XLII
Camino sigilosamente por el pasillo oscuro, siguiendo la luz por debajo de la ranura de la puerta.
La fiesta terminó hace ya más de dos horas. Luego de que los invitados se marcharan, nos hemos encargado de limpiar toda la casa. Y después, cada uno se ha marchado a su cuarto a descansar.
Paso por la habitación de huéspedes en puntillas de pies para no despertar a mis abuelos. Se han quedado a dormir por hoy aquí. Me gustaría que se quedaran más tiempo, pero su vuelo sale casi a la misma hora que el de Taylor. Será dentro de unas pocas horas, no creo que logre despertar, también tengo que estar temprano en el colegio.
Una vez que llego a mi destino, golpeo la puerta con suavidad. Dos golpes.
—Pasa, Caitlin —se oye decir a Taylor desde adentro.
Abro la puerta con cuidado y asomo la cabeza para poder ver que anda haciendo despierto a esta hora.
¿Qué haces tú despierta a esta hora? Son las dos de la madrugada. Tenemos que dormir. Quiero dormir.
No puedo hacerlo. Mi mente no deja de pensar en Aiden y en lo que me ha hecho. ¿Cómo pudo? ¿Cómo pudo siquiera fingir, la vez anterior que nos vimos en el cumpleaños de mi abuela, que era mi amigo? Me duele mucho porque lo perdí. Y no esperaba eso.
Volviendo al presente, veo a mi hermano acostado, de piernas cruzadas, tiene entre sus manos uno de sus grandes libros de estudio que al parecer ha traído consigo. No comprendo como puede tolerar siquiera ver una gota de sangre. Yo soy capaz de desmayarme en la primera clase de Anatomía Humana.
—¿Cómo supiste que era yo? —pregunto curiosa.
Taylor levanta los ojos de su lectura y me observa con una ceja en alto.
—¿Quién más podría ser a estas horas?
Bueno...
—Tú ganas —me rindo.
Taylor sonríe triunfante. Cierra el libro y lo coloca a un lado. Luego hace una seña para que me acerque.
Cierro la puerta para evitar que la luz despierte a alguien y me recuesto a su lado. Inconscientemente llevo una mano al dije del collar que ahora cuelga de mi cuello.
—Al parecer te ha gustado —dice él, viendo la bailarina de plata.
—La amo, es hermosa, gracias —digo sinceramente.
Mi hermano asiente en respuesta, con una pequeña sonrisa en los labios. Enseguida suelta un bostezo y se pasa las manos por el rostro, refregando, intentando quitar el sueño por el continuo estudio.
—¿Podrías dejar de estudiar un poco? Me cansa verte siempre así.
Él se ríe por mi comentario y pasa un brazo por encima de mis hombros para atraerme contra el costado de su cuerpo. Me sorprendo de la firmeza de sus músculos.
—¿Aun tienes tiempo de ejercitarte todos los días? —le pregunto intrigada.
—Siempre hay tiempo de darle cariño a mis músculos. Las chicas en el campus miran mucho —bromea con arrogancia, recibiendo de mi parte un codazo.
—¿Y Jill lo hace? —toco el tema que ha quedado pendiente entre ambos.
Taylor guarda silencio por un instante, parece sorprendido por mi pregunta.
—¿Hablaste con ella? —pregunta en voz baja.
—Por supuesto, es mi amiga.
Taylor suelta un suspiro y se pasa la mano libre por el cabello.
—Quería decírtelo, Caitlin. Solo que... no sabía como reaccionarías.
—¿Desde cuando es que...? —mi voz se va a apagando a medida que formulo la pregunta.
Algo me dice que no será lo que espero oír.
—Ya un año —responde cauteloso.
No lo puedo creer. ¿Hace un año que se traen algo entre manos y jamás fueron capaces de decírmelo?
Conmocionada por la noticia, me alejo de su lado y me siento en la punta de la cama, dándole la espalda.
¿Cuántas cosas me ha ocultado Jill? Ya un año de relación, ¿cuántas cosas han pasado entre ellos? Un año aunque no lo parezca es muchísimo tiempo al lado de alguien. Muchos momentos compartidos, risas, tristezas, alegrías...
—Caitlin... —intenta Taylor, sentado ya a mi lado, pero no lo dejo hablar.
—¿Por qué no me lo dijeron? —le pregunto, triste.
No me molesta que estén juntos. Tampoco me molesta que lo estén desde hace un año, mas de un año, cinco años, lo que fuese. Solo me entristece el hecho de que me hayan tenido que ocultar la verdad, siendo ambos demasiado importantes para mí.
Al parecer no eres la única que tiene secretos.
Taylor se mira las manos sobre su regazo como si allí fuese a encontrar escrita la respuesta.
—No sabíamos cuanto duraría lo nuestro, quisimos esperar a que la relación se asentara. Pasamos más tiempo juntos del que creíamos que íbamos a estarlo y... y ya no hubo marcha atrás —confiesa.
Él tiempo comenzó a pasar entre ambos, mientras crecía su relación crecía un secreto que sé muy bien cuanto puede llegar a pesar a medida que se acumula.
—Jill es una de mis mejores amigas, Taylor, ¿por qué con ella?
Volteo a verlo para encontrarlo cabizbajo, consciente de que ha sido un error ocultarme esto.
—No lo entenderías, Caitlin. Jill es diferente al resto, es la única que puede entenderme.
No puedo hacer nada contra eso. No me niego a su relación, solo al hecho de que no pudieron confiármelo. Yo también les he ocultado cosas, a Taylor actualmente, pero es completamente distinto a esto. Yo lo hago por su seguridad, ¿en qué puede afectarme que me digan esto?
Suelto un suspiro de rendición.
—No la lastimes, Taylor —le advierto—. No quisiera estar en contra de ninguno.
Mi hermano relaja los hombros al oír aquello. Parece que mi aprobación le importa más de lo que yo creía.
—Jamás haría eso —responde con tranquilidad—. Somos muy buenos compañeros.
—Eso quería oír —digo con una ligera sonrisa.
Mi hermano me devuelve la sonrisa y se pone a jugar con un hilo que sobresale de la cobija.
—Creí que me odiarías —dice al cabo de unos segundos.
—Puedo hacerlo si quieres —bromeo.
—Lo harás —murmura en voz baja.
Frunzo el ceño, no comprendo a que se refiere al principio, pero enseguida lo entiendo cuando una sonrisa malévola se extiende en sus labios.
¡Corre, maldita sea!
No llego siquiera a tocar el suelo con mis pies por culpa de la tortura en la que me veo sumergida al momento. Taylor me hace cosquillas por todo el abdomen, trayendo a mi memoria recuerdos de nuestra infancia.
Cuanto hemos crecido, como hemos cambiado desde que éramos esos pequeños niños que no tenían idea de la vida. No digo que ahora la tenga, solo tengo dieciocho años de vida, pero he aprendido mucho desde entonces, y aun más me queda por aprender.
—¡Tay...!
Una de sus manos me tapa repentinamente la boca, lo que me impide terminar la frase.
—Shh, despertarás a todos —me dice en un susurro de advertencia mientras continúa torturándome como si fuese capaz de seguir aguantando.
No quiero utilizar mi fuerza, eso me delataría frente a él. Mi único miedo es que mi escudo se expanda sin previo aviso.
Intento volver a hablar para decirle que se detenga, pero entre las risas y los quejidos lastimeros que se escuchan en mi garganta no se lo toma muy enserio.
—¿Qué dices? Habla claro que no se te entiende —se burla.
De pronto, y por accidente, mi pierna golpea con brusquedad su entrepierna dejándolo completamente vulnerable. Taylor rueda por la cama y cae al suelo con un ruido sordo, quejándose y haciendo muecas de dolor.
—¡Lo lamento! —susurro viéndolo desde arriba de la cama.
—Me dejaste sin futuros herederos de nuestro apellido —dice entre muecas y gestos de dolor.
Pongo los ojos en blancos y me levanto de la cama mientras Taylor se pone de pie.
Es hora de ir a dormir, el sueño ya quiere asomarse de su escondite.
Me detengo junto al picaporte, volteándome hacia mi hermano.
—¿No te despedirás de mí? —pregunta con una leve sonrisa.
Me acerco a él de inmediato y le doy un gran abrazo. Al despertar ya no lo veré aquí, sino que estará de nuevo en su universidad.
—Te echo mucho de menos, no quiero que te vayas —digo acongojada.
Mi hermano me abraza con un poco más de fuerza, acariciándome la espalda con su mano.
—Extraño estar aquí, siempre lo hago, pero debo cumplir con mis obligaciones, princesita.
—No tengo a nadie con quien pelear —digo al cabo de unos segundos.
Escucho su suave risa al oír eso.
—Eso sí que no lo extraño, te lo aseguro —murmura—. Por cierto, Dylan parece un sujeto agradable.
Sonrío como tonta al escuchar su nombre. Luego de marcharse de la fiesta con Kyle, me prometió que vendría a visitarme a mi cuarto, pero ya ha pasado mas de una hora y no veo ningún rastro de él.
Me aparto suavemente de él y me miro los pies descalzos como si fuesen sumamente interesantes. Solo lo hago para intentar ocultar mi tenue rubor y mi tonta cara de enamorada.
—Lo es —contesto con timidez.
—Eso espero, sino se enfrentará a mi ira iracunda —dice con dramatismo, como si fuese un guerrero que ha caído en un siglo equivocado.
Me hecho a reír por su mala imitación.
—Se lo diré, tú tranquilo. Solo mantén a raya tu ira iracunda —digo en broma.
—Va igual para ti, la próxima no me demuestres tu cariño con una golpiza —dice con una ceja arqueada.
Ups.
Para ese entonces tal vez sea capaz de controlar mis impulsos destructivos y... violentos. Sí, violentos.
Sin comentarios.
Estrechamos nuestras manos como si de un trato empresarial grande habláramos. Así somos nosotros.
Una vez que termino de despedirme de Taylor, me vuelvo a mi habitación.
—Creí que no volverías nunca y me dejarías aquí solo, abandonado.
Dylan ya está aquí. Acostado en mi cama, con los brazos cruzados sobre su pecho, luce fantástico como siempre. Se ha vestido ropa más cómoda: una simple camiseta con un jean.
—Yo creí lo mismo de ti —le digo mientras me recuesto a su lado, dentro de las sábanas.
—Ya me tienes aquí, soy todo tuyo —murmura con una sonrisita perversa.
Volteo los ojos, pero me es inevitable que mis labios se curven en una sonrisa.
—Solo fui a ver a Taylor —explico, arrimándome contra él y pasando un brazo sobre su abdomen.
—Sí, se escuchaba desde aquí —admite.
—Las despedidas son la peor parte, ¿sabes? no deberían existir. Las despedidas no son por simple cortesía, nos despedimos porque no sabemos si volveremos a ver a esa personas otra vez.
La habitación se sumerge en un silencio que ninguno quiere interrumpir.
Entonces, los suave labios de Dylan dejan un pequeño beso en mi cabeza.
—¿Temes no volver a verlo? —pregunta en un susurro.
Todos los días, pero también sé que mientras más lejos esté de mí es mejor.
—Él no pertenece a nuestro mundo, estará mejor si no está aquí —digo en un murmullo.
—¿Algún día le dirás lo que eres? —indaga curioso.
¿Para qué lo haría? No veo la necesidad de involucrarlo en esto. Sé que Taylor es astuto, y sospecha desde el inicio de mí. Aunque tampoco es que he sido demasiado cuidadosa que digamos...
—No, ¿para que lo haría? Mis amigas fueron la excepción, aunque si no hubiese sido por los tragos de más estoy segura que seguirían sin saber.
—Siempre será decisión tuya —se limita a decir.
—¿Te imaginas si Taylor se llegara a enterar de lo que soy y de lo que ocurre a mi alrededor? Se volvería loco.
Mi vida gira entorno a los entrenamientos, a dos chicos que me han enseñado el lado oscuro de este mundo inexplorado, a Raezers que intentan secuestrarme o matarme... ya saben lo normal.
Dylan apaga la luz de la lámpara de noche. La habitación se sumerge en la penumbra.
—Deja de pensar en eso y ya duerme, amor.
Mi estómago da un salto en su sitio al volver a oír esa palabra salir de sus tentadores labios.
Mis ojos se han adecuado a la oscuridad y son capaces de distinguir a la perfección sus intensos ojos grises. Acerco mi rostro lentamente hacia el suyo. Él se queda quieto, ni siquiera pestañea. Sus párpados ceden solo cuando mis labios se posan con suavidad sobre los suyos, cuando miles de descargas atacan nuestros corazones, acelerando su ritmo y marcando el mismo paso a la vez.
Dylan me acuna el rostro entre sus manos mientras sus labios siguen los movimientos lentos de los míos.
Sus labios son el único lugar en calma en este mundo donde puedo perderme en ellos sin importarme lo que pueda estar sucediendo a mi alrededor. No puedo entender como funciona, pero tienen el elixir justo que controla todo mal y dolor en mi cuerpo.
La energía que nos rodea nos hipnotiza, y nos hace imposible la idea de separarnos, pero alguien tiene que ceder. Me aparto solo unos centímetros de su rostro y acaricio con mi mano una de las suyas, que aun siguen sujetándome.
—Te amo —susurro.
Sus labios toman el control de los míos una vez más, y en medio de su dulce beso me responde:
—Y yo a ti mucho más.
...
—Se nos está yendo de las manos, no podemos seguir controlando esto.
—No podemos dejarla morir. Yo me seguiré encargando de ella. Haré todo lo que esté a mi alcance.
Las personas están junto a mí, puedo sentirlas a mi lado. Sus voces me resultan familiares, las he oído muchas veces este último tiempo.
—Tienes que saber cuando detenerte, su cuerpo no aguantará por mucho.
—Yo la cuidaré, por favor...
Oigo el suspiro de resignación de uno de ellos.
—Está bien.
Un par de labios se posan sobre mi frente, dejándome sentir su calidez y textura suave.
Abro de golpe los ojos, sintiendo el retumbar de mis latidos en los oídos. Estoy en mi cuarto, esta es mi casa. Estoy a salvo. Ese sueño me ha plantado el temor en mi cuerpo. No lo entiendo. No entiendo nada de lo que está ocurriendo. ¿Qué fue lo que soñé? No se podía ver nada, estaba todo escuro. Las voces poco a poco comienzo a olvidarlas. Lo único que recuerdo... ¿de qué hablaban?
Solo una cosa he sentido real. Toco mi frente de manera inconsciente.
Miro la hora a mi lado y veo que recién son las seis de la mañana, el despertador aún no ha sonado y no creo que pueda volver a dormirme.
Dylan ya no está a mi lado, ni siquiera sé en que momento se ha ido. Me hubiese gustado que estuviera aquí al despertar.
—En serio, Caitlin, quise decírtelo millones de veces, pero temía tu reacción —dice Jill por enésima vez.
—Te dije que el tema ya está olvidado, no tienes que explicarme nada. No puedo meterme en su relación —digo serena. No le guardo rencor ni a Jill ni a mi hermano por haberme ocultado que salían.
Esquivo a una chica que corre a paso de tortuga y vuelvo a mantener un trote lento. Esto es peor que moverse en cámara lenta, detesto correr a paso humano.
—Es que aún tienes cara de querer asesinarme —comenta con cierto recelo.
Penny suelta una risita a su lado y me observa para comprobar lo que su prima dice.
El profesor Madson hace sonar su silbato y en seguida nos tiramos al suelo a hacer cinco abdominales. Esto es fácil.
Los demás no dicen lo mismo.
Ser Raezer también tiene sus ventajas, a pesar de que la mayoría sean desventajas.
Terminamos de hacer los abdominales y nos ponemos nuevamente de pie para volver al trote.
—Admito que me molestó que me hayan ocultado eso, me siento una idiota, ¿cómo es que jamás lo noté?
—Porque hicimos bien nuestro trabajo —murmura la rubia.
—Realmente un excelente trabajo el de ustedes— comenta Penny—. Ni siquiera yo lo noté.
Dylan pasa trotando a nuestro lado y me regala una sonrisa perversa cuando nuestros ojos se encuentran. Kyle viene justo por detrás de él y simplemente se limita a sonreír de manera arrogante cuando nos ve. Es un idiota.
—Se creen mejores —masculla Jill con los ojos entornados, viéndolos alejarse.
—¿No lo son? —dice Penny irónicamente—. No querrás competir contra ellos.
—Ellos no querrán competir contra mí, Penn, no conocen a Jill Hudson molesta.
—Vaya miedo —me río de su intento por sonar mala. La rubia tiene ya sus dieciocho cumplidos antes que todas, pero sigue manteniendo en su rostro ciertos rasgos de niña.
—¡Lowelle, Waight, y Blair al centro ahora! ¡Quiero doscientos lagartijas ya! —grita el profesor Madson antes de hacer sonar su silbato tan fuerte que casi nos perfora los tímpanos a todos.
Ser los únicos Raezers aquí nos condena a tener que hacer el doble de trabajo en la clase de gimnasia. El profesor Madson no desaprovecha la oportunidad. Ese hombre desalmado ni corazón tiene.
Arrastro los pies hasta donde nos ha indicado y allí me encuentro con los otros dos ya en el suelo, listos para empezar.
—Dijo que hagamos doscientas, pero no que las hagamos cada uno. Así que podemos hacer sesenta y seis los tres, y yo como soy buena persona haré las dos faltantes —se las ingenia Kyle para darle otro sentido a las palabras del profesor.
—O podrían hacer cien cada uno, ¿qué opinan? —intento estafarlos.
Kyle lo piensa apenas un momento.
—Me parece perfecto, siguen siendo menos que doscientos —responde.
Dylan lo mira como si su amigo ya no tuviese remedio. Su nivel de estupidez ya es profesional.
Tres... dos... uno...
—¡¿Oye, y tú que harías?! —pregunta indignado, por fin dándose cuenta de mi trampa.
—Los miro hacerlas —respondo con obviedad—. Estaré respirando, eso es mucho trabajo.
—¡Les sumaré trescientas más a cada uno si no arrancan ya! —nos reprende el señor Madson.
Me echo al suelo con rapidez y comienzo a hacer las flexiones de brazos como si me fuera la vida en ello.
Ciento tres lagartijas después, Dylan, que se encuentra en medio de Kyle y de mí, me hace una seña para que observe la situación por un instante.
Miro a Kyle que parece sumamente concentrado en la tarea de contraer y relajar sus ejercitados músculos. Pero de pronto Dylan le mueve a toda velocidad uno de sus brazos, lo que lo desestabiliza y hace que golpee su rostro contra el suelo de madera. La situación transcurre en menos de un segundo. Kyle se recompone en un pestañeo y mira al otro con los ojos chispeantes de rabia.
—No te diré nada, Dylan —dice entre dientes—. Tal vez no debí arrojarte aquel árbol ayer en nuestro entrenamiento.
¿En qué momento tuvieron entrenamiento? Me la pasé la mayor parte del día con ellos, incluso en la práctica de la tarde.
Piensa, ayer llegó tarde a verte a la noche.
¡Claro! Tampoco le pregunté por su tardanza. Estuvo entrenando con Kyle. Ahora entiendo.
—Caitlin me dijo que lo haga, ella fue la de la idea —me acusa Dylan de pronto.
¡¿QUÉ?!
—¡Mentiroso! —le doy un manotazo y el muy desgraciado se echa a reír.
—Me las cobraré, Caitlin —dice entonces Kyle, siguiéndole el juego a su amigo.
Idiotas.
...
—¿Por qué Kyle no vendrá? —indago mientras camino de la mano de Dylan por el bosque que nos conduce al centro del campo de entrenamiento.
Ya ha pasado una semana desde el incidente de Aiden en mi fiesta de cumpleaños.
Estos últimos días han sido duros. Desde que he sido incapaz de protegerme con mi escudo durante el ataque de Aiden, Dylan y Kyle no me han dado ni un respiro de los entrenamientos.
No puedo simplemente perfeccionar algo que solo llevo poco mas de un mes sabiendo que lo tengo, en cuanto ellos han estado años practicando con eso. El escudo no es tan fácil de manejar como parece.
—Debe trabajar, Sarah lo necesita. Hoy estaremos solos —dice eso último con cierta picardía en el tono de voz.
Mmm... solos.
Me ruborizo rápidamente de la dirección que comienzan a tomar mis pensamientos, lo cual me delata frente a Dylan que sonríe con ternura al verme así.
—No soy buena peleando —doy un giro a la conversación haciendo caso omiso a lo último que ha dicho.
Hoy toca luchar cuerpo a cuerpo. No es algo que me agrade. Y no es por el hecho de golpear y ser golpeada, porque de niña fui a clases de artes marciales y, a decir verdad, me gustaba. Pero ahora deberé enfrentarme a Dylan y detesto solo pensar en lastimarlo.
¡Vaya! Frena el carro y bájate del poni. Puede ser que él te lastime a ti.
—Aprenderás entonces —responde con tranquilidad—. Yo te enseñaré, Caitlin. Debes saber defenderte si uno rompe tu escudo.
Pero podrían acabarme fácilmente de ese modo. Además que la energía negativa de ellos me debilitaría tanto que sería mi fin. Aunque eso no se lo digo, no estaría comentando ninguna novedad, y tampoco quiero ser pesimista.
—Está bien —digo finalmente.
—Será un vale todo —dice una vez que llegamos a la zona de práctica.
Tomo un poco de distancia de él y espero a que de las instrucciones.
—Me parece bien —acepto.
Hasta que inicies.
—Te advierto que a partir de este momento no seré tu dulce novio —me avisa en un tono serio que por poco me lo creo.
No lo dice en serio, ¿verdad? Es imposible que Dylan pueda ser malo conmigo, él no es así.
—Entonces yo tampoco seré tu dulce novia —respondo desafiante. Dos pueden jugar ese juego.
Él alza una ceja en respuesta.
A pesar de no tenerlas a todas conmigo, no dejaré que me intimide. Yo sé que puedo hacerlo.
—¿Empezamos, maestro? —pregunto con cierta burla en el tono de voz.
Algo me dice que te arrepentirás luego.
Él ladea la cabeza y entorna los ojos en mi dirección. No dice nada. Se acerca a paso lento hasta donde estoy y se queda parado a medio metro de mí.
—Los Raezers podemos ser muy escurridizos —explica con un leve movimiento de manos—. Tú tienes que aprender a ser hábil, rápida. Debes mejorar tus reflejos.
En lo que tardo en pestañar, Dylan desaparece de mi vista. Ansiosa, miro en todas direcciones sin dar con él.
¿Dónde demonios...?
—Tienes que mantener toda la atención en tu adversario —susurra justo detrás de mí.
El corazón se me sube a la garganta del susto.
—Por el amor de Dios, Dylan —llevo una mano a mi pecho y me volteo a verlo.
—Si fueses Kyle ya hubieses terminado en el suelo —comenta sin un atisbo de diversión en el rostro.
—Que bueno que no soy él.
Dylan suelta un suspiro y me observa durante un corto instante, como si sopesara su siguiente movimiento. Y aquel llega. Mis ojos captan el momento justo en que su mano se dirige a mi torso, pero esta vez soy más rápida que él y me hago a un lado en menos de lo que tardo en gritar: "¡Ja!"
—Admite que lo he hecho bien —presumo.
Dylan niega con la cabeza y me señala con un dedo la camiseta.
—Solo quería quitarte la araña que tienes encima.
¡¿ARAÑA?!
—¡Quítamela ya! —grito despavorida.
¿La camiseta o la araña?
¡No es momento para tus chistes, conciencia! ¡Una criatura no divina creada por el señor me está a punto de comer!
¿Hablas de Dylan? Ah, no, él sí es divino.
Pero entonces, sin ver venir la situación, Dylan me arroja al suelo al mejor estilo de un jugador de Rugby, dejándome momentáneamente aturdida.
El sol me pega de frente, provocando que estreche los párpados para poder ver mejor. Hoy es un día soleado, más que los anteriores, muy raro siendo que estamos ya en otoño y el cielo no hace otra cosa que abarrotarse de nubes.
—¡Vamos, Caitlin! —espeta enfadado—. No hay tiempo para tu ingenuidad. Es tu vida o la de ellos.
Me pongo de pie algo confundida por su cambio de humor. Parece estar tomándose muy en serio esto.
Es lo que tú también deberías estar haciendo.
—Lo que hiciste es jugar sucio —le reprocho molesta.
—Esto no es un juego —refuta con el semblante serio.
Me contengo de voltear los ojos. Lo miro fijo sin decir nada.
—Debemos trabajar en tus reflejos y en tu resistencia. Lo primero se irá desarrollando mejor con el tiempo, pero la resistencia debes perfeccionarla tú misma —me instruye—. Ahora comenzarás tú. Quiero que me des un golpe.
¿Comenzar yo? Eso quiere decir que él lo hará en el próximo intento. Ay Dios...
—¿O tienes miedo? —me provoca al ver que vacilo un momento.
Suelto el aire de golpe y, haciendo acopio de la mayor parte de mi fuerza, le incrusto mi puño en su pecho. Solo logro que Dylan solo retroceda un paso.
—¿Eso es todo? —se mofa.
Lo miro con el ceño fruncido y vuelvo a intentarlo. Repito el proceso, pero apunto en otra dirección: su bello rostro.
Ni siquiera alcanzo a tocar la tersa piel de su mejilla que ya Dylan me sujeta el puño con su mano en un movimiento extremadamente veloz.
—Demasiado lenta —señala, empujando mi mano hacia atrás y logrando que me caiga de culo. Estupendo—. ¿Por qué atinas a golpear en esos lugares? Eres demasiado obvia.
Me levanto rechinando los dientes.
—¿Dónde quieres que golpee? —escupo con cierta molestia—. No hay otro... —mi voz se va apagando a medida que deslizo mi mirada hasta su entrepierna.
Bingo.
Dylan alza una ceja, sonriendo de lado.
Creo que he acertado.
—Puntos débiles. Debes buscar puntos débiles —murmura caminando lentamente alrededor de mí, como si me examinara—. Ellos no dudarán en matarte. No les importará nada de ti. Es tu vida o la de ellos.
Lo observo atentamente sin decir nada. Sus pies no dejan de caminar con sigilo a mi alrededor, como si fuese un animal acechando a su presa. A pesar de que él tenga mucha más experiencia que yo y eso me intimide, no puedo dejar que lo note. Mantengo mi semblante serio, atenta a cada uno de sus movimientos.
—Deberás saber bloquear para poder desviar mis golpes. Seguiremos con eso —dice entonces, posicionándose frente a mí.
—Qué considerado... —susurro para mí misma, pero Dylan lo oye y me lanza una mirada de advertencia.
Los siguientes minutos solo aprendo tácticas de bloqueo para luego utilizarlas con él. Pasamos aproximadamente una hora de esa guisa.
—Maldición —mascullo con una mano en mi omóplato, sus golpes son bastante fuertes a pesar de estar controlándose.
Resistencia. Él dijo que trabajarían en tu resistencia. Ahora aguanta.
—¡Bloquea, Caitlin! —demanda elevando su tono de voz.
Mis ojos captan justo el momento en que su puño se dirige a mi rostro. Y, como si todo sucediera a un ritmo más lento del normal, con mi antebrazo aparto la dirección del suyo, salvándome de una posible fractura de nariz. Pero antes de que pueda cantar victoria, su puño embiste mis costillas y la misma fuerza del embiste me arroja al suelo.
¡Agh! Me cubro el torso con mis brazos, soportando el dolor como puedo.
Al desviar momentáneamente la vista hacia él, soy capaz de adivinar su siguiente movimiento antes de que siquiera lo realice. Se arrojará sobre mí y me apresará las muñecas para que intente liberarme por mi cuenta. Pero no quiero eso. No quiero que crea que tiene el control de la situación.
Así que, sin pensármelo dos veces, me escapo de allí antes de que pueda siquiera darse cuenta.
Corro a toda velocidad solo un par de metros y decido que el mejor lugar para esconderse aquí es sobre un árbol.
¿Y por qué no detrás de una roca?
Solo un niño haría eso. Además soy una Raezer, debería aprovechar mis habilidades.
Me impresiono cuando mis manos son capaces de aferrarse a la madera del árbol sin ningún problema, sosteniendo el peso de mi cuerpo como si fuese una simple pluma.
Escalo con rapidez el árbol hasta la cima. Me encuentro a unos diez u once metros de altura. Mi corazón late con rapidez por la adrenalina que no se deja de secretar en mi torrente sanguíneo. Esto es excitante. De solo pensar que Dylan debe estar buscándome hace que quiera reír eufórica.
Procuro mantener mi escudo fuera para ocultar mi energía. No quiero que me encuentre por esa falla de mi parte. Aunque tal vez, si es lo suficientemente listo, podría ponerse a buscar el tenue brillo con el que resplandece mi escudo. Jamás estaré totalmente oculta de él.
Pasan solo unos diez segundos cuando Dylan aparece en mi campo de visión. Camina lentamente entre los demás árboles, manteniendo la calma como lo hace siempre.
—Caitlin... —me llama con voz suave, inspeccionando detrás de un par de rocas.
Sabía que esconderse allí no era un buen lugar. Solo temo que mire hacia arriba. El follaje del árbol logra ocultarme, pero no por completo. Así que Dylan podría verme.
—Sal, solo quiero hablar contigo, preciosa —dice ahora en un intento de sonar dulce conmigo.
Me tapo la boca con una mano cuando una pequeña risita casi se me escapa de la boca. No caeré en ese juego tonto suyo.
De pronto, escucho un pequeño ruido a mis pies, es tan insignificante que no le presto atención sino hasta que lo oigo de nuevo.
No, no, no. Maldición, la rama en la que estoy parada no es tan fuerte como creía.
Observo hacia abajo, Dylan ya no se encuentra allí. Seguramente sigue buscándome. Tal vez ahora pueda bajar y ocultarme en otro lado, si es que quiero mantener mis huesos en su lugar.
—Hola, Caitlin.
Mi corazón adquiere una nueva posición anatómica cuando lo siento de repente en mi garganta. Giro mi cabeza a toda velocidad cuando escucho su voz a mi lado. Está aquí, en la cima del árbol, en la misma rama que yo.
—¡Dylan, no...! —mi frase queda a medias cuando la rama se termina de quebrar e iniciamos la caída libre de diez metros, o más, hacia el suelo.
Mis ojos ven acercarse la hierba a una velocidad vertiginosa, pero en medio de la caída siento un par de manos sujetarme de la cintura. Cierro los ojos por la impresión, pero cuando los vuelvo a abrir me encuentro con el rostro de Dylan. Ha interpuesto su cuerpo entre el suelo y yo. Ni siquiera hago tiempo de decir nada, la tierra firme y sólida llega medio segundo después. Casi todo el impacto lo recibe su cuerpo, en el cual se oyen algunos huesos sonar.
—Mierda... —masculla con gesto de dolor.
Me quito de encima suyo, cayendo de espaldas sobre la hierba. Hago una mueca al sentir las costillas resentidas, parte del impacto la han recibido ellas también.
—¿Dylan, estás bien? —le pregunto preocupada, estirándome para poder verlo mejor.
Siento cada vez menos el dolor. Es lo bueno de ser inmortal, me regenero rápido. Y seguramente Dylan ya esté pasando por ese proceso también.
—Sí, solo... dame un minuto —murmura con los ojos cerrados, absorbiendo en silencio el sufrimiento.
Me coloco de rodillas a su lado. Estar conectados emocionalmente me permite sentir todo el dolor que él siente. Es demasiado. No sé que hacer para aliviarlo.
Observo sus facciones durante unos cortos segundos que en realidad parecen horas. Su piel, tan blanca y sin ningún defecto, hacen que parezca de porcelana, resaltando por debajo de sus ojos unas leves ojeras. Sus pestañas caen sobre sus pómulos creando una ligera sombra sobre ellos. Mantiene su ceño fruncido al igual que sus labios, lo único que me indica que está luchando por dentro por aplacar de alguna u otra forma el dolor.
No podré quitarle el dolor, pero sí distraerlo del mismo.
Miro sus carnosos y atractivos labios y me acerco a ellos. Dylan abre los ojos justo cuando me detengo a un centímetro de su rostro, donde nuestras respiraciones se entremezclan y nuestras pieles casi se rozan.
Cierro el espacio que nos separa, y al fin mis labios pueden sentir los suyos. Cada vez que lo hago es como si lo hiciera por primera vez. Siempre se siente como la primera vez. Mi cuerpo se estremece cuando su mano me acaricia suavemente el brazo, ascendiendo lentamente hasta llegar a mi mejilla.
El beso se intensifica cada vez más. Nuestras lenguas se encuentran y comienzan a danzar juntas en un baile que ninguno quiere poner fin.
Sus emociones ya no son las mismas. El dolor no predomina en ellas. Lo único que puedo sentir es amor, amor y fascinación. Eso siente Dylan cuando lo beso. Y eso también siento yo.
El beso se ralentiza poco a poco hasta que nos detenemos, con las frentes unidas y los ojos aun cerrados.
—¿Estás mejor? —le pregunto en un susurro.
Su pulgar no deja de acariciar mi mejilla ni por un segundo.
—Más que mejor —responde en mi mismo tono de voz.
Abro los ojos y veo que los suyos ya me están viendo, su mirada refleja el cariño que yo también siento por él.
A continuación, Dylan se pone de pie y me tiende una mano para ayudarme a mí también.
Observo atentamente como estira sus músculos. Se marcan claramente por debajo de la camiseta que lleva puesta.
—¿Quieres que me la quite? —pregunta en tono seductor al descubrirme comiéndolo con la mirada.
Quítasela tú, Caitlin.
Mis mejillas se tiñen tenuemente de rosado al imaginarme la situación. Ya quisiera...
—¿Seguiremos con el entrenamiento? —inquiero, dando un giro a la conversación, sino perderemos el control ambos.
Tú lo perderás. No metas a todos en la misma bolsa.
—Claro que seguiremos, recién estamos empezando —me dice con una ligera sonrisa.
Y a esas palabras le han seguido un duro entrenamiento. Entre golpes, ataques y defensas, la tarde ha transcurrido más rápido de lo habitual. Solo nos detenemos cuando vemos que el sol ha comenzado a ocultarse en el horizonte, tiñendo todo a nuestro alrededor de un bello anaranjado.
Me siento exhausta mentalmente. El cuerpo me duele en ciertos lugares donde Dylan ha dejado su marca.
¿Debería malinterpretar eso?
No.
—¿A todo esto lo aprendiste con tu abuelo? —le pregunto distraídamente.
Estamos sentados en el suelo, uno al lado del otro, descansando del duro entrenamiento. Yo juego con la hierba, y de reojo puedo notar que Dylan me mira. Si no soy yo, es él.
—Todo lo he aprendido de él —responde.
Giro la cabeza y veo en sus ojos que aun le duele la partida de su abuelo. Edmond marcó mucho la vida de Dylan. Sus abuelos fueron quienes estuvieron allí cuando no tenía a nadie más, cuando lo había perdido todo.
A veces me pregunto que hubiese sido de la vida de él si sus padres no se hubieran muerto. Si no hubieran estado allí cuando ocurrió aquel incendio. Tal vez nunca nos hubiésemos cruzado y nuestras vidas se hubiesen basado en malas relaciones, siempre encontrando a la persona incorrecta.
¿Qué hubiese preferido Dylan?
Me gustaría que fuese sincero conmigo, nunca hablamos de su familia. Ya sé que es un tema delicado, pero luego de tantos años es posible que ya sea capaz de tomárselo de otra manera.
—¿Cómo era tu mamá? —pregunto con cautela, observando su reacción.
Dylan curva ligeramente hacia arriba las comisuras de su boca. Eso es bueno.
—Ella... era una mujer hermosa y fuerte. Principalmente fuerte —dice esto último con un gesto más serio—. Muchos decían que de pequeño me parecía a ella. Sus ojos eran de un hermoso color gris plata, tan claros como el agua. Su tez blanca y suave parecía porcelana, aún puedo recordar su textura. Y su cabello era largo y castaño, me gustaba ver cuando se lo dejaba suelto, la hacía lucir mucho más joven y viva.
—Tu madre fue una mujer muy hermosa, Dylan —digo con una sonrisa sincera.
Él tiene mucho de ella. Me hubiese encantado conocerla en persona. Claro que solo a ella y a su hermano. Dylan me contó hace tiempo que vivían bajo el maltrato de su padre, un hombre alcohólico que no le interesaba su familia. No le preguntaré sobre él, no me interesa en lo más mínimo.
—¿Y tu hermano? —pregunto ahora con toda mi atención puesta en él. Dylan parece querer abrirse conmigo y agradezco eso.
—Ese pequeño maldito se extraña —contesta con una gran sonrisa—. Ryan era un demonio, y un gran amigo a la vez. A veces podía ser egoísta, pero solo porque era un niño. Lo extraño, ¿sabes?
—No dudo de eso —digo en un susurro. Me duele que haya tenido que perderlos.
Es tan injusto. ¿Cómo es posible?
—¿Por qué se produjo ese incendio? —pregunto con curiosidad—. ¿Cómo ocurrió?
Su gesto se endurece de pronto y su rostro se torna sombrío.
—Falla eléctrica —responde cortante.
Podría haberle creído si no supiera que me está mintiendo. Sus emociones lo delatan. La furia comienza a arremolinarse en mi pecho. Furia, odio y culpa. ¿Culpa?
—Ya es hora de irnos a casa —dice de pronto, poniéndose de pie rápidamente.
Lo observo confundida. ¿Por qué ese cambio de humor? ¿Qué es lo que me está ocultando?
—¡Dylan! —lo llamo a sus espaldas, ya ha emprendido camino hacia la espesura del bosque.
Corro a todo velocidad hacia su lado y le sujeto el brazo.
—Oye, ¿qué tienes? —le pregunto algo dolida por su actitud.
Sus ojos chispean de ira. Una ira repentina que no sé a qué se debe. ¿Estuvo mal mi pregunta? No entiendo por qué tiene que mentirme.
—Eso no es lo que ocurrió, ¿verdad? —continúo. Sé que no debo presionar, pero no puede simplemente mentirme. No hay secretos entre nosotros. Sabe todo de mí, jamás le oculté algo.
Se suelta de mi agarre y vuelve a retomar la caminata.
—Olvídalo —dice en un murmullo bajo.
—No, Dylan. Puedes confiar en mí, lo sabes.
—Ya déjalo, por favor —dice sin siquiera mirarme.
Freno en seco mis pies y lo observo desde mi lugar. Al ver que no lo sigo se detiene y me mira sobre su hombro.
—Puedo escuchar si lo necesitas, solo quería ayudar —murmuro.
—Estoy jodido, Caitlin. Ni tú ni nadie puede ayudarme.
Lo miro completamente desconcertada. ¿A qué se refiere? ¿Qué tan malo puede ser eso que oculta?
—¿De qué hablas? —pregunto confundida.
Dylan comienza a caminar de lado a lado, sujetándose la cabeza, parece fuera de sí.
—Esto... tú no debías saberlo, ¿qué pensarás de mí? No, no puedo hacerlo.
Lo veo balbucear mientras me acerco lentamente hacia él.
—Dylan, puedo entender lo que...
—¡No! ¡Tú no lo entiendes! —grita de pronto, haciendo que me sobresalte—. No estás ni cerca de hacerlo. Jamás sabrás lo que se siente.
—Explícamelo entonces —susurro.
Él sonríe con amargura y niega lentamente con la cabeza.
—¿Cómo se le explica a alguien que eres un asesino? —dice de repente.
Mi cara de confusión debe ser un poema.
¿Un asesino? ¿De qué está hablando? Todos los somos. Todos hemos matado. Eso ya nos convierte en asesinos. Yo, él y Kyle.
—Todos lo somos —le digo con una ligera sonrisa para aliviar la tensión que se ha creado.
Sus puños descansan a cada lado de su cuerpo. Aprieta tanto sus manos que puedo notar sus nudillos blancos. Su expresión ha cambiado por completo. Desconozco a este Dylan.
Él niega con la cabeza y se ríe con amargura. Cierra los ojos por un momento y cuando los vuelve a abrir puedo ver por primera vez su vulnerabilidad. Las lágrimas se acumulan en ellos y él parece estar luchando por contenerlas.
Mi corazón se estruja en mi pecho de solo verlo así.
—Yo provoqué ese incendio, Caitlin. Yo maté a mi familia.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro