dylan me deja nuevamente con los pies en la tierra. Su rostro a centímetros del mío me permite apreciar más de cerca la perfección de sus rasgos, desde su tersa e impoluta piel, hasta sus carnosos y rosados labios. La simetría que tienen sus facciones es increíble, en mi vida había visto este nivel de perfeccionismo en el cuerpo humano. Solo en libros existe, en mundos muy distintos a este. Es casi imposible de creer que él de verdad exista.

—Tú no eres real —susurro, siguiendo el hilo de mis pensamientos. Lo más extraño es que siento un leve pinchazo en el corazón al decir eso.

¿Qué dices? Sí, es real. ¿No lo ves?

Lo veo, claro que lo veo. Solo que no sé si debería confiar en mis sentidos a estas alturas.

Este no es el momento para pensar en esto, pero la última imagen que tengo de él viene a mi cabeza sin poder evitarlo. Sus ojos, sus preciosos ojos carecían de vida. Su alma había abandonado su cuerpo para meterse en el mío, dándome una oportunidad de vivir que yo no quería. Será difícil olvidar eso.

Dylan frunce sus labios al oír mis palabras. Su rostro es una paleta de emociones que va desde el desconcierto a la amargura en una milésima de segundo. Puedo leer cada una de sus expresiones como si lo conociera de toda la vida.

Aguarden, y si yo estoy... No, no puede ser. Una loca teoría comienza a abrirse paso entre mis alborotados pensamientos. ¿Y si morí? ¿Y si nadie me salvó de esa mortal caída? Tal vez el cielo sea el único lugar donde Dylan de verdad exista. Pensar en eso me hace creer que a lo mejor hice bien las cosas en mi vida, y por eso pude entrar al paraíso.

Él luce tal cual lo recuerdo. Desde sus facciones bien marcadas hasta su contextura física de atleta. Toda su ropa se encuentra manchada de sangre, haciendo contraste con su camisa blanca y con su nívea e impoluta piel. Esto solo me confirma que bailé con él en el baile. Sí, era él.

No cabe duda de eso.

Mi mirada se detiene en sus maravillosos ojos grises, parecen irreales. La intensidad de su mirada provoca que mis piernas comiencen a temblar, ya había olvidado lo que se siente.

Una de sus manos sigue apresada a la parte baja de mi espalda, como si no quisiera romper contacto conmigo.

O asegurándose de que no te caerás de culo.

Quiero tocarlo, es casi una necesidad. Su belleza hace que dude de él, me hace pensar que es algo irreal, inexistente en este mundo. Sus ojos grises son como dos gemas relucientes incrustadas en aquel arte que es su rostro. Todo en él es una maravilla.

Dylan se queda quieto incluso cuando llevo una mano a su mejilla y acaricio su cálida piel. ¿Cómo es que mis dedos pueden sentirlo? No comprendo.

Entonces, en el momento menos esperado, el rostro de Aristeo surge de algún rincón de mi mente, como si fuese una especie de recordatorio sobre mi situación actual. Al pensar en ello, retiro la mano rápidamente y doy paso atrás, interponiendo espacio entre nosotros.

El gesto de desconcierto de Dylan es rápidamente reemplazado por una máscara imperturbable que impone cierta distancia entre nosotros, más de la que ya hay. Su mirada se vuelve fría y su ceño se frunce ligeramente en señal de frustración.

—No debí dejar que sucediera —murmura él.

Un suave jadeo se escapa de mi boca al oírle decir eso. Su voz... su maldita voz es justo como la recuerdo, profunda, grave, sumamente cautivadora.

—¿Qué cosa? —pregunto en un murmullo.

Cuando creo que está a punto de responder, algo llama repentinamente su atención. Gira la cabeza a su derecha y se queda inmóvil por un eterno segundo. De pronto, el sonido casi inaudible de un golpe llega a mis oídos de milagro. Lo he oído a una frecuenta tan baja que por un momento dudo si no habrá sido parte de mi imaginación.

Dylan regresa su mirada hacia mí y en sus ojos puedo ver una preocupación que antes no estaba. Y a continuación, comienza a retroceder sin apartar la vista de mí.

¡No, espera!

Quiero pedirle que se quede, que no se marche, pero no encuentro mi voz. Excelente momento.

¡Regresa!

En un pestañeo, Dylan desaparece de mi vista como por arte de magia.

Parpadeo confundida. ¿A dónde se metió?

—No... —susurro desconcertada.

Me movilizo para comenzar a buscar en todas direcciones, pero se me dificulta la tarea debido a que el resto de la feria ya se encuentra a oscuras. Únicamente la rueda de la fortuna está iluminada por un farol que solo alcanza a alumbrar la base de la atracción. El resto, es una boca de lobo.

En mi desesperada búsqueda, encuentro mi teléfono reventado contra el suelo. Entre silenciosos lamentos, tomo los restos del mismo y lo guardo en el bolsillo de mi vestido. Ya luego le quitaré la memoria y la tarjeta SIM. Ahora necesito concentrarme en otra cosa más importante.

Corro en dirección a la entrada, pero al cruzar las rejas casi me estampo contra dos personas que parecen venir con prisa.

—¡Válgame Dios! ¡Estás viva! —enseguida reconozco la voz del chico que controlaba el juego, el mismo de la goma de mascar—. ¿Cómo hiciste para bajar de ahí?

Ni siquiera lo miro a los ojos cuando respondo, yo sigo buscando frenéticamente a Dylan.

—Me ayudaron.

—Gracias, Erwin, me despertaste para nada —resopla el sujeto que se encuentra a su lado, de reojo veo que aparenta la misma edad que el joven goma de mascar.

¿Se supone que esa sería mi ayuda? Yo esperaba que trajera a los bomberos o a la policía.

—¿De casualidad no vieron a alguien salir de aquí? —les pregunto apresurada.

—No —responden los dos al mismo tiempo.

Maldición, ¿dónde se metió?

Me despido rápidamente de ellos y camino por las calles atenta a cualquier ruido. No pudo haber desaparecido de la nada, debe estar cerca.

No dejes de buscarlo.

Estoy demasiado confundida. La misma vocecita que hace días me viene diciendo que debo empezar de cero y olvidar todas mis locas fantasías, ahora se ha sumado a mi locura, ¿cómo es esto?

Tal vez tenías razón...

Oh, no. No, no, no.

Freno en seco cuando me doy cuenta que acabo de perder la última parte cuerda en mí. ¿Y si esto está mal? ¿Quien me lo dirá?

La cabeza me da tantas vueltas que ya estoy mareada. Incluso siento nauseas.

Esto es imposible. Debo estar imaginándolo todo. Sí, eso debe ser.

Tiene que haber una explicación.

Tengo tantas preguntas que siento que la cabeza me va a explotar. Necesito hablarlo con alguien.

Cuando quiero darme cuenta, mis piernas comienzan a moverse hacia un lugar imposible de olvidar. En menos de cinco minutos, delante de mí se alza el hospital donde viví los peores y mejores dos meses de mi vida. Inconscientemente, he venido en busca de quien podría ayudarme a salir de este enredo mental.

No se me hace difícil la tarea de encontrar a quien busco, él ya está afuera del edificio charlando con un amigo. A unos pocos metros de la puerta principal, Aristeo está sentado en una banca con un vaso de café entre sus manos. Lleva puesto su uniforme médico, al igual que su amigo Dean, quien está sentado a su lado. Sus rostros lucen serios mientras charlan de algo que no alcanzo a oír.

Sin detenerme a pensar en lo que estoy a punto de hacer, me acerco a ellos al trote. En sintonía, los dos médicos voltean a ver en mi dirección cuando se percatan de mi presencia. En otro momento me hubiese causado gracia la cara de espanto de ambos. Sus ojos se abren desmesuradamente al ver la cantidad de sangre que me cubre.

—¿Caitlin? —pregunta Aristeo con voz grave. Se pone de pie de inmediato y su amigo lo imita.

—La sangre es parte del disfraz, ¿no? —pregunta Dean.

Omito la parte de responder a eso.

—¡Lo vi, Aristeo! ¡Lo vi! —digo exaltada una vez que estoy frente a él—. ¡En la rueda de la fortuna! ¡Me salvó cuando me caí!

—¿Que te caíste de dónde? —pregunta sin dar crédito a lo que oye.

—¡Estaba en la cima y luego mi cabina se rompió! ¡Fue una locura! ¡Y Dylan estaba allí! —intento explicarle.

—¿Caíste de unos sesenta metros? —indaga Dean, que tiene la misma expresión de desconcierto que Aristeo.

—No puede ser —murmura Aristeo, pasándole su vaso de café a Dean para que lo sostenga.

A continuación, toma una especie de bolígrafo del bolsillo de su bata blanca y enciende una luz en el extremo. Parpadeo confundida cuando se acerca un paso más y comienza a iluminar mis ojos. ¿Qué demonios está haciendo?

—Ya basta —le digo, alejando su mano —. Necesito que me escuches.

Le estoy contando algo de otro mundo y él solo se pone a jugar conmigo. ¿No entiende la gravedad del asunto?

—Pupilas simétricas  —le indica a su compañero, el cual asiente.

¿Qué está diciendo?

Repentinamente, varios pitidos intermitentes comienzan a sonar desde sus bolsillos. Según oí de Aristeo, esos son sus localizadores. Apenas suenen esas cosas deben encontrarse de inmediato con quien los llamó.

No, no, no. ¡No puede irse justo ahora!

—Aristeo, escúchame. Vi a Dylan —le vuelvo a repetir, esta vez pronuncio las letras lentamente para ver si así compre de mejor.

—Está alucinando —dice él en un murmullo.

Entonces, ¿es eso? ¿Una alucinación?

—Ingrésala, Teo. Adentro la atenderán. —le indica Dean que está mirando su localizador—. Tenemos que apurarnos, llegó un niño a trauma.

¿Ingresar? Automáticamente me alejo dos pasos.

—No pienso entrar allí. Solo quiero hablar contigo —le insisto.

No es tan difícil.

—Un momento —dice pensativo—. ¿Tomaste alcohol en la fiesta?

Cierro el pico al oír su pregunta. Bueno...

Dean se golpea la frente con la palma de su mano.

—Encárgate de esto, Teo. Te veré adentro —dice aquel, dándose la vuelta y alejándose de nosotros.

Me doy cuenta que todos reaccionarán como Dean, y Aristeo no será la excepción. Lo que estoy diciendo no tiene sentido para nadie. Fue un terrible error venir aquí. ¡Idiota!

Aristeo deja salir un suspiro al verme a los ojos. Sus dedos se apoyan en mi mentón y con su pulgar me roza suavemente la mejilla.

—Debes irte —le digo, señalando con los ojos la dirección por donde se fue su amigo—. Lo lamento, no debí haber venido.

Él sonríe ligeramente y niega con la cabeza. Apaga el localizador delante de mí y vuelve a guardarlo dentro de su bolsillo.

—Mis compañeros me pueden reemplazar. Me quedaré contigo si te sientes mal.

No puedo ponerlo en tal aprieto, ya suficiente escándalo armé. Dios, que vergüenza. ¿Ahora qué pensarán de mí?

Fuerzo una sonrisa en mis labios y tomo su mano, entrelazando nuestros dedos.

—Estoy bien, de verdad. El aire fresco me está ayudando —miento.

—O tal vez fueron los gritos —bromea, intentando aligerar el ambiente.

Mis mejillas adquieren un leve rubor al pensar en eso. Genial, menuda escena me armé yo solita. Agradezco que a estas horas no haya nadie aquí afuera.

Todo esto tiene que ser culpa del alcohol, sino no encuentro explicación alguna. Tomé tres vasos de ponche en total, o dos y medio, ya no lo recuerdo. Solo sé que tal vez la cantidad de alcohol añadida fue más de la que creía.

No quieras engañarte, sabes bien lo que viste.

En este momento estoy dudando acerca de todo. Ya no confío ni en mí misma.

—Sí, probablemente fue por eso —respondo, esforzándome por lucir más tranquila.

Sus ojos me observan con cariño, aunque en ellos aun veo cierta preocupación.

—Si te beso, ¿me prometes que no me comerás? —dice en broma echándole un vistazo a mi disfraz de zombi.

Su rostro comienza a acercarse lentamente.

—Haz la prueba —sonrío.

Su nariz roza cariñosamente la mía. Primero besa las comisuras de mi boca, dejándome a la expectativa de lo que hará, pero como no tenemos mucho tiempo, termina por unir nuestros labios en un beso lento y candente.

Uno mis manos alrededor de su cuello y él baja las suyas a mi cintura para acercarme a él. Esta vez no me pega a su cuerpo, sino que mantiene unos pocos centímetros entre ambos para evitar que la sangre que cubre mi vestido lo embadurne a él también.

Su presencia me trae calma. A pesar de no haber podido charlar sobre el tema, a su lado siento que todo está bien y que yo también lo estoy.

No olvides lo que viste. Dylan está aquí.

Al pensar en eso, inevitablemente su rostro aparece en medio de mis pensamientos. Aun recuerdo su expresión al verlo por primera vez en la feria, la forma en que siempre me miró no ha cambiado. La fascinación reflejada en sus ojos era igual a aquella vez en el campo de entrenamiento cuando nos dimos nuestro primer beso...

El magnetismo era tan intenso que ya no podía controlarlo. Mi mano viajó hacia su camiseta y tiré sutilmente de ella para que él se acercara. Dylan comprendió al instante mi señal y en sus ojos se vio reflejada la determinación. Ya no había más dudas, ni tampoco barreras. Cortó la poca distancia que nos separaba y finalmente presionó sus cálidos labios contra los míos. El momento tan esperado...

Cuando logro salir de aquel recuerdo, me doy cuenta que el asunto con Aristeo ha pasado a otro nivel. Sus labios se mueven voraces sobre los míos, que le responden con la misma intensidad.

Lo besas como si fuese Dylan.

Al pensar en eso, me aparto con rapidez. No puedo creer lo que acaba de pasar. Aristeo se queda mirándome muy confundido. ¿Cómo pude hacerle una cosa así?

—Lo siento, me dejé llevar —se disculpa, algo avergonzado.

—¡No! —me apresuro a decir, él no tiene la culpa de nada. Carraspeo para acomodar mi voz—. No te preocupes, está bien.

Recuesta su frente sobre la mía y entrelaza nuestros dedos.

—No puedo dejarte ir luego de lo que me contaste. Si de verdad te subiste a ese juego tendrás que entrar conmigo y dejar que te examine.

No volveré a pisar un hospital. No, señor.

—No me subí... yo... estuve a punto de hacerlo, pero cerraron. Creo que el alcohol me hizo imaginarlo todo —digo atropelladamente, esperando que se crea la mentira.

¿Tu crees que lo hará?

Bueno, se supone que una caída de esa altura no dejaría a alguien caminando como si nada. Asique sí, puede que se trague el cuento.

Veo como consulta su reloj de muñeca y hace una mueca.

—En teoría ya debió haber cerrado. De todos modos...

—Estoy bien, tonto. De verdad —le corto, sonriéndole para transmitirle calma.

Aristeo frunce el ceño cuando oye su nuevo apodo.

—Tú eres la tonta —me dice devuelta.

Me llevo una mano al pecho, simulando pésimamente sentirme ofendida.

—No, tú lo eres —le contesto.

—No, tú —sonríe divertido.

Coloca sus manos en mi cintura y me atrae un paso más cerca de su cuerpo. Ni siquiera soy capaz de responder, sus cautivadores ojos atrapan los míos y me quedo embobada mirándolo.

—Tú eres hermosa —susurra sobre mis labios.

Mi vientre cosquillea suavemente ante sus palabras, pero mi corazón responde con sus habituales punzadas.

—Y tú... —mi voz es un murmullo apenas audible—. Un tonto.

Me alejo de él sonriéndole divertida. Aristeo se echa a reír, negando varias veces con la cabeza.

—Ya vete —le digo—. Pediré un taxi, me voy a casa.

—Esperaré contigo —apenas termina de decir aquello, su localizador vuelve a sonar con insistencia.

—Si no entras te meterás en problemas. Estaré bien, no te preocupes.

No parece muy conforme, pero no le queda más remedio que aceptar. Lo necesitan allí adentro, debe salvar vidas, ese es su deber.

—Maldita sea —murmura resignado. Sus ojos se dirigen al oscuro cielo que ensombrece la ciudad—. Me avisas cuando llegues, ¿vale?

—Claro, descuida —sonrío.

Se acerca para darme un tierno beso de despedida, el cual yo correspondo encantada.

—Te quiero, Caitlin —susurra al soltar mis labios.

Mi corazoncito se acelera al oír esas palabras. Él me quiere. A pesar de todo él lo hace.

—Y yo a ti —respondo, sin poder apartar mis ojos de los suyos.

Un sonoro golpe proveniente de algún sitio no muy lejano a este, nos obliga a romper la conexión. Sin embargo, el ruido queda aplacado por el maldito localizador que no deja de sonar.

—Vete, ese ruidito me está fastidiando —le digo en broma, aunque en parte es verdad—. Me pediré el taxi.

—Dímelo a mí —murmura, poniendo los ojos en blanco—. Te veo luego, hermosa.

—Adiós —le sonrío mientras veo como se aleja en dirección a la puerta de entrada del hospital. Reparo en su andar seguro y confiado, desearía sentirme de esa manera.

De todos modos, haberlo visto a él me ha calmado más de lo que creía. Ahora solo pienso que todo fue producto de mi retorcida mente en respuesta a la bebida. Tal vez ni siquiera me subí a la atracción y la mentira que le dije no fue más que la simple verdad.

Te quieres engañar a ti misma.

Tú ya no estás apta para aconsejarme, conciencia. A partir de este momento estoy sola. Yo misma tendré que poner una barrera entre la realidad y la fantasía, o mejor dicho, entre la cordura y la locura.

Busco en el bolsillo del vestido mi teléfono, pero lo que saco son solo restos inservibles que poco puedo hacer con ellos. Maldigo una y otra vez en mi interior. Lo había olvidado.

Cierro los ojos con fuerza y tomo una buena bocanada de aire, lo retengo en mis pulmones por tres segundos y luego lo expulso lentamente.

Todo está bien. Se me debió haber caído en la fiesta.

Mentira.

Y lo pisaron.

Mentira.

¡No me ayudas en nada!

¡Tú sabes lo que viste! ¡Ya deja de engañarte, Caitlin!

¡No! Ya viste como reaccionaron Aristeo y Dean. Cualquiera en su sano juicio pensaría lo mismo. Soy yo la que está a un paso de la demencia.

Quiero irme a casa, ya tuve suficiente de esto. No molestaré nuevamente a Aristeo, puedo arreglármelas sola.

Resignada, comienzo la marcha lejos del hospital. Tendré que caminar.

La idea de volver al instituto para encontrarme con mis amigas cruza por mi mente un instante, pero la descarto cuando recuerdo que ya le dije a Penny que estaba arriba de un taxi de camino a casa.

Hoy he hecho todo mal. Ni siquiera me he traído una chaqueta para aplacar el repentino frío que estoy sintiendo. Genial.

Lo único bueno del día fue haber visto a Aristeo. En realidad, no fue bueno ir de impulsiva a vomitar la sarta de cosas que creí haber visto, pero al menos me llevaron allí con él.

A mitad del camino, una repentina sensación de estar siendo vigilada me toma por sorpresa. Perfecto, y ahora me robarán. Al menos el supuesto ladrón se llevará terrible chasco al conseguir nada más que un teléfono roto.

Mientras apresuro el paso, miro a los lados y por detrás de mí. Nada.

Por un pequeño instante siento alivio al ver pasar un coche por el asfalto. La mujer que conduce me mira un momento, de seguro mi disfraz llama mucho la atención. Aunque ese alivio no dura más que solo unos segundos, ya que el vehículo continúa con su camino y yo debo seguir el mío.

Me rodeo el cuerpo con los brazos y continúo caminando como si nada pasara. Dicen que uno mismo atrae lo malo si constantemente piensa en eso, ¿será verdad?

Me pongo a tararear una canción para no sentirme tan sola. Estrellita donde estás, así se llama. Un clásico.

Mis sospechas se confirman cuando en un abrir y cerrar de ojos alguien se planta frente a mí. Freno en seco para evitar chocar contra esa persona y de milagro consigo mantenerme en pie.

La luz no alumbra lo suficiente como para verle el rostro que se oculta bajo la capucha de su cazadora negra. De todas formas, no necesito hacerlo para darme cuenta que su energía no es para nada buena.

Mi piernas reaccionan de inmediato y giran con la idea de echar a correr hacia el lado contrario. Lo hubiese logrado si su mano no hubiese sujetado mi brazo con rudeza. Puedo sentir como todos los músculos de esa zona se aplastan uno contra otros, llegando a presionar el tejido óseo con una violencia inusitada.

—¡Suéltame! —le grito, dejando escapar un gemido de dolor.

Su fuerza es lo más sorprendente de todo. Su mano se ha agarrotado entorno a mi brazo como si fuese una jodida llave inglesa.

—Demos un corto paseo —murmura con una voz ronca, pero jovial.

Opongo resistencia al momento en que termina de decir eso, pero mis pobres intentos no se comparan con la fuerza con la que me arrastra fuera del camino.

—¡No! —grito a todas voces, pero al hacerlo su mano presiona aun más mi brazo y el dolor me quita el aire por completo.

Mi miedo alcanza su punto máximo cuando me conduce al ancho callejón de doble salida que está unos metros detrás de mí. Me arrastra hacia las profundidades del mismo, justo donde el sitio está sumido en la oscuridad. El olor a basura y humedad inunda mis fosas nasales.

Un pequeño flash de un encuentro similar aparece de pronto en mi cabeza.

De camino a casa, decidí acortar el trayecto atravesando un callejón que me ahorraría un montón de tiempo. Temblando como una gelatina por culpa de la lluvia que me empapó de pies a cabeza, aceleré el paso para cruzar aquel sombrío lugar lo más rápido posible.

De repente, dos personas se plantaron en medio de mi camino, provocando que el corazón se me suba a la garganta del susto. Al levantar la mirada me encontré con dos hombres de idénticas facciones. Gemelos, desde luego.

Cuando vuelvo de ese recuerdo, me doy cuenta que el sujeto encapuchado está a solo unos centímetros de distancia de mí. El temor me congela la sangre, helando cada rincón de mi cuerpo.

—Lo arruinaron todo —escupe con ira contenida.

¿Qué cosa?

Estoy a punto de gritar cuando su mano se cierra alrededor de mi cuello y presiona como si el mismo fuese de goma. Rasguño sus manos en un intento desesperado por conseguir un poco de aire.

—No eres tan fuerte sin él, ¿verdad? —me dice al oído—. Aquí no eres nadie...

No termina de decir aquello que la prisión de su agarre se ve disminuida gracias a la presencia de otra persona que se ha encargado de quitármelo de encima.

Comienzo a toser exageradamente luego de que la primer bocanada de aire llega a mis pulmones. El maldito estuvo a punto de romperme la tráquea.

Levanto la mirada justo cuando el nuevo sujeto estampa a mi agresor contra el muro con una fuerza descomunal. 

No me da tiempo ni a sorprenderme. Un calor extremadamente ardiente me roza el brazo al pasar por mi lado. Grito de dolor al sentir mi piel chamuscarse ante ese mínimo contacto.

—¡Ustedes también la necesitan, imbécil! —brama iracundo la segunda persona. Me quedo de piedra al darme cuenta que esa voz ya la había oído antes.

¿Es...?

El hilo de mis pensamientos se ve interrumpido cuando el cuerpo del malhechor se convierte en carbón delante de mis propios ojos.

En mi mente comienzan a surgir destellos de recuerdos de distintas batallas en las cuales fui protagonista. Son tantas las imágenes que surgen espontáneamente que no alcanzo a ver con precisión cual es cual.

Me sobresalto cuando un par de fuertes manos se posan sobre mis hombros y me zarandean para que reaccione.

—¡Caitlin! ¿Me oyes? —pregunta esa voz familiar.

Sacudo todos los pensamientos de mi cabeza y enfoco mi vista en el rostro de la persona que me ha salvado el trasero. Mis ojos se abren grandes cuando reconozco al chico que me mira a través de sus curiosos ojos de color verde esmeralda. La forma en que me mira es el reflejo de mi fascinación.

—¿Kyle? —pregunto asombrada.

Él despliega una sonrisa altanera al oír su nombre.

—Sabía que aun te acordabas de mí, ya sé que soy imposible de olvidar —dice con presunción.

Automáticamente mis manos se aferran a su rostro y me acerco lo más que puedo a él, comprobando con la mirada y el tacto que es real.

¿Cómo es posible? No lo puedo creer.

Él sigue siendo el mismo que siempre. Su ojazos verdes resaltan sobre su piel de color oliva en aquel rostro de rasgos definidos. Y su cuerpo atlético tampoco tiene nada que envidiarle al de Dylan.

—Oye... lamento romper tu humano corazón, pero no te besaré —dice él, mirándome con una ceja en alto.

¿Besar? ¿Qué?

Parpadeo un par de veces para salir del aturdimiento, y me encuentro con el rostro de Kyle a pocos centímetros del mío. Cualquiera que nos viese pensaría cualquier cosa.

Reacciono al instante y lo empujo lejos de mí.

—¿Qué es esto? ¿C-como es que tú estás aquí? —balbuceo desconcertada.

Kyle abre la boca para responder, pero alguien más lo interrumpe.

Justo por detrás de él aparece una mujer de unos treinta años, aproximadamente. Lleva su cabello rubio atado en una trenza que cae sobre su espalda. Al igual que el anterior, su ropa es demasiado informal para ser lo que creo que pueda ser.

Una Raezer. Dilo.

El rostro de Kyle se transforma instantáneamente en el de alguien que clama sangre a los cuatro vientos. Incluso a mí me da miedo la expresión asesina que toma control de él.

—Si no te apartas te mataré —lo amenaza ella.

Mis pies comienzan a dar marcha atrás instintivamente. Tal vez pueda salir corriendo por el otro extremo del callejón. Al darme la vuelta me llevo el susto de mi vida al encontrarme con otra persona la cual desconozco. Un joven de unos dieciocho años me toma del brazo y comienza a alejarme a toda velocidad de la oscuridad de ese sitio.

—¡No! ¡Suéltame! —le grito presa del pánico.

—¡Caitlin! —brama Kyle ya a varios metros mientras la rubia lo mantiene entretenido con sus ágiles movimientos—. ¡Dylan! ¡¿Dónde carajos estás?!

¿Dylan? ¡¿Dijo Dylan?!

No debería sorprenderme, pero la velocidad con la que atravesamos el callejón es increíble. Los botes de basura y todo el resto se transforman en borrones indefinidos.

Inesperadamente, mi secuestrador finalmente me suelta, aunque no por gusto. Alguien se ha interpuesto en su camino, justo al final del callejón, y le ha cortado el paso. Mis ojos son incapaces de ver con qué lo ha atacado, pero parte del impacto lo recibo yo también. En un parpadeo, me veo lanzada con brusquedad contra el muro, sintiendo como mi columna y mi cabeza se recienten ante semejante golpe. Termino con las rodillas en el suelo, intentando recuperar el aire.

¡¿Qué fue eso?!

El impacto me ha sacudido hasta los huesos. Jamás sentí semejante fuerza.

Sí, lo has hecho.

Hago un esfuerzo sobrehumano para levantar la cabeza y poder ver lo que está sucediendo. Mi mandíbula queda colgando al ver la estampa delante de mí.

Dylan. Él está aquí. Siento como si mi corazón sufriera una patada para comenzar a latir desenfrenadamente.

Con los ojos abiertos como platos, observo como se ha enzarzado en una dura pelea mano a mano con su contrincante.

—No te la llevarás —le oigo murmurar a Dylan con los dientes apretados.

Consigue acorralar a su rival contra el muro, pero enseguida es apartado de él de un potente empujón.

—Entonces nadie la tendrá —dice el joven que intentó secuestrarme.

Me sobresalto al oír un alarido de dolor proveniente del otro extremo callejón. El desgarrador grito solo dura un segundo antes de detenerse por completo.

En un pestañeo, tengo la espalda de Kyle frente a mí, sirviéndome de escudo para lo que se viene a continuación. Sí, a esto ya se lo esperaba. Solo veo como él da un paso atrás cuando una fuerza invisible a mis ojos lo empuja. Gran error. A pesar de estar a un metro de distancia de él, algo me alcanza y envía centenares de descargas eléctricas por mi cuerpo. Aunque me duela como mil demonios, apreto con fuerza los labios y aguanto el dolor que me sacude cada una de las células de mi cuerpo.

¡¿Qué es esto?!

¡Sabes bien lo que significa!

¡No!

¡Vamos, Caitlin! ¡Reconoces la sensación!

Mi mente me pide a gritos que finalmente acepte la derrota, ya está cansada de remar en contra de la marea. Y después de esto, yo tampoco tengo la fuerza para continuar con el engaño. Lo acepto. Acepto la derrota.

¡Ahora dilo!

Yo...

¡Dilo!

¡Maldita sea! ¡Su escudo! ¡Kyle me ha tocado con su maldito escudo!

Nunca imaginé que la locura fuese el rival más difícil de ganar. Te consume lentamente hasta quitártelo todo. Y cuando regresas al mundo real ya no hay nada ni nadie que te reconozca. A partir de hoy, mis demonios tendrán libertad de decidir por mí, no los detendré más.

Soy consciente que Dylan y su rival también sienten el potente golpe que los empuja hacia atrás, pero no lo suficiente como para derribarlos. Ellos también tienen su escudo.

¿Cómo es posible?

Observo como Kyle y Dylan acorralan al sujeto, sin dejarle posibilidad de escapar. Ambos comienzan a fintar con aquel, que parece mucho más veloz que ellos.

Los muros son víctima de los distintos golpes que reciben de...

Sus poderes.

Sí, de eso.

Llega un momento en que el joven que me atacó pega un grito que hace temblar los muros del oscuro callejón.

—¡Espera, Kyle! —lo detiene Dylan—. Aun no lo mates.

Kyle asiente, respirando agitadamente. Frunzo el ceño al notar su cansancio, ni yo me cansé tanto con los entrenamientos.

—Solo apúrate —demanda Kyle—. Si llegan más no lo notaremos.

Dylan no responde. Su atención está puesta en su totalidad en ese joven. Lo sujeta del cuello con un fuerza sobrehumana y lo acorrala contra el muro.

—Dime donde está ese malnacido —le dice amenazante.

El chico no hace mejor cosa que reír. ¿Qué le hace gracia?

—Te diga o no... me matarán igual —murmura a duras penas. La mano de Dylan alrededor de su cuello le está cortando el suministro de aire—. No se saldrán... con la suya... esta vez.

Un jadeo que denota sorpresa se oye justo a mis espaldas. Todos, incluido el sujeto sin nombre, volteamos a ver de quien se trata.

No puede ser... Las cosas se ponen cada vez mejor.

Ashley y Trevor miran la escena con la boca colgando y los ojos abiertos de par en par. Al parecer se acaban de marchar de la fiesta hace un momento, ya que todavía llevan sus disfraces.

No me extraña verlos por aquí, al fin y al cabo ella vive a tan solo unas pocas calles de mi casa. Lo sé porque una vez organizó una fiesta en su muy extravagante hogar e invito a prácticamente todo el instituto. Definitivamente yo no fui...

Porque no fuiste invitada.

Muy valiosa la aclaración.

La dirección de su casa ese día la supo incluso el director del instituto. Y además, la música se oyó prácticamente en todo el estado de Idaho.

No me extraña que en este momento no estén encima del descapotable de Trevor. Seguramente ambos tomaron del delicioso ponche tanto como yo.

—¡Lárguense de aquí! —les grita Kyle en un tono de voz que denota autoritarismo.

Ninguno de los dos desobedece la orden. Los vemos continuar su camino con una prisa jamás vista en ellos. Aun así, Ashley se tomo un segundo para clavar su venenosa mirada en mí.

Un momento. ¿Ella puede vernos? Eso quiere decir que esto de verdad es... real.

—¡Dylan! —grita de pronto Kyle.

Llevo mis ojos al mencionado y mi corazón pega un salto en su sitio al ver al otro sujeto portando un revolver en si mano. Lo peor de todo no es eso, sino la dirección donde está apuntando el arma: hacia mí.

Esto ya no es como en mi libro. Estamos en la vida real, donde los humanos son solo simples humanos. Aquí ninguno vuelve de la muerte como si se hubiese ido a un pequeño viaje vacacional al cielo o al mismísimo infierno. En mi mundo somos capaces de morir.

Todo surge en una fracción de segundo. Cierro los ojos junto antes de oír el estruendoso disparo de la bala. El sonido rebota en los altos muros del callejón, amplificándose aun más y dejando un incómodo pitido en mis oídos.

Tardo un par de segundos en salir de aquella confusión. ¿Ya estoy muerta?

Tengo miedo de abrir los ojos, temo a lo que pueda llegar a encontrar.

De repente, en medio del agobiante silencio, resuenan un par de pasos que se dirigen directo a nosotros.

—Ya era hora, ¿dónde mierda estabas, Taylor? —le oigo decir a Dylan.

Mis ojos se abren de sopetón al oír ese nombre. No...

En medio de la oscuridad del callejón, la luna alcanza a iluminar lo suficiente para distinguir la silueta de mi hermano dirigiéndose hacia nosotros.

¿Cómo es posible? Dios, esto es un jodido sueño, tiene que serlo.

—Lo siento, estaba lidiando con uno que no me la dejó fácil —murmura entre dientes.

—Pues éste casi le dispara a Caitlin —añade Kyle, señalando algo en el suelo.

Dirijo mi mirada allí y, entonces, la sangre se agolpa en mis pies al ver por primera vez en mi vida un cadáver.

No es la primera vez.

A pesar de no tener una buena visibilidad, distingo el brillo de la sangre que se extiende por el suelo. El líquido carmesí brota paulatinamente de la cabeza del sujeto que intentó llevarme con él.

Siento como el contenido de mi estómago sube repentinamente por mi garganta, pero hago mi mayor esfuerzo por contenerlo.

Regreso la vista a Taylor y veo que es él quien porta el arma que efectuó el disparo. No lo puedo creer. ¡Mi hermano es un asesino!

Tú también lo eres. ¿O ya te olvidaste de todos esos Raezers a los que mataste tiempo atrás?

Eso es en otro contexto. ¡Por Dios! Esto no es una historia que a alguien se le ocurrió, ¡estamos en la jodida realidad!

—Somos un equipo, no soy el único que debe trabajar aquí —contesta Taylor mordaz.

—¿Cómo quieres que actuemos si no somos capaces de verlos? —le reprocha Dylan.

—¿Me lo dices a mí? ¿Cómo crees que he sobrevivido todo este tiempo? ¡Aprendan, maldición!

El timbre de sus voces van en aumento a medida que la discusión se prolonga. Kyle y yo no decimos ni una palabra. Él parece entretenido con la función, pero yo estoy que me orino encima. No sé como es que aun no salí corriendo de aquí.

—¡¿Que aprendamos?! ¡¿Quién crees que te enseñó a ti?! ¡No hay tiempo para eso, y lo sabes!  —brama Dylan furioso.

Taylor continúa la discusión sin importarle que nosotros estemos presenciando el espectáculo, parecemos un par de adornos.

Cansado de todo esto, Kyle se gira hacia mí soltando un suspiro.

—Me sorprende que aun sigas aquí —me dice con una sonrisita en los labios—. Aquellos dos están demasiado molestos como para hablarte, asique seré yo quien tenga el honor de decirte que tendrás que acompañarnos a otro lado.

Extiende la mano en mi dirección, pero instintivamente me aparto un paso. ¿Ir a dónde?

Su expresión se suaviza un poco al notar el miedo que me está haciendo temblar como gelatina. Vamos, que se ponga en mi lugar.

—Soy yo, Kyle —dice entonces, llevándose las manos al pecho—. Sigo siendo el mismo. Por favor, necesito que confíes.

Entonces, por encima de las voces de Dylan y Taylor, se oyen un par de sirenas. La policía. Genial, lo que faltaba. Ninguno de los vecinos es sordo, claro.

Ashley...

¡Esa bruja!

—Bueno, mejor yo decido. Se te acabó el tiempo —murmura Kyle en mi dirección.

Ahogo un chillido cuando de un parpadeo, paso de estar con los pies en la tierra a estar de cabeza. Kyle me ha cargado sobre su hombro como si fuese un saco de papas.

—¡Bájame! —le ordeno, dándole un puñetazo en la espalda.

Kyle me ignora monumentalmente. Sin embargo, se vuelve hacia los otros dos que continúan con su acalorada discusión.

—Yo que ustedes sigo la agradable charla en la casa, viene la policía.

Apenas termina de decir eso, sus pies se ponen en marcha sin avisarme, por lo que debo aferrarme fuertemente a su sudadera para evitar caerme.

Todo lo que vi en ese callejón no se compara con el subidón de adrenalina que siento ahora. Todas las cosas a mi alrededor se vuelven borrones indefinidos por la velocidad que toma la carrera, hasta que llega un punto en que debo cerrar los ojos para evitar que el viento gélido me lastime las córneas.

Pasados unos... ¿Dos segundos? Kyle me deja nuevamente en el suelo, pero en un sitio completamente distinto. Me cuesta un poco salir del pequeño gran aturdimiento, pero cuando lo logro me tomo un momento para apreciar mejor el lugar.

Nos encontramos en una amplia sala de lo que parece una casa bastante nueva. Al fondo de todo se encuentra la cocina que tiene vista directa a la estancia, no hay ninguna pared que divida ambos sitios. Los muebles debo decir que se adecuan bastante al estilo moderno con la que ha sido diseñada. Lo primero que veo y que llama mucho mi atención es el mueble de estatura mediana que contiene todo tipo de bebidas alcohólicas bien organizadas.

Por otro lado, dos sofás grandes, uno en forma de L y otro en forma de I, se encuentran enfrentados en medio de la sala. Su color gris oscuro contrasta con las paredes blancas que le confieren al sitio una falsa sensación de mayor espacio.

En la misma pared donde también está la puerta principal, descansa un largo mueble de nogal donde se encuentra apoyada una televisión de pantalla plana.

Llevo mi mirada al fondo de todo, donde veo que la cocina está decorada por los muebles y electrodomésticos típicos. A unos metros de ésta, una mesa larga y de madera de buena calidad hace de único divisor entre cocina y sala.

Y por último, cabe destacar la escalera metálica con madera, que conduce al segundo piso de esta casa.

—¿Qué es ese olor dulce? —pregunta Kyle, haciendo que gire la cabeza hacia él.

Su nariz se frunce y se relaja varias veces mientras olfatea la nueva fragancia que llevo puesta. Oh, sí, es única y exclusiva.

—Es el ponche que me volcaron en la espalda —le respondo con pocos ánimos.

Él asiente, mordiéndose el labio inferior para evitar reírse. Lo conozco, en algún momento se burlará de eso, pero no ahora, el ambiente no está para bromas.

Kyle toma asiento en el sofá en forma de L y con un movimiento de mano me invita a hacerlo en el sofá de enfrente.

Tengo tantas preguntas que no sé por dónde empezar. Que va, ni siquiera sé si me encuentro lista para enfrentar las respuestas. Esto ha sido tan repentino que no he tenido tiempo de digerir todo lo que mis ojos han visto.

Primero lo primero, debo relajarme, necesito respirar hondo varias veces y mentalizarme que todo estará bien.

No llego ni a levantar un pie cuando la puerta de la entrada se abre de golpe. Kyle y yo nos sobresaltamos al oír el sonido del impacto que hace contra la pared.

Veo a Taylor atravesar el umbral echo una fiera. Sus ojos se encuentran rojos y cristalizados, y su rostro expresa una rabia que resulta ciertamente intimidante. Al igual que Kyle, trae puesta una vestimenta informal: sudadera y pantalones deportivos.

Y por detrás de mi hermano viene Dylan, que ahora a la luz distingo mejor su disfraz de novio zombi. Está igual a como lo recuerdo.

Taylor avanza decidido por la sala y enfila en mi dirección. Debo decir que no me agrada para nada verlo con esa expresión tan enojada. Él no suele ser así.

Alzo la mirada para verlo a los ojos a medida que se acerca. Por la forma en que camina, desprendiendo ira por cada uno de los poros, no vendrá a darme un cálido abrazo. Apenas llega a mi posición, me sujeta con fuerza por los hombros y me obliga a retroceder hasta que mi espalda choca con brusquedad contra la pared.

—¡¿Por qué lo hiciste?! —me grita furioso—. ¡¿Por qué mataste a Jill?!

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