XXV
Narra Caitlin:
Estiro la mano por debajo de las sábanas y apago el despertador que no deja de aturdirme con su incesante timbre.
Abro poco a poco los ojos, dándoles tiempo a que se acostumbren a la claridad de la mañana.
Los recuerdos de la noche anterior comienzan asomarse entre mis pensamientos y no puedo evitar girar rápidamente la cabeza al recordar que Dylan estuvo aquí conmigo anoche.
Y ya no está.
Siento una punzada de desilusión al no encontrarlo aquí. No lo entiendo, es en lo que habíamos quedado. Él se iría apenas me durmiera. Soy muy tonta al pensar que podría encontrarlo a mi lado.
Debo admitir que dormí mucho mejor con él aquí. Su presencia me trae tranquilidad.
Me tomo un tiempo hasta juntar la fuerza necesaria para salir de la cama e ir al baño a prepararme para ir al instituto.
Mientras bajo la escalera, me pongo a pensar en el entrenamiento de hoy. Me dije a mí misma que debo poner todo de mí para facilitarle el trabajo a Dylan y poder avanzar mucho más rápido. Ya sé que no es sencillo, ayer pude comprobarlo, pero si...
Me detengo súbitamente en el último escalón cuando me invade un sentimiento jamás antes experimentado. Es angustiante y realmente confuso. Parece como si una emoción ajena de pronto me atravesara el cuerpo y se instalara en mi pecho. Llevo una mano allí y presiono con fuerza, esperando que la molestia desaparezca pronto.
Yo no creo que eso suceda...
Me aferro al barandal de la escalera cuando el sentimiento se convierte de un momento a otro en una cólera casi incontrolable.
¿Qué me sucede?
Hecho un vistazo rápido a la cocina, manteniéndome oculta tras la pared para no ser vista.
Papá y Taylor están allí. Mi padre está de espaldas a mí, preparando su taza de café mientras charla animadamente con mi hermano.
Me vuelvo a ocultar respirando con dificultad. Ya casi no puedo soportar la furia que amenaza con romper mi cordura.
No sé para donde correr ni siquiera que hacer. Me siento totalmente perdida.
Entonces, de un momento a otro, logro recuperar el control de mi cuerpo, como si nunca nada hubiera sucedido.
¿Que demonios ha sido eso?
Confundida, me adentro en la cocina y comienzo a prepararme el desayuno: un tazón de cereales con leche.
Mi padre y Taylor charlan sobre una supuesta fiesta.
¡La que Dylan dijo a la que pudo haber ido!
Es verdad. Dylan tenía razón.
—¿Te sientes bien, cariño? Te noto algo pálida —oigo decir a mi padre. Ha tomado asiento junto a mi hermano, que ahora me está inspeccionando el rostro para confirmar lo que él ha dicho.
Me viene a la mente la pesadilla de anoche y lo sucedido en ella. Taylor había sido atacado, luego seguía yo. Me estremezco al revivir la escena.
—Sí, solo necesito comer algo —respondo, aparentando serenidad.
Eso último es lo que estaría necesitando. Aún sigo algo aturdida por lo ocurrido hace unos minutos. ¿Debería preguntarle a Dylan? ¿O me veré muy loca haciéndolo?
—¿Y mamá? ¿No irá a la oficina hoy?
Me parece extraño no encontrarla aquí.
—No, se siente enferma —contesta mi padre, apenado—. No durmió en toda la noche. Al parecer los camarones que pidió ayer en el restaurante no estaban en buen estado.
—Tú ve tranquilo a trabajar que yo me quedaré a cuidarla —le asegura Taylor.
Al menos mamá no estará sola, eso me deja un poco más tranquila.
Desde ayer que no le dirijo la palabra a mi hermano, aunque tampoco he tenido el momento para hacerlo porque estuvo toda la noche en esa estúpida fiesta. Y ahora no me da la gana de entablar una charla con él luego de la discusión innecesaria de ayer.
Termino el desayuno justo cuando mis amigas llegan.
—Escupe —me dice Penny apenas me subo al coche. Lo pone en marcha y enseguida nos adentramos al tráfico matutino.
Ayer, antes de irme del instituto, les había comentado a ellas que tendría una "cita" con Dylan y que me iría con él luego. No veo extraño que ahora me quieran atosigar con mil preguntas sobre lo ocurrido en esa falsa cita. Pero... quizás sí hay algo que puedo contarles.
Me ruborizo de solo volver a recordarlo.
—Buen día.... —comienzo a decir en un tonto intento por cambiar de tema.
—Ni pienses hacerlo, Caitlin Josephine Leonore Blair —me reprende Jill.
Les aseguro que esos nombres los ha inventado.
¿Segura?
De verdad lo digo. Por si no se los había mencionado antes, tengo segundo nombre, pero no son esos. Valentine. Caitlin Valentine Blair.
—¡Dinos ya! —me apresura Penny.
Me tomo un minuto mientras observo por la ventanilla el exterior. Un pequeño perro camina encantado por la acera con su dueña que lo mantiene a su lado con la correa.
—Estuvo interesante el... —me detengo justo cuando estoy a punto de decir entrenamiento, llegando a corregirme a tiempo—. La cita.
—Creí que dirías el cuarto de Dylan o algo de eso —dice Jill con picardía.
Mis mejillas se tornan rojas de solo oírlo.
No entiendo por qué te ruborizas si ya estuviste en su cuarto. Con su camiseta puesta. Y por cierto, fue él quien te vistió.
No lo empeores, conciencia. Gracias por recordarme eso.
Había sido luego del encuentro en el callejón con los gemelos. Desperté en su cuarto sin poder recordar nada luego de que mi poder se liberó.
—¿Su cuarto? Sí, claro... —digo en un murmullo.
Me hundo en el asiento esperando que de alguna u otra forma me absorba y me escupa hacia afuera del auto.
—Nos besamos —añado rápidamente antes de que continúen interrogándome. Mi cuerpo se acalora de solo pensarlo, no sé si es por la vergüenza de admitirlo frente a ellas o por revivir el recuerdo en mi cabeza.
Penny suelta un grito de emoción y Jill aplaude.
—Esto se pondrá interesante, estoy segura —comenta la rubia.
—Está de más decir que me debes elegir como madrina de boda —me advierte Penny.
Se me cae la mandíbula al oír aquello. ¿BODA? ¿De dónde saca esas locuras?
—¿Echaste alcohol en tu desayuno?
Penny rueda los ojos, manteniendo la sonrisa en los labios.
Llegamos al estacionamiento del colegio.
—Tu amado te espera —me avisa ella.
Miro a través de la ventanilla. Y efectivamente allí esta Dylan, pero ¿con quién está hablando?
Una persona de su misma estatura se encuentra frente a él, de espaldas a nosotras. Tiene casi la misma complexión que Dylan. Lleva puesta una sudadera de color gris con la capucha puesta.
—¿Ese es...? —comienza a decir Jill, pero se detiene a mitad de frase.
—¿Quién? —indaga Penny con curiosidad.
—Ah, no. Me confundí, creí haber visto a alguien más.
—Alguien de la gran lista de chicos con los que hablas —bromea su prima mientras estaciona el coche.
—No te das una idea...
—Hemos llegado al Olimpo —anuncia Penny una vez que estamos todas afuera—. Ve a buscar a tu Dios griego, amiga.
Suelto una pequeña risita al escuchar aquello.
—Las veré luego —me despido con un ademán de mano y camino hacia donde había visto segundos atrás a Dylan. Y allí está, de brazos cruzados, recostado contra su coche. Viste todo oscuro como siempre. Él es un chico que rebosa de alegría por todos sus poros.
¡Já!
No tarda en darse cuenta de que me lo estoy comiendo con la mirada. Nuestra conexión es una soplona.
Sonríe al verme, eso causa que mi estómago cosquillee un instante, pero en seguida mil dudas cruzan mi mente al darme cuenta de que esa sonrisa no llega a sus ojos.
¿Qué le sucede? ¿Tendrá algo que ver con el chico que estuvo aquí hace unos minutos?
Dylan acorta los pocos pasos que quedan de dos simples zancadas.
—Hola, preciosa —me saluda con un delicado beso en la coronilla.
—Hola —murmuro con timidez. No entiendo por qué aún me sigue intimidando su presencia.
—¿Cómo estás? —pregunta, observando minuciosamente mi rostro—. ¿Dormiste bien?
—Mejor que nunca —respondo con una sonrisa. Ya se imaginarán a lo que me refiero.
Detiene su mirada en mis labios, debatiéndose si acercarse o no. La duda no le toma mucho tiempo ya que se acerca y deposita un corto y dulce beso en ellos.
—Así está mejor —dice luego de despegar sus labios de los míos.
Admito que me toma por sorpresa su beso. Todavía no me acostumbro a esta faceta de él.
Entrelaza nuestros dedos y empezamos a caminar hacia el edificio delante nuestro.
—¿Quién era el que estaba recién contigo? —le pregunto al recordar al chico que vi junto a él.
Puedo sentir que tensa nuestro amarre, pero su rostro se mantiene inescrutable.
—Un amigo —se limita a contestar.
¿Un amigo? Me suena extraño oír eso, jamás vi a Dylan con nadie más. Al parecer todavía me falta conocer más de su vida.
Dylan socializando, que maravilla.
—¿Estudia aquí? —me atrevo a preguntar con cierta cautela. No le veo muchas ganas de hablar sobre el tema.
—No —suelta un suspiro y se detiene—. Surgió un asunto, no podremos entrenar esta tarde.
¿Qué asunto? Me muero por saber que ocurre, pero no quiero parecer entrometida.
—¿Todo anda bien?
Dylan curva levemente sus labios y retoma el camino hacia la primera clase.
—No te preocupes. Debo resolver unas cosas con la persona que viste. Te llevaré a tu casa luego de clases.
Al parecer es todo lo que me dirá. Tampoco voy a insistir, no es asunto mío.
—Está bien —respondo finalmente.
Las horas transcurren más lentas de lo normal. Dylan, que se encuentra sentado a mi lado en esta última clase, se encuentra oyendo atentamente al profesor Stevenson. Está más que claro que yo no comprendo ni una palabra de lo que dice, jamás nos hemos llevado bien el francés y yo.
Por un momento me detengo a observar el perfecto perfil de Dylan. ¿Cómo puede ser que no tenga ninguna imperfección? Desde la punta de su cabello hasta el mentón es perfecto.
Y ahora es tuyo.
Todo mío.
Lo sabe el instituto entero, no tardaron en enterarse todos de que el chico apuesto ya tiene novia. Y adivinen como me apodaron, esta es la parte más divertida.
La zorra del Olimpo.
¡Exacto! Al parecer no soy la única que cree que Dylan es un Adonis.
Que ingeniosos. Si tan solo supieran que soy capaz de oír sus secretitos y susurros por los pasillos...
"¿Por qué ella?"
"Ni siquiera es la mitad de mujer que yo soy"
"Creo que él debe tener problemas de visión".
—Mlle, Blair, l'ardoise est juste ici en face.
Vuelvo la vista al frente cuando escucho mi apellido en medio de aquellas palabras incomprensibles que acaba de decir el profesor.
Dylan se ríe por lo bajo y me mira de reojo.
—Luego puedes seguir apreciándome, al señor Stevenson no le gusta —dice en un susurro que solo yo soy capaz de oír—. Envidioso.
Me hundo en el asiento esperando que el color de mis mejillas desaparezca pronto. Todos se han dado vuelta a ver que ocurre.
Maldición.
La clase termina diez minutos después del vergonzoso suceso y Dylan ha insistido en llevarme hasta mi casa.
—¿Por qué me odiabas cuando nos conocimos? —se me ocurre preguntarle mientras avanzamos por la ciudad.
Dylan conduce en silencio, parece preocupado por algo. Le he preguntado unas tres veces si todo anda bien, pero siempre consigo la misma contestación: "no te preocupes".
¿Cómo no quiere que me preocupe si no me da respuestas? Eso me ha hecho recordar a cuando no quería aclarar mis dudas sobre nuestra conexión. Cada vez que indagaba sobre aquello, sus contestaciones eran bruscas y cortantes.
Al oír mi pregunta, su rostro pasa de la preocupación al asombro en medio segundo.
—No te odiaba ti, Caitlin —responde con calma—. Estaba enojado conmigo mismo por no poder reprimir mis sentimientos hacia ti.
—¿Desde hace mucho que... sientes algo? —pregunto dudosa.
Él niega con la cabeza rápidamente.
—¿Cómo podía verte con otros ojos si eras una niña? —asegura—. Yo no estaba de acuerdo en un principio con la idea de hacer el último año de preparatoria en el mismo instituto que tú, tenía un vago presentimiento de lo que ocurriría.
—¿Y qué te hizo cambiar de opinión?
—Fue la persona que viste hoy en el estacionamiento y tal vez alguien más —hace una pausa antes de continuar—. ¿Sabes? Fue mucho más difícil para mí darme cuenta de que no me recordabas. Durante unos días decidí alejarme, me ausenté, pero tú y tus constantes pensamientos me volvían loco. Por eso regresé —con que a eso se debió su ausencia durante una semana—. Intenté mantenerme lo más distanciado posible.
—Sentándote junto a mí no ibas a conseguir eso —añado con obviedad.
Él se ríe, negando con la cabeza.
—Eso no lo tenía planeado el primer día de clases.
—¿Y que hay con los demás días?
Dylan frena cuando el semáforo cambia a rojo. Se gira hacia mí, manteniendo su mirada sobre la mía.
—Coloca un dulce frente a un niño y ve si resiste a la tentación —dice casi en un susurro.
Santo Dios. Mis mejillas adquieren un tenue rubor al oír sus palabras.
—Soñé contigo mientras no estabas —murmuro.
—¿Y qué soñaste? —pregunta interesado.
—Fue demasiado extraño. Estaba en un bosque, pero no era al que vamos ahora. Era distinto. Te encontré allí. Corriste hacia mí a la misma velocidad con la que lo hacemos ahora —me detengo a pensar por un momento-. Ahora que lo pienso mejor, ¿fue un sueño? Me pedías que...
—Corrieras —termina la frase por mí. Su expresión es de completo asombro—. También soñé con eso.
Pone en marcha el coche ante mi cara de estupefacción.
—Admito que golpeas fuerte —añade.
De pronto recuerdo que lo había abofeteado. Tuve en ese entonces una semana un poco agobiante, necesitaba aclarar un par de dudas y él simplemente había desaparecido. Creía que había sido solo un sueño.
—¿T- tu eras real? —tartamudeo, maravillada.
Él asiente con la mirada perdida en el tránsito.
—Esto es más fuerte de lo que creía —susurra.
—¿A que te refieres con eso?
—Tú, yo, lo nuestro, Caitlin. Nuestra conexión.
Vaya, parece imposible. No comprendo que es eso que tenemos nosotros que nadie de nuestra especie tiene.
—¿Y qué lugar era ese? —pregunto, refiriéndome al sueño.
Su mirada cambia por completo. Puedo notar su cuerpo tensarse y de alguna extraña forma logro captar sus emociones: preocupación y enfado.
—Prométeme una cosa —su voz corta el hilo de mis pensamientos—. Jamás irás allí tú sola.
Será fácil ya que ni siquiera recuerdo como llegué a ese lugar.
—¿Por qué regresaría a ese sitio? —pregunto confundida.
—Hazlo, Caitlin —insiste.
—Lo prometo —digo finalmente.
¿Que tiene de malo ese lugar? ¿De allí vendrán los Raezers que nos persiguen?
Que te persiguen, permíteme corregirte.
Gracias, era muy necesario.
De nada.
Noto como sus hombros se relajan un poco al oír esas palabras.
—Bien —contesta un poco más calmado.
Quita una mano del volante y la coloca sobre la mía, dándole un leve apretón.
Debería preguntarle en otro momento sobre esto, no creo que ahora me de ninguna respuesta.
Llegamos a mi casa luego de unos pocos minutos.
—¿Vendrás esta noche? —le pregunto antes de bajarme.
—Me quedaré hasta que te duermas, si tú quieres.
Asiento y sonrío ampliamente.
—Te esperaré —digo entusiasmada.
Se desabrocha el cinturón y se acerca para darme un beso de despedida.
Mis labios cosquillean justo donde los suyos tocan. Tan cálidos y suaves... Adictivos. Son perfectos.
Me bajo del coche y entro a mi casa con una sonrisita tonta en los labios.
—¿Quién era ese joven? —pregunta mamá apenas cierro la puerta de la entrada.
Lleva puesta su bata de pijama y en sus manos sostiene una taza de té. Las ojeras bajo los ojos las tiene mucho más marcadas que de costumbre.
—Eh... un amigo —miento descaradamente.
Levanta una ceja y me mira con su típica cara de "sé que estás mintiendo".
Es hora de hablar, Caitlin.
—Es alguien especial para mí, mamá.
Ella suelta un suspiro y se acerca a mí, pasándome la taza para que se la sostenga así poder acunar mis mejillas entre sus manos.
—Lo sé, cariño. Lo veo en tus ojos —dice con suavidad—. Sabes que puedes hablar conmigo.
Es lo que más quiero. Me encantaría poder contarle absolutamente todo y contar con su consejo, pero no será así. Sigo sin conocer las leyes de mi mundo, del mundo de una Raezer y no quiero causarle problemas.
—Sí, lo sé —digo sonriendo forzosamente.
Algún día lo haré, mamá.
—¿Tú como te encuentras? —pregunto al recordar que se sentía enferma por la mañana—. ¿Ha pasado el malestar estomacal?
Ella vuelve a tomar la taza de mis manos y me sonríe cariñosamente.
—Estoy mucho mejor, gracias, cariño. Terminaré este té y creo que volveré a la cama, debo recuperar fuerzas para mañana sentirme mejor.
—Hazlo, estarás mejor.
Subo las escaleras sintiendo la boca seca. Ocultarle a mamá las cosas me genera un feo malestar.
Oigo la puerta de la habitación de mi hermano abrirse. Segundos después, Taylor aparece en el umbral y se me queda observando en silencio. Puedo notar cierta aflicción en su mirada.
Aún seguimos sin hablarnos. Les aseguro que yo no seré quien de el primer paso luego de todo lo que tuve que escuchar salir de su boca.
Todavía sigo pensando en sus palabras. Lo que más me da vueltas en la cabeza fue lo último que dijo antes de marcharse de mi cuarto. Creo que empiezo a encontrarle sentido de a poco. Cada día me decepciono más de él y de su forma de dirigirse hacia mí.
—Caitlin...
Al oír que empieza a hablar, inicio mi huida hacia mi habitación sin siquiera mirarlo. Rápidamente su brazo se cruza en medio del marco de la puerta, impidiéndome entrar.
—No, no puedes huir de mí —dice fastidiado—. Vamos, eres mi hermana, ¿cuánto tiempo crees que podría estar enfadado contigo?
—Yo no pienso igual —respondo borde—. Ahora apártate.
—Quiero disculparme por mi comportamiento de ayer. Sé que no estuve bien.
—Al menos lo reconoces. Muévete.
—Por favor, hablemos, ¿sí? —insiste.
—¿Me dirás a qué te referías con lo que dijiste ayer antes de marcharte como un cobarde?
No lo perdonaré tan fácil. Esta vez no.
—Solo fueron palabras que escupí por culpa del enojo —contesta.
—¿Realmente hiciste lo que dijiste? —presiono.
—No pienses en eso, Caitlin, no tiene importancia.
¿Cómo que no?
—Para mí sí. ¿Vas a responder o no?
—Yo...
Ni siquiera es capaz de completar la oración.
De esta forma no mantendré ninguna charla con él. No puedo creer absolutamente nada de alguien que me oculta cosas.
—Adiós, Taylor.
Soy consciente de que aplico un poco de la fuerza de mi lado no humano para apartar su brazo. No he tenido opción. Ni siquiera me atrevo a ver su expresión, me adentro en mi cuarto y cierro la puerta en sus narices.
—¿Que sucede entre ustedes? —oigo la voz de mamá al otro lado de la puerta.
Al parecer ha oído todo.
—No importa —responde Taylor—. Debo hacer unas cosas. Volveré más tarde. Adiós, mamá.
Se escuchan sus pasos descendiendo por la escalera y luego la puerta de la entrada cerrarse.
No entiendo sus cambios de humor.
Saco mi cuadernillo de la mochila y decido ponerme a hacer la tarea del día de ayer y de hoy. Si no adelanto me atrasaré en todas las asignaturas. El entrenamiento diario me consume la mayor parte del día, y como hoy tengo tiempo libre prefiero dedicarme a esto. Al menos hasta que venga Dylan.
Llegada la hora de la cena, bajo a comer con mi familia. Estamos todos en la mesa menos mi hermano que, según mi madre, está cenando en lo de su amigo Roddy.
Luego de comer, colaboro con la limpieza de los platos.
—Que descansen —me despido una vez terminado el trabajo.
Subo la escalera de dos en dos. Lo seguiré haciendo hasta que me dé el mentón contra el escalón. ¿Ansiosa yo? No lo creo.
¿Un Raezer torpe? ¿Es posible eso?
A veces olvido lo que soy. Creo que no es posible que suceda eso. Nuestros reflejos se encuentran mucho más desarrollados.
Me adentro en mi cuarto y cierro la puerta tras de mí.
—Puedo ayudarte con el último ejercicio, si lo deseas —la voz de Dylan casi me produce un infarto.
Me volteo rápidamente y lo veo sentado en la silla de mi escritorio leyendo la tarea que hice hace unos minutos. Todavía me falta terminar la última consigna. La tarea de francés me ha costado más de lo que creía.
—Si mi corazón no se detiene en los próximos minutos, entonces acepto — contesto con una mano en el pecho—. Algún día de matarás del susto.
—Bueno, eso sería imposible —contesta, haciendo bailar el lápiz entre sus dedos. Se inclina sobre la hoja y empieza a escribir a gran velocidad.
—¡Oye! Dijiste que ibas a ayudarme, no que la harías por mí.
Camino hasta su lado y le quito el lápiz justo cuando añade el punto final a la oración.
—A eso me refería con ayudarte —contesta con una sonrisa ladina.
Leo lo que ha escrito como respuesta. No entiendo nada. Debería utilizar el diccionario para traducirlo, como he estado haciendo durante la tarde luego de terminar la tarea de química atrasada de ayer. El único momento de descanso que he tenido lo utilicé en una ducha confortante para despejar un rato mi cabeza de cualquier tipo de pensamientos. Luego, volví a continuar con los deberes.
—Las bases económicas y sociales del Antiguo Régimen de Francia se eliminaron a mediados de mil setecientos ochenta y nueve y mil setecientos noventa y nueve —me aclara Dylan.
Bueno... terminé por hoy.
—Excelente —digo cerrando el cuadernillo de un golpe seco y dejándolo de nuevo en su lugar—. No más historia de Francia por hoy.
—Mañana es la clase de biología —me recuerda—. Nosotros no asistiremos.
¿Otra vez con ese rollo?
—¿Podrías explicarme por qué no podemos? —pregunto con cansancio.
No me agrada tener tantas restricciones por culpa de mi condición. Esto no era lo que imaginaba al pensar en mi último año de preparatoria hace poco más de un mes.
—¿Donde están las marcas que los arbustos dejaron ayer sobre tu piel? Habrás notado el ardor al pasar corriendo entre ellos.
Eso es cierto, recuerdo sentir los cortes.
Me observo los brazos con curiosidad y me sorprendo al no ver nada en ellos.
—Observa esto —dice, entonces.
Toma el cúter que hay entre el montón de lápices dentro de un tarro y se pone de pie.
—¿Qué harás con eso, Dylan? —pregunto con recelo.
Me asusto cuando coloca el filo de la cuchilla sobre su antebrazo.
—¡Espera! ¡¿Qué haces?!—digo horrorizada, intentando mantener mi voz entre susurros para que no nos escuchen.
Él hace caso omiso a mis palabras y, sin más rodeos, desliza el filo de la hoja en sentido longitudinal. Su rostro se contrae en una mueca de dolor cuando abre un gran tramo de piel.
Mis ojos casi se salen de sus cuencas al ver la terrorífica escena. Creo que voy a vomitar.
—¡¿Estás loco?! —suelto en un grito bajo.
—Solo espera... —dice entre dientes, presionando su mano en un puño. Las venas bajo su piel se encuentran más marcadas que nunca, es impresionante.
Entonces, levanta el filo del cúter y se mantiene en silencio.
Mi estómago se revuelve al comenzar a ver la sangre brotar de su brazo, pero de pronto algo más llama mi atención. La herida en su piel empieza a cerrarse rápidamente, cortando abruptamente la pérdida de sangre.
Corro a buscar un pañuelo de mi mesita de noche y lo paso por su brazo, limpiando el hilo de sangre que salió de la herida ya inexistente.
—Si solo tres segundos son suficientes para hacer desaparecer una herida de esa profundidad, ¿en cuánto crees que desaparecería el pinchazo de una simple aguja?
No sé que decir ante eso. Definitivamente no podremos ir a la clase de biología. No estoy segura de como podría reaccionar el profesor a nuestra anormalidad.
Dylan me quita el pañuelo de las manos y limpia el cúter. Luego, lo deja de nuevo en su lugar y se guarda el pañuelo en su bolsillo.
No puede ser real.
Tomo su brazo entre mis manos y contemplo su piel lisa e impoluta. No hay ningún rastro de la herida que alguna vez estuvo allí.
Dylan se ríe por mi expresión de perplejidad y me besa la mejilla.
—Es hora de dormir —anuncia.
¿Ya? Si es temprano todavía.
—¿Dormir? Aun es temprano.
—¿Estás segura de eso? —pregunta con una ceja en alto.
Miro el reloj sobre la mesita junto a la cama y me sorprendo al descubrir que casi es medianoche.
Vaya, se pasa rápido el tiempo mientras se estudia.
—Aguarda aquí un momento —le digo mientras me acerco al armario para tomar mi pijama.
Voy hasta el baño, me cambio, hago rápido mis necesidades y regreso al cuarto. Dylan se encuentra sentado sobre la cama observando la pequeña muñeca de porcelana que yace en su mano.
Abro la boca para decirle lo mismo que le digo a Taylor cada vez que la toca, pero me gana él al hablar primero.
—Ya sé que debo tener cuidado. Fue un regalo de tu abuela paterna cuando cumpliste ocho años.
No debería sorprenderme que sepa eso, Dylan sabe más de mi vida que yo misma.
Apago la luz principal de la habitación y dejo solamente mi lámpara de noche encendida.
Me meto dentro de las sabanas y Dylan me cubre con la manta para luego recostarse sobre ella. Me atrae hacia su cuerpo y yo lo rodeo con mis brazos como la noche anterior. Hoy se siente menos incómodo, ambos ya estamos mucho más relajados.
Nos quedamos en silencio un par de minutos.
¿Quién iba a creer que terminaríamos los dos así? Hasta a mí me cuesta creerlo.
—¿Estás lista para el día que nos espera mañana? —me pregunta al oído, acariciando suavemente mi cabello.
No tardo en relajarme por completo. Sus dedos hacen magia.
En el sentido más inocente de la palabra...
—Ajam —contesto media dormida.
No me preocupo por si alguien llegara a entrar. Somos capaces de oír ruidos mínimos, por lo que cualquier sonido nos pondría en alerta enseguida.
Haciendo a un lado la parte mala de la historia, es decir, la parte en que quieren asesinarme un par de personas con poderes raros como los míos, quiero señalar que no todo es tan malo como parece. Las cosas con Dylan están mejorando visiblemente día a día y eso me hace feliz. Soy consciente de que parte de eso es debido a la conexión que tenemos.
A veces me pregunto, ¿que hubiese sido de nosotros en un mundo paralelo donde la magia que nos une no existiera? No sabría decir si mis sentimientos hacia él serían los mismos.
En el trance al sueño creo oírle susurrar un "te quiero", pero no estoy segura de eso. Ni tampoco estoy segura de haber murmurado un "yo también".
Mis pensamientos pronto se disipan y no tardo en caer en un profundo sueño.
...
La luz que se filtra por la ventana cae directamente en mi rostro. Pestañeo medio dormida por un momento, intentando caer en la realidad. Lo extraño de todo esto es el calor que me está sofocando.
Solo faltan cinco minutos para que el despertador comience a sonar. Esto no sucede siempre, generalmente es él quién me gana. Lo desactivo rápidamente antes de que me aturda los oídos.
Al moverme, siento la presión de algo rodeándome la cintura, por encima de la manta. De allí proviene el calor.
Volteo de manera automática y ahogo un grito al ver el rostro de Dylan a un palmo de distancia del mío. Sus ojos se encuentran cerrados y tiene sus labios ligeramente entreabiertos. También puedo oír un suave ronquido provenir de su garganta. Está profundamente dormido.
¿Qué hace aquí? ¿Cómo pudo haberse quedado dormido?
Agradezco que nadie haya entrado a mi cuarto, sino no sé que hubiese ocurrido si lo veían aquí conmigo.
Sangre, mucha sangre.
Que graciosa.
Me quedo observándolo anonadada. Luce tan... vulnerable, una cualidad que jamás se permitió mostrarme. Dejo pasar al menos dos minutos en los que solo me dedico a contemplarlo. Su piel es tan perfecta, al igual que cada una de sus facciones. Puedo sentir la suave energía que comienza a surgir entre ambos, envolviéndonos en nuestra propia burbuja.
Me es imposible contenerme. Alzo mi mano y con mucha delicadeza paso mis dedos entre su suave cabello. Pero me alejo de inmediato cuando Dylan deja escapar un murmullo ininteligible que pone a mi corazón a latir con más fuerza.
¿Qué estará soñando?
—Caitlin... —dice en un susurro.
Ahí tienes tu respuesta.
Su brazo se tensa a mi alrededor, atrayéndome más hacia él. ¡Madre mía!
Creo... creo que debería despertarlo, en un rato tenemos clases.
¡Qué aguafiestas!
—Dylan —lo llamo en voz baja.
Nada.
—Despierta —intento otra vez.
Ni se inmuta. Genial.
Intento zafarme de su agarre, pero me mantiene bien sujeta. Esto no será fácil. Está profundamente dormido.
Llevo mis dedos a su hombro y golpeo un par de veces a ver si así consigo algo.
—Debes despertar si quieres seguir viviendo.
Mi mirada se pierde en sus labios. Es demasiado tentador tenerlos tan cerca.
¿Por qué no?
Mmm... ¿Por qué no? Mi dedo índice se mueve por voluntad propia hacia sus bien contorneados labios, acariciándolos con sutileza. Su ceño se frunce ligeramente en sueños, pero no hace ningún otro movimiento.
Tal vez necesita el beso de su princesa azul.
Es príncipe azul...
Bueno, pero tu no eres hombre, ¿o sí?
¡Claro que no!
Aunque tampoco digo que sea mala idea, ya saben, lo del beso inocente... Además sería una linda forma de despertar.
Cuando quiero darme cuenta mi rostro ya está acercándose al suyo de pura inercia. Que esté soñando conmigo hace que esos llamados sean más difíciles de controlar para mí.
Dejo mi boca suspendida sobre la suya y aguardo. Él sigue igual de dormido que hace un minuto. Sin perder más tiempo, dejo que mis labios acaricien sutilmente los suyos. Solo un pequeño roce, apenas un mínimo contacto. Entonces, Dylan parece ser atraído hacia mí con la misma fuerza que un imán. Jamás entenderé qué tipo de magia es la que corre por nuestras venas, la que nos une, pero aun en sueños somos incapaces de resistirnos a la conexión que tenemos. Sus manos se aferran automáticamente a mi cintura y me pegan a su fornido cuerpo con vehemencia, eliminando los milímetros que nos separaban.
Ay, Dios mío...
—Caitlin... —balbucea nuevamente en sueños.
Sus labios rozan los míos cuando habla, despertando un centenar de mariposas que colman enseguida mi abdomen.
La fuerza de atracción es tan fuerte que su boca busca la mía aun estando dormido. No dudo en corresponderle el beso. La coordinación de nuestros labios es la misma que cuando está despierto. La lentitud con la que los desliza es exquisita, tentadora...
Debería moverme, siento que estoy aprovechándome de él de alguna forma. Es decir, ¡está dormido!
Yo no diría eso...
De un segundo a otro, el beso se vuelve un poco más intenso. Una de sus manos viaja a mi nuca y se aferra allí para tener un mejor control.
Creo que ya se despertó.
Una risita se me escapa sin querer al imaginar la confusión suya al despertar de esta forma. Dylan detiene el beso y se aparta unos pocos centímetros. Abre sus maravillosos ojos grises, que lucen más oscuros de lo habitual, y la intensidad de su mirada pone a mi corazón a saltar como loco.
—Linda forma de despertar, preciosa —Me sonríe.
Una sonrisa bobalicona se forma en mis labios.
De pronto, veo como su entrecejo se empieza a fruncir. Su vista se desvía hacia los lados e inspecciona todo con una evidente confusión. Tarda unos segundos en darse cuenta del contexto de la situación. Sus ojos se abren grandes y se aparta de mi lado a la velocidad de la luz.
No te vayas...
—Mierda —masculla, poniéndose de pie de un salto.
—Te has quedado dormido —digo en voz baja para que no me escuchen afuera.
—Yo... tú... ¿Qué hora es? —pregunta confundido.
—Son las seis y media de la mañana. Tenemos clases en una hora —respondo, aguantándome las ganas de reírme.
Dylan se refriega el rostro con ambas manos y luego intenta darle forma a su cabello desordenado.
Luce demasiado adorable.
—Sí, clases —dice un poco más despabilado—. Lamento esto. Debo irme. Te veo luego, ¿vale?
Se acerca velozmente a la cama y me da un pequeño beso en la coronilla. Mi corazón se dispara y comienza a latir como loco.
—Sí, nos vemos en un rato —respondo algo atolondrada.
Dylan desaparece por la ventana, dejándome con las hormonas revolucionadas.
Vaya comienzo de día...
...
Las dos primeras horas de clase transcurren rápido, gracias a Dios. El profesor Murphy ha explicado un nuevo tema en Matemáticas y ya advierte de los próximos exámenes que tomará la semana que viene. Fantástico.
Llegada la hora del recreo, me acerco a la mesa donde ya están mis amigas.
—¿Qué les parece si Dylan se sienta con nosotras hoy? —les pregunto.
No estaría mal que lo conozcan. Él y yo estamos saliendo... Creo. Sería descortés no presentárselos. Le hice la propuesta a él durante la hora del señor Murphy y no se vio muy de acuerdo con la idea. Señaló que mis amigas seguramente harán muchas preguntas que él no podrá responder. Aun así, terminé por convencerlo.
—Por supuesto que sí —acepta Penny con una gran sonrisa—. Estaba esperando que dijeras eso algún día.
Le hago una seña a Dylan con la cabeza para que se acerque, ya que está en la fila escogiendo nuestra comida que se ha ofrecido en traer. Él me da un leve asentimiento como respuesta.
Tomo asiento frente a mis amigas y espero a que llegue a él.
—¿Acaso ya son novios? —pregunta Jill inquisitivamente.
—No —respondo de inmediato—. Sería demasiado rápido, ¿no lo crees?
Bueno, después de lo de esta mañana... No quiero pensar en eso ahora.
—Si tú dices...
Dylan llega pasado unos minutos y se sienta junto a mí. Me extiende la bandeja con una hamburguesa y él se trae una manzana.
Debería comer sano como él.
Algún día será.
Algún día.
—Gracias —digo una vez que se sienta a mi lado.
Mis amigas lo estudian de arriba a abajo.
—Un placer conocerlas, soy Dylan...
—Waight —termina Jill por él la frase—. Lo sabemos. Caitlin nos ha hablado mucho de ti —Gracias amiga por delatarme. A veces me pregunto si realmente me quiere—. Ella es Penny y yo soy Jill.
—Y cuéntanos, Dylan —dice Penny cual detective—. ¿De dónde eres?
—Soy de Detroit, me vine a vivir aquí cuando tenía catorce años.
Bueno, nada mal.
Dylan le da un mordisco a su manzana. Mis amigas lo miran atentamente.
—¿Y por qué viniste a vivir aquí? —continúa el interrogatorio.
—Por mis abuelos, ellos me cuidan desde entonces —contesta con tranquilidad.
Omite la historia de su familia y de su abuelo. No debe querer hablar de ello y lo respeto.
—¿Qué me dices tú Penny? —le pregunto—. ¿Cómo van las cosas con Thomas?
La interrogante pasa a ser interrogada.
Mejor cambiar la dirección de la charla. No vaya a ser que surja una pregunta que ponga en evidencia lo que somos. Podríamos mentir, claro, pero prefiero no hacerlo.
El rostro de mi amiga se ilumina repentinamente y comienza a hablar como nunca antes lo había hecho.
—Todo marcha de maravilla. Él es perfecto. Me invitó al parque de diversiones y por supuesto le dije que sí. Cuando...
—¿Por qué decidiste cambiar de colegio en el último año de preparatoria? —la interrumpe Jill.
Todos centramos la atención en ella, que observa a Dylan con semblante extrañado, como si algo de todo lo que dijo no le cuadrara.
Jill es una persona muy intuitiva, es difícil engañarla. Espero que solo sea una pregunta cualquiera, tal vez podría estar sospechando.
Dylan mantiene la mirada sobre la de ella por más tiempo del normal. Esa pregunta no se la esperaba al parecer.
Ambos sabemos la respuesta, pero no podemos hablar sobre eso.
—Jamás me gustó mi anterior instituto, no quería pasar mi último año allí.
Esa es una buena mentira. Y al parecer es suficiente para Jill, que asiente con una leve sonrisa en el rostro, como si Dylan hubiese pasado la prueba.
—Bueno, no fue tan malo, ¿verdad? —le pregunto una vez que estamos en el coche, de camino al campo de entrenamiento.
—¿Por qué me cambié de colegio el último año? —repite Dylan la pregunta de Jill—. Muy inteligente.
—Jill es muy desconfiada — declaro con la mirada puesta en la carretera.
—Ya veo.
Penny y Jill no saben que ahora estoy aquí. Les dije que luego de clases debía ir a la biblioteca con Dylan a hacer un trabajo que teníamos pendiente.
—¿Cómo hiciste con los estudios? —pregunto con curiosidad. Es algo que no se me ocurrió pensar antes—. Al ser un Raezer, tu edad se debió quedar congelada en los catorce años por un largo tiempo, no creo que haya sido conveniente seguir yendo a clase y ver como todos tus compañeros se desarrollan y tú no.
—Estudié en línea —responde tranquilo—. Lo fui haciendo de a poco, no era fácil entrenar y estudiar a la vez. Mi abuela es bastante estricta con el estudio, jamás lo abandoné.
Ahora todo tiene más sentido.
—Comprendo.
Discretamente inspiro el aroma del interior de su coche. Todo está impregnado de su fragancia masculina, es como una droga para mí.
—¿Ya tienes planeado con quién irás al baile de graduación? —pregunta de improvisto.
Me giro rápidamente hacia él y lo miro asombrada.
—No me digas que piensas en eso faltando meses.
¿Te imaginas yendo al baile con él?
No, no lo hago. Faltando tanto tiempo las cosas podrían dar un giro inesperado. No entiendo a los chicos que se preocupan por encontrar pareja a esta altura del año.
—Lo hago —contesta con calma—. ¿Tienes pensado con quién te gustaría ir?
—Bueno, si tuviera que elegir ahora sí.
Ya se imaginarán de quién estoy hablando, y de Trevor les aseguro que no.
—¿Y quién es el afortunado? —pregunta, sonriendo de lado.
—Pronto lo sabrás.
—Eso me gusta —murmura.
—¿Y a quién invitarás tú?
Detiene el auto frente a un semáforo y se queda pensando en la respuesta por unos segundos.
—A alguien que conoces mejor que nadie —me mira directo a los ojos—. Es muy hermosa.
—Qué suerte tiene.
Dylan se acerca hasta que nuestros rostros quedan a unos centímetros de distancia.
Bésame.
Como si hubiese oído mis pensamientos, une nuestros labios en un beso lento y suave. Sabe como volverme loca. Nos separamos solo porque un coche de atrás nos toca bocina cuando la luz del semáforo cambia a verde.
Dylan pone en marcha el vehículo y volvemos a avanzar por la ciudad.
Podría acostumbrarme a esto. Me gusta pasar tiempo con él, siento que es la única persona en la que puedo confiar en estos tiempos.
Me sobresalto al oír, a unos pocos metros de aquí, el fuerte rechinar que hacen las llantas de un coche.
—Que idiota —mascullo.
Sin previo aviso, Dylan pisa a fondo el acelerador haciendo que me estampe contra el asiento con el corazón en la garganta.
Observo el velocímetro que marca ciento sesenta en cuestión de segundos.
—¡¿Que ocurre?! —grito espantada.
—¡Nos encontraron! —sus manos se aferran con fuerza a volante mientras zigzaguea entre los demás autos para esquivarlos.
Puedo sentir dentro de mí crecer una furia incontenible, sin siquiera sentirme enojada. No tardo en comprender que en realidad la persona que está a mi lado es quien se siente de esa forma. En cambio, yo tengo miedo, mucho miedo. Lo que me lleva a pensar en el episodio similar que sentí durante la mañana, ¿Dylan se sentía así en ese momento y yo pude ser capaz de percibirlo?
—¡Maldición, no puedo distraerme estando contigo! ¡Esto es mi culpa!
¿Qué cosas dice? Está muy equivocado. Si alguien tiene la culpa de esto soy yo. Soy la única que no tiene su escudo puesto.
—Eso no es cierto —digo rápidamente.
No es culpa suya.
—Si logro perderlos de vista, tal vez podría engañarlos al dejar el residuo de tu energía por algunas calles, eso los mantendría entretenidos hasta que encuentre un lugar seguro para ti —murmura el plan en voz baja, como si hablara consigo mismo—. Debo esconderte primero, luego me desharé de ellos.
—¡No te dejaré solo! —exclamo ofendida por su estúpido plan.
Dylan ni siquiera me contesta. Toma su teléfono y marca un número rápido. Pega un volantazo hacia la izquierda y agradezco llevar puesto el cinturón de seguridad, que evita que me estampe contra la puerta de mi lado.
—¡Maldición, contesta! —brama con el celular pegado a la oreja, sus ojos están fijos en la carretera, esquivando con destreza cualquier auto que se le cruce en medio. Sus reflejos son sorprendentes.
Nadie contesta la llamada. Cuelga y marca nuevamente otro número. Nada. Con la vena sobresaliéndole del cuello, marca un texto a la velocidad de la luz. Envía el mensaje y deja caer el teléfono al suelo alfombrado.
Mis ojos se detienen en los espejos laterales y en la escena que muestran. Un auto de color negro se acerca a toda prisa por detrás nuestro.
Estamos jodidos.
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