XX
No tengo mucho tiempo. Me he quedado dormida esta mañana y Penny llegará en menos de diez minutos.
¡Rápido, rápido!
Me visto apresuradamente unos vaqueros, una remera básica blanca y unas converse. Peino mi pelo en una cola de caballo alta y luego corro al baño a cepillarme los dientes.
No hago tiempo de ponerme aunque sea un corrector de ojeras, tendré que salir así sin más. Salgo del baño y regreso a mi cuarto para tomar alguna chaqueta. Hoy no es un día caluroso. El temporal de ayer trajo un agradable clima fresco a toda la ciudad.
Al pasar junto al escritorio veo mi mochila sobre la silla donde Dylan se había sentado a observarme ayer por la noche. No me percaté en su momento de que me la había devuelto.
No pude volver a dormir luego de su visita. Solo alcancé a dormir una hora antes de que el despertador comenzara a sonar. Lo apagué con la intensión de quedarme "cinco minutos más" en la cama y ya ven como terminó eso...
Dylan, además de haber dejado las mariposas de mi estómago revolucionadas, puso mi cabeza a trabajar toda la noche. Los pensamientos no se detuvieron ni un segundo.
No puedo creer que estuvimos a punto de besarnos. Es decir, no ha pasado mucho tiempo desde que odiaba cada segundo que él pasaba a mi lado. Todo está sucediendo tan rápido que me atemoriza que esto solo sea más que un juego para él.
Hago a un lado esos pensamientos y me dispongo a bajar las escaleras a toda prisa, Penny ya debe estar por llegar.
Una vez en el piso inferior, escucho en la cocina las voces de mi hermano y mi... ¿papá? ¡Genial! ¡Ya ha regresado!
Acelero mis pasos en esa dirección, y cuando me adentro en la cocina, veo a ambos hombres desayunando tranquilamente en la mesa mientras mantienen una charla sobre el tráfico en Nueva York. Al percatarse de mi presencia, los dos giran la cabeza hacia el umbral de la puerta. Una gran sonrisa se extiende en el rostro de mi progenitor.
—¡Ahí está mi pequeña! —exclama con alegría, dejando la taza sobre la mesa y poniéndose de pie.
Le devuelvo la sonrisa mientras veo como se acerca a mí para envolverme en un cálido abrazo paternal.
—¿Cómo estás? ¿Cómo estuvo el viaje? —le pregunto al cabo de unos segundos, cuando me aparto con suavidad para poder verlo a los ojos.
Su sonrisa se amplía aun más al recordarle eso.
—Estupendo. Todo salió como lo planeaba —contesta felizmente.
Sí, estoy muy orgullosa de él.
De reojo veo que Taylor se ha puesto de pie. Se dirige al mueble de la cocina para tomar la caja de mi cereal favorito. ¿Qué planea? Mete un poco de cereal en un cuenco y le añade un poco de leche. Papá ya ha vuelto a su lugar en lo que mi hermano ha terminado de preparar todo.
—Come algo antes de irte, Caithy —me indica Taylor, posando el tazón en la mesa.
Lo observo con cierto recelo. No olvido la discusión que tuvimos ayer. Es un idiota. Me resulta extraño que ahora esté en plan de buen hermano. Y además, me ha llamado "Caithy". Creo que quiere arreglar las cosas entre nosotros.
—¿Dónde está mamá? —pregunto en general, no quiero dirigirme directamente a mi hermano.
—Le dije a tu hermano que le desactive el despertador, quiero darle una sorpresa —por suerte responde papá.
Entonces, ante mis maravillados ojos, levanta de una de las sillas un hermoso ramo de doce rosas rojas que parecen salidas de una película; lucen frescas y de un color muy vivo.
Que decirles, mi padre es un romántico empedernido. Siempre encuentra la forma correcta de conquistar a mamá todos los días.
Ojalá todos los hombres fuesen como él.
—¡Vaya! —exclamo maravillada—. ¡A mamá le encantarán!
Él sonríe ante mis palabras y yo me siento en la mesa, viendo el cuenco con cereales delante mío. No desperdiciaré la comida. Tomo la cuchara y empiezo a comer en silencio, sin siquiera dirigirle la mirada a Taylor.
A medida que los segundos pasan, el ambiente comienza a ponerse tenso, que va, demasiado tenso. Incluso puedo sentir la mirada de Taylor puesta sobre mí. De seguro quiere decir algo, pero no en frente de papá.
De reojo, observo que nuestro padre nos mira con un claro gesto de confusión. No entiende nada. De pronto, interrumpe el silencio aclarándose la garganta.
—Entonces... iré a llevarle esto a su madre —dice finalmente.
Se retira de la cocina dejándonos solos a mi hermano y a mí. En el ambiente hay una tensión abrumadora. Esto realmente me pone de los nervios.
—Oye... —empieza a decir Taylor, pero le corto para que no siga.
—No es necesario que digas nada.
Pasa una mano por su cabello rubio, despeinándolo un poco. Sí, luce agobiado. Bueno, todos lo estamos.
No es que me gusta estar así con él, lo detesto, pero realmente me dolieron las palabras de ayer. Según su punto de vista yo soy una ignorante. Y sí, puede ser que haya experiencias que aún no he vivido, pero lo haré. Ya creceré e iré aprendiendo de la vida. Mientras tanto me gustaría que mi hermano, en vez de frustrar mis planes, me apoyara.
—En unos días me iré a Stanford, no quiero que estemos peleados —continúa, haciendo caso omiso a lo que dije.
Revuelvo los cereales con la cuchara, evitando mirar sus ojos de cachorro triste.
—No fui yo quién inició la pelea —contesto muy seria. Ahora sí, levanto la mirada, deteniéndome en sus ojos azules. La culpabilidad es lo único que puedo ver en ellos.
—Lo lamento, tuve muchas cosas en la cabeza el día de ayer. No debí hablarte así —murmura cabizbajo.
No fue el único que tuvo un día difícil. No creo que nada de lo que le haya pasado se compare con lo que me pasó a mí. Casi muero, Dios. Yo sí tenía razones para sentirme como la mierda, pero aun así no me desquité con el resto.
Se oye el sonido del coche de Penny afuera de la casa. Es hora de irme.
Mi hermano ni siquiera levanta la cabeza para verme. Yo me quedo un segundo más pensando en todo lo que pasó. Bueno, tampoco quiero estar enojada con él para siempre...
—¿Quién está enojado? —digo con una leve sonrisa, olvidando las diferencias que tuvimos. Sí, lo mejor será olvidarlo.
Sus ojos vuelan a los míos, aliviados de oír eso, y una gran sonrisa se forma rápidamente en sus labios.
—¿De qué estábamos hablando? —continúa con mi juego.
—Ya lo olvidé —me río.
Tomo una gran cucharada de cereales y la llevo a mi boca. Me siento una pequeña ardilla con las mejillas repletas de comida. Murmuro algo parecido a un adiós y salgo de mi casa con la mochila colgando en un hombro.
—¿Me extrañaste, nena? —pregunta Penny con la mejor energía. Aún no le ha vuelto del todo su voz normal, pero ya está casi recuperada de la gripe.
Termino de tragar el desayuno y me abrocho el cinturón de seguridad.
—Demasiado. No vuelvas a enfermarte, por favor —respondo con sinceridad.
Jill, que se encuentra en el asiento del copiloto, voltea a verme con una leve sonrisa curvando sus labios.
¿Que planea?
—Penny quiere que le actualices el estado entre tú y Dylan —dice, ampliando aún más la sonrisa.
¿Penny o ella?
No puedo contarles nada. No deben saber lo que ocurrió ayer por la tarde en aquel callejón. ¿Qué pensarán de mí? Además sería peligroso para ellas saber de esto. ¿Podrían estar en peligro sus vidas por estar conmigo? No había pensado en eso. ¿Todos a mi alrededor peligran? ¿Mis padres?, ¿mis amigas?, ¿mi hermano?
Maldita sea, esto es peor de lo que pensaba.
¿Cuántos tipos como los de ayer pueden estar sueltos por la ciudad?
Respiro profundo para calmarme. No quiero tener un ataque de pánico dentro del coche.
—Solo somos... amigos —aclaro, volteando a ver por la ventanilla. Me resulta un poco duro ocultarles la verdad a ellas, pero es mejor eso a que tener que exponerlas a lo que estoy involucrada.
—¿Amigos con derecho?
Abro grande los ojos al escuchar esa palabra.
¿QUÉ?
—¡No! Yo no... Él... no... —balbuceo nerviosa—. ¡No somos eso!
—Bien, no insistiré. Ya me enteraré por mis medios —murmura dándose la vuelta.
¿Qué medios?
—Yo creo que si tuvieras una entrevista de trabajo en la CIA no dudarían en contratarte, Jill —dice Penny.
La peor parte es que tiene razón. Todos tenemos una amiga que es excelente investigando, y en mi caso es Jill. No sé cómo lo hace, es capaz de conseguir hasta el grupo sanguíneo de la persona en que está interesada.
Al llegar al instituto, la mirada de todas se posan en el chico que está recargado contra su bonito coche.
Dios mío, ¿por qué él tiene que ser tan jodidamente atractivo? Ya se imaginarán de quién estoy hablando.
—Creo que te esperan — canturrea Jill con una sonrisita igual a la del gato Cheshire.
Volteo los ojos y me bajo del auto dando un portazo más fuerte del que pretendía.
—Me gustaría conservar esa puerta, ¿sabes? ¿O quieres hacerla giratoria? —se queja Penny.
—Lo lamento —digo en un susurro.
Creo que mi fuerza ha aumentado un poquito...
Camino hacia la entrada sin ver a Dylan. Tal vez no se acerque a mí si finjo que no lo he visto, y así no tendré que responder más preguntas de mis amigas.
Camino apresurada el poco trecho que hay entre el estacionamiento y la puerta de entrada, pero de pronto una mano grande y fuerte sujeta mi brazo, deteniendo mi apresurada marcha.
Mis amigas sonríen con complicidad, continuando su camino hacia dentro del edificio.
Es hora de afrontarlo.
Volteo hacia él y sonrío con una alegría fingida.
—¡Hola! No te había visto.
Dylan enarca una ceja y suelta el agarre.
—Sí, lo has hecho —me acusa—no eres buena mentirosa, Caitlin.
La sonrisa de mi rostro se esfuma, me cruzo de brazos, dirigiéndole una mirada de fastidio.
—¿Me espiabas? ¿Qué haces aquí afuera?
—He vuelto de dar una vuelta de control. ¿Debo pedirte permiso para hacerlo?
Volteo lo ojos y evado su pregunta.
—¿Qué es una vuelta de control?
—Solo me aseguro de que no haya ningún Raezer dentro del perímetro.
—Oh, claro.
-—Bueno, iré a clases. Te veo allí —se despide con un ademán de mano.
Un momento, yo también debo ir al mismo lugar.
—Demasiada casualidad que ambos estemos en las mismas clases, ¿no crees? —digo por lo bajo, sé perfectamente que me oirá.
Dylan gira la cabeza y me lanza un guiño.
¡Lo sabía! Algo ha hecho para que ambos estemos en las mismas asignaturas.
La clase de matemáticas transcurre demasiado lenta. Me la he pasado viendo el reloj sobre la pizarra a cada diez minutos.
El profesor ha explicado la teoría durante una hora y media. Y los últimos treinta minutos nos ha dejado deberes para hacer.
La clase se encuentra sumergida en un leve bullicio, donde la mayoría resuelve la tarea en grupo y el otro poco charla sobre cualquier cosa.
Estoy realizando una ecuación cuando oigo la voz de Dylan a mi lado.
—Te siento diferente hoy, ¿ocurre algo?
¿Qué si ocurre algo? No, nada. Me siento de maravilla resolviendo cálculos, a la espera de que venga alguien a matarme.
—No, nada —respondo sin quitar la vista de mi hoja.
—Te recuerdo que tienes pendiente habilidades a desarrollar.
Ya vamos de nuevo con eso...
Debes aprender a manejar tu nuevo mundo, Caitlin.
Lo sé, pero ayer, luego de que Dylan se fuera de mi cuarto, tuve más tiempo para pensar y no sé si estoy lista para cambiar la mayoría de los aspectos de mi vida. Una parte de mí quiere descubrir lo nuevo, pero la otra lucha para que conserve mi vida rutinaria y normal. Y les aseguro que la que saldrá perdiendo seré yo si no me decido.
—¿Y si no quiero hacerlo? —pregunto tercamente.
—No tienes opción. No debes dejar que te encuentren. A no ser que te divierta jugar al gato y al ratón —señala Dylan—. Y sí, tú eres el ratón.
¿Qué carajos está diciendo?
—Si no me mantengo a la vista de las personas tal vez...
—Tal vez nada —me corta—. Ellos no se guían por lo que ven, son capaces de percibir el residuo que desprende tu poder.
Bueno, eso cambia mucho las cosas.
—Estuviste a salvo hasta los catorce años. Luego de eso, siempre estuve ahí para protegerte. Ayer... —susurra con melancolía, perdiendo la mirada en un punto cualquiera de la mesa—. Fui un imbécil, hice todo mal.
Su mano se cierra en torno a su lápiz y, para mi sorpresa, aquel se quiebra en como si fuese una debilucha ramita de árbol. Me quedo observándolo desconcertada.
—No creo que sea la única que necesite aprender a controlarse —digo por lo bajo.
Dylan suelta un bufido y se echa contra el respaldo de la silla.
—Déjame ser tu instructor. Ya verás que en poco tiempo tú...
—Aguarda, aguarda —lo detengo, interponiendo mis manos por delante—. ¿Tú serás mi qué?
—Yo seré tu maestro, Caitlin —dice en tono serio—. Te aseguro que estoy más capacitado que... —se pasa una mano por el cabello y gira en la silla hasta quedar frente a mí—. Debes confiar en mí.
Su mirada es sincera. No es que no confíe en él, solo que me cuesta aceptar que ya nada será como antes.
—Bien —digo finalmente.
No puedo creer que haya dicho eso.
Dylan me mira sorprendido al principio, luego sonríe ampliamente. Ha ganado esta vez.
Debo prepararme psicológicamente para lo que se viene. Tengo que aceptar que más personas como las de ayer quieren algo muy importante de mí. No les puedo dejar fácil aquello.
—Mañana luego de clases será —concluye.
...
A mitad del almuerzo, dejo a mis amigas terminar de comer sus hamburguesas y me dirijo hacia el baño. Ya comienzo a caminar como pingüino, mi vejiga no es lo suficientemente elástica como para esperar un rato más.
Cruzo el pasillo, esquivando como puedo a los demás estudiantes. Una vez que llego, me adentro en un cubículo para vaciar mi vejiga.
Dos jóvenes acaban de entrar en el baño. Se escucha el grifo del lavabo y el agua correr.
—¿Pero estás segura de que era él, Ash? Sabes, no creo que...
—Escucha, yo estoy muy segura de lo que veo. No necesito lentes como tú —dice con prepotencia, su voz es muy chillona—. Era él, y del lado del copiloto estaba sentada una chica rubia. No alcancé a ver su rostro, giraron en una curva y los perdí de vista.
—Y tú crees...
—Estoy segura de que es la novia —le interrumpe por segunda vez—. No creo que un chico como Dylan Waight esté solo por mucho tiempo.
Casi me voy de frente contra la puerta del cubículo al oír su nombre.
¿Qué? ¿Dylan tiene novia?
No puede ser, ayer nosotros casi... creí que le gustaba.
Luego te mostraré el pequeño video que armé de tus ilusiones haciéndose añicos. Lo reproducirás en tu cabeza cuantas veces quieras hasta que entiendas que no debes confiar en los chicos.
—¿Sabes qué, Soph? Es un imbécil, no sé en qué estaba pensando al querer acercarme a él. Tengo a Zac comiendo de mi mano, puedo divertirme con él.
—¿Crees que saldrá la salsa de mi blusa? —pregunta la otra, haciendo caso omiso a lo que acaba de decir su amiga.
—Yo que tú la prendo fuego.
El grifo se cierra y sus tacones resuenan hasta la salida del baño. Una vez sola, salgo del pequeño cubículo y me acerco al lavabo.
Me siento una tonta.
Una parte de mí ruega porque esa rubia sea su hermana, prima o cualquier otra cosa menos su maldita novia.
¿Es posible que haya tenido el descaro de jugar conmigo si fuese cierto?
¿Qué hay de su forma de mirarme? ¿O de la manera en que ayer en mi cuarto ambos deseábamos sentir nuestros labios juntos? O por lo menos yo sí lo deseaba.
La sangre comienza a tomar temperatura dentro de mis venas. Una fea sensación de odio se revuelve en mi pecho al imaginar que aquella historia fuera cierta.
Salgo del baño, enfurruñada con la vida y conmigo misma. Que tonta fui, logró engañarme muy fácil.
Camino sin siquiera hacerme a un lado para no chocar contra los demás, ellos deben hacerlo sino quieren ser atropellados por mi mal genio.
Pero de pronto, debo frenar en seco para no estamparme de lleno contra la persona que se ha puesto en mi camino. Su rostro mantiene una mirada de confusión.
—¿Puedes decirme que ocurre? —suelta Dylan de golpe.
Él está parado frente a mí, de brazos cruzados. No parece dar señales de moverse hasta no responder a su pregunta.
—No te he llamado, quítate de en medio.
Intento esquivarlo, pero vuelve a impedírmelo.
—Piensas en mí, por lo tanto sí, lo haces.
—Bien, ya dejaré de hacerlo. Tu solo limítate a mantenerte alejado de mí.
Dylan frunce el ceño, no logra entender que ha ocurrido para que mi humor cambiara tan repentinamente.
—¿Cuál es tú problema, Caitlin?
—Tú eres el problema —las palabras salen como navajas de mi boca. Sé que las siguientes palabras me dolerán más a mí que a él, pero debo decírselas para que me deje en paz de una vez—. Lo único que has hecho desde que te conocí es traer caos a mi vida. Solo aléjate de mí.
Lo esquivo rápidamente y camino sin voltear a ver si me sigue. Creo que con eso lo mantendré lejos por un tiempo. Debo ordenar mis pensamientos y su presencia cerca no ayudará en nada.
Es difícil entender toda esta ola de sentimientos. Odio sentirme de esta manera. Jamás dejé que nadie tuviera el poder de hacerme sentir mal, ¿cómo he podido darle ese derecho a Dylan?
Coloco la mejor sonrisa en mi rostro antes de volver con mis amigas. No es necesario que sepan de esto. Ya tendré tiempo para pensarlo a solas.
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