XXXI
¿Kyle? ¿De dónde salió éste? ¿Y por qué sabe mi nombre?
—¿Quién eres? ¿Qué haces allí sentado? —le pregunto a la persona que ocupa el asiento de Dylan. Él es quien tendría que estar ahora en ese lugar.
¡Vete ahora!
Kyle alza ambas cejas en un gesto de sorpresa ante mi reacción. Voltea la cabeza y observa el respaldo de la silla.
—No veo ningún nombre, creo te olvidaste de reservar el asiento —dice con sarcasmo—. ¿O esperabas a alguien más?
Creo que nosotros dos no nos llevaremos bien.
—¿Cómo sabes quien soy? —pregunto ya algo irritada.
Da un rápido vistazo al frente y luego vuelve sus ojos a mí.
—¿Podrías sentarte? No me agrada la idea de montar un espectáculo al montón de entrometidos —murmura por lo bajo.
Miro sobre mis hombros y compruebo que algunos ojos curiosos están puestos sobre nosotros.
A regañadientes me siento junto a él.
—¿Quién eres? —vuelvo a preguntar.
Pone los ojos en blanco y vuelve a echarse contra el respaldar de la silla.
—No te repetiré mi nombre.
—Ya sé tu maldito nombre —contesto malhumorada.
Este repentino cambio de humor me tiene hasta mí asombrada. Debe ser el cansancio que está hablando por mí. Dormir poco me pone bastante irritable.
Además, la ausencia de Dylan me ha aumentado los nervios el triple. ¿Qué significa que no esté aquí? ¿Estará en lo de Sarah? O mejor dicho, ¿habrá regresado?
Su ceño se frunce al oír mi contestación. Parece que no le ha agradado para nada.
Kyle entorna los ojos y acerca su rostro peligrosamente cerca del mío.
—Ten cuidado, Caitlin, porque te arrepentirás luego. Yo no soy Dylan.
Tan solo oír su nombre, un subidón de adrenalina despierta a cada una de las células dormidas de mi cuerpo.
—¿Conoces a Dylan? —es imposible ocultar la desesperación en mi voz.
Kyle se aleja de mi burbuja de espacio personal y suelta un suave suspiro.
No sé quien de los dos está más frustrado en este momento.
Hacen competencia.
—Somos amigos desde hace unos cuantos años.
¿Será él quien estuvo en el estacionamiento el otro día?
—¿Tú estuviste aquí con él hace unos días?
Kyle se limita a asentir.
—¿Y sabes donde está? —pregunto con esperanzas. Tal vez pueda ir a buscarlo.
—No —responde tajante.
¿Y que hace aquí?
—¿A que viniste, entonces?
—Te cuidaré mientras tanto, me lo pidieron, Sarah y... —guarda silencio mientras piensa por un momento lo que está a punto de decir—. ¿Sabes qué? Eso no importa.
¿Y quién? ¿Y Dylan?
—Quiero la verdad. ¿Dónde está él?
—Ya te dije, no lo sé —dice soltando un bufido al final de la oración—. ¿Qué verdad? ¿Qué quieres oír? ¿Si salí en su búsqueda? Claro que lo hice, pero él no quiere ser encontrado. Es un idiota. Fin.
Me pregunto como Dylan puede soportarlo, es un gruñón.
—No necesito niñera —le digo mordaz—. Puedes irte.
Se acerca un poco para que solo yo pueda oírlo.
—Cuando aprendas a usar tu escudo y tu poder me iré, mientras tanto ambos tendremos que fingir que nos agradamos.
¿Fingir? Ni en tu sueño, niño bonito.
Aún faltan cinco minutos para que la clase inicie, pero es la primera vez que deseo que comience de una maldita vez.
—Entrenarás duro estos días conmigo —dice al cabo de unos minutos.
No pienso ir con él, ni siquiera lo conozco y tampoco me agrada.
—Y no es una pregunta —añade al ver mi cara de indignación—. Iniciaremos hoy, luego de clases.
—Ya conseguí ayuda para mi entrenamiento, lo siento. No necesitaré de tus servicios.
Pone mala cara al escuchar aquello. ¡Já! No sabes con quién te estás metiendo, Kyle.
—Ya hablé con Sarah, la convencí para que yo sea tu mentor —hace una mueca de disgusto—. Te aseguro que yo tampoco estoy a gusto con la idea.
¿Cómo se atreve a interferir en mis planes?
—Tú no tienes...
—O puedes entrenar con ella y matarla en el intento —me corta.
Maldición, tiene un punto. Odio admitir que tiene razón.
—Bien —mascullo.
Guardamos silencio cuando el profesor llega al aula e inicia la tediosa clase. Al menos no me siento tan mal como en las clases anteriores, esta vez mi compañero de pupitre se encuentra en la misma situación que yo. Ninguno de los dos entiende nada de francés.
Las dos horas de clases han terminado más rápido de lo que esperaba. Salgo del aula, dejando atrás a Kyle texteando en su teléfono.
—Y es demasiado irritable —termino de descargar el enojo con mis amigas.
Estamos a mitad del recreo sumando un poco de energía antes de la siguiente clase: gimnasia.
—Pues allí viene —murmura Jill con la mirada fija tras de mí. Le da un sorbo a su batido mientras observa con atención—. Es ese, ¿no?
Me giro para poder ver a Kyle entrando a la cafetería. Se ha quitado la sudadera y ahora luce sus muy trabajados músculos bajo la camiseta blanca que lleva puesta.
—Es guapo —admite Penny.
—Lo que tiene de guapo lo tiene de idiota también —declaro.
Kyle posa de inmediato la mirada en mí y entorna los ojos.
Creo que te oyó.
—Como Dylan en un principio, ¿verdad? —la mirada de la rubia no se quita de él—. Espero que la trates bien, Kyle. Sino te la verás conmigo —dice esto último en tono amenazante.
Si Jill tan solo supiera que él puede oírla...
Alcanzo a verlo a él rodar los ojos y tomar asiento a un par de mesas lejos de nosotras. A mis amigas solo les he contado lo justo y necesario. Solo saben que es amigo de Dylan, punto final.
—¿Cómo es que pudo iniciar las clases a esta altura? —se pregunta Penny—. Se ha perdido la mitad de las cosas.
—Muy buena pregunta —digo con interés. De seguro luego se la haga.
Antes de que el recreo termine les aviso que no regreso con ellas. Invento sobre la marcha que debo ir a hacer un trabajo a la biblioteca con el detestable Kyle.
Una vez en el gimnasio nos reunimos todos en el centro, alrededor del señor Madson.
—Deberían estar felices, soldados. No les haré correr hoy. Harán grupos de a cuatro —anuncia, elevando su voz más de lo habitual.
—¿Podrás con la clase? —Kyle se ha parado junto a mí. Su mirada seria está puesta sobre el profesor.
Mis habilidades motrices de a poco comienzan a desarrollarse. No me falta demasiado para dominar por completo la carrera. Tal vez tendría que trabajar más en el control de la fuerza.
Sí, debería hacerlo también.
Afortunadamente el señor Madson no nos hará correr, como siempre lo hace. Eso me dará tiempo a perfeccionarme un poco más.
—Claro que podré, ¿por qué lo preguntas?
—Podría pedirle al profesor que te saque de aquí —responde muy bajito.
—¿Lo conoces? —pregunto extrañada.
Claro, es un Raezer, debería hacerlo.
—Es amigo de mi padre, se conocieron en el ejército. Sabe de mí, pero le pedí que mantuviera el secreto y me ayudara a ingresar a este colegio. El profesor Madson es amigo del director Griffin, ¿sabías que el también es un Raezer como Sarah? Solo que abandonó sus poderes al estar en desacuerdo con Argus. De todas formas, ellos son muy amigos. Y el señor Madson y yo nos llevamos bien —dice esto último con presunción.
—¡Señor Lowelle! —grita de pronto el profesor, tiene la mirada puesta en Kyle—. Usted es el nuevo, ¿verdad?
Kyle asiente dubitativo.
—Permítame darle la bienvenida a este colegio. ¡Ahora quiero que haga doscientas flexiones de brazos!
—Creí oír que se llevaban bien —le digo en un susurro.
Me río con malicia en mi interior. El señor Madson me agrada más que antes.
Kyle suelta un bufido y obedece las órdenes del profesor.
Y yo que creía que mi día se pondría peor. Esto lo mejora mil veces.
Nos organizamos en grupos de a cuatro. Jill, penny, yo y... Kyle.
El juego consiste en arrojar el balón entre los miembros de nuestro grupo unas nueve veces. El último en tenerlo deberá encestarlo en el aro de basquetbol. El que no lo logre deberá hacer nueve abdominales.
—¿Y qué te pareció el señor Madson, Kyle? —pregunta Jill mientras le arroja la pelota.
Él pone los ojos en blanco y me pasa el balón a mí. Me alejo un par de metros para poder atraparlo.
—Muy agradable —le escucho decir—. De ahora en más será mi profesor favorito.
Me acerco de nuevo a ellos y le hago el pase a Penny.
—¿Y de dónde eres, Kyle? —le pregunta ahora la castaña.
—Oakland, California.
—¿Y por qué decidiste mudarte aquí? —continúa preguntando. Un segundo después, le pasa el balón a su prima.
Kyle centra su atención en ella y se piensa un segundo la respuesta.
—Bueno, la vida de un...
Kyle se ve interrumpido por el golpe que Jill le propina con el balón. La velocidad con la que impacta contra su abdomen alcanza a moverlo solo dos pasos hacia atrás.
Jill siempre ha sido buena en los deportes. No me extraña la fuerza y rapidez con la que juega.
La rubia se lleva las manos a la boca en un gesto de preocupación.
—Lo lamento, creí que la atajarías —se disculpa ella.
En el fondo siento que Jill quería hacer eso. No le ha agradado demasiado la idea de que él sea tan detestable conmigo.
Kyle la mira con los ojos chispeantes en ira. ¿Tan difícil es para él mantener una conversación y concentrarse en el juego?
—Como decía —continúa con lo que estaba diciendo antes de recibir el balonazo, y sin quitar la mirada de Jill me arroja la pelota a mí—, la vida de un adolescente no es fácil.
Y ni se imaginan la de un adolescente Raezer, amigas.
—Tú lo has dicho —coincide Penny, atrapando mi pase.
El balón continúa de mano en mano hasta que llega el número nueve. Al final, le toca a Kyle hacer el tiro al aro.
Cómo si hubiese entrenado basquetbol toda su vida, encesta el balón sin ningún esfuerzo.
Presumido...
Él me observa con una pequeña sonrisa altanera en sus labios.
—Te enseño luego —dice arrogante.
Jill pone los ojos en blanco y Penny suelta una risita. Me uno a la primera. Es un idiota.
...
Estoy a punto de cerrar la puerta de mi casillero cuando alguien me gana de mano. El golpe brusco me da un pequeño sobresalto.
Miro a mi derecha y veo a Kyle recargado contra el casillero contiguo. Una de sus manos está metida dentro del bolsillo de su jean. Esa posición hace que las venas de su brazo se marquen más que nunca. Luce demasiado... varonil.
Mmm...
—¿Cuál es tu problema? —espeto molesta.
Le doy la espalda y comienzo a caminar hacia la salida.
—Es hora de tu entrenamiento —dice una vez a mi lado.
—Que emoción —digo con ironía.
Paso por alto las miradas de algunos estudiantes curiosos que me ven salir con el chico nuevo. No quiero ni imaginar las cosas que estarán pensando. Ninguna es cierta, claro.
Llegamos al campo de entrenamiento en cuestión de unos pocos segundos. Kyle siempre ha estado a la delantera en la carrera.
¿Creías que no conocería el camino?
—¿Vienes seguido aquí? —le pregunto curiosa.
Kyle le da una rápida mirada al entorno y luego enfoca su vista en mí.
—Desde hace años, la mayor parte de mi vida como Raezer la he pasado aquí. Tuve un entrenamiento bastante intenso. Dylan se ha encargado de eso, él aprendió de uno de los mejores Raezers. Su abuelo era increíble, solo que tomó decisiones estúpidas.
Si conociera bien la historia, sabría que Edmond tenía sus razones.
—Abandonó sus poderes por amor —digo algo molesta—. Sarah envejecería y él no. Puedo entender por qué tomó esa decisión.
—El amor es una trampa, Caitlin.
No me sorprende que crea eso, no creo que sus parejas duren más de un mes con él. Yo lo conocí esta mañana y no veo la hora de llegar a mi casa para tener un respiro de su presencia.
—¿Por qué lo dices? —le pregunto, intentando conseguir un poco más de información sobre él.
—Porque no existen los finales felices. Jamás los hay.
Mírate tú y mira a los abuelos de Dylan.
Yo creo que Kyle esconde algo tras esas palabras. ¿Qué le han hecho para que tenga ese pensamiento?
Creo que me gustaría conocerlo mejor ahora, su comentario me ha despertado curiosidad. Solo es que... no sé si sea necesario conocerlo si pienso hacer lo que aun tengo en mente.
¿Todavía piensas huir?
Las cosas no han cambiado. Dylan no ha vuelto. Me siento enferma desde que se marchó. Tal vez pueda ir a buscarlo.
¿No oíste a Kyle? ¡No quiere ser encontrado!
No creo eso. Él también debe estar ocultándome algo. Y le guste o no lo haré. No sé muy bien como funciona nuestra conexión, pero debería hacer uso de ella para buscarlo.
Mientras tanto, no puedo dejar que Kyle sepa mis intenciones. Siento que sería capaz de encadenarme a una montaña con tal de que no escape.
—¿Cómo se conocieron tú y Dylan? —le pregunto, cambiando drásticamente el tema.
Kyle baja la mirada y camina de lado a lado con la mirada en sus pies.
¿Estará pensando una mentira?
—Te propongo un trato —dice de pronto—. Cada vez que logres un progreso te contaré un poco de mí. ¿Qué dices?
Bueno, tampoco es mala idea.
—Acepto.
—Bien. ¿Te parece empezar a trabajar tu escudo? Te aseguro que lo haré salir de su escondite.
Por la forma en que lo dice parece estar muy seguro de su táctica.
—¿Cómo harás eso? —pregunto con recelo.
En sus labios se forma una sonrisa malvada que no presagia nada bueno.
—¿Qué...? —ni siquiera llego a terminar la frase cuando sucede lo que menos esperaba.
Una fuerza invisible choca contra mí con tal potencia que me arroja unos cuantos metros lejos de Kyle.
El dolor es indescriptible. Se siente como si me hubiesen arrojado un balde de ácido, me quema como mil infiernos juntos.
¿Esto es lo que sienten los otros Raezers cuando los atacamos?
La tortura desaparece al cabo de un minuto. Lentamente me pongo de pie y me observo el cuerpo. No tengo nada. No termino de comprender que ha sucedido. ¿Kyle me atacó?
Mi mirada se posa en el imbécil que me mira a lo lejos. En su rostro tiene dibujada una pequeña sonrisa que delata su crimen.
—¡¿Qué rayos sucede contigo?! —espeto furiosa.
Kyle ignora rotundamente mis palabras y vuelve a lanzar otro ataque. Es frustrante no poder verlos. Es como si de un momento a otro viniera un camión y se estrellara contra mí, así se siente. Sin contar el dolor que sigue luego. La sensación de estar prendiéndome fuego es desesperante.
¡¿Qué demonios hace?!
En mi pecho se acumula un intenso calor que en este momento me es imposible diferenciar si es mi escudo o mi poder.
Es tu poder.
¿Y por qué no mi escudo?
Ya no lo sé... ¡Detén el maldito dolor!
—¡Kyle! ¡Detente!
—¿Por qué? Es divertido —dice entre risas.
¡¿Divertido?!
Me pongo de pie a duras penas y alcanzo a notar la masa de aire caliente que se acerca a toda prisa de nuevo hacia mí.
Otra descarga de su poder.
¡Haz algo!
De puro instinto, llevo las manos por delante de mí. La piel me cosquillea insistente. Ni siquiera debo darle ninguna orden a mi cerebro, mi propio cuerpo trabaja por su cuenta al dejar salir de cada poro de mi piel un manto de una ligera luz dorada que me cubre de pies a cabeza. Y eso no es todo, la brillante tela se extiende mas allá de mi piel y me protege en una especie de media burbuja.
¡Lo logré!
El poder de Kyle se estrella con tanta fuerza en mi escudo que logra hacerme caer sobre mi propio trasero. Pero entonces, el manto que me protegía hace unos segundos se vuelve a meter dentro de mí dejándome nuevamente desprotegida.
Miro rápidamente en la dirección de Kyle y veo que se hace a un lado con rapidez. Me quedo helada al ver como un árbol se hace trizas al recibir el proyectil de energía que iba destinado a él.
¿Su poder rebotó en mi escudo y volvió hacia él?
Vaya...
—Nada mal —murmura Kyle.
Solo escuchar su voz hace que me hierva la sangre de furia.
¡Casi me mata!
Corro a toda velocidad hacia él, y una vez que lo tengo en frente mío llevo mi puño a su estúpido rostro. Aunque claro, ¿por qué no se me ha pasado por la mente que tiene más experiencia que yo?
Kyle me intercepta la mano a medio camino de su cara y, de un movimiento rápido, me lleva el brazo hacia la espalda. Toma el otro y junta a ambos allí. Sus hombros rozan los míos cuando acerca su boca a mi oído y dice entre dientes:
—No te conviene hacer eso. Ya te lo dije, no soy Dylan. No tendré compasión contigo.
En medio del silencio que se crea entre nosotros, mi respiración agitada por la ira es lo único que hace presencia. Sus manos se mantienen sujetando fuertemente mis brazos por detrás.
—Ya sé que no eres Dylan, eres igual que un niño.
Kyle me suelta al oír eso y yo volteo para quedar frente a él. No quiero bajar la guardia.
—¿Un niño yo? —dice a la vez que una risita sarcástica se escapa de sus labios —. Tengo veintiocho años, Caitlin. Que mi apariencia de adolescente no te confunda.
¡¿Veintiocho?! Lo que menos hubiese pensado es que esa es su edad. Su actitud inmadura me confunde un montón.
Y Dylan tiene veinticinco y aparenta dieciocho. Pensándolo bien, ¿es legal que él esté contigo? Tú solo tienes diecisiete.
No entraremos en detalle. No quiero pensar en él, duele cada vez que lo hago.
—No debiste haber hecho eso —digo molesta por su ataque.
—¿Sabes? Dylan se desveló pensando en miles de alternativas para enseñarte a expulsar tu poder y tu escudo sin verte sufrir. Que bueno que no soy él —dice esto último con una sonrisita malvada curvando sus labios—. Te explicaré una cosa, Caitlin. Nosotros funcionamos bajo emociones fuertes, al menos al principio. Tu enojo te llevó a expulsar tu escudo, y estoy más que seguro que tu poder también quemó en tus venas.
Por un momento no supe diferenciar entre ellos...
—Tal vez —contesto cortante—. ¿Que sucedió con el trato?
Kyle presiona los labios y permanece en silencio unos segundos, como si buscara las palabras adecuadas antes de hablar.
—Dylan fue quien estuvo allí cuando me convertí en un Raezer —coloca el dedo índice sobre sus labios y luego murmura pensativo—. No sé si sería correcto decir que salvó mi vida porque ya estoy muerto, pero me ayudó a salir adelante luego de la tragedia.
—¿Qué tragedia? —pregunto intrigada.
—Te diré más si continúas avanzando en el entrenamiento.
¡Eso es trampa! No puede dejarme con la maldita intriga.
—Bien —refunfuño sin alternativa. Tendrá que ser a su manera.
—Tu escudo al principio será frágil...
—No es frágil, tú lo viste —lo interrumpo, sintiéndome ofendida por sus palabras—. Me protegió a la perfección de tu ataque.
—Eso no fue nada, Caitlin. Tengo maldad, lo admito, pero tampoco te expondré a una descarga de tal magnitud. Lo que te arrojé a ti le haría cosquillas a los otros Raezers.
No creerás eso, ¿o sí? Solo quiere aparentar ser más fuerte para que le temas.
—No creo que tú te pierdas la oportunidad de hacerme sufrir, lo veo en tus ojos, Kyle. Ya deja de mentir.
—Yo que tú tendría más cuidado con lo que sale de tu boca, Caitlin. No suelo pedir disculpas luego de advertir.
Ruedo los ojos y me cruzo de brazos.
—Continúa con lo que estabas explicando, mejor.
Sin despegar su mirada desafiante de la mía, prosigue con su explicación.
—No debes quitarte el escudo por nada en el mundo. Jamás. Al principio te resultará incomodo pensar constantemente en eso, pero con el paso del tiempo verás que se volverá una parte de ti. Será tan fácil como respirar.
Eso espero.
—Entendido. ¿Lo intentamos de nuevo? —pregunto, dejándolo sorprendido.
—¿Estás segura de eso?
—Muéstrame todo lo que tienes —digo desafiante, alejándome nuevamente de él.
Veamos que tan mentiroso puede ser.
Además que ya sé como expulsar mi escudo, si es que resulta ser verdad lo que dijo.
—Bueno, voy a tener consideración contigo, solo porque eres novata. Te avisaré cuando te ataque.
Me hubiese gustado oír eso antes.
—Ahora —dice de repente.
¡¿Qué?! ¡¿Y la cuenta regresiva?!
Es como si sucediera en cámara lenta. Soy capaz de percibir el calor de su energía que, a medida que se acerca a mí, la intensidad aumenta. Ahora es mucho más fuerte que las veces anteriores.
Vuelvo a interponer las manos por delante, como la última vez, esperando que suceda lo mismo.
Que ilusa.
¡Tú me hiciste provocarlo!
¡Ya muévete! ¡Retirada, soldado, retirada!
Me tiro a un lado con la esperanza de esquivar aquella descarga de energía, pero como ya saben que el universo conspira en mi contra, de todas formas su poder golpea la mitad de mi torso.
Santo Dios.
Si creía que las veces anteriores Kyle había sido malo conmigo, ahora creo que es un monstruo.
Profiero un grito desgarrador al sentir como se quema la piel del costado de mi cuerpo.
Me levanto un poco la camiseta, que ha tomado en una parte un color más oscuro por el impacto de su poder, y me observo la zona donde he recibido el golpe. Intento contener con todas mis fuerzas las lágrimas que escuecen en mis ojos.
La herida parece hecha con ácido y fuego a la vez. Toda la piel de esa región tiene importantes relieves que de seguro dejarán una gigante cicatriz.
—¡Kyle! —grito con todas mis fuerzas, retorciéndome en el suelo del dolor.
—Vuelve a mirarte —le oigo decir por encima de mis lamentos.
¡No quiero ver eso! Por Dios, es horrible.
Hazlo.
Con la mirada borrosa por las lágrimas, me detengo a ver nuevamente la herida. La mandíbula casi se me cae al suelo al ver que la piel parece regenerarse a una velocidad alucinante.
Somos todo lo contrario a los otros Raezers. Ellos no podrían curarse al mismo tiempo.
Como la herida que Dylan le causó a Sarah.
Esto es increíble.
El dolor disminuye significativamente a medida que la piel cicatriza.
Se siente... raro. Es como si tuviera muchos gusanos bajo la piel, moviéndose y retorciéndose, pero no es más que mi tejido volviendo a su forma normal.
—¿Dolió? —pregunta Kyle a lo lejos.
Me pongo de pie de un salto al oír su voz.
Lo mataré.
—¡¿Que si dolió?! ¡Deja que yo te lo haga a ver si te gusta!
—¿Qué quieres hacerme? Tal vez me guste —contesta con una sonrisa socarrona.
¿Qué demonios?
—Era una broma, Caitlin —se ríe—. Tendrías que ver tu cara.
Doy una respiración profunda para intentar calmarme.
—Creo que ya tuviste una dosis alta de mi poder —dice tranquilamente—, aunque eso sigue siendo demasiado suave. Lo intentaremos de nuevo, pero como al principio. ¿Qué te parece?
Gracias a Dios.
Lo subestimé a Kyle. No debí abrir mi bocota. Ahora soy consciente de cuanto daño somos capaces de hacer.
Las siguientes tres horas nos dedicamos únicamente a trabajar en mi escudo. Es más difícil de lo que creía. Solo logro sacarlo afuera unas dos veces más solo porque Kyle se ha empeñado en encontrar formas de hacerme enojar.
Y, por supuesto, ha tenido que cumplir con su parte del trato.
Él tenía una novia, quien murió el día en que él se transformó en un Raezer. Esa es la tragedia de la que me había comentado un momento antes. Es lo único que he podido saber de él.
Kyle me acompaña hasta mi casa luego de la práctica.
—Mañana repetiremos el entrenamiento, descansa bien —dice a mi lado.
—¿Sigue sin responder? —alcanzo a oír la ansiosa voz de mi madre desde adentro de la casa.
—Ya vendrá mamá, tranquila —contesta Taylor.
¡Taylor, mierda!
—¡El vuelo de mi hermano! —exclamo al recodarlo.
¡Maldita sea! ¿Cómo he podido olvidarlo?
—Será mejor que entres. Te veo mañana —se despide Kyle, desapareciendo en un abrir y cerrar de ojos.
Me tomo unos segundos para pensar en alguna excusa. Aguarden, no puedo entrar con la ropa repleta de tierra y suciedad.
Será mejor que te des prisa o te regañarán como si no hubiera un mañana.
Rodeo la casa y me decido por entrar por la ventana de mi hermano. La mía apunta justo a la calle, sería raro si un vecino me viera entrar como un bandido a la casa.
Doy un gran salto y me aferro como un mono al árbol que está justo frente a la ventana de Taylor.
Agradezco mis habilidades de Raezer.
Miro rápidamente que él no se encuentre allí y luego salto dentro del cuarto, aterrizando lo más silenciosa posible.
Me oculto tras el armario un momento. Debo asegurarme de que el pasillo esté libre. Debo correr hasta mi habitación sin ser vista.
Agudizo mi audición y escucho las voces de los demás en la otra planta.
Asegurado.
Corro lo más veloz que puedo y me deslizo por la puerta de mi habitación, cerrándola lo más suave posible.
Busco una camiseta y un pantalón que sean similares a los que llevo puestos. No quiero levantar sospechas. Me visto con rapidez y corro al cesto de ropa sucia para dejar la otra allí.
Estoy a punto de dirigirme a la ventana para salir del cuarto, cuando la puerta se abre de repente. El corazón se me sube a la garganta.
Taylor se adentra a mi habitación y se acerca al escritorio con una carta en la mano. Ni siquiera ha notado mi presencia en un rincón. Estoy petrificada.
¿Eres invisible o qué? ¡Muévete!
Camino de puntillas hacia la ventana rogando que no me vea.
Taylor deja la carta sobre el escritorio, pero al voltearse para marcharse quedo a la completa vista de él. Genial. Su ceño se frunce al verme. Lo sé, esto es una ridiculez. Está a punto de abrir la boca para decir algo, pero me adelanto a hacerle señas para que no lo haga.
No quiero que se enteren nuestros padres.
¿Y cómo le explicarás a él?
Se irá en un rato, no tendremos tiempo a solas para hablar del tema.
—No me has visto —susurro.
Mira en dirección a la ventana y luego a mí. Debe estar preguntándose cómo entré. Sus labios se tuercen en una ligera mueca. Finalmente, asiente y se marcha del cuarto sin decir más nada.
Me apresuro a saltar por la ventana para dirigirme a la puerta de entrada. Me acomodo un poco el cabello y cinco segundos después ya estoy adentro.
Mi madre me recibe con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Estoy muerta.
—Yo... eh... recién salgo de la biblioteca —miento descaradamente—. Tenía que hacer un trabajo muy importante.
—Yo también soy importante —mi hermano hace su aparición por detrás de ella—. Por un momento llegué a pensar que no vendrías a despedirme.
Me guiña el ojo en complicidad y extiende los brazos para que me acerque. No dudo en correr hacia él y abrazarlo con fuerza. Lo extrañaré demasiado.
—Abre el sobre —susurra en mi oído—. Intentaré estar aquí.
Luego le echaré una ojeada para entender lo que ha dicho.
—Te quiero, Taylor.
Sus brazos me estrechan aun más al oír aquello.
Realmente estoy agradecida con la vida por haberme puesto a Taylor como hermano. A pesar de las diferencias que tenemos, nuestra relación siempre sigue siendo la misma.
—Yo te quiero mucho más, princesita —contesta él.
Creo que ya es suficiente. No quiero ponerme sentimental porque comenzaré a llorar. Me encuentro demasiado sensible últimamente. Me aparto a regañadientes de él justo cuando papá se acerca con las dos maletas de mi hermano.
—Mi pequeño bebé, te extrañaré —dice mamá con la voz cargada de angustia. Se acerca para darle un gran abrazo.
Cada año parece ser más difícil la despedida para ella. No se acostumbrará jamás a la ausencia de Taylor en la casa. En realidad, ninguno lo hace. Cada vez que mi hermano está aquí se hace notar mucho su presencia. Cuesta después cuando no está.
—Y yo a ti mamá, no sabes cuanto —contesta Taylor.
—Vamos, campeón —papá le da una palmada en la espalda—. Seguiremos la despedida en el aeropuerto, perderás tu vuelo.
Nos despedimos de Taylor antes de que aborde el vuelo directo a California.
Ahora seré hija única. ¿Con quién pelearé?
Te doy una pista: inicia con "K" y termina con "yle", ¿qué dices?
Maldito Kyle.
Me detengo a oír el melodioso cantar de los pájaros. Se siente tan bien estando aquí...
Miro hacia arriba, hacia los picos de los frondosos árboles que me rodean. Estoy en un bosque, pero no es donde entreno. Éste es otro.
Al mirar a lo lejos, entre los grandes troncos, observo la figura de alguien escondiéndose, está de espaldas a mí. Me acerco con cautela, desconfiando de quien pueda estar allí.
¿Acaso no sabe que estoy justo aquí?
—¿Dylan? —reconozco de inmediato de quien se trata una vez que estoy a dos pasos de él.
Las mariposas de mi estómago aletean como locas al volver a sentir su presencia cerca.
Él voltea a verme y coloca un dedo sobre sus labios para que guarde silencio.
¿Qué está haciendo? ¿A quién espía?
—¿Dylan que...?
Se vuelve rápidamente hacia mí y me sujeta por los hombros.
—Escúchame, Caitlin, si resistes esta prueba, serán buenas noticias —dice.
—¿De qué prueba hablas?
—Aquí vamos —se limita a contestar.
Se acerca rápidamente a mis labios y me da un cariñoso beso.
Me sobresalto cuando un fuerte estruendo sacude el bosque entero y llega con fuerza a mis oídos. Un disparo.
Me aparto de Dylan lo suficiente como notar que algo anda mal con él. Sus ojos están abiertos, vacíos, no hay rastro de vida en ellos.
—¡Dylan! —grito espantada.
—No funcionará —dice alguien más a sus espaldas.
Dylan se desploma en el suelo, dejando a la vista a las dos personas que se encuentran justo detrás de él. Con el arma entre sus manos, ahora su blanco soy yo.
Una mujer, de piel morena, pelo lacio y oscuro, y de sonrisa malévola, se encuentra al lado de un hombre alto y robusto, de cabello rizado, color azabache, que sostiene el arma homicida. Ambos llevan puesto su uniforme Raezer.
El cuerpo se me torna frío de repente. Las manos me sudan de los nervios. Esto no puede estar pasando. No es real.
Dylan no puede estar muerto, ¿verdad? Las balas de plata no pueden matarlo.
—No respira —dice la mujer con los ojos fijos en el cuerpo inerte de Dylan.
—No lo hará más por su cuenta —añade su compañero, con una sonrisa cínica extendiéndose en su rostro.
No, no, no. Es imposible. Esto tiene que ser una pesadilla. ¿Por qué no puedo despertar?
—Serán malas noticias entonces —anuncia el sujeto ante mi silencio.
¿Qué?
Entonces, jala el gatillo.
Me despierto sobresaltada, con la pesadilla aún frente a mis ojos. Todos los músculos de mi espalda y cuello se sienten agarrotados. Maldición.
Lo primero que se me cruza por la mente es Dylan. Debo encontrarlo, necesito saber que está bien. Ya no aguanto un día más lejos suyo.
Que idiota fui al creer que estaría bien sin él. Le mentí en la cara. Arruiné lo más bonito que me había sucedido en la vida.
No me perdonaría a mi misma si algo le sucede por mis malas decisiones.
Tengo que arreglar esto. Tengo que encontrar a Dylan.
Salgo de la cama y me apresuro a vestirme algo cómodo. Opto por ropa deportiva: una camiseta sin mangas y unos leggins.
¿Qué sucederá con tu plan?
Ahora no estoy segura si la mejor idea sea irme lejos. Kyle me ha demostrado que tal vez, en menos tiempo del que imaginaba, logre dominar mi escudo.
Ahora lo único que puedo hacer es salir a buscar a Dylan.
Se lo prometiste a él, Caitlin.
No puedo seguir cumpliendo la tonta promesa por más tiempo. Debo encontrar aquel lugar de mis sueños donde una vez nos encontramos. Aquel al que me hizo prometer que jamás iría.
Lo siento, Dylan. He hecho demasiadas cosas mal, una más no marcará la diferencia.
Bajo sigilosamente las escaleras, procurando ser sumamente silenciosa para no despertar a mis padres a estas altas horas de la madrugada.
Una vez que llego a la puerta de la entrada, estoy a punto de cantar victoria cuando escucho un gruñido a mis espaldas.
Giro lentamente y me encuentro con mi perro mostrándome los dientes.
Mierda.
—Soy yo Rey, Caitlin. Tranquilo amiguito —digo en voz baja para no despertar a mis padres.
Mi perro reconoce de inmediato mi voz. Se acerca y me da una lamida en la mano, luego se vuelve por donde vino.
Eso fue fácil.
No tardo en salir a la oscuridad de mi vecindario, iluminado solamente por algunas farolas a los costados de la acera.
Muy bien, ya estoy afuera.
¿Y ahora qué?
Lo que he estado pensando es que puedo hallar la forma de encontrar a Dylan mediante la conexión que tenemos. Él me explicó que solo debo pensarlo para que se sienta atraído hacia mí. La gran pregunta es, ¿por qué no está pensando en mí? En ningún momento, de estos pocos días de su ausencia, sentí una atracción hacia él. ¿Es que acaso no ha pensado ni un poco en mí?
O tal vez le sucedió algo.
No, eso no es verdad. Él está bien. Debe estar ocupado intentando hallar a Argus. Debe mantenerse concentrado o cualquier error podría costarle la vida.
¿Y cómo crees que funcionará tu plan si no puede perder la concentración en lo que esté haciendo?
Bueno...
—¿Caitlin? —doy un respingo al oír su voz a un par de metros lejos de mí.
No puede ser...
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