V
Termino de aplicarme la máscara de pestañas y la dejo de nuevo en su lugar. Me miro de arriba abajo en el espejo y sonrío satisfecha. Mi cabello cae suelto sobre el vestido, me he esmerado y le he dado un poco de movimiento a mis ondas para dejarlas más abiertas y mejor distribuidas.
Mis ojos continúan su escrutinio por la imagen que se refleja ante mí, deteniéndose en el precioso vestido azul cielo que me ha prestado mi amiga. Es como si lo hubiesen hecho a mi medida.
Por último, bajo la mirada a mis pies y corroboro que los zapatos que he escogido son los indicados. Me he puesto unos de color nude que apenas tienen un poco de taco, quiero sentirme cómoda en la cena, sea donde sea que vayamos a ir. Acordé con Aristeo por teléfono que él pasaría por mí y de allí iríamos a un restaurante el cual hasta ahora desconozco.
Sorpresa, sorpresa...
Tomo el bolso de mano que dejé sobre la cama y en ese mismo momento siento que algo vibra dos veces en su interior. Saco mi teléfono de allí y reviso el mensaje que Aristeo me acaba de enviar:
"Ya estoy afuera, te espero. Tómate el tiempo que necesites".
El corazón se me derrite al leer eso, está dispuesto a esperarme el tiempo que sea necesario por si aun no he terminado de arreglarme. ¿Quién hace eso hoy en día?
La reserva en el restaurante no creo que espere.
Es cierto.
Salgo de mi cuarto rápidamente y vuelvo a meterme dentro cuando olvido tomar la chaqueta de hilo que dejé colgada en la silla del escritorio. Las noches siempre son más frescas, y no está en mis planes ponerme a temblar como una gelatina.
Una vez que recojo lo que me faltaba, salgo a toda prisa del cuarto rezando por dentro no toparme con nadie en el camino. Y con nadie me refiero Taylor, nuestros padres se han ido solos a cenar afuera, asique estamos solo nosotros dos en la casa.
Llego a la puerta principal sin ningún inconveniente y una vez que la abro grito un rápido:
—¡Regreso en un rato! ¡Adiós!
Escucho enseguida la puerta de un cuarto de arriba abrirse, pero yo me apresuro a escabullirme de la casa antes de hacer contacto visual con Taylor. No quiero volver a tocar el tema de ayer, no tengo tiempo para lidiar con idioteces.
Al voltearme, mis ojos se encuentran en la distancia con Aristeo. Él está recargado contra su coche, aguardando pacientemente por mí. Es inevitable para mis ojos darle una buena repasada. Sí, desde luego que me gusta lo que veo. Él se ha puesto una camisa blanca que se le ciñe a su increíble torso; un pantalón oscuro y unos zapatos del mismo color.
Él alza la mirada al oír la puerta de casa cerrarse e irremediablemente sus ojos se conectan con los míos. Puedo jurar que su boca se ha abierto ligeramente al verme, pero lo disimula desplegando una enorme sonrisa. Agradezco que el sol esté casi escondido, de esta manera Aristeo no podrá notar mi rubor.
Me obligo a caminar hasta donde está él y sonrío tímidamente al tenerlo frente mí. También me percato de que su camisa tiene como detalles unas finas rayas de un color azulado. Está guapísimo.
Aristeo me da un tierno beso en la mejilla y se aparta para verme a los ojos.
—Estás realmente hermosa, Caitlin —es lo primero que me dice.
Mis mejillas se vuelven a encender sin mi consentimiento. Dios, esto será realmente difícil de controlar.
—Gracias —sonrío—. Tu igual, Aristeo.
Tardo un segundo en darme cuenta de cómo lo he llamado.
—Lo lamento, Teo —me corrijo rápidamente.
Él se ríe por lo bajo y me abre la puerta para que suba al auto. Este gesto me recuerda a... nadie. No me recuerda a nadie.
Una vez que los dos estamos dentro, pone en marcha el coche y en unos segundos nos sumamos al tráfico que ya ha comenzado a mermar en las calles.
Aprieto las manos sobre mi regazo, algo nerviosa de estar en este espacio tan reducido con él.
—¿Estás nerviosa? —me pregunta de pronto, rompiendo con ese silencio asfixiante que comenzaba a ponerme aun más ansiosa.
¿Nerviosa yo? ¡Pues claro, hombre! Es la primera vez que... maldición.
Tranquila, comienza de nuevo.
Bien. Es la primera vez que salgo con un chico. Ya está lo dije. Jamás salí con nadie, Aristeo es mi primera vez. Nunca hubo nadie antes que él. Una pequeña punzada me ataca el corazón al pensar en eso. No fue dolorosa, pero sentí el pinchazo.
Así serán las cosas ahora, tendré que acostumbrarme.
—Un poco —le respondo. Luego lo pienso mejor por un segundo y suelto un suspiro de rendición—. Muy nerviosa.
Veo sus blancos dientes cuando despliega una hermosa sonrisa. ¿Porqué él luce tan relajado? Parece tan seguro y confiado de sí mismo que me da cierta envidia, de la sana por supuesto.
Mis ojos se pierden por un momento en su figura. El maldito está bueno y lo sabe. Mientras conduce, los músculos de sus brazos se tensan bajo la tela de su camisa. Continúo recorriendo con mi mirada sus brazos y me topo con sus fuertes manos sujetando el volante, las venas sobresalen ligeramente en su piel.
Te gusta lo que vez, ¿verdad?
No está mal...
—¿Tú prefieres llamarme Aristeo? —me pregunta de pronto, cortando el hilo de mis pensamientos lascivos.
Claro que me gusta, tiene un nombre que lo hace único entre muchos.
—Tu nombre me parece muy original y precioso. No entiendo como a ti no te gusta —le digo.
Me mira un segundo con una pequeña sonrisita ladina.
—Haré una excepción contigo. Solo tú podrás llamarme de esa manera, ¿qué te parece?
—Me parece perfecto, Aristeo —sonrío—. Por cierto, ¿a dónde iremos?
—Será una sorpresa. Espero que te guste la comida italiana.
Conozco algunos restaurantes a los que he ido muchas veces con mi familia.
—Me encanta —le respondo encantada.
Llegamos al restaurante en cuestión de unos pocos minutos. Miro a través de la ventanilla y enseguida lo reconozco. He venido aquí muchas veces con mi familia, a mi madre y hermano les encanta este sitio. Admito que a mí también, aquí hacen las mejores pastas del condado. No es un lugar para nada extravagante, pero mantiene cierta elegancia que le confiere al sitio un aire importante. Desde afuera la fachada está cubierta de piedras rústicas y tiene un letrero colgado con el nombre del sitio: "Bella Pietra".
Una hermosa piedra...
Tomé entre mis manos la piedra de la vida, pero también de la destrucción. Era preciosa. Estaba formada por miles de millones de diamantes que refulgían desde su interior. No podía dejar de mirarla, su resplandor era hipnótico.
—¿Caitlin? —la voz de Aristeo me trae de vuelta al mundo real. El coche ya está estacionado y él está del lado de afuera, manteniendo mi puerta abierta para que me decida a bajar.
No recordar. No recordar. Debo pensar en el presente.
—Lo siento —me disculpo avergonzada mientras salgo del coche algo atolondrada.
—Descuida —se ríe él para quitarle hierro al asunto—. Entremos, ya tenemos la reserva hecha.
—¿Cómo supiste que este era uno de mis sitios preferido? —le pregunto mientras caminamos hacia la entrada.
—Solo te leí la mente, los neurocirujanos tenemos ese poder aunque no lo creas —bromea.
—Mentiroso —me río, dándole un pequeño codazo en el brazo.
—¿No me crees? —finge sentirse ofendido, pero la curva en la comisura de sus labios le quita toda seriedad.
—No —respondo con rapidez.
Ambos nos reímos como tontos hasta llegar a la puerta del restaurante. Miro a través del cristal la cantidad de gente que hay dentro, está bastante lleno. Desde aquí se siente el rico aroma de la comida que despierta a mi estómago de su siesta.
—¿Esos son tus padres? —la pregunta de Aristeo provoca que toda la ilusión que sentía se estrelle contra un muro de concreto.
Mis ojos se dirigen de inmediato hacia donde están viendo los suyos y mi mandíbula por poco toca el suelo al verlos allí.
¡No puede ser!
—¿Qué están haciendo aquí? Ellos iban a... —me detengo a mitad de la oración al darme cuenta que en realidad no lo sabía y me acabo de enterar.
Como tampoco sabías a dónde te traería Aristeo.
—Demonios —susurro.
—Podemos ir a otro sitio si quieres —sugiere él.
No puedo cambiarle el plan solo por esto, no sería apropiado.
—Descuida, podemos sentarnos al fondo... —murmuro llevando la vista a aquel sitio, justo donde están las puertas de los baños.
Esto no puede ponerse mejor.
—¿Sabes? Yo también me sentiré un poco incómodo si tengo la mirada de tu padre clavada en la nuca toda la noche—dice para mi alivio.
—¿Nos vamos?
—Sí, larguémonos de aquí —está de acuerdo conmigo.
Nos subimos de nuevo al coche y comenzamos a dar vueltas por la ciudad mientras decidimos a donde ir.
—¿Qué sitio te gusta? Elige tú —me anima Aristeo.
—Si es por mí iría a un sitio de comida rápida —bromeo.
—Sí, yo igual —coincide conmigo.
Ambos nos miramos un instante, yo creo que estamos pensando lo mismo.
—¿Hamburguesa y papas? —me pregunta.
—Hamburguesa y papas —respondo, desplegando una gran sonrisa.
Sí, ésta será la cita perfecta.
—¿Qué dices si compramos la comida y vamos a sentarnos a otro sitio? Te enseñaré un lugar que no muchos conocen —me dice él mientras estaciona el coche frente a la tienda.
Quiere privacidad.
Para poder hablar mejor, claro.
Hablar, sí, por supuesto...
Cállate.
—Me parece bien —estoy de acuerdo.
—Excelente. Vayamos por esas hamburguesas, entonces.
Una vez que compramos todo, bueno, que Aristeo lo hizo, ya que insistió en pagar mi parte también, volvemos al coche.
—¿Y dónde queda ese misterioso sitio? —le pregunto mientras me robo una patata frita de la bolsa que traigo encima mío.
Saca esas manos de allí, carajo.
—Ya lo sabrás —afirma él, guiñándome un ojo.
A algunas personas le sale de maravilla eso de guiñar el ojo, como a Aristeo. Madre mía, la forma en que lo ha hecho ha sido muy sexy. Aunque no es mi caso, cuando intento guiñar el ojo parece que estoy a punto de tener un ataque de epilepsia.
Cinco papitas después ya nos encontramos cerca de nuestro destino, según Aristeo. El camino se ha vuelto de tierra hace rato y la zona urbana ha cambiado a una boscosa. Estamos casi en las afueras de la ciudad. Jamás había estado antes por aquí.
El coche sube por una pequeña pendiente y se detiene a un lado cuando llega a la cima de la misma.
—Llegamos, señorita —anuncia mi cita.
Miro confundida a través de la ventanilla. ¿Cenaremos aquí? ¿En medio del camino?
—¿Es... aquí? —pregunto dudosa.
¿Y si es una trampa? ¡¿Y si ahora te matará?!
Lo miro con cierta desconfianza por un segundo, ¿por qué me trajo hasta aquí?
Si sales corriendo no olvides llevarte la bolsa con las hamburguesas.
—Cambia esa cara, no te secuestraré —se ríe—. Ven, baja. Te mostraré el lugar.
Lo veo bajarse del coche y rodearlo hasta llegar a mi puerta, la abre y me ayuda con todo lo que traigo entre mis brazos. Me desabrocho el cinturón de seguridad y salgo al fin al exterior.
La noche se ha encargado de desplazar por completo al sol y las estrellas ahora toman todo el protagonismo. Es una noche hermosa.
Aristeo se pone a mi derecha y, para mi sorpresa, me toma de la mano. Su piel es muy suave y caliente en comparación con la mía que parece un cubito de hielo. Me quedo tiesa, esperando sentir el cosquilleo, esa electricidad que debería irradiarse por mi brazo como si tocara un cable de alta tensión. Solo que eso no sucede. Se siente como si tocara... piel. Así se siente, nada fuera de lo común.
Maldita sea. ¿Por qué todas los libros mienten?
—¿Ocurre algo? —me pregunta Aristeo, extrañado al ver que no me muevo.
Levanto la vista hacia sus ojos y veo en ellos cierto... ¿temor?
Seguramente cree que lo rechazarás.
—No, claro que no —respondo rápidamente, sonriendo para quitarle importancia—. Vamos.
Comienzo a caminar a su lado, aferrándome a su mano para no perder el equilibrio. Tal vez por eso la tomó él en un principio, para que yo no termine con tierra en los dientes.
—¿Estás lista para ver esto? —me pregunta al cabo de unos segundos.
Miro a mi alrededor esperando ver algo asombroso, pero no veo más que árboles y matorrales.
—¿Ver qué cosa? —quiero saber, realmente intrigada.
Me conduce por un sendero marcado por las pisadas de los propios humanos que al final se abre en un pequeño apartado con una increíble vista panorámica de toda la ciudad. Mi mandíbula queda colgando al ver semejante espectáculo. Todo el crédito se lo llevan las luces que iluminan las calles y los edificios, enseñándonos una vista más amplia y limpia de la ciudad.
—Esto es... es... —ni siquiera encuentro las palabras para describirlo.
—Lo sé —dice él.
—...increíble.
—Suelo venir aquí cuando necesito pensar. Mi hermano fue quien me lo enseñó.
Giro la cabeza para poder enfocar mi vista en él. Las luces de la ciudad se reflejan tenuemente sobre su perfil, oscureciendo su otro lado del rostro. Luz y oscuridad. Si lo leyera de un libro o lo viera en alguna película podría interpretarlo como dos facetas suyas, su lado bueno y su lado malo. Pero aquí, en esta realidad, jamás podría pensar eso de él.
—Gracias por compartirlo conmigo —le agradezco.
Ambos nos quedamos mirando la preciosa vista sin decir más nada.
—Es precioso —continúo diciendo, anonadada.
—Oh, sostén esto un minuto, ahora vuelvo —murmura, pasándome nuevamente la bolsa con la comida.
Ni siquiera me volteo a verlo, mis ojos no quieren despegarse de la estampa que tengo delante.
Ver esto me hace pensar que estoy viviendo en una caja. Hay tantas cosas hermosas en el mundo que me faltan conocer y sin embargo no estoy haciendo nada por ello. La vida sigue, los días pasan, y nosotros nos la pasamos pensando que en un futuro conoceremos el mundo, pero ¿cuando será eso? Un día estamos y al otro no. La vida es tan impredecible que puede arrebatarnos de las manos ese futuro por el cual esperamos sentados a que llegue. ¿Quién nos asegura que mañana no será el fin de nuestra existencia? Este es el momento de hacer las cosas, no mañana ni en unos años, tiene que ser ahora.
—Pensé que la había dejado en mi casa —la voz de Aristeo me trae de vuelta de mis pensamientos.
Giro la cabeza en su dirección y reparo en los refrescos que trae en su mano, son los que nos olvidamos en el auto. Y también trae consigo una mochila que no sé de donde ha sacado. Se pone de cuclillas a mi lado y apoya los refrescos en el suelo para poder buscar no se qué dentro de la mochila. Entonces, saca delante de mis ojos lo que nos salvará de sentarnos sobre las hormigas: una manta.
Astuto.
La estira sobre la hierba, cubriendo lo suficiente para poder entrar ambos cómodamente.
—¿Qué haces con una manta en el auto? —observo.
Porque esto ya lo tenía todo preparado. Él habló con tus padres para que fueran a ese restaurante así ustedes vendrían a este sitio.
—Cuando estoy de guardia y tengo al menos una hora de descanso, uso esta manta. Las del hospital son...
—Incómodas —digo por él. Sí, ya tengo experiencia con eso.
—Es lo que iba a decir —se ríe—. Tú me entiendes.
Coloco la bolsa sobre la manta, pero cuando estoy a punto de sentarme Aristeo se pone de pie rápidamente.
—Espera —se acerca a mí y toma la chaqueta que estaba sosteniendo en mi brazo—. Póntela, no quiero que tomes frío.
Una sonrisa boba se dibuja en mis labios cuando él me ayuda a colocarme la chaqueta, es un gesto tierno.
—Gracias —murmuro.
Me acomodo bien la manga por donde ha pasado el yeso y una vez lista, tomo asiento sobre la manta. Aristeo lo hace junto a mí.
—Bueno, veamos que tenemos por aquí... —canturrea mientras saca las hamburguesas con las papas.
Pasar tiempo junto a él es agradable, no tengo que fingir ser alguien que no soy y eso me gusta. Es gracioso, tierno e inteligente, ¿qué más puedo pedir? Lo único que me descoloca es no sentir esas mariposas que deberían estar colonizando mi vientre como muchos describen. Puede que todo sea una vil mentira que han inventado para describir de alguna forma el amor. Si llegara a ser solo por eso me gustaría decir que es muy injusto. Meses atrás no creía que este año me encontraría en esta situación con un chico, pero las cosas han cambiado y mucho. Ya nada es como era antes. Yo misma he cambiado y siento que debo aprovechar más la vida. Estar al borde de la muerte me ha hecho abrir los ojos y ver que tiempo atrás estuve desperdiciando mi preciado tiempo. Solo se vive una vez, así dice el dicho, pero más de una vez podré disfrutar de hermosos paisajes, de nueva música, de abrazos, besos, amores y desamores. De eso se trata vivir. Si todos lo entendieran el mundo sería totalmente distinto.
—¿De verdad viajaste solo a Paris? —le pregunto sorprendida, dándole el último bocado a mi hamburguesa una vez que termino de hablar.
Aristeo termina de tomar toda su bebida y la deja junto a la mía que ya casi que no tiene nada.
—Sí, hasta el día de hoy me pregunto de dónde saqué esa valentía —se ríe—. Le pedí a mi hermano que me acompañara, pero ese idiota no quiso.
—¿Por qué no? ¿Quién se negaría a un viaje de esos?
—Pues él —responde con sarcasmo—. Se lo pedí justo en unas de sus épocas rebeldes, no debí haberlo hecho.
—¿A que te refieres con eso? —pregunto confundida.
Lo escucho suspirar antes de hablar.
—Ambos vivimos con nuestros padres aun. A veces él suele desaparecer por días o semanas. No da señales de vida. Solo deja una carta donde avisa que se marchará por un tiempo indefinido y listo. Esa es su manera de lidiar con los problemas —dice esto último a regañadientes.
—Debería pensar en otra forma que no implique tener a su propia familia con el corazón en la boca —opino.
Eso es lo que mis padres y yo sentiríamos si mi hermano hiciera eso.
—De todas formas nos hemos acostumbrado, desde su adolescencia hace esa tontería. Pero hace un mes que ha escapado y aun no ha vuelto, mi madre está de los pelos —revela para mi sorpresa.
Vaya... eso es mucho tiempo.
—¿Les dejó una nota? —indago.
—Sí, lo hizo, pero eso no quita que no nos preocupemos. Le dije que ese grupo de amigos que tiene no le hace ningún bien.
—Debería aprender más de ti —le digo con una pequeña sonrisa.
Aristeo me observa por un instante.
—Soy su hermano menor, él jamás seguirá mi ejemplo, además por ley yo debería seguir el suyo —dice esto último medio en broma.
—No, tú estás más que bien —murmuro divertida.
Él sonríe ante mi intento de cumplido.
—Cuéntame más de ti —le pido—, tú ya sabes más de mí que yo misma.
—Está bien... creo que es lo justo —murmura—. Para comenzar nací aquí en Idaho. Tengo dos hermanos, ya te hablé de Landon asique solo me faltó mencionarte a la mayor de los tres que es Ivy, que vive fuera del país, en Bélgica con su nuevo esposo.
—Entonces el pequeño Vincent es... ¿tu hermanastro? —saco mis conclusiones.
—Bueno... no lo consideraría así, pero sí, es de distinto padre —responde, mirando las luces de la ciudad.
—¿Y dónde fue que estudiaste? —quiero saber mientras juego con el dobladillo de mi vestido.
—Terminé el bachiller en el mismo instituto que tú, aunque no lo creas. Siempre fui el tímido que andaba por las sombras, solo los profesores me conocían —sonríe con nostalgia al decir eso último.
—¿Y a qué edad lo terminaste? Eres demasiado joven, es increíble —digo maravillada.
—A los catorce —confiesa.
—Vaya... —susurro estupefacta—. Me dan ganas de prender fuego mi promedio.
Aristeo se ríe, negando con la cabeza.
—No fue fácil, ¿sabes? Mis padres me exigían mucho. Además quemé muchas etapas de mi adolescencia. Admito que no era el tipo de chico que salía de fiesta todas las noches, pero me hubiese gustado tener una vida normal. Mis noches de diversión se basaban en torneos de ajedrez —dice esto último con un deje de agonía en el tono de voz.
—Déjame decirte que eras muy rebelde. Indomable, toda una bestia —digo en broma.
Aristeo se ríe de mi comentario y hace una pequeña pausa antes de seguir hablando.
—Conseguí una beca en Harvard y allí hice mi carrera de medicina. No fue fácil, entre el pregrado y la carrera apenas tenía tiempo para atender mis asuntos personales. Los últimos años fueron más duros de los que esperaba, pero con mucho esfuerzo y ayuda de mi familia pude con ello.
Puedo hacerme una idea, Taylor aun tiene unos cuantos años por delante en esa misma carrera, y yo misma puedo ver el esfuerzo que hace año tras año.
Y respecto a Aristeo, es un maldito genio. Debería enseñarme a manejar esa constancia con el estudio. No digo que no la tenga, pero por algo no pude graduarme a los catorce años...
—Es increíble —murmuro asombrada.
—Tú lo eres —susurra, poniendo toda su atención sobre mí.
Mis mejillas vuelven a encenderse por enésima vez en la noche.
—Y dime... ¿qué cosas te gustan? —le pregunto para poder cambiar de tema y desviar la atención de mí.
—Esto. Estar en buena compañía. Me gusta pasar tiempo contigo, es mil veces mejor que un tablero de ajedrez —dice con una sonrisa ladina formándose en sus labios.
Suelto una pequeña risita. Es una buena noticia, yo siempre creí que era una chica aburrida, al menos soy más divertida que un tablero de ajedrez, eso es bueno, ¿no?
—Ahora te toca. Quiero saber más de ti —suelta de pronto.
—Ya sabes casi todo de mí —le recuerdo con una ceja en alto.
—Casi, eso quiere decir que hay más cosas interesantes de ti que aun no sé. De todas formas quiero escucharte hablar, me gusta el sonido de voz.
Sus ojos atrapan mi mirada al instante y me es imposible apartarla. La intensidad con la que me mira provoca que mi respiración se acelere.
—Está bien —consigo decir una vez que logro apartar la mirada y la enfoco en el paisaje. Tomo una respiración profunda y me dejo guiar por la fluidez de mis pensamientos—. También me gusta esto, no hubiese elegido un lugar mejor para una... —me cuesta un poco soltar la palabra, pero lo hago—...cita. No sé si el universo quería que este día fuera de este modo, pero no pudo haber elegido mejor momento. Mira el cielo, hoy está precioso. Cada vez que lo miro miles de pensamientos invaden mi mente, esa es otra de las cosas que me gustan. Lo que está sobre nuestras cabezas es tan grande e infinito que incluso me abruma pensar que más allá de eso hay algo más. Al verlas, las estrellas pueden tener el tamaño de la punta de un alfiler, pero en realidad tienen un tamaño cien veces mayor que el de la Tierra, y en esa distancia de años luz hay miles de cosas que aun desconocemos. ¿No es increíble? Somos más pequeños que un átomo en el universo, que va, en esa inmensidad ni siquiera existimos. No somos nada allí afuera, pero aquí lo somos todo. Y esa es una gran diferencia. Hasta donde sabemos somos los únicos con vida, solo que yo no creo eso, es demasiada inmensidad para ser desperdiciada de tal manera.
Fíjate que tu cita no se haya dormido.
Pestañeo un par de veces para poder volver al planeta Tierra, creo que me fui de tema. Aristeo me está mirando boquiabierto. No sé si ya lo espanté o qué.
—Tú... tú... —empieza a decir, pero no encuentra las palabras—, eso ha sido hermoso, Caitlin.
Sonrío con timidez al oír eso. Él se me queda mirando por un buen rato sin dar señales de querer apartar la mirada. Sus ojos, teñidos de una fascinación que no había visto antes, me observan detalladamente, como si no quisieran perderse una mínima imperfección de mi rostro.
Inesperadamente, Aristeo inclina su cuerpo en mi dirección y pega su rostro al mío, juntando nuestras frentes y amoldando su mano a mi mejilla. Exhalo pesadamente al sentir el suave roce de sus labios sobre los míos, que aun así no llegan a tocarlos del todo.
—Quiero besarte... —susurra sin moverse un centímetro.
Espero impaciente a que haga su siguiente movimiento, pero sigue en la misma posición.
—¿Y... por... por qué... no lo...haces? —balbuceo nerviosa.
—Creo que el castigo será peor —continúa hablando en un susurro.
—No sé... de qué... hablas.
Parece meditarlo por unos eternos segundos hasta que llega a una conclusión, puedo ver la resolución con la que brillan sus ojos.
—Pero vale la pena el riesgo —dice entonces.
Y finalmente sus labios hacen contacto con los míos. Mi vientre cosquillea ligeramente al sentir la suavidad y el leve calor que desprenden sus labios. Es una sensación extraña que nunca había sentido. Aristeo mueve sus labios cuidadosamente, esperando una respuesta que inmediatamente obtiene de los míos. La manera en la que me besa es delicada y sutil, sus labios se deslizan con una gentileza que me derrite el corazón. Coloca una mano en mi mentón y lo eleva ligeramente para que mi rostro quede a la altura del suyo.
En teoría éste sería mi primer beso. Muchas primeras veces...
Tomo un centímetro de distancia cuando necesito recuperar un poco de aire, pero Aristeo entiende eso como si quisiera apartarme de su lado.
—Lo... lo lamento, no pretendía incomodarte... —comienza a decir él de manera atropellada.
—¿Por qué te disculpas? No lo hagas —me apresuro a decir antes de que continúe hablando—. Eso estuvo... lindo.
¿Solo lindo?
No sé qué más decir, no soy buena expresándome.
Oh, vamos, no me trago ese cuento.
Hago un esfuerzo, ¿vale?
Aristeo me sonríe con cariño, ajeno a todo lo que sucede en mi mente. Me acaricia con suavidad la mejilla y vuelve a sentarse a mi lado como estaba antes.
Agradezco el silencio que se forma a continuación, eso nos da tiempo a cada uno de poner en orden nuestros pensamientos.
Miro a Aristeo de reojo y no puedo evitar que mis labios formen una sonrisita. Nos besamos. Madre mía, al fin lo hicimos. Un momento, ¿qué es lo que hice?
Lo que tenías que hacer. Bienvenida al mundo real, Caitlin.
—Es curiosa tu manera de pensar —me dice de pronto Aristeo, cortando el hilo de mis pensamientos—, porque no lo haces como el resto. El humano suele hacerse preguntas sobre su origen en la Tierra, ¿para qué nace?, ¿cual es su función en esta vida?, pero no tiende a excederse. A ti no te interesa eso, tu visión acerca de la vida va más allá de lo que el propio ser humano piensa sobre sí mismo. Tú quieres saber sobre el origen de la existencia misma y de lo inerte que brilla como si tuviera vida propia. Tú mente es muy interesante, Caitlin. ¿Has pensado en estudiar Astronomía?
¿Astronomía? Jamás se me había cruzado por la cabeza esa carrera. Debería buscar acerca de eso. Aun no me decido que estudiar, aunque debería hacerlo ya que en unos pocos meses tendría que enviar mi carta a las universidades en las que quiero aplicar.
—No, jamás lo he hecho —respondo.
—Tenlo en cuenta, me hago una idea de donde apunta tu vocación.
¿Lo será? No estoy segura ahora de eso.
—Lo haré —contesto agradecida por su observación. En cualquier momento tengo que tomar las riendas de mi vida y decidir que es lo que haré en un futuro.
Giro la cabeza el frente y me quedo apreciando la noche sin decir una palabra. Aristeo me imita.
—¿Qué es lo más odias en el mundo? —la pregunta viene a mi cabeza tan rápido que ni siquiera me da tiempo a procesarla antes de soltarla.
Él se toma unos segundos en responder. Lo observo de reojo y veo que se está acariciando la barbilla con el dedo índice y pulgar en un gesto pensativo.
—Los prejuicios, el bulliyng y que se me queme la comida —responde, enumerando con su mano cada una. Suelto una carcajada al oír eso último. ¿A quién le gustaría eso?—. Y supongo que tú odias las mentiras, me lo has hecho saber bastante en tu libro.
Él sí que sabe. Tantos secretos, tantas mentiras... lo recuerdo todo como si lo hubiese vivido ayer. Siempre todo sale a la luz, y esas respuestas a veces pueden destruirte, lastimarte o hacer que pierdas la confianza en el otro. El acto de mentir no debería tomarse tan a la ligera como muchos lo hacen.
—Estas en lo cierto —asiento.
—Te recuerdo que tú tampoco estuviste libre de pecados —me dice entonces.
—¿Yo?
—Tu personaje —aclara rápidamente.
¿Cómo decirle que esa Caitlin no existe más? Todo era una farsa, ella jamás vivió eso. Y yo ya no soy ella.
—Bueno, esa Caitlin no tuvo opción. Argus es un psicópata que mata a quien se le cruce en el camino, asique si la única manera de salvar a los que ama es guardando silencio... ella lo iba a hacer. Tuvo que mentir —le digo—. Pero eso solo es ficción, estamos en la vida real, ¿no?
—Sí... —susurra ensimismado, mirando un punto de la nada—. Esta es nuestra realidad, solo que a algunos nos cuesta más que a otros aceptarla.
¿A él le cuesta hacerlo? Yo pensaba que ya tenía su vida resuelta. Encontró la clave para aprovechar el tiempo, ese es el sueño de muchos.
La vida jamás es tan fácil. Deberías saberlo mejor que nadie.
—¿Cuando te quitan eso? —indaga al cabo de unos segundos en los que me mantengo en silencio. Sus ojos han vuelto a verme, pero ahora me señalan el yeso.
—En estos días, y después que lo hagan no volveré a pisar un hospital, lo juro —contesto.
Aristeo finge pésimamente sentirse dolido, lo que me causa gracia.
—¿No volverás a ir a verme nunca más?
—No lo sé... lo pensaré —respondo con un deje de malicia.
Él entrecierra los ojos y me observa de esa manera por un instante.
—Li pinsirí —se atreve a burlarse de mí.
—¡Oye! —exclamo indignada y divertida a la vez, dándole un pequeño manotazo en el brazo.
Aristeo no aguanta la risa y suelta una carcajada mientras se cubre de mis débiles golpes que poco hacen sobre sus fuertes músculos.
—Vale, vale, no te molesto más. Me gustan mis extremidades, quiero conservarlas, por favor —bromea al principio, pero luego se pone a hablar enserio—. Avísame cuando vayas a que te lo quiten así iré a verte. ¿Dean se encargará de eso?
Su amigo ortopedista, imposible olvidarlo. Muchas veces oía su voz mientras estaba inconsciente, mantenía muchas charlas con Aristeo y varias de ellas eran discusiones.
—Sí, él lo hará —asiento.
—Perfecto —sonríe.
El tiempo pasa mucho más rápido de lo que esperaba y cuando me doy cuenta ya casi es hora de marcharnos.
—Desde aquí se ve la rueda de la fortuna —le digo a Aristeo que también está mirando el paisaje como yo.
Esa es la única atracción de la feria a la que no nos hemos subido la vez pasada cuando estuvimos allí con todos. No lo hicimos porque nos dijeron que la experiencia y la vista es mil veces mejor cuando se sube de noche, pero no pudimos quedarnos hasta tan tarde, estábamos cansados, sobretodo Vincent, que los últimos minutos se la pasó durmiendo sobre el hombro de su hermano mayor.
—Podemos ir si tú quieres —propone.
—¿Ahora? —pregunto sorprendida.
La feria ya debe estar por cerrar. La única atracción que se queda hasta última hora es justamente la rueda de la fortuna, donde las últimas parejas de enamorados aprovechan el silencio y tranquilidad que hay en el sitio para disfrutar mejor del pequeño viaje.
—No, podríamos dejarlo para otro día. Lo usaré como escusa para volver a verte —responde él, manteniendo una sonrisa traviesa en sus labios.
Sonrío al oír eso. Yo también quiero volverlo a ver, esta cita ha sido grandiosa.
—Lo único —continúa diciendo—, es que la feria se quedará solo por esta semana, luego cerrará sus puertas.
Eso es verdad. Todos los años la feria suele abrir solo por cinco o siete días, más de eso no.
—Entonces iremos en estos días así no nos perdemos esos bellos paisajes —contesto con ilusión.
Nos quedamos una hora más charlando de cosas triviales hasta que decidimos que ya es hora de ir a casa, acordando que nos volveríamos a ver en estos días.
No sé que es lo que seamos, pero hemos iniciado algo y me gustaría saber a dónde nos llevará esto. Aristeo me parece un chico muy interesante, no quiero perderme la oportunidad de conocerlo más a fondo. Además esto me ayudará a ocupar la mente con otras cosas que no sea mi imaginación. Él es mi nueva realidad, y debo aferrarme a este salvavidas que el destino ha puesto en mi camino para evitar que me ahogue. Muy pocas veces la vida da segundas oportunidades, por lo tanto, si nos la presenta, debemos tomarla sin dudarlo. Aristeo es mi oportunidad de sobrevivir. Si esto no funciona al menos sabré que lo he intentado. Le abriré mi corazón, porque él más que nadie se lo merece.
—Descansa, hablamos luego —se despide de mí dentro del coche. Ambos nos hemos quitado los cinturones de seguridad para poder acomodarnos mejor en el asiento de manera que ahora estamos enfrentados.
—Tú igual. Gracias por esta noche, la pasé hermoso —le digo sinceramente.
Aristeo sonríe y se anima a acercar su mano para acomodar mi cabello detrás de mi oreja, al hacerlo quedamos más cerca que antes. Me doy cuenta que sus bonitos ojos de color miel han adquirido un tono más oscuro bajo la tenue luz por la que somos bañados dentro del vehículo.
Y esta vez soy yo la que se anima a darle un pequeño beso en los labios como despedida.
—Adiós —murmuro una vez que tomo distancia y abro la puerta del coche. Sonrío en mi interior al ver la expresión de sorpresa de su rostro.
A que no se lo esperaba.
A que tú tampoco
Que decir, estoy sorprendida de mí misma.
—Adiós —le oigo susurrar antes de bajarme del vehículo.
Aristeo espera pacientemente a que entre a mi casa antes de marcharse. Eso es muy gentil de su parte.
Una vez cierro la puerta a mis espaldas, oigo un par de pasos acercándose desde la cocina. Taylor aparece segundos después, con una botella de agua en la mano. Sus ojos me recorren de arriba abajo un instante y frunce ligeramente su ceño.
—¿A dónde fuiste? —me pregunta curioso.
¿Cómo que a dónde fui? Luego de todo el escándalo que hizo ayer sobre mi cita de esta noche, ¿creía que le haría caso y no saldría?
—A cenar con Aristeo —le respondo con voz cansina, pasándome una mano por el cabello para despeinármelo un poco.
Doy por finalizada la charla cuando comienzo a caminar hacia las escaleras para poder llegar a mi cuarto y quitarme este vestido. Ansío ponerme mi pijama.
—¿De verdad? Vaya, no me lo esperaba a eso —responde mi hermano a mis espaldas. Por su tono de voz, luce algo descolocado por la noticia.
¿Es lo único que dirá? Me doy vuelta y lo miro con un poco de desconfianza. Ayer prácticamente me gritaba que no saliera con Aristeo y ahora solo se le ocurre decir... ¿eso?
En algún momento tenía que aceptarlo.
Que bueno que fue rápido, creí que sería un proceso largo y tedioso.
—Pues, acostúmbrate —murmuro, aun algo confundida por si actitud tan pacifista.
¿Estará drogado?
¿El señor perfecto sabrá que es eso?
Mi hermano frunce los labios por mi respuesta tan tajante, pero no dice nada. Él también parece mostrarse algo perdido por verme a la defensiva respecto a esto. ¿Y qué es lo que esperaba después del circo que montó ayer?
—¿Mamá y papá no han llegado? —le pregunto solo para cambiar de tema.
—No, ya deben estar por llegar —contesta, dándole un sorbo a su agua.
—Bien. Me iré a dormir —le aviso, poniendo un pie en el primer escalón.
—Oye, hermanita —me llama una vez más. Giro la cabeza en su dirección y veo que sus ojos ahora me están mirando con un cariño fraternal—, estás hermosa. Espero que él te lo haya dicho.
Y sí que lo hizo.
Sonrío por sus palabras y le doy un leve asentimiento como respuesta antes de darme la vuelta y subir a mi cuarto.
Vaya, eso sí que ha sido un drástico cambio de humor. ¿Quién lo entiende?
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