XLV
Miramos en todas direcciones, pero no vemos rastros de ningún Raezer.
La energía que carga el ambiente es tan negativa que siento por un momento la tentación de sucumbir ante ella y cerrar finalmente los ojos. Pero no, no puedo dejar a Dylan y a Kyle solos. Yo también haré frente a la situación, si a fin de cuentas soy yo la culpable de que siempre nos encuentren.
Esta vez no.
A ellos dos no parece afectarles la negatividad tanto como a mí, se ve que tienen mayor resistencia a eso. Me gustaría saber que debo hacer para dominarlo.
De repente, Dylan me arranca de mis pensamientos al sujetarme la mano y arrastrarme consigo en una carrera.
Cuando logro seguirle el ritmo y correr a su lado, veo que Kyle nos alcanza inmediatamente. Éste último tiene el rostro contraído en una mueca de disgusto y preocupación.
No tengo idea de como haré para verlo a los ojos después de lo que intentó hacer. ¿En qué estaba pensando?
En su difunta novia.
Si en verdad le recuerdo a ella, debe ser una tortura para él verme todos los días. Aunque pensándolo bien, ¿será el motivo por el que tuvimos un mal inicio apenas nos conocimos?
—¡¿Cómo carajo nos encontraron?! —brama Dylan, enfurecido.
Mi escudo está puesto en su lugar como debe ser. No me lo he quitado en ningún momento del día.
—Nos tienen rodeados —dice Kyle con cierta inquietud en su tono de voz.
¡¿Qué?! ¡No es posible, tiene que haber una forma de evadirlos!
La energía de los otros Raezers se siente cada vez más densa, nublando mis pensamientos, moviendo mis pies de pura inercia.
—No podremos escapar esta vez —añade.
Escuchar esas palabras solo desatan en mí unas fuertes ganas de vomitar.
—Mierda... —masculla Dylan con la mandíbula fuertemente apretada.
¿Qué es lo que nos harán? ¿Nos matarán sin vacilar o nos torturaran antes a ver si logran sacarnos nuestros poderes?
Dylan se detiene en seco y yo también lo hago. A unos pocos metros de nosotros lo hace Kyle, que se pone a mirar detalladamente el perímetro buscando a los otros. Afortunadamente, la escases de árboles en esta zona nos permite tener una mejor vista. Estamos cerca de donde solemos entrenar.
Dylan lleva una mano debajo de mi barbilla y me obliga a verlo a los ojos.
—Estaremos bien, lo prometo —dice casi en un susurro.
No, no puede hacerme eso. Y mucho menos ahora. No puede prometer nada.
—No sabes que es lo que pasará aquí, Dylan —mi labio inferior tiembla cuando pronuncio esas palabras. Estoy muerta de miedo, no voy a negarlo.
—Expande tu escudo —dice rápidamente.
¿Por qué haría eso mientras está tocándome? No quiero hacerle daño.
—Pero...
—Hazlo —insiste.
Mi expresión de desconcierto cambia cuando recuerdo lo que nosotros dos somos capaces de hacer.
Expando mi escudo más allá del límite que consideramos seguro y mágicamente puedo ver como se une al suyo para formar una media burbuja a nuestro alrededor, protegiéndonos a ambos.
Es... increíble.
Kyle nos mira asombrado, tal cual lo hizo cuando nos vio hacer lo mismo en un entrenamiento.
—No me sueltes las mano en ningún momento —me dice Dylan casi suplicante.
Y tengo el presentimiento de que no solo lo dice por esta situación...
—No lo haré —contesto en un susurro.
Haré todo lo posible por cumplir con mi palabra.
Dylan se vuelve hacia Kyle y le dice:
—Debemos enfrentarlos, no hay forma de escapar.
El otro asiente sin rechistar. Todo su rostro expresa el desagrado que esta situación le provoca. Estoy más que segura que la palabra "venganza" le debe quedar corta. Kyle matará a cualquiera que se le cruce en el camino.
Yo no estoy lista para una lucha con los otros Raezers, pero no quiero decirlo. No quiero que sepan cuanto temor me causa esta situación. Aunque ya se deben estar imaginando...
—Nuestro escudo nos protegerá el tiempo que sea necesario. Si ellos atacan nosotros también lo haremos —me dice Dylan, sujetándome por los hombros, y luego se dirige al otro—. Es hora de ver que es lo que quieren esos malditos.
Aguardamos ansiosos a que aquellos Raezers aparezcan de una vez por todas. Su energía está cada vez más cerca y es mucho más intensa a medida que los tortuosos segundos transcurren. Hasta que finalmente aparecen.
Dos... cinco...siete...nueve...once...
Dejo de contar cuando veo que siguen saliendo algunos más.
¿Qué demonios?
—¿Qué mierda es esto? —pregunta Kyle en voz baja.
Los tres estamos igual de consternados.
Los Raezers se ubican a un par de metros lejos, poniendo un significativo espacio entre nosotros.
Me inquieta verlos a todos con sus uniformes prolijamente colocados y llevando en el pecho esa maldita insignia plateada.
Dispuestos uno al lado del otro y distribuidos en dos filas, puedo notar que son la mayoría jóvenes, sus edades deben estar oscilando entre los dieciocho y treinta años. No alcanzo a ver a todos los que están ubicados atrás, algunos tienen colocadas capuchas que le cubren el rostro. Y de los que están más adelante no se me hace familiar ninguno, salvo uno:
Aiden.
Se encuentra en el medio, y lleva consigo una estúpida sonrisa burlona. Sabe que nos tiene acorralados esta vez, igual a como lo estuvo él cuando se apareció en mi habitación el día de mi cumpleaños.
Aprieto con fuerza la mano de Dylan, intentando mantener a raya el enojo que me está carcomiendo por dentro.
Lo mataré. Mataré a ese maldito.
Estoy más que segura que fue él quien delató nuestra ubicación, ¿cómo es que nos han encontrado entonces? ¿Y como es que Aiden sabe donde estrenamos?
Donde entrenas, donde vives...
La paranoia empieza a apoderarse de mi cuerpo poco a poco y quiero gritar, llorar, escupir las mil palabrotas que tengo para decirles a todos ellos, y en especial a Aiden, quien lo creía un buen amigo.
No confíes en nadie.
Dylan y Kyle miran al mismo sujeto que yo, y si las miradas matasen Aiden ya estaría a tres metros bajo tierra con una flor encima.
De pronto, en medio de las dos filas, se forma un hueco que inmediatamente es ocupado por la persona que de solo verla causa que mis piernas parezcan gelatinas.
No necesita que lleve puesto un cartel con su nombre. Su sola presencia transmite poder. Y por como lo observan los demás, puedo decir que lo respetan demasiado. Es un hombre muy intimidante a decir verdad. Aparenta unos veintitantos años. Tal vez veintiocho. Viste el mismo uniforme que ellos, pero lleva una especie de capa negra encima que lo diferencia de los otros. También lleva el mismo modelo de insignia, el rombo con dos flechas que lo abrazan, aunque la de él parece ser de oro puro.
El hombre es alto, agraciado. Su cabello corto es de varios tonos más claro que el mío. Puedo ver desde aquí el color ámbar de sus ojos.
En su rostro se extiende una amplia sonrisa que no presagia nada bueno. Nada de él emana bondad, todo lo contrario. Me da escalofríos de solo verlo.
—Argus —masculla Dylan en voz baja, solo para que yo lo pueda oír y confirme mis pensamientos.
El mencionado se detiene a observar a mi novio de arriba a abajo, seguramente porque lo ha escuchado. Luego posa sus ojos en mí y más tarde en nuestras manos entrelazadas, sus ojos ambarinos brillan de curiosidad por un instante.
—Vaya, vaya... ¿Qué es lo que tenemos aquí? —su voz tiene un acento extraño, aunque es suave y fluida, es elegante—. Oh, disculpen mis modales, queridos míos, me dejé llevar por la emoción. Mi nombre es Argus, aunque podría apostar todo el oro del mundo a que ya lo saben.
—Están lejos de casa —contraataca Dylan, haciendo caso omiso a lo que dijo el otro, y usando un tono totalmente fuera de los estándares de elegancia—. ¿Qué están haciendo aquí? —su voz desprende veneno en cada palabra que pronuncia. Puedo sentir que se está conteniendo de ir a arrancarle la cabeza. Sus emociones se limitan a una sola cosa: una fuerte necesidad de matar. Y es contagiosa, a decir verdad.
—Ya sabes, lo de siempre: poner un poco de orden sobre la Tierra —contesta como si se creyera el mismísimo Dios.
No le faltan ni los cuernos ni la cola para poder deducir que es todo lo contrario a Dios.
Lo acabo de conocer y ya lo odio con todas mis fuerzas. Él es el causante del sufrimiento de todos. Yo no tendría por qué vivir oculta de nadie. Soy recién una adolescente, estoy en los inicios de mi vida. No viviré siempre así, ocultándome por temor a que me maten por algo que es mío, no suyo. Nuestros poderes jamás les pertenecerán.
Hasta el día de hoy me pregunto como es que él consiguió obtener tanto poder, ¿quién pudo ser tan estúpido como para dárselos? ¿Qué más da si se negaba? Moriría de todas formas.
—Entonces mátense —le contesta Kyle inmediatamente. Mantiene los puños fuertemente apretados a cada lado de su cuerpo, acumulando toda la tensión y el enojo en ellos.
Argus dirige su penetrante mirada hacia él y sin perder la compostura en ningún momento, le responde:
—Kyle, querido mío, ¿por qué quieres hacer las cosas más difíciles?
Los tres nos quedamos perplejos al oír eso.
—¿Cómo sabes mi nombre? —le pregunta el mencionado con recelo.
Argus sonríe ampliamente al ver que nos tiene donde quiere. Hemos caído justo en su trampa, y el muy maldito se regodea.
¿Cuánto puede saber de nosotros? ¿Cuánto le pudo haber contado Aiden?
—Sé mucho más de lo que ustedes creen, Kyle Lowelle.
El otro resopla molesto al volver a oír su nombre, pero ahora completo.
Admito que la jugada de Argus es buena, porque está logrando sacar a Kyle de sus casillas. Aunque tampoco se necesita de mucho para hacerlo...
De todas formas, yo también me siento ansiosa por lo que pueda llegar a saber de mí.
Recorro las dos filas con la mirada, y observo a cada uno de los Raezers. Algunos son demasiado jóvenes para estar aquí. No entiendo que mierda tienen en la cabeza.
La energía que emanan sigue chocando contra mí a pesar de llevar a fuera el escudo, es como si me presionara los hombros hacia abajo. Mis piernas quieren fallar por un momento, pero Dylan me sujeta justo a tiempo del codo, brindándome apoyo para seguir manteniéndome de pie.
—Solo resiste —susurra Dylan en mi oído para que nadie más lo escuche.
Argus observa la escena y llama enseguida la atención de sus discípulos.
—Oh, muchachos míos, contrólense. Somos muchos más que ellos, no es justo atacarlos antes —dice de forma condescendiente.
Y de pronto, para mi sorpresa, el peso en mis hombros comienza a atenuarse. Es como si fueran quitándome las rocas invisibles que poco a poco se iban colocando encima mío. Me empiezo a sentir más ligera y con mayor lucidez.
—Mucho mejor, ¿no es así, Caitlin? —comenta en mi dirección.
Las piernas me tiemblan al escuchar mi nombre salir de su boca. Es repulsivo.
—Se estarán preguntando cómo es que los conozco, ¿no es así? —su mirada pasea por nosotros tres y se detiene en mí—. Deberías tener cuidado con los amigos que eliges, Caitlin. Mi querido Aiden fue quien vino a mí hace una semana para confesar todo lo que sabía acerca de ti. Él es inteligente, obtendrá un gran reconocimiento por eso. Y en cuanto al resto... a eso lo dejé en manos de mis mejores hombres para que lo descubrieran. ¿Acaso no se sintieron vigilados durante esta semana ni por un momento?
El ritmo de la respiración de Dylan se incrementa visiblemente, y también la fuerza con la que sujeta mi mano. Está muy cabreado.
Busco a Aiden entre ellos y le dedico todo mi odio a través de la mirada. En estos momentos desearía poder tener visión de rayos láser para desintegrarlo por completo. Es un malnacido, un desgraciado y un patán.
Justo por detrás de él hay un joven que levanta ligeramente la cabeza. Todo este tiempo la ha mantenido baja, con la capucha puesta. Lo único que alcanzo a verle son sus ojos. Una extraña corriente me recorre la espina dorsal al darme cuenta de la familiaridad que...
—¿Llamaste a tus padres para ver como están, Caitlin? Tengo entendido que están de viaje porque tu abuelita ha enfermado —dice Argus con un fingido pesar, cortando por completo el hilo de mis pensamientos y acaparando toda mi atención.
¿Qué? No...
No pierdas la calma, eso es lo que está buscando.
No pudo haberles hecho nada. Yo hablé con ellos antes de venir al bosque a entrenar. Ya están en Colorado. Están en el hospital con mi abuela. Ella presentó esta mañana una leve mejoría. Según el médico, sus pulmones están cada vez peor.
Las lágrimas empañan mis ojos de solo pensar en perder a alguno de ellos. Me las pagará si les ha tocado un solo pelo.
—No le creas —susurra Dylan en mi oído, dándome un suave apretón en la mano para infundirme confianza.
—¿Qué tan seguro estás de que miento? —ahora Argus se dirige a él, sin rastro de diversión en el rostro.
Es imposible. Tiene que estar mintiendo. No ha pasado mucho tiempo desde que hablé con mis padres, hace aproximadamente tres o cuatro horas.
Aunque, pensándolo bien, ese tiempo es más que suficiente para que alguno de esos Raezers tuviera tiempo de... no. Ellos tienen que estar bien. No pudo haberles hecho nada malo, ¿verdad?
La duda comienza a nublar mis pensamientos y no tardo mucho en empezar a hiperventilar.
—M-mientes —digo en un torpe balbuceo.
—¿Tú crees? —cuestiona con el semblante serio—. Ustedes me han arrebatado a muchos de los míos, eran compañeros, amigos, familia.
No termina siquiera de hablar cuando se extiende un murmullo de protesta entre las filas de Raezers. Argus simplemente voltea a verlos e inmediatamente hacen un silencio sepulcral.
—¡Mientes! —grito ahora con mucha más fuerza.
No puedo caer en su juego. No ahora.
Matamos a todos esos Raezers porque ellos iban a hacer lo mismo con nosotros. O eran sus vidas o la nuestra.
Detesto que todo esto siempre se resuma a una sola cosa: venganza. Es un ciclo sin fin.
—Solo nos defendimos —escupe Dylan con ira contenida.
Argus toma un objeto metálico del bolsillo de su uniforme y comienza a caminar de lado a lado, lanzando y atrapando en su mano la pequeña pieza de no se qué, como si estuviese meditando que hacer.
—Ahora están en deuda conmigo. Me arrebataron a uno de mis mejores guardias.
—No era tan bueno entonces —no se contiene Kyle en decir.
Argus se detiene y lo observa con expresión de pocos amigos.
—¿Te crees más listo, amigo mío?
Sus pies reanudan la marcha como si se llevara al mundo por delante. Como si no hubiese nada ni nadie mejor que él.
—Soy más listo que ellos, eso lo puedo asegurar. ¿Creen que pueden obtener nuestros poderes solo porque tú lo dices? —cambia la mirada al resto de los Raezers, que lo observan atento, y alzando un poco el tono de voz se dirige a ellos:— ¿Y qué si no lo hizo como ustedes creen que...?
—¡Ya cállate! —lo interrumpe Argus de inmediato, elevando también su voz—. He vivido demasiados años como para tolerar las patrañas de alguien como tú.
¿Qué estaba a punto de decir Kyle antes de que Argus lo detuviera?
—Ustedes vendrán conmigo —dice entonces en nuestra dirección—. Mis muchachos sabrán que hacer luego.
Mi estómago se contrae al oír eso. ¿Entonces eso será todo? ¿Así terminará esto?
Dentro de mí crece el deseo de plantarme frente a ellos y matarlos a cada uno. El poder que corre por mis venas me anima a hacerlo, quiere que haga honor a lo que soy en verdad. Lo único que me detiene es mi poca experiencia. No puedo simplemente hacer lo que se me cruza por la cabeza, porque terminaría hecha polvo, y en el sentido más literal de la palabra.
—No —se niega Dylan rotundamente.
Argus detiene su caminata y posa sus ojos sobre los de Dylan, parece que su respuesta no le ha agradado para nada. Su sonrisa cínica se ha esfumado, sus facciones se han endurecido y en sus ojos se reflejan sus pensamientos homicidas.
—Que mal que yo no acepto un no como respuesta —murmura entonces.
De repente me veo lanzada violentamente hacia la izquierda, sintiendo repentinamente un intenso ardor en mi oreja.
Pero ¿qué...?
Todo el aire se escapa de mis pulmones cuando Dylan cae encima mío luego de haberme empujado, sin soltar en ningún momento mi mano.
Se levanta primero él y después me ayuda a ponerme de pie a mí, mirando con horror la sangre tibia que siento caer ahora por el costado de mi cuello.
Llevo una mano a mi oreja y compruebo que aun está allí, solo algo lastimada. Ha sido un roce.
Argus, el muy maldito, tenía en la mano una pieza de plata. Es lo único que puede atravesar nuestro escudo. ¡Y me la acaba de arrojar como una jodida bala!
Esto se va a poner muy violento. Lo presiento.
Si me pongo a la analizar la situación, podríamos intentar lanzar un campo de energía que abarque un gran radio, pero eso supondría un gasto de energía exorbitante, y no podemos permitirnos flaquear en ningún momento. Tenemos que estar más atentos y lúcidos que nunca.
—Si en algún momento te pido que corras, hazlo. Corre lo más rápido que puedas —susurra Dylan en mi oído. Su voz suena tan baja que apenas yo puedo oírla.
¿Qué demonios? No haré eso.
—No te abandonaré —le digo también en un susurro, algo indignada porque me haya pedido una cosa así.
Dylan decide no contestar. Es inútil iniciar una discusión ahora en estas circunstancias. Se vuelve hacia Kyle que mantiene la vista fija en los otros Raezers, atento a cualquier movimiento que hagan.
Argus camina hasta la fila trasera y se pone a hablar con uno de ellos que hace un momento me llamó la atención.
Los demás Raezers están expectantes, esperando la orden de Argus para poder hacer algo. Siento lástima por ellos, él los maneja a su antojo.
—Esto se va a poner feo —escucho murmurar a Kyle, y Argus parece oírlo ya que una gran sonrisa aterradora curva las comisuras de sus labios.
Ese sujeto es un jodido lunático. En sus manos carga la sangre de cientos de personas inocentes que han muerto por su culpa. Raezers y humanos por igual. Y lo peor de todo es que parece disfrutar hacerlo. No entiendo como puede tener la conciencia tan tranquila.
—Acaben ya con esto —sentencia finalmente. Y en menos de lo que tardo en pestañar, desaparece de nuestra vista.
—¿A dónde...?
Ni siquiera soy capaz de formular por completo la pregunta cuando me toma desprevenida la embestida que sufre nuestro escudo. Si los golpes serán de aquella magnitud no creo que nuestra protección dure tanto. No hemos trabajado el tiempo suficiente en él, no estamos listos como para mantenerlo por mucho.
Y en medio de mis preocupaciones, afuera se desata el caos.
Los Raezers se separan y se dispersan por el bosque, dificultándonos la tarea de enfocarnos en uno.
Nos lanzan sus poderes como misiles de guerra imposibles de evadir. Sus golpes son fuertes, puedo notarlo, algunos más que otros.
Esto no parece real. Parece una de las jodidas historias que suelo leer, pero con la única diferencia de que ahora yo soy la protagonista. Maldición. Tantos años de lectura y no me siento lista para esto.
—¡¿Eso es todo lo que tienen, inútiles?! —les pregunta Kyle en un grito de furia.
Todo su cuerpo brilla tenuemente justo antes de expulsar su poder contra ellos, acabando con al menos cuatro Raezers. Nada mal.
De repente escucho el ruido característico de un arma siendo cargada a unos cuantos metros por detrás de nosotros.
Oh no...
Giro la cabeza y me encuentro con un Raezer levantando el arma listo para dispararnos a Dylan y a mí. Puedo notar en sus ojos el ansia, esa sed por matar, por sentirse más poderoso. Pero soy mucho más rápida que él, alcanzando a moverme justo al momento que efectúa el disparo, arrastrando a Dylan conmigo.
Tenemos un problema aquí: las balas de plata. Tenemos que acabar con todos los Raezers que tengan un arma encima. Esos son más peligrosos que cualquier otro. Un tiro en la cabeza bastaría para desconectarnos de la realidad por quien sabe cuantos minutos u horas. No podemos permitirles tener esa ventaja sobre nosotros.
Dylan se recompone de inmediato y fija sus ojos en quien efectuó el disparo. Mis extremidades cosquillean cuando siento como de mi cuerpo se extrae un poco de mi poder, el cual se une al de Dylan y se dirige con potencia hacia ese Raezer, que queda tirado en el suelo completamente calcinando, irreconocible.
Ni siquiera siento arrepentimiento alguno de lo que acabamos de hacer. Estoy segura de que si ese desgraciado se volviese a levantar lo mato mil veces más.
No creo que lo haga...
Ahora no puedo detenerme a pensar en eso, aún tenemos a una docena de Raezers que matar.
—Hay que matar a quienes tengan esas malditas armas —demanda Dylan con la respiración agitada por la adrenalina.
Asiento. Estoy completamente de acuerdo con él. La única complicación que tenemos es que ningún Raezer permanece quieto por mucho tiempo.
Dylan dispara en varias direcciones unas cuantas descargas de nuestro poder que acaban con la vida de un par de Raezers.
Aunque no tengo mucha experiencia en esto, decido imitarlo. Expulso mi poder hacia dos Raezers que lo esquivan como si nada.
—¡Por favor, Caitlin! —escucho la queja de Kyle a un par de metros. Al parecer me ha visto fallar.
Estoy segura que en otro momento tal vez se hubiese burlado y hasta reído de mí, pero no lo hace. Su voz ha sonado demandante. Quiere que demuestre lo que sé hacer en verdad. Tantos días de entrenamiento tienen que haber servido para algo, ¿o no?
Me reprendo a mí misma por aquel mal tiro. Eso no es lo que ellos me enseñaron.
Esta vez necesito expulsar más cantidad de poder que antes. No puedo fallar de nuevo.
Fijo mi blanco: un Raezer de cabello color castaño que está a punto de atacar a Kyle por su flanco derecho.
Mi pecho hierve cuando acumulo una gran cantidad de energía, y sin más tiempo que perder la expulso contra el tipo ese.
Quiero aplaudirme a mí misma cuando veo que Kyle se sobresalta ligeramente cuando el cuerpo chamuscado del sujeto golpea contra una gran roca.
Por el humo que desprenden los cuerpos de nuestros enemigos, cualquier humano podría pensar que aquí hay una competencia de barbacoas. Se llevarían una linda sorpresa si se acercaran a ver...
—Eso ha sido estupendo, Caitlin —me felicita Dylan sin quitar la mirada de un Raezer que lo está fastidiando desde hace rato.
Pero ni siquiera puedo gozar de mi victoria ya que de un momento a otro vuelvo a sentir esa densa energía que recae sobre mis hombros como decenas de rocas. Allá vamos otra vez.
He estado esperando que utilicen su energía contra nosotros desde que Argus ordenó acabar con el show. Creía que tal vez lo olvidarían...
Ante mis ojos veo como Kyle y Dylan acaban con un grupo de Raezer en un chasquido de dedos.
Son mucho más eficientes que yo, lo reconozco, pero al menos lo intento.
Kyle comienza a dispersarse al igual que ellos para evitar que su escudo se destruya por los constantes ataques. Con Dylan decidimos hacer lo mismo, sin soltar nuestras manos en ningún momento.
Busco con la mirada algún Raezer que esté mi alcance y de casualidad doy con una joven que intenta mantenerse oculta detrás de un árbol. Parece concentrada en algo...
¿Qué hace?
Me inclino ligeramente hacia la izquierda, para tener un mejor ángulo, y entonces logro ver lo que está haciendo. El arma entre sus manos tiembla mientras intenta poner las balas dentro.
Oh no, no lo hará.
Pero justo cuando estoy por lanzarle un campo de energía que arruinaría sus planes, sus ojos se topan con los míos.
Es una chica joven, de unos veinte años, tal vez. De cabello largo y rubio, y ojos azules. Su mirada es distinta a la de los otros, en ella se refleja el miedo y la inseguridad. No quiere estar aquí, puedo darme cuenta de eso. Puede ser que esté siendo obligada, o no tenga otra opción.
Su rostro de descompone en una expresión de pánico al darse cuenta que la he pillado.
Me recuerda a mí de alguna forma. Ambas somos jóvenes, y esto no es lo que queremos.
Su mirada baja un instante al arma entre sus manos y vuelve rápidamente a mis ojos. Ella no quiere matar. No quiere hacerlo.
De repente, una gran descarga de poder da con nuestro escudo, sacudiéndonos levemente, pero sin romperlo aun. Ese es un pequeño llamado de atención para mí, la lucha sigue, no puedo quedarme de pie como una idiota sin hacer nada.
Muevo mis labios en su dirección, formulando un "vete de aquí", dándole la oportunidad de retirarse de esto.
No sé si estoy haciendo lo correcto, pero es lo que creo que está bien. No quiero matarla. Su mirada asustada no me permite hacerlo, y mi lado humano tampoco.
Mira a tu alrededor. Tú también sientes miedo y, sin embargo, ninguno se apiada de ti.
La muchacha se sobresalta cuando un hombre con cara de pocos amigos se sitúa a su lado, mirándola con gesto reprobatorio. A continuación, sometida a presión, levanta el arma y apunta en mi dirección.
No debía acabar así.
Sin dudarlo ni un segundo más, y antes de que su dedo jale el gatillo, lanzo hacia ellos un potente campo de energía que arrasa con ambos Raezers, fulminándolos inmediatamente.
¡Ella debía escapar! ¡¿Por qué no lo hizo?
Siento en mis ojos escocer lágrimas de ira. No quería matarla. ¡No tuve elección!
Miro a mi alrededor con un sentimiento de angustia devastador. Quiero que esto se termine ahora. Cada vez quedan menos, pero esos pocos Raezers lo único que intentan hacer es romper nuestro escudo con sus constantes bombardeos. No tengo idea de cuanto durará, pero la pequeña fisura que veo en la parte superior no me da muchas esperanzas...
—Dylan... —sacudo su mano con el fin de tener su atención, pero me veo interrumpida por el fuerte sonido de un disparo que me aturde los oídos.
Dos segundos después, un dolor intenso se abre paso en el costado de mi abdomen, arrancando de mi garganta un alarido de dolor. Pero eso no hace que el tiempo se detenga para mí, todo lo contrario, sucede algo inesperado. Nuestro escudo se deshace en frente de nuestros ojos cuando es embestido por una fuerza mucho mayor a la habitual. Y solo se me ocurre pensar en una persona capaz de lograrlo: Argus.
Dylan y yo somos lanzados en direcciones opuestas con una brutalidad desmedida. Y como el mundo conspira en mi contra, mi pierna cae sobre el filo de una roca, partiéndome el hueso en dos.
Por mucho que quiero hacerlo, me contengo con todas mis fuerzas para no gritar. Se siente como si me estuviesen desgarrando desde adentro hacia afuera. Jamás creí experimentar este dolor. Mientras la bala siga adentro mío, no permitirá que cicatrice la herida, ni sane la fractura. Tengo que hallar el modo de sacarla de allí.
Miro mis manos cubiertas de sangre y un mareo repentino me obliga a sostenerme del suelo, como si éste fuera a desaparecer debajo mío.
—¡Caitlin! —Dylan llama mi atención para asegurarse de que no he entrado en shock.
Mis ojos torpemente se enfocan en él, que acaba inmediatamente con la vida de una Raezer que acababa de lanzarle el tronco de un árbol con una fuerza descomunal.
La herida no deja de sangrar. Tengo una gran mancha color carmesí que se extiende rápidamente por mi camiseta.
Quiero vomitar.
—¡Tu escudo! —me vuelve a gritar Dylan desde su posición. Mantiene a dos Raezers entretenidos para que no vengan hacia mí.
Maldición. Esto no terminará bien. Al menos para mí.
Consigo levantarme a duras penas. Mi pierna rota me permite solo dar dos pasos cuando Dylan se interpone velozmente en mi camino.
—Vete de aquí —demanda con apremio.
¿Qué? ¡No!
—No, no te dejaré —contesto con terquedad mientras hago todo lo posible por contener las lágrimas delante suyo.
—No te lo pregunté —replica con voz dura—. Vete ahora, y ponte el escudo o no tardarán en llegar más Raezers aquí, Kyle está distrayendo a la mayoría.
Y como si no tuviesemos ya demasiado, tres Raezers aparecen de la nada atraídos por mi energía.
¡Mierda!
—¡Vete ahora! —grita Dylan con insistencia.
Uno de ellos le lanza su poder con tal potencia que al chocar contra su escudo, rebota y pasa peligrosamente cerca de mí.
¡Demonios! Mi maldito escudo no quiere obedecerme. No sé si sea por el cansancio, o por los nervios que siento del momento, pero estoy totalmente desprotegida. Y eso supone una gran distracción para Dylan, que lo matarán en cualquier momento por mi culpa.
Lo veo una última vez antes de desaparecer de allí, y ocultarme en un apartado, fuera de la zona de peligro.
Sacaré afuera mi escudo y volveré con Dylan. No pienso irme de aquí sin él.
Con una mano haciendo presión en la herida, uso la otra para recargarme contra el tronco de un árbol. Mi escudo responde recién al segundo intento. Es muy débil, no resistirá los golpes, con suerte cubrirá mi energía para mantenerme oculta de los otros Raezers.
Entonces, mi estómago no resiste por más tiempo la intensidad de la situación y me obliga a despedir todo su contenido al suelo.
Esto es asqueroso.
Enseguida noto la existencia de un arbusto a mi lado con grandes hojas, y no dudo en arrancar una para limpiarme la boca. Lo único que me falta es que sea venenoso.
Eso ya sería la cereza del postre.
Con la mirada un poco nublada, busco a Argus minuciosamente entre los árboles. No hay rastros de él. Él muy cobarde rompió nuestro escudo y desapareció.
Un momento...
Si Argus rompió nuestro escudo, eso quiere decir que ya sabe de Dylan y de mí. Argus sabe lo que somos.
Ahora entiendo por qué rompió nuestro escudo, nos quiere muertos. Y querrá verlo con sus propios ojos.
Él sigue aquí, en algún lado.
Mierda. Debo volver con Dylan y Kyle. Debemos escapar de aquí ahora.
Presiono los dientes con fuerza y contengo un grito de dolor cuando mis dedos hurgan en la herida que tengo en el abdomen. Debo hallar la bala y sacarla de allí para que cicatrice más rápido.
Las lágrimas ruedan por mis mejillas y las ganas de vomitar vuelven con más fuerza mientras reviso dentro de mí.
¡Maldición! El pequeño metal se encuentra mucho más profundo de lo que parece. No podré sacarlo yo sola.
Me limpio la mano con el pantalón, sin importarme que lo esté manchando todo de sangre.
De repente, escucho el característico sonido de un disparo, seguido de un grito desgarrador que me hiela la sangre.
—¡Kyle! —grito espantada, iniciando una tortura al echar a correr hacia lugar de donde provino su voz.
Esto está mal. Se nos está yendo todo de las manos. Si nos quedamos nos matarán. Lo harán, lo sé. Tenemos que irnos cuanto antes.
Avanzo solo cinco metros cuando de la nada me dan un golpe seco en el cuello, arrojándome de espaldas contra el suelo. Empiezo a toser, a ahogarme al sentir que no puedo respirar. Y eso no mejora el dolor de mi abdomen, todo lo contrario, puedo sentir como pierdo sangre con más intensidad.
—Tú no te vas a ningún lado —dice una voz varonil demasiado familiar para mí.
Lo mataré.
—Eres... la peor mierda del planeta —digo a duras penas, pero no me lo guardo.
Jamás volveré a verlo como lo que éramos: buenos amigos. Eso fuimos. Extrañaré al antiguo Aiden.
—Gracias por el cumplido, Caitlin —contesta él con sarcasmo, sin ocultar la satisfacción en su rostro de verme así, en este estado miserable.
Intento solo una vez expulsar mi poder, pero fallo estrepitosamente. Lo único que gano es perder más fuerzas de las que Aiden me está quitando con su energía negativa.
—Me delataste —le reprocho decepcionada.
¿Dónde quedó lo que éramos? Los buenos momentos que pasamos, las charlas largas y las risas compartidas, ¿dónde quedó todo eso?
A él ya no le importa lo que me suceda, le da igual mi vida. Y lo compruebo cuando presiona con su pie la herida de bala, arrancándome un alarido de dolor.
¡Es un maldito enfermo!
Y sin previo aviso, mi escudo se activa por su cuenta. Mientras veo como Aiden es paralizado por la corriente eléctrica que lo atraviesa de lado a lado, me arrastro hacia atrás intentando alejarme de él. El dolor es cada vez más intenso, ya no puedo siquiera ponerme de pie.
Y, de pronto, frente a mis ojos aparece una imagen que me deja momentáneamente perpleja: es Dylan. Está rodeado por al menos seis Raezers que no dejan de atacarlo ni por un segundo. Él no baja la guardia, devuelve los ataques de la misma forma que los recibe, aunque no con la misma intensidad. Está cansado. Su escudo resiste las embestidas lo mejor que puede, pero soy capaz de ver la pequeña fisura que comienza a extenderse por toda su superficie.
¡No! ¡Perderá su escudo!
Entonces, la imagen se esfuma delante de mis narices tan rápido como llega.
No. No. ¡No! ¡Dylan!
—Como odio que hagan eso —murmura Aiden con los puños apretados a cada lado de su cuerpo, volviendo a acercarse a mí—. ¿Creías que iba a dejar las cosas así? ¿Qué no volvería a buscarte luego de lo que ocurrió en la fiesta de tu cumpleaños? Ese día firmaste tu sentencia de muerte, Caitlin. Si yo no puedo tenerte, nadie lo hará entonces.
¿Qué carajos está diciendo? ¡Está demente!
—Aiden... —comienzo a decir, pero me veo interrumpida por alguien más que hace su aparición repentinamente.
—Vete, ya me encargo yo — dice una voz joven y varonil.
Se posiciona justo por delante de Aiden, de espaldas a mí. Lleva la capucha puesta y parece no haber señales de lucha en su uniforme Raezers, está impecable.
Su espalda es ancha y sus músculos son fuertes, es lo único que puedo decir de él hasta ahora.
Me intento arrastrar un poco más, pero solo consigo alejarme dos míseros pasos de ellos. No tengo la fuerza para levantarme, la plata dentro de mi cuerpo está haciendo estragos.
Detesto no poder hacer nada. Mi escudo solo está ocultando mi energía. Se encuentra cumpliendo lo más básico de su trabajo, y no puedo pedirle más. Por otro lado mi poder... mejor no hablemos de él. No quiere siquiera asomar la cabeza de su escondite.
—Pero yo... —intenta decir Aiden, pero lo interrumpe el joven con voz dura y autoritaria.
—No te lo diré de nuevo.
Puedo oír el rechinar de los dientes de Aiden, parece estar que hierve por dentro. Aunque decide acatar las órdenes. ¿Por qué lo hace? ¿Quién es el otro?
Tiemblo por dentro al ponerme a pensar en mis opciones. No son muchas, todas terminan en muerte. No creo que salga viva de esto.
Necesito encontrar a Dylan, sé que está vivo. Siento sus emociones todavía dentro mío. El odio es demasiado fuerte.
Inmediatamente, Aiden gira sobre sus talones y desaparece de aquí en un abrir y cerrar de ojos. Espero no volver a verlo otra vez.
La persona delante de mí voltea para tenerme finalmente cara a cara, y el mundo se detiene por un momento cuando veo sus ojos, sus facciones...
Lo primero en lo que me pierdo son en sus ojos grises, tan claros como los de Dylan. Tan iguales a los de Sarah.
Todas las líneas que contornean su rostro son demasiado idénticas a las de Dylan. Es realmente asombroso el parecido.
A pesar de tener facciones duras y bien marcadas, es imposible ocultar ciertos rasgos de niño en él. Este chico no debe tener más de diecisiete años o dieciocho, tal vez.
Su piel es blanca como la porcelana, igual a la de Dylan. Y su cabello corto tiene el mismo matiz oscuro que el de él.
La expresión en mi rostro debe ser un poema. Debo parecer una idiota.
Esto no es posible. No es real.
—¿T-tu eres...? —pregunto en un balbuceo incompleto. De lo pasmada que me encuentro no soy capaz ni de terminar la frase.
Tengo enfrente mío al jodido hermano de Dylan que todos creían muerto. O eso es lo que él me dijo...
¿Cómo es que se llama? ¿Ryan? Creo que ese es su nombre.
En sus labios se extiende una gran sonrisa que es muy distinta a la de Dylan, eso sí. La maldad resuma de todos y cada uno de sus poros. Nada de su presencia me da buena espina, todo lo contrario, me genera rechazo.
—¿Te recuerdo a alguien? —pregunta divertido, como si todo esto no fuera más que un entretenimiento para él—. Estoy seguro de que mi hermano te habló de mí. ¿Cómo está Dylan? Se lo veía en un gran aprieto hace un momento, tal vez no sobreviva.
Mis sospechas quedan confirmadas, él es Ryan. Y es una maldita basura.
¿Por qué no ha intentado contactar a Dylan en tanto tiempo? Aunque la pregunta del millón aquí es: ¿Cómo carajos sobrevivió al incendio? Según Dylan todos...
Oh no, no puede ser.
Ryan tenía once años cuando Dylan liberó su poder dentro de la casa. Lo recuerdo. Recuerdo la historia que me contó. Ese golpe de energía que recibió al parecer fue suficiente para despertar su inmortalidad. Para despertar siendo un Raezer muy distinto al otro.
Dos hermanos, misma sangre, distintas especies. Esta situación me recuerda a la de Dylan y su abuela, Sarah.
—¿Por qué? —cuestiono en un murmullo apenas audible.
¿Por qué le haría esto a Dylan después de todo lo que hizo por él de pequeño?
Ryan parece estar a punto de responder cuando se escucha el crujir de algunas hojas justo a mi lado, y ambos miramos en esa dirección.
Argus. Allí está el muy maldito. Sin ningún rasguño encima, y con una sonrisa de suficiencia plasmada en el maldito rostro. Cree que ha ganado.
Delante de mis ojos reaparece la película que hace unos instantes se había esfumado. Y esta vez me muestra mi mayor temor: Dylan pierde su escudo cuando cuatro Raezers disparan sus poderes contra él.
—¡No! ¡No! ¡No! ¡Dylan! —grito con pavor.
¡Lo matarán!
La visión desaparece tan rápido como llega y me deja hecha un manojo de ansiedad y angustia. Las lágrimas no tardan en empañar mis ojos y la adrenalina que comienza a correr mágicamente en mis venas me impulsa querer ponerme de pie e ir tras él.
—¿Te has dado cuenta de lo mismo que yo, Ryan? —la voz de Argus me sobresalta, casi olvido que ellos siguen aquí conmigo.
El corazón se me sube a la garganta cuando me percato de que Argus está apuntando hacia mi cabeza el cañón de su arma.
Ya no tengo salida. No hay forma de escapar de esto. Y siento miedo. Tengo mucho miedo de lo que vendrá después, porque sé que despertaré en un lugar peor, lejos de Dylan, de mis familia, de todos. ¿Qué más puedo hacer? El maldito a ganado.
—Son ellos —susurra el chico que tanto me recuerda a Dylan. Es escalofriante.
Mi mirada se posa primero en Argus, y luego en el chico de los gélidos ojos grises que me observan con aversión. No puedo no pensar en Dylan al hacerlo, por más que no me transmitan lo mismo, es en él en quien pienso justo antes de oír el temido disparo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro