XXVIII
No debo dejar de correr por nada en el mundo. Tengo que llegar a la montaña cueste lo que cueste. Esquivo los árboles ágilmente y cruzo el bosque a toda velocidad.
A decir verdad, no recuerdo por qué tengo que hacerlo.
Acelero el paso mientras el viento golpea con fuerza en mi rostro. Lo que más disfruto al correr es sentirme completamente libre.
No tardo en darme cuenta de que alguien sujeta mi mano en esta carrera. Giro la cabeza y sonrío ampliamente al ver a Dylan. Él me devuelve la sonrisa. Es como si lo de ayer jamás hubiese sucedido. Al parecer dejamos todo atrás y comenzamos de cero. Esto me gusta.
—Debemos controlar más seguido por si hay cambios —dice sobre el viento.
¿A qué tipos de cambios se refiere?
—¿De qué hablas?
Me doy cuenta de que algo está mal cuando noto que ya cruzamos por este camino hace un minuto atrás. Es como si estuviésemos repitiendo la misma ruta una y otra vez.
—Detente —me apresuro a decir mientras disminuyo el paso—. Algo está mal.
Dylan frena y me detengo junto a él.
—Es allí —me señala con el dedo un punto en la distancia.
Agudizo mi visión, pero no alcanzo a ver demasiado por culpa de un arbusto que obstruye el camino.
Pasan solo unos pocos segundos cuando se dejan oír unos suaves sollozos provenientes de aquel lugar.
Dylan me hace un gesto con la cabeza para que avance.
El bosque se torna más silencioso de lo normal. Es cómo si cada rama, cada hoja y cada árbol, estuviesen al pendiente de lo que sucede. Aguardan impacientes porque descubra lo que se encuentra oculto tras esos arbustos.
A medida que me acerco, los sollozos se oyen más fuertes.
A un paso de descubrir la verdad, veo entre las ramas la cabeza de una chica que se encuentra inclinada hacia adelante, con su cabello cobrizo cayéndole como una cascada a los lados. Su contextura me resulta familiar, al igual que el color de su pelo.
¿Quién es ella? ¿Qué está ocurriendo aquí?
—¡¿Por qué?! —solloza con fuerza, soltando las palabras con una ira contenida.
Cuando me muevo a un lado tengo un mejor panorama de la situación:
Ella se encuentra de rodillas en el suelo, al lado de un cuerpo que yace inmóvil sobre la hierba. Sus lágrimas caen sin cesar sobre la persona a quien lamenta. Es una situación desgarradora, pero aún más confusa cuando por fin logro ver su rostro.
Esa chica de rodillas que llora desconsoladamente soy yo.
Tengo miedo de ver quien es la persona que se encuentra tendida en el suelo. Ya me hago una idea de quién puede ser.
Me vuelvo para preguntarle a Dylan que es todo esto, pero no lo veo por ningún lado. Es justo ahora cuando comienzo a entrar en pánico.
No quiero ver quien es la persona que yace sobre la hierba, sin embargo me siento obligada a hacerlo.
Santo cielo.
Confirmo mi peor temor cuando mis ojos ven la horrible imagen debajo de mis narices.
Dylan es quien se encuentra tendido en el suelo con los ojos abiertos y fijos en la nada.
Levanto la vista, hacia esa Caitlin que estaba a su lado hace un minuto, pero ya no está aquí. Ahora estoy yo con el cuerpo de la persona que más quiero muerta a mis pies.
—¡NO!
Me despierto en medio de un grito desgarrador. Me levanto de un salto de la cama y me quedo de pie, rodeándome el cuerpo tembloroso con los brazos.
No sé si mi familia ha alcanzado a oír mi voz. Espero que no, lo último que quiero en este momento es que se preocupen por mí.
Mi mente revive aquel mal sueño una y otra vez, al parecer ese es mi castigo por todas las cosas que he hecho mal en este último tiempo.
¡¿Por qué me pasan estas cosas a mí?!
Tomo la almohada de mi cama y la arrojo con fuerza contra la pared, causando un ruido sordo. No sé que es lo que debo hacer para calmar el terrible dolor de mi pecho, pareciera que cobrara más fuerza a medida que el tiempo transcurre.
El despertador marca las dos de la madrugada. Es el peor horario para despertar, los sentimientos están a flor de piel.
Me dejo caer en el suelo alfombrado, sintiéndome totalmente abatida.
Extraño la presencia de Dylan. Si no hubiese cambiado el destino nuestro, él estaría aquí conmigo. Estaría rodeada de sus cálidos brazos.
Me hago un ovillo. El nudo de mi garganta comienza a desatarse poco a poco, hasta al fin dejar paso al mar de lágrimas interminable. Esto es irritante. No acostumbro a comportarme de esta manera.
Los minutos pasan y el llanto y los espasmos no cesan.
De pronto, la puerta del cuarto se abre y se cierra a mis espaldas. No sé quién será, ni tampoco me interesa nadie más que no sea Dylan en este momento.
Se escuchan unos pasos cada vez más cerca y luego tengo a la persona junto a mí. Mi cuerpo se eleva del suelo, rodeado por dos fuertes brazos que me atraen hacia un cálido pecho. Ya puedo imaginarme de quien se trata. Su habitación está contigua a la mía, no habrá pasado por alto los ruidos aquí.
Conmigo en brazos, se sienta al borde de la cama y me mece como si fuese una niña pequeña.
—Me... advertiste de... esto... y yo...no quise... escucharte —digo entre sollozos.
Sería difícil explicarle el por qué de la situación, aunque tampoco podría hacerlo. Me advirtió muchas veces de como iba a ser esto, pero a pesar de todo decidí seguir.
Solo que se equivocó en una cosa, Dylan no me decepcionó. Yo misma me hice esto. Fui yo la que no puso un freno de principio.
—Shh... Ya duerme, Caithy —susurra Taylor sobre mi cabeza.
Ya no tengo fuerzas para seguir peleando contra él. Enrosco mis brazos alrededor de su cuerpo y hundo mi rostro en su pecho. De esta manera, dejo que toda la angustia se libere en la forma de una cascada de lágrimas interminables.
¿Qué has hecho conmigo, Dylan?
...
Me despierto por los fuertes rayos de luz que se filtran por la ventana y pegan directo en mi rostro.
¡Hora de levantarse!
Un ratito más...
Me giro en la cama y por un momento me imagino a Dylan durmiendo a mi lado, aunque eso no sea posible. Los sentimientos siguen frescos dentro mío. No quiero pensar en él. No quiero volver a caer en el estado de ayer. Ya ni siquiera tengo lágrimas para llorar, mis ojos se han quedado secos.
No he ido al instituto. Taylor me dijo que se encargaría de avisarles a nuestros padres y a mis amigas que no me sentía bien.
Debería ir a hablar con mi hermano, tengo que agradecerle. Me oyó desde su cuarto y estuvo despierto la mayor parte de la noche esperando a que se me fuera el miedo y por fin me durmiera.
No fue mi intención involucrarlo en esto, pero admito que sin él no sé como hubiese logrado conciliar el sueño.
Las pesadillas son bastante recurrentes y últimamente me cuesta mucho dormir.
Salgo de la cama y voy directo al baño. Me observo en el espejo. Tengo el rostro demacrado, sin color, con ojera bajo los ojos e hinchados de tanto llorar.
Tomo una ducha que me alivia hasta el último centímetro de piel. Salgo recién cuando los dedos se me comienzan a arrugar.
Me vuelvo a vestir una prenda para dormir y bajo a tomar un poco de agua.
No tengo hambre. Me encantaría encontrar un pote gigante de helado de chocolate para mi sola. Eso ayudaría con mi ánimo.
Abro el refrigerador y miro dentro. Hay muchas cosas que no me apetecen. Ahora quiero helado. Cierro la puerta y me llevo un pequeño susto al encontrar a Taylor de brazos cruzados en el umbral de la cocina, observando atentamente mis movimientos. Está vestido con ropa deportiva, parece haber vuelto del gimnasio.
—A veces me das miedo —confieso sin una gota de ánimo.
—Deberías comer algo —señala el refrigerador con un dedo.
—No tengo hambre.
Su ceño se frunce por un instante. Taylor es de aquellos a los que no les gusta que no acaten sus órdenes. Es muy mandón.
—Gracias —me apresuro a decir con sinceridad—. Anoche tú... eh... eres un gran hermano, Taylor.
Sonríe débilmente y da un paso más cerca.
—Voy a estar siempre para ti, princesita.
Sonrío con nostalgia al oír la última palabra. Jamás dejará de decirla.
—Lo lamento, por todo —digo cabizbaja—. Tal vez...
—No —me interrumpe—. Yo te debo una disculpa. A veces no mido mis palabras y puedo llegar a ser hiriente sin darme cuenta de con quién estoy hablando.
—¿Quieres hablar de lo de ayer? —pregunta de pronto.
Oh, no. Sobre eso no. No quiero pensar en nada que me recuerde a la persona que me vi obligada a arrancar de mi vida mintiéndole descaradamente.
—No, solo necesito olvidar.
—Si quieres que le rompa la cara a alguien solamente tienes que decírmelo.
Espero que esté bromeando. No sabe a lo que se enfrenta.
—No, gracias —contesto con una risita nerviosa.
Taylor abre los brazos para que me acerque.
Ya que insiste... No me vendría mal un abrazo en este momento.
Olvidando por completo las discusiones que hemos tenido en este tiempo, me acerco a sus brazos extendidos y me rodea con ellos.
—No quiero volver a pelear contigo, no me hace bien —le oigo decir.
—A mi tampoco.
Si tan solo supiera que ya no estaré aquí a partir de mañana. Me iré en la madrugada. Es lo mejor que puedo hacer por ellos, por mi familia. No quiero que exponerlos más.
Nuestro abrazo se ve interrumpido por el sonido de un celular. Taylor se aparta y busca en sus bolsillos el aparato.
Ya me ha dado hambre.
Vuelvo a abrir el refrigerador y tomo lo primero que encuentro: un frasco de jalea y otro de mantequilla de maní. El pan está sobre la mesa.
—Sí, soy yo. ¿Qué ocurre? —dice Taylor al teléfono.
Me preparo rápido mi emparedado y le doy un mordisco mientras veo a mi hermano hablar. Tiene el ceño levemente fruncido. ¿Quién lo estará llamando?
De repente pega un grito que me sobresalta y casi me hace tirar al suelo la comida.
—¡¿Qué ha hecho qué?!
Corro a su lado, con medio emparedado en la boca.
—¿Qué ocurre? —pregunto por lo bajo, con la boca llena.
Eres una entrometida, Caitlin.
—¡Es un idiota! ¿Dónde está el otro? —continúa hablando sin prestarme atención—. Está bien, voy en camino... Avísale tú... Bien, nos vemos allí.
Cuelga la llamada y camina fuera de la cocina, enfrascado en sus pensamientos.
—¡Oye! —me apresuro a alcanzarlo—. ¿Qué ocurre?
Taylor voltea a verme, sorprendido de que aún siga allí.
—Maldición, lo lamento. Surgió un problema con Rody, debo irme.
Rody, su mejor amigo de la infancia. Este último tiempo anduvo metido en problemas con el alcohol. Su novia lo dejó y eso le afectó demasiado. Es a Taylor a quién únicamente escucha.
—Espero que no sea nada grave —murmuro preocupada.
—Vuelvo en un rato —se limita a contestar y desaparece por la puerta de la entrada.
Tomo mi emparedado y lo termino sentada en una de las sillas.
¿Y ahora que hago aquí? Estoy sola, mis padres trabajan y Taylor se ha ido recién. Debería preparar la maleta para marcharme mientras todos duermen. Esa sería una buena idea.
O podrías ir al campo de entrenamiento a probar suerte con tu poder.
Si lo hago espero no desanimarme al ver que no obtengo resultados a la primera.
Me visto rápidamente prendas cómodas y salgo al exterior. Las nubes cubren el cielo y lo pintan de un triste gris. Espero que no llueva mientras esté afuera.
Miro detenidamente que no haya nadie observándome y salgo a toda prisa hacia el bosque. Recuerdo vagamente el camino que tomó Dylan las dos veces que estuvimos allí. Me desvío solamente para tomar calles vacías o con poca cantidad de personas. Paso por al lado de ellas cómo una ráfaga de viento, ni siquiera alcanzan a verme. Por mi parte, veo todo cada vez con más claridad. El tiempo se ralentiza mientras corro, es increíble.
Llego al bosque en cuestión de segundos. Por supuesto que a mí no todo puede salirme bien. Al frenar, no lo hago adecuadamente y caigo de bruces contra el suelo.
Al menos llegaste.
Sí, y con mucho estilo. Quito algunos trozos de hierba de mi boca y me pongo de pie.
Ahora, ¿cómo se hace esto?
Cierro los ojos y presto atención a cada sonido dentro de mí. Si me concentro mucho puedo sentir como la sangre fluye como un torrente por mis vasos, pero no hay nada más que eso.
Aguarden, también logro sentir un tenue cosquilleo bajo mi piel, ¡ese es mi poder! Perfecto, ya lo encontré. ¿Ahora cómo lo expulso? Pongo las manos frente a mí e imagino expulsando la energía contra una roca que está a unos metros de distancia.
¡Sal ya!
¡Expúlsate!
¡Afuera!
Ninguna de esas palabras funcionan. Maldición, esto es más difícil de lo que creía.
Vuelvo a centrarme en ese cosquilleo cada vez más insistente e intento expulsarlo contra la roca.
Paso los primeros treinta minutos fracasando en cada intento, pero de pronto, en uno de aquellos, veo de mi piel refulgir levemente un halo de luz dorado. Solo aparece por un segundo y vuelve a meterse por los poros de mi piel. Ni siquiera le da tiempo a mis ojos a procesar lo visto
Me froto la piel de los brazos, intentando sacar nuevamente el...
Un momento. Eso no ha sido mi poder.
¡Tu escudo!
Ha sido idéntico al que le vi a Dylan cuando me tuvo que guiar hacia él desde el medio del bosque.
Ese cosquilleo que siento bajo mi piel no es mi poder, es mi escudo. Es bueno reconocer las sensaciones que cada uno me produce, de esa forma podré identificarlos mejor a la hora de trabajar en ellos.
Entonces, ¿cómo se siente mi poder?
Recuerdo un fuerte calor cuando estuve al limite de la muerte en el callejón. A decir verdad, mi lado humano murió allí.
Me enfurece que no haya tenido opción. Que esos dos hermanos no me hayan dejado elegir entre el mundo humano y el Raezer. Definitivamente no hubiese elegido el que me toca vivir ahora.
¿Con qué fin hacen lo que hacen? ¿Acaso no sienten pena o culpa? ¿Qué clase de lunáticos son?
Por culpa de ellos, de su asquerosa impulsividad y avaricia, tengo que abandonar a las personas que amo para que no resulten heridas por mi culpa.
Aun tengo fresco el sueño en el que venían a buscarme a mi propia casa y atacaban a Taylor. No puedo permitir que eso se haga realidad.
Pateo con fuerza una pequeña roca en el suelo, que atraviesa el grueso tronco de un árbol que está a unos metros de mí.
—¡Malditos! —bramo con furia hacia la nada misma.
Me encantaría encontrarlos a todos y matarlos uno por uno. No me sentiría mal, no sentiría pena por ello. Disfrutaría verlos sufrir, tal cual ellos disfrutan hacerlo con nosotros.
En mi pecho se arremolina un intenso calor que poco a poco comienza a esparcirse a mis extremidades.
Dylan. Mi Dylan. Lo he lastimado lo suficiente como para que no vuelva a hablarme. Mentí frente a él, de mi boca salieron palabras que no eran ciertas, jamás lo serían.
Mi mente recrea la triste escena donde rompo el corazón de ambos. Ese es mi castigo por no haber puesto un freno a la situación cuando era debido.
El calor se hace más intenso a cada segundo. Puedo sentir el burbujeo de la sangre al hervir de furia. Una corriente eléctrica cruza mi médula y activa cada nervio de mi cuerpo, listos para recibir y transmitir al exterior la gran cantidad de poder que cargo en cada célula de mis tejidos.
La roca frente a mí se divide en miles de fragmentos al estrellar contra ella una fuerza invisible que siento desprenderse de mí.
Santo cielo.
Ese sí es tu poder.
Me dejo caer en el suelo cuando noto que todo mi cuerpo reclama un descanso. No ha sido como las últimas veces, aquí no se encuentra Dylan. No compartimos el poder como lo hemos hecho antes. Ahora ha salido únicamente de mí y es un desgaste de energía importante. Espero que solo sea así hasta que me acostumbre.
A todo esto, la pregunta es: ¿Cómo lo activé?
¿La ira lo hace?
Tendría que haberle hecho más preguntas de esto a Dylan la primera vez que vinimos a entrenar aquí. Tendría que haber insistido más, a pesar de que él se empeñara en posponer las respuestas.
De repente, el crujido de una rama me pone de inmediato en alerta. El aire se carga de esa horrible energía negativa que disminuye lentamente mi fuerza.
Demonios, ¿cómo me encontraron?
El corazón me retumba con fuerza en los oídos mientras miro en todas direcciones. No veo nada más que arbustos, árboles y rocas. Estoy a punto de echar a correr cuando al fin logro ver quién me hace compañía hoy. De entre los árboles alcanzo a ver a Sarah, la abuela de Dylan, caminar apresurada en mi dirección.
—Caitlin —su voz está cargada de preocupación, al igual que su mirada—. Supuse que estarías aquí.
¿Por qué está ella en el campo de entrenamiento? ¿Qué sucedió?
Mi mente empieza a formular muchas teorías en la que el único protagonista es Dylan. Y nada bueno sucede en ellas.
Puedo sentir como el puso se me ralentiza y los sentidos se me entorpecen de solo imaginar el por qué de su presencia.
—¿Dónde está él? —digo en un frágil susurro.
Sarah frunce los labios y niega levemente con la cabeza.
—Tenemos muchas cosas de que hablar —se limita a contestar.
Doy un paso hacia ella sin importarme nuestras diferencias. Sé que no me hará daño. La densidad de su energía ahora pasa a un segundo plano, ya no me interesa nada más.
—¿Dónde está Dylan? —insisto, mis manos forman dos puños por la tensión. Mi respiración se ha vuelto muy irregular.
—Se ha ido —responde.
No puede ser. ¿A dónde? ¿Por qué?
Tu plan de escape deberá posponerse.
Santo Dios, ¿qué has hecho, Dylan?
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