XXII
Luego de clases, junto a mis amigas, nos dirigimos de pasada por una malteada a una nueva tienda que ha abierto sus puertas hace no más de dos días.
Como ya se deben de estar imaginando, me es imposible evadir las indagaciones de mis amigas respecto a lo que Jill vio hace un rato.
Muy considerado de su parte regalarme una malteada como disculpa por su interrupción. Más allá de eso, tampoco el instituto es un buen sitio para andar a los besos.
Siendo mi primero, me lo imagino bajo una noche estrellada, sentada sobre una manta frente a un lago.
¿Qué tenía ese batido?
¡Oye! No seas mala, conciencia. Se supone que tienes que estar de mi lado.
Al entrar a casa noto el silencio en cada habitación. Parece que no hay nadie, a excepción de Rey que se acerca con un poco de desconfianza hacia mí.
Aún no entiendo qué es lo que le sucede. Luego de transformarme en una Raezer es como si no me conociera.
Le acaricio la cabeza con suavidad y en menos de tres segundos toma confianza y vuelve a ser el mismo perro de siempre.
—¿Eres tú, hija? —oigo la voz de mi madre desde la sala.
Me dirijo hacia allí y la veo sentada en el sofá leyendo un libro.
—Hola, mamá —saludo y tomo asiento a su lado.
—¿Cómo estás? ¿Qué tal te ha ido en el colegio? —pregunta, haciendo a un lado sus lentes de lectura.
Me siento culpable cada vez que tengo que mentirle. Es mi madre, pero también una gran amiga a la que puedo confiarle casi todo. Este último tiempo se ha vuelto realmente difícil desde que le oculto lo que en verdad soy. Necesito de sus palabras para poder avanzar sin detenerme más tiempo del debido a cuestionarme si de verdad está bien lo que estoy haciendo.
Hoy ha sido la primera vez que usé mi poder para alejar a una persona dañina de mi lado. Dylan y yo lo hemos hecho juntos. Sin embargo, es un hecho importante que no podré compartir con ella. Y eso me duele bastante.
—Estuvo bien —me limito a responder, encogiéndome de hombros para darle naturalidad a mi respuesta.
—Llamó la abuela, estuvimos hablando un buen rato. Preguntó por ti también, deberías llamarla para saludar.
—Claro, en un rato hablaré con ella.
Le doy un beso en la mejilla y subo las escaleras para ir hasta mi cuarto.
En medio del pasillo, escucho a Taylor maldecir desde su habitación.
Dejo la mochila en la puerta de mi cuarto y me acerco en puntas de pie hacia la habitación contigua.
La puerta está entreabierta. Puedo ver, de espaldas a mí, a mi hermano sentado en medio de la cama con un joystick entre sus manos, concentrado en la pantalla de la televisión. Parece estar inmerso en una partida interesante...
—¿Te quieres apuntar, hermanita?
Doy un respingo al oír su voz. ¿Tan ruidosa soy? Y yo que planeaba asustarlo.
Me meto a la habitación arrastrando los pies. Estoy en esa etapa del día en que solo quiero tirarme arriba de una cama y quedarme un buen rato así.
Su cuarto es muy bonito. Está decorado cual "chico americano". Las paredes son de un color azul marino oscuro, que le dan calidez a la habitación, con banderines de su equipo de baseball y una remera autografiada de su jugador favorito. También están a la vista los dos bates de la época en que Taylor practicaba mucho ese deporte.
Sus dedos se mueven rápidamente sobre el mando de la consola. Los zombis no dejan de aparecer por un extremo de la pantalla. Mi hermano controla unas especies de plantas que lanzan... ¿pelotas?
—¿Qué hay que hacer? —pregunto mientras tomo el otro mando.
Taylor enarca una ceja como si hubiese hecho la pregunta más estúpida de mi vida.
—Bueno ya sabes, debes matar a las plantas para que no ataquen a los zombis, ellos son buenas personas—responde sarcásticamente.
Pongo los ojos en blancos.
—Muy gracioso.
Iniciamos una nueva partida. No tardo en encontrarle la vuelta al juego. Tenemos que deshacernos de los zombis con ayuda de las plantas que los destruyen.
Nos pasamos toda la tarde jugando hasta darnos cuenta del cansancio que tenemos.
Hacemos a un lado los controles y me dejo caer hacia atrás, sobre el mullido colchón, exhausta.
Nunca he jugado tan bien, parece que mis reflejos también han mejorado significativamente.
Eso me gusta.
—Buena partida —señala mi hermano.
Levanta ambos brazos y estira un par de segundos los músculos. Por más que el estudio sea su prioridad, siempre se logra hacer al menos una hora para asistir al gimnasio cuatro veces a la semana. Creo que él no podría vivir sin eso. En mi caso, con suerte subo las escaleras hasta mi cuarto para tirarme a la cama.
—Yo fui la mejor, hay que admitirlo —digo con arrogancia. Me gusta molestarlo. ¿Quién no lo hace? Es ley entre hermanos molestarse unos a otros.
—No quiero herir tus sentimientos, pero no me superas en los videojuegos —continúa el juego, sonriendo con suficiencia.
Suelto una risita burlona, negando levemente con la cabeza.
Sé que no lo hago. Él es muy bueno en esto, pero no lo admitiré, no quiero darle esa satisfacción.
—Eres pésimo.
¿Lo dije en voz alta?
Sí, lo hiciste.
Oh no...
Sus ojos se entrecierran levemente y un atisbo de sonrisa malévola comienza a curvar sus labios.
—No dijiste eso —le oigo decir en un murmullo.
¡Corre por tu vida!
¡Mierda!
Pego un salto de la cama y salgo disparada para la puerta que no alcanzo a atravesar. Taylor me sujeta de la muñeca y vuelve a tirarme hacia atrás, cayendo nuevamente sobre la cama.
Y es aquí donde inicia mi tortura.
Muchas personas suelen tener cosquillas, es algo normal, pero en mi caso pasa a ser algo anormal. Un simple roce en mi vientre, cuello o pies provoca que estalle en sonoras carcajadas, sacudidas y golpes. Y Taylor lo sabe. Se ha aprovechado de eso desde que tengo uso de razón.
Sus manos se mueven muy ágiles sobre mis costillas mientras una ancha sonrisa se extiende sobre sus labios. El muy maldito está disfrutando el momento. Por mi parte, el estómago no me tarda en doler debido al ataque de risa que me es incontrolable.
—D-detente... ¡Taylor! —consigo decir entre risas.
—¡No lo haré hasta que te arrepientas de lo que dijiste!
¡No!
Las lágrimas no tardan en asomar por mis ojos cuando mi hermano incrementa el ritmo de cosquillas.
¡Detente ya!
Por Dios, se siente espantoso por más que no pueda dejar de reírme.
Me muevo hacia todos lados, intentando escapar, pero él tiene más fuerza que yo. O eso cree él...
¡Dile lo que quiere oír, maldición, no puedes ser tan orgullosa, Caitlin!
Es imposible controlar la risa, siento que voy a explotar por dentro.
Pero entonces, aquella pequeña chispa inusual se enciende en mi pecho, advirtiendo que nada bueno se avecina si la dejo expandirse a todo mi cuerpo. Mi corazón bombea con más fuerza la sangre para poder llenar de poder cada rincón. Cada célula se impregna de una nueva y vibrante energía que reclama liberarse.
Me desespero al imaginarme lo que sucedería si mi poder se expulsara contra Taylor. No... eso no puede pasar.
—¡L-lo siento, Taylor! ¡Ya suéltame! —digo a duras penas aún sin poder contener la risa, lo que causa que mi hermano no lo tome en serio.
—¿Cómo? ¡No te he escuchado! — continúa con su juego.
La sangre comienza a hervir bajo mi piel. La energía avanza hacia mis extremidades y quema todo a su paso. No es doloroso, pero es una situación incomoda. Siento esa extraña opresión en el pecho, como si tuviera encima veinte ladrillos.
¡Contrólate, Caitlin!
—¡Eres... mejor... jugador... que yo! —consigo decir con mis últimas fuerzas.
Taylor se detiene de inmediato, esboza una sonrisa triunfante y se hace a un lado.
No lo puedo creer. Estuve a punto de matarlo.
¿Matarlo? Trevor no se murió.
Eso fue muy distinto. No se puede comparar la leve pizca de poder que lancé hoy contra Trevor, con la que mi cuerpo planeaba lanzar ahora contra mi hermano. No logro entender aun eso. Debo aprender a regular mi poder. Empiezo a pensar que no estaba tan equivocada al haber aceptado el entrenamiento de Dylan.
—Sabía que lo admitirías —la voz de Taylor corta el hilo de mis pensamientos.
Lo observo perpleja, sin poder decir ninguna palabra. El miedo de ser capaz de herirlo me paraliza.
Taylor borra la sonrisa de su rostro y me sujeta el brazo.
—¿Estás bien?
¿Que si estoy bien? ¡Casi lo mato!
—¡Eres un idiota! —le grito a la vez que me tiro encima suyo y comienzo a golpearlo.
¡Si mi poder no lo mató entonces lo haré con mis propias manos!
Él esquiva cada golpe con ligereza. Al cabo de cinco segundos me sujeta las muñecas y con facilidad me levanta de la cama.
—Idiota y todo me amas —suelta con suficiencia.
Me conduce hacia la puerta y deposita un pequeño beso en mi frente antes de cerrarla en mi cara.
Me quedo plantada frente al umbral de su cuarto intentando comprender la situación.
¿Acaso no entiende que estuvo a punto de morir por culpa de su hermana?
¿Como podría entenderlo si no sabe lo que eres?
¡Casi lo mato con mi poder! ¿Como iba a explicarles eso a mis padres? ¿O a cualquier otra persona?
—¡Idiota! —vuelvo a gritarle. Desde adentro de su cuarto, se oye su risa.
Doy media vuelta y camino hasta mi habitación, cerrando la puerta detrás de mí.
Debo llamar a mi abuela antes de que olvide hacerlo. Ya perdí mucho tiempo con los videojuegos, espero que no se haya ido a dormir.
—Mi pequeña niña, estaba esperando tu llamado —contesta al tercer tono. Puedo imaginar su sonrisa del otro lado de la línea.
—Hola abuela, ¿cómo estás?
—Muy bien, solo un poco cansada, ha sido un día agotador. ¿Y tú como estás, cariño?
Sonrío levemente al escucharla. Camino unos pocos pasos hasta mi cama y me dejo caer en ella.
-—Deberías descansar —le digo, evadiendo su pregunta—. Tienes que...
—¿Cómo estás tú? —me vuelve a preguntar, interrumpiendo lo que estaba por decir.
Dulcie es una persona muy perspicaz, es casi imposible poder engañarla. Pero, ¿cómo le digo todo lo que estoy atravesando? Ni de asomo puede saber lo que soy. Nadie puede hacerlo. Nadie correrá peligro por mi culpa. No sé que son capaz de hacer los otros Raezers contra quienes saben el secreto. Y tampoco quiero arriesgarme.
—Bien... estoy bien —respondo sin mucho ánimo.
—No pareces muy segura de eso, cielo. ¿Qué es lo que ocurre? ¿Sucedió algo con el jovencito ese?
—Bueno... esa es una historia bastante complicada, pero resumiendo todo podría decir que ambos aceptamos sentir algo por el otro. Tenemos algo en común que... —cierro la boca al darme cuenta lo que por poco estuve a punto de revelar.
¿Tienen en común el poder? ¿La nueva especie? ¿La conexión? ¿Que estabas por decir, Caitlin?
—El arte —añado rápidamente.
¿El arte? ¡Já! Eso sí que es gracioso.
—Hasta donde recuerdo siempre fuiste de las que pintaba fuera de la raya en los cuadernos para colorear — añade con una pequeña risita—. Bueno, supongo que tendrás tus razones para ocultarme la verdad, mi niña.
—Lo siento —musito avergonzada. Es muy difícil mentirle a ella—. Es solo que las cosas aun no se acomodan.
—Sabes... —se detiene un segundo para toser convulsivamente.
—¿Te encuentras bien? —le pregunto, preocupada.
— Sí, lo lamento —dice una vez que consigue recomponerse—. Es solo un resfrío, mis defensas no están muy fuertes últimamente, pero no te preocupes, ya mejoraré.
Me preocupa su salud, Dulcie es de aquellas mujeres tercas que no pisan un hospital a no ser que sea una situación de vida o muerte. Espero que el abuelo cuide muy bien de ella.
—Te estaba por decir que sabes que puedes confiarme lo que sea, mi niña. Puedo ayudarte hasta en el más mínimo problema que tengas.
Desearía que mi condición fuese solo un mínimo problema...
—Lo sé, abuela.
Continuamos charlando de todo un poco hasta que debo bajar a cenar. Me despido de ella prometiendo que apenas resuelva mi situación le contaría algo. Aunque no estoy segura de hasta donde debería saber ella.
Mi abuela siempre ha sido mucho más cómplice conmigo que mi madre. No digo que no pueda confiarle nada a ella, pero hay cosas que prefiero guardármelas. Ya no soy una niña, necesito privacidad en mi vida. Agradezco que mi madre respete eso.
Bajo a cenar y disfruto de una agradable noche en familia. No sé que me espera el lunes en el entrenamiento, pero la ansiedad me ha abierto mucho el apetito.
...
El fin de semana hice lo que Dylan me recomendó, aproveché a adelantar deberes y dormí mucho. Me siento más fresca de lo usual, y también bastante hiperactiva.
Me aparto un mechón de pelo que obstruye la linda vista que tengo justo frente a mí.
Una ligera brisa danza entre los arbustos, las mesas y sillas que se encuentran en la parte trasera del edificio del colegio. Es un jardín agradable para estar durante el descanso de clases.
Dylan se encuentra sentado contra el muro a unos metros lejos de mí. Está concentrado en la libreta que sostiene sobre sus piernas. Ya lleva un buen rato deslizando el lápiz sobre la hoja.
Me pregunto que estará dibujando...
Siento que no solo está allí sentado para respirar el aire fresco. Algo dentro de mí quiere pensar que está allí para poder observarme.
Y si eso hace, es su deber protegerte de esos Raezers que te buscan.
No es su deber. Lo hace porque quiere.
¿Y por qué quiere hacerlo?
Bueno...
—Deberías pestañar, tus ojos comienzan a secarse. Puedo verlo desde aquí —Jill mueve su mano delante de mis ojos para llamar mi atención.
Y tiene razón. Pestañeo varias veces para aliviar la incomodidad de los ojos.
Me encuentro sentada junto a mis amigas en una de las mesas del jardín del instituto, terminando de comer.
Tomo mi sándwich de pollo y le doy un pequeño mordisco.
—Cupido te clavó su flecha con ganas, amiga —dice Penny, divertida.
Entrecierro los ojos en su dirección mientras sigo masticando. No lograrán que me ruborice.
Ya te ruborizarás cuando Dylan te pregunte sobre eso.
¿Me pregun...?
Volteo en su dirección y mis ojos se encuentran inmediatamente con los suyos. En sus labios tiene dibujada una sutil sonrisa. Lo ha escuchado todo.
¿Cómo es eso posible? ¿Hasta que distancia somos capaces de oír?
—No es cierto —niego rápidamente el comentario de mi amiga.
No quiero voltear a verlo a él. Eso hará que me ruborice y me delate frente a todos.
—Mira, te está observando —dice Jill en voz baja, solo para que nosotras la escuchemos.
¡Ya lo sé! No me voltearé a ver.
Para mi sorpresa, su voz llega a mis oídos como si él estuviese justo a mi lado:
—Te veo luego.
Sonrío levemente al escuchar eso. Luego de clases inicia mi entrenamiento. Eso quiere decir que estaré con él durante el resto de la tarde.
Por otro lado, me sorprende como mis sentidos mejoran día a día. Dylan me dijo que aún necesito entrenar eso, por lo tanto mis sentidos serán muchos más agudos que ahora. Eso me gusta.
—¡Dijo algo! —grita Penny en mi dirección—. Creo que dijo: me duele el trasero.
Jill suelta una carcajada por el comentario de su prima.
—Sí, estoy más que segura que dijo eso — comenta la rubia, siguiéndole el juego.
Antes de que me olvide, debo decirles que no me vuelvo con ellas a la salida. Por mucho que deteste mentirles, tendré que decirles algo completamente diferente a lo que haré con Dylan. Sabrán que me iré con él, pero no a dónde.
—Quiere que nos veamos después de clases —suelto rápidamente. Es un alivio contarles, necesitaba decírselo a alguien.
Los ojos de Penny se abren tan grandes que me hacen parecer que se le saldrán de las cuencas
—¡¿Te ha invitado a una cita?! —grita eufórica.
—¡Shh! —la silencio—. No es necesario que el instituto entero lo sepa.
Bajo instintivamente la mirada a mi jugo cuando estoy por soltarles la mentira. Supongo que es mejor si nos las miro...
—Sí... claro. Tengo... tengo una cita con Dylan. ¿Qué problema hay? ¿Es extraño que me invite a salir? ¿Acaso no me creen? No les estoy mintiendo.
Maldición. Siempre he sido mala mintiendo, ¿lo han notado?
Ambas me miran como si fuera un bicho raro. Aunque sus pensamientos no están tan alejados de la realidad.
—Por supuesto que te creemos, Caitlin. Y estoy segura que te vas a divertir —Jill sonríe con picardía y le da un golpe con el codo a su prima en complicidad.
Si tan solo supieras Jill...
Todos entramos en el gimnasio con el mejor ánimo del mundo. Y sí, es sarcasmo. Tener actividad física dos veces a la semana es demasiado para nuestros cuerpos adolescentes perezosos.
—¡Andando soldados! ¡Seré bueno con ustedes si se apuran en entrar! —grita el señor Madson como si creyera que aún sigue siendo un comandante—. ¡Quizá en vez de correr diez vueltas, les haga hacer nueve y media!
Demasiada generosidad viniendo de él .
Camino lento con el fin de hacer tiempo a que la comida termine de bajar por mi tubo digestivo.
A veces creo que es mejor tener esta asignatura durante las mañanas, dormidos, a que tenerla luego del almuerzo cuando aun la comida nos saluda desde la garganta.
De pronto, una cálida mano se enrosca alrededor de mi brazo y detiene mis torpes pasos.
—No harás gimnasia hoy —susurra Dylan cerca de mi oído. Sus labios rozan la piel de mi oreja por un segundo. Ese segundo es más que suficiente para revolucionar mi cuerpo.
¿Por qué no puedo?
Miro sobre mi hombro y mi vientre cosquillea al tenerlo a solo unos centímetros de distancia.
—¿Por qué no?
—Todavía no tienes control de tus movimientos ni de tu fuerza. Podrías hacer un desastre.
Que sincero.
—¿Y como harás que el profesor Madson acepte? —pregunto con incredulidad.
—Déjamelo a mí —
Se acerca al profesor y le susurra algo con discreción, haciendo que la vista del señor Madson se pose en mí. Su ceño se frunce ligeramente y luego parece preguntarle algo de vuelta a Dylan, a lo que él asiente rápidamente.
—¡Señorita Blair, a la banca! ¡Ahora!
Miro desconcertada a Dylan que se acerca a mí con una sonrisita de suficiencia en el rostro.
—No fue difícil — declara una vez a mi lado.
Un momento...
—Es un Raezer —afirmo, perpleja.
—Sí, es uno de los nuestros, pero no es muy simpático —murmura por lo bajo para que no lo oiga el señor Madson.
Ahora todo tiene sentido. Con razón el primer día que tuvimos actividad física el profesor Madson lo había llamado por su nombre. Ya se conocían. Y claro, no desaprovechó la oportunidad para ordenarle que hiciera las...
—Cien flexiones no son nada para nosotros —dice a la par de mis pensamientos, como si también pudiera leerlos. No paso por alto su tono arrogante.
—¿Cómo se conocieron? —pregunto intrigada.
—¡A la banca ahora, señorita Blair, no haga que me arrepienta!
Me sobresalto al oír el grito del profesor. No entiendo su fascinación por gritar si de todas formas le vamos a oír.
—Luego hablamos, mejor ve a sentarte —me apresura Dylan.
Él se reúne con los demás estudiantes en el centro del gimnasio y a mí no me queda otra que tomar asiento en la banca.
Mis amigas me observan desconcertadas desde su lugar. Y se me ocurre hacerles un gesto de que no tengo idea de por qué me han echado. Asienten algo dudosas, dejándolo pasar.
Mentirosa.
Al finalizar la clase de gimnasia, me reúno con ellas en los vestidores para quitarme el uniforme que ni usé. Me quedo allí unos minutos explicándoles por qué el profesor no me dejó hacer gimnasia. Les tuve que inventar que el señor Madson me vio muy pálida y no quiso arriesgarse a que me caiga de culo en medio del gimnasio. No se si sea una mentira muy creíble, pero parece haber saciado la curiosidad de mis amigas. Me despido de ellas cuando se meten en las duchas para quitarse el sudor de la actividad de hoy.
No me ha disgustado no poder haber hecho gimnasia, podría retrasar mi entrenamiento para evitar las siguientes clases.
Ese es un pensamiento muy perezoso, Caitlin.
Al salir de los vestidores me encuentro a Dylan esperando junto a la puerta, de brazos cruzados. Tiene el cabello húmedo y huele delicioso. Parece que ha tenido tiempo de darse una ducha rápida en los vestidores de hombres.
—¿Lista? —pregunta con una leve sonrisa.
Asiento como respuesta.
Me llevo una gran sorpresa cuando él tiende una mano hacia mí. ¿Quiere que la tome?
Dudo un segundo en hacerlo o no. ¿Por qué tendríamos que ir de la mano?
¿Por qué no?
Porque... Qué más da. Tomo tímidamente su mano y Dylan entrelaza nuestros dedos. Se siente bien. Muy bien. Un cosquilleo se esparce por mi brazo, y las mariposas en mi estómago no tardan en hacer de las suyas. ¿Él sentirá lo mismo que yo?
Su agarre me transmite confianza a medida que avanzamos hacia la salida. Me siento el blanco de algunas chicas que me lanzan cuchillas con la mirada, pero no me importa.
Avanzamos hacia la salida y no tardamos en estar frente a su vehículo. Abre la puerta del copiloto y la mantiene sujeta para que entre. Dejo la mochila en la parte trasera y me coloco el cinturón de seguridad. Dylan rodea el coche y se sube cinco segundos después. Su fragancia está impregnada en cada centímetro del interior del vehículo. Huele delicioso.
-—¿A donde iremos? —le pregunto mientras él enciende el coche. Lo pone en marcha y en segundos nos sumamos al tráfico de las calles de Idaho.
—Ya verás —responde enigmático—. Iremos a un apartado de la ciudad, no debemos arriesgarnos a que nos vean entrenando.
Me atemoriza un poco el hecho de que vayamos a estar apartados de todos. No es que desconfíe de él, todo lo contrario, su presencia me da seguridad. A lo que le tengo miedo es a lo que debamos hacer allí que implica apartarnos lo suficiente de las demás personas.
—¿Vas allí seguido? — pregunto para intentar mantener una conversación mientras nos dirigimos en esa dirección.
Mis ojos lo escrudiñan minuciosamente mientras conduce. Su complexión me intimida un poco, cada poro de su cuerpo grita ¡Cuidado, mantente alejado si sabes lo que te conviene! Es alto, sus músculos están bien trabajados en las zonas correctas y tiene una mirada imponente, sus ojos grises son capaces de ver a través de uno sin esforzarse demasiado. Es un chico realmente atractivo.
—Desde hace unos cuantos años —dice de pronto, sacándome de mis atolondrados pensamientos—. Muchas veces intenté escapar de esto en mis comienzos, me hubiese parecido raro no encontrar algún lugar donde me sintiera bien conmigo mismo.
—Tus padres debieron haberse preocupado por ti. ¿Ellos lo sabían? ¿Sabían que eras un Raezer?
Sus manos se cierran con fuerza entorno al volante y su rostro adquiere una expresión lúgubre.
—Mis padres están muertos, un incendio se los llevó. Vivo con mis abuelos, ellos me cuidaron luego de su muerte.
Mi corazón da un vuelco al oírle decir aquello. No tenía ni la más pálida idea. Me siento mal por haber preguntado, no quise traerle recuerdos tristes.
—Lo lamento, no sabía... yo... —guardo silencio cuando no encuentro las palabras adecuadas para decir.
Dylan no dice ni una palabra durante un instante, pero luego vuelvo a oír su voz:
—¿Sabes? La vida puede ser muy injusta para algunos, a veces. El secreto es levantarse luego de cada golpe.
No puedo imaginar lo duro que ha sido para él haber perdido a su familia. Yo no se si sería capaz de poder seguir. Admiro su valentía.
—Mi vida jamás fue perfecta, Caitlin —continúa hablando—. He pasado momentos horribles desde pequeño. Vivir bajo el mismo techo que un padre abusivo y alcohólico no es lo que un niño desea. Ni tampoco lo que una esposa quiere. ¿Qué tan fuerte puede ser el amor como para aguantar golpes y humillaciones de parte de la persona que amas?
Eso no es amor ni por asomo. No entiendo como alguien es capaz de aguantar una vida así.
¿Su madre era golpeada por el padre de Dylan?
Hace una pausa. El silencio en absoluto es incomodo. No quiero hablar, quiero oírlo a él. Necesito conocerlo, saber quien es realmente detrás de esa mascara imperturbable.
—Mi hermano y yo intentábamos ayudar a nuestra madre en todo lo que podíamos. Éramos niños, él era tres años menor que yo, no podíamos trabajar, por lo que la ayudábamos con los quehaceres de la casa mientras ella se pasaba la mayor parte del día en dos trabajos diferentes para poder llevar el pan a la mesa. ¿Sabes lo gracioso de eso? —pregunta, soltando una risa amarga, cargada de rencor—, que parte de ese dinero lo tomaba la escoria de mi padre para gastarlo en botellas de alcohol. Soporté muchos golpes, algunos que ni me correspondían, pero daba igual, mientras mi madre y mi hermano estuvieran bien...
Me llevo una mano a la boca al oír aquello último. ¿Qué tan monstruo se puede ser con unos niños? No debería pensar esto, pero su padre tenía merecido lo que le sucedió.
—Un día, luego de catorce años viviendo un calvario, sucedió lo que cambiaría mi vida para siempre. En ese momento, el mismo infierno se había abierto paso en la casa. Todos murieron excepto yo. Dime, Caitlin, ¿por qué yo?
Es una respuesta sencilla.
—Porque la vida quiso darte una segunda oportunidad para vivirla —contesto en un susurro.
—Esa oportunidad también la hubiesen querido mi hermano y mi madre —dice con amargura.
—Dylan... —comienzo a decir, pero guardo enseguida silencio cuando veo que va a decir algo más.
—Las autoridades lograron ubicar a mis abuelos maternos. Mi padre había logrado ponerles en contra a su hija y ellos jamás habían tenido la oportunidad de conocer a sus nietos. Luego de aquel hecho, ellos se encargaron de cuidarme como debieron haberlo hecho realmente mis padres. Mi abuelo me enseñó todo lo que se hasta ahora como Raezer. Él también era uno —dice esto último con un gran orgullo.
¿Era?
No preguntaré sobre eso, no quiero seguir escavando en recuerdos que no le hacen bien. Algún me lo dirá.
—¿Y como supiste que él era un Raezer?
—Por la energía que desprendemos. Tú, yo y cada uno de nuestra especie, una vez que se desarrolla su poder a los catorce años, deja un residuo de energía en el aire que permite identificarnos. Solo los que ya tienen experiencia en eso pueden hacerlo. Así es como él supo que yo era uno de ellos.
Si nuestro poder deja residuos que nos delatan una vez cumplidos los catorce años... ¿Como me encontró cuando yo tan solo tenía seis? Se supone que él tenía catorce, ya era un Raezer.
—¿Cuando me viste a mí por primera vez tu tenías...?
Dylan me observa con recelo. Es evidente que ya sabe a donde va mi pregunta.
—Catorce —responde lo que yo ya suponía.
—¿Y ahora tienes?
Dylan suelta un suspiro de resignación.
—Dieciocho.
—Dieciocho cumpliré yo —objeto—. ¿Tú cuantos?
—Caitlin... hay algo que aún no te he dicho —confiesa con culpa.
—¿Qué debería saber?
—Tu edad física se congela en la edad en que liberas tu poder y lo mantienes activo —suelta aquello como una bomba.
Mi mente se queda en un shock momentáneo. Debo abofetearme mentalmente para reaccionar.
Dylan me observa de reojo, temiendo mi reacción.
—Bienvenida a la inmortalidad —añade como cereza del postre.
¿INMORTALIDAD? ¿Qué demonios?
—Pequeño detalle que se te olvidó decir —le reprocho.
—No somos los únicos, también hay mortales de los nuestros, pero ese es otro teman—hace una pausa, siento su mirada sobre mí. No lo estoy viendo, me limito a observar el paisaje a través de mi ventanilla—. Lo siento, es mejor si te digo las cosas de a poco. No puedo saturarte de información en un día.
Tiene razón. Hubiese sido demasiado si me hubiese contado todo apenas desperté en su casa luego de lo del callejón. No le discutiré eso.
Suelto un suspiro de resignación, volviendo la mirada hacia él.
—¿Como funcionaría eso?
Dylan sonríe por mi curiosidad. Sabe que no se librará de las preguntas fácilmente.
—Somos inmortales si mantienes un uso constante de tu poder. Si inhibes su liberación y decides no usarlo volverás a convertirte en una simple humana —explica con sencillez.
—Entonces tú dejaste de usarlos en algún momento, ¿verdad? Porque sino seguirías en el cuerpo de un niño de catorce años.
—Sí. Mi abuelo fue quien me ayudó con mi entrenamiento. Practicaba día y noche para poder hacerme más fuerte. Quería proteger a los que amaba. Tres años viví como un chico de apariencia física de catorce con mentalidad de uno de diecisiete. Luego, mi abuelo puedo ver que ya estaba listo para continuar por mi cuenta. Ya había aprendido todo lo que él sabía. Entonces, decidió dejar de usarlos.
—¿Y tú hiciste lo mismo? —inquiero sin comprender del todo por qué haría algo así. No le encuentro sentido.
Dylan guarda silencio por un instante, manteniendo los ojos en la carretera.
—Lo asesinaron —dice entre dientes, marcando su fuerte mandíbula por la presión de sus dientes—. Y yo no estaba allí para protegerlo. Ya casi era un humano. Tan solo cinco meses fueron suficientes para volver a la normalidad. Le advertí que no era seguro, pero quería envejecer junto a mi abuela, ¿quien era yo para negarle vivir la vida que él deseaba? Mientras me tenían a mí, yo podía estar allí para protegerlos.
—Dylan no es tu culpa.
Sonríe con melancolía y continúa:
—Luego de eso creí que jamás lo superaría. Entré en depresión. A todas las personas que amaba la vida me las arrebataba como si yo no mereciera nada, como si estuviese castigándome por algo que jamás cometí. Dejé de usar mis poderes, me daba igual si me encontraban, si me mataban o lo que fuese. Tampoco podía acercarme a ti, tu cuerpo no lo soportaba. Yo estaba derrotado. Comencé a envejecer cuando tú tenías nueve años —hace un gesto de disgusto, negando levemente con la cabeza—. Intenté apartarme de ti.
—Pero no lo hiciste —digo algo sorprendida por su revelación.
—No, fui débil. Hay que tener demasiado autocontrol para no caer en la tentación de volver a recuperar el poder que uno abandona. Por eso, cuatro años después me rendí ante ello.
—¿Y como volviste a recuperarlos?
Que yo sepa se debe estar en peligro de muerte la primera vez.
—Es distinto a la primera vez que los obtienes. Debes buscarlo dentro de ti. Siempre habrá una pequeña chispa escondida por algún rincón.
—Entonces, ¿tú te liberaste por primera vez en aquel incendio? ¿Por eso te salvaste?
Sus labios se transforman en una fina línea recta. Fija la mirada en un sitio de la carretera y señala con un dedo.
—Es allí. Ya llegamos.
Paso por alto el hecho de que haya evadido mi pregunta, supongo que en algún momento se animará a responderla.
Haciendo a un lado ese tema, recién me doy cuenta del lugar en el que estamos. La carreta está completamente desolada a ambos lados. No hay autos, no hay gente. Solo somos Dylan y yo.
Doblamos hacia el interior de una arboleda. Hay un camino marcado, como si ya alguien hubiese estado ahí varias veces.
—¿Dónde estamos? —pregunto con la mirada fuera de la ventanilla.
Ahora te matará, te enterrará y nadie lo sabrá.
Cierra la boca.
—Lejos del centro de la ciudad. No necesitamos espectadores cerca.
Disminuye la velocidad a medida que nos acercamos al sitio de entrenamiento.
—Primero nos centraremos en tu escudo. Debes sacarlo afuera cuanto antes.
—Y sino podríamos...
—No —me interrumpe—. Haremos eso, luego pasaremos a lo otro. Si no ocultas tu energía estarás constantemente expuesta a los otros Raezers y no quiero que vuelva a pasar lo mismo de... —deja la frase inconclusa a la vez que detiene el coche e inhala profundamente.
Cierra los ojos, aun manteniendo las manos tensas sobre el volante. Parece estar inmerso en una lucha interna.
Siente culpa por lo que me ocurrió en el callejón. No debería sentirla, si él no hubiese estado allí ahora no estaría contando esta historia.
—Dylan, no fue tu culpa —me quito el cinturón de seguridad y giro hacia él.
—Sabes que sí lo fue —gruñe enfadado, fijando su mirada sobre la mía—. Yo tenía que protegerte, pero tú no me lo dejaste fácil ese día, Caitlin. Ahora todo podría ser diferente. Tú serías la misma de siempre, con una vida normal, sin tener que preocuparte por toda esta mierda.
—¿Crees que jamás lo notaría?— pregunto un poco molesta—. ¿Crees que no me hubiese dado cuenta que algo raro había en ti? Tú también sentías la energía en el ambiente.
Dylan niega con la cabeza como respuesta a mi comentario.
—Eso no tiene nada que ver —masculla. Se pasa una mano por el cabello, en un gesto típico de ansiedad y luego la deja caer sobre su regazo.
Temerosa, coloco una mano sobre la suya y le doy un suave apretón. Él se asombra por mi atrevimiento, de seguro no se esperaba eso. Entonces, yo también me quedo asombrada cuando lleva su otra mano sobre mi mejilla y la acaricia suavemente.
Otra vez regresa aquel magnetismo que nos atrae inexplicablemente. Lo único que quiero en este momento es sentirlo más cerca, mucho más cerca. Siento que los pocos centímetros que nos separan son demasiados.
—Será mejor que bajemos del coche antes de que pierda el control contigo —dice con voz ronca.
Se baja del vehículo tan rápido que me deja con las palabras en la boca junto a sabor amargo.
Hago lo mismo que él. Me bajo y me detengo a observar el entorno. Estamos metidos en la espesura de un bosque. Los pájaros cantan en lo alto de los arboles y la suave brisa sacude ligeramente las hojas.
—Debemos caminar un poco, aun no llegamos —comunica, colocándose junto a mí.
—Vamos —digo decidida.
Hoy más que nunca quiero ponerme a prueba. Quiero saber de lo que ahora soy capaz.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro