XXXVII
El mundo tiembla bajo mis pies cuando luego de tanto tiempo vuelvo a tener frente a mí aquellos ojos grises que tanto he extrañado.
Nuestros corazones bombean frenéticamente a un mismo ritmo, completamente sincronizados, como si fuesen solo uno.
Es extraño volver a sentirme así. Él es quien controla cada una de mis emociones, y por más barreras que haya creado sigue sin perder su magia, logra que con una mirada vuelva a quedar expuesta emocionalmente ante él.
No puede suceder otra vez, no caigas en el mismo juego.
Es difícil ocultar lo que siento cuando se crea entre ambos una energía que me atrae indudablemente hacia él. Creía haber olvidado lo que se siente, pero no puedo negar que ahora es mucho más fuerte que antes. Al parecer el tiempo no hizo más que fortalecer y hacer más resistente nuestra conexión.
Si presto más atención soy capaz de percibir, muy tenuemente, la fina capa translucida que está a milímetros de su piel: su escudo.
No sé exactamente que decir, estoy paralizada frente a él, viendolo como si fuese un fantasma.
Soy consciente de que percibo mucho mejor que antes cada emoción que lo embarga en este momento. Inquietud, inseguridad, amor y... ¿miedo?
Al rechazo.
Me alegra que tenga dudas sobre lo que piense de él, porque le puedo asegurar que mi reacción no será la que se esté imaginando.
Olvídense de que correré a sus brazos. No lo creo. He pasado por un mes espantoso, casi no he dormido ni comido bien pensando que algo malo le podría haber sucedido, pero ahora el señor decide aparecer nuevamente en el colegio como si nada, como si todo siguiera igual. No pensó siquiera en verme antes en mi cuarto, en su casa o en cualquier otro lado que no sea aquí, para poder hablar en privado.
Es doloroso querer alejarme de él sabiendo cuanto aún lo amo, pero tendrá que ser así. No quiero pasar de nuevo por lo mismo.
—Caitlin... —Dylan pronuncia mi nombre en un suave susurro, despertando el centenar de mariposas que habían estado durmiendo desde hace semanas en mi estómago.
No sé que decir, mi mente está en blanco.
Al ver que no consigue ninguna respuesta de mi parte, hace un amago de levantarse, pero en seguida reacciono y extiendo una mano delante de mí.
—No. No lo hagas —le advierto con voz temblorosa—. No te quiero cerca.
De repente, una mano se enrosca en mi brazo y me obliga a quitar la mirada de esa persona que una vez tanto adoré.
Lo sigues haciendo.
—Caitlin —murmura Kyle, con el semblante preocupado—. Dylan necesitaba volver.
—¿Necesitaba? —pregunto confundida—. ¿Cómo sabes tú eso?
Kyle se queda mudo por los primeros tres segundos, y luego empieza a hablar atropelladamente.
—Bueno... ya sabes, yo estaba... Dylan me dijo que...
Esperen un momento, ¿Kyle sonando nervioso? Algo huele mal aquí.
Yo ya me he dado cuenta hace rato. ¿Tú no?
No puede ser... ¡Él lo sabía!
Bingo.
—Tú sabías muy bien donde estaba. ¿Te seguías comunicando con él? —pregunto horrorizada por mi descubrimiento, e intentando mantener la voz baja para no acaparar la atención de los demás.
Kyle no responde, solo se limita a verme con expresión culpable.
Maldito traidor.
Tengo la mirada de ambos sobre mí, a la espera de mi siguiente movimiento. Les aseguro que no me quedaré aquí. No podría siquiera pasar un segundo al lado de Dylan sin sentirme mal.
Giro sobre mis talones e inicio la marcha fuera del aula, sintiendo varias miradas puestas en mí. ¿Qué estarán pensando de mi salida extremadamente dramática?
—Maldición —escucho sobre el repentino silencio la voz de Dylan.
—Déjala, necesita tiempo para pensar —le oigo decir a Kyle.
Corro a paso humano por los pasillos, esquivando a los demás estudiantes que caminan en contra mío.
Salgo del edificio y enseguida soy bañada por la torrencial lluvia que ahora cae con más fuerza que antes.
Recuerdo que debo guardar el teléfono en la mochila, pero no sin antes hacer una llamada.
—Caitlin —me atiende el llamado Penny.
—¿Estas de camino al instituto? —le pregunto, mientras camino hasta situarme debajo de un techo para no mojarme.
—Aun estoy en sostén, no encuentro la blusa negra que compré el otro día —murmura preocupada.
—¿Estás segura que la compraste? —cuestiono con prisa, no quiero ver salir a Dylan.
Penny duda por un momento y desiste la búsqueda.
—Tal vez soñé con eso —dice pensativa.
—Oye... acabo de salir del instituto. Dylan ha vuelto —digo con voz trémula.
—Eso no suena bien, ¿tú como te sientes al respecto? —me pregunta, poniendo toda su atención.
—Yo... —las palabras no quieren salir. Siento que estoy a punto de largarme a llorar. No quiero eso.
—¿Qué te parece si vienes a mi casa? —dice rápidamente al oír mi titubeo—. Mis padres están de viaje, no volverán hasta mañana. Así que no tengo quien me impida faltar hoy a clases.
Es una buena idea, cualquier lugar será mejor a que estar cerca de Dylan. Ya no soporto sentir esa maldita atracción hacia él. ¿Por qué durante estos días no la sentía? Ahora ha vuelto con mucha más fuerza, es casi imposible poder poner resistencia.
No se dan una idea del autocontrol que estoy teniendo en estos momentos.
Con las emociones a flor de piel me pongo en marcha hasta la casa de Penny. Por suerte traigo conmigo mi nuevo paraguas, el anterior se destrozó en ese sombrío callejón aquel día en que me transformé en lo que soy ahora, un maldito monstruo.
No quiero correr, necesito caminar para despejar mi mente que es un caos. Además sería extraño para Penny, ¿cómo es que llegué tan rápido?
Mientras camino hacia mi destino, mi mente recrea la mirada de Dylan ante mi rechazo.
¡Maldición! Antes de que regresara tenía planeado decirle tantas cosas, pero ahora que tengo la oportunidad para hacerlo solo quiero mantenerme alejada de él. Estoy muy molesta. Su ausencia me ha dolido demasiado, más de lo que él cree. Verlo nuevamente causa un torbellino de sensaciones que realmente me confunden.
—No estés triste, Caithy —me consuela Penny una vez que estoy con ella. Estamos acostadas en su cama, comiendo de una bolsa de patatas fritas. Ella se ha vuelto a poner su pijama y me ha prestado ropa seca porque la mía se encontraba algo húmeda—. Si ya no lo quieres simplemente debes decirle que se aleje de ti.
El problema es que aun no lo he dejado de querer.
—No es tan fácil, Penn —contesto desanimada.
Si tan solo supiera...
Ahogo mis penas con un gran puñado de patatas fritas.
—No entiendo a qué juega —digo con la boca llena.
¿De verdad quiere destruir a todos los Raezers? ¿Qué hará con su abuela?
—Ya deja de preocuparte, amiga. Ya sé lo que necesitas tú.
Una buena dosis de los labios del Dios griego, pero nos contendremos. Digo, te contendrás, Caitlin.
Mis pensamientos son demasiados contradictorios, esto me está agotando.
—Hoy saldremos en la noche —dice de pronto.
¿A comer una pizza o algo así, verdad?
—¿A un cine? ¿O a cenar? —pregunto con tranquilidad.
—A una fiesta —responde con una gran sonrisa.
¡¿Qué cosa?! No, definitivamente no, eso no es lo mío. Antes que beber y salir de fiestas, prefiero ahogar mis penas en libros o películas tristes. Además mañana tenemos clases, hoy recién es miércoles. No me entusiasma la idea de ir con la almohada pegada en el rostro al instituto.
—Mañana tenemos clases, por si lo habías olvidado. De todas formas yo no...
—Tienes prohibido decir que no —me advierte, interrumpiendo lo que estaba a punto de decir—. No faltaremos al colegio mañana, volveremos temprano, lo prometo.
Conociéndola bien, seguirá insistiendo aunque diga que no.
Tal vez no sea tan malo... podría intentarlo.
—Le avisaré a Jill —digo, tomando mi teléfono.
Seguramente la rubia ya debe estar en clases.
Penny da unas palmaditas de alegría y corre a su armario a buscar qué va a vestir esta noche.
—Tú usarás esta arma mortal —me enseña un hermoso vestido negro con pequeños brillos por doquier.
Sonrío al recordar con su frase una de mis películas favoritas desde niña.
Admito que el vestido es bellísimo. Y aunque no me gustara no tendría opción. Yo no tengo vestidos para salir de noche, sin contar el que me regaló mi abuela cuando fuimos de compras, pero desentonaría bastante para la ocasión.
Hoy es el cumpleaños del amigo de Thomas, el novio de Penny. Su fiesta es en un club no muy lejos del centro de la ciudad. Habrá mucha gente. Según Penny, el cumpleañero es una persona extremadamente sociable.
Llegada la hora, las tres bajamos de coche. Afortunadamente, la lluvia cesó hace rato y el clima se ha puesto de nuestro lado.
Frente a la puerta del club hay un hombre de seguridad custodiando. Me quedo mirándolo por un segundo, pensando en quien es más grande, si el sujeto o la puerta.
—Conozcamos al cumpleañero entonces —dice Jill, avanzando hacia la fila con ese corto vestido plateado que tan bien le sienta al cuerpo.
Me uno a su caminata y Penny lo hace por detrás de mí. La castaña lleva un vestido del mismo color que el mío, solo que no tiene brillos y tiene un poco más de escote que el mío.
Mis amigas dominan los zapatos de taco mil veces mejor que yo. Siento que en cualquier momento me daré la cabeza contra el suelo.
Desde aquí afuera puedo oír con claridad la música del interior. La escucho más fuerte de lo que debería, mis oídos están más agudizados que de costumbre.
Mientras avanzamos en la fila el nerviosismo crece cada vez más. Nosotras no tenemos edad para ingresar a estos lugares. Ni siquiera hemos falsificado nuestras identificaciones.
—¿Cómo haremos para entrar? —le pregunto a Penny al oído.
Mi amiga me observa con una sonrisa de fingida suficiencia y se pasa una mano por su lacio cabello, sujeto en una cola de caballo alta.
—Tú solo observa —responde.
Llega nuestro turno y mi amiga se pone al frente de las tres. El hombre, de talla grande y piel morena, pone cara de pocos amigos al vernos.
—Esto no es una guardería —es lo primero que le dice él.
—Lo sabemos —contesta la castaña con mucha seguridad en sus palabras, ni siquiera titubea—. Luca Giovanni me ha pasado la dirección, suponía que no se confundiría.
El de seguridad abre ligeramente los ojos y abre de inmediato la puerta para que entremos.
—Lo lamento, pase señorita. Al señor Luca no le gusta que lo hagan esperar —dice con nerviosismo.
—Lo sé. Ellas vienen conmigo —nos señala a Jill y a mí.
El de seguridad asiente y nos permite pasar al interior del club.
Adentro las luces normales son muy tenues, las que se llevan todo el crédito son las de colores que iluminan en todas direcciones. Lo peor de todo es la música, aturde mis oídos como si tuviese el parlante al lado. Es una sensación muy molesta.
—¿Conoces al dueño? —le pregunta Jill confundida, debiendo alzar la voz más de lo habitual para que la escuchemos sobre el ruido de la música.
—Thomas me dijo que solo diga eso —le responde su prima en el mismo tono de voz.
Jill y yo abrimos la boca sorprendidas.
—¡Genial! —grita de pronto la rubia, emocionada—. ¡Hay que ir por unos tragos!
No estoy muy de acuerdo con esa idea, pero no me queda más remedio que seguirlas porque avanzan entre la multitud de gente sin darme tiempo a réplicas.
Mis padres me matarán si se enteran que estoy aquí. Les dije que pasaría la noche en la casa de Penny.
Que rebelde.
Llegamos a la barra y Jill pide tres tragos de no se qué.
—Margarita con jugo de mango —me explica ella, pasándome mi vaso—. Es más jugo que alcohol, descuida Caitlin.
Veo el contenido con horror. Será mi primera vez tomando una bebida con alcohol. Jamás ha sido de mi agrado este tipo de bebidas, el alcohol es amargo y feo, no entiendo por qué la gente lo toma.
—Recuerden no beber más que esto, mañana tenemos colegio, y yo tengo que manejar —nos avisa Penny, tomando el papel de adulto en el grupo. Lo hace bien—. Si me permiten... debo buscar a Thomas, vuelvo enseguida.
Me quedo con Jill junto a la barra. Yo aún sigo mirando el vaso que tengo en la mano como si fuese veneno.
—Vamos, Caitlin, bebe un poco —me incentiva Jill—. Si no te gusta puedes dejarlo. Recuerda a que has venido.
A divertirme. A mantenerme alejada de Dylan. A no pensar en él.
¿Qué hará si se entera de donde estoy? En un lugar repleto de gente, donde cualquiera de aquí podría ser un Raezer y atacarme sin importarle absolutamente nada.
No, basta. No quiero pensar en eso ahora. He venido aquí a distraerme, no a atraer los problemas.
Decidida a que esto es lo que quiero, le doy un trago largo a mi vaso. El gusto amargo del alcohol no logra camuflarse por completo con el jugo de mango. Contraigo el rostro en una mueca al sentir el liquido atravesando mi garganta.
—¡Eso es! —se ríe Jill, dando también un trago a su vaso—. ¡Bailemos!
Me arrastra hacia la pista de baile y nos mezclamos entre las demás personas.
Debo admitir que este no es un ambiente en el que me siento cómoda, pero por una extraña razón me siento bien bailando. Es como si aquel trago de alcohol ya estuviera haciendo efecto en mí. Así de rápido, aunque no lo crean.
Termino mi vaso y lo llevo nuevamente a la barra.
¿Otro?
Mm... otro.
—Deme otro —le pido al barman, pero enseguida la voz de Jill se oye por encima de la mía.
—Caitlin, dijimos que solo uno —me recuerda, dejando su vaso vacío sobre la barra.
—Uno más no me hará mal Jill —contesto completamente relajada—. Pide otro tú también, adelante.
Vinimos a divertirnos, ¿verdad? Para mañana estaremos bien, no nos estamos tomando la botella completa, solo un poquito.
Además quiero un poco más, el alcohol me ha ayudado a despejar la mente. Ya no pienso en Dylan, ni en Raezers, ni en nada que en una Caitlin no alcoholizada le haría darse la cabeza contra la mesa del escritorio.
De repente, Penny aparece por detrás de nosotras con una expresión de desilusión.
¿Qué le ha pasado?
—No encuentro a Thomas por ningún lado, me dijo que estaría aquí. Tampoco atiende su teléfono.
—Tal vez tuvo que salir a hacer algo. Ya vendrá y nos lo presentarás —la tranquiliza su prima—. Además debo conocerlo, ni siquiera he estado cerca de él en el cumpleaños de la abuela.
—Sí... puede ser. Bueno, no importa —intenta ocultar la decepción que se refleja en su rostro con una sonrisa—. ¡Vayamos a bailar!
—Ahora las alcanzo, beberé solo uno más, lo prometo —les digo con soltura, como si beber fuera lo que hago todos los días.
Jill está por decir algo, pero su prima la toma del brazo y la lleva a la pista de baile.
Le pido al barman un trago un poco más fuerte que el anterior. Quiero probarme a mí misma hasta donde puedo con el alcohol. Bebo unos tres tragos del coctel y casi hago una arcada al sentir el ardor y la quemazón que el alcohol deja a su paso por mi garganta. Es asqueroso. Hasta aquí llego.
Si el barman tan solo supiera que aún no tengo edad para tomar... creo que se metería en problemas. De todas formas, la culpa no es de él, sino del guardia de seguridad que no nos pidió nuestras identificaciones por miedo a que el tal Luca lo despidiera por hacerlo esperar.
Me siento bien rompiendo las reglas por una vez en mi vida. Se siente liberador.
Solo que hay un pequeño problema, no ha sido una buena idea tomar algo no diluído con jugo. La cabeza comienza a darme vueltas y mi cuerpo se siente como si tuviera encima treinta sacos de papas.
Intento dejar sobre la barra el vaso con el poco líquido que queda dentro, y digo que intento hacerlo ya que no apunto donde debía y el vaso se me cae al suelo, ensuciándome por todos los zapatos.
Maldición. ¿Dónde están mis amigas? Esto ya no me está gustando.
Estiro el cuello para poder ver sobre las cabezas de las personas, pero es imposible, soy un maldito gnomo.
Lo único que alcanzo a visualizar son un par de sillas a unos metros de donde estoy. Camino hacia allí, en una línea no muy recta. Entonces me detengo a mitad de camino cuando alguien coloca una mano en la parte baja de mi espalda.
—¿Necesitas ayuda? —me pregunta una voz desconocida—. Alguien de tu edad no debería beber.
Me aparto torpemente de él y me volteo a verlo.
Un joven de aproximadamente unos veinte años está parado junto a mí, con una sonrisa coqueta en el rostro que marca dos pequeños hoyuelos en sus mejillas. Sus ojos son de un color negro intenso, y su cabello es de color similar al mío, marrón cobrizo. Su cuerpo es de la complexión de un joven normal, ni muy corpulento, ni muy flaco, o eso puedo notar bajo la tela de su camisa negra...
Levanto un dedo delante de él y lo señalo acusadoramente.
—¿Cómo sabes... cuántos años tengo? —balbuceo.
El chico sonríe de oreja a oreja y se acerca un centímetro más.
—Eso me lo dirás tú, así es como se mantiene un conversación —responde con presunción.
Sonrío como borracha y niego con la cabeza.
—Primero tú —contesto arrastrando las palabras.
Aguarden... ¿estoy coqueteándole?
Yo creo que sí.
Por un instante creo sentir una sensación de... magnetismo hacia algo por detrás de mí.
Oh no...
No es hacia algo, es hacia alguien.
Volteo a ver rápidamente, pero olvido por completo que mi equilibrio no está mucho mejor que antes, todo lo contrario. Me balanceo hacia adelante y casi caigo contra el suelo si no fuera por el chico que me sujeta de la cintura e impide que pase vergüenza.
Levanto la mirada y me encuentro con los ojos de Dylan a un par de metros lejos de nosotros. Mi cuerpo reacciona de inmediato al verlo; siento las mariposas revolotear en todo mi estómago, y la respiración se me torna irregular.
¿Qué está haciendo aquí?
Viste una camisa azul marino y unos pantalones oscuros, o eso es lo que alcanzo a ver entre la poca luz que hay aquí.
Su mirada seria está puesta en el sujeto que me mantiene con los pies en la tierra. Puedo notar desde aquí que la ira es lo único que lo domina en estos momentos, con su ceño fruncido y sus manos convertidas en puños a cada lado de su cuerpo, pareciera que en cualquier momento perderá el control de sí mismo.
—Eso estuvo cerca —murmura el chico junto a mí, ayudándo a enderezarme—. Soy Joe.
Vuelvo la vista hacia él y sonrío gentilmente, o... lo más parecido a eso. La cabeza me da muchas vueltas.
—Gracias, Joe. Soy... Caitlin —le digo amablemente, aunque siento que mi voz está más lenta de lo normal, o tal vez sea mi mente.
O puede que sean las dos.
—Un nombre bonito para una chica bonita —dice con una sonrisa ladina en sus labios.
Sonrío nerviosa y doy un paso atrás. La presencia de Dylan me ha puesto incómoda. Y tampoco estoy pensando con mucha claridad, ni siquiera se que estoy haciendo.
Coqueteando con un chico frente a tu novio.
Dylan no es mi novio.
—Oye Joe... lo lamento, creo que debo irme.
Esto no está bien, no vine a conocer a nadie más.
Las luces, el color, la multitud de personas, todo me resulta molesto ahora. ¿Así se siente estar borracha? Llevo el dorso de mi mano sobre la película de sudor que cubre mi frente y la limpio de inmediato. Me siento horrible.
—¿Ya te vas, cariño? —susurra de pronto en mi oído, con voz seductora—. Apenas estamos conociéndonos.
Su mirada desciende hasta mis labios y vuelve en seguida a mis ojos, dándome a entender su siguiente movimiento.
Maldición, esto se me está yendo de las manos.
El chico que tengo ahora frente a mí no se asemeja ni un poco al que acabo de conocer hace unos minutos. Su mirada de simpatía ha cambiado, de un momento a otro, a una lasciva. Es repugnante.
Doy otro paso atrás e interpongo una mano delante de mí. Puedo sentirme repentinamente cansada, me siento como si no hubiese dormido desde hace meses.
—¡Oye que te pasa, idiota! —brama Jill junto a mí. Sus ojos están puestos en Joe, que ahora la mira de forma desafiante—. ¡No la molestes!
Penny aparece por detrás de su prima y observa confundida la situación.
Sí, esta es nuestra pandilla de niñas malas. Quiero reírme de mi pensamiento, pero me contengo, no quiero parecer una loca. Aunque... no estoy muy lejos de parecerlo en estos momentos. Veo doble, escucho ecos, tengo sueño, y a la vez me siento extremadamente feliz.
—¡Joe, querido amigo! —reconozco la voz de Kyle de inmediato. Ha aparecido de la nada, pasando un brazo sobre los hombros del chico.
Kyle lleva puesta una chaqueta de cuero sobre la camiseta blanca que viste.
Joe lo observa con una expresión de desconcierto que es muy graciosa.
—¿Y tú quién demonios eres?
Kyle sonríe con arrogancia y se acerca a su oído para susurrarle:
—El que te partirá la cara si no te alejas de ella.
Joe se las ingenia para escapar del agarre de Kyle, y sin pensárselo dos veces le da un puñetazo en el rostro.
¡Mierda! Esto no terminará bien. Conociendo a Kyle, no se irá sin darle su merecido. Joe le acaba de partir el labio, y solo un poco de sangre sale de la herida que desaparece como por arte de magia un segundo después. Kyle se limpia la pequeña cantidad de sangre con el dedo y fulmina con la mirada a su agresor.
Lo matará. Debo intervenir.
—¿Qué crees que haces? —le pregunto a Joe, enfadada. Me acerco a él y le doy un empujón que debía ser suave. Digo debía porque Joe sale volando unos cuantos metros lejos de nosotros, y cae contra una de las mesas que hay en una esquina del lugar.
Ups.
Observo a mis amigas, que están igual de sorprendidas que yo. Eso no debía suceder.
No entiendo la razón, pero me entro a reír como si me hubiesen contado el mejor chiste de toda mi vida.
—Ustedes no saben nada, chicas —les digo entre risas—. Soy una Raezer, y eso es lo que podemos hacer. Tengo fuerza, velocidad y...
—Es hora de irnos —masculla una voz demasiado familiar en mi oído. Sus mano cálidas cubren mis hombros y causan que miles de descargas recorran mi piel bajo su tacto.
Volteo solo un poco y mi rostro queda a centímetros del suyo. Nuestros labios casi se tocan, puedo sentir su respiración sobre los míos.
—Estoy explicando, Dylan. Déjame terminar —digo molesta por su actitud. Me vuelvo hacia mis amigas y continúo hablando mientras arrastro las palabras al hacerlo—. Discúlpenlo, pero a él no le gusta que hable de nuestro secreto. Kyle también es...
No llego siquiera a terminar la frase, que me veo jalada del brazo en dirección a la puerta trasera del club. Golpeo la mano de Dylan que se cierra entorno a mí como si le fuese la vida en ello. Me conduce a paso apresurado, con Kyle pisando nuestros talones.
Una vez afuera se me ocurre hacer lo único que puede poner distancia entre nosotros. Mi escudo.
Las emociones dentro de mí en estos momentos son diversas, siento enfado, angustia y decepción, pero esto último solo por mí. Estoy decepcionada de mí misma, no puedo creer lo que acabo de hacer ahí dentro. El alcohol en mi sangre está haciendo estragos, apenas puedo mantenerme en pie. Y ya no veo doble, ahora veo triple.
Sin hacer tanto esfuerzo, logro sacar afuera mi escudo al primer intento. Pero no sucede lo que esperaba. Mis ojos se abren de par en par cuando veo que su escudo, la débil luz que se adhiere a la piel de Dylan, se fusiona con el mío. La conexión solo dura un segundo, porque enseguida él me suelta y consigo dar dos pasos torpes hacia atrás.
¿Qué demonios ha sido eso?
El rostro de Dylan expresa lo mismo que el mío, salvo que una pequeña mueca de decepeción surca sus labios. Estoy segura de que no esperaba que fuera atacarlo, por más que haya fracasado en el intento.
De todos modos estoy sorprendida que mi escudo haya respondido a la primera, creo que el alcohol tiene que ver. Puedo sentir mi poder correr con mayor fluidez por mis venas, y mi escudo chispeando incesantemente bajo mi piel. Es grandioso.
—¡¿Qué hiciste, Caitlin?! —grita de pronto Kyle, provocandome un sobresalto—. ¡¿En qué carajos estabas pensando al embriagarte?!
Repentinamente mi estado de animo cambia a uno de angustia que me derrumba por dentro. Es muy frustrante sentirme en una montaña rusa de emociones.
Los ojos se me humedecen al oír sus palabras.
¿Qué esperabas? Le has revelado a tus amigas lo que eres.
—¿Cuántos vasos has tomado? —me pregunta Dylan con calma. No entiendo por qué está tan tranquilo. O tal vez eso quiere aparentar...
¿Cuántos he tomado? Ya ni siquiera lo recuerdo.
—¿Dos? —digo a modo de pregunta. Creo que fueron dos. Sí, fueron dos.
—No puedes beber alcohol. No podemos hacerlo ninguno de nosotros —me explica.
Sus ojos grises brillan más que nunca bajo la luz de la luna. Es realmente hermoso de ver. Lo he extrañado demasiado. Estos días sin él han sido demasiado difíciles. Sentir que estás conectado a alguien, pero sin tenerlo cerca... es como si tuvieses un constante vacío en el cuerpo. Necesitaba recuperar mi otra mitad. Y ahora está aquí frente a mí, con su mirada llena de angustia y decepción.
Las lágrimas que he estado intentando contener comienzan a rodar por mis mejillas una tras otra.
Me doy la vuelta para que no puedan verme. Es agobiante estar en esta situación. Me golpeo mentalmente unas cien veces por haber echado todo a perder.
De pronto, dos manos se colocan suavemente en mi cintura y me obligan a voltear a ver a aquellos preciosos ojos grises que ponen mi mundo de cabeza. Lo único que quiero hacer es rendirme ante ellos. Quiero hacerlo. Pero la constante vocecita en mi cabeza me recuerda cuan mal estuve luego de su partida. Él ni siquiera me dejó remediar el error que cometí, desapareció así sin más.
—¿Por qué... no puedo... dejar de amarte? —digo entre sollozos, dándole un golpe suave en el pecho.
La cabeza me da muchas vueltas, y entonces me entran unas repentinas ganas de vomitar. Hago tiempo solo a darme la vuelta para no hacerlo sobre Dylan. Todo el alcohol que mi estómago ha estado almacenando es expulsado hacia fuera, haciendo un desastre en el suelo.
Esto es demasiado vergonzoso. Luego de esto no seré capaz de ver a ni a Dylan ni a Kyle a la cara.
Dylan recoge mi cabello, llevándolo hacia atrás para que no lo ensucie. Y con la otra mano acaricia mi espalda mientras dejo salir todo el contenido de mi estómago.
Quiero desaparecer del planeta ahora. Agradezco que no haya nadie más que nosotros aquí afuera, la única pareja que estaba aquí a los besos desapareció apenas llegamos nosotros.
Me limpio la boca con el dorso de la mano y doy algunos pasos lejos de Dylan. No tiene por qué ver esto.
—Debo buscar a mis amigas, necesitan una explicación —digo un poco más consiente que antes, pero el mareo aun sigue allí.
Kyle bufa desde su lugar, parece que la situación lo exaspera.
—No, tú vendrás conmigo —declara Dylan sin dar pie a replicas.
Estoy a punto de ponerme a discutir con él, cuando siento una sensación extraña en el cuerpo.
Es como si mi sangre comenzara a hervir, quemándome por dentro y consumiendo la poca energía que me queda.
Mis piernas se doblan cuando no son capaces de resistir por mucho más tiempo mi peso. Y justo antes de estrellarme contra el suelo, un par de brazos me sujetan con fuerza.
Ya no quiero pensar más. La realidad está consumiendome poco a poco. Lo único que quiero hacer es poner mi vida en pausa por un momento.
Solo lo haré por un momento...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro