VII
Cierro el grifo de la ducha y envuelvo mi cuerpo alrededor de una toalla.
Ahora todo es más fácil desde que me quitaron el yeso hace dos días. Bañarme, cambiarme, dormir, todo es mucho más cómodo.
Incluso ir al baño.
Sí. Gracias por aclararlo, hacía mucha falta.
Lo único que me apena es no haber podido ver a Aristeo ese viernes en el hospital. Aparentemente pidió el día por un asunto familiar. Su amigo Dean fue quien me atendió, fue muy amable conmigo. Me agrada ese muchacho.
Llamé a Aristeo al salir de la consulta, estaba preocupada por él. Me dijo que su pequeño hermano Vincent había enfermado. El niño estuvo toda la noche con fiebre, y ¿qué mejor que él para cuidarlo? Me encanta que se preocupe de esa forma por su hermano, eso me da una idea de como sería con su propia familia el día de mañana.
Hoy ya es domingo y con Aristeo no nos vemos desde el día que me acompañó a la tienda de disfraces. Admito que lo extraño, aunque tampoco quiero estar encima suyo las veinticuatro horas del día.
¿Debo malpensar eso?
¡No, por Dios!
Haciendo a un lado esos pensamientos, salgo del baño y voy hasta mi cuarto para empezar a prepararme. En un rato debería estar en el instituto, donde se celebrará la dichosa fiesta de Halloween. Hace aproximadamente dos horas estuve allí con mis amigas y el resto de mis compañeros para encargarnos de la decoración.
Tomo el secador de cabello para empezar primero con mi pelo. Debo peinar un poco mis ondas para poder llevarlo suelto. Ya luego tocará el turno del maquillaje, y por último el vestido.
Al cabo de una hora, alguien toca la puerta mientras intento subir el cierre de mi vestido.
—¿Se puede? —la voz de mi madre en este preciso momento es música celestial para mis oídos.
—¡Sí! Gracias a Dios, mamá. Ayúdame con el cierre, por favor —le imploro.
Ella se acerca con una sonrisa al verme casi lista. Se coloca detrás de mí y me sube el cierre sin ningún problema. Cuando termina, coloca su barbilla sobre mi hombro y me mira a través del espejo en el cual me veo reflejada.
—Estás hermosa, cielo —me dice justo cuando un hilo de sangre falsa cae desde mi brazo al suelo, manchando la alfombra—. O eso creo...
—¡Mamá! —intento sonar ofendida, pero me termino riendo junto a ella.
Sí, he quedado muy... zombi. Una novia zombi, mejor dicho. Me he pintado unas pronunciadas ojeras bajo los ojos y me he hecho algunas heridas falsas en brazos, piernas y cuello; una de ellas sube por mi mandíbula y termina sobre mi pómulo derecho. Les aseguro que de lejos se ve muy real.
Entonces les diremos a todos que nos miren a cinco metros de distancia.
Podría ser una opción, pero por suerte el sitio estará muy poco iluminado, eso le dará ventaja a mi maquillaje.
Mientras mi madre mira, aprovecho para echar sangre encima del vestido, en el velo y sobre el ramo de flores que Aristeo decidió regalarme. Y aun me queda más de ese líquido viscoso por usar, pero me guardaré el otro pote nuevo, que es más pequeño, por si en algún momento voy al baño a retocarme. Yo no uso labiales ni polvo, sino sangre. Mucha sangre.
—¿Y esas zapatillas blancas? —pregunta mamá extrañada.
No me he puesto tacos porque estoy segura que me los sacaré apenas empiece a bailar. No me resultan para nada cómodos, solamente los uso para cumpleaños y solo si es muy necesario.
—Quiero estar cómoda —me encojo de hombros.
—Me refiero a que están muy blancas, te olvidaste de echarles sangre.
Sonrío ampliamente al oír eso. Que tonta, ¿cómo pude olvidar la sangre allí?
Mamá toma el pote usado y utiliza el resto para añadirlo en mis zapatillas y espalda.
—Ahora sí, ya estás lista, cariño —dice orgullosa por su colaboración.
—Espera, ¿viste mi liga de pelo? —le pregunto, comenzando a revolver todo sobre mi tocador. Si el calor en la fiesta aumenta, tendré que sujetarme el cabello—. Tú sueles entrar y ordenar sobre lo ordenado, mamá.
Y luego jamás encuentro nada.
—Sí... recuerdo haber visto una. Creo que está en tu cajón.
Ya estoy sobre la hora, mejor darme prisa sino quiero llegar tarde. Si no la encuentro le tendré que pedir una a Penny, ella siempre tiene de más. Y si mal no recuerdo la que estoy buscando también es de ella.
—Date prisa, cielo. Tu hermano te está esperando en la sala —me avisa mamá mientras camina hacia la puerta.
—¿No iba a llevarme papá? —pregunto antes de que se vaya.
—Sí, pero...
Mis oídos se apagan apenas abro el cajón. Me quedo tiesa al ver, al lado de mi liga de pelo, un fino brazalete que llama inmediatamente mi atención. La joya de plata es delicada por su simpleza, solo tiene unos pequeños detalles en oro blanco como decoración.
Exhalo todo el aire de mis pulmones al tomarla entre mis manos. Ya la había visto antes.
—Ya cállate —le dije a Kyle, dándole un manotazo en el brazo. Él no tenía mejor idea que molestarme en el día de mi cumpleaños.
—¿Porqué mejor no le entregas a Caitlin su regalo, Kyle? —propuso Dylan, mirando con cansancio al inmaduro de su amigo que se reía de mí.
—Ah, sí, casi lo olvidaba. Toma, es de parte de ambos.
El mencionado me extendió una pequeña bolsa blanca con un moño de color gris. En la parte delantera se leía con una elegante tipografía: "Joyas Hale".
Saqué la cajita que descansaba al fondo de la bolsa y la abrí con cuidado. Mis ojos se deslumbraron con lo que vieron dentro. Un fino y delicado brazalete de plata yacía en su interior. Era demasiado precioso, tenía detalles en oro blanco que lo hacían ver realmente elegante.
—Hermoso —dije en un susurro.
Me obligo a mí misma a salir de ese recuerdo para volver a la realidad. Una lágrima rebelde se escapa de mi ojo para iniciar su descenso sobre mi improvisado maquillaje.
Eso le añade el toque final.
No la limpiaré entonces.
Ni siquiera sé por qué lloro. ¿Me hubiese gustado que ese recuerdo fuera real? ¿O hubiese preferido que ese recuerdo ni siquiera hubiese asomado sus narices? Creo que es más por la última opción. Vengo haciendo un gran trabajo en olvidar ese asunto. Sí... estoy haciendo un gran trabajo, ¿verdad?
—Mamá, ¿sabes quien me regaló...? —
dejo la frase incompleta cuando al voltearme no la encuentro en el cuarto. Desde luego, me habré tomado mis eternos minutos para mirar como una idiota el brazalete. De seguro ella se cansó de mí.
Dudo un instante antes de hacerlo, pero termino cediendo a mis impulsos. ¿Qué novia no usa joyas? Me coloco el brazalete en mi muñeca izquierda, y en la otra llevo la liga por si las dudas.
Tomo mi teléfono, un poco de dinero por si debo tomarme un taxi luego, y el pote de sangre falsa. Tal vez lo necesite en algún momento. Por suerte, para guardar pequeños objetos, el vestido tiene una abertura en el medio, justo donde está la división entre la tela común, que me cubre el torso, y el tul, que tapa la mitad de mis muslos. El vestido no es exactamente igual a cómo imaginé que sería... pero sigue manteniendo la misma temática, ¿no? Es de mangas largas y con el escote que deja a la vista solo el inicio de la línea de mis pechos, pero no más que eso. Jamás me ha gustado sentirme muy expuesta.
Salgo de mi cuarto y bajo las escaleras para ir directo a encontrarme con Taylor, que está esperando junto a la puerta principal. Al verme, sus ojos se abren desmesuradamente.
—No creí que fueras a lucir así la primera vez que llevaras un vestido blanco —murmura él en un tono burlón.
—Pues, un zombi me mordió las nalgas antes de conocer a mi futuro marido —digo como respuesta.
Mi hermano se ríe de mi comentario.
—¿Tú al final no tienes fiesta? —le pregunto por lo que me dijo en el encuentro que tuvimos en la tienda de disfraces.
—No, ninguna por ahora. De todos modos en dos días estaré en Stanford, celebraré Halloween allí. Se me acabaron las vacaciones y las clases a distancia.
Es como vivir un déjà vu. Hace poco creo haber hecho esa despedida.
—Vaya, estás muy... ¿linda? —giro la cabeza en la dirección de donde provino la voz de mi padre. Todos prestan atención al hilo de sangre que cae desde mi mentón y ensucia el suelo limpio.
Creo que me puse demasiada sangre falsa.
¿Tu crees?
Ahora entiendo por qué no conducirá papá. Sus cansados ojos verdes me miran por debajo de sus lentes de lectura. A veces ni los domingos tiene descanso.
—Gracias —sonrío, orgullosa de mi trabajo.
—Disfruta de la fiesta, cariño —me dice mamá, que se ha colocado junto a mi padre.
—Lo haré. Adiós —me despido de ellos antes de salir tras Taylor, que ya se ha montado en el vehículo.
—¿Y ese brazalete? —me pregunta mi hermano mientras esperamos a que el semáforo cambie a verde—. Nunca lo había visto.
Quito la mirada de mi ventanilla y la llevo a él, que mantiene sus ojos en mi nuevo accesorio.
—No lo sé... creo que fue un regalo de cumpleaños —respondo, encogiéndome de hombros.
Taylor frunce el entrecejo ante mi pobre e insegura respuesta.
—¿Crees? —inquiere confundido.
—Pues, lo encontré dentro del cajón de mi mesita de noche.
Su ceño se frunce aun más.
—Tranquilo, si fuese una bomba ya hubiese muerto —bromeo.
Las comisuras de sus labios se curvan un poco hacia arriba.
El semáforo cambia a verde.
—No digas eso —murmura, volviendo la vista al frente y poniendo nuevamente en marcha el coche.
Tal vez le dieron el regalo a mamá y ella lo guardó en mi mesita de noche. Cuando regrese a casa le preguntaré.
Llegamos al instituto en cuestión de unos pocos minutos. La música que suena en el gimnasio llega hasta aquí.
—¿Quieres que pase por ti luego? —me pregunta Taylor una vez que detiene el vehículo frente al edificio—. Estas fiestas suelen terminar antes de medianoche, estaré despierto.
—No te preocupes, gracias. Te llamaré cualquier cosa —le digo, despreocupada.
Pego un brinco en el asiento cuando alguien pica varias veces a mi ventanilla.
—¡Hola! —escucha la voz de Jill desde el otro lado del cristal.
Volteo a verla e inmediatamente los recuerdos vuelven a golpearme por segunda vez en el día.
...Jill era una sexy enfermera. Su atuendo ajustado mostraba más piel de la que hubiese imaginado que se atrevería a mostrar. Lucía bellísima.
—Se ven increíbles —les dije a mis amigas apenas llegué a su lado.
Jill nos sirvió un poco de ponche y nos dio un vaso a Dylan y a mí.
—Y ustedes también —nos dijo Penny, mirándonos de arriba abajo.
—¿Cuando será la boda? —nos preguntó su prima con una sonrisita traviesa en el rostro.
—Pronto —le respondió Dylan, pasando un brazo sobre mis hombros.
A punto estuve de escupir el líquido que había llevado a mi boca.
—Y aun no me llegó la tarjeta de invitación, ¿pueden creerlo? —dijo una voz conocida a mis espaldas.
Todos habíamos volteado a verlo. Instantáneamente una gran sonrisa se formó en mis labios cuando vi a mi hermano. Él iba a juego con mi amiga, su uniforme médico le quedaba de maravilla.
—¡Taylor! —gritó Jill, entusiasmada. Sus ojos se iluminaron al verlo, como si hubiese visto un increíble amanecer.
La rubia dejó el vaso en la mesa y no dudó en correr hacia él. Envolvió los brazos alrededor de su cuello, y los dos se fundieron en un abrazo. Mi hermano correspondió encantado de la vida la muestra de afecto de ella, estaba sonriendo como un adolescente enamorado.
—¿Bajarás? ¿O quieres que traigamos la fiesta adentro del coche? —la voz de mi amiga me arrastra de aquel recuerdo—. Bueno, a mí no me molestaría la segunda opción...
Taylor se ríe por lo bajo al oír eso y yo le lanzo una mirada de advertencia. Mi hermano sabe bien lo que Jill siente por él, no me gusta que se ría de sus sentimientos.
—Adiós —me despido de él antes de bajar del coche.
Lo primero que oigo es el gritito de Jill al verme.
—¡Te lo dije! —le dice a alguien por detrás suyo. Me muevo unos centímetros hasta que por fin tengo a la vista a Penny, que está caminando en nuestra dirección, al parecer Jill se le había adelantado. La castaña va disfrazada al igual que caperucita roja, está increíble—. ¡Sabía que te vestirías así!
Taylor hace sonar el claxon una vez para despedirse y luego se marcha.
—Pues yo no imaginé que tu te vestirías así —le respondo, aun sorprendida de que se haya disfrazado igual que en mi libro.
Mi mente por un breve instante quiere tomarse la libertad de imaginar la posibilidad de que todo sea real, pero quito esa idea de mi cabeza antes de que se expanda y me contamine. Estoy bien.
—¿Cómo que no? Soy la primera fan que tienes, adoro tu libro. No iba a perder la oportunidad de disfrazarme de... Jill. Soy Jill disfrazada de Jill, ¿que opinas?
—Muy ingenioso —mascullo.
—¿Y qué opinan? —Penny espera el veredicto una vez que se sitúa frente a nosotras. Da una vuelta, permitiéndole a su vestido rojo desplegarse como una bella margarita. Encima de eso trae la famosa capa del mismo color que caracteriza al disfraz.
—Me encanta. Estás bellísima —le digo sinceramente.
Ella le da un manotazo a su cabello alisado, orgullosa por trabajo.
—Solo te diré que tengas cuidado con los lobos, Penn —Jill sonríe con picardía.
Su prima se ríe en respuesta.
—Ustedes también, ambas están de escándalo.
Lo sé, es por la sangre falsa.
—¿Entramos? El aire que está entrando por mi falda congelará a todos mis hijos
—se le ocurre decir a Jill.
Entre risas nos metemos dentro del edificio. El interior ha quedado increíble, hay que admitirlo. Mientras caminamos por los pasillos nos encontramos con varios compañeros que deambulan con vasos de plástico en sus manos. Hasta ahora hemos visto dos brujas, una conejita, algunos superhéroes y un boxeador. Entre la baja iluminación del pasillo, debido a que han puesto papel de color lila tapando las bombillas, alcanzo a ver algo que me da cierto repelús: los casilleros están cubiertos enteramente de telarañas falsas. Por otro lado, las arañas, que tienen el tamaño de un balón de baloncesto, cuelgan del techo. Ni siquiera hemos entrado al gimnasio y ya estamos más que impresionadas por el trabajo que hicieron en los corredores. Esto no lo habíamos visto porque a nosotras nos tocó ayudar dentro del gimnasio.
La música se va haciendo cada vez más fuerte a medida que nos acercamos a nuestro destino.
—¡Oye, novia zombi! —reconozco la voz chillona e irritable de Ashley desde lejos
Me volteo a ver que quiere esa arpía, seguida por Jill y Penny que me imitan. Me fijo en que el disfraz que lleva es exactamente igual al mío, salvo por las heridas falsas que tiene hechas que tienen otro nivel de profesionalismo.
Las tuyas están mejor.
Desde luego que sí. No soy una profesional maquillando, pero la idea se entiende.
A su lado, sujetándola a ella por su estrecha cintura, se encuentra Trevor. Él va disfrazado de novio zombi; lleva puesta una camisa blanca con tirantes, pantalón negro y zapatos. Ambos están cubiertos enteramente de sangre, incluso llevan más que yo.
—¿Has venido sola al altar? ¿Dónde está tu novio? —se burla ella.
Bueno, no sé si con Aristeo seamos exactamente novios, la relación está recién en sus inicios. Pero él, aunque hubiese podido venir, no podría entrar. Solo estudiantes y profesores de la institución tienen el permiso de asistir a la fiesta.
—Esta noche nosotras seremos su novio —salta Jill en mi defensa.
Ambos se echan a reír como si fuese lo más patético que hayan oído.
—¿Hay algo más triste que eso? —se mofa Ashley.
Penny mira a esos dos tontos con las cejas tan fruncidas que parecen haberse fundido en una misma.
—Sí, que ustedes no usen protección. Por el bien de la humanidad, háganlo —escupo con acidez.
Ambos entrecierran los ojos, pero no les doy tiempo a responder, tomo los brazos de mis amigas y las arrastro hacia el otro pasillo, el que nos conducirá al gimnasio.
—Esa estuvo buena —me felicita Penny, dándome palmaditas en la espalda.
—¿Cómo no lo pensé yo antes? —susurra Jill para sí misma.
Junto a la puerta del gimnasio hay esperando una mesa con tres profesores. Al llegar junto a ellos, nos colocan en el dorso de la mano un sello que nos deja marcado una linda A+. Hubiese estado mejor que fuese una carita sonriente, como en las películas o los libros, pero eso es pedir demasiado. El control es rápido, asique al minuto ya estamos dentro del gimnasio.
A esto lo llamo una fiesta de Halloween.
La mayoría se encuentra bailando en medio de la pista improvisada; el resto está disperso entre la mesa de dulces, la fuente de ponche, o charlando junto a las gradas. Muchos se han lucido con sus disfraces, pero otros... Bueno, no opinaré al respecto, solo diré que uno se disfrazó de retrete.
Lo que más me sorprende es que hasta ahora he visto unas cuatro chicas vestidas con el mismo disfraz que el mío, con la única diferencia que ellas sí tienen una pareja con quien compartir la temática del disfraz, al igual que Ashley. Si ella tan solo supiera que no estoy tan sola como cree...
Me permito apreciar con mejor detalle el decorado del lugar. Es increíble. Las luces de colores cambian constantemente, iluminando cada detalle de la estancia. El suelo se encuentra cubierto por completo de un humo blanquecino que simula una espesa niebla. Hay murciélagos, esqueletos, telarañas, muñecos decapitados, y muchas otras cosas más que desde aquí no alcanzo a ver. Yo ayudé con el decorado de las calabazas que se encuentran esparcidas por todos los laterales; les hice huecos, les di ojos, boca y nariz, para que se le puedan poner luces dentro y así generar algo mucho más terrorífico.
—Quedó estupendo —dice Penny por encima de la música.
Por al lado nuestro pasan dos chicas disfrazadas de momias. ¿Cómo lo hicieron? Pues, se cubrieron de pies a cabeza de papel sanitario. Muy ingenioso, ¿no?
—¿La profesora Jones no vio cuando Matt añadió el alcohol? —se le oye decir a una de ellas, que tiene los ojos puestos en el contenido de su vaso. Un segundo después, se termina la bebida de un solo trago.
Santo cielo...
—Yo quiero probar eso —señala Jill, buscando con la mirada la fuente de ponche.
—Yo paso, gracias —digo, haciendo una ligera mueca.
Además no puedo tomarlo porque... Aguarden, sí puedo hacerlo. No sucederá nada conmigo si lo hago.
—¿Saben qué? Yo tomaré un vaso —afirmo con seguridad.
—Me apunto —me sigue Penny.
Nos acercamos hacia donde está el ponche y servimos tres vasos.
—¡Maldito, Matt! ¡Esto está delicioso! —exclama Jill al terminar de tragar el primer sorbo.
Llevo a mis labios el vaso de plástico rojo y bebo con cierto recelo el contenido. Trago el líquido haciendo una mueca por las dudas.
Exagerada.
Bueno, vale. Esto no tiene casi nada de alcohol. Sí que se siente una leve picazón detrás de la garganta cuando uno lo traga, pero nada más que eso. Haciendo a un lado ese detalle, los frutos rojos han quedado perfectos en la mezcla.
—¡No se olviden de votar por el mejor disfraz de la noche! ¡Al final de la fiesta se revelará al ganador! —la voz de un joven resuena por los altavoces que hay dispersos por todo el gimnasio. Doy un vistazo rápido al lugar y encuentro al chico del micrófono justo en la cima de las gradas. Creo reconocerlo, si no me equivoco curso con él la clase de álgebra.
—Yo votaré por la salchicha con patas, ¿ustedes? —nos revela Jill.
Sí, alguien muy listo decidió que ese era un buen disfraz de Halloween.
—No le ganará al que se disfrazó de semáforo, estoy segura —afirma Penny.
¿Una salchicha? ¿Un semáforo? La única pregunta que me hago es de dónde rayos sacaron esas ideas.
—¿Y tú a quién elegirás? —me pregunta la castaña.
—No lo sé... debería dar una vuelta para verlos a todos —respondo.
—¡Hazlo en la pista de baile! ¡Vamos a bailar! —me anima Jill.
—¡Sí! —grita Penny, terminando su bebida de un trago.
Me contagio del entusiasmo de ambas y corro junto a ellas hacia la pista de baile. Al ritmo de la canción Dance Monkey, nos mezclamos entre el resto y comenzamos a movernos como si fuera la última noche de nuestras vidas.
No me había dado cuenta de cuanto necesitaba esto hasta que comienzo a sentirme libre de todos los pensamientos que me atormentan. A pesar de que hoy puedo decir que es más fácil que ayer, todo sigue siendo complicado para mí. Debo acostumbrarme al nuevo mundo, un mundo tan... humano. Y lo he aceptado, finalmente me dejé vencer por la realidad. Por un lado se siente bien, dejar de luchar contra la marea es un alivio. Pero por el otro lado me siento decepcionada. Sí, esa es la palabra que mejor me describe en estos momentos.
Deja de pensar en eso y diviértete.
Es cierto, no es el momento para divagar sobre estas cosas.
Observo como Jill toma el estetoscopio que cuelga de su cuello y comienza a girarlo en el aire como si fuese una soga.
—¿Quieres atrapar un caballo? —le pregunto por encima de la música.
Penny se echa a reír y Jill sonríe con picardía.
—No, pero podría atrapar al vaquero que está allí, ya que tu hermano no me da ni la hora... —contesta la rubia.
Le doy un codazo por el comentario innecesario, pero es imposible no reírme.
Llevamos ya varios minutos bailando, moviéndonos al ritmo de las canciones que suenan por los altavoces. La euforia ha tomado el control de cada cuerpo presente en esta pista de baile, se siente realmente bien.
Los chicos se han animado a sacar a bailar a las chicas que se han arrinconado para charlar con sus amigas. Vamos, por favor, como si esto fuese una fiesta de niños de doce años.
En un parpadeo, Jill y Penny desaparecen de mi lado. ¿Dónde se han metido? Sin dejar de moverme, busco a mis amigas con la mirada. Primero encuentro a Jill, que está bailando con el joven vaquero a cual ella ya le había echado el ojo antes. Y después veo a Penny bailando con el chico disfrazado de semáforo. ¿En qué momento fueron interceptadas?
Da igual, yo sigo bailando entre la multitud sin que me importe absolutamente nada. Me siento bien, no quiero que esta sensación de bienestar desaparezca, porque sé lo que viene después: los malos pensamientos, la nostalgia, el arrepentimiento... Y tengo que olvidarme de eso. Debo cumplir mi palabra y comenzar de cero. Me prometí a misma intentarlo, y eso estoy haciendo.
—¡El tiempo vuela tan rápido como las piernas de una víctima que ha escapado de su asesino! ¡Voten antes de que lo encuentren! —continúa hablando el comentarista. También escucho y veo como se ríe con nerviosismo al ver la expresión seria del profesor Madson. Más vale que se ponga a correr antes de que lo agarren a él.
—¿Perdiste a tu novio, chica zombi? —me pregunta alguien al oído.
Me giro rápidamente y me encuentro a Bruce, compañero con el que curso matemáticas. Él ha decidido disfrazarse de Joker, nada mal. Tengo que mirar hacia arriba para poder dar con sus ojos verdes, es uno de los chicos más altos de la clase. Si mal no recuerdo, creo haber oído una vez que juega al baloncesto.
Tardo unos segundos en entender su pregunta, hasta que me doy cuenta que todas las novias zombis bailan al lado de sus parejas, solo una se ha separado para juntarse con otros amigos.
Podría responderle que me lo comí. Esa sería una respuesta ingeniosa, ¿verdad?
Bueno...
Estoy a punto de abrir la boca, pero me veo jalada del brazo por alguien más. Mi piel cosquillea ligeramente justo en el punto donde toca, extendiéndose la sensación también hasta mi estómago. ¿Pero qué...?
Mis pies se detienen frente a un chico alto y de espalda ancha. Por lo que su camisa blanca me deja entrever, tiene su físico muy bien trabajo. Tal vez forme parte del equipo de béisbol del instituto. Él también va vestido de novio zombi, toda su ropa se encuentra manchada de sangre, al igual que su piel. La única diferencia con el resto, es que su rostro está tapado por una máscara blanca. Lo que más me llama la atención es que es exactamente la misma que vi en la tienda de disfraces. En ese momento solo vi una simple máscara que no llamaba para nada la atención. ¿Quién se pondría algo tan aburrido? Pero ahora que la veo por primera vez puesta en alguien, puedo decir que estaba completamente equivocada. Siento que la persona que tengo frente a mí guarda más secretos de los que una simple máscara podría insinuar.
Es raro lo que diré, pero su actitud relajada le confiere un aura misteriosa que incluso lo hace atractivo sin haber visto su rostro. Las luces se han bajado hasta el punto de no ser capaz de reconocer el color de sus ojos. Solo veo una profunda oscuridad que solo hace que resalte aun más su misterioso atractivo.
¿Quién es él?
No sé si sea por el efecto del alcohol, de la adrenalina o qué, pero la curiosidad toma el control de mi cuerpo y hace que una de mis manos suba hasta su máscara. Casi de inmediato, sus dedos rodean mi muñeca, impidiendo que vayan más allá. Nuevamente, al sentir su tacto, es como si millones de pequeñas hormigas caminaran por mi extremidad. Un ligero rubor se asienta en mis mejillas al instante. No entiendo por qué reacciono de esta manera, ¿el ponche tenía algo más?
Sus dedos se deslizan por mi piel en dirección a la palma de mi mano, la cual cubre con la suya. Su otra mano la coloca en mi espalda baja y me atrae un paso más cerca de su cuerpo. Todo esto me recuerda a un pasado no muy lejano...
Entonces, para mi sorpresa, me obliga a dar una vuelta, iniciando un nuevo baile con él. La canción ni siquiera se ajusta al ritmo que llevamos, el cual es mucho más lento. A esta altura ni siquiera soy consciente del resto, toda la fiesta ha desaparecido para mí.
El calor se ha asentado en mi cuerpo, y mi respiración se ha vuelto irregular sin explicación alguna.
¿Qué me pasa? No me había sentido así desde...
Nunca.
Debe ser culpa del alcohol.
De pronto, como si el destino se empecinara en seguir mandándome señales, un tenue rayo de luz ilumina rápidamente sus ojos. No puede ser verdad. Sus ojos son grises. ¡Grises! Él no... no puede ser Dylan.
Al percatarme de eso, mis ojos se abren desmesuradamente y dejo de respirar.
No, es imposible.
Automáticamente suelto mi mano de su agarre y doy un paso atrás, chocando contra alguien más. Como suelo ser la chica menos afortunada, la bebida de ese alguien termina volcada en toda mi espalda. El frío me invade de repente, provocándome un respingo.
—¡Oh, lo lamento! —se disculpa el vampiro que arrojó el ponche sobre mí. Reconozco su rostro a pesar del maquillaje, su nombre es Andrew—. No me comas el cerebro.
—¿Cual cerebro? —bromea uno de sus amigos, al cual no puedo verle la cara por el antifaz de Batman que lleva
Los otros tres que lo acompañan se ríen del chiste, burlándose de Andrew. Yo ni siquiera respondo, paso por su lado sin mirar atrás.
Estás mal, Caitlin, estás mal. Me repito eso una y otra vez.
Piensa en otra cosa. Distráete.
Me rodeo el cuerpo con los brazos y camino fuera de la pista de baile.
Aun tengo su mirada penetrante clavada en mí. Mis piernas tiemblan de solo imaginarlo.
Tomo rumbo en dirección a la puerta del gimnasio, asegurándome que mis amigas no me vean, si lo hacen no me dejarán ir sola. Consigo escapar sin ser vista, atravieso los pasillos a paso ligero y finalmente llego a la puerta principal. Una vez afuera, inhalo profundamente el aire fresco para relajarme.
Todo está bien. Solo fue un malentendido.
Claro que lo fue.
No debí reaccionar de esa manera, ¿ahora qué pensará ese chico de mí? Ya de por sí estoy etiquetada como la chica que estuvo en coma, no quiero una etiqueta más.
Algunas chicas y chicos me observan raro mientras entran al interior del edificio. A pesar de haber transcurrido una hora desde el inicio del baile, algunas personas todavía continúan llegando.
Ya debes volver.
Siendo sincera conmigo misma, ya no estoy de humor para volver adentro y continuar de fiesta. Incluso desde aquí la música me resulta molesta.
Me hubiese gustado que Aristeo estuviese aquí conmigo, al menos su presencia me hace sentir que estoy cuerda. Es como si él lograra sacar esa pequeña parte que aun no ha sido infectada de mi propia locura.
En este preciso momento, una maravillosa idea comienza a tomar forma en mi mente. Hay un lugar al que podría ir para poder poner en orden mi cabeza. Un lugar donde podría estar a solas con mis pensamientos.
No termino de pensarlo que mis piernas se han puesto en marcha hacia aquel sitio. No estoy tan lejos, solo a unas cuatro calles.
Emprendo la marcha sin siquiera avisarles a mis amigas que me fui. Volveré después si estoy mejor.
A mitad de camino me doy cuenta que no ha sido la mejor idea venir sola. Las calles en este horario no están muy transitadas, ya son pasadas las diez de la noche, la gente duerme.
Los ladrones no.
La parte más infectada de mi mente se ríe ante esa respuesta, es una burla a mi pensamiento realista. ¿Que un ladrón pudiera hacerme daño a mí? No, esa pequeña parte enferma no lo cree.
Llego a mi destino más rápido de lo que creía y observo todo con atención. La mayor parte de la feria se encuentra con las luces apagadas, y solo una atracción sigue en pie: la rueda de la fortuna.
Me siento mal por haber venido sola, pero Aristeo no iba a poder hacerlo. Estos días estuvo haciendo guardias de noche por culpa de uno de sus compañeros, gracias a él obtuvieron un castigo colectivo.
La última vez que estuvimos todos aquí, nos dijeron que justamente esa atracción se disfruta de noche, a última hora. Y eso es verdad, es en este momento cuando el cielo nos permite ver todo su esplendor.
La feria está prácticamente vacía, salvo por la pareja que se encuentra en la cima, apreciando el paisaje que desde aquí no llego a ver.
Camino hacia el chico que está parado frente a la caja de control, sus ojos están puestos en su teléfono. Trae encima un gorra que oculta su cabello atado en una coleta. Me sorprende lo joven que es, tal vez tenga unos diecinueve años. Veo como levanta el teléfono por encima de su cabeza, al igual que hacemos todos cuando buscamos recepción. Cuando me escucha llegar, baja el brazo y se acomoda en el lugar. Sus ojos me repasan de arriba a abajo.
—Oye, ya han venido otros como tú. ¿Hay una fiesta cerca? —me pregunta, masticando exageradamente su goma de mascar.
Ahora entiendo por qué algunos de mis compañeros llegaron tarde al baile.
—Sí, es en mi preparatoria —le respondo.
El chico patea una pequeña roca del suelo en señal de protesta.
—Me lleva el diablo, no me dejarán entrar —murmura.
Hago una mueca porque no sé que decirle. Está claro que la fiesta está prohibida para cualquiera que no sea alumno de esa institución.
—Solo te diré que no me puedes pagar con dulces, ya lo intentaron —me dice—. Y solo tienes cinco minutos, serás la última en subir, estoy cansado de esto.
Que agradable muchacho.
Más que agradable...
Agudizo mi vista para ver el precio en el cartel, cuesta diez dólares. Se los entrego y el chico me permite subir a una de las cabinas. Solo espero unos dos minutos antes de que vuelva a poner en marcha la rueda de la fortuna. Se les acabó el tiempo a los dos jóvenes que estaban en la cima. Supongo que esto de detener la atracción lo hace cuando hay poca gente. Sino imagínense parar el juego a cada segundo...
Lentamente comienzo a ascender, lo que me permite tener de a poco un mejor panorama de la ciudad. En este punto mi cuerpo y mi mente se relajan. Lo único que oigo es el leve chirrido que hace la cabina al balancearse ligeramente.
Los arboles se van quedando a mis pies a la vez que el cielo toma todo el protagonismo del paisaje que se presenta delante de mis ojos. Es increíble. No hay ni una sola nube en el cielo. La luna llena a mi izquierda junto con las miles de estrellas esparcidas por doquier, lucen de postal esta noche. Me pasaría horas viendo este paisaje.
La rueda de la fortuna se detiene cuando ya estoy en la cima. Las dos personas que estaban arriba ahora ya se encuentran con los pies en la tierra. Perfecto, ahora estoy solamente yo. Tal vez el chico que controla esta cosa me de unos minutos extra si le pago cinco dólares más. Le daría todo mi dinero si así fuese a dejarme toda la noche aquí. La vista es estupenda. Al mirar la inmensidad del cielo me pregunto que hubiese sido de mí si hubiera partido de este mundo sin llevarme esta imagen. Eso hubiese sido triste.
¿Qué está pasando conmigo? No soy la persona que era hace unos pocos meses. La verdad, ni siquiera se si extraño a esa Caitlin. Todo lo que he vivido... lo que creí vivir, no lo cambio por nada en el mundo. Ahora soy más fuerte, pero a la vez más vulnerable. ¿Cuánto se tarda en olvidar? ¿Se logra alguna vez?
Solo si tienes fuerza de voluntad.
La tengo, lo sabes mejor que nadie. Aquí estoy, ¿no? Por supuesto que tengo fuerza voluntad. He permitido que una nueva persona ingresara a mi vida, me he amoldado a la nueva realidad, ¿no es suficiente? Hay veces que necesito escapar para poner en orden mi cabeza, como ha sucedido hoy. Solo necesito tiempo, eso es todo. Incluso ya me siento mejor. Tener la ciudad a mis pies me hace sentir poderosa; se siente como si tuviera el control de absolutamente todo. De mi vida también.
Sé que puedo recuperar ese control que creo perdido, pero solo si suelto los hilos que me atan a una realidad distinta. Estos últimos días creo haber soltado varios; el hilo que me conecta con el otro mundo, al cual pertenecen mis otros amigos, mi otra familia y con la mayor parte de la fantasía. Solo hay uno que es imposible de cortar, el que me une a una persona que creí especial. Ese hilo se ha deshilachado, pero aun no se ha cortado. Cada día que pasa, cada vez que reacciono al que se supone que será mi nuevo amor, el hilo pierde una fibra. He llegado a la conclusión de que tal vez ese sea el motivo de las extrañas punzadas cada vez que me permito sentir algo por Aristeo.
Sí, el hilo que me une a Dylan se está cortando, y no tardará mucho más en romperse. Ese día debería sentir una inmensa libertad, muy parecida a la que estoy sintiendo justo en este momento.
De pronto, un extraño ruido me obliga a salir de mis pensamientos. Me quedo en silencio, esperando volver a oírlo.
Nada.
Miro abajo y veo que el chico ni se ha percatado de eso. Él continúa luchando por conseguir aunque sea un poco de recepción en su teléfono.
De improvisto, el mío comienza a sonar sobresaltándome. Lo tomo del bolsillo de mi vestido y miro la pantalla. Es Penny.
—¡Eso no es justo! ¿Cómo es que tú tienes recepción? —la voz del joven en el suelo hace eco en las alturas.
Bueno, se supone que en las alturas la recepción es mejor.
—¿Hola? —le atiendo a mi mejor amiga.
—¿Caitlin, dónde estás? —pregunta ella, por el tono de su voz luce preocupada. La música de fondo resuena por el parlante del teléfono.
Maldición, debí haberles avisado antes.
—Yo... me fui. No me sentía bien —le digo. Y no estoy mintiendo.
—¿Cómo que te fuiste? ¿Por qué no nos avisaste?
—Las busqué, pero no las encontré.
Ahora sí estas mintiendo.
Cierro los ojos, rogando para mis adentros que se trague mi mentira.
Eso está mal.
Muy mal. Lo sé.
—Está bien —murmura no muy segura con mi respuesta—. ¿Ya estás en tu casa? ¿Te tomaste un taxi?
—Estoy de camino. Tranquila, Penn, cuando llegue te aviso.
A fin de cuentas ya debo bajarme, ya agote mi tiempo aquí arriba.
—Bien, pero no te olvides.
Ojalá todos tuvieran una Penny en sus vidas.
—No lo haré, adiós.
Apenas mis dedos cortan la llamada, otro ruido extraño llama mi atención. Luego otro, y otro más. Vienen de la parte de arriba de la cabina.
Se caerá la cabina.
No es gracioso.
Apoyo las manos contra la barandilla y saco afuera mi cabeza para ver si puedo ver algo en la parte superior. Nada, no alcanzo a ver absolutamente nada. Excelente.
—¡Oye, no puedes...!
El estruendo que hace la cabina al separarse casi por completo de su soporte, interrumpe los gritos del chico que controla el juego. En cambio, yo dejo salir un chillido de mi garganta al estamparme contra la puerta que se hubiese abierto sino hubiese tenido la traba que la bloquea. Mis manos se aferran con fuerza a la barandilla de hierro que se supone que tiene de seguridad, pero el resto de la cabina, de mi cintura para arriba, no tiene paredes, sino que está al aire libre.
¡No te sueltes!
¡Santo cielo, voy a morir!
Suelto otro grito de terror al ver el suelo frente a mis ojos cuando la cabina se balancea hacia adelante. Estoy a muchos metros de altura, no saldré ilesa si caigo desde aquí. Intento hacer fuerza para el lado contrario, pero mis pies se patinan al intentarlo.
—¡Mierda, mierda! —le oigo gritar al chico que mira todo con los ojos abiertos de par en par —¡¿Ahora qué hago?!
¡¿Cómo que qué hace?! ¡Qué busque ayuda, por Dios!
—¡Ayuda! ¡Busca ayuda! ¡Llama a alguien! —le grito desesperada.
Otro lamento se escapa de mi boca al sentir que se vuelve a mover la cabina. Siento que está pendiendo de un hilo.
—¡No tengo recepción! —dice en mi mismo tono de voz.
¡Yo sí! Con manos temblorosas tomo mi teléfono, pero la cabina vuelve a sacudirse una vez más y el aparato vuela de mis manos para iniciar su descenso hacia el suelo.
—¡Noo! —exclamo, viendo mi última oportunidad de vivir partirse en mil pedazos.
—¡Maldición! —maldice el joven, viendo lo mismo que yo. Se pasa las manos por el cabello, pensando en alguna solución. Al instante, regresa su mirada hacia arriba—. ¡Buscaré ayuda! ¡Iré... iré por alguien! ¡Sí, eso haré! ¡Ya regreso!
¡¿A dónde cree que va?! ¡Esto se caerá en cualquier momento!
—¡No me dejes sola, por favor! —le suplico, haciendo todo lo posible por no hacer peso hacia adelante.
Haciendo oídos sordos, el chico gira sobre sus talones e inicia la huida en busca de alguien que llegará seguro cuando yo ya esté hecha papilla contra el suelo.
Las lágrimas no tardan en bañar mi rostro. Jamás creí que volvería a tener este encuentro con la muerte, tan pronto desde la última vez. ¿Es posible que este sea su castigo? Tal vez yo jamás debí sobrevivir a mi último encuentro con ella.
Intento respirar pausadamente para tranquilizarme, pero es imposible. Mi corazón bombea a toda velocidad, esparciendo la adrenalina a cada rincón de mi organismo, preparándome para huir del peligro. El único problema aquí es que no puedo hacerlo, no hay forma.
¡Encuentra una!
Con el estómago en la boca, miro en todas direcciones, pensando en alguna manera de poder escapar. Había pensando que tal vez podría trepar por alguno de los caños y esperar allí a que llegue la ayuda, pero descarto la idea cuando me doy cuenta de que éstos se encuentran muy alejados de la cabina, es imposible llegar a ellos sin caerme al vacío.
Mis pulmones comienzan a hiperventilar, siento que me falta aire. Tengo los segundos contados, lo sé. Ésta es la tortura que recibo por haber burlado a la muerte una vez.
—¡Ayuda! —grito entre lágrimas.
¡¿Por qué me pasa esto a mí?! ¡¿Qué hice para merecerlo?!
Había comenzado a poner en orden mi cabeza, solo necesitaba un par de días más para reparar mi corazón. ¿Este es el precio a pagar por eso?
—¡Ayuda! —vuelvo a repetir.
Los rostros de mi familia aparecen delante de mí. Ya pasaron por mucho estos últimos meses, no se merecen más dolor. Ni ellos ni tampoco mis amigas. ¿Qué pensará Penny? Le dije que estaba llegando a mi casa, pero mañana verá en las noticias otra cosa. Sentirá culpa, lo sé. Creerá que no estuvo presente cuando la necesité, que no fue buena amiga. Es ridículo. Yo las aparté de esto, jamás les confié los problemas por los que atravesaba. Ellas no llegaron a conocer los demonios que todos estos días me estuvieron atormentando. Yo soy la mala amiga. También soy mala hija por no haber aceptado el apoyo de mi familia, ellos hubieran estado para mí si les contaba de esto. ¿Me hubiesen internado en un manicomio si se enteraban de mi locura? Bueno, al menos allí sí hubiese estado a salvo.
Ahora solo me toca esperar mi turno para morir. Puedo sentirlo, va a suceder.
Es inevitable que Aristeo aparezca entre el caos de mi cabeza. Su sonrisa es capaz de iluminar hasta el pensamiento más oscuro. A pesar de todo, estoy contenta de haberlo intentado con él, aunque me hubiese gustado que todo haya sido diferente. Es un hombre sincero, bueno y cariñoso, se merece a alguien que lo ame desde el primer día que sus ojos se crucen. Yo no pude ser esa persona, al menos no tuve el tiempo suficiente para aprender a amarlo. No diré que no lo quiero, porque estaría mintiendo. Aristeo se ha vuelto alguien importante para mí, ha pasado a ser aquel por el cual sonrío al despertarme. Solo que no puedo ser capaz de mirarlo con la misma adoración con la que él me mira a mí.
Me limpio inútilmente las lágrimas que caen una tras otra por mis mejillas.
—Ayuda... —intento gritar nuevamente, pero la voz me falla. No tengo fuerza para hacerlo.
Todos los pensamientos que revolotean por mi cabeza me hacen pensar que estos últimos días no fui la mejor persona. He mentido y he engañado, y no solo a los que amo, sino también a mí misma. Me gustaría remediarlo, no saben cuanto me gustaría hacerlo, pero ya es tarde. Se me acabó el tiempo.
A la par de mis pensamientos, la cabina se inclina bruscamente a un costado cuando su soporte vuelve a desprenderse otro poco, arrojándome fuera como si fuese un muñeco de trapo.
Con la vista en el hermoso cielo, noto que las estrellas hoy parecen brillar más que nunca, como si supieran que el cielo tendrá una más. Me están esperando.
Mi vida entera, incluyendo las partes que este último tiempo quise borrar, pasan delante de mis ojos como una película. Solo quiero pensar en los momentos felices, nada más.
Ya es hora.
Cierro los ojos cuando siento que el suelo está a punto de recibirme. Y así sucede.
Mi cuerpo choca finalmente contra algo. El impacto es duro, el mismo se lleva todo el aire de mis pulmones.
¿Contra algo?
Esperen, ¿sigo viva? ¿Cómo es que puedo describir lo que siento?
Abro lentamente los ojos, temerosa a lo que pueda ver. Las estrellas me saludan desde el cielo, pero yo no soy una de ellas. Sigo siendo yo misma. ¿Cómo es posible?
Entonces me doy cuenta que no choqué contra algo sino contra alguien. Una persona me está sujetando firmemente, puedo sentir la presión de sus dedos sobre la piel descubierta de mis muslos y también en mi espalda. La sensación que me invade es la misma que sentí en el baile; todo mi vello se pone de punta al sentir el ligero cosquilleo que su tacto me causa.
El corazón me late fuerte dentro de mi pecho cuando lentamente giro la cabeza para ver el rostro de la persona que me ha salvado. Unos preciosos e hipnóticos ojos grises me devuelven la mirada. Éstos ya no se ocultan en la oscuridad ni detrás de una máscara blanca, ahora tengo la oportunidad de apreciar más a detalle todo el esplendor que desprenden. Y no solo eso, su rostro también está al descubierto, permitiéndome volver a ver la perfección de sus facciones. Me quedo mirándolo embelesada. Jamás había visto algo igual, al menos no en este mundo.
—Dylan... —consigo decir en un frágil susurro.
...
N/a:
He aquí, mis preciosos Raezers, el capítulo esperado por todos. No he revelado mucho, pero espero que haya sido suficiente para saciar solo una pequeña parte de su intriga.
Lamento haberme demorado mi tiempo, pero me llevó casi ocho mil palabras para que me gustara su final. Subiré la continuación apenas la finalice, solo les pido paciencia. Sé que la cuarentena nos ha hecho unos devoradores de libros compulsivos, asique hago todo lo posible para que tengan capítulos cada una semana o diez días, en lo posible menos.
En multimedia les dejé la imagen de la máscara que se menciona, y la música que escuché al escribir el final de este capítulo.
Si les gustó la lectura no olviden votar y dejar sus preciosos comentarios, saben que los leo ❤
Gracias por acompañarme.
Los quiero. Besos ❤
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