I
¿Por qué solemos valorar la vida justo en el momento en que estamos en una situación de riesgo? Ninguno agradece ser capaz de respirar, de vivir, de existir, hasta que nos subimos en la cuerda floja. Siempre es lo mismo. Los seres humanos no somos capaces de ver ese cincuenta porciento de suerte que arrastramos con nosotros desde el momento en que nacemos. No somos inmortales. La vida misma, nuestras acciones, forma parte del otro cincuenta porciento. Cada día nuestras probabilidades de morir son exactamente las mismas que de vivir. Nos gusta jugar con la muerte cuando pasamos un semáforo en rojo, o cuando nadamos hacia las profundidades del mar. ¿Por qué hacemos eso? Deberíamos valorarnos más, y no solo a nosotros mismos, nuestras acciones pueden traer consecuencias que podrían afectar a los demás también. La vida puede terminar tan rápido como comenzó. Es tan corta que no nos da tiempo más que a sobrevivir. Nuestro día a día consiste solo en eso: sobrevivir. O al menos aprender a hacerlo.
—Ya está todo listo —me avisa mi madre cuando regresa a la habitación.
No voy a decir que extrañaré este lugar, porque es lo último que haría. Pero sí que voy a extrañar a ciertas personas que han pasado mucho más tiempo conmigo del que soy consciente.
Aristeo, el joven médico que está sentado en la silla ubicada en una esquina de la habitación, observa atentamente cada uno de mis movimientos. Estos últimos cinco días que he estado aquí, me han permitido conocer un poco mejor a la persona que luchó por mantenerme con vida, aquella que además le añadió un poco de color a esa constante oscuridad en la que me vi sumergida.
Yo era capaz de oír todas las voces y de sentir cada textura sobre mi piel, pero no podía ni hablar ni moverme. Esos dos meses fueron los peores de mi vida, y los mejores a la vez. Aristeo se encargó de leerme mi propio libro; recuerdo su varonil voz recitando cada palabra que plasmé en mi computador alguna vez. ¿Podría llamarlo mi salvador? No morí de la angustia solo porque él siempre estuvo aquí conmigo durante esas noches que me parecían eternas, encerrada en un cuerpo que no aceptaba ninguna orden que mi cerebro le mandaba.
Dylan...
Había llegado a creerme su existencia. Estaba segura de que ese mundo era real, pero me llevé una gran desilusión cuando al despertar me encontré en otra realidad muy distinta a la que pertenecí durante dos meses enteros. Viví en mi propia cabeza con personas que yo misma una vez imaginé. Nada de eso existe aquí. Esta es la verdadera realidad, este es el mundo al que me obligan a pertenecer.
Un carraspeo me trae de vuelta a la habitación donde dos personas esperan a que de alguna señal de vida.
—¿Te encuentras bien, hija? —me pregunta mamá, algo preocupada.
Aristeo se levanta de la silla como si hubiesen puesto un resorte debajo suyo y se acerca a mí rápidamente.
—¿Te sientes mareada? ¿Tienes nauseas? —me pregunta, analizando mi rostro con sus bonitos ojos de color miel.
Debo admitir que es un chico muy apuesto. Es alto y mantiene muy bien su imagen, estoy segura de que alguna rutina de entrenamiento debe hacer. Su cabello es corto y de un color castaño oscuro que resalta sobre su piel nívea. La barba que intencionalmente se ha dejado crecer un poco no le sienta para nada mal, incluso lo hace lucir un par de años más grande de lo es en realidad. Aristeo es guapo, inteligente, joven, simpático y divertido. Estoy segura que tiene una larga fila de féminas detrás suyo.
Han pasado cinco días desde que desperté, y durante este último tiempo hemos llegado a conocernos mejor, aunque él siempre ha sabido más de mí que yo de él. Ese libro que leyó es como un diario íntimo para mí, allí están detallados muchos aspectos de mí misma y de mi vida. Quería ser partícipe de una historia de fantasía y de amor, ¿pueden culparme por desear eso? Desde que tengo uso de razón he leído tantos libros que mis expectativas son demasiado altas para este mundo tan... normal. Entonces, hace más de un año decidí crear mi propia historia, detallar a mi alma gemela y tener un poco de acción en mi aburrida vida de adolescente.
Suelto un fingido suspiro de cansancio al oír esas preguntas salir de su boca por enésima vez en el día. Estoy segura que si confirmo alguna de ellas no me dejará ir hasta dentro de un mes.
—Estoy bien —le respondo lo más convincente posible.
Pero nada está bien dentro de mi cabeza. Lo único que he estado esperando desde que mis ojos se abrieron es ver entrar por esa puerta al chico que vive solo en mi imaginación: Dylan. Que estúpida soy.
—Bueno, entonces ya es hora de irte —dice Aristeo con cierto pesar.
—Te prometo que apenas tenga escrito el final de mi historia te lo mandaré por correo —intento darle ánimos.
—Avísame cuando lo hagas, tu hermano tiene mi número —afirma.
Asiento e intento sonreír.
—No eres buena ocultando tus emociones, Caitlin —se ríe él.
No, no lloraré. Este tiene que ser un gran día, al fin saldré de este hospital después de tanto tiempo estando aquí. Tengo que ponerme al día con el instituto y debo darle un final al libro que hasta ahora solo una persona leyó.
—Y tú no eres bueno con las despedidas, Aristeo —retruco, llamándolo por su nombre completo solo para molestarlo. Le gusta que lo llamen solo Teo.
Me mira con sus ojos entrecerrados, pero una ligera sonrisa curva sus labios.
—Está bien, ven aquí —extiende sus brazos y yo me acerco para rodearlo con mi brazo bueno, porque en el otro tengo puesto un yeso. Que bien.
Afortunadamente, mi pierna y mis costillas se recuperaron durante los meses que estuve inconsciente, pero mi brazo izquierdo aun tiene para unos días más con este incómodo yeso.
—Gracias por todo —susurro con un nudo en la garganta.
—Solo he hecho lo que debía hacer —contesta él.
Nos separamos al cabo de unos segundos y mi madre se acerca también para darle un corto abrazo. Toda la familia se ha encariñado con Aristeo, ha sido un gran médico. Todos lo han sido.
—Muchas gracias por todo —le agradece mi madre una vez que se aparta de él.
—¿Estamos listos? —pregunta una voz familiar en la puerta.
Asomando su cabeza está Taylor, que ya tiene en su mano mi bolso con las pocas pertenencias mías que han estado aquí.
Taylor...
Aun me cuesta verlo como a un simple humano. De vez en cuando, la otra realidad se me mezcla haciéndome creer que él es un...
Raezer.
Tonterías, mi imaginación solo está jugándome una mala pasada.
—Sip —respondo formando una gran sonrisa para que nadie sospeche del pequeño problema que me aqueja.
¿Necesitaré terapia? Sé que ya me lo han recomendado, pero yo me he negado. No quiero hablar con nadie acerca de mi vida porque no sé como hacerlo, por eso me expreso mucho mejor a través de la escritura.
—Ah, espera —murmura Aristeo, acercándose al cajón de la mesita de noche. Lo abre y saca de allí mi preciado libro de color lila—. No olvides esto.
Lo sujeto entre mis manos y observo la portada que una vez diseñé. Un triangulo cortado por la mitad ocupa el centro de la imagen, se preguntarán que significa, ¿verdad? No es nada más ni nada menos que la mitad del Duxilum, esa piedra preciosa que es el centro de poder de todos los Raezers. Lo que aun no entiendo es porqué decidí dibujarlo incompleto... aunque tampoco está nada mal, es discreto, me gusta.
No puedo aceptarlo, debería quedárselo él. Yo ya tengo una copia, la copia original que está registrada bajo mi nombre de manera electrónica.
—Quédatelo, Teo —esta vez lo llamo por su apodo—, por si quieres volver a leerlo alguna vez.
Le paso el libro y él lo agarra entre sus manos, mirándolo con cierto cariño. Me gusta encontrar a personas que amen tanto la lectura como yo lo hago.
—Gracias —me sonríe con sinceridad.
Luego de las despedidas, salimos finalmente del hospital. El sol choca contra mi rostro haciendo que mis ojos se cierren por un breve instante. Una cosa es verlo por la ventana, y otra muy distinta es que te bañe al completo, de pies a cabeza, con su brillante luz. Hoy es viernes, eso quiere decir que aun tengo el fin de semana para disfrutar antes de iniciar las clases.
Papá ya nos espera con el nuevo auto estacionado frente a la puerta principal. Agradezco eso, mis músculos aun necesitan recuperar fuerzas, dos meses postrada en una cama no son buenos para el cuerpo. Debería comer más y empezar a hacer ejercicio para fortalecerme. Sí, lo digo en serio.
Miro con curiosidad el nuevo auto que han comprado, el anterior claramente quedó hecho trizas. Un sentimiento feo se remueve dentro de mi pecho al recordar aquello. Es como si se hubiese grabado como una película dentro de mi cabeza, puedo revivir ese terrible accidente una y otra vez.
—¿Puedes hacerlo? —me pregunta mi hermano, viéndome con cierta preocupación.
No me gusta que piensen que soy débil. Yo puedo hacerlo, muchos han superado cosas como estas, ¿por qué yo no podría?
—Sí, claro —respondo con seguridad.
Él me abre la puerta y espera a que suba. Miro por un segundo el interior, es amplio y parece cómodo. Me meto dentro con las manos sudando de los nervios. Está bien, todo está bien. Solo son un par de calles, nada más. Me abrocho el cinturón rápidamente y lo miro por un par de segundos. Todo hubiese sido diferente si no me lo hubiese quitado en ese viaje. Es curioso como la vida puede cambiar por un simple detalle.
Espero ansiosa a que se suba el resto. Mi madre toma asiento en su lugar y mi hermano lo hace a mi lado. Respiro profundo cuando mi padre arranca el coche. Esta es la primera vez que me subo a un auto luego de aquel accidente, sin contar la ambulancia, claro.
Las tiendas y demás casas comienzan a pasar junto a nosotros con lentitud. Algo me dice que mi padre no quiere pisar el acelerador por mí, pero solo hace que me ponga de los nervios, quiero llegar a mi casa cuanto antes. Extraño a Rey, mi perrito, y a mi cómoda cama. Me cansé de esa cama de hospital.
De pronto, me llevo un gran susto cuando el auto que está por detrás nuestro hace sonar su claxon cuando agotamos la paciencia del conductor.
—Idiota —masculla Taylor, lanzándole una mirada fulminante cuando pasa junto a su ventanilla.
Me doy cuenta que mis uñas se han aferrado con fuerza al brazo de Taylor cuando éste hace una ligera mueca de dolor. Suelto su brazo de inmediato y agacho la cabeza algo avergonzada.
Si fuese un Raezer eso no le hubiese dolido ni un poquito.
Un puñal se clava en mi pecho al pensar en ello. Él es un humano, todos en este mundo son humanos. Todo lo que viví estos dos meses, mejor dicho, lo que creí vivir, fue una gran mentira. Me siento tan... decepcionada. Por un momento pensé que esa era mi vida, y eso que al principio me negaba a aceptarlo, pero desde que conocí a todas esas personas increíbles creí que se quedarían a mi lado por siempre.
No diría lo mismo de Dylan. Lo mataste.
¡No lo maté! No escribí el final aun.
Pues a Jill sí.
Una oleada de tristeza me recorre el cuerpo al pensar en eso. Aun soy capaz de recordar el terrible dolor que sentí al verla muerta en brazos de mi hermano. Hubiese sido más fácil si Aristeo se hubiese saltado ese capítulo. ¿En qué estaba pensando cuando decidí matarla en mi propio libro?
Bueno, lo que importa es que ella está viva en la vida real.
Sí, lo está tanto como yo. Recuerdo haberla abrazado con todas mis fuerzas al verla entrar por la puerta de esa habitación de hospital. No podía creer que la tenía frente a mí. Lo único que me dolió en ese momento fue ver que Taylor no la miraba de la misma forma que lo hacía en mis sueños.
Ahora para mi hermano, Jill solo es la amiga de su pequeña hermana. Tal vez así tuvo que haber sido siempre...
¡Dios! Debo dejar de mezclar las cosas. Esta es la realidad, ya no es un cuento. ¡Despierta, maldición!
—¿Estás bien? —me pregunta Taylor al darse cuenta de mi expresión de desasosiego.
Pero ¿cómo hago para olvidarlo todo? Yo amaba a alguien, Dylan era mi chico ideal, lo que siempre había soñado para mí. ¿Se puede amar a alguien que no existe? Mejor dicho, ¿aun lo amo? No entiendo esta mezcla de sentimientos. Mi corazón está vacío por dentro, pero mi cerebro percibe el recuerdo de ese amor tan profundo, tan desmedido, que sentí en algún momento hacia esa persona.
Respira, Caitlin.
Inspiro hondo y me palmeo el hombro mentalmente. Todo estará bien, me vuelvo a repetir.
—Todo está bien —digo a la par de mis pensamientos, respondiendo la pregunta de mi hermano.
Él me toma de la mano y me da un suave apretón para infundirme seguridad. Sonrío ligeramente por su tierno gesto.
—Ya casi llegamos, cielo —me avisa mamá—. Rey te extrañó mucho este último tiempo.
—Ya lo quiero ver —digo, ansiosa por abrazarlo.
Cruzamos las últimas calles y pronto llegamos a mi anhelado hogar.
—¡Sorpresa! —gritan Penny y Jill apenas abro la puerta principal.
Mi rostro pasa del susto a la alegría en una milésima de segundo. ¿Qué están haciendo aquí? Sonrío de felicidad al verlas a ambas, en especial a Jill, que aun no me acostumbro a la idea de que esté con vida. Al parecer han llegado hace poco del instituto, ya que veo sus mochilas en la sala.
Ambas se acercan y me dan un gran abrazo. Yo solo puedo usar una mano, el yeso me impide abrazarlas como se debe.
—Mira que yo duermo mucho, pero tú me has ganado, Caitlin —bromea Jill una vez que nos separamos.
Penny la codea, pero le es imposible ocultar la sonrisa que se asoma en sus labios. Hay que admitir que el chiste ha sido bueno, un poco negro, pero ingenioso.
Extrañaba estar así con ellas. La tres juntas, como tiene que ser.
Rey aparece desde algún lado de la casa y corre a mi encuentro.
—¡Aquí está él! ¿Cómo anda el hermoso bebé? —le digo, hablándole en otro tono de voz.
Lo acaricio por unos cuantos segundos y luego se le acerca a Jill que enseguida se pone a juguetear con él.
—El instituto es horrible sin ti —me confiesa Penny.
—Es cierto, debes volver —la secunda su prima, arrojando a un lado el juguete de Rey para que aquel vaya a buscarlo.
Ni siquiera empecé a cursar mi último año y ya estoy retrasada con los temas. Es increíble.
Me hago a un lado cuando mi familia entra por detrás de mí.
—...en diez minutos, mamá. Solo iré a la biblioteca por un libro —le oigo decir a Taylor una vez que se adentra en la casa.
Respecto a la universidad, mi hermano tendría que haber empezado hace ya un mes, pero le han justificado su inasistencia por las lesiones que sufrió él también. No solo yo estuve mal, Taylor estuvo inconsciente casi todo un día luego de haberse golpeado la cabeza contra el marco de la ventana del auto. Por suerte, no pasó a mayores. En tan solo una semana se irá de nuevamente a Stanford y no volverá hasta ponerse al día con sus estudios. Lo extrañaré.
—¿Que hay de nuevo, chicas? —saluda él cuando ve a mis amigas, va cargando mi bolso sobre su hombro.
Según me contaron, además del golpe en la cabeza, Taylor también sufrió una dislocación en su hombro izquierdo, aunque se recuperó muy pronto de eso, los médicos hicieron muy bien su trabajo. Los únicos que no sufrieron rasguños fueron nuestros padres, todo gracias a las bolsas de aire que amortiguaron el impacto, sin eso los paramédicos dijeron que hoy no estarían aquí para contar la historia. Siento escalofríos de solo pensarlo.
Observo con atención como el cuello de Jill por poco se hace giratorio cuando voltea para ver a mi hermano subir las escaleras. Sí, eso no ha cambiado. Mi amiga siempre ha estado enamorada de él, solo que Taylor la ignora olímpicamente en ese sentido. Me da lástima ella, sus sentimientos por él siempre han sido los mismos. Tal vez por eso decidí atarlos sentimentalmente en mi libro. La rubia debería agradecerme por eso.
Hasta que lea la parte donde la matas.
Gracias por recordármelo, conciencia.
—Oye, ¿por qué jamás nos dijiste que escribiste un libro? —me acusa Jill, levantándose de la cama de un salto.
Estamos en mi cuarto desde hace ya unos veinte minutos. Mis amigas me están poniendo al día sobre todo lo que me perdí estos días. ¿Y saben qué? Acerté con la pareja de idiotas del año, Trevor y Ashley están saliendo tal cual lo que yo escribí.
Toda una vidente.
Era de esperarse. Estoy segura que lo hicieron solo para juntar sus pocas neuronas y al menos conseguir formar la mitad de un cerebro con eso.
—Porque tiene cosas... personales —le respondo a la rubia.
Veo como enciende mi portátil y al cabo de unos segundos comienza a buscar entre mis archivos. Maldición, ¿por qué no le he puesto clave?
—Nosotras somos tus cosas personales, Caitlin. Además si Aristeo pudo leerlo yo también lo haré —sentencia, sin dar opción a replicas.
—¡Aristeo! —exclama Penny con vos aguda—. Madre santa, ese chico es digno de admirar.
—Sí, es muy inteligente —estoy de acuerdo con ella.
No conozco a nadie que se haya graduado de la escuela de medicina a los veintitrés años.
—No me refiero a eso, ¿es que no te diste cuenta de lo fuerte que está?
—¡Penny! —la regaño entre risas.
¿Y tú de que te espantas? Bien que lo miraste lindo estos últimos días.
—Vamos Caitlin, admite que es un chico apuesto —me presiona, golpeándome suavemente con la almohada.
Estoy a punto de responder cuando la voz de su prima se eleva unas cuantas octavas.
—¿"CAITLIN"? —pregunta Jill, desconcertada—. ¿Tu libro se llama "CAITLIN"? ¿Es enserio, Caitlin?
—Te dije que era personal —le recuerdo.
Ella resopla sin quitar la mirada de la pantalla, toca un par de teclas más y se gira hacia mí.
—Listo, enviado —dice sonriente.
—¿A quien se lo enviaste? —indago asustada.
—A mí, duh.
Excelente, ahora Jill sabrá que la maté. ¿Cómo le explico que si ella no moría Taylor jamás hubiese ido de impulsivo al castillo para destruir el Duxilum? Ese fue el motivo principal porque todos lo siguiéramos y nos hayamos aventurado dentro de ese castillo para ponerle fin a todo.
Y donde tú mueres y Dylan te revive.
Un malestar se asienta en la boca de mi estómago al recordar el intenso dolor que sentí cuando lo vi tendido sobre lo hierba, sin vida.
No fue real, concéntrate.
Pestañeo un par de veces para salir de esa ensoñación. Nada es real, Caitlin, nada es real.
—Está bien, pero te advierto que no está terminado —le aclaro.
—Podré con ello, mañana te traeré mi humilde opinión al respecto —afirma, girándose de nuevo en la silla.
¡¿Mañana?! ¿Pero esta chica cómo hace para leer tan rápido?
La veo abrir nuevamente el archivo y escoger páginas al azar.
—Ah, antes que me olvide, mira lo que te hemos traído —llama mi atención Penny, tomando del bolso que dejó en el suelo una pequeña pila de hojas marcadas con separadores—. Estos son todos nuestros resúmenes de lo que vamos viendo hasta ahora en clases.
Sujeto las hojas con cuidado de no desordenarlas y les doy una rápida ojeada. Son copias de sus apuntes. Sonrío, agradecida por el gesto de mis amigas. Incluso han escrito todo con suma prolijidad para que logre entender la letra de cada una, porque siendo sincera, no sé como hubiese entendido la letra de Jill sino...
—No puedo creer que hayan hecho esto por mí, muchas gracias —les digo, realmente agradecida con ellas.
—Y no necesitas devolver nada, te hemos sacado copias para que te tomes el tiempo que necesites en pasarlo todo —concluye Penny con una ligera sonrisita de orgullo en los labios. Algo me dice que eso fue su idea.
No sé que haría sin ellas. El instituto es algo que me tiene realmente preocupada, han sido dos meses de clases perdidas; en ese tiempo se habrán visto mil temas por asignatura más o menos.
—No mientas... —susurra Jill, estupefacta.
Con Penny giramos la cabeza en su dirección y la vemos con los ojos puestos en la pantalla y la boca abierta.
—¿Qué miras? —pregunta su prima con curiosidad.
—Taylor y yo... ¡somos novios! —exclama, desbordando alegría por todos los poros de su cuerpo.
Ay, no. Ya lo sabe.
Penny regresa su mirada hacia mí, esperando una respuesta que justifique mis ideas descabelladas.
—Yo...
—Si tan solo fuese verdad... —me interrumpe la rubia con voz soñadora.
De pronto, un par de nudillos golpean la puerta antes de que veamos a mi hermano entrar al cuarto.
Jill cierra el portátil de golpe y observa a Taylor con los ojos abiertos de par en par. Me encanta su discreción. Desde aquí soy capaz de ver el rubor que comienza a colorear sus pálidas mejillas.
Mi hermano la observa con la boca ligeramente abierta, seguro se debe estar preguntando el por qué de la extraña reacción de mi amiga.
—¿No te ibas a la biblioteca? —intervengo rápidamente.
Gira la cabeza en mi dirección al oírme hablar. Puedo notar que la expresión de su rostro se torna un poco más tensa al posar sus ojos sobre los míos.
—Es que olvidé algo —se excusa con rapidez.
Vuelve a posar sus ojos en mi amiga y yo también lo hago. La pobre está más roja que un tomate, parece de caricatura.
Creo que Taylor oyó lo que estaba diciendo ella antes de entrar. ¿Y si ahora quiere saber más? No, no, no, ¡demonios! Me pongo de pie de un salto y me planto frente a él, forzando una sonrisita de inocencia.
—¿Qué necesitas? —le pregunto amablemente.
—Yo... eh... mamá quiere hablar contigo —murmura. Le echa una última mirada a la rubia y se marcha dándonos la espalda.
¿Qué fue eso?
—Vaya... —susurra Penny, que tiene las cejas ligeramente fruncidas.
—No puede ser, lo oyó todo —murmura Jill con una rapidez extraordinaria. Se tapa el rostro entre sus manos, avergonzada.
—Vuelvo enseguida —aviso antes de salir por poco corriendo fuera del cuarto.
No puede ser, ¿Taylor lo oyó? ¿Por qué me pasan estas cosas a mí?
Bajo las escaleras y me pongo a buscar a mi madre que la encuentro en el cuarto de lavado.
—¿Me llamaste, mamá? —le pregunto, algo agitada por el "ejercicio". No es broma, mis músculos están fuera de forma.
—¿Qué? —responde algo confundida.
—Dijo Taylor que me llamaste —le recuerdo.
—¿Lo hice? —se pregunta a sí misma—. Seguro que sí. De todos modos quería avisarte que dentro de tu armario están todos los obsequios que recibiste por tu cumpleaños, cariño.
Al cumpleaños que no asistí, al menos no consciente.
—Uh... em... gracias por avisar, luego los abro —le digo, saliendo del cuarto de lavado.
Vuelvo a mi habitación y me encuentro con Jill tirada en el suelo en una escena completamente dramática. Su prima la observa desde arriba de la cama.
—No te oyó, tranquila —Penny intenta calmarla.
—Eso espero, porque no quiero que Taylor me interrogue luego —le digo yo, caminando hasta el armario.
Cuando abro sus puertas me encuentro con una gran cantidad de bolsas y paquetes decorados con distintos colores alegres.
—Oh, el nuestro también está ahí —apunta Penny con emoción. Enseguida se levanta para ayudarme con todo.
Comienzo a sacar uno por uno y colocarlos al lado de Jill que aun sigue en el suelo.
—Verás que el nuestro es el más lindo de todos porque yo lo elegí —dice ella entonces—. Es el de la bolsa plateada.
—¡¿Qué dices?! —le grita Penny, indignada—. ¡Si lo hicimos juntas!
Jill levanta la cabeza en mi dirección y susurra:
—No le creas.
Suelto una risilla por su intento de quedarse con todo el crédito. Busco la bolsa plateada que me indicó y una vez que la encuentro meto mi mano dentro para sacar un... álbum de fotos. La respiración se me detiene por un microsegundo al recordar la fiesta de cumpleaños a la que sí asistí.
—¡Sorpresa! ¡Feliz navidad, Caitlin! —exclamó Jill, entregándome un obsequio.
—Gracias, chicas. Entren, no se queden allí —les dije con una gran sonrisa.
Dylan se encontraba ya en la sala. Mis amigas lo vieron y no dudaron en acercarse a saludarlo.
—¿Qué tal Dylan? ¿Cómo te trata el clima? —le preguntó Jill.
Él se rió por lo bajo y les dio a ambas un beso en la mejilla.
—Yo estoy bien, Jill. ¿Y tú que opinas del calentamiento global? —le contestó él.
Penny se giró hacia mí para hablarme mientras los otros dos discutían sobre el cambio climático.
—Te iba a traer a Jill con un moño, porque prácticamente vive en mi casa, pero nos decantamos por otra cosa. Anda, ábrelo.
Saqué el obsequio de su respectiva bolsa y le quité el envoltorio con mis ansiosas manos.
Era un precioso álbum de fotos.
El recuerdo desaparece tan rápido como vino. Miro el álbum de fotos que tengo ahora en mis manos, el real.
—Es perfecto —les digo con una ligera sonrisa.
—Ay, no. No te gustó, ¿verdad? —escucho a Jill decir.
Levanto rápidamente la cabeza y la miro con los ojos bien abiertos.
—¿Qué? ¡No! Me encantó, es hermoso —les digo con sinceridad.
Solo que ese falso recuerdo me ha traído a la cabeza a la última persona en la que quiero pensar ahora.
Hago a un lado esos pensamientos y abro el álbum para verlo más a detalle.
En cada hoja hay entre tres o dos fotos de todas nuestros momentos juntas, y entre cada una hay pequeños dibujos hechos con lápices de colores.
Suelto una risita cuando veo una foto en especial que me trae a la memoria aquel día que la tomaron. En ella estamos Penny, Jill y yo a los doce años. Cada una tiene entre sus manos un cono cargado con dos bochas de helado, o al menos Penny yo lo tenemos. La foto logró capturar el momento justo en que las bochas del helado de Jill inician su descenso hacia el suelo. Lo más cómico es la expresión de su rostro.
—No le encuentro la gracia —murmura la rubia girando la cabeza hacia un lado, fingiendo sentirse ofendida.
—Esa la elegí yo —señala Penny, divertida.
Las dos nos reímos al recordar ese día, y la risa es tan contagiosa que Jill se nos termina uniendo. Nos pasamos una hora entera viendo todas las fotos del álbum, riendo y haciéndonos bromas de todas nuestras locuras.
—Es precioso, gracias —les agradezco de corazón una vez que terminamos de verlo.
—Te dije que le gustaría, mis ideas jamás fallan —le dice a su prima, codeándola suavemente.
Penny rueda los ojos, pero sin quitar la sonrisa de sus labios. Es inútil ponerse a discutirle.
Dejo el álbum de fotos sobre la cama y continúo abriendo los demás obsequios. Ropa, perfumes y dinero. Me siento profundamente agradecida con cada uno de los miembros de mi familia. No soy alguien que se fije en lo material, me basta con que las personas que amo estén allí, acompañándome. De todas formas, ha sido un gesto muy lindo de parte de todos.
—¿Y esta bolsa? —pregunta Penny, agarrando el último obsequio que por poco se nos olvida. Me lo pasa a mí y yo meto la mano dentro de la bolsa para ver lo que es.
Saco una pequeña cajita de terciopelo y la coloco sobre la palma de mi mano. La abro con cuidado y lo que veo dentro provoca que mi corazón se detenga por un instante. Un delgado anillo de plata con diminutos diamantes incrustados en toda su extensión reposa sobre un pequeño colchón blanco.
—¿Estás proponiéndome matrimonio? —pregunté a modo de broma para aligerar un poco el ambiente.
Dylan alzó las cejas sorprendido y sus mejillas se colorearon un poco. Me encantaba ver como se ruborizaba, eso no sucedía seguido.
—Eso quisiera —respondió para mi sorpresa—, pero hoy no será.
Sus palabras me dejaron perpleja. Madre mía, ¿lo dijo enserio?
Dylan tomó mi mano y le dio un tierno beso antes de que colocara el anillo en el dedo índice.
—Es precioso, Dylan —dije en un susurro. Mis ojos observaron con detenimiento los destellos que eran provocados por la luz del sol al impactar contra los pequeños diamantes. Vaya...—. Gracias.
Sus ojos me observaron con cariño, con una mano me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y yo sonreí con timidez.
—Sé mi novia, Caitlin —me propuso, de pronto.
Pestañeo varias veces para quitar la humedad que ha comenzado a acumularse en mis ojos.
Todo es producto de tu imaginación.
A ver, ¿cómo explico esto? Reconocería este anillo donde fuera. Dylan me lo obsequió, estoy segura de eso. No puede haber tanta coincidencia junta. Además es el mismo que mi cabeza imaginó cuando no me quedaba otra mas que oír mi propia historia.
—Oh, ese es el anillo que te obsequió tu abuelo, ¿verdad? —indaga Jill con curiosidad.
¿Mi abuelo?
—¿Cómo va a saberlo si ella no estaba despierta? —le cuchichea Penny, medio regañándola por su comentario.
—Te explico entonces —comienza la rubia—, tu abuelo nos contó aquel día que tu abuela tenía un anillo que jamás usaba y que cuidaba como si fuese sagrado, temía perderlo. Con ese anillo él le declaró su amor por primera vez. Y como era tan especial para ella quiso que lo tuvieras tú, ya sabes, como ustedes eran tan unidas...
Llevo mis ojos al retrato de mi abuela que tengo sobre la mesita de noche, junto a la cama, donde también tengo la pequeña muñeca de porcelana que mi otra abuela me obsequió. Hace ya un año que Dulcie dejó este mundo para aventurarse en otro totalmente desconocido. Durante ese tiempo me dediqué a seguir escribiendo mi libro, era lo único que podía distraerme.
Observo el anillo por un par de segundos más, pasando con suavidad un dedo sobre los pequeños diamantes que lo decoran. ¿Es verdad que esto era de mi abuela? Tal vez lo haya visto de niña y es por eso que el anillo que Dylan me obsequió lo describí en mi libro de esta forma.
Tiene sentido.
¿Debería usarlo o guardarlo? Me gustaría poder llevar algo de Dulcie conmigo a todas partes. Me lo coloco en el dedo índice, sintiendo un extraño cosquilleo en mi vientre. Es precioso.
—Es muy bello —susurra Penny, viéndolo con fascinación.
—Yo también quiero uno —comenta Jill, viéndolo de igual manera que su prima—. El único anillo que me han regalado es uno de plástico que gané en un juego de feria.
—¡Oh, casi olvidamos de decirle, Jill! —exclama Penny con emoción—. A partir de mañana abrirá una feria en el centro de la ciudad. Habrá juegos...
—Algodón de azúcar... —añade Jill.
—Casas del susto... —enumera Penny.
—Comida... —le sigue la rubia.
—Un cuarto de espejos...
—Palomitas...
—El famoso túnel del amor... —continua la castaña, pestañeando varias veces al decir aquello.
—Refrescos... —dice Jill, realmente entusiasmada por todo lo que va a poder comer.
—Ya entendí —las interrumpo, riéndome—. Habrá diversión y comida, ¿no?
—¡Sí! —responde Penny con voz aguda.
—¡Exacto! —dice la otra al mismo tiempo.
—Entonces, ¿iremos? —les pregunto, algo emocionada. No me vendría mal relajarme un poco después de todo.
Aunque enseguida recuerdo algo importante. Bajo la vista a mi brazo y el yeso por poco me sonríe con maldad.
—La mayoría de los juegos pueden jugarse con una mano —se las arregla Jill para subirme el ánimo.
—Como tirar el aro a las botellas —Penny le sigue la corriente.
Es cierto, muchas cosas pueden hacerse con una mano. ¡Agh! Tan solo faltan unos días para que me saquen esto.
—Entonces, ¿mañana a las cinco? —les digo a ambas, formando una gran sonrisa.
Mis amigas se quedan un rato más y luego deciden que ya es tiempo de marcharse. Por otro lado, a mí me han dado ganas de comer helado. Sí, ver esa foto del álbum me ha despertado las ganas.
—Iré a comprarme un helado, vengo enseguida —le aviso al primero que veo en la casa, mi padre.
Él está sentado en la cocina, muy concentrado resolviendo un crucigrama.
—Te acompaño —se apresura a decir, haciendo a un lado la revista.
Allá vamos...
—Estoy bien, papá —digo, poniendo los ojos en blanco.
Salí hoy del hospital y es como si...
¿Hubieses estado dos meses casi muerta? Pues lo estuviste.
Suspiro en mi interior. Desde que desperté del coma puedo notar cierta culpabilidad en su mirada, eso me duele demasiado. Él no tuvo la culpa de nada.
—Lo sé, solo iré porque... porque justo estaba por sacar a Rey a pasear, podemos ir juntos.
Que vil mentira.
—Está bien —sonrío.
Rey aparece de la nada y comienza a dar vueltas, entusiasmado por salir de una buena vez. Papá no tarda en ponerle la correa y al cabo de unos pocos minutos ya estamos caminando hacia la tienda de helados más cercana, con nuestro perro olfateando todo lo que ve por el camino.
Papá me va actualizando de varias cosas mientras paseamos. Me comenta sobre los resultados de algunos partidos de baseball, y también me cuenta la historia de como a mi pequeño primo Bradley se le han caído tres dientes juntos. Cuando el niño fue a visitarme con mis tíos al hospital, papá dijo que no podía hablar sin escupirnos a todos. ¿Creen que eso le afectó al pequeño? Pues claro que no, parecía un disco rayado, no dejaba de hablar. Al menos aprendió que no debe escalar repisas.
En medio de la caminata, un gato cruza rápidamente la acera y Rey comienza a ladrar como un desquiciado, tironeando de la correa para poder ir tras el pobre animal.
—Tranquilo, amigo. No irás tras ese gato —le dice mi padre, ajustando su agarre entorno a la correa para asegurarla.
—¡¿De verdad han visto un alien?! —pregunto maravillada por la noticia que me acaba de dar antes de que el felino hiciera su aparición.
—Y te lo perdiste, todos los canales de televisión lo transmitieron. Bajó de su nave espacial y dijo: "Paz. Oh, y saludos para Caitlin" —dramatiza, usando una voz gruesa.
—¡Papá, basta! —lo regaño entre risas —. No puedes hacerme una broma así, sabes que me ilusiono rápido.
Mi padre se une a mi risa y pasa un brazo sobre mis hombros para atraerme contra su cuerpo. Deposita un beso en mi coronilla al momento en que llegamos a la abarrotada tienda. Al parecer hoy todo el mundo tiene ganas de comer helado.
Nuestro turno llega exactamente cinco minutos después, nos atiende una joven muy amable. Una vez que tengo mi helado en mano salgo afuera mientras espero a que papá elija el suyo, también comprará para llevarle a mamá y a Taylor. Al final, todos salen ganando en esta caminata, excepto Rey que no se ha podido comer al gato.
Observo fijamente el helado que sostengo con mi mano sana. La crema de vainilla comienza a derretirse lentamente, al igual que la de fresa. Pensaba esperar a mi padre para comenzar a comerlo, pero creo que me tendré que adelantar a ese momento.
Con la cuchara comienzo a emparejar los bordes, pero claro, no es lo mismo que pasarle la lengua. ¿Desde cuando finjo tener modales?
Dale una buena lamida a ese helado, por favor.
Por supuesto que sí.
Cuando estoy a punto de hacerlo, mi atención se ve acaparada por un coche de color negro que se detiene justo frente a mí. Con la lengua fuera, justo sobre la crema de vainilla, me quedo paralizada. Me siento observada. Entrecierro mis ojos para poder ver quien está dentro, pero los vidrios polarizados no me dejan ver absolutamente nada, ni siquiera una sombra de quien pueda ocupar el asiento delantero. No sé por qué, pero sin previo aviso mi corazón comienza a latir despavorido.
Instintivamente doy un paso atrás, alejando el helado de mi boca.
¿Y si es alguien que ha venido a comprar helado?
¿Y por qué no baja aun?
Mi corazón no detiene su frenético latir, pero sí que se frena abruptamente cuando una mano se apoya sobre mi hombro. Pego un pequeño brinco del susto y volteo rápidamente para ver a mi padre listo para marcharnos. En una mano trae su helado de crema de chocolate y fresa (sí, compartimos ese mismo gusto), y en la otra trae la correa de Rey junto con otra bolsa donde viajan los potes de helado de mi madre y de mi hermano. Mi perro empieza a ladrarle a algo a mis espaldas.
—¿Que ocurre, cariño? —me pregunta mi padre, algo preocupado por mi reacción—. ¿Te sientes bien?
Vuelvo a mirar hacia donde estaba aquel auto, pero me sorprendo de no verlo más allí. Miro a ambos lados y lo veo a mi izquierda alejándose a toda velocidad. Puedo sentir como poco a poco comienzo a tener mejor control de mi cuerpo, llevando mi frecuencia cardíaca a niveles normales.
—S-sí, por supuesto —respondo, intentando actuar con normalidad.
Eres pésima.
—Bien, entonces es hora de volver.
Mientras caminamos, mi cabeza no deja de reproducir aquella escena. ¿Qué ha sido eso? ¿Quién estaba al volante de ese auto? Y si era... no. ¡Basta!
Creo que ya estoy paranoica. No puedo esperar por cosas que jamás van a pasar.
Debo olvidar.
Necesito olvidar...
...
N/a:
¡Primer capítulo! Espero que les haya gustado ❤. Estoy muy contenta por comenzar con este nuevo libro. ¡Les tengo muchas sorpresas preparadas que ni se imaginan!
No se olviden de votar y comentar, los leo siempre ❤
¡Hasta el próximo capítulo!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro