III
—No comprendo quien fue el astuto que decidió poner gimnasia un lunes —la oigo murmurar a Penny entre trotes.
El señor Madson, nuestro profesor de gimnasia, ha puesto a correr a todos unas diez vueltas. Siempre agradable, ¿verdad? Por suerte yo me he salvado de esta asignatura por unos cuantos días más. Al menos hasta que mi brazo se termine de recuperar.
Ahora solo me dedico a ver desde las gradas a los demás correr. Cada vez que Penny pasa frente a mí la oigo murmurar algo que me saca una sonrisa.
Distraídamente poso mis ojos en el señor Madson. Los falsos recuerdos que tengo de él llegan a mi memoria para iniciar una batalla donde entra en juego mi estabilidad emocional. Al igual que Dylan, Kyle y yo, en mi libro el profesor Madson también era un Raezer. Pero eso no es lo peor de todo, en la última batalla él dio su vida por mí. Murió por mi culpa. De solo recordarlo siento un horrible malestar en la boca de mi estómago.
No fue real.
No, no lo fue. Debo olvidarme de eso.
—Al menos es la última clase del día —le digo a Penny cuando pasa frente a mí otra vez.
Miro a Jill que ya está por su cuarta vuelta en cuanto su prima recién va por la segunda.
—¿De verdad mataste a Jill en tu historia? —me pregunta Penny una vez que inicia la tercera vuelta.
Miro de reojo al entrenador para asegurarme de que no nos esté viendo. Si nos encuentra charlando de seguro pondrá a Penny a hacer flexiones de brazos. Según él no es bueno hablar mientras corremos, porque no estaríamos respirando correctamente.
Y tiene razón.
Pero a más de uno le gusta arriesgarse, desde aquí puedo oír varios murmullos.
Penny voltea la cabeza mientras se aleja, esperando mi respuesta. Asiento una vez con mi cabeza solo para que vuelva a poner atención en el camino y así evitar un accidente.
Pero no sería tan trágico como el tuyo, ¿verdad?
Sin poder hacer nada al respecto, delante de mis ojos se enciende una pantalla donde comienza a reproducir mis más recientes recuerdos.
Miré por el espejo retrovisor y pude ver al auto negro más cerca que antes. Esto se pondrá feo. Lo peor de todo es que Dylan quería despistar a esos Raezer él solo. Sin ayuda.
—¡No dejaré que vayas tú solo! —le grité con enfado, la adrenalina fluía a raudales por mis venas.
—¡No te pondré en más peligro del que ya te encuentras! —vociferó en un tono más elevado que el mío.
—Pero...
—¡Sujétate! —me interrumpió, aferrando sus manos con fuerza al volante.
De pronto, el coche sufrió una embestida en la parte trasera que nos impulsó violentamente hacia adelante. Y de un momento a otro, el panorama frente a mis ojos cambió por completo. Ya no me encontraba en el auto de Dylan, y tampoco estaba en el centro de la ciudad. Ahora por el parabrisas podía ver la carretera rodeada de césped y árboles. A mis lados pude ver los cuerpos de mis padres siendo amortiguados por las bolsas de aire, y frente a mí la carretera parecía acercarse cada vez más. O podía ser que yo me estuviese acercando a ella...
Un tirón en el brazo me detuvo a un centímetro del parabrisas y me vi jalada hacia atrás.
—Sublime, Caitlin. Una obra de arte sublime.
Pego un pequeño bote en el lugar al oír la voz de Jill que me arrastra fuera de aquel recuerdo. Parpadeo un par de veces para volver a Tierra. Desde mi lugar veo como la rubia se come el camino entre trote y trote. Me lanza guiño al notar que aun sigo con la mirada puesta en ella.
Cambia esa cara de tonta.
Creo que está hablando del libro. Ella terminó esta madrugada de leerlo y ya sabe que la terminé matando en un capítulo. Aun estoy sorprendida de su reacción ante eso. Según ella fue, palabras textuales, "muy poético, un acto verdadero de amor. He escrito arte".
La veo alejarse mientras un sentimiento de culpa se instala en mi pecho. A veces tengo momentos donde me pregunto si hice bien en elegir ese destino para ella, pero ¿qué opción tenía? La impulsividad de Taylor nos llevó a todos a presentarnos en el castillo para derrotar a Argus.
No te incluyas en el paquete.
—Eso fue muy cruel. Demasiado —dice Penny cuando pasa frente a mí, comenzando su cuarta vuelta.
A Jill no le ha molestado. Es decir, yo esperaba una catástrofe, no esto. Ella está más que satisfecha con su personaje, le gustó todo, de principio a fin. Ahora, al igual que Aristeo, quiere termine el libro.
Durante la hora del recreo, Jill fue la primera en oír el adelanto del final que preparé ayer.
—Aristeo quiere verme mañana luego de clases en un parque —le susurro a Penny mientras la veo alejarse. Sus ojos por poco se salen de sus órbitas al oír eso. Nunca la he visto correr tan rápido como lo hace ahora para dar toda la vuelta y volver al mismo punto.
Sí, lo sé, también fue una sorpresa para mí. Esta mañana le mandé un mensaje para contarle que el final de mi libro ya estaba en progreso, y me pidió si podía darle un adelanto en persona.
Excusas, excusas...
Bueno, vale, algo me dice que esa ha sido una simple excusa para poder vernos. Y realmente no me parece una mala idea, el tiempo que nos vimos en la feria me pareció muy agradable.
—¡¿Es enserio?! —exclama en voz baja, realmente sorprendida.
El entrenador gira la cabeza hacia nosotras, por lo que Penny continúa corriendo y yo me pongo a mirar mis interesantes zapatillas.
—Es increíble. Tú eres increíble —dice Jill en voz baja cuando es su turno.
Veo a la rubia alejarse y por detrás de ella se acerca Penny entre jadeos. La pobre necesita nuevos pulmones. Aun así no se detiene.
—Sí —susurro cuando pasa frente a mí.
—Él te gusta, ¿verdad? —me pregunta con una ligera sonrisita en los labios.
Mis mejillas se encienden automáticamente y miro hacia otro lado para que ella no lo note. Eso me da un par de segundos para que mi rostro vuelva a su estado normal antes de que ella complete la vuelta.
—¿Pensaste en vender esa majestuosa obra? —continúa Jill con sus elogios.
Niego con la cabeza a la vez que una sonrisa se asoma en mis labios. Ella continúa corriendo a pesar de haber completado las diez vueltas, ni siquiera luce cansada.
Del otro lado, veo que Penny se acerca trotando con los ojos clavados en los míos, esperando una respuesta.
¿Qué le digo? No puedo afirmar algo que ni siquiera yo sé la respuesta.
Venga ya, sabes bien la respuesta.
—Bueno... —comienzo a decir, pero rápidamente me veo interrumpida por el estridente sonido del silbato.
—¡Moore, al centro ahora! ¡Harás quince flexiones de brazos! —grita de pronto el señor Madson—. ¡Y cinco más por culpa de la señorita Blair!
¡Eso no es justo!
Los ojos de Penny se encuentran por un segundo con los míos y a mí no me queda otra más que pedirle disculpas con la mirada.
—Te costará caro —me señala ella con el dedo.
Sonrío inocentemente a modo de respuesta. La mejor decisión que puedo tomar es mantener la boca cerrada hasta que la clase termine, no vaya a ser que el entrenador me eche del gimnasio.
No sería mala idea...
...
Toco el botón que tiene grabado el número cinco y espero pacientemente a que el elevador comience su asenso. He venido al edificio donde mamá trabaja para darle una pequeña sorpresa.
¿Cual sorpresa?
Mi presencia, claro.
Este sitio me queda más cerca del instituto que mi propia casa, asique se me ha ocurrido venir a visitarla, pasar un rato con ella y luego irnos juntas a casa. Antes de que sucediera el accidente, aquel dos de agosto, nos enteramos que mi madre había sido ascendida en su empleo. Ahora goza de menos carga horaria y además le han entregado un coche de la empresa para que pueda movilizarse sin problemas. Todos salimos ganando, yo incluida, que no tengo que tomar el autobús escolar para volver a casa.
Las puertas del ascensor se abren y salgo tarareando la canción que había allí dentro.
—¡Hola! —me saluda la joven secretaria del quinto piso, con su alegría habitual.
Lo primero que solemos mirar en una persona es su rostro, de esa manera es como nos identificamos presencialmente, pero en este caso lo primero que llama la atención de esta joven es su cabello. Como siempre me sucede, me quedo deslumbrada viendo la cantidad de pequeños rizos que lo decoran. Me dan ganas de pasar la mano por ellos.
Esto me recuerdo a la vez que la vi en el castillo de Argus. Sí, ella también participó de mi historia. En realidad, todos aquellos que alguna vez conocí o simplemente he visto por ahí han participado. Personificando a mi familia, amigos, Raezers o a simples humanos.
Ver el cabello y rostro de la joven me traen a la mente la escena donde la vi, junto a su otra compañera Raezer, saliendo de una de las habitaciones del castillo. Ambas estaban preocupadas porque habían "perdido" sus insignias. En realidad Sarah se las había robado y nos las había entregado a Dylan y a mí para completar el uniforme que nos habíamos vestido para camuflarnos en ese sitio. Que tiempos aquellos...
—Hola, Candace —le devuelvo la sonrisa.
Me doy cuenta que por un breve segundo sus ojos caen en el yeso que tengo en mi brazo, y al igual que el resto pone esa mirada de lástima que me hace querer poner los ojos en blanco.
Me irrita que todos me miren igual. Cada vez que lo hacen me traen a la mente todo lo que viví, eso me resulta aun más difícil la tarea de superar aquel hecho. Detesto que así sea.
—¿Y cómo estás, Caitlin? —me pregunta, volviendo a sonreír como antes.
Sé sincera contigo misma.
Entonces diría que nada bien. Me despertaron de un sueño que todo este tiempo creí real. Más que salvarme creo que me arrebataron la vida. Así de cruda es la verdad. Ahora solo intento mantenerme de pie a pesar de sentir el suelo moverse constantemente. Tal vez en algún momento la tierra se abra y me devuelva al mundo al que en verdad pertenezco.
¡Regresa a la maldita realidad!
—Excelente —respondo finalmente, forzándome a mantener la sonrisa.
Pero no seré sincera con ella ni con ninguno. Me creerán loca si les cuento todo lo que estoy atravesando. Sí, me estoy derrumbando por dentro. No voy a mentirme a mí misma.
—Me alegro por ti —contesta ella—. Hoy fue tu primer día de clases, ¿verdad? ¿Cómo estuvo?
—Estuvo bien —me encojo de hombros—. Ha sido... interesante.
No es necesario entrar en detalles.
—Es una buena noticia, entonces. ¿Vienes a ver a tu mamá?
—Sí, ¿sabes si está ocupada? —pregunto.
Miro hacia su oficina, pero la puerta está cerrada.
—Hace cinco minutos entró un cliente, no tardará en salir. Si quieres puedes sentarte allí a esperarla —me señala las sillas que están al lado de la puerta.
—Gracias —le agradezco antes de dirigirme a donde me dijo y ponerme cómoda.
Dejo la mochila en un costado de la silla y tomo mi móvil mientras espero. Conectaré los audífonos y me pondré un poco de música para pasar el rato.
—...es un sitio agradable. Los vecinos son muy simpáticos... —se oye a mi mamá hablar.
Ella es grandiosa en lo que hace.
—Él es sexy —le escucho decir a Candace de repente.
Levanto la mirada del teléfono y la observo con extrañeza. Ella tiene una sonrisa boba en el rostro, sus ojos no se despegan de la puerta junto a mí.
—Lo siento, ¿qué? —digo perdida.
—El chico que está allí dentro, es realmente guapo —comenta completamente embobada.
—...sobre la calle West Jefferson, tiene unos bonitos tulipanes decorando la entrada...—continúa hablando mi madre dentro de su oficina.
—¿Lo conoces? —le pregunto.
—No, pero quisiera. Aunque creo que es muy joven para mí.
—Tienes veintidós años —suelto una pequeña risita.
—Es cierto, le pediré su número cuando salga —afirma, retocándose el cabello.
A eso me estaba refiriendo, mujer.
—...esta sería su llave. Espero que disfrute su nuevo hogar. Gracias por confiar en esta empresa, señor Waight.
Casi escupo el agua que no tengo en la boca al oír ese apellido. Es imposible. ¿Cuántas personas se apellidan así en esta ciudad? No lo sé, no creo que sean muchas. Pero solo sé que una sola persona se llama así...
Dylan.
Y además es guapo, ¿no son demasiadas coincidencias juntas?
—Ya sale —susurra Candace, emocionada.
La puerta de abre de repente y apenas hago tiempo de ver salir a un joven alto. Ni siquiera alcanzo a ver su rostro, sale tan rápido del cuarto que hasta Candace se ha quedado con las palabras en la boca. Solo alcanzo a ver su fornida espalda bajo la camisa de lino azul que trae puesta. Quiero contemplarlo mejor, pero dobla en una esquina para ir directo a las escaleras.
No, no, ¡No!
Me levanto de un salto de la silla para ir tras él, pero mi mamá se interpone en mi camino.
—Cariño, ¿qué haces aquí? —me pregunta con una gran sonrisa en el rostro—. ¡Qué hermosa sorpresa!
Me da un beso en la frente y me toma del brazo para que entre con ella a su oficina.
¡No!
—Aguarda, justo estaba por ir al baño —le digo apresuradamente.
Mi madre toma asiento en su silla y me observa algo extrañada por mi actitud.
—Claro, cariño. Ve, aquí te espero —contesta ella.
Salgo disparada fuera de la oficina y doblo en el mismo sitio donde lo hizo aquel chico. Hoy agradezco más que nunca al arquitecto que diseñó el baño y la escalera en el mismo pasillo.
Cuando salgo de la vista de la secretaria, apresuro el pasillo hasta llegar a las escaleras. Comienzo a bajar los escalones lo más rápido que me dan los pies, sintiendo mi corazón latir a toda prisa en mi pecho.
¿Será él? ¿Será Dylan?
¡No, da la vuelta y regresa!
¡No, necesito comprobarlo!
Bajo los dos primeros pisos a toda velocidad, pero no logro encontrarlo. Continúo hacia el segundo piso y nada. ¿Dónde se metió? ¿Cómo pudo bajar tan rápido?
Con las piernas adoloridas por la tensión, bajo la última escalera que me conduce a la planta baja. Busco al chico de camisa azul entre las demás personas que se encuentran en el edificio. Mis ojos recorren frenéticamente el sitio esperando poder encontrarlo. Hasta que al fin lo veo. A unos pasos de la puerta principal, me topo con el sujeto de camisa azul que a punto está de cruzar la puerta.
Esta vez no escapara. Dylan tendrá que enfrentarme. No sé que esté pasando, pero él sí es real. Él existe.
No lo hagas.
Corro hacia él y le sujeto el brazo para detenerlo. El chico de unos intensos ojos de color negro me mira confundido. Él no es Dylan.
No, no es Dylan.
—Lo siento, te confundí con alguien más —murmuro avergonzada, soltándolo inmediatamente.
¡Trágame Tierra ahora!
Te lo advertí...
Giro sobre mis talones rápidamente y sin esperar una respuesta de su parte comienzo la huida hacia las escaleras, lejos, muy lejos de ese chico.
Una vez que estoy escalones arriba, me sujeto del barandal con mi brazo sano y me detengo un momento a pensar en lo que acaba de ocurrir. No puedo creer que haya hecho semejante locura. ¿Qué me está pasando? Llevo una mano a mi pecho para detener inútilmente los frenéticos latidos de mi corazón. Ya no lo soporto. Siento que me estoy volviendo loca. O tal vez ya lo esté y me niegue a aceptarlo.
Debías regresar, Caitlin.
Sin mirar atrás, vuelvo a hacer el camino hasta el quinto piso, esta vez debo usar las escaleras, sería raro que me vieran aparecer por el ascensor por segunda vez, ¿no?
Mi mamá y yo solo estamos unos minutos más en ese edificio hasta que ya es hora de marcharnos. No voy a mentir y decir que he olvidado todo lo que pasó porque no es así, apenas he podido prestar atención a todo lo que ella me ha hablado en su oficina y durante el trayecto a casa. Me siento en otro mundo, mi mente no hace más que navegar sin rumbo.
Cierro la puerta del coche y camino hasta la puerta principal. Ni siquiera debo utilizar la llave, papá me gana esta vez y abre la puerta antes de que siquiera ponga mis pies en el porche.
—¿Cómo andan mis preciosas rosas? —pregunta con una gran sonrisa.
Su alegría es contagiosa y me es imposible no corresponder su sonrisa.
—Bien —respondemos mamá y yo al mismo tiempo.
—Lo decía por las plantas igual, ¿les faltan más agua? ¿Las ven secas? —dice, asomándose a ver las rosas que decoran la entrada de la casa.
Mamá y yo ponemos los ojos en blanco, pero las dos con una tonta sonrisa dibujada en los labios.
—Muy gracioso —murmuro irónicamente.
Papá entra riéndose y cierra la puerta justo detrás de mí. Primero pasa un brazo sobre mis hombros y me da un cariñoso beso en la frente, y luego se acerca a mi madre para darle un pequeño beso en los labios.
—Volviste temprano —se da cuenta ella, colgando su abrigo en el perchero de madera que hay junto a la puerta.
—Un cliente me canceló su cita de hoy, asique no había necesidad de quedarme en la oficina —escucho que le responde mientras voy subiendo las escaleras.
Llegando al final de éstas me cruzo a Taylor que parece listo para salir hacia no sé donde. Lleva una sudadera gris y unos pantalones deportivos. Yo no veo la hora de ponerme la pijama.
—Hola, enanita —me saluda cariñosamente.
—Hola, ¿a dónde vas? —le pregunto por curiosidad.
—Perdí una apuesta con papá asique estoy yendo a hacer yo las compras al supermercado —dice con un deje cansino en el tono de voz.
—Pobre de ti —me río con malicia solo para molestarlo.
—¿Sabes qué? Creo que acabo de encontrar una acompañante —me dice con la misma expresión de malicia que la mía.
Ay, no...
Intento esquivarlo para correr hacia mi cuarto, pero él me sujeta del antes de que siquiera pueda poner un pie en el último escalón. Toma la mochila que cuelga de mi hombro y la deja a un costado en el suelo.
—¡Tú perdiste la apuesta! —le expreso mi indignación mientras me veo obligada a bajar de nuevo por las escaleras.
—Nada de eso, acompañarás a tu bello hermano a hacer las compras. Papá, las llaves, por favor —le dice a éste último.
Mi padre le lanza las llaves del auto sin siquiera mirarlo, tiene toda su atención puesta en mi madre. Ya se han puesto melosos. No puede ser. Yo mejor me voy de aquí.
—¿Sabes qué? De repente siento ganas de ir al supermercado —le digo a mi hermano, soltándome de su agarre y apresurando el paso para salir de aquí.
Taylor viene detrás de mí riéndose. Cruzamos la puerta y nos dirigimos hacia el otro coche que conduce papá.
—Los niños van en la parte trasera —se burla mientras abre la puerta del conductor.
—Entonces no sé que haces sentándote allí —continúo con su juego.
Me subo del lado del copiloto y Taylor no tarda en poner en marcha el coche. Me golpeo mentalmente la frente con una mano al ver que conduce con la misma precaución que nuestro padre. No le digo nada, sé que lo hace por mí, pero no me hará daño que pise un poco más el acelerador. Estamos yendo a paso de tortuga.
Me estiro lo poco que me permite el cinturón de seguridad y enciendo la radio. Siempre me ha gustado viajar con un poco de música. Y no pasan ni cinco segundos cuando el auto se ve sumergido en la buena vibra que desprenden las canciones de Coldplay. Papá y yo sumos muy fans de esa banda, incluso hemos ido juntos a uno de sus conciertos. El año pasado le grabé sus mejores canciones en un disco que siempre escuchamos cuando viajamos juntos.
—¡I want something just like this! —gritamos Taylor y yo al mismo tiempo.
Bueno, mi hermano también se sabe la letra de memoria de tanto oírlas en el coche.
Mientras avanzamos por las calles, veo un cartel que llama mi atención. Estamos en la calle West Jefferson. Enseguida recuerdo las palabras de mi madre cuando hablaba con aquel cliente. Ella dijo que la casa estaba decorada con tulipanes, ¿cierto? A pesar de que la mayoría de las entradas tengan flores, ninguna tiene precisamente tulipanes. Solo una. Presto muchísima atención a la casa que pasa a un lado del coche. Es grande, moderna y sus muros están decorados con piedras blancas. Es una casa demasiado grande para una sola persona...
—¿Qué miras? —pregunta mi hermano de pronto, echando furtivas miradas hacia donde estoy viendo, pero sin quitar por completo los ojos de la carretera.
Ojos al frente, hombre.
—¿Q-qué? —pregunto sorprendida—. ¿Yo?
—No, yo —contesta con sarcasmo—. Claro que tú, ¿quién más sino?
—Ah, nada. No miraba nada —respondo como quien no quiere la cosa.
Lo último que quiero es que Taylor sepa el verdadero motivo de mi repentina curiosidad por esa casa.
—¿Vive alguien allí? —continúa interrogando.
—No tengo idea, solo miraba los tulipanes. Son muy bonitos —me las ingenio para decir.
—Sí, es cierto —coincide él.
Llegamos al supermercado al cabo de un par de minutos. Taylor toma un carro de compras y saca una lista del bolsillo de su pantalón.
—¿Por dónde empezamos? —le pregunto, echándole un ojo a la lista.
Pan.
Huevos.
Harina.
Leche.
Zumo de naranja.
Papel de cocina.
Tomate...
Y así unas cuantas cosas más.
—Vayamos por sección, respetemos el orden de las góndolas y veamos que necesitamos de cada una —me responde.
Asiento ante su respuesta, de esa manera seremos más organizados.
Cuando ya tenemos la mitad de las cosas puestas en el carro de compras, una voz chillona rompe con la paz del momento.
—¡Ty!
Ambos nos giramos para ver correr hacia nosotros a dos chicas realmente llamativas. Ambas tienen un cuerpo que, vamos, más de una debe de envidiar. De curvas definidas y piernas largas, deben medir aproximadamente un metro ochenta. Tienen un aspecto ligeramente bronceado y las dos llevan el cabello rubio, largo y ondulado. Sus ojos son de un extraordinario azul que te encandilan apenas los ves. Parecen dos muñecas Barbies.
Y yo las recuerdo. Eran compañeras de bachiller de mi hermano, iban juntos al instituto.
—¿Tiffany y Gina? —pregunta Taylor sorprendido. Veo que una ligera sonrisa comienza a asomar en sus labios—. ¿Cómo están? ¿Qué están haciendo por aquí?
Yo también lo hubiese preguntado, porque la verdad la presencia de ambas me genera cierta incomodidad, es como si ellas no combinaran con el entorno.
Una de ellas se tira a los brazos de mi hermano para darle un abrazo demasiado... efusivo y cariñoso. Él también le corresponde el abrazo, aunque un poco sorprendido.
La miro con los ojos entrecerrados.
Cuando por fin retira sus asquerosas garras del cuerpo de él, vuelve a colocarse al lado de su clon, observando a Taylor como si fuese una obra de arte.
—Vaya, mírate, los años te han sentado muy bien, Ty —murmura la que se le arrojó a sus brazos, recorriendo con su mirada cada tramo del cuerpo de mi hermano—. Estás más guapo que años atrás. Ahora eres todo un hombre.
Maldita rubia plástica.
Esto no puede estar pasando. Aferro con fuerza la mano al carro, como si aquel fuera el cuello de esa rubia plástica.
No me agrada para nada pensar en la vida sexual de mi hermano, incluso me da repugnancia, pero un instinto me dice que esa bruja años atrás ha tenido algo más que un abrazo de él.
La amiga la codea cuando posa sus ojos sobre mí.
—Oh, lo lamento, ¿es tu novia? —pregunta, mirándome de arriba abajo.
Puedo notar cierta crítica en sus ojos y eso me irrita aun más. Yo no tengo un cuerpo de escándalo ni tampoco soy alta, pero tengo un yeso y puedo asegurar que sé muy bien como usarlo.
Fuera de eso, ¿su novia? Eso es lo más gracioso que he oído hasta ahora.
Mi hermano abre ligeramente sus ojos y suelta una pequeña risita. Pasa un brazo sobre mis hombros y me atrae contra el costado de su torso.
—No, claro que no. Es mi hermanita —les responde con incredulidad.
Es obvio que no se acuerdan de mí. Cuando mi hermano iba al bachiller yo procuraba mantenerme lo más alejada posible de él y de sus amigos. Taylor era uno de los más populares en su momento, era capitán del equipo de baseball, tenía un grupo grande de amigos y también una larga fila de mujeres tras él. Yo no quería ser parte de ese foco de atención, asique prefería no cruzármelo en los pasillos.
A ambas parece que se le prende una luz en la cabeza, ya que abren ligeramente la boca.
—¡Es cierto! —dice la chica que hasta ahora no había hablado. Sus ojos me repasan como lo hizo su amiga y recaen por último en mi rostro—. Rebecca, ¿verdad?
¡Córtale la lengua!
—Caitlin —le corrijo, sonriendo con falsedad. A pesar de haber oído antes sus nombres, no me contengo de decirle:—¿Tú eres Ámber? No, me confundí, ¿Jane? ¿O Stacy? Lo lamento, Taylor me presentó a tantas que ya no recuerdo los nombres de todas.
¡Así se habla!
La cara de la pobre es para una foto. No saben con quién se están metiendo.
—Como sea —interviene la otra, restándole importancia al asunto. Mira dentro de su carro de compras y toma una botella de alcohol que sostiene a la altura de los ojos de mi hermano—. Hoy haré una fiesta en mi casa, estás más que invitado, Ty. Como en los viejos tiempos.
Mi hermano le regala aquella sonrisa que el llama "rompe corazones". Siempre me ha causado risa eso, jamás entendí porque la llama así. Hasta el día de hoy. Algo en la mirada de ella cambia, puedo ver en sus ojos el deseo que se ha hecho más que evidente. Ya ni siquiera lo disimula.
¿Es enserio? ¡Que asco!
—Claro, por supuesto. ¿Sigues viviendo donde siempre? —le pregunta mi hermano sin quitar esa estúpida sonrisa de su rostro.
—Sí —responde ella, ruborizándose al sentir la intensidad de la mirada de él—. En el lugar de siempre.
—Excelente, hasta la noche entonces —les dice Taylor, guiñándoles el ojo antes de darse la vuelta y arrastrarme consigo. Yo sigo más que estupefacta como para coordinar mis piernas.
¿Acaba de coquetear con dos mujeres delante mío? Esto es increíble. A ver que diría él si yo me pusiera a ligar con dos chicos delante de sus narices, ¿le gustaría? ¡Claro que no! ¡Soy su hermana, merezco respeto!
Una vez que estamos lo suficientemente alejados de esas dos brujas, clavo mis ojos en él.
—¿Cómo se te ocurre decir algo así? —se adelanta a decir Taylor.
¿Cree que estuve mal?
Yo creo que estuviste perfecta.
—Esas brujas...
—Fue increíble, nunca escuché mejor respuesta —continúa sin dejarme acabar—. No sabía que mi pequeña hermana tuviese ese grado de maldad.
Bueno, nunca nadie termina de conocer a las personas, ¿verdad?
Sonrío en mi interior, orgullosa de mi increíble audacia.
—¿Irás a esa fiesta? —le pregunto solo por curiosidad.
—Claro que no —se ríe mi hermano, como si fuera obvio.
Lo miro sin entender nada.
—¿Y por qué le dijiste que irías?
Él toma una caja de huevos de la góndola y la coloca en el carro.
—Yo tenía una buena reputación antes, hermanita. Jamás decía que no a una fiesta, y hoy no iba a ser la excepción —me explica con una pequeña sonrisa en el rostro, como si echara de menos esos tiempos—. Ahora, de decir que sí a ir... pueden surgir asuntos de por medio.
Quiero reírme bien fuerte, pero me contengo. ¡En sus caras, rubias plásticas!
—No encuentro fallas en tu lógica —le digo con una sonrisa victoriosa.
—Ya ves —está de acuerdo conmigo.
En el tiempo que sigue terminamos de buscar lo que falta y luego pagamos todo. Cargamos las bolsas en el maletero del coche y en poco tiempo estamos de nuevo en casa.
Poco a poco mi antigua vida comienza a tomar forma. La monotonía del día a día es realmente aburrida. Ahora recuerdo por qué comencé a escribir mi libro, necesitaba aire fresco. Un renovado y nuevo aire fresco. Sí, estaba cansada de todo. Mi cabeza trabajaba a un ritmo imparable imaginando mil escenarios que no tenían conexión el uno con el otro, hasta que decidí darles forma. Me sorprendí a mí misma cuando descubrí que toco calzaba como piezas de rompecabezas. Sin darme cuenta mi mente había creado toda un vida alternativa para mí.
Tal vez lo que siempre me hubiese gustado que sucediera.
...
Inspiro profundamente para llenarme de valentía. No entiendo por qué ahora me he acobardado, ni que esto fuera realmente enserio, es decir, Aristeo y yo solo vamos a charlar. Esto no es una cita. Simplemente somos un chico y una chica que se encontrarán en un parque para pasar el rato.
Eso suena a una cita.
Miro a mi alrededor y veo a unas cuantas personas que han venido a sentarse bajo el sol, algunas de ellas son parejas que parecen estar disfrutando del día y otras solo han traído a los niños a jugar. Solo veo a dos personas paseando a sus mascotas y otras cuatro que trotan alrededor del parque.
No veo a Aristeo por ninguna parte, tal vez sea porque yo he llegado veinte minutos más temprano. Aun tengo la mochila colgada sobre el hombro, salí hace poco del instituto y no me convenía ir para mi casa, iba a ser una pérdida de tiempo, asique me vine directamente para este sitio a esperar pacientemente su llegada.
Tomo asiento sobre el columpio y me quedo mirando la tierra húmeda que hay bajo mis pies.
Toda la noche me estuve preguntando si hice lo correcto en aceptar venir aquí. Me refiero a que Aristeo es guapísimo, inteligente, tiene un buen sentido del humor y es excelente persona, nos hemos entendido muy bien los pocos días que pude hablar con él. Pero no estoy segura si él solo quiera ser mi amigo, o puede ser que yo esté confundiendo las cosas. No lo sé. De lo único que estoy segura es que ha esperado ansioso por el adelanto de mi libro y no se irá de aquí sin saber más de la historia. A lo mejor es por lo único que viene y nada más.
¿Tú crees?
Bueno, la forma en la que me miró la última vez en la feria me ha dejado en qué pensar. Ya no me veía con ese respeto y distanciamiento que los médicos acostumbran a tener con sus pacientes. Lo había sentido diferente, como si estuviese dispuesto a acercarse si yo se lo permitía.
—Yo también fui niño una vez y estoy seguro que así no se usa el columpio —murmura una voz masculina justo a mis espaldas—. ¿Necesitas un empujón?
Giro la cabeza rápidamente para encontrarme con Aristeo parado detrás de mí. Vaya susto.
Mis ojos le dan un pequeño repaso antes de caer en su rostro. Me sorprendo de verlo vestido tan... informal. En realidad, está vestido como una persona cualquiera lo haría. Es solo que me he acostumbrado a verlo siempre de camisas. Esta vez lleva puesto una camiseta de mangas cortas color gris, unos pantalones negros y unos tenis blancos. Ahora sí luce como un chico de su edad. Y admito que le sienta muy bien. Sí, el maldito esta demasiado bueno.
Me doy cuenta que Aristeo también me da un breve repaso con cierto disimulo, y cuando nuestros ojos conectan ambos sonreímos tímidamente. Noto que esta vez no trae lentes, seguramente tendrá puestas las lentillas que hasta hace poco no sabía que usaba.
—Solo estoy vigilando que ningún niño se robe tu asiento —le digo, señalándole con la mano el columpio continuo al mío.
—No suelo ser yo quien se siente en estas cosas —murmura, tomando asiento junto a mí.
Lo debe decir por Vincent, su hermano menor.
—Pues no querrás sentarte en el suelo, el césped está húmedo —le digo.
Llovió durante la madrugada.
—¿Ya probaste? —me pregunta con una sonrisa burlona.
—¿Por qué crees que estoy tapando mi trasero con este columpio? —respondo, ruborizándome ligeramente.
Aristeo se queda observándome fijo por un par de segundos hasta que parece reaccionar y cambia la mirada hacia otro sitio cualquiera.
—¿Cómo estuvo tu día? —le pregunto para sacar un tema de conversación y acabar con el pequeño silencio incómodo que se ha generado.
Aristeo regresa sus bonitos ojos de color miel hacia los míos.
—Agitado, en la residencia de cirugía siempre hay trabajo. Hoy operé dos aneurismas en el cerebro de una señora —me responde con tranquilidad, pero algo me dice se está aguantando las ganas de gritarlo a los cuatro vientos.
Eso es una de las cosas que me gusta de él. Su vocación. Todo lo que hace le sale con naturalidad. Se nota que ama su profesión.
—¿Un aneu... qué? —digo divertida. Ni siquiera he entendido la palabra.
Aristeo sonríe y se pone a explicarme.
—Un aneurisma es cuando un punto de la pared de un vaso sanguíneo se debilita y se infla como un pequeño globo. Eso corre riesgo de reventar.
Con esas palabras ahora nos entendemos.
—¿No te impresiona ver sangre? —le pregunto, arrugando mi nariz.
—No, y hasta donde sé a ti tampoco. Las batallas en tu libro las has descripto más que sangrientas. Por Dios, Kyle le metió la mano dentro del vientre a un sujeto y le revolvió las tripas.
Me río al recordar eso. Tiene razón, eso fue asqueroso.
—Él es tan masoquista como psicópata, aunque logra ocultar bien esa parte suya, su fachada de niño lindo lo ha ayudado mucho.
—El humano es tonto, siempre se guía por las apariencias —murmura él.
—Sí... —coincido con él, llevando mi mirada hacia el frente—, aunque si un Kyle se presentara frente a mí no dudaría en secuestrarlo.
Aristeo suelta una carcajada.
—¿Y cómo va esa historia?
—Bueno...
Nos pasamos los siguientes veinte minutos discutiendo acerca del posible final que tengo en mente. Ayer durante la noche estuve escribiendo un poco más. Se me ocurrió la brillante idea de convertir a Dylan y Caitlin nuevamente en humanos. Me explico, la fuerza de su poder fue suficiente para traer de vuelta a ambos a la vida, pero insuficiente para mantener esa chispa de magia en sus venas. El precio a pagar por regresar de la muerte fue su poder. Ellos vivirán una vida corta pero feliz.
¿Final feliz? ¿Existe eso?
En mi historia podría existir.
—Entonces, eso es todo —sonrío cuando termino de contarle mi última idea.
Jamás había tenido a nadie con quien compartir esto. Se siente bien, y más aun cuando tengo la mente bloqueada.
Mientras espero la respuesta de Aristeo veo como se frota continuamente la barbilla como si estuviese pensando profundamente. Mis ojos se detienen por un momento en sus labios y de algún lado surge la descabellada pregunta de cómo se sentiría probarlos.
¿Por qué descabellada?
Porque es una pésima idea. Él y yo hemos entablado una bonita amistad, no quiero arruinarlo todo por culpa de la intensidad de mis hormonas a esta edad. Que va, cualquiera pensaría lo mismo. Tan solo mirar a Aristeo es como mirar al mismísimo diablo, la tentación de romper las reglas va en aumento cada vez que estoy cerca suyo.
Veo que sus labios se fruncen por un segundo muy corto.
—No te gustó, ¿verdad? Algo no te convenció —doy por sentado.
Él regresa sus ojos a los míos y niega levemente con la cabeza.
—No es a mí a quien no le convenció ese final —me dice, analizando mi rostro.
Suelto un suspiro y bajo la mirada al suelo.
—No tengo más ideas. Creo que me rompí —sonrío desganada.
Escucho la risa de Aristeo por lo bajo.
—No es cierto. Solo tienes que encontrar el momento en que te sientas más inspirada. No debes presionarte —me dice con el fin de levantarme el ánimo.
Regreso la mirada hacia él e intento regalarle una sonrisa, pero no llego a formar ni la mitad de una. Sus palabras son lindas, pero no estoy segura de cuando sea ese momento, mi cabeza es un lio y no sé cuando se detendrá el constante carrusel en el que me siento girar.
—¿Y si no soy capaz de encontrar un final? —pregunto con cierto temor.
¿Y si jamás vuelvo a estar lista para cerrar este capítulo en mi vida? Aun tengo los recuerdos frescos de todo lo que creí vivir.
Debes darle un final si quieres olvidar y comenzar de nuevo.
Estoy a punto de convencerme de eso cuando Aristeo dice algo que me deja pensando:
—Entonces no busques uno, puede ser que aun no sea el final de la historia.
¿Será ese el verdadero motivo por el que me encuentro bloqueada, o mejor dicho, negada a escribir un buen final?
Me quedo mirándolo sin saber que decir con exactitud. No había pensado en eso de esa manera.
De pronto, dejo de respirar cuando una de sus manos envuelve la mía que está sobre mi regazo.
—Eres inteligente, estoy seguro que sabrás que hacer. Sorpréndeme.
Sus ojos atrapan los míos y me es imposible desviar la mirada.
Sí, puedo sentirlo. Aquí hay algo más. Aristeo no quiere ser mi amigo, por más que no me lo haya dicho con palabras puedo notarlo en el ambiente que se ha cargado de una tensión que jamás antes había experimentado. No me disgusta, no se siente tan mal.
Él es el único chico que hasta el día de hoy ha logrado comprenderme. Y tiene sentido, se ha leído mi vida entera en ese libro; lo que pienso, como actúo y lo que me gusta, todo eso estaba allí.
—Oye, Caitlin... yo quería preguntarte algo —dice con un repentino nerviosismo.
Trago saliva al oír eso, ¿por qué está nervioso?
—¿Qué? —lo animo, aunque también algo contagiada de sus nervios.
—Bueno, estaba pensando... si tú quieres, por supuesto, podríamos salir uno de estos días a... no lo sé, a tomar algo o a comer o... lo lamento, soy muy malo para estas cosas —se disculpa por no saber expresarse.
¡Me está pidiendo salir con él en una cita! Esto no puede ser real, ¿estaré soñando? ¿Habré entrado en otro coma y no me enteré?
Un parte de mí está gritando de alegría, Aristeo me parece un gran chico, pero la otra parte, la que yo a esta altura he comenzado a llamar "no racional" se siente más que triste; incluso me hace sentir culpable. ¿Culpable por qué? ¿Por intentar rearmar mi vida otra vez?
Por salir con otro chico distinto a Dylan. Y haces bien.
Si debo olvidarme de todo eso, primero debo comenzar por olvidar a Dylan. Tengo que olvidar el amor que creo sentir por ese ser imaginario. Y para eso necesito pasar página, empezar de nuevo.
Tal vez Aristeo podría formar parte de ese primer capítulo.
—Me encantaría —sonrío con timidez al responderle.
Una gran sonrisa se extiende en sus labios al oír eso, también puedo notar como sus hombros se relajan inmediatamente. ¿Es que esperaba que lo rechazara?
Mis ojos aun siguen fijos en los suyos cuando él suelta mi mano y la sube hasta mi mejilla para rozar el dorso de sus dedos temblorosos sobre mi piel. Quisiera decir que aquel tacto me causa la misma sensación excitable que cuando me tocaba Dylan en mis sueños, pero no es así. Es extraño, mi piel no cosquillea bajo su caricia. ¿Es así como se siente en la vida real? ¿No hay mariposas en el estómago? Sería decepcionante si descubro que los libros me han mentido toda la vida.
De pronto, los dos nos llevamos un buen susto al escuchar un fuerte golpe a un par de metros de nosotros. El estruendoso sonido del choque deshace la pequeña burbuja que habíamos creado alrededor nuestro.
—Maldición —dice Aristeo en un murmullo. Ya se ha puesto de pie y está analizando todo con los ojos bien abiertos.
Dos autos han chocado de frente estrepitosamente. Uno de ellos ha perdido el parabrisas por completo, pero el otro coche se encuentra casi intacto, o al menos eso es lo que alcanzo a ver desde aquí. Lo más extraño de todo es que uno de los dos automóviles se me hace familiar, aquel que luce su lustroso color negro. Ni siquiera puede verse nada a través de los vidrios. ¿Puede ser que sea el que vi el otro día en la heladería?
Por favor, no es el único coche negro que existe en la faz de la Tierra.
Es verdad, sería una coincidencia muy, muy grande.
Aristeo está por dar un paso al frente, pero se detiene cuando vemos como el coche negro hace chirriar sus ruedas al retroceder a toda velocidad. El conductor vira hacia la derecha para finalmente marcharse del sitio sin mirar atrás.
—Maldito... —masculla Aristeo por lo bajo, luego se gira hacia mí y me sujeta por los hombros—. Tengo que ir a ver, Caitlin. Ve a casa, no quiero que veas esto.
Mis ojos vuelven hacia el auto que ha quedado varado en medio de la calle con varias de sus partes destruidas. Y antes de que mi mente comience a divagar en recuerdos que aun intento superar, me doy la vuelta y comienzo a correr lejos de aquel sitio.
¿Lejos del parque o de tus propios pensamientos?
De todo...
...
N/a:
Hola mis Raezers ❤ ¿cómo están? ¿Cómo los trata la cuarentena? Les pido por favor que se cuiden y cuiden a los suyos, que es lo más importante. Entre todos podemos frenar significativamente el contagio de este virus si nos mantenemos en nuestras casas. ¡Aprovechen y lean muchos libros!
Mientras tanto, me gustaría leer algunas de sus teorías acerca de estos primeros capítulos.
Los quiero a montones ❤
Besos!
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