XXIV
¿Qué demonios ha sido todo eso?
Todavía sigo inmóvil en medio de mi cuarto, no puedo creer que haya tenido ese tipo de discusión con mi hermano. Algo está ocurriéndole para que reaccione de esa forma, él jamás me había hablado así antes.
"Y no sabes cuanto lo lamento".
¿Qué quiso decir? ¿En qué me falló?
Dispuesta a encontrar una respuesta, salgo de mi habitación y me dirijo a la de al lado.
—¡Taylor, ábreme! —grito desde afuera, dando varios golpes en la puerta.
Nadie responde.
Entro a su cuarto y miro a cada rincón. No está aquí. Maldición. ¿A dónde se habrá ido? Recorro toda la casa y me percato de que estoy yo sola.
—Perfecto —mascullo.
Los niveles de adrenalina descienden lentamente junto con mi poder. Necesito trabajar en eso también, algún día no lograré controlarlo y podría dañar a alguien. Y eso no es lo que quiero.
Necesito una ducha. Las prendas que llevo puestas no se ven muy limpias. Tampoco espero otra cosa luego de haber terminado sobre la tierra más de una vez el día hoy. Me pregunto si Taylor habrá reparado en eso mientras me gritaba la sarta de cosas que soltó delante de mí.
Abro el grifo de la ducha sin molestarme en regular la temperatura. Necesito que el agua esté lo suficientemente caliente para aliviar la tensión de los músculos.
Hoy ha sido un día de locos. Admito que este nuevo mundo es mucho más complejo de lo que imaginaba. Y todavía siento que hay mucho más por aprender. Afortunadamente con Dylan a mi lado creo que se hará más llevadero el camino.
Toco mis labios, sintiendo aun los suyos en ellos. Todavía no caigo en la cuenta de que me besó, de que yo sea capaz de causarle emociones a alguien como él. No me acostumbro a la idea. De lo que estoy segura es que no lo defraudaré, estaré a su lado para lo que necesite. Dylan tuvo una vida difícil y quiero ayudarlo a vencer ese temor a la muerte. No a la suya, sino hacia la de los demás. Aunque no es difícil comprender aquel temor. Yo también me preocupo por eso a veces. Todos sabemos que nadie es para siempre, a todos nos atemoriza perder a los que amamos. Solo nos queda disfrutar del tiempo que tenemos al lado de los nuestros.
Ahora que lo pienso mejor, ¿hasta que punto llega nuestra inmortalidad? Lograron matar a su abuelo.
Y tú a uno de los gemelos.
Eso no se me olvida. Y les aseguro que no tengo ningún cargo de conciencia, fue algo involuntario. Además que era mi vida o la suya. Ellos tuvieron la oportunidad de elegir vivir, yo no. Mi vida estaba destinada a la muerte en el momento que me crucé con ellos, pero la vida me dio una segunda oportunidad. Fui a obligada a involucrarme en esto. En un mundo donde la fantasía pasa a formar parte de la realidad.
Me termino de bañar y regreso en bata hasta mi cuarto. Me visto algo cómodo, lo primero que agarro del armario, y me dirijo a la ventana para apreciar la negrura de la noche. La calle se encuentra bastante iluminada por los faroles, pero preferiría que la alumbrara solo la luz de la luna, sería mucho más bello de ver, más verdadero.
No sé a que hora vendrá Dylan. Si lo hace, espero que Taylor aun no haya regresado, no sé como reaccionaría si lo encontrara en mi cuarto luego de la discusión de hoy.
De pronto, unos brazos se enroscan alrededor de mis caderas haciendo que casi me de un infarto.
—¿Me extrañaste? —susurra cerca de mi oído una voz demasiado familiar.
—Ya quisieras —sonrío levemente, aun con la mirada fija en el exterior—. ¿Cómo entraste?
—Por la puerta —responde con simpleza, luego su voz cambia a una más dura—. Estas sola.
Sus manos me giran lentamente para que sus ojos encuentren por fin los míos. Huele demasiado bien, él también se ha dado una ducha.
Se hubiesen bañado juntos y desperdiciaban menos agua.
¿Pero qué...?
—¿Qué es lo que ha ocurrido? ¿Te dijo algo? —pregunta Dylan, refiriéndose a mi hermano.
Niego con la cabeza y me aparto de él con discreción. No me gusta mentir y mirar a los ojos a las personas.
Me siento en medio de la cama con las piernas cruzadas. Dylan toma asiento frente a mí.
—Nada, yo...
—No lo hagas —me advierte en medio de la mentira—. Dime que ocurrió, te conozco.
Suelto un suspiro de resignación. ¿Por qué le tengo que mentir a él?
—Taylor a veces puede ser muy... sobreprotector. Este último tiempo se ha estado comportando como un idiota.
—¿Quieres que hable con él? En algún momento tendremos que estar frente a frente.
—Lo dices como si fueran a golpearse —digo con una ceja en alto.
—Puedo hacerlo si es que así entrará en razón —contesta con expresión neutral.
No lo dice en serio, ¿verdad?
—¡¿Estás loco?! ¡Te matará!
Dylan se ríe con arrogancia al escucharme decir aquello.
—¿Él a mí? Por favor, Caitlin —suelta con presunción.
Cierto, Taylor no tendría posibilidades contra él. A veces olvido que la fuerza de un humano no es nada en comparación a la de un Raezer.
Ruedo los ojos y le doy un manotazo en el hombro.
—No juegues con eso. La violencia es lo último a lo que tenemos que llegar.
—Está bien, prometo no hacer nada —dice con las manos en alto en símbolo de derrota—. Por ahora.
Le lanzo una mirada de advertencia a lo que responde con una sonrisa abierta. Disfruta pelearme.
—Ayer mi poder casi se disparó contra él —confieso, apenada.
—Trabajaremos en ello, tranquila —coloca una mano sobre la mía y le da un ligero apretón—. Aprenderás todo sobre ser un Raezer.
Hablando de eso, se me viene a la cabeza algo de hace unos días atrás.
—¿Los libros que entregaste en la biblioteca el día que tuvimos que hacer el trabajo de historia eran sobre esto?
Dylan asiente casi imperceptiblemente.
—Sí, pero no eran más que cuentos.
—¿Por qué lo dices?
Sonríe al pensar la respuesta.
—Aún no te veo el tercer ojo en la frente y no has crecido cuatro metros.
¿Qué? ¿Pero de dónde han sacado eso?
—Es ridículo —digo.
Lo dice la que corre a quinientos kilómetros por hora.
Bueno, eso sí es real.
No para todos. Recuerda que la mayor parte del mundo desconoce tu secreto.
De acuerdo, tú ganas.
—Te pediría el nombre de esos libros para leerlos, pero ya sabes, con suerte hablo español —bromeo—. ¿Cuántos idiomas hablas?
Ahora que lo recuerdo, esos libros estaban escritos en griego y francés.
—Solo esos dos, mi abuela me los enseñó. Ella estuvo en distintas partes de mundo.
—Que lindo poder viajar y visitar distintos lugares... —digo con anhelo. Es una de las cosas que mas me gustaría.
—Te aseguro que ella jamás pensaría lo mismo —masculla con la mirada perdida.
¿Por qué dice eso? ¿A qué persona no le gustaría viajar y recorrer el mundo? ¿O lo dirá porque perdió a su pareja de toda la vida y ya no puede hacerlo?
Deposita un pequeño beso en el dorso de mi mano justo cuando por la ventana se filtra un tenue rayo de luz.
No puede ser...
Me levanto de un salto y corro hacia la ventana. En el piso inferior observo a mis padres bajando del coche, sonrientes y felices.
¡Maldición!
—Debes irte —corro hacia él y tiro de su mano para que se ponga de pie—. ¡Ahora!
—¿Me estás echando? —finge sentirse ofendido.
—¡Sí! Vete. Mis padres me matarán si te encuentran aquí.
—Jamás lo han hecho.
Hago caso omiso a ese comentario y lo empujo hacia la ventana. Que salte por allí.
Puedo oír la puerta de la entrada cerrarse y luego unos pasos en la escalera.
—¡Ya vete! —le digo en un susurro.
A Dylan le parece graciosa la situación, el muy maldito se está riendo de mí.
La puerta de mi cuarto se abre y el corazón se me baja al estómago al ver a mi madre parada en el umbral de la puerta. Me está mirando con curiosidad.
—¿Qué haces, hija? —pregunta.
—Eh... —me vuelvo a ver a Dylan, pero él ya no está delante mío.
Baja los brazos, pareces una loca.
Sí, aún tengo las manos extendidas. Hasta hace unos segundos estaba empujando a Dylan hacia la salida. Digo... ventana.
—Justo estaba por cerrar la ventana. Hace un poco de frío, ¿no?
Hago lo que digo y luego me recuesto contra el marco, aparentando naturalidad.
Que natural...
¡Chist!
—Si tú dices —contesta mamá. Tal vez esté pensando en internarme en algún manicomio—. ¿Tu hermano salió? No está en la casa.
¿Aún no ha vuelto? ¿Dónde se habrá metido?
—No lo sé —respondo—. Se ha ido hace un rato.
Mamá hace una pequeña mueca y se despide de mí, deseándome buenas noches.
Apago la luz y corro a la cama para acostarme, cubriéndome hasta la cabeza con la manta. No mentía al decir que hacía un poco de frío en la habitación. El otoño se ha abierto paso en la ciudad y ya no hace tanto calor como antes.
Mi mente repite el largo día por un par de minutos. Deteniéndose en aquel primer beso más tiempo de lo normal.
Una débil atracción me llama desde afuera en el momento en que mi cuerpo empieza a llegar al estado máximo de relajación.
Sonrío al imaginar a Dylan pensando en mí.
Corto un trozo de bistec y lo llevo a mi boca. Esto está delicioso. Papá se ha lucido esta vez con la barbacoa.
Estamos en familia almorzando en el patio trasero de casa. Mis padres charlan animadamente entre ellos mientras Taylor y yo hacemos de las nuestras.
—A la cuenta de tres —anuncia él—. Uno... dos... ¡tres!
—¡Espera! —grito, apresurándome en tragar el trozo de carne y así poder meter en mi boca el hielo que comienza a derretirse en mi mano.
—Mejor con dos —rectifica, tomando otro hielo más y colocándoselo en la boca.
Hago lo mismo y lleno mis mejillas con los dos hielos.
Lo sé, somos muy maduros.
El juego se termina cuando uno de los dos escupe primero el hielo. No se vale morderlo.
Mi lengua comienza a congelarse al transcurso del minuto y medio. Esa horrible sensación de congelamiento en el cerebro no tarda en aparecer.
Taylor parece estar llevándolo bien, o solo lo disimula mejor que yo.
No aguanto por mucho más tiempo y escupo ambos hielos a medio derretir.
Mi hermano sonríe con presunción y mastica los hielos para luego tragárselos.
—Entonces, ¿habíamos dicho que por tres días el perdedor debía lavar los platos de la cena? Sin ayuda de nadie, claro.
Estoy a punto de discutirle eso, como mal perdedora que soy, cuando se oyen unos ruidos extraños dentro de la casa.
No hay nadie más que nosotros. Mi perro, Rey, se encuentra a mi lado olfateando los hielos que acabo de dejar caer en el suelo.
Puedo sentir como mi corazón golpea con fuerza en mi pecho al oír de pronto el ruido de un vidrio partirse en mil pedazos.
Giro a ver a mis padres, pero ellos ya no se encuentran con nosotros.
¿Dónde se metieron?
Me levanto rápidamente para ir a investigar, pero Taylor me sujeta del brazo y niega con la cabeza.
—Tú quédate aquí —susurra.
—Espera... —guardo silencio de repente, cuando un golpe fuerte vuelve a oírse desde adentro.
Mi hermano se adelanta, dirigiéndose hacia la puerta.
—¡Taylor! —lo llamo en voz baja—. ¡Regresa!
Me hace una seña para que guarde silencio.
Y entonces, comienzo a percibir una nueva energía que jamás he sentido antes. No es buena, es lo primero que puedo decir. Se siente opresiva, sofocante, me debilita a cada segundo.
—Taylor, ten cuidado...
Ni siquiera llego a terminar la frase cuando la puerta trasera sale disparada contra él en medio de una fuerte explosión.
—¡TAYLOR! —bramo espantada al verlo caer en la otra punta del patio trasero.
Una persona sale de adentro de la casa e inmediatamente encuentra mis ojos.
El corazón se me cae a los pies al reconocerlo. Carl. El gemelo a cual maté. El que me estaba quitando el oxígeno y arrebatando mi vida como si no fuera nada.
Toda su piel se encuentra quemada. Es un escena bastante horrorosa.
Él es el responsable de ese sentimiento de ahogo. Como si el mundo de pronto hiciera presión contra mí.
Mi cerebro me grita que me concentre, que pelee contra él, que use mi poder, pero mi cuerpo dice otra cosa, solo quiere acostarse a dormir durante horas y horas.
—¿Te acuerdas de mí? —pregunta con una voz ronca, no es la que recuerdo. Parece la voz de una persona fumadora.
En el centro de mi pecho se acumula una pequeña cantidad de energía que chispea a la espera de mi siguiente movimiento.
Pero yo no quiero hacer ningún movimiento, ¿o sí quiero?
¡Claro que sí! ¡Concéntrate!
¿Qué me ocurre?
De pronto, esa presión desciende unos cuantos niveles. Se siente como si hubiese logrado sacar la cabeza fuera del agua luego de mucho tiempo sin hacerlo.
—¡Vete! —le grito una vez que recobro la compostura.
El colorado se ríe. Es una risa malvada, carente de cualquier sentido del humor.
—¿No está aquí tu noviecito para jugar a hacerse el héroe? —se mofa.
Mi pecho acumula cada vez más energía, pidiendo que la libere ahora mismo, pero ¿cómo debo hacerlo?
—Caitlin...
Miro en todas direcciones al oír la voz de Dylan.
Oh, no. ¿Está aquí? ¡Debe irse! ¡Los gemelos han regresado!
—¡Vete, Dylan! —le grito hacia donde quiera que esté.
—Vamos Caitlin, regresa.
Carl comienza a acercarse lentamente, con una sonrisa diabólica dibujada en sus labios calcinados. Esto es peor que en una película de terror.
—No te dejaré. ¡Debes regresar!
Carl se prepara para lanzar. Y yo también.
—¡Despierta!
Abro de golpe los ojos y me incorporo con rapidez. Unas fuertes manos me sujetan por los hombros y evitan que me estrelle contra el cuerpo frente a mí.
—Caitlin, ¿estás bien?
Busco sus ojos de inmediato una vez que escucho su voz. Allí está él. Su presencia me calma. Que no se vaya, por favor.
Me tiro sobre su pecho y lo abrazo con fuerza. No puedo evitar dejar caer un par de lágrimas al sentir por fin su presencia a mi lado. Dylan me envuelve en sus brazos, correspondiéndome con gusto. Una de sus manos masajea mi cabeza de forma relajante, y la otra descansa sobre mi espalda, apretándome contra él.
Ha sido una de las peores pesadillas que he tenido. Se ha sentido tan... real.
—Tranquila —dice con suavidad—. Ya estoy aquí.
El reloj de mi mesita de noche marca las tres en punto.
—Ha sido... horrible —digo entre sollozos.
—Lo sé, casi lanzas tu poder en medio del cuarto.
¿De verdad?
—L-lo... lamento —balbuceo.
—No, yo lo lamento —dice de pronto—. Un Raezer te encontró.
Espera, ¿qué?
Me aparto de él al oír aquello.
—Últimamente no es necesario hacer recorridas por las noches para asegurarme que no haya nadie rondando cerca, pero hoy... solo tenía un mal presentimiento.
—¿Qué pasó con el Raezer? —indago con curiosidad.
Me pregunto que relación tendrá eso con la pesadilla que tuve.
—Lo distraje, lo alejé de aquí y me encargué de él.
Vaya...
—Gracias —murmuro un poco más tranquila.
Dylan mantiene la mirada en el suelo. Tiene el ceño fruncido, algo parece molestarle.
—¿Qué ocurre?
—Alguien viene —dice de pronto, desapareciendo de mi vista.
Me tumbo rápidamente y me hago la dormida. Un segundo más tarde, la puerta se abre y unos pasos se acercan hacia la cama, donde se detienen a un lado.
Quiero abrir los ojos, pero eso arruinaría la mejor actuación que jamás he hecho. Hasta tengo la boca entreabierta, imagínense.
—Lo lamento —susurra.
¡Taylor! ¿Dónde demonios estaba? Esperen un momento, ¿huele a alcohol?
Sus pies se ponen en marcha nuevamente y se alejan de mí. Escucho la puerta cerrarse cuidadosamente antes de sentir una presión junto a mis pies.
—Ya deja de fingir, eres mala.
Me incorporo con rapidez al oír nuevamente a Dylan.
Yo te doy 10 puntos.
Creí que lo estaba haciendo bien.
—Era Taylor —digo, haciendo una mueca—. Olía a alcohol.
Dylan permanece pensativo durante un instante.
—A unas cuadras de aquí se hizo una fiesta, tal vez estuvo allí —comenta.
Eso tiene sentido, pero lo que no lo tiene es que haya bebido tanto. Muy imprudente de su parte. ¿Dónde quedó el "señor perfecto"?
—Sí, puede ser —murmuro.
—Tranquila, Caitlin. Durante todos estos años también he llegado a conocer a tu hermano... desde lejos. Me recuerda a la relación que tenía con el mío. Yo también era muy protector con él, muchas veces peleábamos por eso. La única diferencia es que yo debía hacerlo porque mis padres no cumplían con su deber. Taylor puede que sea bastante sobreprotector, pero por algo lo hace. Solo deja que se acostumbre a la idea de que tú ya necesitas tu espacio.
Curvo levemente la comisura de mis labios. Dylan es bueno haciendo sentir bien a las personas, debería dejar ver este lado de él más seguido.
—Ya debo irme —dice al cabo de unos segundos.
¡No!
—Quédate —le pido, suplicándole con la mirada.
Él niega con la cabeza y se pone de pie.
—No querrás dormir, y en unas horas tienes clases.
—Dormiré, lo prometo. Al menos quédate hasta que me duerma, no quiero estar sola.
Saco mi labio inferior hacia fuera sabiendo que no podrá contra eso. Dylan se queda observándome más tiempo de lo usual. Se aproxima a mí y me coloca un mechón de pelo tras la oreja.
—No puedo decirte que no, maldición.
Sonrío satisfecha y me hago a un lado para dejarle lugar en la cama. El se sienta, con la espalda contra el respaldo y las piernas extendidas sobre la manta. Tímidamente, me acurruco a su lado y él me rodea con sus brazos.
Es extraño estar de esta forma con él, pero se siente bien, más que bien.
—Duerme, dulce Caitlin —susurra en mi oído.
...
Narra Dylan:
Idiota. Fue muy idiota de su parte. Los tres dimos nuestra palabra. No puede no cumplir su parte sin siquiera avisar.
Creía que las cosas mejorarían un poco ahora que Caitlin es una Raezer, pero todo va de mal en peor. Ella no lo sabe, ya más de cuatro han intentado ir por ella. Saben de su paradero, ya han advertido a los demás y no tardarán en venir de a grupos.
Acaricio su suave cabello y la observo dormir. Es perfecta. Jamás he sido capaz de encontrarle algún defecto.
Ella es muy importante para mí. Hasta el día de hoy no logro entender que clase de vinculo tenemos. Desde que es una niña siento este lazo que nos une, obligándome a protegerla sobre cualquier cosa. No puedo permitirme dejar que nadie la lastime. Es un instinto que no puedo controlar, debo velar por su seguridad siempre.
Debo exigirle más en su entrenamiento, deberá aprender cuanto antes a pelear. Se acercan tiempos difíciles, lo sé.
La arrimo un poco más contra mi costado y ella me estruja como si fuese una almohada. Está profundamente dormida.
Mi dulce Caitlin, si tan solo supieras cuan fuertes se han vuelto mis sentimientos hacia ti este último tiempo...
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