XL
Feliz cumpleaños, Caitlin.
Suelto un gemido quejumbroso y me doy vuelta en la cama hasta quedar boca arriba. Todavía sigo con sueño. Necesito dormir una eternidad para recuperar la energía perdida en los entrenamientos.
Una semana de pura práctica me han ayudado muchísimo. Ya no me resulta tan difícil sacar afuera mi escudo, ni tampoco mi poder. Día a día los resultados de mi esfuerzo se dejan ver. Tengo que admitir que Dylan y Kyle son excelentes maestros. Además, las prácticas con ellos dos juntos son muy divertidas, parecen pequeños niños que compiten y pelean por absolutamente todo. Es gracioso de ver.
Volvamos a donde estábamos hace un instante. Veamos, Caitlin, es una decisión difícil, lo sé, pero debes decidir ahora. No tenemos todo el día.
No quiero levantarme, pero tampoco quiero quedarme aquí en mi cuarto. Me gusta cumplir años, es un día en el que me siento especial y única. En este día nada podría salir mal... creo. Lo único que me no me agrada de cumplir años son las fiestas. Detesto eso.
Me pregunto por qué será...
Me sobresalto cuando la puerta de mi cuarto se abre de golpe y entra mi madre, seguida por mi padre, y por último mi precioso perro Rey.
Mamá trae en sus manos un plato con un pequeño muffin en medio. El pastelillo está decorado con chocolate, pequeños dulces de colores y una vela encendida en el centro.
—¡Feliz cumpleaños, Caitlin! —exclaman ambos al unísono.
Una sonrisa adormilada se extiende en mi rostro al ver la adorable estampa frente a mis ojos. Desearía que siempre fuera así, no quiero que las cosas cambien, jamás.
Me cantan el "cumpleaños feliz" y luego dejan que apague la vela.
¿Que deseaste, Caitlin?
Bueno, me gustaría tener un poco de normalidad en mi vida. Tal vez se pueda cumplir eso solo por este día.
Recibo dos libros clásicos de regalo y un juego de medias. Me siento afortunada, creía que con el teléfono ya era suficiente.
Es costumbre recibir un juego de medias cada cumpleaños. Mamá es la que las compra, según ella puede faltar cualquier cosa en un armario menos un par de medias. Tengo de todos los colores y de todos los estilos; largas, cortas, rayadas, a cuadros, con puntilla, sin puntilla, gruesas, delgadas, y muchas más que ni se imaginan.
Y respecto a los libros, he decidido hacer a un lado por un tiempo el genero fantasía para así darle una oportunidad a los clásicos. Nunca he metido mis narices en ellos, por lo tanto será mi primera vez leyendo "Cumbres borrascosas" y "Orgullo y prejuicio". Que decirles, jamás dejaré el romance.
Mis padres se retiran de mi cuarto mientras engullo el delicioso muffin de chocolate. Debo prepararme para ir al instituto.
Entonces irás.
Sí, iré al instituto el día de mi cumpleaños. Todos los años suelo faltar, tengo permitido hacerlo en este día, pero hoy me he levantado con ganas de ir. Eso no suele ocurrir.
—¡Feliz cumpleaños! —gritan mis amigas apenas cierro la puerta trasera del auto.
—¿Te sientes más vieja? —me pregunta Jill desde el asiento del copiloto.
—La respuesta sería sí, pero solo si pudiese envejecer —respondo naturalmente.
Mis amigas cada vez se acostumbran más a la idea de que soy una Raezer. Los dos primeros días sentían bastante repelús a cualquier palabra referida a eso, y en Penny se hacía más notorio. Jill, por otro lado, se lo ha tomado muy a la ligera, como a todo.
—No lo había pensando —responde la rubia con sarcasmo.
—Habrá fiesta hoy, ¿verdad? —pregunta Penny, con la emoción palpable en su tono de voz.
Allá vamos. Detesto las fiestas, no soy buena para eso. No tengo alma de fiesta. Pero claro, mamá nunca deja de hacer algo. Ella siempre se encarga de organizar todo a mis espaldas.
—Como todos los años —suelto en un suspiro.
Llegamos al instituto hablando de trivialidades. Apenas me bajo del coche vislumbro las figuras de Dylan y de Kyle charlando animadamente junto a su auto.
—Las veo luego —me despido de mis amigas y camino hacia el par de chicos que ya se han percatado de mi presencia. Si me concentro bien, logro entrever el leve brillo que desprenden sus escudos. Hasta ahora solo puedo verlos en ellos y en el profesor Madson.
—Feliz cumpleaños, amor —mi corazón da un brinco al oír a Dylan llamarme así. Se siente... bien. No me disgusta para nada.
Dylan no me da tiempo siquiera a decir nada, sus suaves labios se juntan con los míos en un beso tierno y corto. Cuando se aleja solo un centímetro de mí, me mira a los ojos con cariño y me da un último beso en la frente antes de apartarse por completo.
—Feliz cumpleaños, mi cielo —dice Kyle de inmediato, arruinando por completo la conexión que se había creado entre Dylan y yo. Ruedo los ojos al oírlo llamarme así. Por suerte recibe un codazo en las costillas por parte de su amigo.
Es un caso perdido.
—Gracias —murmuro, curvando la comisura de mis labios.
—Caitlin ya es mayor de edad —dice Kyle en dirección a su amigo—, ya puedes dejar de preocuparte porque te lleven a prisión.
—Tú eres el anciano aquí —rebate el otro—. Yo tengo dieciocho.
Más unos cuantos años más.
—Ah, si es así, entonces yo tengo diecinueve —contesta con presunción—. Hoy no verás a un anciano haciendo karaoke en la fiesta de Caitlin.
No puede ser, ¿tendré que presenciar eso?
—Sabes que no le gusta festejar —le recuerda Dylan.
Claro, él lo sabe. Aun recuerdo cuando estuvo en mi fiesta de once años.
Seguro...
Está bien, solo bromeo. Me da curiosidad saber si ambos estuvieron allí observando de alguna manera.
—Es cierto, casi lo olvidaba —responde Kyle. Coloca un dedo sobre los labios fingiendo pensar, y dice:—No tendrá que ver con el pastel de tu undécimo cumpleaños, ¿o sí?
Una sonrisa retadora se forma en sus labios luego de soltar aquello.
¿Cómo demonios se acuerda de eso?
En mi fiesta de cumpleaños número once había invitado a todos mis amigos del colegio, y a un vecino mío que tenía de amigo en su momento. Se llamaba Zack. Hasta el día de hoy me pregunto que se le habrá cruzado por la cabeza a ese niño cuando decidió enterrar mi rostro en el pastel de crema. Fui el blanco de muchas bromas y risas por al menos una semana en el colegio. Desde ese entonces, comencé a diferenciar entre quienes eran mis amigos y quienes no. Y respecto a Zack, jamás volví a hablarle. Un año después me enteré que se había mudado fuera del país con sus padres.
Es desde ese cumpleaños que en realidad detesto celebrar. Es como si se me hubiese creado un trauma luego de lo ocurrido con el tonto niño.
—Ya cállate —le digo a Kyle, dándole un manotazo en el brazo. Creo que hoy volverá con hematomas en todo el cuerpo.
—¿Por qué mejor no le entregas a Caitlin su regalo, Kyle? —propone Dylan, mirando con cansancio al inmaduro de su amigo que se ríe de mí.
—Ah, sí, casi lo olvidaba. Toma, es de parte de ambos.
El mencionado me extiende una pequeña bolsa blanca con un moño de color gris. En la parte delantera se lee con una elegante tipografía: "Joyas Hale".
¿La famosa tienda de joyas Hale? ¿Será ésta la joyería de sus abuelos?
Saco la cajita que descansa al fondo de la bolsa y la abro con cuidado. Mis ojos se deslumbran con lo que veo dentro. Un fino y delicado brazalete de plata yace en el interior de la caja. Tiene detalles en oro blanco que lo hacen ver realmente elegante.
Madre mía. Esto es...
—Hermoso —digo en un susurro, haciendo eco de mis pensamientos.
Debió de haber costado un riñón. No sé si pueda...
—Y es tuyo —dice Dylan rápidamente, como si pudiese leerme la mente—. Es un regalo, no puedes no aceptarlo.
—Anda, póntelo —me apremia Kyle—. Yo lo escogí.
Dylan lo mira indignado.
—Eres un mentiroso. Sarah lo escogió.
—Es perfecto —les digo, impresionada por la belleza del brazalete, y haciendo caso omiso a su pequeña discusión—. Gracias, chicos.
Me lo coloco con cuidado en la muñeca y lo observo con una sonrisa boba en el rostro. Es un lindo gesto el que han tenido.
—Hice una buena elección —continúa Kyle en broma solo para hacer enojar a Dylan.
Me acerco a ellos y les doy un abrazo grupal. No debería ponerme muy sentimental, solo que la sorpresa me ha ablandado el corazón.
—Esto ya es demasiado cursi para mí —dice Kyle al cabo de tres segundos. Se cuelga la mochila al hombro e inicia la marcha hacia el interior del edificio—. Los veo adentro, tortolitos. Y será mejor que se apuren que está por sonar el timbre.
Guardo la cajita en la bolsa y luego la meto en mi mochila.
Dylan aprovecha para robarme un beso antes de entrelazar nuestros dedos e iniciar la caminata un poco después de Kyle.
—¿Qué harás después de clases? —me pregunta de pronto.
—No tengo nada planeado —le respondo tranquilamente.
¿Qué tendrá en mente?
—Perfecto, ¿quieres venir a mi casa? Tengo una sorpresa para ti.
Mmm... una sorpresa en su casa.
Mi corazón empieza a latir a trompicones de solo imaginar las perversiones que mi conciencia me hace pensar.
Basta.
Dylan me mira con una sonrisa ladina en el rostro, ya se debe de haber dado cuenta de lo que está pasando por mi cabeza.
—Siempre hay tiempo para hacer lo que desees —susurra en mi oído, erizándome la piel.
Lo observo con los ojos abiertos de par en par y las mejillas al rojo fuego.
¿Qué deseas?
—Mi dulce Caitlin, entremos a clases mejor —dice con una sonrisa provocadora, dejándome pasar primera al aula.
¿Por qué solo él es capaz de revolucionar mi interior? Me siento una maldita colegiala con las hormonas revolucionadas.
Tomo asiento detrás de Kyle, manteniendo la vista en la pizarra.
¿Qué sorpresa tendrá para mí?
Luego de salir del instituto, con Dylan iniciamos el trayecto en coche hasta su casa.
Kyle se ha ido por su cuenta hacia el campo de entrenamiento. No ha quedado muy contento desde que su escudo se rajó con el poder que le lanzamos con Dylan. Según él necesita reforzarlo más, pero yo creo que solo perderá el tiempo. Dylan y yo somos demasiado fuertes juntos.
El ambiente dentro del coche es silencioso, pero no es un tipo de silencio tenso, todo lo contrario, es muy tranquilo, se siente bien. Dylan maneja concentrado en la carretera. Parece estar sumergido en sus pensamientos. No tengo idea sobre que serán, no siento nada fuera de lo normal en sus emociones. Lo único que puedo sentir es ansiedad, pero no es algo que me extrañe, porque yo siento exactamente lo mismo.
Miro el brazalete en mi muñeca y sonrío levemente. Es muy bello.
—¿La joyería Hale es de ustedes? —le pregunto con curiosidad.
Es extraño que siendo dueños de esa gran empresa, ellos sean tan sencillos. Pasan desapercibidos por completo.
Ahí tienes la respuesta. Mientras más ocultos estén es mejor.
Supongo que Sarah no querrá llamar la atención de ningún Raezer.
—Sí —contesta Dylan—. Hale era el apellido de mi abuelo.
No puedo siquiera imaginar el tormento que han pasado sus abuelos durante tanto tiempo. Vivir con el miedo a que los encuentren, o de no poder ser ellos mismos.
—No te sientas mal, son tiempos buenos estos para Sarah. Lo peor ya pasó —comenta Dylan al sentir mis emociones.
—¿Y para ti? —le pregunto con suavidad, no es un tema con el que me guste molestar, pero necesito saber como está él respecto a eso.
Dylan estaciona el coche frente a su casa y se desabrocha el cinturón de seguridad. Abre la puerta de su lado y se baja sin decir ni una palabra. Lo imito y cierro la puerta detrás de mí.
Tal vez no haya sido esa la pregunta adecuada...
—Vamos —se limita a contestar. Dylan sujeta mi mano y me arrastra consigo hacia el interior de la casa.
Adentro está muy silencioso, parece que Sarah no está por ningún lado.
Subimos las escaleras y nos dirigimos hacia su cuarto. Dylan cierra la puerta detrás suyo y me invita a sentarme en la cama mientras se pone a buscar no se qué en su cómoda.
—A veces duele, ¿sabes? Hay veces que siento que no podré con esto —dice en un murmullo desde su lugar—. Perdí a mi madre y a mi hermano, eso fue devastador para mí. No tengo idea de como lo hice, pero logré volver a ponerme en pie luego de eso. Tiempo después, y una vez más, la vida me empujó nuevamente al suelo cuando perdí a mi abuelo. Esa última vez no lo hubiese logrado si no fuera por que aún me quedaba algo. Todavía tenía a alguien por quien luchar.
Dylan encuentra lo que parece estar buscando y lo guarda en el bolsillo de su pantalón.
—¿Cómo haces para aguantarlo todo? —le pregunto en un murmullo.
Dylan ha pasado por mucho. Realmente admiro como logra salir adelante a pesar de todo.
—No creas que es fácil —sonríe con melancolía—. Hay veces que solo quiero escapar, gritar o romper todo a mi alrededor. Lo más triste es que hora a eso tú podrás sentirlo.
Y creo haberlo hecho una vez.
—Tengo otro regalo para ti —dice de pronto—. Quería darte algo solo de mi parte.
Saca una pequeña cajita del bolsillo de su pantalón y me la entrega. La tomo con cautela, mirándolo a él con intriga. ¿Cuántos regalos más me dará? Su cariño ya es suficiente para mí.
Sin perder más tiempo, abro la caja y me encuentro con un precioso anillo que me deja anonadada. La delgada pieza tiene incrustada diminutos diamantes en todo su lado externo. Es bellísimo.
No sé que decir realmente, me ha dejado con la boca abierta.
—¿Estás proponiéndome matrimonio? —pregunto a modo de broma para aligerar el ambiente.
Alza las cejas sorprendido y sus mejillas se colorean un poco. La imagen de Dylan ruborizado es algo que no suelo ver seguido, me gustaría tomarle una foto al momento. Es demasiado lindo.
—Eso quisiera —responde para mi sorpresa—, pero hoy no será.
Sus palabras me cortan la respiración por unos segundos. Madre mía, ¿será verdad lo que acaba de decir?
Dylan toma mi mano y le da un tierno beso antes de colocar el anillo en el dedo índice.
—Es precioso, Dylan —digo en un susurro. Mis ojos observan detenidamente los destellos que causa la luz del sol en los pequeños diamantes. Es muy bello—. Gracias.
Sus ojos me observan con cariño. Con una mano me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja, y yo sonrío con timidez por su gesto.
—Sé mi novia, Caitlin —dice de pronto.
Mi corazón se detiene por un milisegundo para luego comenzar a latir como loco.
Eso sería dar un paso muy grande en la relación. Dylan es la única persona con la que querría hacerlo. Y también la única con la que podría. Ni siquiera se me cruza por la cabeza intentar estar con alguien más, ¿cómo podría? La conexión que nos une sentimentalmente no me lo permitiría. Ni a él ni a mí. Estamos destinados a estar juntos.
—Sí —digo con una gran sonrisa. Siento un nudo en la garganta que amenaza con romperse en cualquier momento.
Él sonríe ampliamente y me estrecha entre sus fuertes brazos.
—No sabes cuanto te amo —susurra en mi oído, causando un suave cosquilleo placentero.
Lo miro a los ojos sin poder responder nada. Su confesión me ha quitado la voz. No puedo creer lo que estoy viviendo. ¿Cómo iba a imaginar que las cosas acabarían así de esta forma entre nosotros? Desde el inicio de clases que sus actitudes me demostraban cuan lejos me quería de él. Pero ahora... todo es tan diferente que ya no reconocería a aquel Dylan.
—Y yo a ti —contesto, una vez que encuentro mi voz.
Acerca su rostro al mío hasta que nuestros labios casi se rozan.
Necesito de él. No puedo imaginarme otra vez lejos suyo. Lo único que deseo es que esto que tenemos nunca acabe.
Acabo con esta dulce tortura cerrando la distancia que nos separa. Nuestros labios hacen contacto y mi interior explota de emoción, satisfacción y placer.
Sus manos se deslizan por mis brazos, acariciando y dejando una sensación de hormigueo a su paso.
Nuestros corazones acompasados laten con una locura irrefrenable, bombeando la sangre llena de adrenalina por nuestras venas.
El beso pasa de ser lento a uno más intenso y apasionado. Sus manos buscan mis caderas mientras que las mías se pierden en su cabello.
La energía alrededor nuestro cambia y se carga de deseo, de un deseo desenfrenado que me es imposible reprimir.
Sus labios se separan de los míos y, a una velocidad sobrehumana, Dylan me coloca en el centro de la cama, debajo suyo. Sus brazos, a cada lado de mi cabeza, me mantienen aprisionada.
Estoy hipnotizada por la intensidad con la que sus ojos me miran. La lujuria en ellos es un idéntico reflejo de mi interior.
Nuestros labios vuelven a unirse, descargando todas las ganas que nos tenemos en un beso intenso, ardiente.
Mis manos bajan hasta el dobladillo de su camiseta para tirar de ella suavemente hacia arriba. Dylan entiende de inmediato mis intensiones y se la quita de un movimiento rápido, dejando a la vista de mis ojos su fornido torso. A continuación, se coloca entre medio de mis piernas y se inclina para comenzar a dejar un camino de besos que van desde la comisura de mis labios hasta el ángulo que se forma entre el cuello y mi hombro.
Esto se siente demasiado bien...
Entonces, empiezo a experimentar una sensación nueva en mi bajo vientre. Un calor intenso se instala allí suplicándome que lo apague de alguna manera.
De un movimiento veloz, giro sobre mi cuerpo y quedo a ahorcajadas de él, tomando por completo el control de la situación.
—Puedes hacer lo que quieras —dice con voz ronca, demasiado sexy.
Sus palabras abarcan muchas opciones, y eso me gusta. Me agrada tener el control, no muy seguido veo a Dylan en esta posición de total sometimiento.
Cálmate, Grey.
Mis ojos van directo a su abdomen y se detienen en sus perfectos abdominales. Dylan parece haber sido esculpido por un par de jodidos dioses. No puedo creer que alguien como él me haya pedido a mí, Caitlin la holgazana Blair, ser su novia. A lo que me refiero es que no tengo un cuerpo perfecto como el suyo, y tampoco es que me esfuerzo mucho en tenerlo. Soy delgada, pero tengo mis curvas e imperfectos como toda chica. Yo creo que el amor va más de allá de lo físico, porque eso solo dura unos años. Cuando la piel y todo nuestro exterior se desordene, ¿qué es lo que amarás en la persona? No se debería querer a alguien solo por su cuerpo. Lo que importa va más allá de eso.
Aunque disfrutas tener aquella vista, ¿verdad?
Hmm... no me quejo.
Dejándome llevar por la tentación, llevo mi mano hacia su torso y, lentamente, acaricio con suavidad todos su músculos. De repente, cuando estoy pasando los dedos sobre sus abdominales, siento algo inusual en otra parte.
¿Eso es...?
No puede ser.
Puedo notar, debajo de mí, como una parte de Dylan comienza a tomar volumen y firmeza a cada segundo que pasa. De solo sentirlo, mis mejillas adquieren un ligero rubor, como si me avergonzara aquello, pero mi interior no responde de la misma forma. Cada célula de mi cuerpo me pide a gritos que haga algo al respecto. Debo apagar de alguna forma este deseo que se está apoderando de mi autocontrol.
Intento hacer a un lado aquellos pensamientos lascivos y me concentro en sentir la textura y el calor que emana su piel debajo de mis dedos. Puedo notar el estremecimiento que le causo a medida que deslizo las manos.
De pronto, me veo nuevamente boca arriba, de espaldas al mullido colchón. Dylan ha vuelto a tener el control. Ahora me tiene apresada las muñecas a cada lado de mi cabeza.
—Me estás torturando —me provoca un estremecimiento al decirlo cerca de mi oído.
Suelto un jadeo ahogado cuando entonces muerde mi labio inferior y tira suavemente de él.
—Dijiste que podía hacer lo que yo quisiera —murmuro con la mirada fija en la suya.
Dylan me regala una sonrisa malévola y acerca aún más su rostro. Nuestras respiraciones se entremezclan y nuestros labios casi se rozan. Necesito de él, quiero más, pero cuando estoy a punto de estampar mis labios contra los suyos él se aleja nuevamente.
¡No!
—¿Ya ves que frustrante es que te provoquen de esa manera? —dice con una leve sonrisa torciendo sus labios.
Es increíble que pueda ponerlo de esta manera solo con el roce de mis dedos.
Pueden ir a acampar sin llevar una tienda, con la que tiene Dylan en los pantalones es más que suficiente.
No le respondo, me limito a observarlo a los ojos sin emitir sonido. Solo se oyen nuestras respiraciones desenfrenadas que intentan calmarse.
—Joder —dice de pronto, justo antes de abalanzarse sobre mis labios.
Enrosco mis piernas a su alrededor, siendo consiente de que hay solo un par de telas separando nuestras partes.
Dylan tira de mi camiseta hacia arriba, sacándola por encima de mi cabeza y quedando expuesta a él. Solo el sostén evita que quede mi torso completamente desnudo.
Mientras nuestras bocas se devoran, una de sus manos se amolda a la perfección con uno de mis senos, siendo separados únicamente por la fina tela de encaje. Apenas siento su mano allí, un latigazo de placer me recorre la columna. Aferro mis uñas a su espalda y en respuesta Dylan presiona su pelvis contra la mía.
Santo cielo...
Sus manos se detienen en el botón de mi pantalón justo cuando se oye sonar mi teléfono celular.
¡No, ahora no!
Dylan sonríe con cariño al ver mi expresión de frustración y enseguida se hace a un lado para dejarme ir a ver el maldito teléfono.
No puede ser, es mi madre.
—Mamá —atiendo la llamada intentando no sonar agitada.
—Cariño, ¿ya estás viniendo a casa? —me dice ella al otro lado de la línea—. Tus abuelos y tus tíos ya están aquí.
¿Qué? Alejo el celular de mi oreja y me sorprendo al ver que ya son pasada las cinco de la tarde.
Maldición. No he tomado control del tiempo.
—Sí, ya estoy de camino —digo como mentira piadosa—. Llego en unos minutos
Corto la llamada y me volteo a ver a Dylan que ya tiene puesta nuevamente la camiseta y está sentado en la punta de la cama observándome.
Mis mejillas se ruborizan fuertemente cuando caigo en la cuenta de que estoy en sostén delante de él.
No estabas preocupada por eso hace unos minutos.
Cállate.
—Eres hermosa —murmura desde donde está.
Bajo la vista al suelo solo para que no pueda ver el color de mis mejillas y la tonta sonrisa que quiere aparecer en mis labios.
—Era mi madre. Debo volver a casa, mi familia está esperando.
Ni siquiera sé por qué me tomo las molestias de explicarle si él es capaz de escucharlo todo.
—Te llevo —dice él.
—¿Vendrás conmigo ahora, o luego con Kyle? —le pregunto mientras vuelvo a vestirme la camiseta.
Sí, he invitado a ambos a la fiesta que mi madre ha organizado a mis espaldas, como todos los años.
—¿Cuándo me quieres allí? —pregunta él.
A todas horas. En todo momento.
—¿Me acompañas ahora? Así te presento a mi familia. De seguro mis amigas ya deben estar por llegar también a mi casa.
—Está bien —responde con tranquilidad. Se levanta de la cama y se dirige a la cómoda para empezar a abrir cajones—. Déjame vestirme otra cosa y nos marchamos.
—Claro.
Dylan camina hacia el baño con la ropa en sus manos. Admito que no me disgustaría que se cambiara delante de mis ojos.
Que pervertida.
Por Dios, no puedo creer que hace unos minutos estuvimos a punto de... bueno, ya saben a lo que me refiero. Si mi madre no hubiese interrumpido no creo que ninguno de los dos hubiese hecho amago de apartarse.
Paseo por la habitación mientras espero a que Dylan se aliste. Su cuarto es amplio y la decoración le da un aspecto cálido. Mis pies se detienen frente a la pizarra llena de dibujos hechos en su mayoría por mí. ¿Cómo es que no recuerdo haberlos hecho?
La puerta del baño se abre y Dylan sale de allí ya vestido. Lleva puesta una camisa de color azul cielo, un pantalón negro y unos zapatos de cuero. Está alucinante.
Me gustaría estar igual de presentable que él, solo que no tengo la ropa aquí para vestirme. Debo llegar a mi casa y correr a ponerme algo bonito.
—Vaya... —susurro sin aliento, sin quitar los ojos de encima de él.
—¿Te gusta lo que ves? —pregunta Dylan con una sonrisa de lado.
No te das una idea.
Me acerco a él y deposito un beso rápido en sus labios.
—Mucho —respondo a un centímetro de su rostro. Me alejo de él y me encamino hacia la puerta que da al pasillo. Me detengo cuando me percato de algo importante—. ¿Estás listo para conocer a mi padre?
Dylan se encoje de hombros y toma las llaves del coche que había dejado sobre la cómoda.
—En teoría ya lo conozco. Solo faltaría que me lo presentaras.
Oh, es verdad. Casi olvido que Dylan en realidad ya conoce a toda mi familia.
De vez en cuando me pregunto que hubiera sido de nosotros si nuestras miradas jamás se hubiesen cruzado. Si yo hubiese faltado a aquel día de clases cuando tenía solo seis años, o si Dylan no hubiese tomado ese camino aquel día. ¿Qué hubiese sido de nosotros?
Los recuerdos ahora se sienten frescos en mi memoria, como si hubiese vivido todo aquello ayer. Todo este tiempo mi mente había tratado de bloquearlos para protegerme, pero ahora el humo negro se ha disipado y los recuerdos son tan claros como el agua.
A veces pienso que no lo merezco, ¿por qué alguien se arriesgaría por una persona que no sabe hacer otra cosa que atraer peligro? ¿Qué me hace especial a sus ojos?
Dylan llega hasta mí con su ceño levemente fruncido.
—¿En qué piensas? Tus emociones me confunden.
Lo observo en silencio por un momento, no sé si contarle lo que pienso o no.
Que más da.
—¿Por qué nosotros? —cuestiono con intriga—. ¿Por qué el destino nos quiere juntos? ¿Por qué somos las únicas personas que tenemos los... dones?
Dylan se acaricia la barbilla pensativo y se recarga contra el marco de la puerta.
—Son preguntas que me he hecho durante mucho tiempo. Nunca les pude encontrar una explicación —responde sinceramente.
Fuimos elegidos por el Duxilum, eso lo sabemos, ¿pero por qué nosotros? ¿Qué nos da ventaja sobre los demás? Siempre me he sentido una chica ordinaria, sin nada especial, alguien común y corriente. Debo tener algo de lo que no soy consciente para que el Duxilum me haya elegido a mí como una de los dos elegidos.
—Podríamos intentar explicar la última pregunta, tenemos más información acerca de ella —murmuro con cierto recelo, a Dylan no le gusta para nada que hablemos de este tema, pero es algo que no puedo simplemente pasar por alto. Mis entrenamientos han avanzado un montón, ya creo que es hora de intentar hablarlo.
En su rostro se refleja la duda por una fracción de segundo, y enseguida su gesto se endurece.
—No. Ya hemos hablado de eso —responde tajante—. No te expondré a cientos de Raezer que lo único que querrán hacer es matarte.
Sale hacia al pasillo sin dejarme decir nada. Me apresuro a llegar a su lado y tomo su brazo para detenerlo.
—Lo haremos juntos, Dylan. Podemos lograrlo.
Me ve a los ojos, la preocupación se asoma en ellos. Suelta un suspiro y niega levemente con la cabeza.
—No pienses ahora en eso —dice mucho más tranquilo—. Es tu cumpleaños, olvídate de nuestro mundo por un par de horas y disfruta de tus dieciocho como si fueses una humana ordinaria.
¿Humana ordinaria? Eso será difícil teniendo en cuenta que dos Raezers estarán en mi fiesta. Siendo uno de ellos mi novio.
Que bien suena esa palabra...
—Está bien —digo finalmente.
Dylan asiente y me da un beso corto en los labios. Cuando se aleja me recuerda lo más importante:
—No olvides llevar tu escudo, ya es hora de que lo vayas poniendo en práctica.
—Lo haré —contesto, aunque enseguida me entra la duda—. Tengo miedo de herir a alguien.
Dylan sujeta mi mano y reanudamos la marcha hacia la planta baja.
—Recuerda lo que practicamos —dice él—. Si no lo extiendes más de lo que te he dicho podrás interactuar con cualquiera.
Solo una capa muy fina me permitirá poder tener contacto con las personas. Si extiendo mi escudo solo un centímetro más, podría herir a alguien cuando intente tocarme.
Hago caso a lo que me dice y saco afuera solo una fina tela que me envuelve como si fuera una segunda piel. Nuestros escudos no se repelen, Dylan sigue a mi lado sujetando mi mano. Lo he hecho bien.
—Recuérdame a cada tanto que lo tengo que llevar puesto —digo con pesar.
Es muy difícil hacer tantas cosas juntas. Según ellos, llevar el escudo es tan simple como respirar, pero ese no es mi caso. Olvido por completo que debo llevarlo puesto a todas horas, y hay veces que el muy traidor deja toda mi energía expuesta.
Llegamos a mi casa en cuestión de unos pocos minutos.
Si mamá pregunta... pinchamos una llanta en el camino.
Desde afuera soy capaz de oír la de voces que provienen desde adentro de la casa. Mis abuelos, algunos de mis tíos, mis primos y la mayor parte de la familia ya debe estar aquí. Soy afortunada de tenerlos en mi vida.
Ya es hora es entrar. Como les he dicho antes, no me gustan las fiestas, pero siento que esta va a ser distinta a las anteriores.
Vamos a divertirnos.
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