XVI
—¿La gripe puede hacerme alucinar? Porque creo haber visto a Caitlin bajar del auto del Adonis —murmura Penny en un tono muy gracioso, su nariz está tapada.
Hasta hace unos segundos, Jill dijo que su prima se encontraba haciendo reposo con las sabanas hasta el cuello, pero al oír el sonido de un auto afuera de la casa corrió a espiarme por la ventana de su cuarto.
—Entonces me he contagiado —dice la rubia desde el sofá rosa—. Yo acabo de ver lo mismo.
—¿Ese era Dylan? —Penny espera mi respuesta con cierto entusiasmo en la mirada, se ha sentado en la cama con una caja de pañuelos a su lado.
Asiento casi imperceptiblemente. Tomo asiento en la silla del escritorio y me pongo a jugar con un bolígrafo que tiene pequeños brillos en su interior sumergidos en agua.
—Te escucho —declara, entonces.
Por poco saca palomitas de maíz para escuchar las nuevas.
Esta será una larga tarde...
Claro que sí.
...
Que decirles, hablar con mis amigas ha resultado esclarecedor. Necesitaba de ellas para desahogarme.
Todavía recuerdo la expresión del rostro de Jill cuando se enteró lo que había interrumpido en la biblioteca. Sus mejillas se tornaron tan rojas que incluso la manzana que estaba comiendo se veía más pálida que ella. Se disculpó una decena de veces, y dijo que no volvería a llamarme si no fuese una situación de vida o muerte. Aunque según ella, ese llamado sí fue de emergencia. Dijo que si no la hubiese atendido se iba a contactar con el ejercito de los Estados Unidos para iniciar la búsqueda del fugitivo. Palabras textuales.
Una vez que termino de bañarme, cierro el grifo de la ducha, me seco y me visto en tiempo récord.
Me siento exhausta. El día ha sido agotador.
Abro la cama y me tiro sobre ella, tapándome con las sabanas hasta la cabeza. No quiero pensar, solo quiero cerrar los ojos y dormir...
—Lo siento, yo solo quiero protegerte —susurra en mi oído una voz que me resulta muy familiar.
Su mano acaricia gentilmente mi mejilla. Un suave y cálido roce...
Me despierto bruscamente de ese sueño tan confuso y... real.
Intento recordar que me llevó a soñar aquello, pero las partes del sueño comienzan a perderse al cabo de unos segundos. Al refregarme los ojos, me doy cuenta que mi mano está húmeda.
¿Qué? ¿Por qué estoy llorando?
Es solo un sueño, Caitlin.
Dejo salir el aire lentamente, intentando calmarme. Estos sueños raros no me dejan descansar tranquila. Ni siquiera sé que significan.
Hago a un lado cualquier tipo de pensamiento, ya que es inútil seguir dándole vueltas al tema. Me giro en la cama y me quedo mirando a la nada, hasta que el despertador no tarda en sonar.
—Con que ahora tengo una hermanita zombi, eh —dice Taylor apenas me ve entrar en la cocina.
Le sonrío con ternura y discretamente le enseño el dedo medio. Él responde mostrándome su lengua.
Lo sé, muy maduros.
—Hoy no me esperen para cenar —dice papá, bajando su periódico para poder vernos—, estaré más tiempo del que imaginaba en Nueva York. Probablemente esté de vuelta mañana por la mañana, o más tardar hacia la tarde.
Mi padre ha conseguido una buena reputación a lo largo de sus años como abogado. Tuvo casos judiciales que dieron vuelta por todo el país, como el que tiene ahora. Está de más decir que siento mucho orgullo por él.
—¿Es por el caso del Dr. Blake? —pregunta mi hermano, sosteniendo su tenedor cargado de waffles.
Tomo asiento junto a éste y le robo un trozo de aquella delicia justo cuando mamá me pone el otro plato frente a mí.
—Ese mismo —responde mi padre—. Es extraño. Estuve averiguando a fondo su vida personal y no tenía enemigos, todo lo contrario, la gente lo apreciaba mucho, era una buena persona.
—Pobre hombre. Estuvo en el lugar incorrecto a la hora incorrecta —digo con pesar.
Termino de desayunar y Taylor se ofrece a llevarme hasta el instituto en el auto de nuestro padre, que tomará un taxi hasta el aeropuerto y nos dejará su vehículo en caso de que lo necesitemos.
En el coche, Taylor se la pasa con su celular en mano. Parece preocupado.
—¿Con quién hablas? Harás que nos matemos los dos —la impaciencia habla por mí.
—No es nada —guarda su teléfono y toma el volante con ambas manos—. Pensaba pasar por ti cuando salieras, pero me surgió algo. ¿Puedes arreglártelas?
¿Qué será eso que le surgió?
De todas formas contaba con volver sola hasta mi casa, por eso traje conmigo un paraguas, por las dudas. El color del cielo y el fuerte viento no presagian nada bueno.
—Claro, no te preocupes —contesto—. Regresaré sana y salva.
—Eso espero, princesita —me dice con cariño, a la vez que frena el coche frente al colegio.
Me despido de él y me bajo con prisa. En exactamente un minuto sonará el timbre que dará inicio a las clases.
Como ya es costumbre para mí, siento aquella débil atracción que me guía hacia una persona en especial. A medida que me voy acercando al salón la intensidad aumenta unas octavas. Y allí lo veo: su cabeza está gacha, concentrado en los trazos que dejan su lápiz en la libreta.
Me acerco a él y tomo asiento a su lado. Estiro un poco el cuello para poder ver que dibuja, pero me sobresalto cuando de un manotazo cierra la libreta.
Levanta la mirada, y con una sonrisa ladina me saluda.
—Hola. ¿Qué miras?
—Yo... Hola —saludo algo desconcertada por su actitud—. ¿Me enseñas? —señalo la libreta con la barbilla.
Me gustaría saber qué cosas, además de mi rostro, pueden estar en aquellas hojas.
—No —se limita a responder.
¿Escuché mal o me dijo que no?
—¿Cómo dices?
—No te mostraré —aclara, acomodándose en el asiento.
Este chico tiene un serio problema. No puedo seguirle el paso si un día me habla bien y al otro me trata como si fuésemos desconocidos. Me siento realmente perdida cada vez que estoy a su lado.
—Creí que habíamos superado la etapa no te conozco, no te hablo —digo, haciendo énfasis a lo último.
—No —vuelve a decir.
—¿No, qué? —digo ya irritada.
—No —sonríe divertido.
Y todavía se da el lujo de reírse de mí. Es fantástico. Me gustaría borrarle esa estúpida sonrisita de su estúpido bello rostro.
—¿Trajiste el informe? —pregunta al rato.
La clase ha comenzado hace unos pocos minutos. La profesora está yendo por fila para recoger cada trabajo, y anotando en una lista a las personas que ni se tomaron el trabajo de hacerlo.
—No —respondo de mala gana. Vamos a jugarle una pequeña broma.
Dylan ni se inmuta. Se cruza de brazos, y carraspea antes de hablar.
—Le diré a la profesora que tú lo tenías —dice, entonces.
¡No lo puedo creer! ¡Es un patán! ¿Sería capaz de hacerlo?
—No te atreverías —mascullo entre dientes.
Su rostro se acerca unos centímetros al mío. Desde aquí soy capaz de ver su tez impoluta que me tienta a querer acariciarla. Mi mirada desciende a sus perfectos labios cuando susurran:
—¿Quieres ponerme a prueba, linda Caitlin?
Aguarden un momento. ¿Dijo la palabra que empieza con L? ¿Dylan diciendo algo agradable? ¿Quién es este chico?
Él se divierte por mi expresión de desconcierto. Mientras yo reparo en la energía que cada vez es más fuerte e insistente alrededor nuestro, igual que ayer en la biblioteca donde casi... No importa, no quiero pensar en eso.
—¿Por aquí hicieron algo? —pregunta la profesora al llegar a nuestra mesa.
—Caitlin... —saco el informe rápidamente antes de que Dylan pueda completar su frase—. Lo trajo.
—Excelente, me lo llevaré y lo traeré corregido para la siguiente clase —dicho aquello, la profesora da media vuelta y continúa con la mesa de al lado.
—Te gusta hacer bromas, ¿verdad? —dice Dylan, de pronto.
Me giro hacia él y por poco veo los rayos láser salir de mis ojos.
—Eres un... —tengo tantas palabras en mente que no puedo escoger la correcta—. Eres un imbécil.
—Que fuerte —se burla, ampliando su sonrisa. Se ve que le divierte la situación.
Permanezco unos segundos quieta, sin decir nada, solo apreciando su sonrisa, sus hoyuelos y la forma en que sus ojos se achinan al sonreír.
Me doy cuenta de que me he quedado embobada observándolo cuando su sonrisa desaparece y el peso en mis hombros es cada vez más fuerte. Dylan corta la conexión de nuestros ojos y se pone a ver al frente, donde la profesora está dando un discurso de responsabilidad para los que no entregaron el trabajo a tiempo.
—¿Eres alguna especie de hipnotizador, o algo así? —suelto sin ningún tipo de filtro.
Dylan alza las cejas, parece sorprendido, y con una mirada de incredulidad responde:
—Esa ha sido la pregunta más estúpida que me han hecho en la vida.
—Aquí el estúpido eres tú. Yo sé que algo no está bien y no me lo quieres decir. ¿Qué cosa rara eres? —eso último no pretendía decirlo, se me ha escapado.
Sus ojos se entrecierran y cualquier rastro de diversión se esfuma de su rostro. No creo que alguna vez lo haya visto tan molesto como ahora. Me alejo un poco de él porque siento que es una bomba a punto de explotar.
Se acerca solo lo suficiente para poder escuchar el susurro de su voz.
—Métete en tus asuntos, Caitlin.
Sintiendo como la sangre comienza a hervir bajo mi piel, me giro en el asiento y hago de cuenta que él no existe más para mí.
Debe tener un hermano gemelo, es imposible que el mismo chico que ayer me estaba llevando en su auto y se disculpaba antes de bajarme, sea el mismo que me esté tratando de forma horrible ahora.
No lo comprendo.
La hora del almuerzo ha sido muy aburrida, a Jill no la encontré por ningún lado. Cuando la llamé no me contestó, simplemente me envió un texto en el que decía que no estaba aquí y que se encontraba con muchísimo dolor de cabeza. Según ella, su prima la había contagiado.
Ahora me encuentro cruzando la puerta del instituto, en plena libertad. Las clases acabaron por el día de hoy. No más clases tediosas. No más Dylan el bipolar.
Observo el cielo encapotado de nubes negras mientras aferro con fuerza mi paraguas. En cualquier momento se largará a llover y no quiero quedarme debajo a mojarme. Sin perder más tiempo inicio la caminata a paso firme.
Me gustaría decir que hay mucha gente andando por las calles en este momento, pero no puedo hacerlo. Soy capaz de contar con los dedos cuantas personas hay caminando por aquí.
De pronto, un auto pasa a mi lado y se estaciona a un metro de distancia. Reconozco el auto de Dylan y continúo caminando como si no lo hubiera visto. Al pasar junto aquel se escucha que baja la ventanilla.
—Te llevo —le oigo decir desde adentro del coche.
Sigo caminando sin decir ni una sola palabra. El auto avanza y vuelve a frenar a mi altura.
—Vamos, Caitlin, sé que me has oído.
Me giro hacia él, conteniendo las ganas de patear su auto. Su rostro tiene una leve expresión de preocupación.
No puedo creer que ahora se sienta mal por cómo se comportó conmigo durante el día. Que ni piense que me subiré al auto con él.
—No gracias, me gusta caminar—murmuro, conteniendo el odio que crece poco a poco en mi pecho.
—¿Te gusta caminar bajo la lluvia? —pregunta con retintín.
—No está lloviendo.
—En unos minutos lo estará —retruca, avanzando con el auto para seguir mis pasos.
—Ya vete, llegaré más rápido si no me molestas.
Se oye un bufido desde adentro del coche y luego sube la ventanilla.
El coche avanza a toda velocidad y lo pierdo de vista cuando dobla en una esquina.
Apresuro la marcha cuando oigo un par de truenos resonar por encima de mi cabeza. El día está mucho más gris que por la mañana, casi pareciera que es de noche.
Entonces, una gran gota cae sobre mi cabeza cuando aún me faltan varias manzanas que recorrer.
—Demonios —farfullo.
A esa gota le sigue otra, luego otras más, y así hasta que cientos de gotas caen sobre mí.
—Genial, realmente genial —musito de malhumor.
Abro mi paraguas y camino solo un tramo con él ya que, para mi suerte, el viento me lo da vuelta por completo.
—¡¿Se puede poner mejor mi día?! —exclamo hacia arriba, tal vez alguien por allí me escuche y se apiade de mí.
Esperaba una voz que viniera del cielo y me dijera que en unos segundos iba a terminar la tormenta, o que una mano gigante bajara de allí y me entregara un nuevo paraguas, pero no. Eso no es lo que sucede a continuación. Para mi desgracia, un gran trueno se hace oír por toda la ciudad, sacudiéndome hasta los huesos.
Me golpeo a mí misma unas mil veces por no haber aceptado el aventón del señor bipolaridad. Ahora podría estar rodeada de ese exquisito aroma varonil y calentita con la calefacción de su auto. Pero no, estoy empapada de la cabeza a los pies, con frío y un paraguas roto.
Saco el teléfono de la mochila para llamar a mi hermano, tal vez ya se ha desocupado. Sin batería. Excelente. Hoy debí haberme quedado en la cama. No fue mi intención levantarme con el pie izquierdo.
Me meto por un callejón que me ahorrará un montón de pasos. Temblando como una gelatina, lo voy cruzando lo más rápido que puedo.
Voy concentrada, mirando fijamente al suelo para no pisar ningún charco. No es muy inteligente de mi parte viendo la situación en la que me encuentro, pero qué más da.
De repente, mis ojos ven un par de zapatos justo antes de estamparme la cabeza contra un fuerte pecho. Me tambaleo hacia atrás, pero afortunadamente logro mantenerme de pie. Hubiese sido vergonzoso caer sobre mi trasero...
Levanto la mirada y me encuentro con dos hombres iguales entre sí. Gemelos, por supuesto. Ambos de cabello colorado y corto. Me llama mucho la atención sus minúsculas pecas que salpican por completo sus rostros de facciones fuertes y bien definidas.
La escena no me aterraría si no fuese por sus espeluznantes sonrisas. La maldad está tan reflejada en sus miradas que recalculo unos pasos hacia atrás del impacto negativo que eso me produce.
Ambos están vestidos iguales, lo que es más espantoso aún. Solo una chaqueta, un pantalón y zapatos. Todo de color negro.
—Lo lamento —mi voz es un suave murmullo.
Doy otro paso atrás, disponiéndome a salir de este claustrofóbico callejón, pero entonces uno de ellos levanta una mano y niega con el dedo índice.
—No lo hagas —dice aquel con voz ronca.
Un nudo se instala en mi garganta al oír eso. Todos los músculos de mi cuerpo se tensan listos para echar a correr en cuanto envíe la orden.
—¿Crees que te dejaremos ir de aquí? ¿Quién te crees que somos? —murmura su hermano, fingiendo sentirse ofendido.
¿Qué? Dios mío, ¿dónde me he metido?
Súbitamente, otro relámpago sacude Idaho.
—¿Qui...quiénes son? —tartamudeo muerta de miedo o de frío, no sé cual de las dos. Intento aparentar que tengo la situación bajo control, que ellos no me aterran, pero debo ser un chiste. Mojada de arriba abajo y temblando como una gelatina, parezco más un pollito mojado e indefenso que una joven valiente y astuta.
Lo mejor que se me ocurre hacer es apuntarles con el paraguas dañado. Sí, ya dije que no aparento ser astuta.
Nada bueno sale de eso. Doy un pequeño grito de pánico cuando uno de ellos me quita el paraguas de un manotazo, arrojándolo a unos cuantos metros lejos de mí.
—No querrás saber quiénes somos, niña. Tú... —se detiene a mitad de la oración con los ojos fijos a mis espaldas—. ¿Quién es ese maldito?
Su hermano también mira detrás de mí. El odio en sus miradas es demasiado evidente.
Ya nada puede ponerse peor que esto. Con la mente en blanco, la vista nublada por las gotas de lluvia, y el frío congelando mi cuerpo, volteo a ver de quién se trata.
Bueno, en realidad sí se puede poner peor ahora que lo veo.
Dylan se encuentra a unos pasos por detrás de mí, mojado de los pies a la cabeza. Su respiración es agitada, puedo ver el vapor que sale de su boca y se mezcla con el aire frío para luego perderse entre la lluvia.
Su ropa húmeda se le pega al cuerpo, marcando cada músculo de su torso. Una pequeña parte de mí, la irracional, se lo está comiendo con la mirada. La otra parte quiere gritarle que se largue de aquí y salir corriendo junto a él de este horrible lugar.
Y entre todo este caos de pensamientos una duda arrasa con todo lo demás.
¿Cómo me encontró?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro